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Por quinta vez en Barcelona hablan de nosotros

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Este año, la Semana del Libro Argentino que  tradicionalmente organiza la librería Calders, de Barcelona, se limita a tres días.

En la ocasión, está centrada en lo que pasó en la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, cuya ciudad invitada fue, precisamente, la capital catalana. 

Habrá entonces invitados argentinos y catalanes, y también aquéllos que no fueron invitados pero que deberían haberlo sido. 

Andrés Ehrenhaus, animador de estas jornadas, se reservó el papel de moderador en una mesa de traductores catalenes, que incluye a Izaskun Arretxe, Alba Vinyes y Txell Torrent, que tendrá lugar mañana a las 19 hs.

La destrucción de libros como práctica editorial

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El pasado 16 de mayo, Patricia Kolesnikov publicó un artículo en Clarína propósito de la destrucción sistemática de libros llevada a cabo por las editoriales cuando no venden en el tiempo fijado la cantidad esperada. Aquí, la novelista y periodista da cuenta de las razones.

El peor final de los libros:
convertirse en papel picado

Todo empezó –o todo volvió, estas cosas vuelven– con una publicación de Alejandro Agresti –el director de películas como Buenos Aires Viceversa El viento se llevó lo que– en Facebook. Decía que su editorial, Penguin Random House, le avisaba por mail que iban a destruir los ejemplares que no habían vendido de su libro Si te digo te miento, de 2017. Unos mil sobre una edición de dosmil. “Podrían repartir esos ejemplares”, lamenta. En los comentarios muchos se asombran de que se destruyan libros. Pero es algo habitual.

“Yo los fui a buscar porque tengo espacio en casa”, dice María Rosa Lojo, autora de La princesa federal. Y porque no estoy preparada ni psicológica ni culturalmente para que se destruyen libros míos ni de otras personas. Prefiero donarlos o llevarlos a reuniones de lectores que no están en la Capital y adonde los libros no llegarían”. El día que fue, le dieron ejemplares de varios de sus títulos. Entre ellos algunos que antes habían tenido varias ediciones, como Árbol de familia o Finisterre.

“Hoy me avisaron que destruirán los 365 que les quedan de La otra playaPremio Clarín de Novela”, aporta Gustavo Nielsen como comentario a la noticia de Agresti. Muchos le dan ideas. “Hay que exigir que la editorial los tenga disponibles en recepción para que pase a buscar ejemplares quien quiera leerlos”, comenta Agresti. Serían muchos.

Nada personal, sin embargo. En una nota firmada por Gisela Antonuccio y que publicó Clarín en 2012, se presentan varias razones para que esto ocurra. Una es, sencillamente, la corrección de un mal cálculo (imprimieron de más) que no se puede sostener eternamente: el espacio es plata.

Pero ¿hace falta volverlos papel picado? ”No es rentable donarlos, representaría una gran cantidad de trabajo y de dinero. Es más barato destruirlos”, le decía entonces Pere Sureda,  que había sido responsable de la colección La Otra Orilla de la editorial Norma en España. Calculaba que en 2011 se habían destruido un millón de libros, de autores como Marcelo Cohen y Marcelo Birmajer y la nicaragüense Gioconda Belli.

También decía Sureda que es mejor no dejar libros dando vueltas como saldo porque les bajan el precio a los nuevos y perjudican la imagen del autor: las pocas ventas se lavan en casa.

Sin embargo no sólo se trata de malos cálculos. Un libro nuevo se tiene que ver. Tiene que tener presencia, ocupar lugar en los estantes de las librerías, se tiene que conseguir en las cadenas y en los sitios de culto, en la Capital y en los pueblos. Para eso hacen falta muchos ejemplares. Para eso hay que hacerlos. Después van a sobrar, ya se sabe, pero si no se hacen muchos no se venden algunos. “En palabras de la CEO de la editorial Simon & Schuster, Carolyn Reidy, (se trata de) 'el valor de generar showroom'“, explica un artículo que firma El Corcel en la página de Facebook de la librería Otras Orillas. 

Allí también cuentan que en Estados Unidos en 2015 “volvieron a los depósitos editoriales el 26% de las tiradas en tapa dura, el 20% de los tapa blanda 'finos' y el 48% de los tapa blanda baratos  que son la mayoría”, según la revista Publishers Weekly. 

“Cuando fui yo había ejemplares de Víctor Hugo Morales, de Julio Bárbaro, de periodistas deportivos, de gente híper mediática que tenía libros para retirar”, cuenta Lojo. “Pero no creo que los libros no tengan lectores, creo que tienen un destino y lo encuentran”. Lojo se llevó sus libros y puso anuncios en Facebook para dar conferencias con los temas que trabaja. “Me llaman de muchos lugares del interior y siempre puedo vender los libros y compensar tanto mi pérdida económica como mi pérdida emocional. Y encontrarme con lectores: logré darlo vuelta y resultó algo positivo. Si la editorial no se podía hacer cargo...”

Lojo analiza: hay algo en el sistema que no funciona con los autores “de catálogo”, los que tienen libros que se venden a lo largo del tiempo “y que son desplazados por la verdadera urgencia, que son las novedades”.

Hace un tiempo un editor experimentado comparaba la industria editorial con la industria láctea: un producto que tiene que estar en todas partes al mismo tiempo pero que se pudre rápido. ¿Un libro se pudre rápido? ¿No era justamente lo contrario, lo que atravesaba siglos, la trascendencia? Papel picado y lugar en los estantes. Ya lo dijo alguien por ahí: es el mercado, estúpido.


Apostilla a la entrada sobre la destrucción de libros como práctica editorial

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La última entrada de este blog –un artículo de Patricia Kolesnicov publicado en el diario Clarín y subido aquí el pasado 24 de mayo– trataba sobre la destrucción de libros, por parte de las editoriales, en razón de una lógica perversa que lleva a publicar más de lo que se va a vender para poder estar en más bocas de expendio y en la complicación que significa almacenar los ejemplares devueltos al cabo de la consignación, lo que, de acuerdo con los propios editores, implica trabajo y dinero.

Hubo diversos testimonios de uno y otro lado del mostrador y también un inteligente comentario de Jorge Aulicino en el que decía que“el capitalismo sabe que el contenido de un libro no se destruye, porque el libro es reimprimible (reproducible como objeto diría Walter Benjamin)”.Y más abajo agregaba que la quema de libros, en ciertos contextos –el nazismo, nuestra propia dictadura, etc.– asume un valor simbólico que el humanismo reconoce.

Ahora bien, el “libro” –vale decir, el conjunto de hojas de papel, pergamino, vitela, etc., manuscritas o impresas, unidas por uno de sus lados y normalmente encuadernadas, formando un solo volumen, según la definición más repetida– no existe con independencia de su contenido. Lo cual nos lleva a considerar que hay libros y libros. Por un lado, digamos, están los libros de SørenKierkegaard, Friedrich Nietzche, Martin Heidegger yLudwig Wittgenstein, y, por otro, aquellos de Paulo Coelho, Jorge Bucay, Pilar Sordo y Bernardo Stamateas. O, ya en terreno literario, losGustave Flaubert, Joseph Conrad, Henry James y James Joyce y, del otro lado, los de Isabel Allende, Laura Esquivel, Coral Herrera Gómez o Florencia Bonelli. El objeto que conserva esos contenidos se llama igual. Considerados comparativamente uno se siente tentado a creer que la desaparición de unos es más importante y dolorosa que la desaparición de otros, sobre todo cuando la lógica indica que los libros de las primeras series, acaso menos vendidos que los de las segundas, han resistido mejor el paso del tiempo, aportando incluso hasta el día de hoy algo a la humanidad que los otros no tienen.

Para complicar las cosas, los libros no existen por generación espontánea, dependen de editoriales que los publiquen. Las editoriales son, salvo contadísimas excepciones, empresas comerciales que viven de sus ventas. Eso se ve sobre todo en los grupos multinacionales, como Penguin Random House y Planeta, que juntos ostentan más del 60% del mercado a través de sus numerosos sellos, a los que hoy podríamos considerar como etiquetas vacías del sentido que alguna vez pudieron haber tenido.

Luego, los libros existen en el tiempo. Lo que un joven lector leía en las décadas de 1950 y 1960 –Romain Rolland, Hermann Hesse, Alain Fournier, etc.– ya no es lo que leen los jóvenes lectores de ahora. Luego, lo que se lee –o lo que se dice que se lee– también depende de la vergüenza: hoy las modelos ya no dicen como declaraban en la revista Gente de los años sesenta que leen a Borges y a Sábato o que escuchan a Bach o a Vivaldi, sino que, si alguna vez alguien les pregunta, afirman sin el menor trauma que leen a Osho o que directamente no leen, y que escuchan cumbia o regaetón.

Los grupos editoriales tampoco tienen el menor escrúpulo en admitir que cualquier cosa que se vaya a vender es mejor que cualquier otra que se venda menos. Siguiendo esa lógica rapaz, lo que no cumpla con las expectativas de ventas numerosas e inmediatas debe ser destruido porque el concepto de catálogo, al menos en los grupos multinacionales, ya no existe y porque el almacenamiento de libros es un costo que debe ser eliminado para que las cuentas cierren.

En síntesis, el libro, como objeto simbólico, puede arrastrar alguna inercia que lo siga haciendo respetable. Pero los contenidos de los libros no son objetos simbólicos. Y todo indica que cuanto más triviales sea, más importantes son para las editoriales, que, como las cadenas de librerías, son apenas negocios a los que los valores simbólicos sólo les importan cuando los números no cierran. El resto, como decía Aulicino, es mera lógica capitalista, la misma que alguna vez nos va a dejar sin mundo.

Una entrevista con Paco Ignacio Taibo II en el FCE

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Foto: Juan Vicente Manrique
El pasado 24 de mayo, Patricia Juárez Ortiz publicó en Infobae México la siguiente entrevista con el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II actual director del FCE. La reproducimos a continuación.

"Antes tiraban el dinero del pueblo a la basura"

El prolífico escritor y ahora director del Fondo de Cultura Económica habló sobre lo que encontró a su llegada a la editorial del estado mexicano y contó cuál es su principal objetivo como funcionario: hallar las trabas que impiden la lectura

Una advertencia salta a la vista en la puerta del despacho del director del Fondo de Cultura Económica: "Si no tiene sentido del humor, absténgase de entrar a esta oficina"Ahí atiende y trabaja el escritor Paco Ignacio Taibo II, conocido por sus novelas policiales y por ser uno de los biógrafos del Che Guevara y actual director de la editorial del estado mexicano.

Taibo recibió a Infobae México en uno de sus días habituales de trabajo y en el espacio cotidiano en el que se mueve desde que asumió. Viene y va de una oficina a otra, de una reunión a otra. Siempre con la puerta abierta. Durante la entrevista exclusiva, el controvertido funcionario habló acerca de las condiciones en las que encontró al Fondo de Cultura Económica (FCE) a su llegada en diciembre pasado, explicó por qué México no es un país de lectores y habló de los objetivos "alcanzables" de la editorial y de la llamada "Cuarta Transformación".

Siempre polémico, Taibo dice que nunca imaginó convertirse en funcionario público: "No para nada, todo lo contrario me daba "repelus", me salían llagas". "La conversión con Andrés (presidente de México) fue sencilla,  y llevamos 20 años luchando por una transformación. Ya llegó la hora, dije, pues órale, tienes razón."

El nuevo director de FCT afirma que en las anteriores administraciones el Fondo de Cultura se perdió en un mundo anquilosado, lleno de lujos innecesarios y se "desligó" de la realidad del país.

"Ha sido divertido porque el reto ha sido de dimensiones mayúsculas. Se trataba de agarrar una editorial vieja, llena de trucos, modismos con una actitud conservadora, llena de gasto innecesario,de dilapidación de recursos. Siempre me da la sensación todos los días cuando llego aquí, de preguntar: ¿y quién hizo esto?", dice, mientras mira alrededor de la oficina en donde en uno de los muros cuelga un Diego Rivera valuado en 25 millones de pesos (poco más de un millón trescientos mil dólares).

Taibo explica que el cuadro fue comprado durante la gestión de alguna administración pasada: "Quién sabe para qué", protesta. Él mismo se responde: "¿Por qué tiraban el dinero del pueblo a la basura, cantidad de tonterías, de favores? Esta misma oficina es absolutamente innecesaria; está todo pagado con dinero del pueblo, una oficina faraónica como ésta, un edificio faraónico, es absurdo".

La editorial, dice Taibo, "se desligó de la realidad nacional, perdió contacto y además perdió porque quisieron que perdiera, ¿por qué era más importante para un director del Fondo tener un cóctel en Guadalajara, que un encuentro de fomento a la lectura en Tepecpan o en Tula, Hidalgo? Pues porque así eran. Esta era una sociedad el desperdicio, del brillo burocrático"."Se acabó: llegamos los apaches franciscanos, y además cultos", dice.

Para el director de la editorial estatal, los objetivos que se tracen deben ser realistas: "Si me dices: tu objetivo es que todos los mexicanos lean, no. Es un objetivo absurdo; si me dices: tu objetivo a largo plazo es que todos los mexicanos que quieren, puedan leer, y que sepan que leer es divertido y que sepan que leer es apasionante, sigue siendo un objetivo (inalcanzable)".

"Si me dices que el objetivo es incrementar notablemente el número de lectores mexicanos, es viable y tras él vamos".Taibo sostiene que la estrategia para logar su objetivo (incrementar notablemente el número de lectores en el país) es encontrar las "trabas"  que impiden a las personas acercarse a la lectura y asegura que una de ellas es el precio de los libros.

"Un país de lectores se hace encontrando cuáles son las trabas que impiden que los mexicanos puedan y quieran leer. Entonces, una vez detectadas estas trabas hay que tratar de romperlas. El precio, está claro, estamos rompiéndolo por muchos lados".

"La falta de tradición de entrar a la librería porque no sé qué va a pasar ahí, el miedo a la librería, estamos rompiéndolo. El programa de fomento a la lectura, la recomendación, la promoción, el ir directo a la gente", agrega.

"En el plan de choque que elaboramos llevamos más de 100 actividades en 70 días de contacto directo. El Fondo no se puede dirigir desde el piso 7, hay que dirigirlo en provincia, en las calles y es lo que estamos haciendo".

Para Taibo, una de las situaciones que marca la diferencia (entre países con economías similares a la mexicana como Argentina), para que la gente quiera y pueda leer es el funcionamiento de la red de bibliotecas en México, la cual, dice, no está funcionando.

"Qué hay en España: funciona la red de bibliotecas. En Argentina: funciona la red de bibliotecas; en México no está funcionando, estamos en contacto  permanentemente con la Dirección General de bibliotecas, conversando sobre estos temas".

México se sitúa detrás de España, Chile Argentina, Brasil y Perú, en el índice de lectura del fomento del libro en América Latina y el Caribe, con 2,9 libros leídos al año por persona.

"La única barrera es la que tienes enfrente y si me dices, en Cosamaloapan (municipio de Veracruz) nadie lee,  yo te digo vamos a Veracruz, vamos a poner un tendido en el suelo, vamos llevar al escritor más inteligente que tenemos a decir que leer es muy divertido y vamos a ver qué pasa".

"El otro día Paco Pérez Arce, en una escuela secundaria adonde llegamos con un 'librobus' hacer una operación de fomento a la lectura a presentar Vientos del Pueblo (colección de libros a precios populares, una de sus iniciativas), a vender libros de 10 a 20 y a 30 pesos, les preguntó a 100 estudiantes de una prepa en la zona conurbada de la Ciudad de México, quiénes habían entrado a una biblioteca, cero. Quiénes habían entrado a una librería, 3 de 100. Esto tenemos que romperlo".

Sobre la "Cuarta Transformación" de México, como ha nombrado a esta etapa política el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cuando después de décadas el país tiene un gobierno de izquierda, dijo: "Aquí hay una transformación profunda,  las otras las puedes medir históricamente, son períodos: Independencia, Reforma, Revolución, el Cardenismo, porque esta debía llamarse en rigor la quinta transformación no la cuarta. Esto está empezando, adquirió formas electorales,  y salvadas las diferencias y las dimensiones,  ahí va y empieza a notarse". 

"No está mal llamarla la Cuarta Transformación, está a todo dar, crea un sentido épico a lo estamos metidos. Usted, ¿en qué está?: estoy dirigiendo el Fondo de Cultura.  ¡No!, yo estoy en la Cuarta Transformación".

Al preguntarle si se siente seguro acerca de que cumplirá los objetivos, explica que nadie tiene "garantías", pero lo intentará.

"Ahora, ¿fracasaremos?, probablemente, ve tú a saber, quién tiene garantías en las manos. Es mentira el que dice: vamos a resolver el problema, no, vamos a intentar resolverlo, vamos a intentar mejorar la situación".

A la salida, una serie de fotografías de los exdirectores del Fondo de Cultura Económica tapizan las paredes de un pasillo. Al hacer notar que aún falta la de Taibo, responde uno de sus colaboradores más cercanos: " Ya dijo que no la quiere".

Un festejo por los quince años del Seminario Permanente de Estudios de Traducción

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El SPET en la Manzana de las Luces, Perú 294
Encuentro del 06/06/2019, 19:00
Entrada libre y gratuita

En el marco de los Encuentros con la literatura del mundo. Conferencias, masterclass y charlas de literatura Universal, organizados por el Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces, el SPET rinde homenaje al dramaturgo alemán Heiner Müller (1929 – 1995) on una Performance traductora basada en Heiner Goebbels / Heiner Müller: Der Mann im Fahrstuhl / The Man in The Elevator  © ECM Records GmbH 1988


La Misión: Recuerdo de una revolución    
   
Traductoras
Daniela Campanelli
Surya Martínez Bek
Florencia Millán

Antonella Querzoli
  
Charla introductoria 
Uwe Schoor

La escena El hombre en el ascensor (Der Mann im Fahrstuhl) del dramaturgo alemán Heiner Müller –discípulo crítico de Brecht– es una provocación para cualquier director de teatro: sin aviso previo, el monólogo interrumpe la trama de la obra La misión. Recuerdo de una revolución (escrita en 1978/1979), donde tres emisarios de la República francesa intentan provocar una rebelión de los esclavos en Jamaica, exportando así la revolución a la región. Actúan sin saber que la historia ya les ha cambiado la consigna: en el poder está ahora Napoleón. El hombre en el ascensor, en cambio, todavía no conoce su misión. Es un personaje del siglo XX que va a  la oficina del jefe. Pero el ascensor le impide la llegada...

Este texto, que en la charla será confrontado con obras de Alfred Döblin y Franz Kafka, es la base de una obra de Heiner Goebbels y Heiner Müller, Der Mann im Fahrstuhl / The Man In The Elevator, donde se entretejen voces en alemán, inglés y portugués y una música de jazz impactante. En el marco de la performance se elabora una versión en castellano: cuatro traductoras intervienen como intérpretes, es decir, usan el micrófono y ofrecen su versión de la obra.




"La formación, como la de los escritores, se da a base de leer"

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Francisco Torres Oliver (1935) está considerado en España como uno de los más importantes traductores españoles de todos los tiempos. El 2 de mayo de 2015, José Miguel Vilar-Bou (1979), periodista y escritor español especializado en literatura fantástica, publicó una larga entrevista para eldiario.es. Vale la pena leerla.

“Cuando empecé a traducir terror 
en los años sesenta, no imaginaba la difusión 
que el género iba a alcanzar”

Con más de cien libros traducidos al español –hace tiempo que él mismo perdió la cuenta–, Francisco Torres Oliver (Vilajoiosa, 1935) es una leyenda en el mundo de la literatura española. Dejando de lado los reconocimientos –Premio Nacional de Traducción de Literatura Infantil y Juvenil en 1991, Premio Nacional a la Obra de un Traductor en 2001, premio Nocte en reconocimiento a una carrera en 2009...–, es uno de los principales responsables de la difusión y respetabilidad que el terror ha alcanzado en España en las últimas décadas. La suya ha sido una labor larga, minuciosa y, en realidad, accidental: “El meterme en la traducción fue una cosa fortuita”, afirma. “Y, aunque siempre sentí una preferencia bastante acusada por los cuentos fantásticos, me fui especializando en trabajos de este género por casualidad”.

Casualidad o no, a  lo largo de más de cuatro décadas de carrera ha dado voz en castellano a los principales clásicos de la literatura de terror y a muchos otros más. Por sus manos han pasado Poe, Dickens, D.H. Lawrence, Stevenson, Jean Austen, Lewis Carroll, Tomas Hardy, Asimov, Machen, M.R. James, Mary Shelley, Bram Stoker, Algernon Blackwood, Walter de la Mare… Pero sobre todo Lovecraft, autor al que, junto con su cuñado Rafael Llopis, abrió las puertas en España con la publicación de Los mitos de Cthulhu en 1969: “Yo sabía que había que dar a conocer a este autor”, afirma. “Lo que no podía imaginar era la difusión que iba a alcanzar”.

Hoy, a sus setenta y nueve años, Torres Oliver acaba de entregar a la editorial la traducción de Los albigenses, novelón gótico de Charles Maturin que en su versión inglesa abarca cuatro tomos, y ya está de pleno sumergido en El hundimiento de la casa Usher, de Poe: “Estoy continuamente dándole vueltas, haciendo cambios. Me gusta mucho cómo me está quedando”.

–Una generación de lectores y escritores jóvenes se han formado en el terror con sus traducciones para editoriales como Alianza, Siruela, Alfaguara, Vicens Vives, Bruguera y sobre todo Valdemar. ¿Qué le parece el ser reivindicado por ellos?
Pues, después de haber trabajado tanto, siento una especie de gratitud. Uno no se para a pensar en estas cosas mientras trabaja. Cuando me puse a traducir, yo no podía saber lo que iba a ocurrir a continuación. Tampoco era consciente de que estábamos trayendo a los hispanohablantes una ficción que iba a tener un éxito tan rotundo. Es verdad que el gusto por el terror estaba entonces ya muy desarrollado en el resto de Europa, pero no podíamos imaginar el impacto aquí. Hoy veo que el tema sigue vivo. La llama de entusiasmo que se inició hace tanto tiempo ha prendido.

–¿Cómo descubrió el terror?
A través del cine. De pequeño veía todas aquellas películas que entonces, por la cortedad de los años y lo impresionable que es uno a esas edades, me parecían sobrecogedoras: Frankenstein, Los ojos misteriosos de LondresDráculaLa momia, las de Bela Lugosi. También me gustaba mucho la literatura fantástica, en especial el terror, que podemos decir que es su núcleo. En aquellos tiempos yo leí muchos relatos, pero a menudo me dejaban insatisfecho. Las traducciones adolecían de falta de calidad. A veces ni siquiera se comprendía lo que decían. Había libros que estaban como resumidos. La primera vez que leí Drácula, por ejemplo, fue decepcionante. Por eso, cuando empecé a traducir, me propuse hacerlo lo mejor posible. Si el resultado no era más perfecto, era porque yo no tenía la capacidad. Desde luego, iba a intentar que mis trabajos tuviesen una calidad seria, equiparable a la de cualquier otro tipo de literatura.

–¿Cómo se metió en el mundo de las letras?
–Pues de manera fortuita. Yo vine a Madrid a estudiar Bellas Artes. Pero tuve que esperar un curso entero antes de hacer el ingreso. Entonces, ese año, para ocupar mi tiempo en algo que no fuese sólo el dibujo, me inscribí en Filosofía y Letras. Y bueno, al final acabé enredándome y me olvidé de Bellas Artes. Después ya entré en la enseñanza. ¡Pero todo esto no era mi vocación en absoluto!

–Y pasados tantos años, ¿diría que la traducción sí era su vocación?
–Sí. Más o menos sí. Luego sucedió que, en los sesenta, cuando estaba preparando las oposiciones a la cátedra de Filosofía, mi cuñado (Rafael Llopis) me dijo: “Oye, tengo un libro aquí en inglés, ¿por qué no me lo traduces?” Y yo le dije: “Bueno, pues tráemelo”. Y lo traduje. Luego él fue a ofrecérselo a Jaime Salinas, de Alianza, y Jaime dijo que lo iba a publicar.

–Hablamos, claro, de Los Mitos de Cthulhu, el libro que descubrió Lovecraft al público español. ¿Cómo fue el proceso de traducción?
–En ese momento yo estaba dando clase, así que traduje los cuentos en mis ratos libres. Eso me creó un hábito que todavía hoy conservo: Me levantaba a las cinco de la mañana a traducir, antes de ir a la escuela. Luego, el sábado, repasaba todo lo hecho durante la semana. Como te digo, aún sigo levantándome a esa hora.

–Cuando Llopis y usted le dieron voz a Lovecraft en castellano, ¿imaginaron lo que iba a suponer?
–En absoluto. Bueno, yo sabía que Lovecraft, después de muerto, había tenido un relanzamiento enorme. El primer país que recibió ese impacto brutal fue EEUU, porque allí estaban sus amigos dispuestos a poner su literatura en el lugar que merecía. También en Francia se hablaba mucho de él, aunque no tanto. Yo sabía que había que darlo a conocer en España. Lo que no podía imaginar era la trascendencia que iba a cobrar aquello.

–¿Lovecraft había llegado a nuestro país antes de Los mitos de Cthulhu?
–Sí. A finales de los cincuenta Minotauro había publicado allá en Argentina El color que cayó del cielo. Así es como lo tradujeron. En su momento lo tuve en mis manos, porque un amigo se lo compró, pero no llegué a leerlo. Después en Barcelona salió algo también. Y creo que Acervo sacó algún cuento suelto. Pero claro, Los mitos de Cthulhu tuvieron otra categoría. De todas maneras, para mí este libro tiene un defecto muy grande, y es que en él tenía que haber aparecido como cuento emblema La llamada de Cthulhu. Y no está. Cuando es ahí donde arranca todo. Pero bueno, esas cosas pasan.

–En cualquier caso, la publicación y posterior éxito del libro fue un hito dentro del terror en nuestro país. El fenómeno que propició un cambio de tendencia. Porque, ¿se leía terror en España en los años cincuenta y sesenta?
–Bueno, sí se leía, aunque no era una inundación de cuentos fantásticos, porque en este país, en cuanto a libros, nos hemos movido siempre con lo que se nos ha ofrecido. Había una censura. Había una conciencia religiosa que no estaba dispuesta a dejar pasar ciertos temas ni cualquier tipo de literatura. La capacidad de leer la teníamos secuestrada. Nos movíamos en una literatura de la mediocridad. Las grandes novelas de fuera no llegaban aquí así como así. El extranjero o La peste de Camus, por ejemplo, estaban muy mal vistas por la dictadura. En 1969, cuando se publicaron Los mitos de Cthulhu, las cosas estaban cambiando algo, porque un cepo cultural como el de la posguerra era ya insostenible. Antes de la Guerra Civil, con la Segunda República, sí apareció una conciencia liberadora. Hubo en ese momento una intención de derramar la cultura por todo el país. Surgió una legión de maestros dispuestos a ir de pueblo en pueblo a alfabetizar. Fue un entusiasmo como no ha habido nunca en España. Pero eso fue aplastado con la guerra y luego tardó muchísimo en recuperarse.

–A la censura franquista no le gustaba el terror.
–No le gustaba el terror, no le gustaba lo fantástico y no le gustaba que se tomasen con cierta libertad asuntos que se consideraban dogmas. Ten en cuenta que cuando cruzabas la frontera te registraban la maleta y miraban a ver qué libros llevabas. Ya en plenos años setenta, hubo una convención sobre literatura de ciencia ficción en la librería Machado. El primer día, en la mesa redonda, había un policía secreta dentro del local y otro de uniforme en la puerta. El segundo día, ya sólo vino el de uniforme. Y el tercero no vino ninguno, porque se convencieron de que allí no se hablaba más que de marcianitos verdes…

–Cómo han cambiado las cosas: ¡Un libro se consideraba un peligro!
–Hombre, fíjate, algunos libreros nos vendían bajo cuerda libros no autorizados. Había una librería en la calle Narváez donde trabajaba un empleado que, cuando iba yo, me hacía una señal y me decía: “Tengo guardado para ti un libro ahí en el sótano. Espérate que acabe con este cliente que ahora te lo paso”. Entonces aquello era materia ilícita. Contrabando.

–Los mitos de Cthulhu fue su primera traducción. ¿Qué vino después?
–Jaime Salinas me dijo: “Oye, ¿tú traduces sólo para Rafael Llopis o te puedo encargar alguna cosa más?” Y yo le dije: “Si me quieres encargar algo, yo encantado”. Entonces me propuso Las aventuras de Randolph Carter y luego Jude el oscuro, de Thomas Hardy. Y como salieron aceptables, seguimos por ese camino.

–Pronto llegaría M.R. James.
–A M.R. James lo descubrí en la antología que hizo mi cuñado para Taurus y que luego saldría en Alianza. Entonces él y yo estábamos continuamente hablando de estos temas: de los fantasmas de M.R. James, etcétera. Este autor es un caso particular para mí, porque me empeñé personalmente en que Jaime Salinas lo publicase. Así salió Trece historias de fantasmas, que fue una selección. Pero yo quería traducir sus cuentos completos en un solo volumen. Y eso no lo conseguí hasta unos veinte años después, con Valdemar, que los publicó bajo el título de Corazones perdidos. Y bueno, a partir de Trece historias de fantasmas me vi convertido en traductor de terror, porque los editores me decían: “Oye, ya que te gusta este género, ¿te importaría hacernos esto?”

–¿En qué momento decidió dejar la enseñanza para dedicarse por completo a la traducción?
–A los 49 años. Entonces yo daba clase de filosofía. También he enseñado historia, literatura y francés. De hecho yo siempre he querido ser traductor de francés, ¡pero nunca me han dejado! En ese momento, 1979, yo ya recibía gran cantidad de encargos, de lo más dispares, no sólo de terror. A la vez estaba de director técnico del colegio, pero hubo una serie de cambios y recayó sobre mí una responsabilidad que me resultó abrumadora, así que decidí definitivamente a dedicarme sólo a la traducción. Ese mismo año me contrataron en la ONU para un trabajo en unas conferencias en Bagdad. Y luego estuve dos meses en Roma con la FAO.

–¿Se atrevería a decir cuántos libros ha traducido aproximadamente?
–No. No me atrevo. No sé cuántos son. Antes llevaba una lista, pero después he perdido la cuenta. Deben de ser más de cien, además de relatos en antologías y artículos para revistas, que hice muchos para Triunfo y Revista de Occidente.

–¿Cuáles son las traducciones clave de su vida?
–Las que más me han impactado lo han hecho fundamentalmente por el libro en sí, no por la traducción que haya podido hacer yo. Una de ellas sería Jude el oscuro. También Frankenstein. Y otro autor que me gustó mucho es Richard Dana, que escribió Dos años al pie del mástil. Ese libro, que se publicó en Alba editorial, te hace sentir en la cubierta de un barco más que ningún otro.

–¿Más que Melville?
–Nada. Ni Melville. Melville se lo copió a él. Es un relato autobiográfico. Él es un estudiante al que le diagnostican una enfermedad de la vista y le dicen que no puede poner los ojos en un libro durante mucho tiempo. Entonces él, para impedirse a sí mismo caer en la tentación de la lectura, se enrola en un barco. Y nos relata sus dos años de viaje alrededor del continente americano.
Debió de ser laborioso traducir el lenguaje náutico de la época.
Es precioso, aunque se trata de una terminología complicada y sumamente técnica. Tuve que poner un vocabulario al final del libro, para que el lector pudiese seguir mejor lo que allí se contaba. A los de Valdemar la idea les gustó, porque luego me pidieron que hiciese lo mismo con El relato de Arthur Gordon Pym, de Poe.

–Así que el traductor debe ser también un humanista.
–Por supuesto. Necesita tener conocimientos de gran parte de las áreas de la cultura, porque no sabe con qué escollos se va a encontrar a la hora de traducir. Por ejemplo, fíjate en Dos años al pie del mástil: Si no tienes una preparación náutica no lo puedes hacer.

–¿La tiene?
–Hice los dos años de servicio militar en un barco. Y tengo el carné de patrón de yate.

–Nunca sabe uno para qué le va a servir la 'mili'.
–Nunca. Y de repente te encuentras con que tienes que traducir Dos años al pie del mástil y dices: “¡Qué bien me viene todo esto! ¡Qué maravilla!”

–Usted que ha traducido tanto terror, ¿por qué nos gusta el miedo?
–Siempre se ha hablado de eso, ¿verdad? Pero no lo tenemos muy claro. Nunca llegamos a algo verdaderamente concreto. El miedo, en la literatura, es un miedo mediatizado. Es mentira. Es una emoción estética, una vibración placentera. Lo estoy expresando de manera muy prosaica, pero es que es así. Ese miedo ya les gustaba a los griegos. Y hoy nos sigue atrayendo, aunque sabemos positivamente que no es verdad. Y sin embargo, si, por ejemplo, vemos una película bien hecha, nos dejamos invadir por esa sensación. Entramos en comunión con ella. Se ha hablado de la suspensión de la incredulidad. O sea, que uno ve o lee una historia que sabe que es ficción, pero se va adentrando en ella hasta que su incredulidad queda en suspenso y pasa, de alguna manera impostada, a formar parte del relato.

–¿Cómo respondería a quien calificase el terror de género menor?
–Pues que la literatura no tiene géneros menores. Lo de menor lo dará la calidad de lo que uno escriba. Los géneros literarios son áreas a disposición del autor y éste puede hacer en ellas lo que quiera: o un gran libro o estropearlo por completo. Por ejemplo, Steinbeck escribe De ratones y hombres que es una fantástica novela del oeste. Pues lo mismo ocurre con el terror: Stephen King tiene cosas que no son muy buenas, pero hay otras absolutamente geniales. Para mí, El cementerio de animales o El resplandor son obras maestras.

–Con toda la literatura en la que se ha sumergido, ¿nunca ha sentido la necesidad de escribir sus propias historias?
–Alguna vez sí, pero yo siempre he sido una persona de trabajo lento. Necesito concentrarme. Y estando haciendo una cosa no puedo hacer otra. Nunca he tenido el reposo suficiente para elaborar una idea, desarrollarla, madurarla, pulirla y tal. Así que he preferido no enredarme. Hay otros que sí. Ahí tenemos a Blasco Ibáñez, que era capaz de todo: de dictar una novela, traducir, escribir discursos, dirigir un periódico… Pero es que eso son prodigios mentales. Yo más bien soy un ebanista.

–Centrándonos en la propia labor de traducción, ¿cómo acomete un autor o una obra nuevos?
–Hay algunos a los que ya conozco y por tanto sé por dónde van. Si no, entro despacito, de tal manera que en el primer capítulo voy tanteando. Conforme me adentro, tomo conciencia del conjunto. Entonces vuelvo al principio y compruebo que está en sintonía con todo lo que he hecho después.

–¿Se puede llegar a establecer una relación íntima con un autor que vivió siglos atrás?
–Pues sí. Porque el traductor, por su propia labor, va conociendo al traducido en una dimensión profunda que al lector se le puede escapar. Esto sucede porque cuando te sumerges a fondo en un texto, lo desmontas y lo desmenuzas, salen a relucir cosas que en una lectura rápida y lineal permanecen ocultas.

–¿Qué escritor le ha hecho padecer más?
–Walter de la Mare. Me gusta muchísimo leerlo, pero no me gustaría volver a traducirlo. Me lo puso muy difícil. Te hace sufrir en las frases. Su prosa es muy compleja. Pero es muy bueno también. Además, en lo fantástico es definitivo, porque logra crear un clima de ambigüedad en el que no sabes si te mueves en la realidad o la fantasía. Algo parecido a lo que hace E.T.A. Hoffmann en El hombre de arena.

–¿Cuesta volcar la voz de un autor de un idioma a otro?
–De eso se trata, ¿no? Para conseguir esa voz, ese timbre propio, tienes que lograr cierta familiaridad con el autor. Y en eso el lenguaje escrito funciona de manera distinta al oral. Tanto la forma como el contenido son determinantes: si usa frases largas o cortas, la entonación, la extensión de los párrafos, la manera de enfocar la narración, cómo te está dosificando la información…

–¿Y cómo se traslada el ritmo del inglés al español?
–Con mucha dificultad. Sudando. Hay frases que son muy complicadas, no por lo que dicen, que eso tú lo sabes, sino porque no hay manera de pasarlas al castellano respetando su, digamos, espíritu. Entonces tienes que darle vueltas, ponerlas del revés, hasta conseguir que expresen lo mismo que en el idioma original.

–¿Cuál es su rutina cuando trabaja?
–Ahora las horas que le dedico a la traducción son pocas, pero antes no tenía horario. Me pasaba la mañana y la tarde trabajando. Primero hago un borrador, casi sin consultar el diccionario. Luego hago otra lectura, ya desmenuzándolo todo mucho más detenidamente, para ir afianzando el texto. Y luego, vuelta a releer para ver cómo suena el conjunto. Es un procedimiento lento, en el que cuando el editor te dice: “A ver si lo tienes listo para dentro de tres meses” pasan esos tres meses y tú le tienes que decir: “Oye, déjame un mes más”.

–Es usted un perfeccionista.
–Más bien soy muy pesado y muy quisquilloso en esas cosas. Estoy siempre haciendo cambios, hasta el último momento. Y cuando ya has terminado tu labor y el libro sale publicado, entonces lo abres y descubres que esto o aquello debías haberlo corregido de otra manera y que se te ha pasado…

–Entonces mejor no mirar, ¿no?
–¡No! Es mejor mirar porque, si hay una nueva edición, tendrás la oportunidad de reparar el error.

–Así que relee sus traducciones una vez publicadas.
–No, no he releído muchas, la verdad, aunque tendría que hacerlo a ver cómo están. Estoy seguro de que cosas que traduje hace veinte años ahora las vería de otra manera, y no me quedaría más remedio que hacer cambios aquí y allí.

–¿La traducción es una labor más emocional o artesanal, de ebanista como decía antes?
–La traducción es una actividad intelectual, en la que uno debe tener una preparación, una serie de condiciones, unos conocimientos. Entonces, además de eso, se requiere una práctica en la lectura y la capacidad de captar lo que se está diciendo y la forma en que se está diciendo. En fin, no hacen falta cualidades muy especiales. Simplemente los conocimientos propios de la lengua y de lo que es la literatura.

–En su época no había facultad de Traducción e Interpretación.
–No la había, no. Aprendía uno por su cuenta. La formación, como la de los escritores, se da a base de leer, lo que pasa es que el traductor necesita una preparación más enciclopédica en el sentido de que hoy estás traduciendo filosofía, pero mañana estarás con ciencia ficción y al otro con historia. Por tanto se requiere conocer el léxico, las bases, el fundamento de aquello que estás tratando, porque, si no, estarás perdido. Por ejemplo, si traduces a un inglés y éste te pone “vino de Burgundy” tú tienes que saber que eso es Borgoña.

–Hoy en día, con internet…
–Internet se ha introducido de manera grande afortunadamente para los que están traduciendo ahora. Te da todas las facilidades posibles. Hay diccionarios online que son maravillosos. Ya no tienes que hacer una labor detectivesca para encontrar un término perdido por ahí, como me pasaba a mí con los autores más antiguos, que utilizan palabras caídas en desuso. Claro, si traduces a un contemporáneo, le preguntas por email y ya está. Pero los míos están todos muertos: Poe, Edith Wharton, Maturin… Si quisiera consultarles tendría que hacer sesiones de espiritismo…

–¿Cuáles son sus principales instrumentos de trabajo?
–Pues el único que he tenido siempre han sido los diccionarios. Yo el ordenador lo utilizo en un 80% como máquina de escribir. De hecho he escrito a máquina toda la vida. ¡Aquello era…! No podías pasar de los treinta folios diarios, porque acababas con un dolor de espalda tremendo. Y con el INRI de que si te equivocabas no te quedaba más remedio que quitar el folio y empezar de nuevo. Y al principio hacía las traducciones a mano. La de Los mitos de Cthulhu, por ejemplo. Y luego lo pasaba todo a máquina. Y una vez a máquina, lo leía, hacía correcciones y lo mecanografiaba entero otra vez. Eso sería impensable ahora. En definitiva, los instrumentos del traductor son el diccionario y lo que tenga uno dentro.

–¿Hay algún diccionario al que le tenga especial fe?
–Hay uno que me ha acompañado un montón de años. Es este (nos muestra un libro de cubiertas nuevas, pero de interior desgastadísimo y lleno de anotaciones). Ya lo he mandado a encuadernar cuatro veces. Lo he utilizado tanto que las páginas se deshacen. Ahora casi no lo uso, porque apenas me hace falta consultarlo.

–Claro, con cuarenta y cinco años de oficio… ¿Ha tenido España históricamente buenos traductores?
–Los hemos tenido muy buenos y muy malos. Pero el mal traductor es sobre todo de fabricación editorial. Porque hay editores que quieren que la traducción les salga barata y les importa un pito lo que el libro lleve dentro.

–Alguna vez ha dicho usted que el terror atrae a los jóvenes. A sus 79 años, ¿le sigue interesando?
–Me he alejado un poco. No lo sigo como en otros tiempos. Ahora estoy más bien centrado en la novela gótica y en sus derivaciones en el siglo XIX.

–¿Tiene vigencia la novela gótica?
–Hay que tener en cuenta que el gótico es un género que tuvo su momento, y ese momento terminó. Hubo un principio y un fin. Por tanto el interés por novelas como El monje o Los misterios de Udolfo, por esta literatura en general, es de tipo nostálgico. Es cierto que luego su estética, o su temática, han tenido una serie de derivaciones, y que ha ido evolucionando dando lugar a nuevas formas de narración, como el ghost story en la era victoriana. En el primer tercio del siglo XIX la novela gótica fue diluyendo sus fronteras, su cascarón, y se convirtió en otra cosa. Y a la vez se fue segmentando, especializándose en distintos escenarios y tramas. Se fusionó con la literatura realista, que entonces empezaba a imponerse. El escenario se vuelve más modesto. Más cercano al lector. Los castillos son sustituidos por casas. El fantasma ya no se pasea con sus cadenas por la mazmorra, sino que habita entornos cotidianos. En fin, la novela gótica va disolviéndose hasta convertirse en el cuento de fantasmas. Y sus derivaciones siguen hasta mucho más adelante. Por ejemplo, Lovecraft se considera a sí mismo gótico en ese sentido. Las ratas en las paredes es un cuento de lo más gótico que hay. ¿Qué ha pasado ahí? Que lo gótico se ha amalgamado con la ciencia ficción: aparecen ya entidades del mundo exterior, pero en el fondo los terrores son los de siempre. Lo que encontramos en los escenarios de Lovecraft son nuevas y monstruosas versiones de las mazmorras de toda la vida. En fin, quiero decir que lo gótico pervive, pero experimentando mutaciones.

–Precisamente Frankenstein, una de sus traducciones predilectas, supone un punto y aparte en la novela gótica. ¿Cómo fue la experiencia de volcarla al castellano?
–Gloriosa. De Frankenstein estoy enamorado. Es un libro al que todavía hoy sigo dándole vueltas. Posee una gran originalidad. Y remueve todos los conceptos de la etapa final gótica. Mary Shelley escribió la primera versión con dieciocho años. Su marido, P.B. Shelley, se entusiasmó con la idea y la animó a seguir. La novela se publicó, y cuando él murió ahogado en Italia y ella regresó a Londres, descubrió que era famosa. Todo el mundo había leído su libro. Unos se habían escandalizado, otros se habían entusiasmado, todos la comentaban. Y luego, ya en 1831, salió la edición revisada, que es la que conocemos hoy.

–¿Por qué pervive Frankenstein?
–Porque aborda problemas de todo tipo, en especial humanísticos: la vida, el sentido de la justicia. Y para ello se prescinde de la religión. A Mary Shelley una mayoría de críticos y escritores de ciencia ficción la han puesto en el altar, porque para muchos este género empieza con ella. Como si fuera la Virgen, pues igual. Yo no lo tengo tan claro, aunque es verdad que Frankenstein trata asuntos que luego han sido centrales en la ciencia ficción, como la reconstrucción de la vida. En el momento de su publicación, el tema es absolutamente original. Una bomba. Y creo que esa originalidad es lo que fascina al mundo. Pero, como digo, es además un libro que plantea un montón de cuestiones. Si empiezas a desmenuzarlo no dejas de asombrarte ni de hacerte preguntas.

–Y todo eso viniendo de la novela gótica.
–Sí, sí. Es una novela gótica, lo que pasa es que aquí se ha dejado a un lado la huerfanita desheredada, el tío usurpador, la maldición familiar, el héroe de cuna desconocida que resulta ser un noble y que viene a salvar a la chica. Todo eso desaparece en Frankenstein, pero sí están presentes el clima, la estética y una serie de elementos típicamente góticos.

–La historia es más que conocida: Los Shelley, Byron y su secretario Polidori, de vacaciones cerca de Ginebra, deciden escribir cada uno una historia de terror a ver quién hace la más espeluznante. ¿Es exagerado decir que ese encuentro simboliza un cambio en la evolución del género?
–También estuvo con ellos Matthew Lewis, el autor de El monje, aunque no propiamente en la reunión. En realidad lo único trascendente que salió de ese día fue Frankenstein. Polidori sí hizo El vampiro, pero Byron no terminó su relato, y P.B. Shelley se dedicó a ir en un barquito por ahí. Mary Shelley, por lo visto, estaba en un rincón escuchando, pero los otros la involucraron enseguida.

–Vamos, que aquella velada ha sido mitificada.
–Sí. Pero claro… la reunión no era pequeña, no. Estuvo allí la cumbre del segundo romanticismo inglés. El primero fue el de Wordsworth y Coleridge, que abren el movimiento. Ambos son geniales, sobre todo Wordsworth, que tiene una finura maravillosa y baladas líricas preciosas. Coleridge destaca más como crítico. De hecho, modernizó la crítica en ese momento. Pero también escribe cosas que están muy bien.

–Siguiendo con sus traducciones clave, ¿qué tal fue con M.R. James?
–Ah, estupendo. En su época había una costumbre muy bonita en Inglaterra que consistía en que, por navidad, la gente se regalaba cuentos de fantasmas que escribían ellos mismos. Se puso muy de moda. Y autores consagrados como Dickens publicaban siempre alguno en los periódicos por esas fechas. Entonces los relatos de M.R. James surgen un poco de ahí. Él era decano del Eton College. Y especialista en la Edad Media. Pero le gustaba escribir historias de miedo. Y en navidad las sacaba en la revista de la institución para entretener a sus alumnos. Luego salieron como libro y tuvieron un éxito tremendo.

–¿Disfrutó más con él o con Algernon Blackwood?
–M.R. James es una persona sumamente original, pero marca una distancia entre sí mismo y lo que está contando. Hay una especie de ironía, de sabor jovial… En Algernon Blackwood no. A mí Blackwood es el que más me gusta de todos. Estudia el asunto antes de escribirlo. Te adentra en el relato de manera progresiva. Levanta una atmósfera que a mí me fascina.

–¿Y Dickens?
–Mi experiencia con él es deliciosa. Me encantó traducir la Canción de navidad. Es un relato gracioso, entrañable. Se refleja exactamente la psicología de Dickens, una persona querida por cualquier lector. Es una literatura de buenos y malos. Que destila una ternura especial. Dickens es muy delicado en el tratamiento de las cosas, aunque también muy crítico con determinados aspectos de la vida social del Londres de su época.

–Se le considera el gran autor del realismo inglés, pero sus cuentos de fantasmas son puro derroche de fantasía.
–Sí, sí. Tiene, me parece que son, veintiún relatos fantásticos. Algunos, cumbre. Para mí no hay un cuento de fantasmas que supere El guardavía. Ese relato me deslumbró la primera vez que lo leí y cada vez que lo he vuelto a leer después.

–¿Y qué tal es meterse en Poe?
–¿Poe? Pues muy complicado. Yo le he traducido tres cosas: El relato de Arthur Gordon Pym, para Valdemar, El retrato oval, que me lo pidió Javier Marías para una antología, y justo ahora estoy con El hundimiento de la casa Usher, para Nórdica. Me gusta mucho cómo me está quedando, pero me está haciendo sudar tinta, porque es un autor que tiene una sintaxis complejísima. Y una forma de decir las cosas que no es nada sencilla. Hay frases suyas simplemente imposibles de trasladar al castellano, así que me toca darle mil vueltas a cada palabra y… en fin.

–Así que el traductor no se retira.
–Yo sí quiero retirarme. Con todo lo que he traducido, ¿qué hago yo traduciendo aún más? Pero me siguen llamando.

–¿Aún disfruta con su trabajo?
–Lo disfruto o lo sufro, no sé qué decirte. A mí realmente lo que me apetece ahora es divertirme con las traducciones que hacen otros. O con un texto original. Releer. Me encantaría releer la Eneida. Y las tragedias de los clásicos griegos. Y a Shakespeare. Recorrer de nuevo esos lugares que son como referencias en mi vida.

–Y aun así se pone a traducir los cuatro tomos de un novelón gótico como Los albigenses, de Maturin.
–Hace poco que la entregué, sí. Yo estaba decidido a dejarlo ahí, pero entonces me propusieron El hundimiento de la casa Usher y, como es una joya, pues me he puesto con ella.

–¿Qué libro quiso traducir y no pudo?
–Los relatos de Daphne du Maurier, la autora de Rebeca y de Los pájaros, ambas adaptadas al cine por Hitchcock. A ella le gustaba mucho lo gótico. Escribió unos cuentos de fantasmas estupendos. En concreto tiene uno que me encantó que se titula No mires ahora. Cuando lo leí, me dije: “¡Cómo me gustaría traducirlo!”. Y al final se tradujo al español, sí, pero no fui yo.

–¿Ha tenido la oportunidad de visitar los escenarios que tantas veces ha recreado en sus traducciones?
–Inglaterra la conozco bien. Una vez recorrí toda Gran Bretaña haciendo camping. Y en 1963 fui durante dos meses profesor de español en Londres. Estuvimos a punto de quedarnos a vivir allí. También estuve en Providence, pero no la de Lovecraft, sino en una parte de Canadá que se llama así…

–Debe de ser uno de los pocos traductores españoles a los que los lectores le piden dedicatorias.
–Bah, la gente exagera. Durante mucho tiempo me negué a dedicar libros, porque pensaba que debía ser el autor original quien lo hiciese. Pero, claro, si es Mary Shelley, cómo vas a pedírselo…

El Nobel que se pasó al castellano

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El escritor sudafricano J.M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) pasa largas temporadas en la Argentina, donde realiza actividades en la Universidad de San Martín (allí creo una cátedra Sur–Sur, a la que visitan diversos escritores australianos, neocelandeses, sudafricanos, etc) y participa activamente en la selección de escritores becados por el MALBA. Sin embargo, las cosas van todavía más allá de esto. En la bajada de la entrevista que le realizó Verónica Abdalá, publicada el 29 de mayo pasado en el diario Clarín, se lee: “El escritor escribe en inglés pero una argentina traduce sus libros y ésa se considera la versión original. Aquí explica el porqué y habla de La muerte de Jesús, su última novela, que sale a principios de junio”.

La revolución de J.M. Coetzee,


En lo que él mismo define a Clarín como “el final de su carrera”, el Nobel sudafricano John Maxwell Coetzee elige hacer una última y definitiva apuesta literaria, que es estética pero a la vez política: adopta el español como el idioma del que nacen sus ficciones, que posteriormente se traducen a los demás idiomas, inclusive el inglés. Escribe en inglés, pero hace traducir sus textos y pone la versión en castellano como la lengua madre de sus escritos. Su idilio con este idioma nace de un convencimiento que es al mismo tiempo existencial y filosófico: el inglés se ha apoderado del mundo e impone una perspectiva que, en su opinión, se traduce en una suerte de tiranía ideológica, alejada de una visión plural. Eso es puntualmente, lo que lo lleva a distanciarse.      

“Tengo reservas hacia el inglés a nivel filosófico y político. Estar incluido en un idioma es estar imbuído en su visión del mundo, y cada vez me distancio más de la visión del mundo que propone el idioma inglés”, explica el escritor, cuya lengua de origen es el áfrikans y que el 1° de junio publica en la Argentina su nueva novela, La muerte de Jesús. De los Estados Unidos, donde estudió en su juventud como migrante, se mantiene alejado desde la presidencia de Bush hijo. 

Hace unos años que el poder creciente del inglés lo inquieta y ya no está dispuesto a fomentar su avance "como lengua imperialista global". Esa es la razón por la que –como ya hizo con su anterior libro de relatos, Siete cuentos morales–, prefiere lanzar su nueva obra en castellano. Para eso trabaja con una traductora  argentina, Elena Marengo –Directora de la Maestría en Traducción de la Universidad de Belgrano– exige que no se modifique esa versión enninguna de sus ediciones. Lo que la primera vez pudo leerse como una declaración de intenciones –la adopción del castellano como la lengua de origen de sus libros–, ahora se confirma como una definición de principios. 

Esta vez, el libro será coeditado por su editora argentina, María Soledad Costantini, de la editorial El hilo de Ariadna y por Penguin Random House.

Con La muerte de Jesús, Coetzee –novelista, lingüista, filólogo y matemático, que en 2006 se naturalizó ciudadano de Australia, país donde vive– cerrará una trilogía que arrancó en 2013 con La infancia de Jesús y siguió en 2017 con Los días de Jesús en la escuela

En el primero de estos libros, la lengua española ya cumplía una importante función, aunque desde la trama: un hombre y un niño –David– llegan a una tierra extraña, y descubren que en ella se habla ese idioma y no el inglés. Entonces experimentan lo que la mayoría de inmigrantes: van a tener que adquirir esa nueva lengua "para poder sobrevivir, para preguntar direcciones o buscar empleo, para comprar y vender, para confesar o hacer el amor", en palabras de Coetzee.  

“No hay ningún motivo para que mis libros tengan que salir en inglés”, sostiene ahora el autor. “Primero –explica a Clarín– porque el tipo de inglés que escribo hoy en día, al final de mi carrera, es bastante abstracto y, para emplear una metáfora, desarraigado. Se traduce fácilmente a otros idiomas. Cuando miro la traducción al alemán de uno de mis libros, por ejemplo, no detecto nada 'faltante': no se ha perdido nada en la transición del original en inglés a la traducción al alemán. Segundo, lo digo porque no debo ninguna lealtad particular a las industrias editoriales del mundo de habla inglesa, las industrias basadas en Londres y Nueva York. Mi conjetura es que en el mundo de habla inglesa se me considera como un escritor extranjero con un nombre que suena extranjero, como representante de lo que llaman ‘literatura mundial’. 

Y agrega: “No tengo el tiempo ni el espacio para explorar la difusión del inglés como la lengua de facto de los negocios en todo el mundo y, cada vez más, como la lengua de facto de la academia. Permítanme decir simplemente que, si bien no soy hostil a la idea de lingua franca(NdeR: aquella lengua que tácitamente se adopta como lengua común de entendimiento entre personas que hablan idiomas distintos), el hecho es que cada idioma lleva dentro de sí una cierta visión del mundo, una visión del mundo que sus hablantes nativos dan por sentado: el mundo es como 'El mundo' les parece a través del prisma de su lengua materna. Por razones tanto filosóficas como políticas, estoy a favor de una pluralidad de idiomas y una pluralidad de opiniones del mundo en disputa.”

David, el protagonista del libro a través del  que el Nobel vuelve a mirar el mundo, a esta altura de la trilogía tiene diez años. Es un chico que ha abandonado voluntariamente a sus padres putativos para irse a vivir a un orfanato, y además admira al Quijote. También caerá presa de una enfermedad misteriosa.

“Era rápido mentalmente y hábil con los pies: eso es lo que tú entiendes por excepcional", describe otro de los personajes de esta ficción. "Yo supe que él no pertenecía a este mundo; lo supe desde el momento mismo en que puse mis ojos sobre él. Era como esos pájaros –no recuerdo ahora su nombre– que muy de vez en cuando descienden del cielo para que los meros seres terrestres los veamos, y luego levantan vuelo otra vez para continuar su eterno peregrinar”. 

–¿Cómo es el vínculo del personaje con El Quijote? 
–Cabe decir que David es un fanático de El Quijote. También es posible decir que, habiendo leído El Quijote, a su manera, no ve ninguna razón por la que deba leer cualquier otro libro. A este respecto, sería como aquellas personas que leen la Biblia o el Corán y encuentran suficiente para todas sus necesidades”.

–¿Y el suyo? ¿Qué tiene que ver Cervantes con Coetzee?
–Su gran libro me parece único en el sentido de que inaugura una nueva forma literaria, la novela y, en el mismo movimiento, concluye esa forma al eclipsar a todos sus imitadores y sucesores. No estoy solo entre los escritores en venerar a El Quijote.  

–¿Existe algún tipo de parecido entre este niño, que decide abandonar a su familia, y Elizabeth Costello, ese personaje es un posible alter ego femenino suyo? Ella también manifiesta una aparente dificultad para adaptarse al mundo y expresar pensamientos y emociones que otros no formularían.
–Quizás, David es ciertamente un niño provocador. Aunque me divierte que pienses en Elizabeth Costello como mi alter ego femenino,no me considero un personaje que adopte una actitud provocadora hacia el mundo. Si Elizabeth Costello descendiera del reino donde los personajes de ficción tienen su existencia y entrara en nuestro mundo, no me vería a mí como un personaje de mucho interés. Si ella me incluyera en uno de sus libros yo sería como un personaje secundario, alguien que no se enfrenta al mundo con suficiente rudeza o provocación para ser un héroe.

–¿Hay algo autobiográfico en esta trilogía de Jesús?
–No son en ningún sentido autobiográficos. O mejor dicho, permítame calificar esa afirmación. Son autobiográficos solo en el sentido de que al crear una obra de ficción, el escritor necesariamente recurre a recuerdos y fantasías que no son accesibles para la mente consciente. Si los libros son autobiográficos, lo son inconscientemente
















Por qué no hay que usar el diccionario de la Real Academia, prejuicioso, racista y mal redactado (1)

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pascua.
(Del lat. vulg. pascŭa, este del lat. pascha, este del gr. πάσχα, y este del hebr. pesaḥ, infl. por el lat. pascuum, lugar de pastos, por alus. a la terminación del ayuno).

1. f. Fiesta la más solemne de los hebreos, que celebrabana la mitad de la luna de marzo, en memoria de la libertad del cautiverio de Egipto.

2. f. En la Iglesia católica, fiesta solemne de la Resurrección del Señor, que se celebra el domingo siguiente al plenilunio posterior al 20 de marzo. Oscila entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

3. f. Cada una de las solemnidades del nacimiento de Cristo, del reconocimiento y adoración de los Reyes Magos y de la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico.


4. f. pl. Tiempo desde la Natividad de NuestroSeñor Jesucristo hasta el día de Reyes inclusive.


Observaciones del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
a. en la etimologia aparece pésaj, pero pésaj no está en el DRAE

b. es la primera acepción, pero el uso de imperfecto del indicativo hacer parecer que los “hebreos” hubieran muerto todos. 

c.“nuestro señor”, etcétera. ¿Somos todos católicos? 

Una crónica de la quinta Semana del Libro Argentino en la librería Calders, de Barcelona

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Como es sabido para los lectores habituales de este blog, Andrés Ehrenhaus vive en Barcelona desde hace más de cuarenta años. Sin embargo, viene periódicamente a la Argentina y trae las novedades de allá, porque, además de ser uno de los traductores argentinos más activos de España, es escritor y conoce a sus pares españoles. Hay que decir que, al cabo de cada viaje (que por supuesto incluye varios asados y picados con jugadores siempre más jóvenes que él), vuelve a España con las novedades de acá y las difunde entre sus amigos y conocidos. Ese trajín, y su relación con la Librería Calders de Barcelona, terminó en la organización de una Semana del Libro Argentino, que este año cumplió los primeros cinco de existencia. Y dado que la ciudad invitada a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires fue Barcelona, pareció oportuno realizar un resumen de lo ocurrido en esta quinta edición. Lo que sigue, entonces, son sus comentarios y conclusiones.

Un zapallo en el desierto
Amplio resumen de la 5ª edición
  
Todos los años desde hace 5, la semana de mayo en la que caiga el 25 alberga en el tiempo lo que la Librería Calders de Barcelona en el espacio: un encuentro con el libro argentino. El encuentro, a diferencia del de Ducasse, no es fortuito aunque muchas instancias se empeñen en verlo tan improbable como el de una máquina de coser y un paraguas. El encuentro se parece, més aviat, a un zapallo en el desierto. Como sabemos desde bien chicos, todo zapallo o carbassa puede devenir carroza de princesa, si las condiciones están dadas. ¿Y lo están en Barcelona? Como decía ese gallego avant la lettre que era Heráclito de Éfeso, lo están y no lo están. Lo están porque el hecho-ahí ocurre con meridiana puntualidad y variedad de contenidos e invitados; y no lo están porque la prensa, las instituciones, los intelectuales y el público local en general pasan olímpicamente de la cita.

Tanto más notable es ese pasar olímpico cuanto que esta edición del encuentro estaba dedicada a poner sobre la mesa de disección la presencia de Barcelona como ciudad invitada en la Feria del Libro de Buenos Aires. Las riendas de ese envite estaban, estuvieron en manos de un ser bicéfalo: el Ajuntament de Barcelona (en su área más libresca y cultural) y el Institut Ramon Llull de Promoció de la llengua i cultura catalanes, que fue, de las dos cabezas, la más cabezuda. ¿Por qué así, siendo el Llull una institución de ámbito nacional catalán y la ciudad invitada una ciudad? La respuesta debe buscarse en los entresijos de la complicada política local, atravesada por asuntos que, si bien tienen su fundamento e incluso su origen en cuestiones de lengua y cultura, no necesariamente tienden a dirimirlas sino, vet a saber perquè, a embalsamarlas. Poniéndolo en términos muy toscos y volviendo a Heráclito, Catalunya es y no es España, y Espanyaquiere/desquiere a Cataluña. Y en eso estamos apolillados desde 1714.

Impregnados de esta realidad insoslayable, los voluntaristas y voluntariosos fogoneros de las Semanas del libro argentino en la Calders ponemos lo que hay que poner cada mayo para que lo argento resuene con el eco modesto de un zapallo en el fértil desierto de la indiferencia local. Sí, esta frase tampoco es fortuita. La verdad es que estem fins el gorro. Tal es así que cada año nos preguntamos si vale la pena el esfuerzo; y cada año nos respondemos que sí, que vale la pena, aunque sólo sea porque los encuentros son estimulantes, ricos, sorprendentes, reveladores, amenos, únicos y diversos. Porque en el horizonte de sucesos de la Semana convergen, polemizan, leen, cuentan, se escuchan, se conocen o reencuentran toda clase de personas relacionadas con la producción, difusión o lectura de libros argentinos en España y viceversa. Porque la independencia es total y la libertad de crítica y pensamiento más totales aún. Y porque nos dolería mucho perder un espacio así, sostenido a pulmón y seso, como empanada de pobre. Perder espacios abiertos de intercambio intelectual sería contribuir al tedio y la catatonia que ya nos aletargan las piernas.

Pero no podemos quejarnos en absoluto. Este año, por ejemplo, el Consulado argentino en Barcelona nos obsequió con tres cajas de delicioso malbec y refrescante cabernet blanc. He aquí un hito, por no decir un hit. Y las tradicionales empanadas del Laurel son cualquier cosa menos pobres: a este lado del charco no las hay mejores. También es maravilloso el público, fiel hasta en la inconstancia. Y los participantes, que se lo dejan todo en cada charla. De hecho, los participantes son nuestra gran baza, nuestro capital intelectual más preciado, nuestra caja de Pandora y, por qué no decirlo, nuestro premio. Además, el modelo íntimo de los encuentros desata y destapa una complicidad que cataliza aún más el intercambio. Todos nos sentimos en casa. En casa se conversa mejor. Incluso cuando la gente abarrota la librería, nuestro ánimo es casolà; pero no engañemos a nadie: la mayoría de las charlas se nutren de una audiencia escogida y tenaz. A esos agraciados los esperan jugosas empanadas finales.

Decíamos que esta edición quiso ocuparse de la ida y la vuelta de la expedición metonímica de Barcelona a la Feria del Libro de Buenos Aires. Aprovechamos a tal fin la circunstancia de que Isabel Sucunza, librera de la Calders y un alma máter de la Semana argenta, formó parte de la delegación barcelonesa y de que yo mismo, servidor de ustedes, anduve por la Feria promocionando por mi cuenta y riesgo un libro propio y así pudimos recabar información, comentarios y sensaciones in situ, tanto de visitantes ultramarinos como de ciudadanos locales, y hacernos una idea personal del magno evento. Ya de vuelta, y compactando la semana maya en tres jornadas, propusimos tres mesas de encuentro: #losquenofueron, #loquesevendió, #losquefueron. En la primera participaron varios de los cuentistas compilados por Tatiana Goransky en el libro Barcelona-Buenos Aires, Once mil kilómetros(Trampa Ediciones, Barcelona 2019) que no entraron en la desigual convocatoria por motivos de índole incierta. En esta mesa se habló de las dificultades y alegrías de habitar ámbitos y lenguas que no son exactamente las nuestras y de cómo ese corrimiento afecta la literatura de cada cual; nada que decir de la Feria (porque no habían ido, obvio) y poco de la organización. Nobleza obliga.

La segunda mesa fue, quizás, la más interesante y, como suele ocurrir, la más desatendida. Curioso, porque había autoridades, agentes, editores entre los participantes. También es cierto que llovía, o había llovido el día anterior o llovería al siguiente. Como plato fuerte del menú, la directora de l'àrea de literatura i pensament del Institut Ramon Llull tuvo ocasión de explicar los más y los menos de la presencia catalana en la Feria (cabe decir acá que los responsables municipales de cultura/literatura también estaban convocados, aunque prefirieron declinar nuestra invitación). La valoración oficial del Llull es por demás positiva, sobre optimista incluso. Ahí va en catalán –para que practiquen, traductores– lo que se puede leer en su web bajo el título de “Barcelona seduce en la FIL de Buenos Aires”:

Les diferents activitats literàries celebrades a l’auditori de l’estand deBarcelona –un espai de 200 metres quadrats que ha acumulat elogis pel seu disseny i funcionalitat– han atret 2.000 persones, xifra que representa una ocupació mitjana del 75%. El programa de Barcelona ciutat literària ha permès mostrar a Buenos Aires la literatura que es fa avui a Barcelona. En especial, les noves veus emergents de la ciutat. I ho ha fet de la mà de 32 escriptors i il·lustradors i 32 escriptores i il·lustradores.
En paral·lel a les xerrades, homenatges i diàlegs d’escriptors que s’han celebrat a l’auditori, per la llibreria de l’estand hi han passat milers de visitants. Aquest espai ha comptat amb 10.000 exemplars constituïts per 600 títols diferents provinents de 40 editorials. Els autors més venuts han estat Héctor Lozano (Cuando fuimos los peripatéticos), Paula Bonet (La sed, Roedores i Qué hacer cuando en la pantalla aparece the end) i Mercè Rodoreda (Jardín junto al marLa plaza del diamante i La calle de las camelias). Destacar que s’han esgotat els 40 diccionaris de català que han viatjat fins a Buenos Aires. Tots els llibres que no s’han venut es donaran a les biblioteques de la capital argentina.  Al llarg d’aquests dies també s’ha desplegat un ambiciós programa professional amb l’objectiu de promocionar els autors de la ciutat, potenciar les traduccions al castellà d’originals catalans i donar suport a les editorials barcelonines per millorar i tenir distribució a l’Argentina i a la resta de Llatinoamèrica. En aquest sentit destacar que més de 30 editorials catalanes han participat de les jornades professionals de la Feria del Libro i que s’han realitzat 60 reunions amb editors argentins. 

Etc. Fuera cual fuese el correlato con la realidad, lo cierto es que la directiva del Llull disculpó de antemano los posibles errores de las instituciones a cargo con un curioso y paradójico argumento: si acaso hubo errores (y a buen seguro los hubo), para ellos era esencial que no se debieran nunca a cuestiones de índole política sino siempre a pifias involuntarias hechas en nombre de la cultura, la lengua, la literatura, el arte. ¿Ingenuidad programática? ¿Cola de paja institucional? ¿Busque usted el pleonasmo oculto? Porque pocas cosas son más políticas que la lengua y la cultura, ¿verdad?, salvo, quizás, la ilusión de apoliticidad. De nuevo, la clave de esta paradoja es interna y tiene más que ver con la difícil relación entre Ajuntament de Barcelona y Generalitat de Catalunya y el [des]equilibrio de competencias, y no con la casi inexistente relación de lo catalán-hoy con lo argentino-ahí. Una lectura rápida del párrafo citado da buena cuenta de los supuestos logros de la misión apolítica: el stand en cifras, bastante bajas en relación a la circulación básica de público de la FIL, incluso en un año de vacas famélicas como éste; la paridad de género (32 vs. 32); las ventas de libros, sin cifras ni valoración cualitativa, y de los 40 diccionarios con que venía pertrechada la expedición (wow!); y la potenciación del programa de extraducción, también sin cifras (se vendieron 2 obras, y ni siquiera en esta feria sino en la anterior, la de Guadalajara). Respecto de este último punto destaca la absoluta ignorancia por parte de la delegación visitante de la contraparte local en la promoción y apoyo de extraducciones, el Programa Sur. Destaca pero no sorprende: ellos fueron a verse, no a vernos. Y se vieron.

En la tercera y última mesa, la de #losquefueron, había de todo pero en porciones cortas–para qué exagerar. De los cuatro invitados, dos eran muy críticos, uno crítico con reservas y condescendiente el restante. Al menos, de partida. Muy pronto se desmontaron los argumentos triunfalistas y la visión endogámica de una delegación tan nutrida como encantada de conocerse. Tampoco era difícil. Quien más quien menos contó pormenores y desaciertos, encuentros y desencuentros, servidumbres y consuelos. La mayoría coincidió en un aspecto crucial: esa megadelegación de 32+32 se sintió, salvo casos aislados e idiosincráticos (Silvia Pérez Cruz, por ejemplo, fue a cantar para su público, que lo tiene; Pilar Rahola fue a hacer bardo en los medios, que la bancan), intrínsecamente desaprovechada. Las charlas eran desparejas –lo que contrasta con la obsesión llullística de emparejar las charlas– y a veces inoportunamente programadas (Xavi Ayén, el autor de Aquellos años del boom, vio su audiencia reducida prácticamente a la nada al coincidir con la presentación del libro de CFK), y casi nunca se relacionaba in situ al ponente con sus libros.

Pero la crítica más feroz recayó en el antes, no en el durante o el después. Porque muchos de los que fueron, habían sido llamados antes para asesorar a los funcionarios, cosa que hicieron con entusiasmo y abundancia de información y contactos. No en vano viven, vivimos en Barcelona y alrededores muchos argentinos y desde hace muchos años, así como muchos catalanes que mantienen una intensa relación con Buenos Aires y Argentina, de modo que había mucho material del que echar mano; por decirlo en términos empresariales, recursos humanos no faltaban, en ninguna de las dos orillas. Sin embargo, se desaprovecharon o se aprovecharon torpe e ineficazmente, se desoyeron las propuestas, se ignoraron las conexiones reales, activas, productivas. Como muestra, un betún: existe un genuino interés en las universidades argentinas por la literatura y la lengua catalanas, y un conocimiento más profundo del que a simple vista podría suponerse; no obstante, las instancias organizativas de la delegación desecharon todos los contactos académicos propuestos por considerarlos apriorísticamente soporíferos, presuponiendo que la vitalidad universitaria argentina es equivalente a la abulia de la española y, por extensión, catalana. Así, paradójicamente una vez más, el comportamiento que desde Catalunya se le afea al estado central opresor (esa imposición poscolonial de roles basados siempre en la realidad interna y nunca en la observación e internalización del Otro) es el mismo que se aplica en tierras ultramarinas cuando a quienes les toca visitar la Indias es a los catalanes.

El corolario de la mesa que cerró la Semana queda patente una de las frases que resonaron entre las pacientes paredes de la librería Calders: “¡Vinieron a mostrar sus espejitos de colores en un país donde hasta el último indio sabe quién es Lacan!”. No les interesó si el Programa Sur ni los investigadores argentinos de lo catalán ni las numerosas editoriales íntegramente independientes que rodeaban el stand de Barcelona (del que no hemos dicho nada, porque mucho más indigno era el argentino en la Feria del Libro de Bogotá) ni la recepción real del público local ni la historia viva del trasiego entre Buenos Aires y Barcelona, sobre todo a partir del golpe militar de 1976 y los años negros de la dictadura. Fueron, vieron, vendieron (poco). Ni siquiera se enteraron de que a su invitada más mediática, la ya mencionada Rahola, alguien del público le gritó cuando aventó en la Feria su crítica política a que se hiciera uso político de la Feria (en referencia a la presentación del libro de la también citada CFK): “¡Dale, gallega, volvé a Madrid!” [sic]. Y el Llull habla de seducción y éxito…

Seducción y éxito clamoroso que obtuvieron, en cambio, las empanadas y el vino con que la Semana agasajó a los concurrentes, con la promesa de que, el año que viene, volveremos a poner el hombro para mantener vivito y coleando nuestro zapallo en el desierto. Visca la Setmana del Llibre Argentí a la Calders!

"Una voz que es mitad tú y mitad alguien más"

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El 1 de diciembre de 2018, la escritora, periodista y traductora mexicana Lorea Canales publicó en la revista Letras Libres el siguiente artículo que vuelve a discutir la visibilidad y la invisibilidad del traductor, apoyándose en las opiniones de varios traductores ilustres.

El pequeño arte de traducir

“Este pequeño arte”, así llamó Helen Lowe-Porter a la traducción. Pero decir this little art no es necesariamente lo mismo que decir este pequeño arte. El calificativo little, el diminutivo little, no se usa en este caso para acotar el tamaño del arte, sino su importancia. This little thing, esta cosilla inconsecuente, este artecillo humilde; aquí little no es diminutivo sino peyorativo. Pero no, Lowe-Porter no dijo eso. La traducción, sobre todo en sus errores, puede ser monumentalmente importante.

Kate Briggs, traductora del teórico francés Roland Barthes, publicó un ensayo con ese nombre, This little art, en el que habla de Helen Lowe-Porter y su traducción al inglés de la obra de Thomas Mann, en particular de su libro La montaña mágica (1927). Lowe-Porter, una señora, casada, madre de tres hijos, no fue la traductora que Mann eligió –ese traductor se tiró por la ventana, dejando a Mann desprovisto–. Fue la traductora que Mann tuvo a la mano, la que se ofreció a hacer el trabajo porque quería ocupar su mente en algo. Lowe-Porter se lamentaba de no tener un conocimiento suficientemente pulido del alemán. Él hubiese preferido a un hombre. Con todo, se convirtió en su traductora oficial y sus versiones al inglés se vendieron por millones.

Años más tarde, sus esfuerzos se han puesto en entredicho por tener errores considerados elementales. Sin embargo, sus traducciones continúan siendo las más leídas.

A propósito, Briggs se pregunta: ¿Qué es la traducción? ¿A quién leemos cuando leemos a Mann en inglés? ¿Qué es lo que hace el traductor? ¿Por qué hasta hace muy poco no se incluía el nombre del traductor en la portada y aun ahora muchas editoriales lo omiten como si Dostoyevski nos llegara directo al español? Briggs argumenta, muy influida por su trabajo con Barthes, que el texto pasa por el cuerpo del traductor, que ella aporta a la traducción sus experiencias, saberes y afectos.

¿Qué se pierde con la traducción? ¿Qué se gana?

En un artículo publicado en El País, la nueva traductora de Mann, Isabel García Adánez, quien en el 2005 tradujo La montaña mágica directamente del alemán, opina que “el traductor ha de ser invisible”. Briggs argumenta lo opuesto, no existe el susodicho traductor oculto. En las versiones al español, con frecuencia podemos escuchar el origen del traductor. Si se hizo desde México, España o Argentina, te podrán dar una cachetada, una hostia o una bofetada.

Por su parte, Emily Wilson, la primera mujer que tradujo la Odisea del griego antiguo al inglés, considera que su traducción difiere de las anteriores no solo por su uso de la métrica y por elegir un inglés más accesible, sino porque hace énfasis en que algunas mujeres eran esclavas y no simplemente “sirvientes” o “putas”, como son tratadas por otros traductores menos sensibles al hecho de que estas mujeres no tenían opciones. Además, pone el énfasis en el dolor de las víctimas y no solo en los vencedores, como han hecho otros.

En su cuenta de Twitter, Wilson presenta sus decisiones y encrucijadas. Por ejemplo, cómo traducir la palabra pertho, que los diccionarios dicen es saquear, destrozar, robar, estropear. “Waste, ravage, sack, take, plunder...” A ella estos términos le parecen arcaicos o románticos, y considera que no hay razón para pensar que en griego antiguo sonaran así, porque describen una acción violenta, que también puede significar matar.

Tanto Wilson como Briggs son traductoras que han salido de la invisibilidad, que buscan hacer manifiesto su trabajo, más debatible y a la vez más responsable. Porque si no sabemos quién es el traductor, ni sabemos de qué idioma se traduce, ni sabemos de dónde viene, ¿cómo podemos reprochar sus decisiones?

El libro de Briggs recibió una crítica feroz por parte de Benjamin Moser en el New York Times. Él interpretó que al mencionar a Lowe-Porter, Briggs estaba justificando sus errores. Y al decir que la traducción era un arte, Briggs le estaba quitando su componente de objetividad. Él prefería ver la traducción no como algo subjetivo, sino exacto. Al día siguiente, una carta firmada por los más reconocidos traductores de lengua inglesa (Susan Bernofsky, Lydia Davis, John Keene y Emily Wilson, entre otros), publicada como réplica en el mismo Times, defendió el ensayo de Briggs.

En el mundo de la traducción anglosajona, fue el equivalente a un grito de guerra, el comienzo de una revolución que exige que los traductores sean reconocidos y recompensados, que pide sacarlos del anonimato y valorar su trabajo.

“Trabajas y trabajas y trabajas”, escribió Emily Wilson en su cuenta de Twitter, “y ahora hay algo que no existía antes, con una voz que no es la tuya, tú no la hiciste, es mitad tú y mitad alguien más, es toda de alguien más, y tú rezas porque viva, sea lo que sea que haya resultado”. 

Seguimos con la invisibilidad del traductor

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Ian Barnett, Carlos Gamerro y Fernando Fagnani
El pasado 9 de mayo, en el marco de la XVII Jornada de Derecho de Autor en el Mundo Editorial, que tuvo lugar en la 45ª. Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, CADRA organizó una mesa redonda dedicada al tema “El escritor, un escritor invisible”, que fue coordinada por Julia Benseñor, con la participación de Carlos Gamerro, Ian Barnett y Fernando Fagnani. Lo que sigue es un breve resumen de la mesa y un mensaje en video de cada uno de los participantes traductores.

Los traductores tuvieron
su lugar de debate en la jornada

En la mesa a continuación, titulada “El traductor, ¿un escritor invisible?” se debatió sobre el rol del traductor, una figura central en el campo editorial, que muchas veces queda invisibilizada. Y a esto se refirieron los expositores: en este caso, el inglés residente en Buenos Aires, Ian Barnett, quien traduce a distintos autores argentinos para el mercado angloparlante. Sostuvo: "Un traductor comparte los mismos recursos y las mismas técnicas que un autor. Es un escritor como cualquier otro, no de textos originales; pero lo que sí puedo decir es que no es un escritor invisible. Los traductores literarios están muy visibles: los que no los ven son los lectores”. Al mismo tiempo, aseguró: “Sin el trabajo de CADRA, nos quedamos sin recursos para defender nuestro propio trabajo”.

También participó el autor, ensayista y traductor Carlos Gamerro, quien ofició de traductor de obras de Graham Greene, Harold Bloom y William Shakespeare. Gamerro se refirió a la importancia del trabajo del traductor como autor dando cuenta de que, por ejemplo, cuando alguien lee Respiración artificial, de Ricardo Piglia, en inglés, de tan buen trabajo realizado, parece escrita por el traductor.


Por último, el editor Fernando Fagnani, de Edhasa, se refirió a una tradición sudamericana de no hacer visible al traductor. “En Amazon, siempre aparecen los dos: autor y traductor. Acá se celebra solo al traductor cuando es autor, es decir, cuando su actividad principal no es la de ser traductor”. Moderó la mesa, la traductora literaria y técnico-científica, Julia Benseñor, miembro de la Comisión Directiva de CADRA, co-fundadora del Club de traductores e integrante de AATI.

Quienes deseen ver la introducción a esa charla, con comentarios de Julia Benseñor, Ian Barnett y Carlos Gamerro, pueden hacerlo en los siguientes vínculos:


Ian Barnett

Carlos Gamerro
https://www.youtube.com/watch?v=DhYfmIS9mTU&list=PLHMosKO68CBeljPR_8osgDkmIjmBIk32-&index=7

Bernardo Domínguez Cereceres, dueño de la editorial Malpaso, es un tipo taimado, grosero e impresentable que no paga a sus traductores

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A pesar de la ausencia de muestras de interés sobre la situación de sus pares latinoamericanos por parte de  los traductores españoles, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires se solidariza con los colegas peninsulares e informa a toda Latinoamérica sobre la calaña del empresario mexicano Bernardo Domínguez Cereceres, que a la fecha no honra sus deudas y opta por contar el hilo por lo más fino, humillando a quienes trabajaron para su editorial. 

En la entrada correspondiente al 13 de septiembre de 2018 este blog ya se ocupó de Domínguez Cereceres y sus chanchullos en España, con las consecuencias del caso en la editorial Malpaso, que es de su propiedad.

El tipo, sin embargo, sigue jodiendo. Acá muestra la hilacha profundamente con su reacción grosera y mezquina ante el reclamo de pago de la traductora Ana Flecha, excolaboradora del sello a la que éste adeuda unos 4.000 euros por trabajos realizados en 2017.

Quienes estén interesados en este culebrón mexicano, digno del tramposo que argumenta para no pagar que hubo libros que no fueron buenas inversiones, no tienen más seguir la sucesión de intercambios de twitter, notas sobre Malpaso en la prensa española, la reacción de ACE Traductores y la de Malpaso.


Intercambio de twitter:

Notas a propósito de Malpaso




Reacción de ACE Traductores

Reacción de Malpaso
https://twitter.com/BDweekly/status/1136283501211377671

Por qué no hay que usar el diccionario de la Real Academia, prejuicioso, racista y mal redactado (2)

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Que en un ataque de demagogia quienes redactaron el Diccionario de la Real Academia hayan decidido la inclusión de voces como “uisqui” (por whisky) o “toballa” (por toalla) ya parece chiste. Ahora, que no incluyan palabras de uso mucho más común y extendido, es una prueba de imbecilidad que da cuenta de lo poco que conocen el castellano allende los mares. 

Tómese por caso “desparejo”, que el Oxford Living Dictionary de castellano y el Gran Diccionario de la Lengua Española de Larousse definen, respectivamente, así:

desparejo
Adjetivo
Oxford: Que es distinto a otra cosa con la que forma pareja o le corresponde ser igual.
Ej.: el cansancio de los jugadores determinó un rendimiento muy desparejo frente al equipo boliviano

Larousse: Que es desigual o diferente 
Ej.: hoy su opinión es despareja a la de ayer

Ahora bien, “desparejo”, en el DRAE, no consta. Habrá que buscar entonces “disparejo”, que se define así:

DRAE: disparejo, ja
adj. dispar.

Suponiendo que uno quisiera mayores precisiones, va a encontrar que “dispar” se define de este modo:

Del lat. dispar, -ăris.
adj. Desigual, diferente.

La única mención a “desparejo”, que se usa en casi toda Latinomérica se encuentra apenas en una de ésas respuestas que la RAE da por twitter, pero no en el DRAE. Ante la consulta de un usuario, le informan:

Con el sentido de “dispar” ('desigual, diferente') son igualmente válidos los adjetivos «desparejo» y «disparejo».

Entonces, si son igualmente válidas ambas formas, ¿por qué “desparejo”, que se usa de este lado del Atlántico, no consta en el diccionario de la Real Academia? Para ser generosos, supongamos que se trata de una nueva demostración de incoherencia.

Un informe lapidario sobre la industria editorial

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“Apoyado en cifras contundentes de caída de ediciones, cierre de librerías, pérdida de puestos de trabajo y retiro del apoyo estatal, el Fahrenheit criollo del Observatorio Universitario de Buenos Aires concluyó que ‘esta tal vez sea la crisis más prolongada, alcanzando ribetes estructurales por su extensión en el tiempo’”. Así dice la bajada del artículo que publicó Silvina Frieraen Página 12, el sábado 8 de junio de este año.

El Fahrenheit de Cambiemos

Los libros están considerados como un arma peligrosa en Fahrenheit 451, la distopía que Ray Bradbury escribió en los años cincuenta del siglo pasado, preocupado por la ruina que estaba provocando el macartismo en la sociedad estadounidense. ¿Quién escribirá nuestro Fahrenheit en estos tiempos de sistemática destrucción, orquestada por la política económica de Cambiemos, si es que no hay una escritora o escritor que ya lo está haciendo después de cuatro años de debacle del libro argentino? “Editoriales, libreros y cámaras de la industria editorial argentina confirmaron en los primeros meses de 2019 su peor crisis histórica agravada por los millones de volúmenes perdidos y por la generación de verdaderos daños estructurales”, plantea un informe difundido por el Observatorio Universitario de Buenos Aires (OUBA), que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), titulado Fahrenheit criollo.

“La caída editorial argentina desde 2016 registró, con la combinación explosiva de retracción del consumo generalizada a nivel nacional, inflación acumulada superior al 200% y devaluación persistente, una baja de ventas de al menos 36%, así como la pérdida de cerca del 35% de puestos de trabajo directos e indirectos y el cierre de decenas de librerías, con problemas de ventas”, añade el documento. “El sector atravesó varios momentos severos de crisis a lo largo de su desarrollo, que posiblemente no puedan ser estrictamente comparables entre sí por circunstancias históricas y puntuales, pero sí podemos decir que esta tal vez sea la crisis más prolongada alcanzando ribetes estructurales por su extensión en el tiempo”, advirtió Diana Segovia, gerenta de la CAL (Cámara Argentina del Libro), una de las entidades más representativas del sector. “Estamos con la mitad del mercado de producción de la primera tirada en relación al año 2015. Se pierden lectores y después es muy difícil recuperarlos, además estos tiempos propician el auge de la piratería en especial en formatos digitales de distinto tipo con perjuicios para la industria”, explicó Segovia.

Esta pérdida de lectores se manifiesta en un dato: el promedio anual de lectura pasó de tres libros por habitante en 2013 a 1,5 en 2017, según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales. En el marco recesivo argentino desde la asunción del gobierno de Mauricio Macri en diciembre de 2015, el sector editorial fue uno de los primeros en sufrir graves pérdidas, dos años antes que otros sectores como electrodomésticos, textiles, calzados y automóviles. “El vértigo de la debacle” se expresa ante la cantidad de ejemplares que se imprimieron de enero a octubre de 2018: 36.320.000 millones de ejemplares, comparado con el récord histórico absoluto de 128.900.000 millones en 2014. “En lo que va de 2019 se generaron 22,6 millones de ejemplares. Esto muestra una pérdida de un cuarto de tirada promedio para la edición general argentina”, dijo Adrián Vila, especialista en Políticas Editoriales de la UBA. También la producción de ejemplares del Sector Editorial Comercial (SEC) se desploma desde 2016 y el año pasado fue de cerca de ocho millones de ejemplares menos. El panorama se torna más dramático cuando se desglosa la pérdida de puestos de trabajo, que hasta el mes de febrero de este año implicó una caída directa de al menos 20 por ciento de trabajadores, a lo que debe sumarse la desocupación indirecta ligada a la falta de tareas para correctores, diagramadores, traductores y otros oficios que participan externamente en la producción de libros, que suma al menos 15 por ciento. En la industria gráfica se perdieron más de cinco mil puestos de trabajo entre 2016 y 2018.

El informe del OUBA alerta sobre el impacto de la deserción del Estado macrista. “Los incentivos a la producción y la compra estatal de libros, por licitación, se dejaron de lado, tras tomar impulso con la sanción, en 2006, durante el gobierno de Néstor Kirchner, de la Ley de Educación Nacional, en la que los libros se concibieron como material de promoción de lectura en escuelas públicas de los niveles inicial, primario y secundario y llegaban gratis a los alumnos. Alberto Sileoni, que se desempeñó como ministro de Educación entre 2009 y 2015 durante las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner, promovió la compra, también por licitación, y con la misma finalidad de promoción de la lectura, de autores nacionales. Por otra parte la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), conformada por casi dos mil bibliotecas y 30 mil voluntarios en toda Argentina, contribuyó asimismo a la promoción de la lectura. Una estadística oficial muestra con claridad el cambio de situación con la asunción del gobierno de Macri: de 1150 millones de pesos en 2015, en el renglón de compras estatales de libros, se pasó a erogar sólo 100 millones de pesos en 2016”, compara el Fahrenheit criollo.

El drama en sordina de las librerías crece. Según cifras de la CAL, desde 2016 se cerraron 35 pequeñas librerías en el país y otras 30 liquidaron sucursales, fueron absorbidas por cadenas o redujeron espacios y personal. Para el librero Ecequiel Leder Kremer, responsable de Librería Hernández, las cifras de cierres hasta el mes de mayo de este año son casi el doble a las estimadas en el último informe de la CAL, de acuerdo con mediciones propias que llevan adelante entre representantes de librerías. “Nuestros relevamientos en el sector nos indican al menos los cierres de 56 puntos de venta si agregamos las seis sucursales de la cadena Distal que se contabilizaron a principios de mayo de este año”, precisó Leder Kremer. “Los grandes grupos editoriales dominan una porción vastísima del mercado, mientras que las editoriales medianas, pequeñas e independientes se disputan una porción muy pequeña. Este rasgo estructural que acompaña el movimiento de la industria editorial a nivel global, solamente puede ser modificado por medio de regulaciones del Estado, que no es precisamente el concepto que tiene hoy la política hegemónica”, subrayó el vicedecano de la Facultad de Filosofía, Américo Cristófalo. “Estamos ante una crisis incomparable, ni durante las dictaduras ni en la década menemista de los 90, que marcó el inicio de la concentración de la industria editorial argentina, se verificó un panorama tan desolador”, reconoció Cristófalo.

El informe –que pondera el proyecto parlamentario presentado por el diputado nacional Daniel Filmus para la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA)– señala que la vida del libro argentino “requiere políticas urgentes de reparación y de recuperación activa”. De cara a las próximas elecciones, el Fahrenheit criollo concluye: “Entre distintos actores del mundo editorial circula la convicción generalizada de que un período de cuatro años más en estas condiciones va a significar un golpe de gracia letal para la industria cultural tal como la conocemos hasta el momento”.

Una entrevista con Sylvia Molloy

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“Semanas atrás, la autora de Desarticulaciones y Citas de lectura pasó por Buenos Aires. En charla con Infobae habló sobre sus libros, cuestionó a quienes pretenden sepultar una obra cuando hay acusaciones a su autor, elogió el ímpetu juvenil del movimiento de mujeres, recordó una anécdota poco conocida de Borges y habló sobre el futuro de la lengua. ‘Recurriré a frases medio pesadas como decir ‘ellas y ellos’, pero no sé si voy a decir ‘todes’ o usar la ‘x’, me cuesta mucho’, dijo”. Tal es la bajada de la entrevista que Hinde Pomeraniec tuvo con Sylvia Molloy, publicada en Cultura InfoBAE el 8 de junio pasado.


“No me parece muy realista pensar
que el lenguaje va a cambiar
por el uso del lenguaje inclusivo”

Es tarde de feriado y siesta en los alrededores del Jardín Botánico. Sylvia Molloy (1938) llega a la confitería de la esquina de Santa Fe y República Árabe Siria a  paso lento: una caída, un golpe, una rodilla lastimada semanas atrás; de eso habla mientras apoya el bastón en una silla y se acomoda en otra, dispuesta a iniciar la conversación. Se la ve animada, charla con gusto y ríe, ríe seguido ante alguno de sus propios comentarios o en calidad de gentil respuesta a los dichos de su interlocutor. Es tan importante su obra, es tan influyente su modo de leer y de producir lecturas y escritura, que sentarse a conversar con ella es para cualquier periodista cultural una ambición desmesurada que incluye la pretensión de obtener todas las respuestas posibles sobre literatura, crítica, la vida académica y temas vinculados a las cuestiones de género.

(Naturalmente, mi caso no fue la excepción).

Molloy es una lectora exquisita y una escritora tan sutil como inclasificable. Su nombre trascendió la crítica y la academia con novelas como En breve cárcel y El común olvido a las que siguieron el libro de relatos Varia imaginación y nouvelles como Desarticulaciones Vivir entre lenguas, sin por ello dejar de producir textos críticos como Las letras de BorgesPoses de fin de siglo: desbordes del género en la modernidad o Acto de presencia: la escritura autobiográfica en HispanoaméricaComo puede verse, se trata de una obra marcada por la alternancia entre la ficción y el ensayo en lo que es una característica de su estilo, como lo es la construcción de textos breves y luminosos, entre los que se cuenta Citas de lectura, una delicada memoria de su vida como lectora.

Sylvia Molloy vivió desde muy temprano fuera de la Argentina, primero en Francia -donde se doctoró en Literatura Comparada en la Sorbona- y luego en Estados Unidos, donde desarrolló una impresionante carrera como docente universitaria. Enseñó en Yale, en la Universidad de Nueva York y en Princeton: en esta última universidad fue en 1974 la primera mujer que consiguió acceder a un puesto como titular. Crítica y escritora prestigiosa, pionera en los estudios LGTB, Molloy vive en Nueva York aunque, ya retirada, viaja seguido a su casa en la costa del Atlántico y también viene con relativa frecuencia a Buenos Aires.

Infobae Cultura la entrevistó hace algunas semanas. En esa charla, que se reproduce a continuación, habló sobre sus libros, sobre el lenguaje inclusivo, hizo críticas al sistema de cuotas en la universidad y también cuestionó a quienes pretenden sepultar una obra cuando hay acusaciones a su autor de por medio. Más allá de algunas observaciones puntuales, Molloy elogió el ímpetu juvenil del actual movimiento de mujeres y recordó una anécdota sorprendente y poco conocida de Borges durante los años 60, ocurrida en una tienda por departamentos cercana a las cataratas del Niágara.

–Tu hermana y vos se fueron muy jóvenes a vivir a otro país…
–Sí, nos fuimos las dos a vivir afuera pero fue un poco por casualidad, no es que nos fuéramos de la casa. Yo fui a estudiar a Francia, después volví para terminar la tesis de la Sorbona aquí, con la idea de volver a Francia. Mientras estuve aquí de vuelta traté de conseguir trabajo en la Universidad. Era una época tremenda porque tenías que dar reválidas.

–¿De qué año hablamos?
– Estamos hablando del año 63, 64. Y entonces tenías que dar reválida de un montón de materias y me decían las empleadas de la Facultad: “Usted tiene que dar la reválida porque, por ejemplo, no ha cursado Lengua Francesa”. Y yo decía: “Bueno, pero en Francia se habla francés, las clases son en francés así que se asume que todo el mundo habla francés.” “Bueno, pero igual no está en el programa.” Yo empecé así, tenía que rendir como diecisiete materias adicionales. Y entonces pensé no, acá no, esto no, voy a tener que conseguir trabajo de otra cosa. Y de hecho enseñé durante un par de años en la Alianza Francesa. Pero bueno, terminé la tesis, me fui a defenderla a París y en esa época los Estados Unidos buscaban mano de obra. Qué ironía… con lo que está pasando ahora, ¿no? Buscaban gente porque había muchas universidades nuevas y habían puesto una en un lugar que se llama Buffalo, Nueva York, que yo, con mi ignorancia geográfica, supuse que era como decir Villa Crespo, Buenos Aires. Y no era así, era una ciudad cerca de las cataratas del Niágara, donde hacía un frío espantoso, tenías nieve ocho meses por año, pero bueno.

–¿Te instalaste sola?
–Me instalé sola. Había otra argentina por casualidad así que nos hicimos amigas. Y era un lugar, en ese momento, muy dinámico porque tenían plata y pagaban bien. Y además traían a mucha gente de afuera. El intercambio era espléndido ahí. Ahí por primera vez oí hablar a Foucault, a Derrida. Lo invitaron a Borges una vez.

–¿Ahí lo conociste o ya lo conocías?
– Ya lo conocía de haberlo visto en la Biblioteca Nacional, muchos años antes, pero ahí lo conocí mejor. Lo había leído además. Y además me pusieron a cargo de las diversiones.

–Eras algo así como su chaperona.
–Más o menos, porque estaba la mujer también, así que ella era la chaperona. Pero yo era la que lo llevaba de aquí para allá, lo llevaba a pasear. Ahí pasó una cosa muy curiosa que en algún he contado pero que es fiel. A Borges lo llevé a las cataratas del Niágara y Borges decía en el viaje mientras íbamos, estaba como a una hora de distancia, y Borges decía: “Qué absurdo que haya un poema que comience 'Oh, poderoso Niágara' (N. de la R. Se refiere a la Oda al Niágara”, del cubano José María Heredia) cuando la palabra Niágara ya encierra en sí la noción de poder”. Y la mujer muda, ahí al lado. Bueno, entonces paramos en un lugar porque yo quería que Borges oyera las cataratas, por lo menos. Así que desde arriba, la mujer también pudo oír y ver y cuando vio las cataratas, ¿qué es lo que dice?: “Qué poderoso, ¿no?”.

–Hay una anécdota con Eleanor Roosevelt, cuentan que cuando vino a la Argentina, viendo las Cataratas del Iguazú dijo: “Poor Niagara”…
–Puede ser. Seguramente tenía sentido del humor. Mientras que Elsa Astete no tenía sentido del humor (risas). En cambio, lo que tenía eran unas ganas de comprar cosas… Entonces decía todo el tiempo: “¿No hay una tienda?” “¿No hay una tienda?” Y le digo: “Sí, hay un Woolworth”.

–¿Vos estabas en tu auto?
– Sí. Entonces entramos al Woolworth ése de morondanga, de Niagara Falls, y ella dice: “Bueno, yo voy para atrás para ver lo que hay, ustedes quédense aquí.” Y nos estaciona literalmente al lado de un mostrador y ella se va para ver qué hay. Claro, yo me doy cuenta pero Borges no se da cuenta de dónde está. Yo me doy cuenta de que estamos en la sección de ropa interior de mujer y que estamos parados al lado de unos canastos llenos de bombachas. Y entonces pensaba: soy la única persona en el mundo en este momento que sabe esto. Nadie me va a creer que estamos…

–En medio del Reino de la Bombacha.
–Siiii… hablando de literatura en el reino de la bombacha. Fue muy gracioso. Pero todo eso para decirte que venía mucha gente a la universidad, así que era un buen lugar. Y ahí empezó mi vida en Estados Unidos. Una de las cosas que me empeñé en averiguar, porque me hicieron un contrato de 3 años y yo dije “bueno, ¿qué pasa si yo me quiero ir al segundo año?, ¿me obligan a quedarme los tres años? Porque pensaba que a lo mejor a los dos años me volvía, y resulta que me quedé toda la vida. Pero no en Buffalo.

–A partir de ese momento con Borges iniciás un vínculo más personal y profesional. Eso te acerca a un escritor y a una persona, algo que a veces uno trata de separar, pero se hace difícil ¿no?
– Sí, sí, sí.

–¿Cómo se hace para poder tomar distancia de la persona cuando uno admira la obra de un autor?
–Yo supongo que, por empezar, no verlos demasiado a menudo, ¿no? Que no se transformen en… Digo, que haya siempre en uno esa noción de que está percibiendo a un escritor pero también está percibiendo una literatura, que surge de esa persona. No sé, está esa idea de cuando te dicen: “Borges el hombre”, o “sabemos cómo era el escritor pero cómo era el hombre”. No dividamos, el hombre es el escritor y el escritor es el hombre.

–Esta distinción es importante en estos momentos, cuando se están rediscutiendo algunas obras de autores, cineastas, artistas en general porque son denunciados o acusados por abusos sexuales y violencia, por lo que muchos intentan sepultar una obra en función de eso. ¿Qué pensás? ¿Es un exceso de corrección política?
–Para mí el ser humano es un compuesto y hay que tomar en cuenta todo lo que compone a esa persona, no ver a la persona a través de un acto… No sé, me parece empobrecedor. No sé, más temprano te dije que el hombre es su obra o el escritor es su obra y la obra es el escritor, lo cual no impide que en la realidad haya un sujeto humano, hombre o mujer, y haya una serie de libros del otro lado, ¿no? Es decir, se comunican y se identifican hasta cierto punto pero a mí me parece un error sacrificar una obra buscando imponer un castigo sobre el individuo.

–¿Porque en realidad nos estaríamos castigando nosotros prescindiendo de la obra?
– Absolutamente, absolutamente.

–Es lo que pasa cuando intentan descolgar cuadros en algunos museos o sacar ciertos libros de las bibliotecas.
–Sí, sí, yo creo que eso es tener una mirada muy estrecha y finalmente muy pobre, muy empobrecedora.

–¿Qué pensás de lo que pasa en algunas universidades en las que están cambiando los programas de ciertas materias en función de, por ejemplo, la ausencia de representación de las minorías? ¿Cómo se evalúa, cómo se hace para ser justo y equitativo en relación con los derechos humanos, los derechos civiles y sostener a la vez los criterios estéticos o artísticos?
–Yo creo que no podés; uno siempre peca o por un lado o por el otro. O sea que de alguna manera eso te está diciendo que ese acercamiento no está funcionando bien. Creo que sí es importante abrir la cultura a múltiples lectores y también promover textos que nos abran las puertas a nosotros como lectores sobre realidades que no conocíamos o que conocíamos mal. Pero lo que me fastidia es el sistema de las cuotas. Bueno, si hay un negro, o si hay un marrón, entonces estamos bien, pero si no hay… Y eso lo hablaba con una amiga más temprano, ese criterio de “yo como minoría…” Que las minorías necesitan representación siempre, no importa cuán tenue sea la minoría o la diferencia. Y me parece que ahí se complica mucho el asunto porque hay, por un lado, un criterio de representatividad y por el otro un criterio de que se le está adjudicando al grupo un poder, ¿verdad? Les está diciendo “bueno, ustedes no quieren representarme, o no quieren incluirme”. Hay algo positivo que impulsa esto pero muy pronto se transforma en algo no productivo. No productivo para nadie porque ser el único estudiante negro en una clase de treinta blancos… Es decir, teóricamente, es incluir al estudiante negro en una realidad distinta y donde representa. ¿Pero qué es lo que representa? ¿Se representa a sí mismo, representa otra raza, representa solucionar una injusticia? Es atribuirle una carga simbólica muy fuerte a esta persona. Así que hay como un…



– La pregunta es cómo ser justo cuando habitualmente los elencos de los que toman las decisiones no están conformados de manera equitativa. Porque el sistema de cuotas, lo mismo que en la política, es para evitar la discrecionalidad de quienes conforman esas listas o hacen las selecciones, que en general forman parte de esas mayorías hegemónicas, ¿no?
–Claro, claro. Con lo cual limpian sus conciencias.

–Pero, entonces, cómo hacer para generar armar algo más justo sin que se termine convirtiendo tampoco en una payasada y en como vos decís que se termine cargando simbólicamente a la pobre criatura que ocupa ese lugar ¿no? Es bien complicado. 
–No es fácil, no es fácil. Mira, cuando escribí el libro sobre autobiografías latinoamericanas (N. de la R. Molloy se refiere a Acto de presencia: la escritura autobiográfica en Hispanoamérica) incluí a varias mujeres pero no un capítulo sobre mujeres sino que en la misma corriente del libro, digamos, que es más o menos la línea por épocas, había hombres y mujeres. Es decir, elegí hablar de Teresa de la Parra, elegí hablar de Norah Lange, elegí hablar de Victoria Ocampo…

–Fue naturalmente, es decir, no tuviste que forzarlo.
– Sí, sí. Pero claro, trabajando ciertos temas me daba cuenta de cómo las escritoras mujeres usaban ciertos tópicos de la escritura autobiográfica de otra manera. Es decir, la vida, la infancia, o la vida provinciana trabajada por Sarmiento, por un lado, o trabajada por Teresa de la Parra es muy diferente. Porque Teresa de la Parra rescata una serie de mujeres, de otras mujeres. Pero Sarmiento también va la instrucción, a la lectura de los niños, pero te das cuenta de que lo que está haciendo Sarmiento es contar recuerdos pero armar un ícono.

–Se producía su propia biografía.
–Exacto, sí, sí. Y en el caso de Teresa de la Parra, no está esa obligación patriótica, digamos, entonces la recreación de la infancia es una recreación mucho más suelta, mucho más arbitraria también, y no hacia una figura pre construida.

–Estamos viviendo una especie de ola imparable en relación a la cuestión de las reivindicaciones de las mujeres que desde la sociedad se trasladan necesariamente a todas las disciplinas. Con los años que tenés y con los años que venís viendo el tema, ¿cómo lo ves en general en el mundo y acá en la Argentina?
–Acá lo que me impresionó en la Argentina es, y bueno, son observaciones que acaso sean superficiales porque no he estado, me he perdido muchas de las manifestaciones, etcétera, pero la impresión que tengo es que es un movimiento con mucha fuerza y que ha suscitado mucha energía y adhesión en gente joven. Hay como una ola de gente joven que está muy metida en esto y eso me impresiona, me impresiona positivamente, ¿no? Porque hay una apuesta ahí muy fuerte que no es superficial.

–No sé qué trato tuviste de pronto con varones de distintas edades, pero lo que está habiendo es un cambio fenomenal en la conducta del varón en función de todo esto. Están modificándose muchos patrones.
–Sí. He hablado sobre todo con mujeres pero a partir de los varones con los que he hablado tengo la impresión de que acá está pasando algo distinto. Que no es como antes, que no es la reivindicación por el voto femenino digamos, no es por una cosa: es mirar de otra manera pero mirar una totalidad de otra manera. No mirar un derecho que no tiene la mujer o un aspecto de la cosa. Y eso no sé si los hombres están dispuestos a hacerlo completamente pero saben que es distinto. Eso me parece un gran adelanto, porque eso permite el diálogo.

–Entre pares.
–Sí, exacto.

–¿Y qué te parece por ejemplo que Judith Butler sea un fenómeno cuando se presenta o que alguien como Rita Segato haya abierto la Feria del Libro?
– Bueno, Rita Segato te confieso que no la conozco bien. Pero en el caso de Judith Butler digo, hay una apuesta muy seria. Es decir, ella ha abierto su trabajo intelectual a un feminismo amplio e inclusivo pero sobre todo pensante. Y eso lo veo como una cosa muy positiva, además, porque no es que viene y trae una moda del exterior… Es decir, te da los instrumentos para ahondar en lo que está pasando acá.

–Algo que también está generando mucho revuelo tiene que ver con el lenguaje inclusivo. Vos sos una persona que vivió toda su vida hablando por lo menos en tres lenguas. ¿Cómo te imaginás sumando ahora el “todes”?
–Eso me cuesta mucho… no creo que yo llegue a usar el lenguaje inclusivo. Recurriré a frases medio pesadas como decir “ellas y ellos” o “las mujeres y los hombres”, pero no sé si voy a decir “todes” o usar la “x”, me cuesta mucho.

–¿Te parece una moda? ¿Te parece una tendencia? ¿Te parece que puede ocurrir que los más jóvenes arrastren y lleven la lengua hacia algo así?
–Yo creo que cuando cambia el lenguaje cambia desde lugares muy distintos, no es un grupo o una movida que va a cambiar el lenguaje, me parece. Es decir, el lenguaje lo hablamos todos y no me parece que sea muy realista pensar que el lenguaje va a cambiar porque estemos usando este lenguaje inclusivo. No sé, no lo veo… Entiendo que lo quieran usar, pero yo creo que hay que usarlo con la conciencia de que es un artefacto pero no es una lengua que durante siglos se ha desarrollado, ¿verdad?

–¿Hay algo que te resulte perturbador en el lenguaje castellano masculinizado de siempre que usamos? ¿O lo tenés completamente asimilado?
–Lo tengo asimilado pero siempre procuro utilizar formas que incluyan, si digo “todos”, “todos pensamos”, por ejemplo, suelo recurrir al más pesado “todos y todas pensamos”.

–Es una forma de hacer lenguaje inclusivo sin forzar las letras, digamos.
– Eso, sí, sí.

–Entiendo. ¿Y eso lo hacés desde siempre, lo venís haciendo hace mucho?
– No, no, lo hago más a menudo ahora que antes. O sea que el uso del lenguaje inclusivo, sin duda, me ha impulsado a hacer eso, ha tenido influencia en mí no para usarlo pero si para modificar mi escritura de acuerdo con esa idea de inclusión.

–¿Hay momentos de tu vida o de tu presente en donde te sale más naturalmente trabajar en ensayo que en ficción? ¿Sentís que la ficción tiene que ver con momentos de tu vida?
–Vos sabés que alterno y habitualmente tengo como dos proyectos paralelos. Uno más reflexivo, uno más de ensayo, y el otro más de ficción. Pero últimamente se me mezclan mucho porque, no sé, cuando escribo esos libros como Varia imaginación, evidentemente es una reflexión sobre la memoria y sobre la edad. Pero no quería escribir un ensayo sobre eso, quería escribir un texto o textos, narraciones, relatos, sobre mi amiga que estaba perdiendo la memoria. O sea que es una mezcla, ¿no? Y esa mezcla me resulta en este momento muy inspiradora o productiva.

–Estimulante.
–Sí, muy estimulante. Cuando escribo sobre bilingüismo no me interesa leer demasiada teoría sobre cuándo el niño comienza a ser bilingüe. Tengo mi propia experiencia. Y a veces leo alguna que otra cosa, pero me interesan los relatos de otros escritores que hablan sobre eso.

–¿Cómo te definís en términos profesionales?
–Como escritora, punto (risas). Escritora de crítica y ficción supongo.

–¿Y la docencia adónde la dejás?
–Bueno, cuando lees esas descripciones que hacen de vos que parecen lápidas. A veces, dicen: “Fue profesora”, así que yo digo “fui profesora”.

–¿Pero no hay algo así como que uno sigue siendo siempre docente? 
– Uno no deja. Y, de hecho, la gente tampoco te deja. Porque hay gente que todavía se me acerca y me dice: “Yo sé que usted está jubilada, ¿pero no aceptaría dirigir mi tesis?” Y yo le digo: “No, lamentablemente no.” Pero mantengo muy buen diálogo. Es decir, lo que guardo de la docencia es un intercambio muy provechoso para mí con la gente que ha sido estudiante mía o que conozco y entablo relación con esta persona que es estudiante en algún lugar, así que continúo. Porque para mí es un diálogo que me enriquece muchísimo. Es decir, lo que me impulsa a pensar es siempre el diálogo con alguien.

–Decime qué pensás de las últimas generaciones de escritoras mujeres argentinas.
–Ah, me parecen muy estimulantes, me parecen muy fascinantes. Leo y las releo porque debo decir que tengo la memoria un poco floja, pero me gusta releerlas.

–¿Lees en todas las lenguas todo el tiempo?
–No todo el tiempo, a veces privilegio una sobre otra. Leo ficción más en castellano que en otro idioma en este momento. Poesía leo más en inglés. Ensayo, un poco dividido, está entre español y francés, de vez en cuando, más que de vez en cuando. Y, después, me interesa la ficción corta, me interesa mucho, esa la leo en todos los idiomas, así sea George Perec por ejemplo o Lydia Davis.

–Te iba a preguntar qué pensabas de Lydia Davis, cuya obra es tan especial.
– Una maravilla.

– Extraordinaria autora.
– Es mi diosa.


"Los enemigos del logos como razón unívoca pueden ser un modelo"

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Grafismos de León Ferrari
En el número 323 de la revista Otra parte, la escritora y traductora argentina Mariana Dimópulos publicó la siguiente reseña sobre Elogio de la traducción, de Barbara Cassin. La reproducimos a continuación.



Elogio de la traducción

Por forma y contenido, que no se separan, este Elogio de la traducción debe hacerse en primer lugar a su propia traductora a la lengua castellana, Irene Agoff. El libro de la francesa Barbara Cassin, conocida por su lazo con la sofística, es el producto de una más de sus reflexiones sobre el lenguaje. Esta vez, la inspiración principal proviene de la experiencia del proyecto llamado Diccionario de los intraducibles, que se publicó en Francia bajo su coordinación hace quince años y viene siendo, al parecer, un éxito mundial, es decir, un éxito de traducción.

Los griegos imaginaron que su lengua era la única lengua de la razón e hicieron de sus no hablantes “los bárbaros”. Cassin, en la estela de Heidegger pero a regañadientes, saca la opuesta conclusión del “maestro de Alemania”: no somos directos herederos de los griegos, sino de los bárbaros y esclavos. Hacemos bla-bla-bla. Y es precisamente en la diversidad de nuestro modo de hablar donde ocurren la necesidad y el hecho de la traducción. A diferencia de los ideales universalistas, que por medio de una lengua originaria —¿el griego o el hebreo?— o por medio de una lengua perfecta —la lógica de Wilkins o el esperanto de los hombres de buena voluntad— resolvían la diversidad, Cassin nos recuerda que los enemigos del logos como razón unívoca pueden ser un modelo. Esto es, los sofistas. Para Gorgias, por ejemplo, la homonimia y la polivalencia son el lugar del pensamiento. El equívoco, siempre tan temido por la filosofía, no es entonces “una casualidad ni un defecto: es la implementación reflexiva de un recurso de la lengua”. Por eso, la traducción no se mantiene pegada a la línea de una frase, pronunciada o escrita, dice Cassin, sino que pertenece al “orden de la arborescencia”. La significación se multiplica, la frase crece en volumen, el referente se echa a andar por el mundo. Todo esto, que a la filosofía le causa temor, a Cassin le causa regocijo.

¿Pero qué ocurre entonces con la verdad, si toda significación es peregrina? ¿Caeremos en el mal del relativismo? Cassin afirma que un relativismo consecuente, consciente de sí, es la solución por atender a la evidencia de lo que, efectivamente, ocurre con las lenguas en nuestro mundo. Pero ante el temor de que esa multiplicidad sea tal que imposibilite no sólo la comprensión sino cualquier construcción de una verdad, Cassin vuelve a echar mano de los griegos y, con inspiración socrática, aboga por una verdad que sea “mejor para”, esto es, un “universal dedicado”. Su ejemplo es político, se trata de los no juicios en la experiencia sudafricana ante el fin del apartheid, y a nuestros ojos le hace perder pronto la misma fuerza que ha venido acumulando durante toda su argumentación.

Alegato contra el globish (global English), defensa de la educación plurilingüe y de las múltiples culturas que conviven —mal— en Europa, el libro muestra que todavía, a pesar del cierre del giro lingüístico, sobre nuestra concepción de las lenguas, su diversidad y la necesidad innegable de la traducción giran preguntas esenciales, antiguas, constitutivas. Que se mantienen desde siglos, a pesar de todo relativismo consecuente.

Barbara Cassin, Elogio de la traducción. Complicar el universal, traducción de Irene Agoff, El Cuenco de Plata, 2019, 192 págs.

Traductora española estafada por editorial

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Un reciente caso de estafa a una traductora española por parte de la editorial La Huerta Grande. Itziar Hernández Rodilla, presente numerosas veces en este blog, ha realizado una traducción para esa casa editorial, propiedad de Phil Camino, quien arguyendo que el texto no se adecuaba “al nivel de calidad literario exigido”, rompió el contrato y, acto seguido, publicó exactamente la misma traducción entregada, pero atribuyéndola a otra persona para ahorrarse dos pagos. Aquí, a continuación, la explicación de la perjudicada.

Un fraude de la editorial La Huerta Grande

En el primer cuatrimestre de 2017, la editorial La Huerta Grande me contrató para traducir Ovunqueiosia de Romana Petri. Tras pagarme un adelanto por la traducción (eran 690 páginas y prefirieron dividir el importe en cuatro pagos), me puse a trabajar en ella y la entregué el día 2 de septiembre (según contrato) a la editorial. Unos días después me hicieron el segundo pago. 

A continuación, comencé a tener problemas con la editora y dueña de La Huerta Grande, Phil Camino, que acabó rechazando mi traducción por no adecuarse “al nivel de calidad literario exigido por esta editorial, no podemos presentárselo ni a la agencia, ni a la autora, ni a los lectores”, y con ello rompiendo el contrato el día 16 de octubre de 2017. Para entonces, el asunto estaba ya en manos de Mario Sepúlveda, abogado de ACE Traductores. No tuve que devolver el dinero que me habían pagado, pero, por supuesto, no terminaron de pagarme la traducción. 

Cuatro meses después la editorial anunció la salida del libro, que puso a la venta a comienzos de marzo de 2018, con traducción de Pilar Eusamio, librera de la librería Los Editores, que pertenece al grupo editorial de La Huerta Grande. Dada la longitud del texto, sospeché y compré la traducción. Para resumir, La Huerta Grande había publicado mi traducción firmada por Pilar Eusamio.

Ni la editorial ni la supuesta traductora tuvieron empacho en hacer la publicidad correspondiente del libro, con halagos para la traducción, y Pilar Eusamio llegó incluso a publicar fotos con la autora, Romana Petri, en las que se la presentaba como traductora del texto. Todo esto sucedía mientras el abogado de la asociación informaba de mi intención de denunciar el plagio, se hacían las consiguientes periciales y se intentaba negociar la retirada del libro. 

Nada de esto ha sido posible y, tras la interrupción de las negociaciones, yo por fin puedo contar lo que ha pasado. El título de la traducción es: Donde quiera que yo esté.

Ahora mismo estoy pendiente de la demanda y de ir a juicio.

Itziar Hernández Rodilla

Por qué no hay que usar el Diccionario de la Real Academia, prejuicioso, racista y mal redactado (3)

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En el menú de hoy, la palabra “gaucho”, frecuente en la Argentina y Uruguay, empleada también en el sur de Brasil y ampliamente conocida en el mundo entero.

Lo que sigue son las distintas acepciones de la palabra en cuestión, según el DRAE:

gaucho 
De or. inc.

1. adj. Arg. y Ur. Perteneciente o relativo a los gauchos. 
Ej: Un apero gaucho.
2. adj. Arg. y Ur. Dicho de una persona: Noble, valiente y generosa.
3. adj. Arg. Dicho de un animal o de una cosa: Que proporciona satisfacción por su rendimiento.
4. adj. Arg. p. us. Ducho en tretas, taimado.
5. m. Mestizo que, en los siglos XVIII y XIX, habitaba la Argentina, Uruguay y Río Grande del Sur, en el Brasil, era jinete trashumante y diestro en los trabajos ganaderos.
6. m. Arg. y Ur. Hombre de campo, experimentado en las faenas ganaderas tradicionales.

Observaciones del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:

El misterio de esta lista incongruente —la definición de la palabra está en quinto lugar precedida de acepciones contradictorias e incluso desusadas— resulta de la fusión oxidante de los viejos diccionarios de la rae y las contribuciones contemporáneas (acepciones 1, 2, 3, 4, 5 y 6) de la Academia Argentina de Letras (aal) o, quizás, la Academia Nacional de Letras de Uruguay. Contribuciones que, dicho sea de paso, no se mencionan. 

Una lástima que la definición 5 de la aalno se reprodujera con exactitud. Siguiendo el hábito de enmendar la plana tan conocido en el arte de traducir de las editoriales españolas, las modificaciones introducidas convierten lo que estaba bien en un menjunje.

Repetimos la acepción 5 y recordamos que, también según la rae, un mestizo* es una persona nacida de padre y madre de raza diferente, en especial de blanco e india, o de indio y blanca.]

Mestizo que, en los siglos XVIII y XIX, habitaba la Argentina, Uruguay y Río Grande del Sur, en el Brasil, era jinete trashumante y diestro en los trabajos ganaderos.

La versión original decía [aal]:

Jinete trashumante, diestro en los trabajos ganaderos, que en los siglos XVIII y XIX, habitaba la Argentina, el Uruguay y Río Grande del Sur del Brasil.)

También hay transformaciones en la acepción 6. 

La rae:

6. m. Arg. y Ur. Hombre de campo, experimentado en las faenas ganaderas tradicionales.

La versión original decía [aal]:

Peón rural experimentado en las faenas ganaderas tradicionales.

La sustitución de “peón rural” por “hombre de campo” (rae) se explica por la permanente obsesión por eliminar palabras americanas para poner en su lugar cualquier cosa: en la Argentina, un “hombre de campo” suele ser el propietario rural y no el trabajador.

Además, como en muchos países, “hombre de campo” se opone a “hombre de ciudad” con el mismo sentido genérico de “hombre de la calle”, “hombre en la multitud”… nada que convenga a “gaucho”.

Dicho lo cual, se recomienda redefinir la palabra "torero" señalando como primera acepción "habitante de Madrid". Suponemos que es tan poco justo, pero convengamos que es divertido. Tanto como imaginar que "zopenco", además de aplicarse a alguien "que es tosco y bruto en la manera de aprender", significa también "miembro de la Real Academia Española". 

Nota:
*Si alguien alguna vez quisiera revisar el diccionario de la rae para darle una última oportunidad antes de que desaparezca debería mencionar que las “indias” a las que se alude en la definición de “mestizos” fueron mujeres indígenas a las que violaron los “blancos”enviados por Isabel de Castilla y sucesores.  Si de esa unión forzada nacía una niña, la criatura se incorporaba a la sociedad colonial, como concubina, como servidumbre. Si nacía un varón, al menos en el sur del sur, tenía que ganarse la vida en la trashumancia de las interminables praderas americanas. De ahí la ambivalencia etimológica entre “gaucho” y “guacho”.

En las observaciones anteriores se cita el Diccionario del habla de los argentinos, Academia Argentina de Letras, Espasa, en su versión de 2003.


Pilar Eusamio, empleada de Phil Camino, dueña del Grupo La Huerta Grande, acusada de plagio

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La editora Phil Camino, quien dice
estar "supertranquila"

En el mundo editorial español se siguen produciendo denuncias por parte de traductores a propósito de prácticas editoriales malsanas de todo tipo: falta de pagos, insultos públicos, ruptura de contratos y plagios. 

Pilar Eusamio, la acusada de plagio
Ana Isabel Cordobés, de Cuarto Poder, de España, publicó a este respecto una nota el pasado 15 de junio, que recoge denuncias a propósito del Grupo Malpaso (ver en este blog la entrada correspondiente al 7 de junio pasado, donde además se reenvía a notas anteriores sobre el mismo tema) y la comunicación personal que nos hizo la traductora Itziar Hernández (nota en este blog del 14 de junio pasado) a propósito del plagio de Pilar Eusamio, empleada del Grupo La Huerta Grande, de Phil Camino

Uno y otro escándalo afortunadamente cuentan con la prensa que no tuvo en su momento Yolanda Morató y con la "ayuda" de ACEtt (institución que en su momento abandonó a su suerte a esta última, pese a ser socia de la misma), cuando señaló el plagio en el que había incurrido Mercedes Cebrián, escritora protegida por el establishmentcultural español del diario El País,al publicar en la editorial Impedimenta, con anuencia de su dueño Enrique Redel, una sospechosa versión de Me acuerdo, de Georges Perec (cfr. las entradas de este blog correspondientes a los días 8, 12 y 26 de febrero, y 5, 6 y 12 de marzo de 2017). 

Las traductoras se rebelan: 
La Huerta Grande, acusada de publicar 
una traducción plagiada

El mundo editorial está revuelto en las últimas semanas. Si hace apenas unos días saltaba el caso del grupo Malpaso y las denuncias de diversos autores y traductores sobre impagos de la compañía, hoy se trata de una acusación de plagio. La traductora Itziar Hernández denuncia a la editorial La Huerta Grande por haber publicado una traducción suya con el nombre de otra traductora.

Los hechos se remontan a verano de 2017, cuando Hernández recibe el encargo de traducir del italiano la obra de Romana Petri Donde quiera que yo esté. La traductora afirma que envió el documento traducido «el día 2 de septiembre y el día 6 empezaron a poner problemas con la traducción, como que no estaba acabada». La argumentación de Itziar Hernández fue que «se trataba de marcas de estilo del original».

A pesar de sus explicaciones como traductora, el 16 de octubre la editorial La Huerta Grande envía un burofax a la traductora «diciendo que rechazaban la traducción por no adecuarse al nivel exigido por la editorial, y que rompían el contrato». Hasta ese momento Hernández había cobrado dos partes del pago total, establecido en cuatro pagos. «Me dijeron que iban a publicar mi traducción con mi nombre y el nombre de la persona que iba a acabar de traducirla y editarla porque consideraban que era una traducción a cuatro manos», a lo que la traductora se negó «pues se había roto el contrato».

Meses más tarde, en febrero de 2018, Hernández se entera de que la obra sale traducida, firmada por Pilar Eusamio. La traductora sospechó y decidió encargar un ejemplar del libro para comprobar la traducción realizada por Eusamio. «Empecé a subrayar páginas del libro y de mi traducción y cuando miré las páginas que yo había subrayado hasta ese momento, que eran como 20, solo había 15 palabras distintas», indica ItziarHernández. Entonces buscó ayuda legal en ACE Traductores: «Le conté a mi abogado lo ocurrido y me recomendó echar mano de un perito especializado en comparar traducciones y certificó que el 90% de la traducción coincidía y que lo que era distinto eran sinónimos».

Por parte de La Huerta Grande confirman a cuartopoder.es que están «supertranquilos» y pueden «defender lo contrario de lo que dice estaseñora»Describen el caso de Hernández como «un invento de una historia que después se publica en redes sociales» y certifican que «hubo un contrato que se resolvió por causas contempladas en el mismo y nunca se usó la traducción de esta señora». También confirman que «todo será defendido en un juicio y no a través de redes sociales».

Itziar Hernández señala además una serie de fotografías que la traductora que consta en el libro, Pilar Eusamio, publicó en su cuenta de Twitter junto a la autora del libro, Romana Petri. Hernández confirma que no se ha puesto en contacto con Eusamio, ni ha sabido nada de ella por otros medios, aunque ha mencionado «su cuenta de Twitter en varios tuits» publicados por Itziar Hernández.

La traductora inició su denuncia en su cuenta de Twitter y confirma que no ha recibido respuesta por parte de la editorial «ni por redes ni por otros medios». La editorial, por su parte, no va a decir «nada al respecto porque será el juez quien determine en su momento quién tiene la razón», afirman en conversación telefónica con cuartopoder.es.

Por el momento, Hernández confirma que su abogado «comenzó una negociación por plagio el año pasado» y afirma que no ha contado nada hasta este momento porque «el proceso está en manos de abogados desde hace dos años y si contaba algo podría ser perjudicial». La traductora y su abogado exigen la retirada del libro hasta que todo se esclarezca, aunque, indica, «la semana pasada se rompieron las negociaciones ya que solo ofrecieron pagar lo que habían dejado de pagar de la traducción -dos últimos pagos».

Por su parte, La Huerta Grande se mantiene en que defenderán el caso «como tengamos que hacer y consideraremos si tenemos que denunciar a esta señora por calumnias», confirman a cuartopoder.es.

"Inventar palabras para designar los nuevos objetos o conceptos importados en Islandia"

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En su columna del diario Perfil del domingo 16 de junio pasado, Guillermo Piro publicó las siguientes reflexiones, sobre la lengua que se habla en Islandia.

La lengua de los islandeses

Una de las consecuencias menos tenidas en cuenta de la globalización tiene que ver con el lenguaje. Al estar expuestos como estamos constantemente a estímulos que provienen del resto del mundo, aumentó la necesidad de individualizar y aprender lenguas francas como el inglés o el español, que permiten entenderse prescindiendo del lugar de proveniencia de los hablantes. A eso se oponen los dialectos, las lenguas vernáculas o incluso las lenguas propiamente dichas que son habladas por comunidades reducidas, que son cada vez más olvidadas y pasadas por alto. Se estima que en las próximas décadas morirán dos mil lenguas, la mayoría de ellas habladas en los suburbios de la civilización y por poquísimas personas.

Una de las más famosas lenguas consideradas en riesgo es el islandés, un lejano pariente del noruego, hablado solamente por las 340 mil personas que viven en la isla. Pero los islandeses, a diferencia de otros pueblos, siempre tuvieron una gran producción literaria, y alrededor de la lengua construyeron una parte relevante de su propia identidad. Tanto es así que este año el gobierno confió sus esfuerzos por mantener viva la lengua islandesa a una división estatal específica, el Departamento de Planificación del Lenguaje.

Este departamento ocupa una oficina en un instituto cultural no muy lejos del centro de Reikiavik, la capital del país. La tarea de los lingüistas que trabajan allí es no tanto, como se podría suponer, la de preservar a la lengua de la muerte a la que parece estar condenada sino, casi al contrario, la de mantenerla actualizada, en concordancia con los tiempos que corren. Resumiendo: se dedican a inventar palabras para designar los nuevos objetos o conceptos importados en Islandia. Como en cualquier oficina se trabaja en grupos, cada uno con su radio de responsabilidades bien delimitado: cerca de la ventana está la comisión que se ocupa de inventar palabras para la industria informática, y un poco más allá los que inventan las palabras para la industria pesquera, y contra la pared, más cerca de la estufa, los que se ocupan de las palabras del mundo de la agronomía. Las palabras nuevas se publican en glosarios impresos que, naturalmente, tienen su versión online.

Pero la tarea de estos abnegados lingüistas estatales se ve perturbada por situaciones que ellos no pueden controlar. La progresiva apertura del país hizo que la mayor parte de los islandeses hablen perfectamente el inglés (un poco ayudados por el hecho de que ambas lenguas descienden de las antiguas lenguas germánicas). La otra cara de la moneda es que para los jóvenes islandeses la lengua de la isla es cada vez menos necesaria: los videojuegos, las películas y las series de TV muchas veces no vienen subtitulados. Muchos islandeses siguen mirando torcido a Microsoft desde que Bill Gates se negó a ofrecer una versión en islandés del sistema operativo Windows.

Uno de los lingüistas que se ocupan del diccionario online, Johannes Sigtryggsson, explica a la revista Quartz que la tarea que los ocupa es inmensa y que no siempre funciona. Por ejemplo, el diccionario hasta hace poco sugería que la banana  (un producto exótico en Islandia) fuera llamada bjúgaldin, o sea, “fruto curvo”, pero la gente adoptó por su cuenta una denominación más intuitiva: banani. Porque con las lenguas ocurre algo particular, y es que no siempre –mejor dicho, casi nunca– toman el camino que uno preferiría que tomasen. Funcionan un poco como esos robots de la ficción que al principio obedecen y después terminan haciendo lo que se les canta. 
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