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A ver qué pasa con Mafalda después de 55 años

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Uriel Kon (ver entrada del 20 de abril de 2010 en este blog) es director de Tesha Neshamot, una importante editorial independiente israelí, y traductor al hebreo. Con motivo de la publicación de Mafaldaen esa lengua, Marcelo Raimón lo entrevistó en Tel Aviv y el resultado de esa charla se publicó en Cultura InfoBAE, el 23 de marzo pasado.

Mafalda también se leerá en hebreo

La niña Mafalda –que en setiembre cumplirá 55 años pero sigue teniendo entre seis y ocho– habla en muchos idiomas, casi una treintena, desde los más obvios como el inglés, el italiano o el francés, a otros más exóticos como el chino o el guaraní.

Ahora lo hará también en hebreo, una de las lenguas más antiguas del mundo, gracias a la traducción y publicación que puso en marcha Uriel Kon, el argentino al frente de una de las principales editoriales independientes de Israel, Tesha Neshamot (Nueve Almas).

Era extraño que el personaje creado por el dibujante argentino Quino no tuviera su versión en hebreo, en especial teniendo en cuenta que miles de sus compatriotas viven en Israel.

Uno de ellos es Kon, de 43 años y llegado al país hace un par de décadas porque “quería vivir en un kibutz”.

“Viví por un tiempo en Alumot”, un kibutz en el norte del país, apenitas abajo del Mar de Galilea, “y después me puse a estudiar arquitectura”, le contó Kon a Infobae.

Después de recibido también enseñó arquitectura, “pero siempre tuve un amor por la literatura, más bien francesa y latinoamericana –enumeró–. Y en determinado momento, al ver las grandes ausencias que había acá en el terreno de las traducciones al hebreo, empecé a dividir mi tiempo entre las dos disciplinas”.

Así fue que nació Tesha Neshamot, la editorial que, asegura Kon, edita “el 90 por ciento de los autores latinoamericanos” que se leen en Israel.

“El primer autor latinoamericano que publiqué fue César Aira, hace exactamente diez años, en el 2009”, recuerda orgulloso. Después de su mano llegaron cantidades de otros autores hasta el corazón del Medio Oriente, desde Juan José Saer a Mario Levrero, pasando por Sergio Chejfec, Hernán Rivera Letelier, Claudia Piñeiro, João Gilberto Noll y Héctor Tizón.

La lista de publicaciones de la editorial incluye las versiones en hebreo de algunos clásicos de la literatura latinoamericana, como Rayuela, de JulioCortázar, Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, o Zama, de Antonio Di Benedetto.

“Acá se publicaban más que nada autores del 'boomlatinoamericano' de los años 60 y 70, por lo que el cambio a autores más contemporáneos, a los que realmente se leen en la actualidad, fue bastante difícil de lograr”, dice Kon.
“Al principio fue difícil –continuó–, pero logramos que la crítica y los lectores cambien el foco desde aquello tan exótico, tan de realismo mágico, de las mujeres a las que les fluye miel de sus cuerpos, de la gente semidesnuda” a las actualidades más ásperas de los escritores contemporáneos.

Ahora, Tesha Neshamot se jacta de haber creado un mercado aquí para esos escritores, y de haber publicado, por ejemplo, tres obras de Aira y seis de Sergio Bizzio, quien logró recoger “un gran amor de parte del público israelí y cuyos libros venden un promedio de 2.000 ejemplares”, aseguró.

¿Y Mafalda?

La intención de hacer hablar hebreo a Mafalda “viene de antes, de la prehistoria de la editorial”, dice Kon. “No entendía por qué el personaje no era conocido hasta ahora en el país” y por qué no tenía sus libros traducidos a la lengua de David Ben Gurión y de Gal Gadot.

El amor por la amiga de Felipe y Susanita hizo clic durante una semana de editores que se realizó en Buenos Aires en el 2009. Kon estuvo como invitado, dio una charla, y alguien le preguntó qué le gustaría publicar en Israel.

“Entre otras cosas dije 'Mafalda', que me parecía siempre una deuda no saldada” con el hebreo, rememora.

Sus comentarios salieron al otro día en un artículo en un diario porteño, que habló del “editor israelí que va a publicar a Mafalda”.

Así fue que Kon quedó preso de sus palabras y debió poner en marcha “todo un proceso, me puse en contacto con la persona que le maneja los derechos a Quino y empezamos a hablar de la posibilidad de hacer las ediciones en hebreo”.
El camino no fue fácil. Para empezar, “Quino no estaba seguro con la necesidad de tener que invertir el sentido de las tiras”, porque en hebreo se lee de derecha a izquierda, al revés del español, reconoció el editor.

“Le preparamos especialmente unas treinta tiras para que las viera y accedió, pero justo era una época que estaba cambiando de editoriales y el proyecto se pospuso una vez más” para la gente de Tesha Neshamot.

El destino, de todas maneras, parecía escrito. Cuando Kon estaba por desechar la idea, en otra convención de editores conoció “a una chica de China que había puesto en marcha una editorial para publicar a Mafalda y me devolvió las ganas” de seguir adelante.

Y, hace apenas seis meses, la historia que se debía escribir en Israel tuvo su capítulo decisivo, como no podía ser de otra manera, en Buenos Aires.

“Recuerdo que estaba parado en una esquina de Villa Crespo, llovía y pensaba en qué hacer con Mafalda, cuando me llamó Ivan Giovannucci”, el dueño de la agencia italiana que detenta los derechos del personaje de Quino.

“Hablamos mientras me mojaba en esa esquina, y pudimos finalmente cerrar el trato” para traer a Mafalda a Israel, celebró el argentino.

Mafalda estará disponibles el primero de abril en unas 250 librerías de todo Israel. No se editarán los clásicos libritos que recopilan la tira en orden cronológico sino tres tomos temáticos del estilo con los que se introdujo al personaje en países como Portugal y Serbia.

Yossi Tal y Adam Blumenthal tradujeron los globitos de los tres libros: La Política y Mafalda, La Familia Según Mafalda y La Crisis Económica Según Mafalda.

“Imprimimos 3.000 ejemplares de cada libro y salimos a lo grande”, se entusiasma Kon, quien hace unos días salió en una destacada nota del diario gratuito Israel HaYom, el más leído del país, y está por aparecer en un artículo de otro importante periódico, el Iediot Ajaronot.

Traer a Mafalda hasta este punto sobre el Mediterráneo está siendo para el editor “un trabajo gratificante pero también muy difícil”.

Por un lado, “contamos con los argentinos inmigrantes que viven aquí y que se volcarán a comprar Mafalda por nostalgia y una especie de orgullo nacional”, dice. Pero, por el otro, hay que ver cómo reaccionan los lectores más “locales”.

“El gran desafío es ver qué pasa con Mafalda después de 55 años, si puede ser leída, entendida y disfrutada por un público que es totalmente diferente al argentino y que vive en un país con mucha menos capacidad para la ironía”, explica Kon. “Pero lo hace con tal gracia y delicadeza que quizás le vaya bien con los israelíes”, se esperanza.








Mempo Giardinelli en el VIII Congreso de la Lengua : una ponencia y tres coberturas

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Terminó el VIII Congreso de la Lengua Española en Córdoba. En los próximos días se ofrecerán algunas ponencias significativas y habrá diversas reflexiones sobre algunos de los temas tratados y también sobre los no tratados, además de lo que reprodujo la prensa local e interancional. Lo que se ofrece a continuación son tres de las muchas coberturas que, en diversos medios, recibió la ponencia del escritor argentino Mempo Giardinelli, en la mesa “Los retos del español en la educación del siglo 21”, Ésta tuvo lugar el pasado 28 de marzo, y junto con el autor de Luna caliente participaron también Mariano Jabonero (secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos), Alejandro O. Finocchiaro (Ministro de Educación del gobierno de Mauricio Macri) Gerardo Caetano (de Uruguay), Cecilia Defagó (de Argentina), Carmen Millán (de Colombia), Fabián Mónaco (de Argentina), Elena Pérez (de Argentina) y Consuelo Sáizar (de México).

Cobertura de Irene Benito, enLa Gaceta.

 

Giardinelli afirma que está volviendo

el analfabetismo a la Argentina

 

El escritor y docente de origen chaqueño Mempo Giardinelli dijo que existía un retroceso evidente en la educación pública argentina. “Está volviendo el analfabetismo a la Argentina. Esto es gravísimo”, expresó el autor esta mañana en su ponencia en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, que tiene lugar en Córdoba. Desde el atril del Teatro del Libertador General San Martín, Giardinelli instó a Alejandro Finocchiaro, ministro de Educación de la Nación, que lo escuchaba sentado en el mismo escenario, a hacer algo en forma urgente para detener la penetración de los intereses económicos en el sistema educativo.

Interrumpido por aplausos en distintas ocasiones, el narrador cuestionó los recortes de las becas y ayudas; el reemplazo de maestros por gerentes y la “satanización” del sindicalismo. “Educar y cómo hacerlo es una decisión política, y hacer que no se lea, también lo es. La lengua que hablamos es una cuestión política. Si nos despegamos de toda inocencia, digamos también que este Congreso es político, aunque sea en parte”, propuso.

En otro tramo de su disertación, el escritor rechazó la denominación “español” para la lengua que comparten los castellanohablantes. “Mi lengua es el castellano americano. Que nadie se ofenda ni se enoje”, manifestó en el foro organizado por la Real Academia Española (RAE), la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) y el Instituto Cervantes. Giardinelli insistió en que “castellano” era la denominación precisa para el idioma y la que mejor se adaptaba a la constitución cultural de todos los pueblos que lo emplean. “España nos ha dado lingüísticamente la vida misma: lo que estoy cuestionando es la imposición de un nombre (el español) que niega la historia de cinco siglos”, opinó.


Cobertura de Silvina Friera, en Página 12

Hoy se reemplazan maestros por gerentes

El problema político es cómo se nombra el mundo. El nombre no es un “detalle” pequeño o invisible. Mempo Giardinelli objetó que en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que terminará el sábado en Córdoba, se llame español al “castellano americano que hablamos”, durante su ponencia en la sesión plenaria “Retos del español en la educación del siglo XXI”, en la que participó también el ministro de Educación de la Nación, Alejandro Finocchiaro. “Yo no digo español sino castellano. Por más que todos los programas de computación del mundo cambien el vocablo castellano por español, el idioma español nunca existió, no existe, y si su uso se generalizó fue por la sumisión al barbarismo de traducir el vocablo inglés spanish”, planteó el escritor chaqueño y para fundamentar la inexistencia eligió la propia Constitución Española de 1978 que declara que “el castellano es la lengua oficial del Estado”. Giardinelli aseguró que el concepto “español” empezó a instalarse a partir de traducciones, de intereses económicos y de expansión geopolítica. “Su imposición universal puede pensarse que se inició hace menos de treinta años, cuando los fastos celebratorios del quinto Centenario del desembarco de Cristóbal Colón en América. Y tengo para mí que esa instalación no fue ingenua ni casual, ni inocente”, agregó el autor de Santo Oficio de la Memoria.

“La denominación de nuestra lengua es un tema central de la educación. Los desafíos no los plantea el español sino el neoliberalismo global que hoy predomina en el mundo, y que en materia educativa es especialmente peligroso. Ahora en este país y desde hace mucho en países vecinos observamos el paulatino y peligroso reemplazo de pedagogos y maestros por gerentes e instructores provenientes de dudosas disciplinas”, criticó el escritor chaqueño y puntualizó que la educación no es solamente una cuestión pedagógica, sino política. “Educar y cómo hacerlo es una decisión política, como también lo es no hacerlo. Por lo tanto, la precisión y modo de uso de la lengua que habla y en la que lee y se expresa cada sociedad también lo es. La lengua que hablamos es una cuestión política. Este Congreso también es político, porque es una continuidad de una decisión política tomada por las autoridades del Estado Español: la de consagrar a la lengua que ahora llaman español como hegemónica síntesis de todas las lenguas de todos los pueblos que hablan lo que nosotros llamamos castellano”.

El escritor chaqueño, columnista de Página 12, afirmó que esa instauración inconsulta le parece un error. “Esta imposición no reconoce y niega la vigencia y vitalidad de las lenguas originarias que se hablan a la par del castellano en lo que hoy son más de 30 naciones americanas. Como tampoco entiende ni parece aceptar el extraordinario aporte de los idiomas de la inmigración que, constituyen también la lengua que verdaderamente hablamos en este continente: el castellano Americano”. El escritor y periodista señaló que hay una creciente alarma porque “las políticas educativas que nos formaron como naciones independientes y castellano-hablantes están siendo cambiadas veloz y peligrosamente desde que el fuerte desarrollo europeo asistió a la España posfranquista, muchos de cuyos estamentos parecen haberse autoatribuído la misión de recuperar a sus viejas colonias por medio de un nuevo sistema imperial económico-financiero y cultural, y ahora también educativo y lingüístico”. Entonces Giardinelli fue al grano de la cuestión del cambio de paradigmas. “Ahora en la educación argentina la intervención de empresas e instituciones transnacionales empieza a gobernar el sistema. Impone la disminución salarial, sataniza al sindicalismo educativo, recorta las becas y ayudas, desmantela la educación técnica, elimina Institutos de Formación Docente y cancela la educación para adultos y trabajadores. Es coherente con las políticas de desindustrialización, una de cuyas consecuencias es el deterioro de la educación pública en el interior del país, en todos los niveles. Y eso conlleva el abandono tanto pedagógico como edilicio y de formación docente. Lo que en un país con el 60 por ciento de inflación anual y uno de los cinco mayores endeudamientos del planeta, es poco menos que incendiario”, arremetió el autor de La revolución en bicicleta y Luna caliente, entre otras novelas.

Giardinelli detalló que el actual gobierno argentino “ha clausurado prácticamente todos los programas que en lo que va del siglo habían mejorado notablemente el sistema educativo”, como el Plan Nacional de Lectura, la eliminación de decenas de programas educativos complementarios de la educación formal en los niveles inicial, medio y superior, los programas de educación por el arte, educación sexual, prevención de la violencia escolar, las orquestas infantiles y juveniles, además del desfinanciamiento de las 62 universidades nacionales públicas y gratuitas. “Esto es brutal y solamente augura un futuro más que sombrío”, resumió el escritor que interpeló, “con todo respeto”, al ministro Finocchiaro. ¡Bravo, Mempo!, gritó un hombre y se puso de pie para aplaudirlo. “Los atentados idiomáticos, como cambiar el habla de un pueblo, e imponerle un nombre que no tiene ni reconoce, son gravísimos para la libertad, la democracia y la literatura”, alertó el escritor chaqueño y se refirió al “proceso de embrutecimiento” alentado por “el gran pervertidor de la lengua y distorsionador de significados, que es el sistema multimediático argentino, enfermo de frivolidad y pésimo lenguaje”. 

“La imposición de una lengua es un modo de la dominación”, subrayó Giardinelli y comentó que “la lengua en que nos entendemos es el castellano americano, que a su vez reconoce peculiaridades que no son dialectales sino verdaderos usos nacionales o regionales, como el castellano andino, el castellano mexicano, el castellano rioplatense que compartimos con Uruguay, el yopará en Paraguay y las decenas de mixturas y combinaciones lingüísticas de la inmensa geografía latinoamericana”. Como educador con décadas de expe- riencia docente, el escritor chaqueño confesó que se siente orgulloso de la lengua que habla, que no se llama español. “El castellano americano es mi patria cuando digo, leo, escribe y enseño”.


Cobertura de Mariana Otero, en La Voz

Una cuestión política

La educación no es sólo una cuestión pedagógica, sino que es una cuestión política. Esa fue, quizás, la mayor coincidencia de los panelistas de la sesión plenaria que se realizó ayer en el Teatro del Libertador sobre “Los retos del español en la educación del siglo 21”. También, que la enseñanza de la lengua debe propiciar el pensamiento crítico y el regreso al hábito de conversar, en medio del avasallamiento de la tecnología.

La primera idea fue expuesta por el escritor y ensayista chaqueño Mempo Giardinelli, quien fue ovacionado de pie durante al menos tres minutos. Él defendió no sólo la denominación del “castellano de América” frente al globalizado e impuesto español, sino que también planteó un panorama desolador respecto de la situación educativa argentina que, momentos después y en el mismo panel, discutió el ministro de Educación de la Nación, Alejandro Finocchiaro.

Al inicio del plenario, Mariano Jabonero, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos, planteó que la enseñanza de la lengua es prioridad absoluta para la democracia. Luego, Giardinelli explicaría que también lo es para la libertad y la paz.

En una ponencia potente y muy aplaudida, Giardinelli compartió un encendido discurso a favor de la escuela pública (con fuertes críticas a la actual gestión educativa del gobierno de Mauricio Macri) y de la enseñanza de la lengua, que –subrayó– “bien hablada contribuye a la estética del mundo”.

“Se dice que el español es la lengua de Cervantes, pero los americanos podemos decir que es la de Sarmiento, de Cortázar, de Neruda, de Borges, de Benedetti y de tantos poetas”, planteó el escritor, en su argumentación a favor del castellano y en oposición a la hegemonía del español.

“La educación no es sólo una cuestión pedagógica, es una cuestión política. Educar a los pueblos es responsabilidad de los Estados y cómo hacerlo es una decisión política. Agregó: “Si nos despegamos de toda inocencia, este Congreso también es político: es continuidad de una decisión tomada por el Estado español sobre los pueblos que hablan el castellano”.

Los primeros aplausos llegaron cuando el ensayista argentino habló de la mercantilización de la educación en la Argentina, de los recortes presupuestarios y de los paupérrimos salarios docentes, y estalló cuando destacó el abandono de la educación pública en el interior del país que, aseguró, “desde Buenos Aires no ven”.

“Estamos teniendo analfabetos nuevamente. Es gravísimo, la lengua que hablamos entra en riesgo. Puede ser un problema de identidad para nuestro pueblo”, remarcó. A su turno, Finocchiaro retrucó esta afirmación con los resultados de las pruebas de evaluación nacional Aprender, que muestran leves signos de mejora en lengua.


El panhispanismo es un engendro de los españoles

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Hoy se ofrece la ponencia que el Administrador de este blog leyó el sábado 30 de marzo en la mesa redonda sobre "Corrección política y lenguaje",  que compartió conIvonne Bordelois, el escritor mexicano Jorge Volpi, el periodista español Alex Grijelmo y el filólogo español Pedro Álvarez de Miranda.

Panhispanismo: ¿las cosas por su nombre o espejitos de colores?

El Diccionario de la Real Academia define “gentilicio” a partir de tres acepciones: 1) que denota relación con un lugar geográfico [y agrego, ya sea por barrio, pueblo, ciudad, provincia, región, país o continente], 2) perteneciente o relativo a las gentes o naciones y 3) perteneciente o relativo al linaje o familia [a lo que nuevamente sumo, también las entidades políticas]. Los gentilicios se pueden sustantivar; es decir, uno puede referirse a una persona, mencionándola únicamente por su gentilicio. Por caso, soy porteño, habitante de la ciudad de Buenos Aires, y no bonaerense –como nos llaman genéricamente en España–, que es como se nombra a los habitantes de la Provincia de Buenos Aires.

La imposición del nombre también se da en muchos y muy variados contextos. Podría pensarse que el conquistador puede nombrar como quiera al conquistado. Los españoles, por ejemplo, llamaron “araucanos” a los “mapuches”, nombre que en lengua mapudungun –la que habla este pueblo del sur de Sudamérica– significa “gente de la tierra”. Los ingleses, en cambio, a los canoeros del Canal Beagle, los denominaron “tekenika” porque, cuando el capitán Robert Fitzroy les preguntó en inglés cómo se llamaban, los canoeros contestaron “tekenika”, que en lengua yámana –denominación que los propios yámanas se asignaban a sí mismos– significaba “no entiendo”. Tanto en el caso de los españoles y los mapuches, como en el de los ingleses y los yámanas, hay un notable desequilibrio de fuerzas. Sin embargo, las formas de nombrar erróneamente a otros pueblos no son privativas de los más fuertes. Cuando, antes del siglo XVI, los mapuches comenzaron decididamente su expansión hacia el este, invadiendo las vastas mesetas de la Patagonia argentina, llegando incluso hasta el sur de la provincia de Córdoba, fueron imponiendo –en alguna ocasión por la fuerza–, sus usos, costumbres y, fundamentalmente, su lengua a los pueblos que iban encontrando. Al hacerlo, también les cambiaron los nombres. Es así como los aonikén, del sur de la Patagonia argentina, empezaron a ser llamados “tehuelches” que, nuevamente en mapudungun, significa “gente brava”, haciendo una posible alusión a la resistencia que los aonikén le ofrecieron a la expansión mapuche. Por su parte, los yámanas que tenían como vecinos en la estepa de Tierra del Fuego a los selk’nam, los nombraron despectivamente “onas”, que aparentemente en yámana, significa “caca fría”. Hasta el día de hoy, por influencia de España y de Inglaterra, muchos se refieren a los mapuches como “araucanos” y a los extintos canoeros fueguinos como “tekenikas”, aunque el misionero Thomas Bridges, considerando que los aborígenes ocupaban un territorio al que llamaban Yahgashaga, introdujo un nuevo error y los rebautizó yaganes, nombre que, al menos en los libros ingleses, se utiliza para nombrar a los yámanas. Como se ve, los malentendidos pueden imponerse de muchas formas.

Los humanos, a través de la historia, les hemos puesto nombres a todo lo que hay en el mundo así como a  nuestra manera de relacionarnos con seres y objetos. Luego, con la misma frecuencia, y por muy diversas razones, hemos hecho lo imposible por cambiar la nomenclatura bajo la cual designamos todo. En algunos casos, se eliminó el detalle en pos de una supuesta síntesis (cfr. en Ezra Pound: “la mente medieval tenía muy pocas cosas además de las palabras para trabajar, y era más cuidadosa en sus definiciones y su verbosidad. No definía una pistola en términos que definirían igualmente bien una explosión, ni una explosión en términos que definirían un gatillo”). En otras oportunidades, cuando los objetos dejaban de existir hubo quien pensó que ya no había necesidad de conservar sus nombres porque no era necesario entrar en tanto detalle (cfr. la minuciosa descripción de todas las partes de una lámpara con forma de araña realizada por Gustave Flaubert y los dilemas que se les plantean a los traductores para poder nombrarlas). Hasta acá no hay problema. Se sabe, gracias a los filólogos, lingüistas y lexicógrafos, que cada siglo pierde un 20% de su vocabulario y gana otro tanto. Sin embargo, hubo veces en las que creímos que había que cambiar la manera de nombrar las cosas para, de ese modo, forjarnos la ficción de que la realidad también puede cambiar y, por qué no, mejorarse. Estos fenómenos se dieron en casi todas las épocas y en casi todos los pueblos. Esta suerte de chasco lingüístico se llama  “eufemismo”, término que el DRAE, siempre abstracto y poco eficiente, define con su habitual gracejo como “manifestación suave o decorosa de ideas, cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. El diccionario Robert, en cambio, acaso por francés conceptualmente más claro que el español, dice que eufemismo es “la expresión atenuada de una noción, cuya expresión directa tendría algo de desagradable”. Y da como ejemplo la palabra “desaparecido” por “muerto”, lo cual, en la Argentina es del todo pertinente. El diccionario Webster, a su vez, con verdadero pragmatismo anglosajón, señala que eufemismo es “la sustitución de una palabra o expresión que podría ofender o sugerir algo desagradable por otra inofensiva o agradable”. Y ofrece ejemplos: en lugar de guerra, “conflicto armado”; en lugar de morirse, “estirar la pata”.

Por múltiples razones, en algún momento de la década de 1980, los eufemismos engendraron en los Estados Unidos la “corrección política”, término que se usa para describir el lenguaje, las políticas o las medidas destinadas a evitar ofender o a poner en desventaja a miembros de grupos particulares de la sociedad. Esa práctica surgió tal vez como uno de los frutos más espurios del protestantismo cuando los progresistas decidieron comprarse una buena conciencia llamando “afroamericanos” a los negros y “americanos nativos” a los indígenas. Ahora bien, más allá de la justicia que mucha gente lee en estos cambios, no cabe duda de que son una demostración más de la hipocresía de ese país. Se trata, como verse, de eufemismos con el culo sucio. ¿Por qué? Porque la naturaleza cosmética de esos cambios no oculta la denominación administrativa de la población clasificada en varias categorías realmente alarmantes: caucásicos, afroamericanos, asiáticos, latinos; lo cual en buen castellano significa blancos, negros, aquéllos que vienen del Extremo Oriente, los que hablan castellano y son morochos. Así, uno bien podría concluir que un noruego de Lilyhammer y un italiano de Taormina son lo mismo; o que un estudiante etíope de paso y un bluesman de Chicago son lo mismo; o que un turco de Esmirna y un japonés de Osaka son lo mismo; o que un portorriqueño, un mexicano, un chileno, un paraguayo o un argentino son lo mismo. Al hacer esto, los estadounidenses muestran la hilacha y convierten a cualquier mexicano en un eventual “espalda mojada”, a todo árabe en terrorista y a toda persona de piel oscura en negro, que ya sabemos qué significa en los Estados Unidos.

Por contagio y en paralelo, todo el mundo empezó a preocuparse por la corrección política. Así, todos los ciegos empezaron a ser “no videntes” y todos los minusválidos empezaron a tener “capacidades especiales”. Lo que, en principio se pensó como una forma de evitar la exclusión, la marginación o el insulto hacia aquellas personas discriminadas, especialmente por cuestiones de pertenencia étnica o de género, pasó a abarcar los más diversos aspectos de la cultura y dando lugar al florecimiento de las “residencias para la tercera edad” (por “asilos geriátricos”) y, ya en el mundo de la economía, las “reducciones de personal” (por “despidos”) y la “racionalización de recursos” (por “rebaja de sueldos”) y, en el mundo de la guerra, los “daños colaterales” (por “víctimas civiles”). ¿Es de extrañar que haya una marca de pañales para adultos que se llama “Plenitud”?

El tema es amplio y, por lo tanto, inabarcable en los diez minutos que dispongo para esta ponencia. Me centro entonces en un concepto, cuya malversación dio lugar a un eufemismo que se ha escuchado mucho en los pasillos durante estos días, y que cumple la función del hueso pelado con un poco de carne, como para que quien lo recibe no se muera completamente de hambre: el panhispanismo.

Muchas personas, la mayoría de ellas españolas, nombran a la lengua en que me estoy manifestando “español”. ¿Por qué llamarla así? ¿Porque es la lengua mayoritaria de España? Entiendo que se trata del dialecto de Castilla, apenas un territorio que, durante la conquista de la Península, fue imponiéndose militar, política y económicamente sobre otros territorios hoy españoles en los que se hablaban otras lenguas, algunas de ellas bastante distintas del castellano e incluso más sofisticadas. Se me ocurre luego que, al decirle español al castellano, se deja afuera al gallego, al catalán, al vasco y a otras variedades igualmente españolas de las lenguas que se hablan en España. Si esto fuera así, uno bien podría considerar que otros españoles nativos, que no hablan castellano como primera lengua, no son necesariamente tan españoles como los españoles que sólo se expresan en castellano, lo que equivaldría a considerarlos españoles de segunda. Hay entonces aquí un problema político que se filtra en el campo de la lengua y que merece algún detalle. Si no, podría pensarse que las regiones donde en España se hablan otras lenguas son territorios ocupados y que “español” es únicamente la variante madrileña (que, por cierto, no incluye a la andaluza, de la que en Madrid suelen burlarse). Ni hablar de Latinoamérica, donde hablamos distintas variedades del castellano contrastadas con las de los pueblos que nos precedieron en estos territorios y con aquéllos que emigraron a nuestras ciudades. Yo, en esta mesa, no estoy hablando “español”, sino mi variante del castellano, que es la rioplatense. Y en la película Roma, de Alfonso Cuarón, se habla la variante de la Ciudad de México Por cierto, esta última parece muy difícil para los españoles, que debieron subtitular frases como; “si se quieren quedar, ésa es la regla”, y poner “si os queréis quedar, ésa es la regla”, cuando ese film se proyectó en España.

Con algún simplismo, habrá quien pretenda disfrazar estas cuestiones para intentar despolitizarlas. Ahora bien, si no fueran políticas, ¿qué hace acá el monarca español presidiendo un congreso que tendría que tener como únicos intervinientes a filólogos, lingüistas, lexicógrafos, escritores, traductores y profesores de lengua? ¿Preside el rey los congresos de los dentistas, de los tintoreros o los de los reposteros? Claramente, no, porque los intereses que hay en juego cuando se trata de la lengua son otros. Lo sabemos desde Antonio de Nebrija, quien les dijo a los reyes católicos que sin una gramática no podrían conquistar América, algo que esos mismos reyes hicieron a costa de 9 millones de indígenas muertos, según las estadísticas de Tzvetan Todorov.

Y aquí conviene recordar que España ha adscripto la lengua castellana a la “Marca España” –disimulada ahora con la denominación “España Global”–, y que, como eso no ha cambiado de los gobiernos de izquierda a los de derecha, no queda otro remedio que pensar que se trata de una cuestión de Estado y, si no me equivoco, el rey es el funcionario vitalicio que representa al Estado español. Y cuando uno se pregunta por qué todo esto, aparece súbitamente la economía: la lengua considerada como bien de consumo a través de diccionarios y gramáticas generados por la Real Academia Española, cursos y métodos de evaluación impulsados por el Instituto Cervantes, libros publicados por las multinacionales españolas, exámenes cobrados a través de los buenos oficios de Telefónica de España y, lo más odioso, las correcciones gratuitas de la FUNDEU (Fundación del Español Urgente), que, como todo el mundo debiera saber, son el fruto del acuerdo y participación del banco BBVA (Banco Bilbao Vizcaya) y la Agencia EFE.

En este punto, y puestas las cosas negro sobre blanco, alguien va a apresurarse a invocar el panhispanismo, engendro que los españoles, temerosos de la fragmentación de la lengua castellana, pusieron de moda en términos lingüísticos en la «Asamblea de Filología del I Congreso de instituciones hispánicas», una convención convocada en 1963 por el Instituto de Cultura Hispánica, institución creada por Francisco Franco en 1945, como forma de burlar, a través de Latinoamérica, el ostracismo al que la diplomacia mundial había condenado a su dictadura. Acaso con algo de esto en mente, entre las conclusiones de una de las comisiones de ese congreso –más precisamente, la dedicada a la “Unidad del español”– se lee: “La Comisión considera que toda acción rectora del futuro de la lengua española, tendente a la deseable unificación de la lengua cultivada, debe hacerse con un absoluto respeto a las variedades nacionales tal como las usan los hablantes cultos y teniendo en cuenta que la unidad idiomática no es incompatible con la pluralidad de normas básicas, fonéticas y de otro tipo que caracterizan el habla ejemplar y prestigiosa de cada ámbito hispánico”. A alguien se le ocurrió llamar a esto “política lingüística panhispánica”, eufemismo por “seguimos haciendo lo que queremos”, porque, a la fecha, sólo ha servido para que las editoriales españolas rechacen las traducciones hechas por latinoamericanos con el pretexto de que “son malas”, para que la FUNDEU se meta donde no la llaman haciendo continua presión para que los medios latinoanoamericanos adopten los usos lingüísticos impuestos por la Real Academia, etc. Mientras tanto, muchas de las palabras del DRAE indican “americanismo”, o “argentinismo”, o “mexicanismo”, pero nunca “españolismo”, como si lo que se hablara en España fuera la norma y lo que se habla de este lado del Atlántico (y no Alántico: las consonates tl se pronuncian en América) el defecto.

En el pasado, cuando el mundo estaba más equilibrado, cuando no se compraban abusivamente los derechos de autor “para la lengua”, imponiendo de ese modo una única traducción posible para todas las provincias del castellano, Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges ya tuvieron que pelear por estas cuestiones, justamente con muchos de los participantes españoles preocupados por la “unidad del español”. Borges y Reyes –que entre otras cosas nos liberaron del refranero español– no estuvieron solos. Afortunadamente Vicente Huidobro, César Vallejo, Pablo Neruda, y más acá en el tiempo, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Juan José Saer y tantos otros, a través de sus respectivas obras, lograron hacer del castellano una lengua expresiva y llena de matices, algo que siguen haciendo los escritores latinoamericanos, ya tan lejos de la cháchara vetusta de los congresos. En la actualidad resulta más que evidente que hay que volver a pelear por estas mismas cuestiones porque, está claro que la lengua no sólo es un instrumento de comunicación o una forma de expresión del espíritu humano, sino también un commodityque busca comerciarse, por ejemplo, en los Estados Unidos, país que en 2050 será el que tenga la mayor cantidad de hablantes de la lengua castellana. Como ya lo ha advertido el Instituto Cervantes, habrá, por lo tanto, mucho que vender. ¿Querrán nuestros panhispánicos parientes peninsulares compartir las ganancias o volverán a ofrecernos, como en el pasado, espejitos de colores? ¿Cuál será el panhispánico porcentaje de cada uno?






"Cada uno tiene sus razones para decir de uno u otro modo porque la lengua es mía, pero no solamente mía."

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El cierre del VIII Congreso de la Lengua Española estuvo a cargo de la narradora y poeta cordobesa María Teresa Andruetto. Reproducimos a continuación su discurso completo.

Cierre del VIII Congreso de la Lengua

“Hay una grieta en todo/ Así es como entra la luz”, dice Leonard Cohen, y entonces es ahí, en las fisuras, donde quisiera mirar. No fue sencillo para mí aceptar la invitación a cerrar este congreso, por las disidencias diversas que con él tiene –por razones también diversas– la comunidad a la que pertenezco y por mis propias disidencias. Me tranquilizan dos cuestiones, la primera es que antes de aceptar hice saber mi posición y la invitación se sostuvo –con un espíritu democrático y una amplitud que mucho agradezco–, la otra es que estoy aquí como escritora y el lugar de quien escribe es, en lo que respecta a la lengua, un lugar de desobediencia, de disenso.

En nombre de ambas cosas digo estas palabras.

La primera cuestión tiene que ver con el nombre mismo del congreso, llamado aquí –y es al menos curioso que la contraparte nacional se haya plegado a esa denominación– Congreso de la Lengua Española, porque para nosotros, para nuestro sistema educativo, la academia, la alta cultura y la cultura popular, esta lengua en la que aquí hablo siempre ha sido la lengua castellana. Así llegó a América, con la conquista y con la iglesia, la lengua de Castilla y fue esa lengua y no otras que se hablaban o se hablan en España, la que se impuso –no sin dolor, no sin lucha, no sin resistencia– sobre las lenguas originarias.

Esto nos lleva a preguntarnos de quién es la lengua, quién le da nombre y quiénes reconocen su lengua en ese nombre. Aunque en las previas a este Congreso se ha insistido en la idea de que la lengua es de todos sus hablantes, en la amplia procedencia geográfica de los ponentes y en la alta presencia de mujeres en las mesas, me pregunto si esa que se dice de todos es la misma lengua; en caso de serlo, quiénes son sus dueños y atendiendo a que una lengua con tantos hablantes, además de un capital simbólico es un capital económico, quiénes hacen usufructo de ella. Desde Madrid, el ministro de Educación de la provincia, a la pregunta de un periodista acerca de ciertos contenidos, reconoció que ni la parte argentina ni la cordobesa intervienen en la elección del temario. Es la Real Academia, dice. Nosotros actuamos en la parte logística del Congreso. A su vez, el director de la Real Academia, remarcó la importancia de estos congresos con la frase: “Durante unos días, se tratará de ponerle voz española a los asuntos que nos ocupan a todos”, tal vez sin tener dimensión de lo que la frase “voz española” significa aquí, para nosotros. Entonces, no debiéramos desentendernos de ciertas preguntas, aunque incomoden, preguntas como: ¿para qué un congreso en estas pampas sin intervención local sobre sus contenidos? ¿Es la lengua de España la misma que se habla en América?, ¿El muy diverso castellano de
cada uno de nuestros países es la misma lengua española de la que el Congreso habla?

Y finalmente, porque estamos en Argentina, ¿se trata de la misma lengua que aquí se habla? Sí y no. La misma y otra. Para los hablantes de mi país se trata de una cuestión que lleva más de un centenario, cuestión desestimada o minimizada por las instituciones españolas de la lengua, sus espacios de formación, sus editores…, como lo expresa blanco sobre negro el reciente planteo del director mexicano Alfonso Cuarón, quien declaró en la clausura de un ciclo de cine en Nueva York, que le resultaba ofensivo para el público (e imagino que sin dudas también para sí mismo) que su película Roma se haya subtitulado en España. “Me parece muy, muy ridículo, a mí me encanta ver, como mexicano, el cine de Almodóvar y yo no necesito subtítulos al mexicano para entender a Almodóvar.” Le parece ridículo, dice, que un español necesite que le digan “No os acerquéis al borde” en lugar de “Nomás no se vayan hasta la orilla”. Entiendo muy bien lo que dice Cuarón, me ha pasado que una editora española haya pretendido cambiar durazneros por melocotoneros con la extraña fundamentación de que en España nadie entendería la palabra duraznero, pero sucede que melocotonero es una palabra tan artificial para un argentino que nunca jamás podría usarla. En fin, cierta pretensión de uniformidad, la homogeneización que destruye lo singular o lo invisibiliza, el modo en que se ilumina la propia lengua al ver cómo toma caminos diversos.

Todo eso: borrado, dice la cordobesa Eugenia Almeida, porque el castellano de esta América es un conjunto de variables mestizadas por pueblos originarios, aportes árabes, africanos, europeos y asiáticos que –esclavizados, sometidos, aceptados o bienvenidos – impregnaron nuestros modos de decir y de pensar. Hablaba el ruso en quince lenguas, dice en algún lugar Julia Kristeva.

La segunda cuestión aparece cuando reparamos en que esto no es recíproco. Casi 600 millones de personas de 22 naciones hablamos la misma lengua. ¿Son soberanas lingüísticamente esas naciones? Y si así es, ¿por qué sus modos de decir necesitan ser traducidos a un decir mejor, a un bien decir? En la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos firmada en Barcelona en 1996, se expresa que los hablantes pueden usar la lengua según las necesidades de cada lugar de origen, garantizando así los principios de una paz lingüística mundial justa y equitativa, factor decisivo de la coexistencia social y cultural. Más del 90% de los hablantes de lengua española habita en países de América, y menos del 10%, en España, sin embargo las variedades idiomáticas americanas no tienen tantas posibilidades de ser reconocidas por la Academia y, cuando lo son, pasan por formas folclóricas, americanismos. Por su parte, en el Diccionario Panhispánico de Dudas, alrededor de un 70% de lo que se considera "malos usos de la lengua" es de origen latinoamericano, lo cual tiene que ver no sólo con la idea de purismo y la pretensión de uniformidad, sino sobre todo con la convicción de que el bien decir se decide fuera de nosotros.

Se trata de las políticas de control del idioma, de la tensión entre las hablas de una comunidad y las normas que esa comunidad dicta o acepta y de la lucha entre transformación y preservación. La advertencia gramatical no me limita, sino que me recuerda que yo estoy en la lengua, y me da movilidad dentro de ella. Me recuerda que la lengua es mía y que no es solo mía… me recuerda que el vínculo es el vehículo compartido. El interés por la gramática trasunta el interés por la conservación del espacio público, dice la colombiana Carolina Sanín. ¿Sin leyes seríamos más libres? Necesitamos instituciones reguladoras pero necesitamos también que esas instituciones nos representen de una manera más justa, porque una lengua – que por cierto es mucho más que sus reglas- vive en las bocas de sus hablantes y es asombrosa la velocidad con que lo vivo deviene en frase hecha, en palabra muerta, en clisé.

Un idioma es una entidad en permanente movimiento, una inmensidad, un río, en su adentro caben muchas lenguas como caben muchos pueblos. Argentina, para dar el ejemplo que más a mano tengo, no se hizo solo con descendientes de hispano hablantes, es un país que mezcló la población originaria con la invasora, y recibió aluviones migratorios de italianos, gallegos, árabes, aymaras, vascos, polacos, guaraníes, armenios, coreanos, alemanes… .se trata de un país que nunca vivió el purismo idiomático, la necesidad de conservar la "casticidad", palabra por otra parte tan cercana a la castidad. En fin, que somos impuros o mestizos (muchas veces mestizos étnicos y siempre mestizos culturales), que es impura nuestra lengua y esa impureza es nuestra riqueza. Dice el colombiano Fernando Vallejo que preguntarse quién habla bien es una tontería porque el castellano se habla como se puede en todos los ámbitos del idioma, un idioma de 22 países entre los cuales contamos a España. En fin, que para riqueza de hablantes, escribientes y lectores y para riqueza de nuestras literaturas, peninsulares, latinoamericanos y ecuatoguineanos debiéramos cuidarnos mucho de una lengua que se someta a la lengua oficial, una escritura que ponga en retirada a cada modalidad de la lengua en particular, cuidarnos de no confundir la lengua viva con los cementerios de la lengua, acoger, dice también Fernando Vallejo, el idioma de la vida, que es el local. Hasta acá, un poco distraídos, podríamos pensar que se trata de diferencias de habla, de lo singular que se aleja de ciertas normas, de ciertos corrales, cierta legislación que va y viene desde una región a otra, pero por cierto que no se trata de un camino de ida y vuelta entre modos diversos de usar la lengua, sino de una corriente que va o pretende ir desde la antigua metrópoli hacia sus dominios de antaño y nunca de modo inverso. Esa corriente de poder lingüístico unidireccional viene a nuestros países con las formas de decir y escribir que España considera correctas sin comprender que a muchas expresiones del castellano de España las comprendemos nosotros poniendo a prueba nuestros oídos, porque la música, y el habla, y el gusto, no son los mismos para todos y porque, parafraseando un relato cristiano, hay ovejas que son de este corral y otras que son de otro corral pero de todas es el universo de la lengua. No hace mucho, una investigadora madrileña me dijo llena de sorpresa ella y más sorprendida yo por su reflexión. No entiendo por qué los argentinos necesitan traducir a Dante (a raíz de una edición aquí de La divina comedia, con traducción del poeta Jorge Aulicino) si ya está traducido al español, pero es que tal vez ni se advierte siquiera cómo pegan en nuestros oídos muchas traducciones de editoriales españolas, especialmente cuando se trata de escritores que trabajan con lo coloquial; pero no me extiendo en el tema porque de todo esto, habrán dado cuenta las mesas sobre traducción del Congreso, ya que es materia habitual de debate entre nuestros traductores.

No se trata de una cuestión menor, ni tampoco meramente retórica. Durante la pasada dictadura, los escritores argentinos en el exilio español se preguntaban qué hacer con nuestro lenguaje. Elijo dos respuestas a esa pregunta; el escritor y crítico David Viñas, en julio de 1980, dice en una carta “¿Se academiza la cosa, se la agayega, se le pone almidón y se la plancha?” En otra carta, de agosto de 1980, el escritor Antonio Di Benedetto, dice: “He procurado clarificar un tanto el vocabulario para el lector español, sin dar la espalda a mi potencial lector argentino o latinoamericano”.

Con tal criterio he sustituido algunas voces. Ejemplo: no "saco", que aquí sugiere "bolsa", sino chaqueta, dicción que no es extraña al argentino, ¿verdad? ¿Verdad? Podemos oír un grito ahogado en ese ¿verdad?, un gesto de desesperación, porque la elección de la lengua (y dentro de ella, la de sus infinitos matices) indica en qué sistema literario puede o quiere insertarse un escritor, indica por quiénes y de qué modo desea ser leído y revela también el costo que ese escritor está dispuesto a pagar para encontrarse con sus lectores. Cuando comencé a publicar y se abrió tímidamente alguna posibilidad de editar mis libros fuera de Argentina, la lengua, esa materia con la que trabaja un escritor, comenzó a presentarse como un obstáculo. No es el libro, no es la historia, es el lenguaje…, tan argentino, se me dijo en muchas ocasiones.

En 1876, Juan María Gutiérrez, preocupado por el lenguaje rioplatense (como Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, sus colegas de la Asociación de Mayo), rechazó públicamente la propuesta de integrar la Real Academia Española, lo que provocó una serie de cartas con un periodista español que también polemizó acerca de ello con Sarmiento. La cuestión de si hablar castellano o una de las lenguas originarias del territorio que ocupa nuestro país y en el caso de hablar castellano, qué castellano hablar y escribir, en fin, la pregunta acerca de si era conveniente seguir a pie juntillas a la Academia Real del país del cual estábamos independizándonos o si debíamos dejar que la lengua, aun siendo la misma –la misma y otra por cierto– se independizara a su vez y corriera a su aire, aceptando nosotros, sus hablantes, las transformaciones que le íbamos dando, se discutió aquí en la segunda mitad del siglo diecinueve, una discusión que nuestros prohombres dieron por saldada hace ya más de 150 años. Esa cuestión, que en nuestras carreras de letras se estudia como la polémica acerca de la lengua, polémica que es por supuesto lingüística y estética pero por sobre todo fuertemente política, se dirimió en el marco del movimiento estético/político romántico, y la llevaron adelante Gutiérrez, Echeverría, Sarmiento y Alberdi, los cuatro grandes escritores románticos argentinos, a la vez cuatro políticos centrales, lo que es casi decir los fundadores de nuestra literatura y de la nación. De todo ello emergió la convicción de que ese castellano que se hablaba no necesitaba sujetarse a los dictámenes de su casa central, de modo que ser un hablante o un escritor argentino es también ser un usuario de la lengua desobediente ante la demanda de casticidad.

La tercera cuestión, aparece cuando reparamos en la lengua como un capital no sólo simbólico, cuando comprendemos su faz económica, y entonces nos preguntamos ¿quién usufructúa los dividendos que da esta lengua en el mundo? El gobernador de la provincia dice sabemos que es un recurso natural inmenso, un bien renovable que se multiplica con el uso, que gana valor cada día y hoy es deseable inclusive para los nacidos y criados en otras lenguas, lo cual coloca en primer plano este aspecto de la lengua como capital económico. A la hora de certificar internacionalmente los cursos de aprendizaje como lengua extranjera, las jornadas internacionales para profesores de español, como suelen llamarse, ¿quién certifica?, ¿quién obtiene los dividendos de esas acciones? ¿Se distribuyen esos dividendos entre los diversos países en que se habla castellano o se trata de un recurso que le pertenece mayoritariamente a instituciones españolas? Todas las relaciones humanas están mediadas por la política, atravesadas por diferencias de poder, y ese poder se materializa en el lenguaje que, citando a Bajtin, es producto de la actividad humana colectiva y refleja en todos sus elementos tanto la organización económica como sociopolítica de la sociedad que lo ha generado. La búsqueda de uniformidad, el paso de un rasero que aplane las particularidades de nuestros castellanos, va en consonancia con la persecución de un mayor rendimiento económico, con que libros, películas y series, publicaciones en papel o digitales, cursos de enseñanza y literatura destinada a niños y jóvenes sirvan para la mayor cantidad posible de usuarios. Por eso la persistente búsqueda de un castellano a la española o un latinoamericano neutro que permita a esos productos circular en todo el continente, viajando más y mejor, penetrando de modo más rápido, sin que importe que eso sea a costa de nuestras singularidades y vaya –como de hecho va– contra la riqueza del idioma. Baste escuchar en nuestro país a alumnos, hijos o nietos, hablando de leños, carros y neveras para comprender lo que digo.

¿Por qué hablan como hablan los personajes en los programas infantiles enlatados? ¿Por qué se subtitula una película de un castellano a otro, como sucedió con la ya citada Roma y sucede con tantas otras? ¿Es porque los españoles no comprenden la palabra orilla y necesitan que se la traduzca como borde? ¿O se trata de simplificar y uniformar para atraer el mayor número posible de espectadores hacia una película o una serie que pueden generar mucho dinero? Empresas y capitales multinacionales promueven la ampliación del mercado del castellano, en su modalidad española o en lo que llaman americano neutro para, en lo uniforme y hegemónico, reforzar el monopolio de la lengua como negocio; buscan un idioma de modalidad única (para tantos hablantes de culturas tan distintas), a costa de su depredación, del mismo modo que los monocultivos en su búsqueda desmedida de dinero van contra la riqueza del suelo y la diversidad que nos ofrece la naturaleza. Víctor Klemplerer, en su libro sobre las transformaciones de la lengua alemana durante el Tercer Reich, registra en su diario de manera minuciosa cómo el lenguaje se va falsificando, va perdiendo su singularidad y su verdad, lo que constituirá la más potente difusión del nazismo en todas las capas de la población. La vida de una lengua, si en algún sitio reside, es en lo particular, en su inestabilidad; la uniformidad como estrategia económica, la mono lengua, la neutralidad, lo que produce es destrucción, depredación. En ese arco ingresan las industrias de la lengua, el turismo idiomático, la corrección política donde se incluyen los debates actuales sobre si el lenguaje es inclusivo o no y en qué medida esa inclusión incluye la diversidad de todo tipo, no sólo la de género.

Pero volvamos a nuestra resistencia ante la demanda de uniformidad en los modos de decir; ya que el pensamiento se construye en y con el lenguaje a través del cual se manifiesta, podríamos avanzar un paso en nuestro razonamiento y decir que se trata en realidad de una demanda de uniformidad no sólo en los modos de decir sino también en los modos de pensar. Por eso, si bien muchos acceden a esas demandas, otros tantos nos sostenemos en el desacato, el desacomodo, el rechazo a una lengua apta para todos los públicos. No se trata de un capricho, se trata de una búsqueda de identidad que se refleja en el modo de hablar y de escribir, desvíos de cierto extranjero deber ser para encontrar en lo individual más hondo, allí donde refracta lo social, ecos de la lengua de un pueblo, una región, una comunidad, un sector social, búsqueda de un contrapoder frente a lo hegemónico. Se dice que la lengua no es de las instituciones, sino de los hablantes, y aunque así es en lo que hace al uso cotidiano, no parece suceder lo mismo en el aprovechamiento económico que una lengua provee, porque sin dudas no es mayoritariamente el castellano argentino, ni el mejicano ni el peruano, ni el boliviano…, el que se comercializa en la enseñanza internacional del idioma, en las pruebas de aptitud sino la modalidad española que por la vía del país que la lleva a la práctica, se beneficia con esos recursos. La falta de políticas públicas sobre este asunto vuelve vulnerables a los individuos, a las culturas y a la identidad de nuestros países. Sin duda el Estado español encuentra en la extensa difusión de esta lengua en Latinoamérica una posibilidad muy fértil de desarrollo económico, y perder ese control –aceptar su des homogenización, comprender y respetar las libertades de un territorio donde vive el 90 por ciento de sus hablantes– sería perder ingresos. Pero nuestra lengua –al igual que nuestros recursos naturales– no puede medirse sólo en términos económicos, porque se trata de una construcción colectiva que es necesario sostener cuidando los derechos lingüísticos de la comunidad y de sus individuos. Todo esto es también responsabilidad del Estado (de cada uno de los Estados), cuyo rol debe ser activo, instrumentando políticas que defiendan y promuevan esos derechos, los que se refieren a las variedades del castellano y los que se refieren a las lenguas de nuestros pueblos originarios. En territorio argentino hay más de 19 lenguas (aymara, huarpe, wichí, mapuzungun, qom, quechua, pigalá, guaraní, entre otras) que lograron sobrevivir –no sin resistencia, no sin persistencia– desde que el rey Carlos II prohibió por decreto el uso de las lenguas nativas, lo que nos demuestra una vez más que leer y escribir son instrumentos de poder. Entre letra y letra hay un confesionario, entre palabra y palabra un mandamiento, y más allá del margen de la hoja que se lee, bulle una Babel pagana en voces deslenguadas, ilegibles, constantemente prófugas del sentido, dice el chileno Pedro Lemebel. Tal vez no muchos ciudadanos argentinos saben que en nuestro país hay 3.000 escuelas bilingües donde concurren niños de 32 pueblos originarios y trabajan (o trabajaban hasta el anterior gobierno nacional, según palabras de la escritora Sandra Comino, partícipe del ahora vaciado Plan Nacional de Lectura) 1.800 educadores, docentes auxiliares en Lengua y Cultura Aborigen.

La cuarta cuestión, el lenguaje inclusivo.

El Congreso de la Lengua se ocupará del presente del español, pero no discutirá sobre lenguaje inclusivo, han dicho a la prensa, con total firmeza, las autoridades de la Academia. Tendremos participación igualitaria entre varones y mujeres, se dijo y yo no puedo dejar de preguntarme si habrá habido mujeres y en qué proporción en las decisiones de contenidos. Desconozco si la Academia y el Instituto tienen mujeres en sus directorios, pero si las tienen, ellas no han dado sus opiniones a la prensa; se dijo que hay 250 ponentes de 32 países. ¡250 ponentes y ni una sola mesa de discusión sobre un tema como es la inclusión de género, vivamente presente en la agenda actual, tanto de América latina como de España! El lenguaje inclusivo nos pone delante de la carga ideológica de la lengua, que habitualmente nos es invisible. Claro que compartimos la lengua y que ella no es de nadie, ni siquiera de las buenas causas. Claro que corremos riesgos de que el lenguaje inclusivo se vuelva pura corrección política. Claro que no sabemos qué pasará con la literatura, ni si es posible escribir en lenguaje inclusivo de un modo lo suficientemente cargado de ambigüedad como para conservar la función poética del lenguaje, de un modo que además de hacernos pensar, nos conmueva, nos emocione, nos complejice. Claro que no sabemos, y menos puedo saber yo, qué sucederá en el largo plazo, si ese lenguaje que viene a irrumpir se estabilizará en la lengua y en tal caso de qué modo, si ingresará y de qué manera a nuestras literaturas, pero sabemos de su uso y expansión en ciertos sectores sociales (especialmente urbanos) y en jóvenes de cualquier género, y vemos cómo impregna y permea los usos públicos, periodísticos y políticos, y entonces resulta asombroso que no se haya incluido siquiera una mesa de discusión sobre algo que está moviendo los cimientos de nuestras sociedades.

En la lengua se libran batallas, se disputan sentidos, se consolida lo ganado y los nuevos modos de nombrar –estos que aparecen con tanta virulencia– vuelven visibles los patrones de comportamiento social. Palabras o expresiones que llegan para decir algo nuevo o para decir de otro modo algo viejo, porque el lenguaje no es neutro, refleja la sociedad de la que formamos parte y se defiende marcando, haciendo evidente que los valores de unos (rasgos de clase o geográficos o de género o de edad…) no son los valores de todos. Algo que no existía comienza a ser nombrado, algo que ya existía quiere nombrarse de otro modo, verdadera revolución de la que no conocemos sus alcances, ni hasta dónde irá, ni si abarcará un día a la mayor parte de la sociedad, a sus diversas regiones, a las formas menos urbanas de nuestra lengua y a todos sus sectores sociales. No podemos prever su punto de llegada, pero sí sabemos que está entre nosotros de un modo tal que no podemos obviar. Lo que queda claro, lo insoslayable, es que se trata de una cuestión política, de que la lengua responde a la sociedad en la que vive, al momento histórico que transitan sus hablantes, porque como dice también Victor Klemperer, El espíritu de una época se define por su lengua. El asunto entonces es cómo se las ingeniará la lengua para conservar un territorio común entre sus hablantes, para seguir siendo en su diversidad, sus diferencias y su riqueza, un lugar de reunión, para usar el nombre de un libro y de un poema de nuestro Alejandro Nicotra. La lengua es mía pero no sólo mía, entonces cada uno de nosotros es dueño de la lengua, siempre que tenga la conciencia suficiente como para advertir su componente social. Este código compartido, este contrato entre hablantes, esta libertad tiene siempre por límite el deseo de ser comprendidos, porque no hablamos solos ni para nosotros sino para comunicarnos con otros.

Ante esa complejidad, sólo caben la diversidad y la flexibilidad; por otra parte, la lengua nos da todo el tiempo muestras de saber transformarse sin destruirse y, finalmente, sacudir el lenguaje, es –en palabras de Althusser– una forma entre otras, de práctica política. Otra cuestión, el castellano como lengua de las ciencias y del conocimiento. El posicionamiento del castellano como lengua científica y filosófica, nos lleva a la disputa ante el inglés como lengua dominante, a entrar en diálogo y tensión con otras lenguas y contra la imposición de una lengua única para el universo científico. En fin, que el mismo razonamiento sostenido en defensa de las variables americanas del castellano ante su variante oficial, se aplicaría en este campo de disputa en el que nuestro idioma está en condición de minoría con respecto a la lengua oficial de las ciencias, el inglés como lengua única. Una tarea de principal importancia es la recuperación del castellano como lengua del saber, lo que no equivale a promover un provincianismo autoclausurado y estéril sino un universalismo en castellano que se acompaña con el aprendizaje de muchas otras lenguas para acceder a todas las culturas y entrar en interlocución con ellas contra la imposición de una lengua única. El desarrollo del castellano como lengua del saber, del pensamiento y del conocimiento académico postularía un internacionalismo de otro orden, babélico y no monolingüe, y requeriría un cambio radical en nuestra cultura de autoevaluación universitaria y científica, dice el cordobés Diego Tatian y el argentino/mexicano Enrique Dussel, en su libro Filosofías del sur, pregona que las diversas tradiciones se dispongan para un auténtico y simétrico dilogo, gracias al cual cada una aprendería muchos aspectos desconocidos, más desarrollados por otras tradiciones. Se trataría de un mutuo enriquecimiento que exige situarse éticamente reconociendo a todas las comunidades con iguales derechos de argumentación, superando los centrismos hoy vigentes que llevan a la infecundidad y frecuentemente a la destrucción de descubrimientos de otras tradiciones, dice. La amenaza de una lengua de comunicación única es muy real. Contra esa amenaza, es necesario que cada uno hable su lengua y más de una lengua, dice Bárbara Cassin. Lugar común la lengua y el pensamiento, donde lo común no aspira a lo uniforme, lo aceptado por todos ni lo ya dado, sino a un territorio que, abrigando las singularidades, permita encontrar en un tesoro acumulado por generaciones de escribientes y de hablantes, las palabras que nos permitan abrir la historia, decir cosas nuevas y a la vez reconocer la radical igualdad de los seres humanos.

El lenguaje da acogida a la experiencia de los hombres, nos promete que lo que se ha experimentado no desaparecerá del todo, dice John Berger. Una novela, un cuento, un poema, dice también él, usan los mismos materiales que el informe anual de una corporación multinacional. El hecho de que estén hechos con casi las mismas palabras y similar sintaxis no significa más que el hecho de que un faro y la celda de una prisión puedan construirse con piedras de la misma cantera, unidas con el mismo cemento. En fin, que casi todo depende del modo en que se articulan las palabras, el modo en el que cada uno de nosotros se vincula con el lenguaje como lugar de reunión, en el convencimiento de que él es –además de instrumento práctico– vehículo de expresión de la subjetividad de un individuo y de una sociedad, tesoro fecundado por múltiples desvíos e innovaciones, sostenido por generaciones de hablantes y escribientes como motor de creación, factor de mutación, de transformación, para dar testimonio de lo vivido e imaginado, de la ligazón con lo sagrado, la celebración de lo acontecido y el lamento por lo perdido; en fin, para construir Memoria e Historia.

Entre lo personal y lo político, lo privado y lo público, lo individual y lo colectivo, crece esta lengua nuestra. Para que su energía no se pierda, para que eso que habita en ella y es fácilmente corrompible, no pierda su música, nervio o alma –la diversidad puesta a vivir en nuestras bocas–, ella se distancia de lo oficial, de lo abstracto, lo general, lo convencional, en busca de lo sepultado bajo capas de artificios, condicionamientos y convenciones, porque cuando por mentirosa, farragosa, fangosa o inexacta, por excesiva, hinchada, henchida o snob, por grandilocuente, críptica o burda, se corrompe la relación entre las palabras y las cosas, todo el delicadísimo equilibro, todo el misterioso artefacto, se desploma. La homogenización a través de una lengua, la búsqueda de una lengua de nadie producto del capitalismo, dice Barbara Cassin y nos advierte sobre la amenaza de un lenguaje único para la comunicación. Necesitamos diversidad en las lenguas, como parte de la diversidad de los ciudadanos. Cada palabra es el resultado de una historia y de una serie de representaciones, pero solo adquiere su significado, que designa una cosa y no otra, en su diferencia con otras palabras de la misma lengua. Cada lengua tiene su forma de inventar, de inventariar, de describir, de concebir, de comprender.

Una lengua es una energía y se inventa todo el tiempo. Sabemos que las leyes son necesarias para sistematizar la lengua y enseñarla a las siguientes generaciones, y sabemos también que una lengua está en permanente movimiento y que, de no ser por esos movimientos, desvíos, disidencias y transformaciones, estaríamos hablando hoy lenguas romances o latín vulgar…, de hecho el castellano comenzó desobedeciendo, como lo muestran las Glosas Emilianenses, esas anotaciones al margen en un códice escrito en latín, que en el siglo X u XI algún monje hizo para aclarar algún pasaje, anotaciones en un modo de decir en el que ya hablaba el pueblo pero que todavía no había pasado a su forma escrita. En fin, que en una lengua cabe un mundo, y en ese mundo caben los disensos y las luchas. Digo esto sabiendo del lugar en el que estoy, deseando profundamente que unos y otros, de aquí o allá, podamos volvernos más y más conscientes de que la uniformidad no es el camino para que la lengua que compartimos se mantenga viva; pienso entonces en congresos de la lengua donde el país receptor intervenga activamente en los contenidos, en un congreso que revise su nombre, un congreso donde se discutan los beneficios económicos de la enseñanza de castellano en el mundo y donde no se vuelva costumbre traducir en un país el castellano de otro país, porque si hay riqueza en esta lengua nuestra, esa riqueza no está en la rigidez sino en la posibilidad de aceptar la potencia de lo diverso y de lo múltiple, la riqueza del permanente movimiento, como sin ir más lejos han hecho los hablantes de lengua inglesa –donde la estandarización proviene de la literatura, los medios y el uso- en sus distintos modos de hablarlo y escribirlo. Necesitamos oírnos en nuestras semejanzas y nuestras diferencias, en los múltiples meandros que ofrece este idioma nuestro en el que Cervantes y Rulfo, Sor Juana, García Márquez, Gabriela Mistral y Roa Bastos, Teresa de Ávila, Luis de Góngora, Elvira Orphée y José Donoso, César Vallejo, Quevedo, Borges, Blanca Varela y Juana Castro, Gil de Biedma, Lemebel, Lugones, Arguedas, Watanabe, Sara Gallardo y Onetti, Humberto Akabal, Arlt, Saer y Rosario Castellanos, entre tantos otros… abrieron con mano de seda y de hierro los intersticios de la lengua que de mil maneras les había sido impuesta, para poder decir lo que aún no había sido dicho.

Alfabetizando a población chiriguana en la frontera salteña, nuestra educadora María Saleme entendió que no servían las cartillas hechas en Buenos Aires, que tenía que empezar por la palabra agua, porque el chiriguano es hombre de río, y cuando lo hizo en los valles calchaquíes descubrió que la palabra nudo no era agua, sino tierra. Adrian Bravi, escritor argentino de lengua italiana, en un libro que se llama La gelosia della lingua cuenta acerca de una tía que emigró a Argentina en un barco en el que faltó agua potable y donde murieron casi todos los niños de brazos, una tía que podía contar lo vivido en castellano pero al intentar decirlo en italiano, se quebraba porque al evocarlo sus recuerdos tomaban vida propia.

¿Es borde la palabra? ¿O es orilla? ¿O es canto, o línea, o costa, o ribera, o margen? Cada uno tiene sus razones para decir de uno u otro modo porque la lengua es mía, pero no solamente mía. Esa lengua en la que nuestros recuerdos toman vida propia, en la que podemos razonar y conmovernos, conocer y cuestionarnos, aprender e imaginar, hasta que lo nombrado adquiera vida propia. Porque, como en la parábola que relata Gershom Scholem, aunque no sepamos encender el fuego ni encontrar aquel lugar en el bosque, ni seamos ya capaces de rezar, podemos seguir contándonos unos a otros nuestras historias y la Historia. Perder eso sería perdernos, sería una nueva forma de barbarie.


VIII CILE: un balance y una reflexión

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El 1 de abril, Silvina Friera publicó en Página 12 el siguiente artículo, donde traza algo así como un balance  de lo que fue el VIII Congreso de la Lengua. En la bajada se lee: “Los cuestionamientos de escritores argentinos tanto sobre cómo nombrar a la lengua como por el lenguaje inclusivo despertaron polémicas durante el CILE realizado en Córdoba.

Encuentro sin tanta armonía ni consenso

La lengua está en disputa. La controversia sobre cómo nombrarla, a quiénes incluye y excluye si se pronuncia “española”, “castellana”, “castellana americana” o hispanoamericana, por mencionar apenas algunas de las opciones, fue una de los temas que más polémica despertó durante el  (CILE), en el que participaron Mario Vargas Llosa, Juan Villoro, Nélida Piñon, Joaquín Sabina y Elvira Sastre, entre otros escritores y artistas. No es un problema “menor”, una especie de obsesión erudita de un puñado de lingüistas, traductores y escritores. Se podría afirmar que todo nombre es político. Pero los 453 millones de hispanoamericanos que hablan la lengua como idioma materno –que serán 570 millones en 2050–, ¿en qué lengua dicen que hablan –o escriben– los usuarios de esta lengua, distribuidos en cuatro continentes y 22 países, el 6,16 por ciento de la población mundial, sin contar los hispanohablantes de Estados Unidos? La respuesta, que parecería “rizar el rizo”, agrega mayor complejidad al asunto. En las constituciones de siete países se afirma que la lengua oficial es el “castellano” (Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Paraguay, Perú y Venezuela); en ocho aparece el “español” (Cuba, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Puerto Rico); hay cuatro países que no mencionan tener una lengua oficial (Argentina, Uruguay, Chile y México).

Las escritoras y escritores argentinos, más desobedientes y disidentes respecto de la imposición de normas que aplanan la riqueza y variedad del lenguaje, pusieron el tema sobre la mesa, como Mempo Giardinelli, Claudia Piñeiro, Jorge Fondebrider, Perla Suez y María Teresa Andruetto. Aunque intentaban disimular y mantener la forma de la hermandad en la diversidad del panhispanismo, a más de un escritor y académico español se le atragantaba el castellano y la contrariada gestualidad de sus rostros revelaba cierto malestar. No esperaban el aluvión de objeciones formuladas cara a cara, directo al grano de la lengua. Además de plantar bandera y proponer que se debata para Arequipa –donde se hará el IX Congreso en 2022– cómo se llamará el próximo encuentro, molestó que se desnudara, como nunca antes, el negocio de la lengua, que es casi como decir el negocio de los congresos. Como organizadores, el Instituto Cervantes, la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), no pierden de vista, aunque no lo expresen en voz alta, que el dispositivo “congreso de la lengua” –iniciado en Zacatecas (1997) y que se repite cada tres años: Valladolid (2001), Rosario (2004), Cartagena de Indias (2007), Ciudad de Panamá (2013) y San Juan de Puerto Rico (2016)– sirve para extender acuerdos económicos, comerciales y educativos, con el caballito de batalla de la lengua española en el mundo, que van del cine a la televisión, de la música a los medios de comunicación, del mundo editorial a la traducción y los recursos digitales, además del sector terciario de servicios, como la telefonía, los bancos y las empresas de energía, entre otros.

El negocio de la lengua
El lingüista español José Del Valle –que participó del I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos, llamado también “Contracongreso”– no asistió a ninguna de las actividades del CILE. Aunque fue convocado desde la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), rechazó la invitación por su posición crítica desde hace años con las instituciones que organizan el congreso. “Se puede pensar la lengua como negocio en la medida en que la lengua se vende y se compra, es decir la lengua se materializa en gramática, en diccionarios, en libros de texto para la enseñanza del español a extranjeros, en libros de texto para la enseñanza del castellano como lengua nacional, y en todos esos casos estos objetos son por un lado dispositivos de gestión del idioma y por otro son productos de mercado”, plantea Del Valle a PáginaI12. “Entonces, en la medida en que por ejemplo el español como lengua extranjera se cotiza en alza en los mercados lingüísticos internacionales, es lógico, dentro de la lógica del capitalismo, que se produzca una competencia por controlar las ventas de ese producto. Lo mismo ocurre con la certificación de conocimientos del español: quien controle los mecanismos de certificación de conocimientos del español podrá controlar la distribución de los beneficios económicos que se deriven de la administración de estos exámenes. La lengua es claramente un negocio”, afirma el autor de La batalla del idioma. “Hay un segundo sentido en el que la lengua española puede ser útil para los negocios –agrega el lingüista español–. Todos los países, no solo España, tienen una política cultural exterior que es pensada como una estrategia diplomática, por medio de la cual se instrumentalizan objetos culturales para elevar el valor de la marca país y, consecuentemente, abrirle camino a las empresas de ese país que quieran invertir en el extranjero o que quieran vender productos en el extranjero”.

Todos los nombres, el nombre
La escritora cordobesa Perla Suez, que debatió en una de las mesas del CILE, afirma que “el nombre de la lengua es un terreno de disputa política y social”; por eso cree que hay que renombrar el Congreso. “Yo estoy más cerca de lo que decía Mempo (Giardinelli) en cuanto a que es necesario hablar de la lengua castellana y americana, pero todavía no me conforma, porque me pregunto: ¿cómo entran dentro de esta polémica nuestros pueblos originarios, tan olvidados, que escriben en castellano su propia lengua? Todavía en ese nombre no está el nombre de todos los que queremos incorporar. La Real Academia Española va a tener que escucharnos porque ya está claro que homogeneizar la lengua no es posible, porque no lo vamos a permitir, como ya lo hemos demostrado en la tradición literaria argentina desde la generación del ‘37, con Esteban Echeverría, y después cuando Borges se enfrentó con Américo Castro –recuerda la autora de El país del Diablo–. Hay que pensar muy bien cómo nombrar de otra manera una lengua que es indecisa, indómita y escurridiza, y tal vez yo me esté escurriendo al nombrarla. Entre todos tenemos que buscar una nueva denominación para el próximo Congreso de la Lengua Castellana que se va a hacer en Arequipa, Perú”.

Del Valle escuchó a Mempo Giardinelli, que también estuvo en el “Contracongreso”. “Las palabras castellano y español coexisten desde el siglo XVI; hay contextos geográficos o situaciones en los cuales se prefiere español o contextos en los cuales se prefiere castellano, y esos usos no se mantienen constantes a lo largo de los siglos. Estas dos denominaciones de la lengua, castellano y español, han coexistido con oscilaciones, llamándose en algunos lugares de una manera y en otros lugares de otra. Afirmar prescriptivamente que se le debe llamar castellano o que se le debe llamar castellano latinoamericano o hispanoamericano, me parece una opinión legítima, pero en cualquier caso es una opinión que está emitida a través de la voz de un intelectual argentino, porque el término español lo usan en Puerto Rico para referirse a su lengua, lo usan en Cuba para referirse a su lengua, lo usan en República Dominicana para referirse a su lengua y se usa principalmente en México para referirse a su lengua –enumera el lingüista español–. La justificación histórica que dio Mempo me pareció frágil y está basada en un conocimiento imperfecto de la historia de estos dos términos”.

Aunque entre los temas a debatir durante el octavo CILE no estaba el lenguaje inclusivo, emergió con la potencia de lo que está ausente, de lo que se intenta esconder como se hace con el polvo debajo de la alfombra. Solo que no hay alfombra que detenga la necesidad de revisarlo todo desde los géneros y sexualidades disidentes. “El rechazo al lenguaje inclusivo viene del patriarcado, de los orígenes machista en la construcción de las sociedades, basadas en lo que el hombre propuso y desplazando a las mujeres al anonimato total”, advierte Suez. “Me pregunto por qué habrá tanto temor a que digamos ‘todes’, si tampoco lo vamos a definir ya, si la lengua está en movimiento y es escurridiza, y el uso lo deciden los hablantes, hasta que una nueva generación transforme nuevamente las palabras”, reflexiona la escritora cordobesa. “Tenemos que seguir luchando para transformar la lengua, para hacer que nos escuchen, para que caiga el patriarcado”. A Suez no le llama la atención la escasa participación de mujeres en los comités que organizaron el Congreso de la Lengua. “En la Academia de la lengua la intervención de muchas mujeres ha sido rígidamente masculinizada; parecieran discursos hechos por hombres que no me interesan. Me interesa mucho más la sensibilidad de la mujer, como las que se vieron también en el Congreso, como la de Claudia Piñeiro cuando cantó en qom”.

La batalla por la inclusión
A diferencia de otros que rechazan visceralmente el lenguaje inclusivo, Del Valle dice que le interesa el debate porque refleja un caso de variación lingüística que está marcada socialmente y está determinada por posicionamientos políticos relacionados con las reivindicaciones feministas y de sexualidades disidentes de distinta naturaleza. “Me interesa analizar cómo se manifiesta esa variación, quién usa la norma tradicional, quién opta por proponer nuevas normas y quién las usa, las obedece, enfrentándose así a los usos tradicionales. Y me interesa también elaborar un mapa del modo en que propuestas normativas, usos alternativos y posicionamientos políticos nos van explicando el modo en el cual se produce una interacción entre los usos del lenguaje y la realidad social y política”. Sobre el silencio en torno al tema por parte de la RAE, el lingüista español se atreve a especular: “La Real Academia Española, que en general evita los debates, puesto que prefiere proyectar la imagen de una institución abierta y que consensua con los hablantes todas las decisiones, por alguna razón decidió entablar una batalla abierta en la esfera pública con las propuestas normativas que procedían del feminismo y que conocemos como lenguaje inclusivo. Mi visión es que, desde la perspectiva de quienes gestionan la RAE, la batalla pública contra las propuestas feministas les resulta beneficiosa; es decir, deben de pensar que ese es un debate que van a ganar ante la población de manera mayoritaria –explicó Del Valle–. Hay una dimensión que no es visceral sino que es racional. El CILE pretende presentarse como un espacio de confluencia, un espacio de diálogo, y en esta oportunidad les pareció que sacar a la superficie este debate podría dañar esta imagen de armonía y consenso panhispánico que es parte importante de los objetivos del CILE”.

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Por su parte, Diego Di Vincenzo, editor (de 200 libros de enseñanza entre los sellos Santillana, la tradicional editorial Estrada –de la que fue fue director editorial– y el grupo Norma/Kapelusz Argentina –donde fue Gerente de Contenidos durante diez años) y docente en la escuela secundaria, en el nivel terciario y universitario, ha realizado en Cultura InfoBAE una reflexión sobre el último CILE, que habla de la necesidad de sostener las diversas identidades del castellano para preservar la riqueza de las culturas locales.

La pretensión de uniformar (y empobrecer) la lengua

Acaba de terminar el Congreso de la Lengua y ya pudimos observar que el encuentro dejó notas de humor, disidencia, acuerdos y discrepancias. Pero también dejó cuestiones para pensar políticas culturales y educativas, por ejemplo, el de la uniformidad de las variedades del castellano que se habla en los diferentes países como estrategia de las industrias culturales, cuyos contenidos se globalizan desde casas matrices con proyección para todo el mundo de habla hispana, en una especie de Urbi et orbi lingüística.

En este sentido, no es extraño que el interés por las lenguas y los lenguajes sea parte de la agenda de las grandes compañías vinculadas con la comunicación y la cultura, que también estuvieron presentes en el Congreso. Un interés que, por cierto, se encuentra con dificultades de diverso tipo cuando se intenta crear materialmente un contenido cultural o educativo que resulte, al mismo tiempo, lo suficientemente neutro como para que circule en diferentes países con variedades del castellano disímiles entre sí, y que, por otra parte, no entre en colisión con las legislaciones locales en materia de Derechos de autor (la Argentina es un país que protege con mucho celo esos derechos).

En este sentido, no resulta extraño que el castellano (el español, como se lo llama con pretensión globalizante y panhispanista) sea objeto de interés no solo cultural y educativo, sino también político y económico, por el reporte de ingresos provenientes de las acciones culturales y pedagógicas del "español en el mundo". Existe una institución estatal española que acredita "este español", el Instituto Cervantes, que certifica esta lengua "oficial", como las titulaciones que se otorgan con el inglés o el francés, y que aspira a vastas zonas no hispanoparlantes como China o los Estados Unidos.

Aquellos procesos de uniformización lingüística para el diseño de contenidos requieren de escrituras obedientes y dóciles a esa especie de protolengua llamada "neutro" y necesitan un elenco de actores culturales (editores, correctores, adaptadores) que sean capaces de propiciar una lengua artificial para ser leída. Pero también para ser escuchada: por eso se deben considerar, también, difusores en pronunciación y lexicografía que operen sobre las particularidades dialectales. Se trata de industrias que ya conocemos bien por Netflix y otras plataformas en streaming.

En motivaciones de este tipo se encuentra la preservación del español en el mundo; preservación que vigilan, con censura y rechazo a la impronta al cambio, la Academia monárquica española de la lengua y las diferentes academias de los países en los que se habla castellano. Y también la motivación desmedida por la unidad de la lengua española. Como señala el español Ángel López García, muchos otros pueblos comparten el uso de una cierta lengua, y no por eso se sienten miembros de una comunidad superior: no existen los anglanos y la Anglidad, ni los francanos y la Franquidad. Tal vez porque, como cree este autor, en la tradición hay que encontrar la causa: el único elemento aglutinador de los variados pueblos que componían la Península Ibérica en la Edad Media llegó a ser esa lengua común que surgió uniendo los rasgos de todas; así lo sintieron quienes la iban adoptando sin renunciar por ello a su lengua materna. En otras palabras, un intercambio motivado en necesidades comunicativas, entras las cuales, obviamente, estaba la de comerciar.

Este asunto también debería volverse materia de reflexión pedagógica, porque los procesos de uniformización del castellano se relacionan con la lengua (materna) en la que nuestros chicos y chicas aprenden en la escuela. En un contexto como el actual, en el que la producción editorial cae con cifras alarmantes, no es extraño que las casas matrices adopten políticas editoriales de masificación de autores y libros, y distribución en países en los que tienen presencia, en desmedro de las producciones locales, que sí ocurren en contextos macroeconómicos más benignos.

Costos, políticas cambiarias… cuando los insumos materiales e intelectuales para la creación de un contenido educativo, literario o de otro tipo, no pueden recuperarse con los precios, las sucursales tienden a relegar la producción local en propuestas de carácter global desde las casas matrices y con lenguas o traducciones que optan por una variante en desmedro de otra, o con aspiraciones a esa especie de neutro universal que borra matices, improntas propias, jergas, palabras all' uso nostro. Y esos términos de identidad a partir de los cuales reconocerse en la lectura desaparecen, no están en la literatura que leen, lo cual implica recibir ofertas poco motivadas en estas inquietudes pedagógicas o lingüísticas pertenecientes a la educación en la primera lengua, en la lengua materna. Y, ya se sabe, la importancia de educarse en la lengua materna no implica solo frecuentar el castellano general o estándar en la cultura de la que se forma parte, sino también reconocer las particularidades lingüísticas propias de un pasado común y una proyección hacia formas que varían por grupos, épocas, generaciones.

En esa riqueza que puede ser local (lo más inmediato, el Río de la Plata) o conocedora de las notas distintivas del castellano andino, o del de Cuyo, o de la zona de influencia del guaraní… Castellanos con sus ricas literaturas, improntas de palabras y frases propias, que los vuelven únicos y por eso adorables. Allí está la potencia de la educación lingüística como educación cultural. En este sentido, el Congreso de la Lengua también debería dejar una invitación a pensar no solo en los derechos a la educación lingüística en las variadas formas del castellano de la Argentina, sino también en estos asuntos de políticas culturales, pedagógicas y educativas.

Y para ir terminando con el VIII CILE...

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Varias fueron las mesas del VIII Congreso de la Lengua en las que se oyeron voces disidentes, pero las síntesis que se publicaron en el sitio de la Real Academia prácticamente no las registraron porque, está claro, no le conviene. 

En cuanto a los medios locales hay que decir que la Agencia TELAM y los diarios Clarín, La Nación y Perfil se detuvieron en las anécdotas superficiales antes que en dar a conocer in extenso (como sí lo hicieron Página 12, Cultura InfoBAE y La Voz) los reclamos y disidencias. 

Los diarios españoles, en cambio, se preocuparon especialmente por mostrar los agravios al rey (el mismo que demostró su familiaridad con Borges llamándolo "José Luis"), así como la polémica que ellos creían superada entre las denominaciones castellano y español. Nada dicen, sin embargo, de los aspectos económicos, centrales a toda la cuestión y debidamente denunciados por varios participantes argentinos (entre los que se cuenta el Administrador de este blog). Prefieren mostrarse sorprendidos como si hubieran sido sorprendidos en su buena fe antes que confesar cuáles son sus verdaderas intenciones. 

Lo dicho hasta aquí, puede comprobarse leyendo los siguientes vínculos, donde nada se dice de los negocios que se esconden detrás de la lengua:






Capítulo aparte es todo aquello referido a la exigua participación de mujeres en la mayor parte de las mesas, que hay que recordar vinieron armadas desde España. 

Luego, no hubo voluntad alguna de tratar temas como el lenguaje inclusivo o los problemas vinculados a los distintos géneros. En la mesa que me tocó en suerte, el papanatas de Pedro Álvarez de Miranda, lexicógrafo y miembro de la Real Academia, utilizó el siguiente argumento para justificar su cerril negativa: "El masculino de la lengua ya contiene al femenino y por ello no hay nada que discutir", argumento que le valió ser abucheado por el público presente, reacción no reflejada en los medios españoles.

Ese extraño paso de comedia reveló, sin embargo, algo: la endeblez de la base argumental sobre la que discute esta gente, tal vez demasiado acostumbrada a mandar. Responsable de la 14 edición del DRAE, Álvarez de Miranda prácticamente no supo qué decir cuando se le reclamó la desproporción existente entre las voces señaladas como "americanismo", "argentinismo", "mexicanismo" y etc. y las pocas entradas donde se lee "españolismo". "Es algo en lo que hay que seguir trabajando", dijo, nuevamente entre las risas del público.

Ahora bien, resulta claro que el gobierno, las instituciones  y las empresas españolas avanzan allá donde los gobiernos latinoamericanos se lo permiten; vale decir, donde no hay políticas para la lengua que defiendan debidamente nuestros intereses y las posibilidades económicas que los españoles sí vieron en las palabras. Claro, siempre y cuando nuestros intereses sean esos y no otros. Y lo digo porque en uno de los traslados, entre una sede y otra del Congreso, pude escuchar con toda claridad a dos directores de sendas academias latinoamericanas quejándose de las protestas de los representantes argentinos. Uno llegó incluso a manifestarle al otro su temor a que los españoles se ofendieran y no mandaran más dinero a las academias de América.

Quedan muchas preguntas. Por caso, saber cuánto se gastó en esta fiesta a la que el público accedía previo pago de $200 por sesión o mesa. Y de lo que se gastó, qué puso la Argentina (la Secretaría de Turismo de la Nación, el gobierno de la Provincia de Córdoba, el gobierno de la Ciudad de Córdoba, etc.) y qué España. Por otra parte, sería bueno que se hicieran públicos todos los pactos y protocolos firmados (que fueron muchos) y qué actitud tomarán las distintas academias ante los numerosos abusos manifiestos de la RAE y sus secuaces.

Participar en el Congreso de la Lengua ha sido una excelente experiencia para comprobar hasta qué punto el de América y España es un diálogo de sordos en el que unos simulan escuchar y otros hacen como que dicen. O mejor dicho, para darse debidamente cuenta de hasta qué punto España no está dispuesta a oír lo que no quiere y en qué medida muchos de los representantes académicos de este lado del Atlántico están dispuestos a vender el culo de sus madres en fetas por las migajas que puedan tirarles las distintas instituciones españolas presentes. 

Por lo dicho, sería interesante que todas nuestras acciones estuvieran dirigidas allí donde más les duele a los godos: el bolsillo. Todas las estrategias tendientes a lograr acuerdos beneficiosos para ambas partes deberían así pasar por los aspectos económicos de la cuestión. 

Por ejemplo, para creer en el cacareado "panhispanismo", los latinoamericanos deberíamos exigir que el Instituto Cervantes dejara de ser exclusivamente español y que tuviera directores latinoamericanos en una proporción correspondiente al número de hablantes que tiene cada país donde se habla castellano (recuérdese que España ocupa el cuarto lugar), dividiendo equitativamente los beneficios correspondientes a cursos y exámenes.

Luego, en toda escuela, universidad, biblioteca y redacción de Latinoamérica debería dejarse de recomendar el uso del DRAE en beneficio de otros diccionarios generados por los distintos países latinoamericanos, sin olvidarse, claro, de considerar el excelente diccionario de María Moliner, quien, desgraciadamente, nunca pudo formar parte de la RAE. 

En el caso de la FUNDEU... bueno, creo que con mandarlos al carajo basta, ¿no? 

En síntesis, está claro que de nada sirve mantener la política que tuvimos hasta ahora. Tal vez sea hora de organizarnos de otro modo y empezar a llamar las cosas por su nombre, y que los negocios se declaren negocios y no se confundan con el altruismo.

Jorge Fondebrider


"Sólo la RAE diseñó los contenidos"

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Rafael Spregelburd publicó la siguiente columna de opinión en el diario Perfil, del pasado, 6 de abril. Es una estribación más de lo sucedido en Córdoba.

Contra la unificación

Poco o nada que agregar al magnífico discurso de María Teresa Andruetto en el Congreso de la Lengua; mucho que agradecer: a su claridad, a su coraje (las mujeres dialogaron en las mesas pero no sabemos en qué número participaron del diseño de los temas de ese debate), a su insistencia (los 22 países castellanohablantes fueron invitados pero sólo la Real Academia Española diseñó los contenidos), a su desobediencia (la Academia avisó que se negaba a debatir el uso del castellano inclusivo) y –sobre todo– a su lucidez: no perdió de vista que además del territorio simbólico, la lengua es la herramienta para un negocio formidable. Esta academia de los reyes se ha convertido con el paso de los años en la ridícula armadura y espadín de ese giro del capitalismo por sobre la libertad de sus usuarios. Como bien señaló Andruetto, un setenta por ciento de los considerados “malos usos de la lengua” es de origen latinoamericano. ¿Quién está decidiendo cuán malo es ese uso? Tiene razón una vez más María Teresa: “casticidad” es una palabra demasiado vecina de “castidad”.

Recuerdo una obra que vi en el CSS (en Udine) sobre el asombro que les producía a los nazis el poderío de la lengua rusa, armada por el sistema zarista para ser impuesta sobre un centenar de lenguas orales en la zona de la Montaña de las Lenguas.

Los rusos le escribieron a cada pueblo un alfabeto diferente para que solo se pudieran comunicar a través del ruso: una lengua imperial, una dominación, una extensión tan infinita como la del castellano. Hasta los nazis se espantaron de esta crueldad innecesaria.

Juan José Millás: una bien, una mal y una omisión

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El pasado 5 de abril, el escritor español Juan José Millás fue objeto de un artículo sin firma, publicado por el diario Clarín, de Buenos Aires, donde se reproducen unas declaraciones suyas a la agencia Europa Press, contra la RAE, a la que acusó de “prepotente” por no dar una respuesta sobre el lenguaje inclusivo. Además, sin el menor asidero, afirmó que en Latinoamérica el castellano siempre fue llamado español, salvo en la Argentina, con lo que demuestra un notorio grado de desinformación. Eso sí: nada dijo de los negocios que su país hace con la lengua de todos los que hablamos castellano.

El escritor Juan José Millás enojado con la RAE

El escritor Juan José Millás, que publica una suerte de diario ficcionado en La vida a ratos (Alfaguara), criticó la Real Academia Española (RAE) por “responder con el silencio” a la petición del Gobierno de elaborar un informe sobre lenguaje inclusivo, una actitud que entiende es de “prepotencia”.

“Esta petición responde a un malestar que ha aparecido con la visibilización de la mujer en la sociedad. La RAE podrá decir que tiene mala solución, o incluso que no la tiene, pero responder con el silencio eso es prepotencia y falta de sensibilidad, lamentó el escritor y periodista.

Para Millás, la 'salida' que ha tenido la RAE en este asunto es la única no válida, porque “no se puede responder diciendo que (el lenguaje inclusivo) es un asunto imaginario”. “Nadie está en desacuerdo con que el patriarcado y el machismo han contaminado todos los rincones de la realidad. Entonces, ¿con el lenguaje qué pasa? ¿Es la Virgen María?”,ironizó.

De hecho, recuerda que en su oficio de escritor, cada semana se encuentra con “cuatro o cinco casos” en los que el genérico no le sirve para contar lo que quiere en su artículo. “¿Y cómo lo resuelvo? Pues uso los dos géneros y luego entre paréntesis pongo esta aclaración: 'el genérico, que no llega'“, bromeó. 

Consultado por otras polémicas sobre la lengua española, el periodista calificó de “local” –en referencia a que sólo se da en Argentina– la discusión sobre la denominación de español o castellano que se discutió en el Congreso de la lengua que se realizó en Córdoba. “En Latinoamérica al castellano siempre se le ha llamado español, si el Congreso de la Lengua hubiera sido en Colombia, por ejemplo, no habría habido debate”, aseveró. 

En La vida a ratos, Millás juega con su alter ego contando sus semanas a modo de diario “con unidad narrativa”. Esta dicotomía entre realidad y ficción le sirve al autor para hablar de varios asuntos cotidianos, desde sus talleres de escritura hasta los días en que debe sentarse a escribir ante la hoja en blanco.

“A la pregunta de qué es ficción y qué es realidad, yo respondo con otra: ¿Qué hay de verdad en un mapa de España? Es una representación del territorio y nadie confunde el territorio con los mapas. Igual que el menú no es la comida. Ésa es la relación entre mi diario y mi vida”, sentenció.


Patricia Willson abre el año en el SPET

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En el primer encuentro del año, que tendrá lugar el jueves 11 de abril de 2019 a las 18.30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), nuestra invitada Patricia Willson expondrá en el SPET sobre el tema “Los estudios de traducción: ¿un deporte de combate?” 

Patricia Willson es doctora en letras por la UBA y traductora por el IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”. Es autora de La constelación del Sur. Traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX (Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2017, 2ª ed.) y de Página impar. Textos sobre la traducción en Argentina: conceptos, historia, figuras (Buenos Aires, EThos, 2019). Es coeditora con Valérie Bada, Céline Letawe y Christine Pagnoulle de Impliciter/Expliciter. L'intervention du traducteur (Liège, Presses universitaires de Liège, 2018), y con Andrea Pagni y Gertrudis Payàs de Traductores y traducciones en la historia cultural de América Latina (México, UNAM, 2011). Ha traducido, entre otros autores, a Roland Barthes, Paul Ricœur, Gustave Flaubert, Jean-Paul Sartre, Richard Rorty, Mary Shelley, Mark Twain, H.P. Lovecraft, Jack London. Fue docente del IES en Lenguas Vivas y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y profesora-investigadora en El Colegio de México. Actualmente enseña en la Universidad de Liège, Bélgica. Es miembro fundador de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Traducción e Interpretación (ALAETI) y de la Asociación Internacional de Estudios de Traducción e Interculturales (IATIS). 

Lectura sugerida

Ethics of Renarration. Mona Baker is interviewed by Andrew Chesterman.
en: Cultus. The Journal of Intercultural Mediation and Communication. 2008,1, pp. 10-33.


Quienes confirmen su asistencia recibirán por correo electrónico el material de lectura sugerida para este encuentro.

Quienes tengan previsto solicitar un certificado de asistencia (un servicio gratuito del SPET), por favor no se olviden de firmar después de la reunión en la lista disponible en Cooperadora.

Habla el actual director del Instituto Cervantes

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El pasado 7 de abril, María Teresa Cárdenas M. firmó en la Revista de Libros del diario chileno El Mercurio, la siguiente entrevista con el poeta Luis García Montero, actual director del Instituto Cervantes. El hecho que sea él quien conduce esa institución es algo así como un soplo de aire fresco respecto de los directores del pasado, sin embargo, en el texto, señalados en rojo, hay algunos párrafos sobre los que, creemos, se equivoca y a los que el Administrador responde al final del artículo, proponiéndole amablemente a García Montero, una consideración más detallada.

"Las lenguas y los poderes no son inocentes

Estuvo en la reunión con la prensa; en la inauguración leyó su discurso antes del director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, y del rey Felipe VI; habló de poesía con Joaquín Sabina; rindió homenajes; firmó acuerdos; presidió una mesa sobre el exilio; se le vio en primera fila en el público... El director del Instituto Cervantes –desde julio de 2018–, Luis García Montero (Granada, 1958), parecía estar en todas partes durante el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado entre el 27 y el 30 de marzo en Córdoba, Argentina. Con más de 20 poemarios publicados, así como ocho novelas y otros tantos ensayos, García Montero es, también, una de las voces más reconocidas de la generación española de los 80.

En el trayecto a pie desde el Teatro Real al del Libertador General San Martín, donde le correspondía presentar a la escritora cordobesa María Teresa Andruetto, antes de la clausura oficial, conversó con El Mercurio.

Literatura y lengua
–¿Qué valor le da a la presencia de escritores en este congreso?
–Creo que es fundamental. Somos la segunda lengua materna del mundo, después del chino mandarín, y la segunda en comunicación y cultura, después del inglés. El peligro está siempre en que la estandarización, la extensión de la comunicación, haga quebrar los vínculos con lo materno, con la intimidad de cada experiencia. Y yo creo que donde mejor se resuelve eso es en la literatura, que intenta alcanzar la expresividad más alta y más universal, pero vinculándolo siempre a la originalidad y a la experiencia de los seres humanos. Por eso me parece que la literatura siempre tiene que ocupar un lugar importante en estos congresos.

En el de Córdoba no faltaron las sospechas respecto de una supuesta hegemonía española. El argentino Jorge Fondebrider dijo, por ejemplo, que creería en la buena fe de la política panhispánica cuando el Instituto Cervantes estuviera dirigido por un latinoamericano. "Esta es una institución del Estado y en todos los países del mundo hace falta tener la nacionalidad del Estado para ocupar un cargo público –responde García Montero–. Por fortuna, contamos con la ayuda de mucha gente que tiene la doble nacionalidad. Y, por ejemplo, Juan Villoro, que es mexicano y español, sería un magnífico candidato para presidirlo, o para dirigir algunos de sus centros (1). En las normas del Instituto Cervantes se dice que debe defender y divulgar la cultura en español. El matiz es importante, porque nuestra tarea no es solo la cultura española, sino la cultura en español".

Y continúa: "Como todas las historias han sido de opresión y de violencia y, no nos engañemos, detrás de la palabra y la cultura hay mecanismos de poder, todo el mundo tiene razones para ser susceptible y sospechar. Tenemos que trabajar para que esas sospechas tengan la menor relación posible con la realidad. El Instituto Cervantes está decidido a participar en un proceso de iberoamericanización".

Y señala como ejemplo el SIELE, un sistema de acreditación de la lengua que han trabajado en conjunto con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la U. de Buenos Aires (UBA) y la U. de Salamanca (2). Y el proyecto CANOA, para difundir la unidad cultural, "que hemos firmado acá con instituciones de México, Perú y Colombia, y al que queremos seguir agregando instituciones de otros países latinoamericanos", señala.

En varias mesas del congreso se discutió el uso de la palabra español. Algunos proponían decir castellano, o incluso hispanoamericano, aunque esto deja fuera a Guinea Ecuatorial y Filipinas, que forman parte de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale). García Montero reflexiona: "Yo viví como una torpeza tremenda que hace unos años se declarase al español marca España. Pero ¡qué disparate! Si nuestra lengua tiene 600 millones de hablantes y nosotros somos el 8 por ciento. Cuando uno critica eso, pues a veces en España te dicen que no quieres a tu país. La verdad es que yo quiero mucho a mi país, pero por eso mismo lo que quiero es dejarlo bien y que no haga el ridículo. ¿Qué sentido tiene querer apropiarse de un idioma del que uno solo forma parte? Lo que nos da la fuerza es esta comunidad que comparte memoria, que comparte idioma, y donde hay que estar en relaciones de igualdad".

Los congresos de la lengua española se realizan cada tres años y su organización está a cargo del Instituto Cervantes, la RAE y la Asale. "En la cuestión panhispánica, la Real Academia ha ido abriendo mucho camino –puntualiza–, y es heredera de todas las reflexiones sobre el idioma que ya desarrolló Andrés Bello. Son instituciones distintas, claro, porque las tareas del Instituto Cervantes son asegurar la enseñanza del español en países de lengua no española; acreditar y formar a los profesores; certificar el conocimiento del español de los alumnos. O sea, es una parte educativa que no tiene la Real Academia, como tampoco tiene la segunda cara del Instituto Cervantes, que es la diplomacia cultural, la defensa y extensión de la literatura y de la cultura, del arte en español. El Instituto Cervantes tiene 87 centros, repartidos en 44 países, y una plantilla que supera las 2.700 personas en el mundo. Y tiene relaciones muy estrechas con todas las embajadas de países latinoamericanos en todos los sitios donde estamos presentes".

–¿Hay diferencias entre ustedes a la hora de armar el programa de los congresos?
–Este es el primer congreso de la lengua en que yo soy el director. Hemos pretendido dejar clara la perspectiva panhispánica, llamar al respeto a las diferencias, a las singularidades; hacer un congreso paritario donde las mujeres participen en condiciones de igualdad con los hombres. Y hemos llegado a 50 por ciento de participación de las mujeres.

Sin embargo, no se incluyó ninguna mesa sobre lenguaje inclusivo o no sexista. "Cuando alguien plantea una mesa sobre periodismo –puntualiza–, y la encargada de hablar es Sol Gallego, que aparte de ser la directora de El País es una feminista histórica, o cuando alguien invita a Claudia Piñeiro a participar en una mesa sobre interculturalidad, siendo una de las escritoras más comprometidas con el mundo del feminismo, sabe que al hablar de periodismo, de interculturalidad, van a plantearse esos temas. A mí me parece que la irrupción del pensamiento feminista en todos los debates es más importante que provocar subgéneros"(3).

Una oferta de diálogo
Otro tema que despertó controversias fue el trato a las lenguas y pueblos originarios. "Las lenguas y los poderes no son inocentes –afirma García Montero–. Yo podría sacar pecho y decir 'bueno, cuando se produjeron los procesos de independencia solo hablaba español el 20 por ciento de la población'. Pero yo sé muy bien que eso no fue solo respeto inocente a la lengua del otro. Es que la conquista española tuvo un marcado carácter evangelizador; lo que quería la Iglesia era ganar almas para su dios y enseguida se dieron cuenta de que convencían más a los indígenas en su lengua materna que en un idioma extranjero. La imposición del idioma se extiende en los momentos en que las independencias hacen suyo el idioma español. Lo que quiero decir no es que los españoles sean peores o mejores; todas las civilizaciones son imposiciones de poder, y a partir de ahí tenemos que comprometernos con el presente y el futuro. Que una lengua sea oferta de diálogo y de conocimiento del otro. La democratizacióndel presente me parece el mejor compromiso para que no haya sospechas ni hegemonías de ningún tipo".


Respuestas a lo afirmado por García Montero:
(   1)  No necesariamente en todos los países los directores de instituciones estatales tiene que ser de la misma nacionalidad que el Estado al que representan. Dos casos del pasado: Paul Groussac, un francés, que fue director de la Biblioteca Nacional de Argentina, y Arnaldo Orfila Reynal, un argentino que fue director del Fondo de Cultura Económica de México, institución estatal mexicana. Hay más ejemplos, pero no es ésa la cuestión. En el caso de querer demostrar su vocación “panhispánica”, tal vez el Instituto Cervantes debería dejar de ser una institución del Estado español para pasar a ser una institución iberoamericana. Por último, lo de la doble nacionalidad no sirve: no propuse que el Cervantes tenga un director latinoamericano, sino que todos los centros del Cervantes alternen españoles y latinoamericanos en sus direcciones.


(   2) Con una serie de irregularidades (que incluyen el anunció de la firma del convenio de adopción del Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española (SIELE)en el VII Congreso de la Lengua de Puerto Rico, antes de que fuera firmado por el Consejo Superior de la U.BA, así como la negativa a permitir la presencia de los creadores del CELU, el sistema de evaluación argentino) la U.B.A. entró en el consorcio formado por el Instituto Cervantes con la Universidad de Salamanca, la U.N.A.M y la U.B.A., además de Telefónica de España como recaudadora. A lo largo de más de un año desde este blog se ha repudiado ese convenio que le otorga valor universal al SIELE. La solicitada que así lo demuestra fue firmada por cientos de lingüistas, filólogos, lexicógrafos, escritores, traductores y otras personas cuyo campo de actividades gira alrededor de la lengua. Las adhesiones llegaron desde particulares a instituciones universitarias de diversos países del mundo, y se reprodujo todos los sábados de 2016 y 2017 a modo de protesta. Luego, el castellano empleado en los exámenes plantea apenas variaciones léxicas más bien ortopédicas como para dejar contentos a todos… siempre y cuando todos sean débiles mentales, claro. Toda la información puede leerse aquí: http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/search/label/SIELE



(   3)  No estoy seguro de que poner feministas en diversas mesas no dedicadas a la lengua inclusive dé como resultado una discusión clara y abierta sobre el tema. Que se haya incrementado el número de mujeres no es un mérito, sino una obligación. Queda pendiente la discusión del lenguaje inclusivo.

"La imagen visual concreta, la sobriedad para expresar la situación poética"

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El pasado 14 de marzo, la revista italiana Pangeapublicó una entrevista que Davide Brullotuvo con Jorge Aulicino, con motivo de la reciente publicación de las traducciones incluidas en En el humo y otros poemas, breve antología de Eugenio Montale realizada para Ediciones en Danza. Lo que sigue es la traducción de la entrevista original que puede ser consultada en :

Jorge Aulicino baila el  tango con Eusebio
y lo lleva a Buenos Aires

El lenguaje es una personalidad, tiene geología, destino, rostro. Por eso, traducir no es un gesto mecánico –ni tampoco académico. La traducción es un trasplante en el que se produce un igual, pero otra cosa –a veces un Minotauro, otras veces un unicornio. Prueben pasarla por el paladar, sobre los labios, por la nariz, finalmente –finalmente, y más!, porque la palabra es carne, olor, sonido, antes que nada –este dístico: "No nos pidas la fórmula que te abra los mundos /sino apenas una sílaba torcida y seca como una rama". Gemelo pero indudablemente distinto de eso que, sabemos siempre, clavado en las ramificaciones de nuestros nervios novecentistas: Non domandarci la formula che mondi possa aprirti,/ sì qualche storta sillaba e secca come un ramo. También este otro: “Tú no recuerdas; otro tiempo trastorna/ tu memoria; un hilo se devana” en mi mente monosilábica, que gorgotea en la laringe, me parece exactamente nuevo. Jorge Aulicino, periodista de talento, poeta, es el traductor en Argentina de los poetas italianos. Su gran empresa ha sido, en 2015, la traducción de la Divina Comedia, después de años de trabajo, pero su designio de siempre se orienta a la poesía contemporánea. Recientemente tradujo a Pier Paolo Pasolini y a Cesare Pavese, trabajó la obra de Franco Fortini, de Biancamaria Frabotta y de Antonella Anedda. Este año, Aulicino cumple 70, y se ha regalado, digámoslo así, un trabajo áureo. La publicación, en Ediciones en Danza, de una compilación de poemas de Eugenio Montale, "En el humo y otras poemas", traducidos con dedicación astral. El desafío es doble, por así decir, porque afrontar a Montale, en Argentina, significa también confrontarse con las históricas traducciones de Horacio Armani, que comienza en 1971 con Eusebio [sobrenombre de Montale, proveniente de "Eusebio y Trabucco", el libro de cartas intercambiadas con Gianfranco Contini], proponiendo una Antología de Montale. Sorprende, sobre todo, al dialogar con Aulicino, comprobar cuánto intervino la poesía de Montale en la revolución lírica argentina. Las ocasiones, el libro central de Montale –del cual Aulicino extrae los Motetes y algunas poesías más glamorosas, como "La casa de los aduaneros"– fue publicado por Einaudi en 1939, hace 80 años. El homenaje que nos llega del "otro mundo" me parece de excepcional devoción.
  
–Cuando leíste a Montale por primera vez, ¿qué te sorprendió más en su poesía?
–Leí en los años setenta las primeras traducciones hechas en la Argentina por Horacio Armani, poeta, traductor, devoto de Montale, a quien conoció en Milán. El poema de Montale que fascinó a mi generación fue "La casa dei doganieri". Entre algunos lectores de Montale se convirtió en una contraseña la frase "il varco è cui?". Hacía unos años yo había leído una vieja traducción, y prefiero no mencionar al traductor, de este poema. Lamentablemente el traductor se había equivocado, justamente en ese momento clave. Había traducido "varco" como "barco" (como nave). Probablemente creyó que Montale hablaba aun de la "petroliera" que menciona en el verso anterior. Montale fue guía de los afanes renovadores de la poesía argentina en los setenta, junto con otros autores, norteamericanos, ingleses, italianos, además de los grandes latinoamericanos como César Vallejo o Nicanor Parra o Enrique Lihn o José Lezama Lima.

–¿Cómo se puede traducir Montale al español? ¿Qué dificultad encontraste?
–Encuentro en Montale una particular densidad en el uso de las palabras. Y una sintaxis a veces no sencilla para quien no habla a diario en italiano. No creo que mis traducciones sean mejores que las de Armani. Sólo intenté ceñirme más a la profundidad de campo de Montale.

– ¿Cuántos poemas de Montale tradujiste y de cuáles estás más satisfecho por la traducción?
–No llevo la cuenta. En la antología que ahora publica En Danza van unos treinta y cinco poemas, si se cuentan los "Motetti" como un solo poema. En realidad son veinte poemas breves. Pero tengo quizá otros veinte poemas traducidos que no entraron en ese libro. Estoy más o menos satisfecho con toda la traducción. Pero creo que las más provisorias son las de poemas como “Meriggiare pallido e assorto”, por su extraño ritmo, intraducible.

–¿Crees que Montale ha influido de algún modo la poesía argentina contemporánea? ¿Cuál es el Montale que aprecias más: el primero, refinado y lleno de reflexiones existenciales, o el último, epigramático, aforístico?
–El que más nos influyó fue el primer Montale, porque se tradujo más. Coincidía con nuestra búsqueda de una poesía más sobria, menos sentimental. Pese a eso, descubrir que Montale cita un tango en su poema "Sotto la pioggia" de Le occasioni, me conmovió como argentino. A la generación siguiente a la mía, llamada "objetivista", le gustaba el Montale de "Xenia I" y de "Xenia II", del primer Diario. La poesía argentina de los setenta y de los años posteriores buscaba atemperar un poco el sentimentalismo. Le atrajo y le atrae la imagen visual concreta, la sobriedad para expresar la situación poética (las ocasiones, en lenguaje montaliano).

–Tradujiste hace poco también a Pavese, he visto. ¿Qué poeta italiano está más cerca de tu sensibilidad de poeta?
–Creo que Pavese. En Pavese está el estilo conversacional. Y el mito. Un mito ligado al origen. Eso es muy cercano a mí.

–Y ahora, ¿a quién tienes la intención de traducir, cuál poeta?
–Espero que se publique este año mi traducción de los poemas de Biancamaria Frabotta. Tengo inédita, además, una antología de poesía italiana del siglo XX, que sigue creciendo. Intentamos publicarla pero fue imposible conseguir todos los derechos. Los derechos póstumos son una maldición. Lo mismo me sucedió con una antología de la poesía de Franco Fortini: no fue posible conseguir los derechos. A mi juicio los editores o herederos de los autores cometen un error en darles a editores españoles los derechos para todos los países de habla hispana. Me gustaría hacer una antología de Alda Merini, una poeta muy celebrada aquí, pero de antemano juzgo que será imposible obtener los derechos.

"Todo nombre lleva inscripta su legítima querella"

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Fernando Alfón, viejo conocido de este blog, tuvo la amabilidad de enviar el siguiente texto a propósito de la discusión ¿resucitada? durante el Congreso de la Lengua sobre si lo que hablamos es castellano o español.

El nombre de la lengua

En una carta fechada en diciembre de 1917, Ramón Menéndez Pidal felicitó a sus amigos Aurelio M. Espinosa y Lawrence A. Wilkins,por el primer número de la revista Hispania, impulsada en Estados Unidos por la American Association of Teachers of Spanish. Las felicitaciones venían acompañadas de una recomendación: «puestos a escoger entre los dos nombres de lengua española y lengua castellana hay que desechar este segundo por impropio»[1]. ¿A qué se debía esa impropiedad? Menéndez Pidal sabía que llamar a la lengua española databa de la Edad Media, pero entendió que esta denominación no fue necesaria sino a partir del Siglo de Oro, cuando España contaba ya con los reinos de León, Castilla, Aragón y Navarra. Siendo Castilla el centro de esta unidad, los otros reinos (creyó) colaboraron en el perfeccionamiento de la lengua literaria. Previo a esta unidad, no hubiera sido un desatino llamar castellanaa la lengua de Alfonso el Sabio o del Arcipreste de Hita; lo es ya en el caso de Cervantes. El Quijote se escribió en español. De aquí que Menéndez Pidal no haya visto bien que la Real Academia siguiera llamando castellana a la lengua, pues «induce erróneamente a creer, dado su valor geográfico restringido, que fuera de Castilla no se habla la lengua literaria [...]».[2] 

Si hasta acá el razonamiento es correcto, para principios del siglo XX, cuando Menéndez Pidal escribió esta carta, la lengua tampoco debería llamarse española, pues «induce erróneamente a creer, dado su valor geográfico restringido», que fuera de España no se la habla. Menéndez Pidal no saltea este escollo, y acomoda una respuesta: las lenguas americanas no aportaron algo tan relevante como lo han hecho, a partir del siglo XV, el leonés, el aragonés y el navarro. Como se ve, la respuesta parece de corte ideológico. A la Real Academia Española le resultó muy apropiada, dejó de llamar a la lengua castellana y, a partir de la decimoquinta edición de su libro (1925), tituló Diccionario de la lengua española. En su «Advertencia», después, confesó que el cambio radicaba en que la nueva edición ponía mayor atención al aporte de las «múltiples regiones lingüísticas, aragonesa, leonesa e hispanoamericana»[3]. Subrayo el hispanoamericana, porque el escollo (el mismo escollo) ahora es más grande. Reemplazar el calificativo castellana, por restringido,parece lógico, pero ¿no sigue siendo restringido llamarla española? O bien la Real Academia no estaba anoticiada que Hispanoamérica ya no era una región de España (ni política ni culturalmente), o bien no temieron dejar inscripto en el nombre la persistencia de un proyecto político.

Ese proyecto fue resistido en toda América, y en especial en el Río de la Plata, donde su mayor intensidad se puede trazar en una parábola que va desde los jóvenes de la Generación de Mayo, hasta los jóvenes de la revista Martín Fierro, un siglo más tarde. En 1928, para coronar esta resistencia, el lingüista Arturo Costa Álvarez llamó deslucido esfuerzo al rebautizo del Diccionario. El cambio (entendió) se presentaba como innovación lógica (no había solo voces castellanas) para aplacar los celos localistas de los provincianos españoles no castellanos. Ningún diccionario francés, inglés, alemán o portugués divide su caudal de voces en regionalismos; todo diccionario castellano hecho en España, en cambio, observa celosamente esta división, y Costa Álvarez lo atribuyó a que España persistía en la tradición de que el castellano es la lengua de la corte y de los clásicos, localizada geográficamente en ambas Castillas.

Una década más tarde (1938), acaso temiendo que la discusión en torno al nombre se desmadre, Amado Alonso publicó Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres. El ensayo postulaba que la nueva perspectiva internacional que vivió España a través de su unificación nacional y expansión imperial fue la que impulsó el neologismo español. Alonso encontró arcaica la palabra castellano, pues creyó que remitía a un estadio romancero que la lengua ya no ostentaba. Castellano sirvió para diferenciarse del romance leonés, aragonés, catalán, gallego, cuando estas lenguas estaban en situaciones similares. Sirvió cuando decir castellano remitía a lo peculiar de Castilla. Constituida España como nación unificada, el nombre español ganó terreno, no por querer decir que era la única lengua hablada en España, sino por ser la que se escucha hablar en todas las comarcas. «Por española, sin duda, y no por castellana, se hizo lengua universal [...]».[4]

Los intentos por convencer de que el nombre debía ser español persistieron a lo largo de todo el siglo XX. Siendo aún director de la RAE, también lo intentó Víctor García de la Concha en «El castellano que se hizo español», conferencia que se puede hallar en Youtube. El razonamiento era, a grandes rasgos, el mismo de Menéndez Pidal, pero el escollo se agrava aún más, pues reconoció que el español se consolidó como tal en América. Si la hipótesis es acertada, las razones que ameritaron pasar de castellano a español, ahora ameritaban pasar de español a hispanoamericano. Pero no, Don Víctor recomendó seguir llamándola lengua española. Durante el siglo XX, además de darle a la lengua los mejores escritores de su historia, Latinoamérica le aportó el 90 por ciento de los hablantes. La Real Academia aplaude de pie los aportes de América, pero los pone en cuarentena y nos concede un afrentoso Diccionario de americanismos (2010), donde aloja «todas las palabras propias del español de América», cuando un acto de justicia sería rebautizar al Diccionario que hacen en España con la aclaración de españolismos. El libro sería el mismo, pero algo más sincero.

Todo nombre lleva inscripta su legítima querella. En algunos casos se hace explícita. Negarla más bien la reactualiza, como hizo el Diccionario panhispánico de dudas, al dictaminar que «La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada». (Confrontar, en ese libro, la entrada español). El nombre es un problema, cuando se lo abre como problema, pero se agrava cuando se ensayan sus soluciones. Los que proponen la restitución del nombre antiguo, a causa del tinte imperial del nombre español ¿son capaces de demostrar que el nombre castellano no lo tuvo? La ilusión del nombre prístino, sin mancha, es una vocación bíblica que deberíamos abandonar, precisamente, por la sangre que requiere derramar en su cruzada. Si el nombre español es una imposición: el nombre castellano¿no lo fue?

Hay quienes, en cambio, proponen un nombre compuesto, del tipo castellano americano o castellano hispano americano, creyendo que a mayor volumen, más inclusión. Es otro error. Al enunciar singularidades, quedan en evidencia las exclusiones. Los que hablan español en Filipinas o en el Sahara Occidental, podrían plantear una protesta. Los nombres son abstracciones, a menudo sutiles injusticias consentidas. Pero como esas injusticias nos permiten pensar y hablar, pactamos con ellas algún grado de convivencia.

Yo no me opongo al nombre español, porque los latinoamericanos lo hemos resignificado al punto que ya no remite exclusivamente a España. Hemos hecho con ese nombre lo que en el resto del mundo se ha hecho con el inglés, queya no se circunscribe al ínfimo territorio de Inglaterra. Allá Madrid con su vocación imperial, sus gramáticas y sus diccionarios de la duda. El español ya no les pertenece; si es un tesoro, como a muchos gusta presentar, a miles de años de su gestación, todos lo heredamos por igual, madrileños y porteños, mexicanos y uruguayos. A todos nos asiste el derecho de arrogárnoslo como propio. 


Alonso, Amado (1938) Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres. Buenos Aires, Losada, 2ª ed. con adiciones y enmiendas, 1942.
Costa Álvarez, Arturo (1928) «El último diccionario de la Academia», en El castellano en la Argentina. La Plata (Argentina), Talleres de la Escuela San Vicente de Paúl.
Menéndez Pidal, Ramón (1917) «La lengua española», carta a los señores Aurelio M. Espinosa y Lawrence A. Wilkins, en revista Hispania, Volumen I, Nº I. California, febrero de 1918, pp. 1-14.
Real Academia Española


[1]Menéndez Pidal 1917, 3.
[2]Menéndez Pidal 1917, 3.
[3]Real Academia Española 1925, VIII.
[4]Alonso 1938, 39.

Las expectativas de los editores no son buenas

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Diana Segovia
Con la gestión del actual gobierno, los argentinos nos hemos ido acostumbrando a una decadencia que de lenta cada día tiene menos. El sector del libro viene siendo sistemáticamente golpeado y así lo hace saber la CAL (Cámara Argentina del Libro) en sus últimos informes. El que se dio a conocer hace unos días es todavía peor. Así se lee en la nota que Daniel Gigena publicó en el diario La Nación el pasado 14 de abril.

El primer trimestre de 2019,
el peor en 5 años para el sector editorial

Según el informe anual de producción de la Cámara Argentina del Libro (CAL), el sector editorial comercial (responsable de un tercio de las publicaciones que se realizan en el país) sigue en problemas. Las cifras, que se obtienen mediante los registros de novedades en la Agencia Argentina de ISBN, administrada por esa cámara, son elocuentes. En 2015, se habían producido 83 millones de ejemplares de nuevos títulos, mientras que en 2018 ese número se redujo casi a la mitad: 43 millones de ejemplares. Por otra parte, la cantidad de ejemplares cada diez mil habitantes pasó de 6600, en 2016, a 4400, en 2018.

"La crisis se está volviendo estructural", admite Diana Segovia, gerenta de la CAL. Los editores estiman que, con la caída en el consumo de libros hechos en el país (que incluye impresos y digitales), se ha perdido ya un tercio del mercado. Y, lo que es más grave, la mayoría presume que esa pérdida no se podrá recuperar en el corto plazo.

La CAL anticipó a La Nación que el primer trimestre de 2019 fue el peor en cinco años en cuanto a producción y venta de libros. En enero y febrero de 2019 se produjo un 35% menos de libros que en 2018. Si se comparan los índices de producción con los del primer trimestre de 2016, la caída roza el 50%. La información detallada se dará a conocer el jueves 2 de mayo a las 14, en una conferencia de prensa en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Otra señal de alarma, que afecta en especial a editoriales pequeñas y medianas del sector editorial comercial, es que en las librerías no se hacen pedidos de reposiciones de sus títulos. Últimamente, como los puntos de venta tienden a abastecerse de novedades mensuales, la tan mentada bibliodiversidad decae. Por otro lado, se intensifican los retrasos en la cadena de pagos.

La única buena noticia que despunta en el informe anual de la CAL es que, si bien aún se observa un resultado deficitario en la balanza comercial, las exportaciones de libros aumentaron en los primeros meses de 2018.

En 2017 se exportaron libros por una suma total de 26,5 millones de dólares; en 2018, ese monto ascendió a los 30,6 millones de dólares. Desde inicios del siglo XXI, el récord tuvo lugar en 2008, cuando se exportaron libros por un total de 49,1 millones de dólares. En ese mismo período, el récord de importaciones se dio el año pasado, por un valor de 175,2 millones de dólares. Más del 50% de las importaciones de 2018 corresponden a complementos, coleccionables y fascículos que se comercializan en quioscos de diarios y revistas.

En la sección "Encuestas de ventas de libros", la CAL mide el impacto de las fluctuaciones de la coyuntura económica en la industria del libro. El aumento de costos (en especial, el del papel), el aumento de tarifas y la caída del consumo se consignan como las problemáticas principales que afrontan editores y libreros. La institución informó que al menos el 20% de las empresas editoriales habían despedido personal en 2018.

¿Qué alternativas se pueden ofrecer ante este panorama? "Reactivar el consumo e instrumentar políticas fuertes de promoción del libro y la lectura", señala Segovia. En la Argentina, según consta en la última encuesta de consumos culturales del Sistema de Información Cultural de la Argentina (Sinca), el consumo de libros per cápita cayó de 3 a 1,5 en el período 2013-2017.

Las expectativas de los editores respecto del sector no son muy buenas. El 29% de los consultados creen que este año será mucho peor que 2018, y un 39% prevé que será peor. Cuando se los consulta respecto de las expectativas que tienen sobre sus empresas, el desaliento se achica. Un 16% estima que será mucho peor, y para un 27%, que será peor. Los optimistas, tanto acerca del sector como de la empresa en particular, son minoría: un 2% y un 4%, respectivamente.

SIN BENEFICIO FISCAL
La CAL hizo saber que desde el 1º de enero de este año el sector editorial comercial había obtenido un beneficio fiscal gracias a las modificaciones introducidas por la ley de presupuesto 27.467 en algunos artículos de la ley del impuesto al valor agregado. Una vez que estén reguladas, esas modificaciones habilitarán la recuperación del IVA en las distintas etapas del proceso de producción de libros, diarios y revistas (compra de papel, diseño, corrección, impresión, etc.).

Históricamente solicitado por el sector, el beneficio representaría un alivio en medio de una crisis prolongada. No obstante, hasta ahora la AFIP demora su reglamentación.

"La forma distinta de pensar, sentir y segmentar la realidad de cada grupo humano"

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Para ubicarnos, María del Pilar Montes de Oca Sicilia (foto) es, según se presenta, lingüista profesional y de vocación. En 2001 fundó la revista Algarabía, la cuál se ha convertido en una de las revistas culturales más vendidas en México. Autora y compiladora de El Manual para Escribir Bien, El Manual para Hablar Mejor del libro, Mitos de la Lengua, y de los libros de Todo Excepto Feminismo, Chile para Todos, Fumar es un Placer, y muchos más en los que trata temas antropológicos, históricos y lingüístico. Su libro más reciente es De Pura Lengua: Reflexiones Sobre la Lengua, Nosotros y el Mundo. El pasado 12 de abril publicó una columna de título remanido en el diario mexicano Excelsior, que reproducimos a continuación.

Traductor, traidor (I)

                                Traduttore, traditore.
                Adagio italiano.

Cualquier persona que haya intentado hacer una traducción sabe que muchas veces parece muy fácil, en tanto que otras –la mayoría, sobre todo si se trata de una lengua perteneciente a una cultura muy distinta a la nuestra– parece imposible. La razón es que las lenguas no son sólo distintas en vocabulario, sino también en organización, estructura y forma de segmentar la realidad. Lo que en una lengua es una palabra, en otra no existe o se tiene que decir con dos o más términos; así, un concepto existente en una lengua puede no ser el mismo que en otra, lo que se ejemplifica en el cuadro de abajo. De ahí la imposibilidad de realizar una traducción buena, o, más que buena, fidedigna o, todavía más que fidedigna, transparente.

Nunca podremos decir que una lengua es mejor o peor, sólo que es distinta; y es distinta porque es reflejo de una cultura, de una forma de ver el mundo y la realidad.

De hecho, hay una hipótesis, la Sapir-Whorf, que establece la existencia de una relación entre la forma en que una persona habla y la forma en que esa misma persona entiende el mundo y se comporta dentro de él, es decir, el lenguaje determina el modo de pensar de los hablantes.

A esta hipótesis también se le llama «determinismo lingüístico» y, en su versión más radical, sostiene que el lenguaje determina totalmente el pensamiento, hasta el punto de que lenguaje y pensamiento son lo mismo.

Y es que, queramos creerlo o no, todos pensamos según la lengua que hablamos. Nosotros lo hacemos en español y vemos el mundo en español. Tanto así, que es difícil entender conceptos que no están en nuestra lengua, por ejemplo, aquel tan afamado del nosotros inclusivo y exclusivo del quechua y de otras lenguas indígenas. El vocablo ñoqanchis es inclusivo y significa «tú y nosotros» y el vocablo ñoqayku es exclusivo: «nosotros sin ti». Los mexicanos tenemos que contentarnos con responder: «¿nosotros, Kemosave?».

Y, más aún, nosotros no sólo pensamos en español, sino en español mexicano. Así, cuando oímos a un español decir: «me lo monto mal», nos cuesta trabajo entender que eso en mexicano querría decir: «me la estoy pasando de la chingada», o cuando oímos a un argentino decir: «no sé si te lo bancás», nos cuesta trabajo entender que lo que quiere decir es: «no sé si vas a soportar esto». Y al revés nos pasa igual.

Diferencias profundas: «Muchas veces, nuestra impresión al estudiar una lengua extranjera nos lleva a pensar que todas las diferencias son ridículas o ilógicas en comparación con el uso de nuestra propia lengua», dice Raúl Ávila. ¿Cómo es que los hablantes de hanuno, que sólo tienen cuatro palabras para describir los colores, no se han dado cuenta de que pueden expresarse con muchas más? Pero lo que no tomamos en cuenta es que la cultura hanuno –donde no hay telas ni computadoras ni pantalones– no necesita especificar más.

Tomando en cuenta eso, podríamos decir, por ejemplo, que si bien los indios zuni pueden ver perfectamente los colores naranja y amarillo, como cualquiera de nosotros, no los distinguen en su lengua, quizá porque no es necesario o, bien, porque no es importante. Y es que la lengua tiende a lexicalizar y gramaticalizar los  conceptos que son relevantes para una cultura determinada. Por ejemplo, los agta de Filipinas «disponen de 31 verbos distintos que significan “pescar”, cada uno de los cuales se refiere a una forma particular de pesca. Pero carecen de una simple palabra genérica que signifique “pescar”». Esto se debe a que la subsistencia de los agta depende principalmente de la pesca y no necesitan referirse a ella en forma general, sino de manera específica. Marvin Harris dice que está comprobado que los hablantes de sociedades primitivas y ágrafas suelen identificar entre 500 y mil especies de vegetales distintas por su nombre, mientras que los hablantes de sociedades urbanas industriales no conocen más de 50 o cien. Estas diferencias no sólo se dan en lenguas de culturas tan distintas a la nuestra, sino también en lenguas mucho más cercanas. Hay términos que una lengua posee, pero otra no, y eso refleja la forma distinta de pensar, sentir y segmentar la realidad de cada grupo humano.


Presentación del nuevo libro de Patricia Willson


Ezra Pound en la Argentina

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La publicación de una nueva edición de los Cantos  –más específicamente, la segunda después de la traducción pionera del mexicano José Vázquez Amaral–, traducidos esta vez por un argentino, ofrece una magnífica oportunidad para que un grupo de poetas y traductores reflexionen conjuntamente a lo largo de dos jornadas sobre la importancia e influencia de la poesía de Ezra Pound en la Argentina.

Programa

Miércoles 24 de abril
18 hs. | Ezra Pound en castellano: su influencia en la poesía argentina
Participan Jorge Aulicino y Jorge Fondebrider.
Modera Matías Battistón.
19:15 hs. | Cómo se traduce Ezra Pound al castellano
Participan Juan Arabia y Silvia Camerotto.
Modera Lucas Margarit.

Jueves 25 de abril
19 hs. | Presentación de los Cantos de Ezra Pound
Participan Jan De Jager, Juan Arabia y Jorge Fondebrider.

Sala "David Viñas" / Museo de la Lengua - (Las Heras 2555, C.A.B.A)

Entrada libre y gratuita.

Ya está en la Argentina el Pound de De Jager

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Carlos Olivares Baró es columnista fundador de La Razón, de México. Ha publicado la novela La orfandad del esplendory el libro de textos periodísticos Un sintagma por aquí, un estribillopor allá. Profesor universitario y conferencista de música y literatura en varias instituciones culturales de México. Sus textos han aparecido en publicaciones de España, Cuba, Puerto Rico y México. Publica en este diario semanalmente las columnas de reseñas y comentarios de discos y libros, El Convite y Las Claves. Con esos antecedentes, Olivares Baró entrevistó a Jan De Jager (foto), poeta y traductor argentino, autor de la reciente versión de los Cantos, de Ezra Pound, en la editorial en la editorial Sexto Piso. Ésta es la charla, publicada en la edición de La Razón del 19 de abril pasado.

Publican la versión más completa
de la obra cúspide de Ezra Pound

Circula en librerías Cantos (Sexto Piso, 2019), el magno poema épico de Ezra Pound (Idaho, 1885 – Venecia, 1972), traducido por Jan De Jager (Buenos Aires, 1959). Se trata de la versión más completa al castellano del compendio de historias, leyendas, mitos, canciones y oralidades en que trabajó il miglior fabbro estadounidense durante más de 50 años. Cántico que es summa alegórica de todos los gestos de la misericordia  humana, desde las más bajas desventuras  hasta la cresta de lo sublime. Pound en un legado de vasta y compasiva  sabiduría. 

La Razón conversó con Jan De Jager, escritor y traductor de latín y griego clásico amén de diversas lenguas modernas (neerlandés, afrikáans, inglés…), sobre esta titánica faena de volcar a nuestra lengua ese maremoto lingüístico: los Cantos de Ezra Pound.  

Desafío traducir Cantos, de Ezra Pound. ¿Cómo lo afrontó usted? 
–Después de muchos años de lectura y relectura, tanto de los Cantos como de otras obras de Pound y obras de críticos, biógrafos e historiadores, me dije que ya iba siendo hora de intentar una nueva traducción de los Cantos. Lo fui haciendo después del trabajo, sin prisa pero sin pausa, primero una versión manuscrita anotando ‘a vuelapluma’ lo que el sentido y el ritmo del original me dictaban, sin parar para buscar un término ni nada. Y luego, al pasar esas notas en limpio, completaba las lagunas, consultando todo tipo de fuentes. A continuación corregir, corregir y pulir. Además usé dos métodos de triangulación: parte de los Cantos son traducciones y adaptaciones de otros textos, que yo consulté. Y también consulté las versiones de otros traductores de los Cantos. Y después fue cuestión de conseguir un editor. Y consensuar la versión con el editor y sus correctores, eso sólo llevó buena parte de un año y medio. 

Inglés de variantes que van del siglo XIII al XX y asimismo empalmes de otras lenguas. ¿Qué hizo ante monumental collage lingüístico? 
–Los textos en inglés de los Cantos, que son la mayoría, claro, están en diversas variantes regionales y de diferentes épocas, y también diferentes niveles de formalidad: coloquial, solemne, burlas de acentos extranjeros, etc. En general procuré que la traducción castellana reflejara esa variedad. De lo contrario, la riqueza del original se hubiese “aplanado” o incluso “aplastado”. Los textos en otras lenguas los dejé tal cual. Hay dos Cantos que están íntegramente en italiano. Estos figuran en un apéndice, en la versión del traductor invitado, Jorge Aulicino.  

 Muchos fragmentos de Cantos son a su vez traducciones de Pound de otras lenguas. ¿Se vio obligado usted a realizar una  traslación múltiple? 
–Lo que yo hice, que llamo “triangulación”, como si fuese una técnica de agrimensor, fue mirar el texto de Pound pero también de qué manera él a su vez traducía o adaptaba el original con el que había trabajado. Y eso, o sea lo que hizo Pound con su original, lo tuve siempre en cuenta a la hora de dar la versión castellana. Muchas veces los Cantos parecen un inventario de novedosas y arriesgadas técnicas de traducción. Yo a mi vez procuro imitar esas técnicas.  

¿Qué hizo con los versos en castellano del original y asimismo,  con las imprecisiones históricas? 
–A veces los versos en castellano del original presentan algún pequeño error, por ejemplo: “poco religión”, en los casos en que estuve seguro que no fuesen un juego de palabras de Pound, o la imitación de Pound del error de un personaje, los corregí. En el “Canto 3”, además, hay un collage con textos del Cantar del Cid. Yo ahí procedí libremente con original y traducción, que están yuxtapuestos, consultando además, obviamente, el original del Cantar del Cid. 

Se aprecia un cuidado en la conservación de la prosodia poundiana. ¿Cómo lo logró?
–Por fortuna conozco muy bien la métrica de ambos idiomas, creo que dejé (a la manera de un músico de jazz que se entrega a una improvisación) que los dos sistemas métricos se amigaran o amalgamaran en el oído, para luego bajar al papel la traducción provisional. Pound mismo decía “seguir el ritmo de la frase musical, no el ritmo del metrónomo”. Creo que Pound hubiese aprobado el método que utilicé. Me alegra que muchos lectores me “digan que mi traducción suena a poesía “original”.  

¿Interés por respetar la peculiaridad de Pound en su caprichosa puntuación? 
–Creo que lo fragmentario, lo caprichoso, a veces lo desprolijo (paréntesis o comillas que abren pero no cierran, abreviaturas idiosincráticas) constituyen una doble marca histórica. Por un lado: Pound está dejando el texto “en crudo”, como “fragmentos” o “reliquias”. Por otro lado, estas marcas son también un testimonio de las condiciones a menudo caóticas o difíciles en que Pound trabajó. Como nómade sin biblioteca, como preso en Pisa, como interno (durante 13 años!) en un psiquiátrico…  Un desafío especial fue a veces decidir dónde poner el signo de pregunta o el de exclamación de apertura, que el inglés no tiene. Había que dirimir dónde empezaba la pregunta o la exclamación, para poner ahí el signo de apertura, dado que el resto de la puntuación a veces no daba la pauta (como sí ocurre en cualquier texto de prosa, digamos, “normal”). 

¿Referencias  con las traducciones de los poetas nicaragüenses  Ernesto Cardenal y  Coronel Urtecho? 
Miré muchas traducciones, la de Vázquez Amaral, por supuesto, las de Cardenal y Coronel Urtecho, las portuguesas de los hermanos De Campos y la de José-Lino Grunewald; la alemana de Eva Hesse, la italiana de la hija de Pound, Mary de Rachewilz; y por supuesto, la francesa más reciente, de Yves di Manno y su equipo. Siempre que me encontré con algún hallazgo, no dudé en rapiñarlo para mi versión. Me importa más la calidad de la versión que la originalidad. 


¿Cómo enfrentó una obra de  mudanzas desafiantes y en algunos pasajes hasta ininteligible?   
Pound es uno de los autores que ha producido más bibliografía secundaria. Invita al comentario y la anotación. Hay publicaciones periódicas enteras dedicadas a su obra. Para los pasajes más peliagudos fui a los artículos que se escribieron sobre esos pasajes difíciles. Es increíble pero casi todo en esas mil páginas de notable densidad poética está comentado y discutido. Y también me dejé orientar por las decisiones traductoriles de los colegas que hicieron las versiones a otros idiomas. Realmente no es esta una traducción para hacer a las apuradas.  

Algunos lectores han desdeñado que no sea una edición bilingüe y, asimismo, resienten la falta de notas al pie de página. ¿Qué puede comentar sobre eso? 
Hemos intentado recrear el acto de lectura del original. El original no es bilingüe ni trae notas. Las notas, esto ya lo dije en otros reportajes, llevan a una lectura ‘vertical’, el ojo baja a las notas cada vez que tropieza con una alusión desconocida, cortando así el flujo del discurso. Esta versión en cambio busca salvaguardar el ritmo y el impulso del verso, sin interrupciones, en una lectura que por contraste llamaríamos ‘horizontal’. El lector que busque bilingüe y con notas, siempre puede acudir a la edición de Cátedra, pero lamentablemente esta edición se encuentra incompleta, falta el cuarto volumen que representa casi un tercio de la obra en su conjunto. 

¿Se siente satisfecho con el resultado?  
Estoy contento con el resultado, al releerlo ya impreso en papel, no me avergüenzo… Lo que sí, sin duda, con base en las críticas y observaciones que sin duda surgirán a lo largo de los próximos años, es probable que en algún momento sienta la necesidad de revisar todo una vez más. Considero que esta traducción es una obra abierta

Una reseña española de los "Cantos" de Pound

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Las jaula donde estuvo encerrado Pound
El siguiente es el comentario/entrevista que Jesús García Calero licenciado en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. redactor jefe de Cultura y Espectáculos del diario ABC y, no es chiste, especializado en asuntos de patrimonio e historia, con especial atención al patrimonio subacuático y la historia naval– publicó el 27 de noviembre del año pasado, en el ABC Cultural, apenas Sexto Piso publicó los Cantos, de Ezra Pound, en traducción de Jan De Jager. En su entusiasmo –o acaso con una burbuja subacuática en el cerebro , el comentarista se olvidó de que T. S. Eliot es estadounidense nacionalizado británico y sin más lo convirtió en irlandés. No es seguro que a Eliot le hubiera gustado.

No hay Google que valga para los Cantos de Ezra Pound

La voz del poeta norteamericano Ezra Pound (Idaho, 1885-Venecia, 1972), el más influyente en las vanguardias del siglo XX, renace en esta segunda década del XXI con una traducción de nueva planta al español de su obra monumental: los Cantos, más de un centenar de poemas que le llevaron toda su vida y forman una calzada de más de 1.200 páginas de poesía, en este volumen, que permiten recorrer –y tal vez conjurar– la catástrofe de la cultura occidental.

La tarea de esta nueva versión de una obra que aspiraba a convertirse en un poema épico de la humanidad no es fácil, es hercúlea, y el responsable de la edición de Sexto Piso, el traductor y poeta Jan de Jager, confiesa que ha dedicado 20 años a su estudio y 10 a la traducción. Todo un empeño en los tiempos de Twitter. Como suele ocurrir, la existencia de anteriores traducciones, desde la de Vázquez Amaral, completa, a la de Ernesto Cardenal y José Coronel Utrecho, parcial, entre otras, ha permitdo a De Jager documental su trabajo comparando su visión con las miradas acumuladas durante décadas a la inabarcable obra de Pound.

El resultado es una majestuosa versión que atrapa la música que Ezra Pound extrajo de los fragmentos que con amor recogía en casi todas las tradiciones culturales de su tiempo, que es aún, en muchos sentidos, también el nuestro. Se pueden buscar referencias para comprender más profundamente el resultado de su obra, pero «no hay Google que valga para los Cantos, por eso yo apuesto por una lectura en la que te dejes atrapar por el sonido y el voltaje poético sin perderte en notas al pie», apunta De Jager.

Y luego, intentemos googlear, pero será imposible llegar a todas las referencias. Si el buscador es una herramienta maravillosa que en los últimos años puede servir para que la lectura de aualquier obra se convierta en una suma de capas, una obra como los Cantos no se rinde al algoritmo. Las referencias son tan numerosas y variadas, tan misteriosas a veces y complejas, que no hay Google que valga.

De Jager comenta que prefiere esa lectura «horizontal» que se entrega a la musicalidad del texto, antes que una vertical, que vaya siguiendo las notas al pie de cada referencia textual y pierda así el ritmo. «Lo que más valoro de Pound son esos trechos escalofriantemente líricos que incluye en los poemas, como para sacudir al lector y volver a captar su interés y atención. Ahí está el desafío como traductor», comenta Jan de Jager.

¿Cómo ha logrado una traducción tan fiel a la música de estos poemas? «Siguiendo el adagio de ser todo lo literal que se pueda y todo lo libre que se deba», en el fondo, esa era la teoría de traducción del propio Pound.

La vida de Ezra Pound recorre los meandros sangrientos del siglo de las Guerras Mundiales. Formado en Estados Unidos, pronto le hicieron sentirse extraño, «europeo» por su formación, y acabó embarcando en dirección a Venecia con 80 dólares en el bolsillo en 1908. En Italia, sobre todo, donde hizo de Rapallo su cuartel poético, pero también en París y otras ciudades, labró algunas de las páginas más importantes de la literatura del siglo XX en inglés. Alumbró el Imaginismo, raíz de tantos ismos de los que fue un influyente teórico. Eliot le debe a su lápiz rojo el parto de la «Tierra baldía», su obra más célebre, que Pound corrigió, o talló, hasta dejarla como la conocemos. El irlandés se la dedicó como «il miglior fabbro», el mejor artesano.

En la Guerra mundial sus alocuciones y diatribas antiamericanas desde la radio italiana fascista le valieron ser acusado de traición y apresado y encerrado en una jaula a la intemperie durante meses en Pisa. Allí siguió escribiendo: los estremecedores Cantos pisanos. Tras un colapso nervioso, fue recluido en un manicomio estadounidense, St. Elisabeth, hasta 1958. Regresó entonces a Italia y acabó allí sus días, en Venecia, en una casa junto al canal de la Giudecca, en un callejón sin más salida que la memoria de una luz gastada.

Durante toda su vida fue componiendo esos Cantos, que para De Jager tienen «mucha vigencia, porque su obra mantiene un peso enorme en la literatura actual, también en los jóvenes poetas», expresa a ABC el traductor. Hay tres Pounds, según él: uno lírico que atrapa al lector, otro que tiene el coraje y la desfachatez de hacer un poema épico de temas económicos y un tercero que es «maestrito, el explicador de la aldea» en una aldea que empezaba a ser, por sus guerras, global.

Surge de inmediato la tristeza por saber que estuvo «en el lado equivocado de la guerra», pero el estudioso concibe que «su error no fue ser fascista, sino pensar que el fascismo era un anticapitalismo». Porque una de sus enormes preocupaciones fue siempre económica. Es autor del célebre «Con usura» (Canto XLV) y ese empeño fue el que le empujó hacia las compañías de fascistas que se enfrentaban a un sistema que, según decía, había traicionado el espíritu de los padres de la patria americana.

«Fue un sensor poético –apunta De Jager–. En los 70 recibió la visita de Allen Ginsberg, que era judío y budista, lo cual ya es elocuente. Le dijo que quienes estaban contra la guerra de Vietnam coincidían con su análisis de que la guerra no era la solución a la economía, a sus crisis y las cuentas de los bancos. Que tenía razón».

En una obra de tal extensión, ¿cómo sobrevive el lector? De Jager reconoce que hay trechos líricos inigualables, pequeños poemas que se clavan como dardos de pura belleza y hacen revivir el interés. «Como traductor ser fiel a la extraordinaria intensidad esos momentos ha sido lo más difícil. También he tenido que triangular con traducciones que él hizo o manejó, porque en los Cantosestán Homero, Cavalcanti, los poetas provenzales, los orientales. Utilizó fragmentos de casi todas las tradiciones, excepto la india y la sudamericana». No así la española, ya que había estudiado en Madrid el Siglo de Oro y a Lope.

Pound –concluye De Jager– «recogía fragmentos del pasado y los mostraba como hallazgos asombrosos, compartidos con alegría, y los traducía de forma escalofriantemente bella. Funciona antes de entenderse, como la música, por el poder hipnótico de su manejo del idioma».Nadie como él conocía la tradición, ni el metro. Ahora, en esta nueva versión, los Cantos salen al encuentro de una nueva generación.


“Juzgar a un hombre es juzgar un sueño”

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El pasado 22 de abril, Matías Serra Bradford publicó en la revista Ñ la siguiente nota a propósito de Ezra Pound y de los libros y eventos que, en estos días, ocupan las páginas de distintos diarios. 

Ezra Pound: días y noches del poeta 
de todos los siglos

Los Cantos de Ezra Pound son el poema más ambicioso –y el fracaso menos rotundo– del siglo XX. Son una epopeya cortada a cuchillo, una travesía de accidentes milagrosos, el panóptico de un preso inminente, un atlas con la historia entera a cuestas. Figura excepcional por diversas razones –entre ellas el de haber sido, como Beckett, un escritor fotogénico toda su vida–, Pound fue un caso ejemplar de revolucionario que honra la tradición y la renueva.

El aspecto vanguardista de los Cantos, en todo caso, era el caballo de Troya con el que Pound buscó infiltrar a los clásicos griegos, chinos y latinos. “Ningún arte creció jamás mirando a los ojos del público”, advertía. Y los Cantos son un diario público, atomizado, la oda a la simultaneidad de un monologuista en el centro de un maelstrom. La voz genera el maelstrom y el maelstrom la mantiene domada. La autoridad de la voz hace creer que el poeta guarda –con el sorriso maliziosode uno de los personajes de esta maratón superpoblada– los puentes faltantes en su interior. El extraordinario rango de Pound –de esos capaces de mentir en un cementerio– no era solo literario; incluía el arte, la arquitectura y la música. Y a cada cosa le llega su segundo.

“Tenía que ser una forma que no excluyera algo meramente porque no calzaba”, bromeaba a medias, mientras empataba la historia mayúscula con la cursiva de la historia personal, y las recapitulaba y recompaginaba. Ya en su ensayo The Spirit of Romance, sobre Dante y los trovadores provenzales, afirmaba que “todas las épocas son contemporáneas” y que en literatura “muchos hombres muertos son los contemporáneos de nuestros nietos”.

De apariencia torrencial, los Cantos sufrieron un montaje espaciado, meditado: “Solo las secuoyas son lo bastante lentas”. La impresión que dejan las líneas de Pound es de atajos, de unir sin escalas un punto remoto del mapa con otro que se volcó del planeta. El montaje es lo que el material exige a cambio de sus secretos, y hace oír “a las ranas croando contra los faunos/ a media luz”. En ese mar babélico y pentecostal, de palabras compuestas, de ortografía a menudo artrítica, el encadenado de conexiones dispares por momentos arroja restos deslumbrantes: “La torre, como un enorme ganso de un solo ojo, se empina sobre el olivar”. O bien, “panteras agazapadas junto a la escotilla de proa,/ y el mar azul profundo en torno”.

El relato –Pound repetía que los poetas debían escribir al menos tan bien como los mejores prosistas– avanza impulsado por vientos y pautado por sentencias confucianas, de dicción clara y sentido múltiple. Los ideogramas chinos que salpican las hojas de los Cantos aportan una especie de serenidad gráfica, sostenida por la dulzura que Pound sabe susurrar a menudo: “Los pétalos del damasco vuelan de este a oeste/ y yo he procurado impedir que caigan”. Y más tarde: “La azalea creció mientras dormíamos/ en Selinunt”. Su adoración hacia Venecia –uno de los hilos de Ariadna de la obra– por obvia no deja de hablar por él.

“Nada cuenta excepto la calidad del afecto”, suelta el combativo y afable timonel y arponero Pound en medio del oleaje (y ya en una carta había avisado que “la gente que ha perdido la reverencia ha perdido mucho”). Uno de los espíritus menos celosos de la historia de la literatura, Pound era un ave rapaz para detectar talento, para editarlo, para promoverlo. Pasó con el Ulises de Joyce, cuyas primeras entregas colocó en pequeñas revistas que usaba de plataformas de lanzamiento. Pasó con Eliot, cuya Tierra baldía corrigió de principio a fin y abrevió lápiz en mano. Pasó con la poeta Marianne Moore, el poeta y espía Basil Bunting, y el narrador y pintor Wyndham Lewis. En plena navegación su sextante determinó la posición de estos astros dispersos.

La lista –creer o reventar– es kilométrica y excluye desaciertos. Los títulos de algunas de sus obras hacen de espejo de su brío evangélico, de su labor como instructor de horario completo: How to ReadGuide to KulchurABC of Reading. Lo deslizaba con incisiva modestia en su poemario Cathay: “La lealtad es difícil de explicar”. Para los que desconfiaban de su claridad, aseguraba que lo que uno ama bien es la verdadera herencia.

En su memoria Fin al tormento. Recuerdos de Ezra Pound, la poeta Hilda Doolittle apunta que “lo extraño es que Ezra fuese tan increíblemente generoso con cualquiera que le pareciese que tenía la menor chispa de talento sumergido”. (Este otro mosaico es también una reconstrucción, la de un viejo romance, en el que Doolittle confiesa que bailaba con Pound “por lo que decía” y se eleva a alturas considerables: “Nieve sobre su barba. Pero no tenía barba, por entonces. La nieve sopla desde las ramas de pino, polvo seco sobre el oro rojo”).

Por su parte, el beneficiario Eliot también le salió de testigo: “Engatusaba y casi forzaba a otros a escribir bien: de manera que a menudo presenta la apariencia de un hombre tratando de explicarle a una persona muy sorda que su casa se está incendiando”. Con lógica marcial, quien nunca dejó de hacer campañas pedagógicas jamás dejó de ser un alumno. Su amigo el poeta W.B. Yeats anticipaba que “la misma curiosidad de su intelecto logrará que su aprendizaje sea extenso”. Su interés por otras literaturas y otras lenguas fue canibalizado explícitamente en su obra. Pound quería ver la noción de recirculación –de citas, de nombres, de dinero– puesta en práctica y puesta en escena.

Ese eclecticismo desquiciado y su manejo magistral de tantas formas métricas y géneros, no volvieron más inapresable su gusto (aunque en él se parecía más bien a un juicio, centrado en la calidad). “Tiene más principios razonables que gusto”, acotaría Yeats, que practicaba esgrima –literal y figurativamente– con Pound en una cabaña perdida en el sur de Inglaterra, cuando el futuro autor de los Cantos se ofreció como secretario trilingüe. En revancha, las observaciones de Pound podían ser demoledoramente precisas, mientras daba vuelta como un guante cualquier reflexión esperada: “La técnica es la prueba de la sinceridad”.

Pound sostenía que la única crítica “de valor permanente o moderadamente perdurable” pertenece al que hace el próximo trabajo (su ejemplo era Joyce como crítico de Flaubert). La tarea de un traductor también puede verse como ese trabajo siguiente. La versión integral de los Cantos que realizó Jan de Jager regresa y rehace a Pound, retomando uno de sus primeros versos: “el océano revertía su curso”.

Como Pound, la traducción tiene el equilibrio –y los desequilibrios– justos. El Canto XIII murmura su decálogo: “Cualquiera es capaz de incurrir en excesos./ Es fácil colmar la medida./ Lo difícil es afirmarse en el medio”. Autor y traductor nunca pierden el norte y y consiguen lo que promete una de las líneas: “Y con un solo día de lectura un hombre ya tendría en sus manos la clave”. Pound sabía de sobra qué podía estar esperándolo a la vuelta de la esquina o de un siglo y se adelantó atacando “la muy perniciosa idea actual de que un buen libro debe ser necesariamente uno aburrido”.

Sus años oscuros –de antisemita vociferante– tuvieron un castigo nada envidiable y un arrepentimiento nada teatral. “Juzgar a un hombre es juzgar un sueño”, apuntó J. Rodolfo Wilcock, justamente, a propósito de Pound. En una página en curso o en una biografía cerrada, en la medida en que uno desorienta tiene un enigma para presentar.

Cantos, Ezra Pound. Traducción: Jan de Jager. Sexto Piso, 1.209 págs.

Fin al tormentoRecuerdos de Ezra Pound + El libro de Hilda, Hilda Doolittle y Ezra Pound. Ediciones UDP, 200 págs.

Exultations Lustra de Ezra Pound, y Poeta en el manicomio de William Carlos Williams. Buenos Aires Poetry, 160 págs, 180 págs, y 38 págs.

Jornadas Ezra Pound en la Argentina. 24 y 25 de abril, 18 a 21. Museo del Libro y de la Lengua. Biblioteca Nacional, Las Heras 2555, CABA. Participan: Jan de Jager, Jorge Aulicino, Juan Arabia, Jorge Fondebrider, Matías Battistón y otros.

Ya comenzadas las jornadas Pound

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Ayer, 24 de abril, Silvina Friera publicó en el diario Página 12 un artículo a propósito de la importancia de Ezra Pound, como preludio a las jornadas en su honor comenzadas ese día mismo en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional de Argentina. Como se señala en el artículo, que incluye sendas entrevistas a Juan Arabia y el Admiistrador de este blog, ambos organizadores de las mesas, la excusa es la nueva traducción de los Cantos, del argentino Jan De Jager.

Actualidad de un poeta inmenso.

Hay deudas culturales que interpelan a lectores, traductores y poetas que saben que es indispensable completar la traducción al castellano de la obra del poeta estadounidense Ezra Pound (1885-1972). La publicación de una nueva edición de los Cantos completos (Sexto Piso), traducidos por el argentino Jan De Jager, la segunda después de la pionera del mexicano José Vázquez Amaral, más la salida de Exultations (Buenos Aires Poetry), prevista para junio, es una gran oportunidad para reflexionar, durante dos jornadas, hoy y mañana, sobre la importancia y la influencia de la poesía de Pound en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Las Heras 2555). En “Ezra Pound en Argentina”, organizada por el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires y la revista y editorial Buenos Aires Poetry, participarán Jorge Fondebrider, Jorge Aulicino, Juan Arabia, Silvia Camerotto, Matías Battistón, Lucas Margarit y De Jager, quien presentará su reciente traducción con una perlita: se podrá oír una lectura de algunos cantos en la voz de Pound.

“La influencia de Pound es reciente –plantea Fondebrider a Página 12–. No es que no se lo conociera, pero no estoy seguro de que se lo tuviera como referente. (Alberto) Girri, que tradujo casi toda la poesía estadounidense, hizo muy pocas versiones de él. (Joaquín) Giannuzzi le prestó atención a sus escritos teóricos, pero no sé si a su poesía. Gelman se ocupó de aspectos más ideológicos, como por ejemplo, el canto XLV, el referido a la usura. Creo que, en cuestiones de escritura, Pound empezó a tallar hacia los años 70 y 80. De hecho, si se exceptúa la excelente antología de Carlos Viola Soto en Fabril Editora hacia principios de los años 60, es en ese entonces donde comienza a traducirse más sistemáticamente. En el número dos de Diario de Poesía hicimos un ‘dossier Pound’ y, poco después, Gerardo Gambolini y yo hicimos un fascículo Pound para Los Grandes Poetas. Más tarde, Jorge Aulicino, que es poundiano viejo, hizo Argentarium, la antología de Pound traducida por argentinos. Y ya en estos últimos años, Juan Arabia está llevando a cabo una tarea ciclópea de recreación de la poesía de Pound. Los Cantos, en la traducción de Jan De Jager, son un mojón fundamental de este trabajo”. 

Arabia, poeta, traductor y director del sello editorial y revista Buenos Aires Poetry, advierte que “la poesía de Pound es completamente metaliteraria, así como su propia vida”. “Era capaz de ver a los poetas provenzales como Arnaut Daniel o Bertran de Born como seres vivos. Con esto quiero decir que, al traducir a un poeta como Pound, uno tiene que involucrarse de lleno con todo ese universo”, explica Arabia, que ha traducido Exultations, un trabajo muy temprano de Pound, escrito y publicado en 1909, cuando tenía 24 años. “Es un libro complejo, artificial en muchas de sus capas: incluye dos sextinas, registro inventado por Arnaut Daniel, traducciones del latín, así como del provenzal y del español; hay incluso una versión de un poema de Los Pastores de Belén de Lope de Vega –aclara el traductor–. Seguramente Pound se ocultaba detrás de todos estos autores, algo que hereda del monólogo dramático de Robert Browning, y que mantiene a lo largo de toda su obra. A partir de Lustra (1916), y por supuesto los Cantos, ese monólogo lo incluye a él, como personaje real, dialéctico y por tanto histórico”. Para Arabia más que lo que se podría llamar una dificultad en la traducción, “se asemeja a un proyecto dialógico de formación, una formación constante, que siembra estelas en la obra de uno, y por tanto en la propia vida”. Sobre la crítica permanente que ha recibido y recibe el poeta estadounidense por su apoyo a Benito Mussolini, el traductor de Exultations advierte que “hoy no pensamos la poesía occitana como monárquica” y pone como ejemplo “el planh–género de lamento fúnebre en la poesía trovadoresca, la mayoría dedicados a llorar la muerte de un gran personaje, protectores o protectoras del trovador– de un poeta provenzal hacia un rey–cualquiera sea el poeta, cualquiera sea el rey”.

¿Por qué ha costado tanto tiempo tener un Pound lo más “completo” posible? Lo ideológico, su ferviente admiración hacia Mussolini, ¿ha sido un impedimento para leerlo? “Tener a Pound completo es una  tarea enorme. Los Cantos son un trabajo monumental, tan importante como traducir a Dante, a Shakespeare, a Flaubert o a Joyce –compara Fondebrider–. Decir que son difíciles es poco: hay miles de referencias culturales que desentrañar, hay citas, hay muchos niveles de lengua, hay muchas lenguas, hay conocimientos públicos y privados de la vida de Pound y de sus contemporáneos para tener en cuenta. Y también, hay una traducción canónica previa, la de Jesús Vázquez Amaral –la única hasta ahora, por cierto– con la cual disentir. La ideología no ha sido un problema. Pensar que las vanguardias artísticas de los años 20 y 30 estaban con la izquierda y no con la derecha, sería ingenuo: Eliot era filonazi y monárquico, Cummings era antisemita, Wallace Stevens un alto ejecutivo, Williams un liberal nacionalista a la estadounidense, y así podríamos seguir un rato largo. Fijate que el mayor elogio al pensamiento económico de Pound lo hizo entre nosotros Juan Gelman, que de mussoliniano no tenía nada. Juzgar obras literarias del pasado desde las ideologías del presente es peligroso y bastante inconducente”. 
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