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“Mi educación se vio interrumpida por mis años escolares”

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Benito Taibo (México, 1960) es novelista, poeta, periodista y ferviente promotor de la lectura. Además de ser uno de los tipos más culto que uno pueda encontrarse, es increíblemente divertido y francamente generoso. Inició su producción literaria como poeta joven con  Siete primeros poemas (1976), Vivos y suicidas (1978), Recetas para el desastre (1987) y De la función social de las gitanas (2002). Como novelista publicó con Polvo (2010), Persona normal (2011), Querido Escorpión (2013), Desde mi muro (2014), Cómplices (2015) y, en coautoría con Francisco Martín Moreno, Alejandro Rosas y Eugenio Aguirre, Las vergüenzas de México (2014) y Tiempo de héroes y villanos (2016). De paso por Buenos Aires, conversó con la periodista Silvina Friera, quien publicó la correspondiente entrevista en el diario Página 12, del 6 de diciembre pasado.

Defender la lectura por puro placer

El hombre que intenta convertir lo ordinario en extraordinario está convencido de que “leer es resistir”. El novelista, poeta y periodista mexicano Benito Taibo vino a Buenos Aires a presentar Corazonadas (Planeta), novela en la que aparece por segunda vez una dupla de personajes entrañables para los jóvenes que siguen la saga que empezó con Persona normal: el tío Paco, un lector empedernido que tiene que hacerse cargo de su sobrino Sebastián, un niño que a los doce años quedó huérfano. “Qué manía tenemos los seres humanos de dejar nuestra impronta en la tierra, perpetuar nuestras hazañas, esperar con ansia que al final de la vida haya monumentos y calles con nuestro nombre impreso. Sembrar libros, escribir hijos, tener árboles”, reflexiona el tío Paco; manía que tendrá su correspondencia en una experiencia que cuenta Taibo en la entrevista con Página12, cuando con un grupo de amigos decidieron plantar Cien años de soledad en un parque.

–¿Por qué el narrador de Corazonadas dice que “a los niños no hay que educarlos, hay que quererlos”?
–Esa frase es de mi propio padre. Mi padre la repetía como una suerte de mantra laico para que funcione la lógica de la educación sentimental. El mundo sería distinto si no nos empeñáramos en educarlos y en transmitirles valores entre comillas y esas cosas horribles que solo son camisas de fuerza para coartar libertades. 

–La novela es muy crítica con el sistema educativo, aunque no queda más remedio que formarse en él, ¿no?
–Hay una frase de Mark Twain que ha sido una punta de lanza en mi vida: “Mi educación se vio interrumpida por mis años escolares”. Las formas de educar a los alumnos están erradas en el fomento a la lectura. Yo estuve a punto de no ser un lector por la obligatoriedad de leer ciertos textos. A los doce años había leído el Cantar de mío Cid, Guerra y paz, La Ilíada y La Odisea, y no había entendido nada. Odiábamos la lectura porque el libro era una suerte de peso sobre nuestras espaldas. Nadie nos dijo nunca que los libros contienen el universo y la mejor de todas las posibilidades de la otredad: tú entras al libro y te conviertes en ese personaje y vives en su piel y sientes agolparse su sangre en tu cuerpo. Esto solo puede ser transmitido por alguien que esté apasionado por la lectura. Si un maestro no es un lector, difícilmente podrá ser un promotor de la lectura. Sí, estoy en contra de los sistemas escolarizados.

–¿La escuela hace mucho daño a la lectura?
–Sí, especialmente a la lectura por placer. Yo estoy convencido de que el mejor sistema de fomento de la lectura que puede haber es que los libros estén cerca de los posibles lectores. Que los precios de los libros sean accesibles, que haya bibliotecas en lugares remotos y que los autores se atrevan a ir a esos lugares remotos para contar esas historias. No voy a decir que la literatura crea mejores personas, porque un asesino serial no será mejor persona si lee Rayuela. Pero la literatura sirve para que las almas extraviadas se encuentren. 

–En los debates sobre el fomento de la lectura se suele esquivar un tema crucial: que los libros en muchos países de América latina suelen ser caros...
–Yo no lo esquivo: los libros son caros. Estuve en una librería recomendando libros para jovencitos, y tomé por casualidad Soy leyenda, de Richard Matheson, uno de los textos más espectaculares de fantasía. “¡Chicos, tienen que leer Soy leyenda!”, les dije y fui hasta el aparatito donde se chequean los precios. No lo va a creer: costaba 829 pesos, un libro de poco más de 150 páginas. Casi me caigo al suelo: es una bar-ba-ri-dad... Es imposible que alguien lo compre. En algún momento tuvimos un subsecretario de Hacienda que, en la peor tradición neoliberal, dijo esta frase, que debería estar con letras de oro en el museo de la ignominia nacional, a un grupo de escritores que estábamos intentando que no se gravara con el IVA al libro: “Señores, ustedes no se dan cuenta de que un libro es un objeto igual a un zapato”. Mi hermano, que estaba ahí, le preguntó: “¿Cuántos zapatos ha leído usted?”. No había leído ningún zapato. La posibilidad de que el libro esté en manos de todos tiene que venir aparejada con un proceso de cambio social. Primero necesitamos que las sociedades de nuestro continente tengan servicios básicos de salud, de vivienda, de trabajo digno, de transporte. Sin todos estos condicionantes previos, no sirve de nada que tengas un país de lectores. El acceso a los libros es una de las patas de la democracia, pero necesitamos las otras patas para que la mesa de la democracia no se nos desmadre y se caiga al suelo.

–Tío y sobrino intentan vivir sus propias aventuras hacia el final de la novela. El poder de los lectores de vivir tantas vidas como libros lea también tiene una deficiencia en términos de experiencia personal, ¿no?
–A los doce años yo sabía dónde estaba Java, Borneo y Sumatra gracias a Emilio Salgari, que nunca salió de Turín. En algún momento de mi vida me dije: tengo que ir a esos lugares para verlos con mis propios ojos”... Todavía no hice ese viaje, pero sé que en algún momento lo haré... Después de haber leído Cien años de soledad un grupo de amigos nos volvimos locos y dijimos: “Tenemos que hacer algo”. No sólo recomendar el libro, que nos había cambiado la vida, sino un acto físico que demostrara la impronta que había dejado en nosotros. Bebimos muchas cervezas y nos fuimos a las dos de la mañana a un parque y plantamos Cien años de soledad porque estábamos convencidos de que muchos años después daría un árbol multicolor, lleno de gitanos y de mujeres que se elevarían y de mariposas amarillas. Veinticinco años después fuimos a buscar el árbol y en el lugar donde plantamos el libro encontramos unos baños públicos. Cuando se lo conté a García Márquez me dijo: “Benito, lo plantaron al revés”. La literatura nos transforma y nos lleva a hacer cosas extraordinarias en tiempos tristes, violentos y ordinarios.

"Los libros no desaparecerán porque sencillamente son bellos. Y los libros electrónicos son feos"

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Guillermo Piro, en su columna semanal del diario Perfil, publicó el pasado 4 de diciembre la siguiente reflexión sobre las razones por las que los libros físicos no van a desaparecer. 
Las fotos que ilustran  esta entrada son todas del fotógrafo británico Simon Brown.


El peso imposible de la belleza

Además de las que los viejos libros cuentan en sus páginas, los libros viejos tienen sus propias historias. Simon Brown es un fotógrafo londinense que retrata esos libros. Uno de sus trabajos se titula “The Weight of Knowledge” (El peso del conocimiento); la serie se está exponiendo por ahí desde hace años, pero recién ahora di con algunas fotografías en la web. Al parecer el hijo adolescente del fotógrafo se encontraba sumergido en el estudio por un examen para el General Certificate of Secondary Education (GCSE), una serie de pruebas que los estudiantes británicos tienen que rendir a los 16 años. Brown tuvo una idea para levantarle el ánimo: apiló algunos libros sobre un banco y sacó una foto. “Llamé a la foto “El peso imposible del conocimiento”, aludiendo a lo difícil que puede resultar aprender”, explicó Brown; “mi hijo tiene un carácter complicado y dijo que la ocurrencia había sido buena”.

Después de ese episodio, Brown se puso a fotografiar otros libros que fuesen especiales, que tuvieran alguna carga histórica, y cuyo aspecto exterior lo diera a entender. Algunos de estos libros provienen de su biblioteca, otros los encontró mientras viajaba por Gran Bretaña, Irlanda y Francia, ocupado en otros proyectos. La foto “Libros salvados del fuego”, por ejemplo, la sacó mientras estaba haciendo fotografías en un castillo francés para el libro Romantic French Homes. “Otra fotografía la saqué en una gran casa de campo inglesa. Estaba en la biblioteca y tomé un montón de libros sin prestar mucha atención, los acomodé, saqué la foto y los volví a acomodar como estaban”, dijo. “Lo que no había entendido era que algunos de esos libros eran del siglo XVI y XVII y tenían un valor inestimable. Hubiese podido meterme en problemas de haber roto uno”.

En los casos en que lo que rodea a los libros es tan bello como los libros mismos, Brown lo fotografía, capturando estantes de bibliotecas antiquísimas y salones fantásticos. Otras veces hace primeros o primerísimos planos, concentrándose en las texturas y los colores. Las fotografías de Brown están sacadas siempre con luz natural, porque con esa luz, como pasa con los libros mismos, siempre “hay alguna cosita que no va”. Apila los libros unos sobre otros, en equilibrio, lo que a fin de cuentas pone un poco nervioso al espectador –a mí, al menos. Para ser precisos: vi todas las fotos disponibles muchas veces y nunca dejo de tener la impresión de que de un momento a otro todo puede caerse –y no tengo dudas de que esta impresión es aplicable a cualquier otro observador. Derrumbe inminente que lleva a preguntarse sobre el futuro de los libros en general en el mundo digital. Muchos otros, yo y hasta el mismo Brown se hicieron la misma pregunta, pero después de haber pasado tanto tiempo con objetos tan viejos y tan resistentes lo que uno llega a concluir es que es imposible que los libros desaparezcan. Dice Brown: “Con el desarrollo de la era digital se esperaba que los libros desaparecieran, pero no lo harán. De algún modo se reinventaron. Tienen una belleza propia, una persistencia propia en el tiempo. Están aquí para permanecer”.

Nada me aburre más que la gente que se pone a enumerar los placeres del papel: subrayar con lápiz, las dedicatorias escritas a mano, el gesto de pasar las páginas, el olor, etc. Me suena como si alguien dijera que es mejor hablar con un teléfono fijo para poder enrollarse el cable en forma de resorte entre los dedos. Los libros no desaparecerán porque sencillamente son bellos. Y los libros electrónicos son feos. Muy feos. Lo que salva a los libros es el peso imposible de la belleza.

La traducción en Chile y sus traductores (I)

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Con la idea de presentar un panorama de la traducción en Chile, a lo largo de esta semana el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires va a subir un breve cuestionario respondido por varios traductores trasandinos. El primero de ellos es Pedro Ignacio Vicuña (1956), poeta, traductor, actor y director teatral. A la fecha, ha traducido al castellano la obra de Odysseas Elytis, Georgios Seferis y de varios otros poetas griegos y chipriotas. Como poeta y escritor, ha publicado Fataj, Estatuto del Amor, Peix ton Teikhon, Notas de Viaje, Fragmenta Memoriae, Famagusta y Bitácora del Otro Mar.

     “No es tema, ni para las editoriales ni para el Estado” 

–¿Desde cuándo y por qué traducís?
–Comencé a traducir a mis 18 años, cuando conocí la poesía de OdysseasElytis. Mi primera traducción fue su poema “Aniversario”, que de tanto repetirlo en griego (lo aprendía de memoria para rendir exámenes de ingreso a la Escuela de Arte dramático del Teatro Nacional de Atenas), de pronto comenzó, solo, a salir en castellano, en una extraña mezcla en la que se “colaban”, entre los versos griegos otros que espontáneamente sonaban en castellano.  Entonces me di cuenta de que otros, como mis padres, por ejemplo, podrían gozar de una poesía que me cautivó y me abrió otros mundos; como ellos no hablaban griego, me propuse traducir esa poesía que me había sorprendidocon su serenidad y profunda osadía lírica. La razón para traducir, me he dicho a mí mismo muchas veces, sin que eso corresponda, necesariamente, a la verdad porque quizás la razón verdadera sea un misterio insondable, fue la de intentar probar cómo sonaba esa poesía en mi lengua materna. Me pareció que el intento fue exitoso y entonces seguí traduciendo. Hoy en día, he seguido haciéndolo porque me parece que desde el punto de vista de la creación literaria, la historia social tiene momentos que podrían ser muy similares o paralelos  –al menos entre Grecia y Chile que es lo que yo conozco– que se han afrontado desde la palabra y su interpretación del mundo desde lugares opuestos y quizás, en la poesía griega, pienso, haya alguna clave que nos permita mirar nuestra historia de manera distinta y más esclarecedora.

–¿Cómo elegís a los autores que vas a traducir?
–A veces tengo la impresión de que se eligen solos, ellos a sí mismos, en la medida que me resuenan en alguna parte del universo sensitivo. A veces la razón es, simplemente, cuando entiendo que proponen una mirada que me abre un nuevo entendimiento, que me produce algún descubrimiento que quisiera compartir con otros, con gente que quiero y que me importa.

–¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
–Es una relación ambivalente, porque para poder verter una lengua a otra debe producirse, en mi caso al menos, una reelaboración que pasa por la apropiación del poema del otro, recreando imaginariamente –en realidad imaginando– el estado de espíritu, de alma, el peso sensitivo que ha producido el determinado poema o verso. En ese sentido, siempre el poeta traducido mete una cuña en mi visión y percepción sensitiva del mundo, muchas veces proponiendo, en el inconsciente, formas o soluciones poéticas que quizás no hubiese encontrado con anterioridad. A veces la influencia se hace notoria y, entonces, instala una suerte de barrera autocrítica que frena la propia palabra y se instala un período de sequía que puede acompañarme por tiempos largos o en una suerte de gusano que se pregunta de manera persistente si lo que sale de la mano o de la boca es propio mío o es el otro que se apropia de mi cuerpo y mi voz para seguir hablando, ahora, en el nuevo idioma que ha encontrado.

–¿Cuál es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
–En verdad no sabría qué responder, cualquier cosa que se diga va a ser siempre una visión sesgada porque no hay un interés sistemático por la traducción que provenga, por ejemplo de las editoriales más formalmente establecidas. En mi caso personal, me toca lidiar con un hecho de suyo dificultoso: la literatura griega, en general, aparte de Cavafy (o Kavafis) no es ni muy difundida ni se perfila en el horizonte como algo que presente, a priori, algún interés, como si ocurre con el caso de las lenguas de la Europa occidental. Sin embargo, las editoriales más nuevas que han surgido desde la periferia del establishmenteditorial, muchas de ellas poniendo énfasis en la poesía, han comenzado a abrir una puerta importante para las traducciones. Por ejemplo Descontexto, con las traducciones de Juan Carlos Villavicencio y de Armando Roa, por citar a algunos; lo que hace Das Kapital, que incorpora a su catálogo traducciones de poesía, Ernesto Pfeiffer, etc. Creo que la cosa está empezando a cambiar gracias a las iniciativas de la edición independiente y, como siempre, se espera que el interés por las traducciones crezca todavía más. Creo que es muy importante que se desarrolle un gran movimiento de la traducción en Chile porque me parece una muy mala idea depender de las traducciones españolas que no siempre son muy felices.
                       
–¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores chilenos?

–No lo tengo muy claro, de hecho me llama la atención el que nuestro Consejo Nacional del Libro y la Lectura no promueva la traducción de obras extranjeras a nuestra lengua y se vea más bien interesado en la traducción de nuestras obras a otras lenguas, lo cual por cierto no está para nada mal, pero es insuficiente. Tengo la sensación de que esto se da porque no se entiende que la traducción literaria es un acto de creación, de recreación literaria que enriquece el panorama de la creación nacional y que se la entiende como algo de orden utilitario, un mero acto de decodificación cuyo nicho industrial ya ha sido ocupado por editoriales de otros países hispanohablantes. Me parece que, en realidad, la traducción como actividad no es tema, ni para las editoriales ni para el estado de Chile. 

La traducción en Chile y sus traductores (II)

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Segunda entrada del breve cuestionario respondido por varios traductores trasandinos. Hoy es el turno de Kurt Folch(1970). Como poeta ha publicado Viaje nocturno (Stratis, 1996), Thera (Libros la Calabaza del Diablo, 2002), Paisaje lunar (Libros la Calabaza del Diablo, 2010), Líquenes (Libros la Calabaza del Diablo, 2014). Como traductor ha publicado: Las alegres casadas de Windsor de William Shakespeare (Norma, 2002), Secciones eternas de Tom Raworth (Ediciones Tácitas), George Oppen, poesía ensayo y entrevistas (UDP, 2012), Chomei e Toyama de Basil Bunting (Lecturas Ediciones, 2017). Ejerce como profesor de literatura en la Universidad Diego Portales. 

Somos un país pequeño y los lectores no abundan

–¿Desde cuándo y por qué traducís?
En pregrado traduje algunas cosas de Graham Greene y Anthony Burgess, un par de poemas de Marianne Moore y un poema de Browning. Intenté hacer mi versión del “Prufrock”. No lo terminé, creo que fueron las tres primeras estrofas. comencé a traducir para ver si podía poner en castellano lo que creía entender. Le agarré gusto a encontrar de pronto formas que calzaban con lo que pensaba. Es decir, traduciendo uno puede apreciar la pequeña gran diferencia entre pensamiento y palabra. 

–¿Cómo elegís a los autores que vas a traducir?
Los que me gustan, tanto como para intentar una versión de alguno de sus poemas. Como para no olvidar alguna idea que surge leyendolos. Poco a poco se acumulan y de pronto algo se puede hacer con eso. La excepción fue Shakespeare, que me lo solicitó Marcelo Cohen. Esa obra (Las alegras casadas de Windsor) fue la última en tener traductor. Las importantes estaban todas asignadas. Lo tomé como trabajo, pagaban bien. Pero al final le tomé mucho cariño a esa comedia. Y fue lo que realmente me introdujo a Shakespeare. 

–¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
Como se trata de autores que me gustan son influencias directas. A partir de la traducción he sacado varios poemas. Casi siempre ayuda para destrabar algo, o comenzar. Pero lo que sale de ahí para mi propio uso no es más importante que mi vida cotidiana. El proceso particular de ir traduciendo a Oppen y Raworth, por ejemplo, concidieron con mi matrimonio, un hijo, etc. Es decir, una vida familiar en la que se transformaron en personajes familiares incluso para mi esposa e hijo. Y de esa poesía se desprende, por así decir, una óptica, una manera de traducirse (a uno) a su vez.

–¿Cuál es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
Hay varios poetas traduciendo. Desde hace algunos años que hay varias de las llamadas editoriales independientes que publican traducciones. No podría hacer una lista detallada de traductores y sus editoriales. Los poetas traductores que recuerdo ahora son Cristobal Romero (Tácitas), Leonardo Sanhueza (Tácitas), Alejandra del Río, Carlos Soto Román (Das Kapital, Libros del pez espiral), Carlos Almonte (Descontexto), Rodrigo Olavarria (UDP, Anagrama), Soledad Marambio (Cuadro de Tiza), Natalia Figueroa (Cuadro de Tiza), Cristobal Joannon (Tácitas, Ediciones Universidad de Valparaiso), Adán Mendez (UDP), Armando Roa (Ed. Universitaria), Enrique Winter (Alquimia, Ediciones Universidad de Valparaiso), Marcelo Pellegrini (Ed. Universitaria), Diego Maqueira (Ed. Universitaria), Braulio Fernandez Biggs (Ed. Universitaria), Verónica Zondek (Calabaza del Diablo, LOM), Andrés Claro (Tácitas), Andrés Anwandter, (Hueders), Sergo Coddou (UDP), Luz María Astudillo (Cuadro de Tiza) y se me deben olvidar unos cuantos… Traductores de prosa y ensayo/filosofía, puedo mencionar a Mauricio Electorat (para UDP), Carla Cordua y Roberto Torreti (filosofía para Tácitas y UDP). Ahora, si nos ponemos a ver quién traduce qué, Editorial Universitaria ha publicado las versiones de Armando Roa, Marcelo Pellegrini, Braulio Fernandez-Biggs (Pound, Browning, Shakespeare…), Tácitas ha publicado a Romero (Horacio), Sanhueza (Catulo), Joannon (Davenport y  mis versiones de Raworth). La UDP también ha publicado a Adán Méndez (Pessoa), a  Rodrigo Olavarría (Ginsberg), a Sergio Coddou (Lowell) y mi traducción de Oppen. Luego, Cuadro de Tiza ha publicado traducciones de teoría y filosofía hechas por Felipe Alarcón, Nicolas Trujillo, Soledad Marambio. Por su parte,  Ediciones Universidad de Valparaíso publicó una antología de Philip Larkin, de Enrique Winter, Cristobal, Joannon y Bruno Cuneo. Y la Editorial Alquimia publicó una antología de Charles Bernstein, de Enrique Winter. En caunto a Das Kapital y Pez Espiral, han publicado plaquettesde Carlos Soto Roman (Ron Silliman, Aram Saroyan, Derek Beaulieu). Anuncio que la Editorial Garceta publicará el próximo año una antología de Tom Raworth, que estoy preparando. 

–¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores chilenos?
No hay eso que uno podría imaginar como "industria editorial". Somos un país pequeño y los lectores no abundan.  Sí ha comenzado a funcionar una beca de traducción que ofrece el estado a través del Fondo del Libro. Sirve para pagar derechos y la publicación, y algo para el traductor. Debo añadir que, en general, la mayoría de los traductores mencionados se relacionan con las editoriales que nombré de manera para nada comercial y más bien desde el entusiasmo y la amistad.  

La traducción en Chile y sus traductores (III)

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Tercera entrada del breve cuestionario respondido por varios traductores trasandinos. Hoy es el turno de Verónica Zondek(1953). Poeta, traductora y gestora cultural, se licenció en Historia del Arte en la Universidad Hebrea de Jerusalén.  Forma parte del Comité Editorial de LOM Ediciones y de algunas revistas en Chile y el extranjero. Es Asesora Externa del Dpto. de Coordinación de Extensión de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Austral de Chile de Valdivia.  Dirige y coordina talleres de lectura en la Corporación Municipal de Valdivia y en Centros Culturales. Ha participado en numerosos encuentros literarios, tanto en el país como en el extranjero y ha sido organizadora o co-organizadora de muchos.  Ha formado parte del jurado de concursos y ha obtenido dos veces la beca que otorga el Fondo del Libro para escribir y el 2007 la beca Fondart. El 2012 recibe el fondo CONARTE de la Municipalidad de Valdivia. Ha sido publicada en innumerables antologías y revistas tanto chilenas como extranjeras. Sus libros publicados a la fecha son: Entrecielo y entrelinea (Santiago de Chile, Ediciones Minga, 1984), La sombra tras el muro (Santiago de Chile, Ediciones Manieristas, 1985), El hueso de la memoria (Buenos Aires, Editorial Ultimo Reino, 1988 y 1995, y Santiago de Chile, Editorial Cuneta, 2011), Vagido (Museo Rayo, Roldadillo, Colombia, Ediciones Embalaje, 1990 y Buenos Aires, Editorial Ultimo Reino, 1991), Peregrina de mí (Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, 1993), Membranza (Ottawa, Editorial  Cordillera/ Santiago de Chile, Editorial Cuarto Propio, 1995), Entre lagartas (Santiago de Chile, LOM Ediciones, 1999),  El libro de los valles (Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2003), Por gracia de hombre (Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2008), La raíz del viento (fotografía de Abel Lagos, Valdivia, Editorial Kultrún, 2008), Memoria sensible de la sinagoga de calle Serrano (fotografía de Pilar Cruz; Santiago, Chile, Ograma Impresores, 2009). La ciudad que habito (Valdivia, Editorial Kultrún, Valdivia, Chile, 2012). También ha realizado la muestra de poesía chilena Cartas al azar (en colaboración con María Teresa Adriasola; Santiago de Chile, Ediciones Ergo Sum, 1989). Sus trabajos ensayísticos e investigaciones  incluyen: El ojo atravesado - correspondencia entre Gabriela Mistral y los escritores uruguayos (epistolario), edición, selección, notas y comentarios de Verónica Zondek y Silvia Guerra (Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2005) y El ojo atravesado II - Gabriela Mistral entre los uruguayos,  edición, selección, notas y comentarios Verónica Zondek y Silvia Guerra (Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2007). Ha traducido a Derek Walcott, June Jordan,Gottfired Benn, Paula Meehan, Anne Sexton y Anne Carson, entre otros muchos poetas.

Una batalla continua y difícil

–¿Desde cuándo y por qué traducís?
Traduzco desde hace mucho, aunque cuando comencé no pensé que esto sería una de mis pasiones. Comencé en Jerusalén el año del nacimiento de mi primer hijo (1978), traduciendo lo que cayera en mis manos porque eso me permitía combinar la maternidad con el trabajo y me daba una cierta autonomía. Hoy, cuando traduzco, sólo traduzco poesía o lenguaje poético. Y, además, me doy el lujo de traducir sólo aquello que me gusta, me enreda, me obsesiona de alguna manera. Eso deriva necesariamente en que traduzco poesía que quiero leer con mayor profundidad y detención ya sea porque me intriga o porque las traducciones que encuentro no me satisfacen y pienso que es necesario un puente más para que otros puedan acceder.

¿Cómo elegís a los autores que vas a traducir?
Elijo lo que me embruja de algún modo.  Eso que al echarle una primera leída me atrapa o me sorprende o me provoca.  Y entonces pienso que a esos autores deberían leerlos otros que no tienen acceso como yo a la lengua original.  Y, me embarco, previa búsqueda de un modo de financiarlo. Soy muy demorona y obsesiva por lo que siempre necesito tiempo.

¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
Mucha. La traducción es una lectura atentísima y por lo mismo hay una relación de compromiso y mutuo traspaso tanto del lenguaje como del sentido entre la obra traducida y la propia escritura. No creo que sea posible traducir obviando lo que uno hace con lo propio.  Eso forma parte de una y por lo mismo, desde ahí se dispara.  En todo caso mi intención siempre es la de traspasar al castellano al menos el sentido y el ritmo (aunque sea otro) del poema original.  Pero cada traducción es una lectura de ese poema y no puede abarcarla todas.  Por eso las traducciones se complementan y no son perfectas.  Bueno, somos humanos y nada de perfectos.

¿Cuál es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
Me parece que en la actualidad hay cada vez más escritores que se abocan a la traducción.  Pienso que esto se debe por un lado a que hay hoy un mayor manejo de lenguas distintas al castellano a la vez que una apertura a literaturas distintas a la nacional más extensa que otrora.  Por otro lado hay también fondos concursables para financiar al traductor, pero eso es algo que sólo lleva un par de años funcionando por lo que no creo que sea la causa del aumento de interés en traducir, pero sí un apoyo.

¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores chilenos?

Poco, es una batalla continua y difícil debido a que la poesía y más aún la poesía en otra lengua, no constituye un producto comercial.  Por lo mismo hay que encontrar una editorial dispuesta a tomar el riesgo o definitivamente una editorial que esté dispuesta a invertir sin esperar rédito.  Esto mejora un poco con la creación del fondo concursable que mencioné.  Es muy pequeño aún pero puede significar una apertura.  Quién sabe.  Estas cosas a veces tienen un inicio interesante y luego se apagan.  Esperemos que no.

La traducción en Chile y sus traductores (IV)

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Cuarta entrada del breve cuestionario respondido por varios traductores trasandinos. Hoy es el turno de Armando Roa (1966). Poeta, ensayista, traductor y antologadorha recibido el Premio de la Crítica (2001) y el premio Pablo Neruda (2002). A la fecha ha publicado Georg Trakl. Homenaje desde Chile. (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2004), Elogio de la Melancolía (edición definitiva) (Santiago de Chile, Beuvedrais Editores, 2008), Cántico del Sol. Antología Poética de Ezra Pound. (edición definitiva)  (Santiago de Chile, Beuvedrais Editores, 2008), Robert Browning. Poesía Escogida. (edición definitiva). (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2008), El Navegante. (edición definitiva) (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2009),Ezra Pound. Homenaje desde Chile (en coautoría con Armando Uribe) (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2010), El Cantar del Hierro: Beowulf y otras Lecturas Anglosajonas(Santiago de Chile, RIL, 2010), Ejercicios de Filiación (poesía completa 1998-2008, en edición revisada) (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2010), Covers. 36 poetas en lengua inglesa. (Santiago de Chile, Uqbar Editores, 2010), La Invención de Chile (en coautoría con Jorge Teillier) (Santiago de Chile, Fondo de Cultura Económica 2011), Tarde o temprano. Antología poética de Thomas Hardy. (Santiago de Chile, Pfeiffer Editores, 2012)Shakesperean Blues. Poemas. (Santiago de Chile, Uqbar editores. 2012).

En el principio eran los Beatles

–¿Desde cuándo y por qué traducís?
Traduzco desde la tardía adolescencia, cuando descubrí la música de los Beatles y me obsesioné por ellos. Sentía la necesidad de entender aquello que cantaban en inglés ya que por aquel entonces no había demasiados cancioneros disponibles con traducciones.

¿Cómo elegís a los autores que vas a traducir?
En la elección de los autores que he traducido el criterio ha sido siempre el entusiasmo, la simpatía  profunda con el universo afectivo y literario de los autores.

¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
Muchísima relación; para mí son dos ejercicios  indistinguibles, ya que la poesía es al final una sola, un mosaico polifónico en el que dialogan múltiples conciencias.

¿Cuál es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores chilenos?
En los últimos años se aprecia un crecimiento de la labor traductoril, con trabajos destacados de autores de diversas generaciones, especialmente en  poesía y ensayo; tengo la impresión, además, que las editoriales están apostando más en esta línea; sí falta mucho a nivel de política cultural, ampliando la cantidad de fondos concursables y becas destinadas a la traducción.

La traducción en Chile y sus traductores (V)

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Quinta y última entrega de esta breve encuesta con traductores chilenos, a propósito de lo que traducen y la situación de la traducción en Chile. Se cierra con Enrique Winter (1982), poeta y traductor, magíster en escritura creativa por la Universidad de Nueva York y dirige el diplomado del área en la Universidad Católica de Valparaíso. Fue editor de Ediciones del Temple y abogado. Publicó los libros de poesía Atar las naves (Del Temple, Santiago, 2003; Manual, Rancagua y Valparaíso, 2009), Rascacielos (anticipo) (Ripio, Santiago, 2006), Rascacielos (Proyecto Literal, Ciudad de México, 2008; Funesiana, Buenos Aires, 2011), Skyscrapers (trad. Mary Ellen Stitt; Díaz Grey editores, Nueva York, 2013), Guía de despacho (Cuarto Propio, Santiago, 2010; Gigante, Paraná, 2014; Atarraya Cartonera, San Juan de Puerto Rico, 2015; Libros del Pez Espiral, Santiago, 2015), Primer movimiento (Sudaquia, Nueva York, 2013), Código civil (Ruido Blanco, Quito, 2014), Lengua de señas(Alquimia, Santiago, 2015), Sign Tongue (trad. David McLoghlin, Goodmorning Menagerie, Washington, 2015; Bokeh, Leiden, 2016), De ruidos para construcción y orquesta (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2016) y Oben das Meer Unten der Himmel (trad. Sarah Otter, Johanna Schwering y Léonce Lupette, Luxbooks, Fráncfort, 2016). En narrativa publicó Las bolsas de basura (Alquimia, Santiago, 2015). Editó poemas musicalizados junto a Gonzalo Planet bajo el título Agua en polvo (Cápsula Discos, Santiago, 2012). Entre sus traducciones se cuentan Decepciones de Philip Larkin, junto con Bruno Cuneo y Cristóbal Joannon (Universidad de Valparaíso, 2013), Blanco inmóvil de Charles Bernstein (Fondo de Animal, Guayaquil, 2013; Kriller71, Barcelona, 2014), Abuso de sustancias de Charles Bernstein (Alquimia, 2014) y Grandes éxitos de Charles Bernstein (Mantis, Guadalajara, 2014).

–¿Desde cuándo y por qué traducís?
–Desde la Navidad de 2004, cuando pedí de regalo una antología de poetas de habla inglesa en la que varias versiones me parecieron pobres. –De pura rabia me puse a corregirlas y con “This Be the Verse” y “High Windows” comencé ese verano, que estuve de intercambio en Berkeley, la traducción de Philip Larkin publicada nueve años después.

–¿Cómo elegís a los autores que vas a traducir?
–Suelo elegir poesía que haya cambiado las condiciones expresivas del género, a través de innovaciones formales que puedan aportar a nuestra tradición. Disfruto encontrar posibilidades para textos cuya primera función en el original no era necesariamente el sentido, como en el caso de Charles Bernstein. Aun así, debe apasionarme el universo creado por el autor. Traduzco si me encanta el original y, a la vez, siento que es indispensable que exista en castellano, salvo las sanas excepciones cuando algún amigo me pide un favor. Al final todo se mezcla, como en la muestra de poetas birmanos que publiqué hace unos meses. Este año fue particular, porque traduje sólo libros por encargo. De la Universidad de Valparaíso recurrieron a mí para que coordinara la primera traducción chilena de Emily Dickinson, que afinamos estos días con Verónica Zondek y Rodrigo Olavarría, mientras que de Libros de Mentira me preguntaron si estaba dispuesto a traducir a Gilbert Keith Chesterton, lo que acepté gustoso. Me alegró que se tratara de clásicos cuyos procedimientos he estudiado, sin que en castellano me pareciera que se les hubiese hecho suficiente justicia. Es increíble que la madre de la poesía estadounidense no tenga una sola traducción que le respete las mayúsculas, los guiones y el sentido, prestándole alguna atención a la tonada métrica y rimada que vuelve árida y graciosa a la vez su densidad conceptual y espiritual. Presentaremos la antología a comienzos del próximo año. Los cuentos del británico los lanzaremos el sábado que viene en Valparaíso. Tres paradojas se llama el libro.

–¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
–Cada vez que traduzco siento que esta es la forma más profunda de leer, como si no hubiera leído de veras la literatura que no traduje. Es mi escritura la que expone al autor traducido en castellano y mis propios poemas son, por así decirlo, traducciones de mi experiencia en el mundo. Es inevitable, y ni siquiera intento oponerme, que aquello que traduzco impregne lo que escribo. Es un aprendizaje constante de formas distintas de decir que enriquecen mi caja de herramientas, sobre todo en un aspecto musical, el primero que suele abandonar la traducción y que para mí es el centro. Trato de pensar como los autores que traduzco, de ser ellos por un rato, y para entrar en ese trance es que trabajo sus textos por días completos y seguidos. Luego puedo pasar un año sin traducir un verso.

–¿Cuál es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
–Uno aún precario, de nicho, y también el mejor en décadas. Hubo prácticamente un vacío de treinta años entre generaciones de traductores y hoy nos encontramos en proyectos comunes que coinciden con un incipiente interés de los lectores hacia otras tradiciones. Hay cada vez más escritores que dominan idiomas, mayoritariamente el inglés, y menos prejuicios sobre cómo puede ser la literatura o quién está autorizado para hacerla. Autores más jóvenes suben desde cualquier provincia y de inmediato a internet sus versiones de poemas que van descubriendo.

––¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores chilenos?
–La respuesta hace unos años habría sido un rotundo “en ninguna medida”, pero la sola mención de las dos editoriales que pagaron los encargos de este año o de Overol, que lo hará en 2018 para mi traducción de Susan Howe —una poeta extraordinaria, cuyo trabajo me pidieron al leer una muestra que hice para Eterna Cadencia, da cuenta de su responsabilidad activa en el crecimiento de la escena. Esto se debe, en parte, a los fondos para traducción del Consejo del Libro y la Lectura, que es estatal y también financia traducciones de autores chilenos en el extranjero. Por concurso apoyaron Puste Spacie, la antología de mi poesía en polaco, por ejemplo. Y también traducimos críticamente estéticas actuales en revistas sin recursos, dentro de un espíritu colaborativo que renueva lo que puede leerse en el país.

Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (I)

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Las traducciones consideradas canónicas merecen, para seguir siéndolo, ser revisadas con alguna frecuencia. No se trata solamente de que los traductores –incluidos los mejores cometen errores–, sino de que la lengua cambia entre una y otra época, y además, también cambian las condiciones de traducción. Para no hablar de lo que podríamos llamar “modas de la traducción”. Por eso nadie debería escandalizarse de que el escritor y traductor cubano Ernesto Hernández Busto (La Habana, Cuba, 1968), residente en Barcelona, haya criticado duramente la traducción de Lolita, de Vladimir Nabokov, realizada por Enrique Pezzoni (foto) y publicada por la editorial Sur y, posteriormente, por Anagrama. Su comentario salió en la revista Letras Libres, del 31 de diciembre de 2001. Pese al tiempo transcurrido, vale la pena considerarla, conjuntamente con las dos próximas entradas que se publicarán en este mismo blog mañana y pasado mañana.

No corresponde aquí hacer ningún comentario al artículo de Hernández Busto, salvo en su comienzo: llamar a Jorge Herralde“editor tan cuidadoso” es, a la luz de las traducciones que nos despacha, una exageración del todo innecesaria. Luego, finalmente alguien en esa editorial escuchó su reclamo y en 2003 se publicó una nueva traducción, en este caso de Francesc Roca.

Lolita censurada

Es raro que un editor tan cuidadoso como Jorge Herralde y una troupe tan numerosa como la que conforman los lectores de Nabokov en España y Latinoamérica no hayan reparado hasta ahora en el desastre de algunas de sus traducciones al español, editadas por Anagrama.

El peor de los casos es sin duda su novela más famosa, Lolita, traducida por un tal "Enrique Tejedor", que no es otro que el argentino Enrique Pezzoni. A él se debe esta versión, que al parecer editó primero Sur, luego Grijalbo, y que Anagrama ha reproducido desde 1986, junto con una lamentable serie de errores y omisiones.

La distorsión empieza en el capítulo 5, donde Nabokov rastrea la historia de las nínfulas. Si en el original dice "Here is Virgil who could the nymphet sing in a single tone, but probably preferred a lad's perineum", nuestro tímido Tejedor (página 26 de la edición Anagrama de bolsillo; todas las citas que siguen son de esta edición) se limita a sugerir que Virgilio "quizá prefería otra cosa".

En la enumeración siguiente ("Here are some brides of ten compelled to seat themselves on the fascinum, the virile ivory in the temples of classical scholarship. Marriage and cohabitation before the age of puberty are still not uncommon in certain East Indian provinces. Lepcha old men of eighty copulate with girls of eight, and nobody minds"), Tejedor (pág. 26) suprime el adjetivo "viril", tal vez para evitar la rima con marfil, y omite sin más las costumbres de los lepchas, un pueblo descrito por Havelock Ellis en sus Studies in the Psychology of Sex.

En el capítulo II, una descripción tan vívida como "There my beauty lay down on her stomach, showing me, showing the thousand eyes wide open in my eyed blood, her slightly raised shoulder blades, and the bloom along the incurvation of her spine, and the swellings of her tense narrow nates clothed in black, and the seaside of her schoolgirl thighs" se queda en: "Allí mi belleza se echó bocabajo, mostrándome, mostrando a los mil ojos desorbitados en mi sangre, sus omóplatos ligeramente prominentes y la pelusilla en la ondulación de su espinazo" (pág. 51). Siguen unos misteriosos puntos suspensivos, que aparecerán también en otras ocasiones conspicuas.

Parece como si el traductor se hubiera propuesto rebajar el tono de Nabokov a una especie de lirismo cinematográfico para todas las edades. Por ejemplo, algo como "Virginia was not quite fourteen when Harry Edgar possessed her" se convierte en "Harry Edgar se enamoró de Virginia cuando esta tenía apenas catorce años" (pág. 51), mientras que de la confesión de H.H. —"this mixture in my Lolita of tender dreamy childishness and a kind of eerie vulgarity, stemming from the snub-nosed cuteness of ads and magazine pictures, from the blurry pinkness of adolescent maidservants in the Old Country (smelling of crushed daisies and sweat); and from very young harlots disguised as children in provincial brothels"— se extirpa cuidadosamente la frase referida a las "jóvenes rameras" (pág. 53).

Una descripción de Lolita vestida para una fiesta de cumpleaños, que en el original aparece como "Full-skirted gingham frock. Her little doves seem well formed already. Precocious pet!", se queda en un díptico: "Falda amplia de algodón. Precioso cachorro" (pág. 57). Y lo mismo sucede con dos de los compañeros de clase de la pequeña Lo, recreados por la imaginación del pederasta: uno caracterizado como "Gordon, the haggard masturbator" se convierte en "Gordon, el ansioso" (pág. 61); mientras que de la "adorable Stella" se nos omite un dato importante: "who has let strangers touch her".

Para no aburrir al lector con el dudoso arte de la lectura comparada, citaré, por último, un fragmento ejemplar, del capítulo 13, cuya fatídica simbología me indujo a abandonar mi inquisitiva relectura. El párrafo en cuestión, en el que Nabokov hace gala de su característica precisión descriptiva, reza así:

 It was no easy matter to divert the little maiden's attention while I performed the obscure adjustments necessary for the success of the trick. Talking fast, lagging behind my own breath, catching up with it, mimicking a sudden toothache to explain the breaks in my patter —and all the while keeping a maniac's inner eye on my distant golden goal, I cautiously increased the magic friction that was doing away, in an illusional, if not factual, sense, with the physically irremovable, but psychologically very friable texture of the material divide (pajamas and robe) between the weight of two sunburnt legs, resting athwart my lap, and the hidden tumor of an unspeakable passion. 

Nuestro traductor (páginas 67 y 68) lo resumió como:
         
"No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba rápido, contenía la respiración, inventaba un súbito dolor de dientes, para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la proximidad.

Si usted creía que el inglés era la más sintética de las lenguas, pruebe el español de Tejedor-Pezzoni y se llevará varias sorpresas. Por lo pronto, Anagrama debería encargar una nueva traducción de la novela que repare estas (y otras) mutilaciones. De lo contrario, la cabeza "pálida y sangrante" del poeta a la que se refería Nabokov en su famoso poema sobre la traducción de Eugenio Oneguin seguirá reducida a un vulgar trofeo de caza, souvenir literario de un traductor feroz. 

Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (II)

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En octubre 2009, en la revista Vasos Comunicantes (N° 29) el traductor Juan Manuel Ortiz Gozalo (cuyo perfil público en el sitio Infojobs dice: "Soy una persona voluntariosa, proactiva, habituada a trabajar en equipo y con experiencia en los campos de la enseñanza, la edición y la hostelería") publicó “No está escrito en mármol”, un muy interesante artículo sobre la retraducción de literatura contemporánea. En uno de sus apartados recoge, justamente, la cuestión de la traducción realizada por Enrique Pezzoni de Lolita, de Vladimir Nabokov. Allí se refiere, entre otras cosas, al artículo publicado en este blog el día de ayer y a lo que imagina como cuestiones de censura, pero equivoca las fechas ya que Pezzoni tradujo la obra en cuestión en 1959, cuando en la Argentina ya no había una dictadura militar, sino un gobierno democrático (en la medida que puede ser democrático un gobierno cuando hay proscripción de un partido político; en este caso, el peronismo). Jorge Herralde compró la traducción en 1986, cuando tampoco había dictadura, pero no se le ocurrió revisarla. La traducción en cuestión tiene las fallas que tiene, pero la edición española de Anagrama, como la mayoría de los títulos traducidos de esa editorial, carece de verdadera edición. O sea.

No está escrito en mármol
(fragmento)

El segundo caso que expongo es el de la editorial Anagrama, comúnmente reconocida por la calidad de sus traducciones y por los rescates que su editor, Jorge Herralde, lleva a cabo de las obras que en su día publicaron los editores que lo precedieron y de los que aprendió el oficio. Pues bien, una décima parte de su programa editorial son, como en el caso de Siruela, rescates de obras descatalogadas o de su propio fondo editorial, y tanto si han sido publicadas por Anagrama como si no, se revisan y corrigen. En caso de que rechace una, normalmente por su mala calidad o por estar traducidas a un dialecto hispanoamericano que las hace incomprensibles para el lector español, su retraducción se encarga a un traductor de confianza. Esto ocurre en un 10 % de las obras rescatadas y sólo entre las que se han adquirido a los traductores.

Pero entre las retraducciones realizadas por Anagrama, un caso llama particularmente la atención: el de Lolita . Es bien conocido que los Nabokov, a partir del éxito internacional de esta novela, se convirtieron en una empresa dedicada a promover la obra de Vladimir en todo el mundo, por lo que vigilaban de cerca las traducciones a otros idiomas. En Suecia, Véra descubrió que la traducción del libro era claramente defectuosa y los Nabokov no pararon hasta que los ejemplares impresos fueron quemados en un vertedero en los alrededores de Estocolmo.


Sin embargo, la traducción al español de Enrique Tejedor de la misma obra presentaba deficiencias similares, a pesar de lo cual Anagrama la compró a Grijalbo Argentina y la publicó por primera vez en España en 1986. Como todos sabemos, Argentina sufría por aquel entonces una férrea dictadura militar que ejercía una implacable censura sobre las editoriales. No es de extrañar entonces que la traducción de tan polémico texto apareciese mutilada y que su autor no tuviese ninguna opción de controlarla, ya que la inseguridad jurídica y las dificultades de comunicación son dos entre tantas de las consecuencias del totalitarismo. Ahora bien, ¿por qué confió Anagrama en la calidad de la traducción a la hora de adquirirla para publicarla en España? La respuesta a este interrogante la encontramos en una característica ya expuesta de la editorial: su respeto por la impagable labor cultural de algunos editores clásicos de la edición en español. Y es que tras el pseudónimo de Enrique Tejedor se esconde el prestigioso Enrique Pezzoni, editor, y también traductor, de la editorial Sudamericana y, por tanto, gran impulsor de la nueva literatura hispanoamericana en los años sesenta y setenta. Además, el texto venía avalado por la reconocida profesora Nora Catelli, autora asimismo de Anagrama. El caso es que la denuncia pública realizada por la revista Letras Libres terminó haciendo saltar todas las alarmas: no sólo faltaban trozos, sino que además la traducción era francamente mala. Inmediatamente la editorial encargó una nueva traducción a Francesc Roca y se volvió a publicar fielmente en 2003 para nuestro disfrute.

Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (III)

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En el marco VI Congreso Internacional de Letras de 2014, Damián Tullio, licenciado en Letras y periodista, leyó la siguiente ponencia sobre la traducción que Enrique Pezzoni hizo de Lolita, de Vladimir Nabokov, incluida en las Actas de dicho congreso.


La angustia de la elección imposible: el contexto de la traducción de Lolita de Enrique Pezzoni para la editorial Sur

No hay aquí hueco central que llenar, no hay conjunto: lo que debemos aprehender es el valor de cada parte. Este fluctuar de visiones que se suceden sin que la mirada se pose al fin en una, escogida como “verdadera”, no puede interpretarse como la angustia de una elección imposible. Es, al revés,el embeleso de quien siente que lo revelado es esto y también lo otro.

Enrique Pezzoni. Alejandra Pizarnik: la poesía como destino.


Este epígrafe nos permite una primera aproximación al que creemos es el núcleo duro de las consideraciones de Enrique Pezzoni /1 respecto de la tarea de la traducción. Allí, el crítico y traductor revela, sospechamos, cuál es su postura respecto de cómo funciona y cuáles son los circuitos de apropiación de la literatura. Este «fluctuar de visiones que se suceden sin que la mirada se pose al fin en una» podría ser la metáfora de un ideal posible de literatura en el que piensa EP; ideal del que, arriesgamos, su labor como traductor no puede ser divergente. Más aún, intuimos que esa descripción coincide con la postura que asumió como traductor. Hemos elegido una traducción emblemática y polémica que EP hizo para la editorial Sur: la traducción de la novela de Vladimir Nabokov, Lolita. No podremos evitar dar cuenta del contexto en el que apareció —dentro del proyecto editorial de la revista Sur— y de la elección de ese texto fuente en particular, que a su vez reviste por sí mismo algunas complejidades lingüísticas. Queremos enmarcar esta traducción de EP en un contexto amplio dentro del corpus de obras que tradujo en esos años, pensándolas dentro de lo que Antoine Berman dio en llamar un «proyecto de traducción»/ 2. Ese marco, el de los años 50 y 60 en la editorial Sur, fondo editorial de la revista del mismo nombre, permite pensar el rol de la traducción como prisma en el que una obra se amplifica, deforma y es reinterpretada, o, para decirlo con Bourdieu, indagar cuáles son las «condiciones sociales de la circulación internacional de ideas» (2002). De esta manera, el estado de situación social y cultural de la Buenos Aires de esos años, el poder de influencia del grupo Sur, junto con el impacto polémico que la novela causó en su primera aparición en el mundo hispanohablante serán fuentes de análisis necesarias para vislumbrar una forma particular de encarar la tarea de volcar un texto extranjero a la lengua nacional, pero también para visibilizar las fuerzas que operan en medio de la labor de la traducción.

***

Si bien, en base a la confianza en los logros obtenidos por los estudios de traducción, no usaríamos primordialmente a Nabokov como autoridad para el análisis de la traducción de Lolita de EP, vale destacar la opinión que el autor del texto fuente tenía respecto de las traducciones en general, a la manera de un posible posicionamiento geográfico-literario de la obra que EP se disponía a traducir. Inquirido por Herbert Gold en una entrevista respecto de la relación que mantenía con las traducciones de sus libros, Nabokov respondía:

“En el caso de los idiomas que mi esposa y yo conocemos, o en los que podemos leer –inglés, ruso, francés y, en cierto grado, alemán e italiano– el sistema es un chequeo estricto de cada oración. En el caso de las versiones japonesas o turcas, trato de no imaginar los desastres que probablemente estén sembrados en cada página.” (Gold, 1995:120)

Estas palabras iluminan el mito lingüístico y semiológico que sustenta su visión de la actividad traductora: la hipótesis de la traducibilidad absoluta y fiel de una lengua a otra. Por debajo puede leerse, en el dejo irónico en la referencia al turco y el japonés, una desconfianza para con las capacidades del traductor (esos «probables desastres»), colocándolo en un peldaño inferior, apenas como un subalterno sospechoso del «artista». Esta opinión repite la larga tradición que entiende a una buena traducción como la obra de un traductor invisible, esto es, aquella en la que el lector adhiere tácitamente a un contrato que se establece que lo que se está leyendo es el mejor acercamiento posible a la expresión de un autor. El sustento teórico general de esta opinión es la confianza en la transparencia del lenguaje y su consecuente inmutabilidad. La Lolita que EP se disponía a traducir a mediados de la década del 50 era apenas la segunda novela que Nabokov había escrito en inglés luego de su exilio a los Estados Unidos; un inglés que ni siquiera fue su segunda lengua y que, a pesar de todo, le permitió construir un relato complejo, diverso y de innegable belleza. ¿Era acaso Nabokov omnipotente y podía intercambiar el seteo de su mente y elegir una lengua materna a su antojo; o, justamente, su conocimiento mediado del inglés y el estar atravesado por las intrincadas redes de varias lenguas le permitió construir una novela profundamente musical en la que las tensiones de los cambios del lenguaje, la mezcla cultural y diversa de registros supone su mayor capital? Ciertamente no es este un problema que podamos restringir a los límites de este trabajo, sin embargo, no podemos dejar de señalar estas tensiones pues eran, para un lector informado e inteligente como lo era EP, un tema ineludible que debía atravesar en medio de la labor de traducir el magnum opus nabokoviano.

***

Lolita, una novela profundamente centrada en las tensiones entre la vieja alta cultura europea de la que el protagonista Humbert Humbert escapa y su poco feliz adaptación al nuevo mundo del brillo colorido de las revistas de actualidad estadounidenses (en suma: la cultura de masas) parecía ideal en un contexto en el que la revista Sur atravesaba contradicciones similares en el marco argentino. Dice al respecto John King:

“…this period sees a movement from élite to mass culture, and a expansion of the marketplace for cultural products […] Sur had long expected to remain the arbiter of taste, but now other modernizing groups were anxious to corrode and displace what they began to view as traditional values.” (1986:167)

El grupo Sur sufrió un cimbronazo en esos años. Muchos de sus integrantes —sobre todo los históricos— tuvieron grandes dificultades para adaptarse a un escenario donde el «irrenunciable universalismo» que pregonaba Victoria Ocampo empezó a verse cercado, por un lado por una corriente peronista de visión nacionalista, y por el otro, por el marxismo latinoamericano simpatizante del castrismo, que asentaron y reafirmaron la vieja opinión respecto de la mirada de Sur como un grupo extranjerizante y por tanto no del todo deseable dentro de la cultura argentina. A su vez, las tensiones con las tendencias modernistas y el papel cada vez más preponderante de la cultura de masas que florecía en los centros culturales del extranjero hacia donde Sur ponía proa, desestabilizaron los cimientos que habían sido pilares de la visión aristocrático-liberal del grupo. La publicación de una traducción de Lolitasupuso, sin dudas, una negociación y una apuesta importante teniendo en cuenta las premisas fundantes del colectivo, en la que probablemente la figura de EP, de una visión más moderada y aggiornada, tuvo un peso considerable.

La primera edición de la novela Lolita, a pesar de haber sido producida desde y para el mercado editorial estadounidense, apareció en París, en 1955, a través del sello Olympia Press, puesto que ningún editor estadounidense se atrevía a publicar un libro que sería previsiblemente prohibido. Lolita parecía ideal para revitalizar el ideario Sur y volver a posicionar el colectivo a la vanguardia de la difusión literaria. Sobre la elección de los libros para traducir en la editorial Sur, Victoria Ocampo afirmaba: «elegí (porque me gustaban) obras que otras editoriales no se atrevían a publicar» (Willson, 2004:232). Aunque no enteramente cierto en el caso de la traducción de Lolita (Victoria Ocampo, según John King, tenía reservas para con la novela /3) efectivamente Sur se manejaba con una cuota suficiente de eclecticismo y apertura como para alojar cómodamente al libro:

“…la traducción en Sur puede ser vista como una operación centrípeta, en tanto buscaba incorporar dinámicamente lo extranjero a una literatura percibida como incompleta, necesitada de actualización y estancada en la renovación de motivos y soluciones formales. El hecho de que la mayoría de los traductores de Sur fueran escritores reconocidos agregó un valor suplementario a esa estrategia cultural, que por otra parte contribuyó a transformar esa práctica en el ámbito editorial rioplatense y fue adoptada por otros sellos editoriales.” (Gramuglio, 2004:25)

Si, como dice Annie Brisset (1990): «la traducción está sujeta al “orden del discurso” que predomina en la sociedad receptora», no podemos leer la traducción de EP de Lolita sin analizar las tensiones y el marco cultural en el que apareció en Buenos Aires por primera vez. Baste para confirmar la verdad de la aseveración de Brisset la mención del derrotero legal y el debate intelectual que suscitó la publicación de la traducción y su consecuente prohibición de publicación por parte de la justicia porteña. Este hecho le dio visibilidad inusitada a un libro que, si bien venía ya desde su origen con esta carga polémica, posibilitó a la maquinaria de Sur poner nuevamente en primera plana su «aparato importador» y poner a prueba una vez más, en años difíciles, los alcances de lo que Lafforgue y Rivera dieron en llamar «la estratégica vidriera de Sur». EP no podía desconocer las implicancias que la publicación de su traducción tendrían en el campo cultural argentino, este hecho se revela palmariamente en la decisión, mantenida en el tiempo, de firmar la traducción con un pseudónimo (Enrique Tejedor /4), intentando así, por una parte, liberarse de las presiones judiciales y sociales que podría sufrir por figurar como traductor de un libro perseguido /5, pero también para despegar su nombre, ya asociado a esa altura con el mundo académico, de una traducción que se presentaba, en el sentido estrictamente literario, polémica/6

***

En marzo de 1977 EP dio a conocer un ensayo dedicado a André Malraux en el que lo definía como «el gran traductor». En él reflexionaba: «En realidad, todos somos traductores. Vivir en contacto con el mundo y con el mundo del arte es actividad de traducción permanente. Traducimos cuando caminamos por una ciudad desconocida.» (Pezzoni, 2009:341). Allí, su interés primordial es analizar cómo funciona la mediación entre lo que, a grandes rasgos, podríamos llamar lo «real» y lo «imaginario»:

“Más que las obras mismas, el museo imaginario de Malraux reúne testimonios diversos, no tanto del mundo cuanto de la capacidad de atestiguarlo trascendiéndolo. ‘Llamamos realidad al sistema de las relaciones que atribuimos al mundo… La creación, en las artes plásticas y en las del lenguaje, parece la transcripción fiel o idealizada de esas relaciones, cuando en verdad se funda en otras…’.” (Ibíd.:343-344)

Esta idea parece el reverso directo de la noción de «autor» como única autoridad —valga la redundancia— que tenía Nabokov. A pesar de que estas opiniones son bastante posteriores a la fecha de publicación de la traducción y parecen sonar en consonancia con las ideas exportadas del estructuralismo y posestructuralismo francés en boga en el mundo académico de la época —y por tanto, ineludibles para él—, las dos nociones son tan radicalmente distintas que parece poco probable, dado sus orígenes y su formación, que no arrastrara alguna de estas certezas ya en la época en la que emprendió la traducción. Efectivamente, la traducción ocupa un lugar mediador entre dos culturas, más aún, entre dos sentidos. La traducción supone una ganancia, un excedente de sentido, de modo tal que esa mediación no es de ningún modo una vía que viaje en una sola dirección. Así, EP parece leer en Malraux algo que luego George Steiner afirmaría con contundencia:

“But there can be no doubt that echo enriches, that it is more than shadow and inert simulacrum. We are back at the problem of the mirror which not only reflects but also generates light. The original text gains from the orders of diverse relationship and distance established between itself and the translations. The reciprocity is dialectic: new “formats” of significance are initiated by distance and by contiguity. Some translations edge us away from the canvas, others bring us up close.” (Steiner, 2000:189)

Sumado al hecho de aparecer semiclandestinamente, en condiciones excepcionales y penosas para la literatura del momento, la novela en sí misma había causado un debate largo e intrincado respecto de su valor literario per se, a punto tal que la propia solapa informativa de la traducción menciona explícitamente la «abundante y en extremo polémica historia critica de Lolita». EP se enfrentaba a un texto fuente profundamente cargado, en el que la lengua, el escenario primordial de la traducción, jugaba un papel fundamental. Al respecto, decía: «Ya él [Nabokov] ha explicado muchas veces que todas esas fantasías, esos juegos de artificio, de estilo, los hizo porque el inglés no era su lengua nativa. Escribir en ese idioma fue un desafío, porque debía ocultar la inseguridad radical que tenía para manejarlo.» (Diario La Razón, 1986) El desafío suponía, además, emprender una reescritura de la novela que deje entrever —porque en definitiva, desde el punto de vista comercial y editorial había presiones en ese sentido— las tensiones argumentales y polémicas que la novela traía ya desde el texto fuente; y a la vez, también, preservar en algún forma, reinterpretar en otra, este poder rítmico y sonoro de la lengua extrañada que venía en el inglés de Nabokov. EP era, en lo estrictamente técnico, un traductor clásico: «El nuevo mito que construye el traductor es el de una Babel en donde todos se entienden; donde se afirma la diversidad irreductible de las lenguas…» (Ibíd.), confiaba en la traducibilidad, en la capacidad de transmitir de una lengua a la otra los sentidos con un grado relativamente bueno de fidelidad; fidelidad en un sentido más bien erótico y no patriarcal, tomando distancia también del modelo revulsivo de la «fidelidad opositora», donde el sentido es trasgredido en favor de un textualidad discontinua. Su traducción de Lolita se mantuvo durante años como la puerta más transitada por la que el mundo hispanohablante entró al universo de Nabokov. El contexto que describíamos más arriba hacía esperable un escenario donde la traducción, como mínimo, generara discordia. Paradójicamente, el mayor número de críticas tuvo que ver con el sofisticado goce idiomático de encontrar disparidades respecto del texto fuente, el más célebre de ellos, quizás, el del prólogo apócrifo de la novela en el que traduce «psychopathologist» por «psicópata». Éste y otros errores similares corresponden a un fenómeno interesante dentro de la actividad traductora que EP reveló perspicazmente:

“El mal pagado traductor por lo general debe cumplir con plazos más o menos rígidos. Y para ganarse la vida no puede sino acumular traducciones y reducir el tiempo que puede destinar a cada una (…) De ellas quedan algunas pruebas en mis traducciones: por ejemplo, a un personaje de Julien Green le hago ponerse en el bolsillo del saco un “portafolios” (portefeuille: billetera). Esos casos no son casos de infidelidad. Las editoriales serias los prevén, y suele haber correctores que los detectan y los salvan. Mas grave, insisto, es la traducción humillada y servil que no registra errores, pero que es toda ella un error de lectura, de apreciación, de buen gusto, de fluidez”. (Pezzoni, 1976)

Esta anécdota pone de manifiesto un nuevo nivel de análisis que tiene que ver con las condiciones sociales de la producción traductora. El apartado revela la potencia de su conciencia como traductor, en tanto piensa la práctica no como una actividad alterna o derivada, sino como una operación crítica y escrituraria de pleno derecho, que requiere un tiempo sustancial de reflexión y estudio (Cfr. Venuti, 1992).

Se ha insistido en la profusión de notas al pie y comentarios que tiene la traducción. Tal como afirma Patricia Willson: «…en una nota al pie, la traducción se refiere a sí misma, instaura una remisión, ni a la peripecia ni a los personajes, sino al tránsito interlingüístico, al cambio de código y las consecuencias que éste entraña en lugares concretos del texto» (2004: 257-258). En la cosmovisión que prefigura EP, donde la traducción es, ante todo, la transcripción de una lectura, el traductor debe cobrar visibilidad crítica al hacer explícitos sus comentarios. Las notas aquí pueden ordenarse en dos grandes grupos: las del primero son de orden idiomático u aclaratorio, se ocupan en su gran mayoría de dar cuenta de una imposibilidad: la intraducibilidad de un juego de palabras, aclarar apellidos extranjeros con doble sentido y reponer sonidos del inglés; de estos, como ya habíamos señalado, la novela está plagada; sorprende acaso, conociendo el texto fuente y sus complejidades, que no haya más y más profusas anotaciones. Probablemente la modestia —que no ha sido leída como tal— a la hora de anotar el texto, tenga que ver con las anotaciones del segundo grupo, de orden enteramente erudito. En una nota, por ejemplo, EP se permite incluir una palabra de la jerga académica de origen extranjero. Como señala Patricia Willson:

“Estas notas, más allá de la consideración de su pertinencia o de su efectividad —es elocuente la inclusión de la palabra nonsense ¡en la nota al pie aclaratoria!—, apuntan a lo señalado por J. B. Rivera: la sofisticada formación literaria y cultural de esos traductores argentinos que intervinieron en el periodo de auge de la industria editorial” (2004:258-259)

EP, en sus estrategias de traducción, ensaya una puesta en escena de su propio aparato lector, siempre centrado en el lenguaje meta (el español) como eje de la reescritura. La novela de Nabokov está plagada de referencias al canon de la cultura occidental de los últimos dos siglos, sin embargo, muchas de esas referencias, en la traducción, pasan de largo en las anotaciones, en favor de una fluidez que no pretende ser impostada, sino favorecer el intrincado sistema de engranajes narrativos en el que se sostiene la novela. EP sabía que la construcción de Lolita dependía en gran parte de la alusión velada y apenas insinuante de la información para no hacer evidentes datos que pudieran desarmar el artificio narrativo; así, al eludir la profusión incesante de aclaraciones y notas, desarma esa Lolita intempestivamente erudita quizá más cara al viejo lector aristocrático de Sur, para favorecer el andar de una novela moderna, que se acomodara mejor a las búsquedas del lector de la época de la cultura de masas que advenía en esos años.

***

Durante los años de su vigencia, la traducción de EP de Lolitase consolidó como una traducción clásica no faute de mieux, sino por pleno derecho; incluso, la aparición en 2004 de la traducción de Francesc Roca en la editorial barcelonesa Anagrama venía a reparar los errores y fallas presuntas de la primera traducción, pero terminó ella misma siendo un dispositivo alterno y complementario de su antecedente. Por supuesto, esta no es una propiedad exclusiva de la traducción de Roca, se ha señalado ya la crítica intrínseca e inherente que supone la relación de una segunda traducción con su precedente (Cfr. Berman, 1995). De su condición crítica, metodológicamente, el modelo traductor que revela la traducción de Roca no difiere, sustancialmente, al menos en lo que respecta a la política de la textualidad (no sigue el modelo de la «fidelidad opositora») a su antecesora y podría decirse que es una traducción más «trabada» en tanto en las anotaciones a pie de página, donde repite las de EP y agrega nuevas, revela información de la trama y pone de manifiesto detalles narratológicos inorgánicos.

Las opiniones vertidas sobre una obra suelen revelar mucho mejor la cosmovisión de quién comenta, que algún tipo de «verdad» sobre la obra en sí. Leer una traducción es leer un texto marcado, intervenido, un texto que no podría no ser distinto de su referente. El modelo traductor de EP traza un puente, revela la traducción como una ruta de doble vía en constante diálogo y entrecruzamiento, en el que la «modelización del mundo» (Pezzoni, 1986) del texto fuente dialoga con la de la sociedad meta en la que se insertará. Así, como lo pensaba de Pizarnik, ya no se trata del problema de la elección imposible, la necesidad de hacer una transferencia incontaminada de un modelo contaminado a otro modelo contaminado, sino más bien de un modelo de la convivencia, donde la simultaneidad de visiones contrapuestas genere un excedente, un más allá que no sea ni el gesto revulsivo de una oposición textual, ni el acatamiento a una fidelidad unívoca del sentido. Para EP el problema de la traducción es el problema de confiar en la ilusión de poseer, al encarar un texto, todos los sentidos posibles a la mano, y a la vez reconciliarse con la imposibilidad de brindar algo más que apenas un recorte del sentido entre tantos otros. Esta contradicción en apariencia irresoluble no tiene por qué serlo, la elección de un imposible no es tal: se trata de entender la traducción como orden existencial, el lugar de la posibilidad de ver lo múltiple, el lugar privilegiado para notar que «Cada obra humana significa el acto de poseernos y a la vez entregarnos: al futuro, a otros hombres que interpretarán y traducirán a sus propios términos los interrogantes del pasado» (Pezzoni, 2009:343).

Notas:
1De aquí en más: EP
2«Every coherent translation is sustained by a project, a conscious intention. This project, or intention, is determined both by the translational position and by the specific constraints set by the work to be translated.» (Berman, 1995).
3«Victoria Ocampo set herself apart from the aesthetics of the book, but recognised that it had merit. She acknowledged that she was not at home with modern fiction, preferring the moral world of Pasternak to Nabokov» (King, 1986:177)
4Se ha argumentado que la elección del apellido fue premeditada, haciendo referencia a la deriva terminológica que lleva de «texto» hacia «tejido»; pero también con la noción derrideana del traductor como «tejedor real» (Cfr. Gerbaudo, 2008).
5Dice EP al respecto: «Yo en esa época era profesor de un liceo de señoritas y pensé: “Esta traducción me va a traer problemas”.» (Diario La Razón, 1986).

6El mismo año apareció, también en Sur, la traducción de la novela de Nabokov The real life of Sebastian Knight. La traducción también fue llevada a cabo por EP. En el caso del Sebastian Knight, no tuvo inconvenientes en firmar la traducción con su nombre.

Referencias bibliográficas
Fuentes:
Nabokov, V. (1959). Lolita. Trad. Enrique Pezzoni (bajo el pseudónimo Enrique Tejedor). Buenos Aires: Sur.
---------------. (2004). Lolita. Trad. de Francesc Roca. Barcelona: Anagrama.
---------------. (1995). The annotated Lolita. Londres: Penguin Books.

Bibliografía sobre estudios de traducción:
Berman, A. (1995). Pour une critique de traductions: John Donne. (L. v. Flotow, Trad.) París: Gallimard.
--------------. (1999). “La analítica de la traducción y la sistemática de la deformación”. en Berman, A., La traduction et la lettre ou l'auberge du lontain. (J. Fidalgo, Trad.) (pp. 49-68). París: Seuil.
Brisset, A. (1990). Introduction. En Brisset, A., Sociocritique de la traduction. (M. Kujaruk, Trad.) (pp. 23-36). Longueuil: Éditions du Préambule.
Steiner, G. (2000). « The hermeneutic motion”. En Venuti, L. (ed.), The translation studies reader (pp. 186-191). New York: Routledge.
Venuti, L. (1992). Introducción. En Rethinking Translation: Discourse, Subjetctivity, Ideology. (L. Livchits, Trad.) Londres: Routledge.

Bibliografía general:
Bourdieu, P. (2002). Les conditions sociales de la circulation internationale des idées. Actes de la Recherche en Sciences sociales, 145.
Diario La Razón. (domingo 3 de agosto de 1986). «Enrique Pezzoni». La Razón, Pág. 3.
Gerbaudo, A. (2008). Enrique Pezzoni: inscripción y reinvención (1950-1970). Borradores, VIIIIX. VI Congreso Internacional de Letras | 2014 Transformaciones culturales. Debates de la teoría, la crítica y la lingüística ISBN 978-987-4019-14-1 1832 10
Gold, H. (1995). Vladimir Nabokov. En Plimpton, G. (Ed.), Confesiones de escritores: narradores I. (M. Rosenberg, Trad.) (pp. 107-121.). Buenos Aires: El Ateneo.
Gramuglio, M. T. (2004). Posiciones de Sur en el espacio literario. Una política de la cultura. En Saítta, S. (Dir.), El oficio se afirma (tomo 9). Historia de la literatura argentina. Buenos Aires: Emecé.
King, J. (1986). Sur: A Study of the Argentine Literary Journal and Its Role in the Development of a Culture, 1931-1970. Cambridge: Cambridge University Press.
 Nabokov, V. (1959). La verdadera vida de Sebastián Knight. (E. Pezzoni, Trad.) Buenos Aires: Sur.
Pezzoni, E. (1976). El oficio de traducir. Sur, 338-339, 124-126.
 --------------. (2009). El texto y sus voces. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

Willson, P. (2004). La constelación del Sur: traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores Argentina.

Sobre una traducción de Enrique Pezzoni (IV)

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No hay nada mejor que una lectura atenta, el chequeo de fuentes, la comparación y la prudencia. Eso es, grosso modo, lo que dice Eugenio Conchez, en la siguiente entrada, motivada por las entradas previas sobre la traducción de Lolita, de Vladimir Nabokov, realizada por Enrique Pezzoni y censurada en España por Grijalbo y mal leída por Anagrama.

Eugenio Conchez (Intendente Alvear, La Pampa, Argentina, 1983) es escritor y profesor .Estudió Letras en la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam), donde está a cargo de Literatura en lenguas anglosajonas y germánicas. Participó en la edición y corrección de Ulises Finnegans Wake, de James Joyce (traducción de Marcelo Zabaloy, El cuenco de plata). Escribió su tesis doctoral sobre la obra de Cyril Connolly.


Un poco de justicia para Pezzoni

Las siguientes líneas fueron motivadas por los artículos sobre la traducción que hizo Pezzoni de Lolita, que seguí con interés. Me apresuro entonces a decir que hay algo que invalida los primeros dos.

Leí por primera vez la novela en la edición de Anagrama Compactos que cita Hernández Busto. Al momento de investigar y estudiar para dar un seminario sobre Lolita, encontré en un texto de Daniel Link, "1955" (Fantasmas), la siguiente frase:

"En 1955, apareció en París Lolita. Tres años después, la novela se publicó en los Estados Unidos y, en 1959, Enrique Pezzoni la tradujo para Sur y el seudónimo que utilizó entonces (Enrique Tejedor) lo sobrevivió durante muchos años en ediciones cada vez más alejadas del original, porque la versión era tan buena que sus pocos deslices y omisiones no opacaban sus aciertos" (217).

¿Cómo es que se aleja una nueva edición de la traducción original? La frase me dejó con esa duda, que enseguida resolví, comprando la edición de Sur de 1959. La respuesta: censura.

La traducción original de Pezzoni no incurre en ninguno de los errores y omisiones (que acabo de chequear uno por uno) que denuncia Hernández Busto. Ortiz Gozalo sólo se limita a opinar sobre lo que dice el anterior. A la traducción no le faltan trozos, y está en las antípodas de ser francamente mala. (Ya Ricardo Piglia decía que los escritores de su generación querían escribir como las traducciones de Pezzoni). Sí pude comprobar que le faltan esos trozos a la edición de Anagrama, y están todos señalados en mi ejemplar; para muestra baste un ejemplo.

Original:

It was no easy matter to divert the little maiden's attention while I performed the obscure adjustments necessary for the success of the trick. Talking fast, lagging behind my own breath, catching up with it, mimicking a sudden toothache to explain the breaks in my patter —and all the while keeping a maniac's inner eye on my distant golden goal, I cautiously increased the magic friction that was doing away, in an illusional, if not factual, sense, with the physically irremovable, but psychologically very friable texture of the material divide (pajamas and robe) between the weight of two sunburnt legs, resting athwart my lap, and the hidden tumor of an unspeakable passion. 

Anagrama Compactos:

No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba rápido, contenía la respiración, inventaba un súbito dolor de dientes para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la proximidad. (67-68)

Sur (pongo en cursivas las modificaciones y recortes):

No era fácil distraer la atención de la niña mientras llevaba a cabo los oscuros ajustes necesarios para que la treta resultara. Hablaba ligero, contenía la respiración,la reanudaba, inventaba un súbito dolor de dientes, para explicar lo entrecortado de mi jadeo, y mientras tanto, fijando siempre una mirada interior de maniático en mi dorada meta, fui aumentando sigilosamente la fricción mágica que anulaba –en una sensación ilusoria, si no real– la contextura de la división material (pijama y bata), físicamente inamovible, pero psicológicamente desdeñable, entre el peso de dos piernas tostadas por el sol que descansaban atravesadas sobre mi regazo, y el tumor oculto de mi pasión indecible. (61)

Los recortes y modificaciones –sí, la censura– ya estaban en la edición de Grijalbo cuando la compraron. Sin referirme a las cualidades de Herralde en particular, ha faltado un poco de cuidado en la edición de Anagrama. Y hubieran hecho mejor en volver a la traducción original de Pezzoni, indagando un poco, que escuchar habladurías y encargar la de Francesc Roca. Dice Link en nota al pie:

"La nueva traducción de Francesc Roca se limita a corregir los antiguos errores, pero agrega tantos otros que no tiene sentido usarla como referencia. En las páginas 22-23, por ejemplo, se lee: ‘Durante mis relaciones con las mujeres, regidas siempre por el principio higiénico de que no deben almacenarse en el organismo aquellos humores susceptibles de volverse rancios y perjudicarlo, me mostraba práctico, irónico, enérgico’. El original dice sencillamente ‘In my sanitary relations with women I was practical, ironical, and brisk’" (218). (!) Sí.

Y esos “errores” que Link menciona en la traducción de Pezzoni no son, por supuesto, los de Hernández Bustos, sino minucias fruto de alguna distracción, como el de "psicópata" por "psicopatólogo", o decir que Lolita mide uno treinta al hacer mal la conversión de pies.

La única manera de subsanar esto es que alguna editorial argentina se decida a publicar la versión original del texto de Pezzoni, y que algún corrector cuidadoso retoque esos pequeños deslices. Mientras tanto, quien quiera leer tan extraordinaria novela, sólo puede hacerlo en la nueva edición de Anagrama. La obra no se lo merece.

Queda averiguar quién fue el responsable de la censura. Pero decir que la Lolita de Pezzoni es “francamente mala”, apenas un “souvenirliterario de un traductor feroz”, me parecenafirmaciones injustas –agravadas por endilgarle culpas ajenas–, que revelan torpeza y un gusto literario dudoso, tratándose de la obra cumbre de uno de los traductores y hombres de letras más importantes de la Argentina.


Un informe lapidario sobre la situación de la industria editorial en Argentina

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“El estudio del Centro Universitario de las Industrias Culturales Argentinas da cuenta de la catástrofe que vive el sector desde que asumió el gobierno de Cambiemos: caída en ediciones y ventas, cierre de librerías y suspensión de compras para escuelas.” Esto es lo que dice la bajada de la nota publicada por Silvina Friera en Página 12, el pasado 12 de diciembre.

Ahora bien, para darle contexto a lo que sigue, corresponde aclarar que Rodolfo Hamawi, director delCentro Universitario de las Industrias Culturales Argentinas, fuemiembro de la Cámara Argentina del Libro, donde fue Secretario General y estuvo a cargo de la Comisión del Libro Social y Político. Luego, a partir de 2009, fue Director Nacional de Industrias Culturales, durante el gobierno de Cristina Kirchner. Desde ese puesto, promovió el MICA, los mercados de industrias culturales, que fueron parte central de la política cultural del kirchnerismo. También impulsó la entrega de Premios Nacionales a distintas áreas de la Cultura por parte del Estado. Como se recordará fue echado por el gobierno al que representaba, con la acusación de no haber honrado debidamente la deuda de 400.000 euros, contraída en 2014 por la Argentina con el Salón del Libro de París, situación ocurrida cuando el muy sonoro Jorge Coscia fue Ministro de Cultura y que nunca fue debidamente aclarada por la cantante Teresa Parodi, sucesora del anterior ministro, pero del mismo signo partidario.

Los brotes verdes nunca llegan a asomar

"Sin libros no hay futuro posible”. El reclamo –que se materializó durante la última Feria del Libro de Buenos Aires– sigue vigente. El horizonte de recuperación es más una promesa que un dato concreto de la realidad. “La industria editorial argentina entre 2014 y 2017. De los records históricos al #LibrosLibres y la crisis del sector”, se titula el texto que analiza los problemas del sector editorial, especialmente en el último año y medio, incluido en el primer “Informe CUICA sobre la Situación de las Industrias Culturales argentinas en el período 2014/2017”, un trabajo que abarca además al sector audiovisual, las artes escénicas, el diseño y la música. La caída del consumo en el sector editorial fue “mucho más abrupta”, con cifras superiores al 25 por ciento, tanto en la producción como en las ventas. “La situación es aún más compleja en las pequeñas y medianas pymes de la industria”, se advierte en el texto del informe Cuica (Centro Universitario de las Industrias Culturales Argentinas), dirigido por Rodolfo Hamawi, que depende de la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav). El descenso de la producción de ejemplares impresos fue del 25 por ciento: de 83,5 millones en 2015 a 62,6 millones en 2016. Más de 20 millones de ejemplares menos, según datos del ISBN (International Standard Book Number) administrado por la Cámara Argentina del Libro (CAL). Si se toma el 2014 –año del record histórico de producción de ejemplares, con más de 128,9 millones de ejemplares impresos–, el descenso es superior, más del 50 por ciento; tendencia que se acentuó durante el primer semestre de 2017. La disminución de la producción de ejemplares impresos acumula un 39 por ciento en comparación con 2015. 

Las compras estatales pasaron de 1150 millones de pesos corrientes en 2015 a sólo 100 millones de pesos corrientes en 2016, un descenso del 91,3 por ciento. “La política de compras del Estado nacional había tomado impulso a partir de la sanción, en 2006, de la Ley de Educación Nacional, donde los libros tenían como destino ser material de promoción de lectura en escuelas públicas de los niveles inicial, primario y secundario. Esta política de adquisiciones fue suspendida en su totalidad y, pese al anuncio de lanzamiento de nuevas compras en 2017, estas quedaron restringidas, y en muy menor volumen, a un segmento de 10/12 sellos que se dedican a producir manuales escolares de grado, en la mayoría de los casos grandes empresas multinacionales con capacidad de lobby”, subraya Nicolás Sticotti, autor del informe del sector editorial. Una de las primeras medidas que anunció el actual gobierno nacional fue el levantamiento de algunas restricciones sobre la importación de servicios gráficos que habían regido durante la gestión anterior. El Ministerio de Cultura de la Nación celebró la decisión en las redes sociales a través del hashtag #LibrosLibres. Desde entonces las importaciones han llegado en 2016 a duplicar las de 2015, pasando de 40,3 a 78,5 millones de dólares. En el primer semestre  de 2017 las importaciones alcanzaron los 51,4 millones dólares. El déficit en la balanza comercial aumentó un 387 por ciento, de un rojo de 13,1 millones de dólares a 50,7 millones.

Los únicos datos disponibles sobre trabajo formal en el sector editorial son elaborados por el Observatorio de Industrias Creativas de la Ciudad de Buenos Aires. El sector de “Edición de libros, folletos, partituras y otras publicaciones” promediaba en 2014 unos 5.963 trabajadores en blanco. En 2016 hubo una caída de alrededor de 215 puestos, es decir que pasó a 5.748 trabajadores, un desplome del 3,61 por ciento. En el sector “Impresión”, el mismo informe muestra que en 2014 se empleaban unos 20.403 trabajadores, y que para 2016 cesantearon a más de 840 trabajadores, es decir que pasó a 19.561 puestos de trabajo, un descenso de 4,12 por ciento. La situación de crisis golpea aún más a los trabajadores tercerizados o freelance. Los correctores y diseñadores freelance expresaron la situación que atraviesan en una de las entrevistas realizadas para el informe Cuica: “Hasta febrero-marzo-abril de 2016 no lo noté claramente, quizás porque las editoriales estaban armando la producción para la Feria del Libro de Buenos Aires de ese año. Pero a partir de junio de 2016 la disminución en la cantidad de títulos nuevos que me enviaban para corregir desde las editoriales se hizo patente. Durante el segundo semestre de 2016 debí reemplazar trabajos que habitualmente hacía para una sola editorial con trabajos para otras editoriales (con lo que significa tener que conseguir esos trabajos). Es decir que si antes trabajaba cinco libros por mes para una editorial X, ahora trabajaba dos libros para esa editorial X y debía reemplazar los otros tres con alguna editorial Y (o con tesis, monografías, etc., trabajos ‘personales’). Algunos meses lograba reemplazar el ingreso, otros no. En este 2017 el panorama es bastante similar. O aún peor. Hace algunos días, a fines de mayo, recibí un mail de una editorial bastante grande para la que trabajo (actualmente corrijo para tres editoriales) donde me informaban que el sello decidió reducir sensiblemente la cantidad de títulos a producir este año. De manera que creo que la situación económica general y las particularidades del universo del libro en papel ya no afecta a pequeñas o medianas editoriales sino a todas, no importa su tamaño”.

Las librerías fueron uno de los eslabones más golpeados del sector editorial durante 2016. Varias ya han cerrado. A la caída de las ventas se le han sumado otros factores que agravan aún más el panorama: el aumento de tarifas en los servicios, el alza de los costos de alquiler y el incremento de los costos de logística que afecta sobre todo a las librerías del interior. Hay retrasos en la cadena de pagos del sector: las ventas que se cobraban en 30 a 60 días han estirado los plazos a 90, 120 e incluso 180 días. “El proceso inflacionario con su correlativo incremento de costos, la disminución de las ventas producto de la caída general del consumo, y sobre todo, las decisiones políticas de apertura indiscriminada de importaciones y desaparición de las compras públicas al sector que se habían consolidado en los últimos años para el desarrollo de planes de lectura, han llevado al sector a una crisis en la que todavía no han aparecido los ‘brotes verdes’”, concluye el informe Cuica.


Feliz Navidad...

Gracias a las políticas económicas, la industria editorial retrocede, pero se escucha más cumbia

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Continuando con los informes sobre la actividad editorial en la Argentina en el 2017, otra nota, esta vez con firma de Verónica Abdala, que el pasado 24 de diciembre, publicó el diario Clarín, cuyo signo político es exactamente el opuesto de Página 12. Pese a ello, como comprobará el lector, ambos medios coinciden en su diagnóstico .

El año editorial, con cifras que preocupan

La venta de libros y la cantidad de ejemplares que se lanzaron al mercado este año decrecieron este año. La CAL, en base a estadísticas que surgen del registro de ISBN, habla de un 25 por ciento menos en las ventas, en el período enero-noviembre. La entidad registra, a su vez, una baja significativa en la producción total de ejemplares publicados, que ya en 2016 había decaído un 15 por ciento: mientras que el año pasado el total de la tirada fue de 70.733.233 ejemplares, este año esa cifra se redujo (hasta noviembre) a 47.819.525 ejemplares.

“No existe una única razón que explique la caída en la producción de ejemplares. Sin embargo la caída de las ventas, puede ser uno de los indicadores en la reducción de la tirada; a esto se le puede sumar los altos costos de almacenamiento y logística, que determinan decisiones más conservadoras por parte de los editores. La tirada promedio cayó de 3.000 a 2.600 ejemplares y aumentó la impresión bajo demanda”, explicó a Clarín Diana Segovia de la CAL.

La consultora editorial Promage, es menos drástica. Según Fernando Zambra, su director, “el mercado editorial es enorme y es difícil saber la cifra exacta de la producción real, ya que las cifras de impresiones y reimpresiones suelen ser mentirosas. Nosotros estimamos que la venta en librerías cayó un 5 por ciento en unidades respecto de 2016. Parecería una caída menor pero el año pasado la baja había sido del 15, 20 por ciento, lo que hace que este 5 por ciento se sienta más".

La cantidad de novedades sí se mantuvo estable: los títulos nuevos fueron 27.693 en 2016 y 25.945 hasta este noviembre. Lo que podría traducirse de este modo: igual cantidad de novedades, pero menor cantidad de ejemplares circulando como consecuencia de la baja en las ventas.

Por otra parte, el aumento en las importaciones es uno de los datos que más preocupación genera entre editores, libreros y distribuidores, pues habla de los altos costos que tiene la producción local y la baja competitividad editorial de nuestro país en el mercado internacional (por ejemplo, en relación a países como España, México y Colombia, en los que el papel está exento de IVA). “No existen trabas y hasta octubre 2017 la importación había aumentado un 65% en relación al mismo período de 2016”, puntualizó Segovia.

Zambra, por su parte, explicó que sí aumentó mucho el rubro de los cómics y fascículos coleccionables, que va a los kioscos (estima que en un 100 por cien), pero señala que “la cantidad de libros importados que van a librerías se mantuvo estable: los libros argentinos que se imprimen afuera se mantuvieron en la misma proporción, mientras que los que se traen porque aquí no existen bajaron en cerca de un 30 por ciento”. Si bien la importación de libros favorece la bibliodiversidad y enriquece la oferta cultural, hay muchos que opinan que podría ser selectiva, para preservar a la industria local.

En cuanto al nivel de exportaciones, Zambra lo califica de “paupérrimo” y atribuye esa falencia a los costos muy pocos competitivos de la Argentina en relación al otros mercado y la falta de políticas públicas y estrategias del sector para vender libros argentinos en el exterior.

A otros reclamos históricos, como la exención del IVA al papel para los editores –que redundaría de una disminución de entre el 5 y un 10 por ciento en el precio de los libros- y del IVA en alquiler de librerías, se suma ahora la preocupación por la iniciativa de la Ley Pinedo, que profundiza el malestar.

De aprobarse, la ley que será tratada el año próximo eximiría de responsabilidad a los Proveedores de Servicios de Internet (PSI) por los contenidos de terceros que publican, excepto que sean notificados de manera fehaciente de que existe una orden judicial de remoción o bloqueo de los mismos; lo que torna de algún modo impracticable la defensa de los autores, por los gastos y los plazos que supondría esta metodología. Las distintas cámaras del libro y la Fundación El Libro ya se manifestaron contrarias a esta iniciativa.

“Es fundamental comprender el daño que se causaría al sector de las industrias creativas que cada vez que un escritor, un fotógrafo, un ilustrador, un pintor, un editor, compositor musical, o cualquier artista o productor de contenidos culturales encuentre una reproducción ilegal de sus obras, de su trabajo en Internet, deba iniciar una acción legal al sólo efecto de que el Proveedor de Servicios de Internet tome efectivo conocimiento de la infracción o el delito”, señala Segovia. “En este sentido, el sector solicita que se exceptúe los derechos de propiedad intelectual del proyecto.”

La opinión de algunos editores
“2017 fue el año más duro de los últimos 10 años. Elecciones, recesión, desempleo e inflación no fueron el mejor contexto para la venta de libros. La suba de impuestos fue durísima para las librerías, que realmente la pasaron muy mal durante todo el año. Respecto a Planeta, cerramos un año durísimo, con un 10% por debajo de nuestro presupuesto, pero a costa de un esfuerzo tremendo de nuestros equipos que nos dejó literalmente liquidados a fin de año.” Ignacio Iraola, Director Editorial Cono Sur, Grupo Planeta.

“Creemos que tuvimos un plan editorial extraordinario, con libros que fueron muy bien recibidos por lectores de todo tipo, y eso ayudó mucho en un año menos auspicioso de lo imaginado. Probablemente se cierre con un 10% de ventas menor a las esperadas, aunque en los últimos meses hay tenues signos de recuperación. El libro no es indiferente a la economía en general con lo que sufrió, como muchos, la baja de consumo de estos dos últimos años. Confiamos entonces que esta esperada recuperación económica nos permita tener un excelente 2018.” Leonora Djament, Eterna Cadencia.

 “2017 termina como uno de los más difíciles para el sector editorial. Las ventas en las librerías han caído. Y esa caída se suma a la del año pasado. Seguimos trabajando con inflación alta, si bien menor. Y han desaparecido muchas de las pocas iniciativas del Estado, como compra de libros, capacitación, protección de la industria. La incertidumbre predomina” Javier López Llovet, Director General Penguin Random House

“Las ventas en 2017 no subieron ni bajaron se mantuvieron en los mismos niveles de 2016. En ese sentido estamos satisfechos porque sabemos que en general las librerías han bajado las ventas.” Diego D'Onofrio, La Bestia Equilátera.

“Es el segundo año en que las ventas caen respecto al año anterior en el mercado del libro. Este año, teniendo en cuenta las ventas hasta fines de noviembre, la baja es de un 7%. De todas formas tenemos esperanza que el año que viene esto se va a revertir y dejarán de caer las ventas.” Sebastián Lidijover, Riverside Agency

“El año 2016 fue nefasto. Nos recordó al 1999 y 2000 El proceso de caída se detuvo en 2017. Mantuvimos las ventas. Incluso crecimos. Pero esto en base a un gran esfuerzo editorial, de inversión y de internacionalización de nuestros esfuerzos...” Guido Indij, La Marca Editora e Interzona 

“Luego de un 2015 muy bueno, el 2016 fue un golpe para la industria editorial en general y no fuimos la excepción. En 2017 comenzaron a repuntar las ventas, pero aún no logramos recuperarnos del bajón de 2016.” Constanza Brunet, Marea Editorial.

“En el curso del año, las ventas bajaron un 9% respecto del año anterior, que a su vez había sido un año muy malo para el sector. Así y todo, sostuvimos nuestra programación editorial y si bien no guardamos grandes expectativas con respecto al 2018, tenemos un plan muy nutrido que incluye lanzamiento de nuevas colecciones.” Paz Langlais, Siglo XXI

En negro sobre blanco, los datos de la traducción en México

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El mexicano Gerardo Piña es Licenciado en Letras Hispánicas por la UNAM y Doctor. en Literatura Inglesa por la University of East Anglia (UK). Ha publicado varios libros de ficción y traducciones literarias; actualmente es profesor del Departamento de Traducción e Interpretación de la Enallt-Unam. El siguiente texto, que tuvo la amabilidad de  enviar al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, fue leído dentro del marco del 2do Foro Internacional de Traducción Especializada de la Enallt-Unam el 30 de noviembre de 2017.


El contexto de los traductores literarios 
en México en 2017


En un país en el que escribir obras de ficción es un lujo, traducir obras de ficción es como dos lujos. Lo sabemos: traducir implica leer, releer, investigar, escribir, rescribir, reinvestigar, releer… y a pesar de ello, la mayoría de los traductores literarios mexicanos no se asumen como creadores. Lo cual es extraño, pues no es difícil identificarse con la mayoría de los creadores mexicanos; quiero decir, con la precariedad de su oficio.Si acaso, los traductores se ven a sí mismos como amanuenses con la bajaestima a la alza por tres o cuatro días al año —cuando por fin sale publicado un libro que tradujeron, a cuya presentación muchas veces ni siquiera son invitados y cuyos ejemplares tendrán que comprar con su propio dinero—. El resto del tiempo acumulan datos y giros lingüísticos con la esperanza de que algún día les sean de utilidad.

Hay tres preguntas que me gustaría plantearles ahora y que espero que puedan ayudarme a responderal final de mi participación: 1) ¿para qué traducir literatura en México?, 2) ¿para quién?, y 3) ¿vale la pena dedicarse a la traducción literaria en México? Debido a que no hay mucha información estadística sobre este tema (i.e. un censo de las personas que se dedican a la traducción literaria en México, ni de sus ingresos, formación, etc.), les compartiré lo poco que he encontrado para que sus respuestas no sean completamente subjetivas.

En México, 7 de cada 10 personas que se dedican a la traducción son mujeres (1) . Desconozco las razones, pero sé que es parte de una tendencia en occidente. El 42% de las traductoras radican en la CDMX (2) y supongo que esto se debe principalmente a los resabios del centralismo que ha dominado al país (i.e. que aquí se encuentran la mayoría de las oportunidades de trabajo en el sector).

La mitad de quienes traducen en México han terminado una licenciatura (3) y, según el Estudio de encuesta sobre la traducción e interpretación en México (2017), la mayoría trabajan por su cuenta y no pertenecen a ninguna asociación; ocho de cada diez no cuenta con ninguna cobertura de seguridad social. Y sólo dos de cada diez personas que traducen obtienen del 90 al 100% de la totalidad de sus ingresos de la traducción (4).

La perspectiva para sopesar estos datos puede ampliarse si los contrastamos con los de otros países y con datos de la industria editorial. Según el “Informe del Valor Económico de la Traducción Editorial en España”, publicado en mayo de 2017, diez empresas controlan el 75% del mercado editorial y los traductores aportan al mercado editorial el 35% de su facturación anual (294 millones de euros) (5). En Alemania, a un traductor se le paga en promedio el equivalente a $405 pesos mexicanos (unos 370 pesos argentinos) por cuartilla. En España aproximadamente $285 (unos 260 pesos argentinos). ¿Y en México? Alguien que cobre $150 (unos 130 pesos argentinos) por traducir una cuartilla ya puede considerarse afortunado (6).

A un traductor literario en Alemania se le paga entre U$D 20 y 25  por cuartilla. Una encuesta elaborada por el sindicato de traductores de Alemania a principios de este año y respondida por 598 traductores arrojó los siguientes datos: casi el 60 por ciento de los títulos traducidos son de lengua inglesa; aunque alrededor del 80 por ciento de quienes traducen son mujeres, los hombres suelen ganar U$S 1,10 más por página; y que el trabajo considerado difícil se paga muy poco más por página que el trabajo considerado fácil (7)

Ignoro cuántos traductores literarios mexicanos reciben regalías por su trabajo, pero hasta el momento no he conocido a uno solo. Lo que debe ocurrir, al menos en teoría, es lo siguiente: un traductor debe recibir un contrato en donde nunca se plantee una cesión de derechos de la traducción, sino únicamente el derecho a su reproducción y no a perpetuidad sino por un tiempo determinado. Es decir, una editorial puede vender tu traducción pero solo por unos años (cinco años es un plazo razonable) al cabo de los cuales se tiene que replantear un nuevo contrato que le convenga a ambas partes. Otro aspecto importante es que el traductor debe recibir regalías por la venta del libro (el 1% es lo común, por muy bajo que parezca; el autor suele recibir el 30% en Europa, pero en México es apenas el 10%). El tema del porcentaje en la venta de ediciones digitales lo dejo para otra ocasión por su enorme complejidad dados los vacíos legales que hay en ese ámbito, pero ahí un traductor que cobre regalías suele cobrar el mismo 1% (en otros países) aunque tanto él como el autor deberían cobrar más. Por último, el crédito de un traductor debe aparecer en portada y no solo en la página legal o como un mero dato curioso en la tercera de forros.

Con respecto a las regalías (casi un sueño para un traductor mexicano) quiero aclarar que el pago por la traducción se considera un anticipo; de manera que sólo si el traductor tiene la suerte de traducir un bestsellerpodrá cobrar alguna utilidad por su trabajo; algo difícil si consideramos que la mayoría de los derechos por traducción de obras literarias en nuestro idioma los tiene España. (Por cierto: en Alemania este pago no es un anticipo.)

Y después viene otro problema. ¿Cómo sabe un traductor o un autor de obras originales cuántos ejemplares se han vendido de tal o cual libro? No hay manera de saberlo. Hay que confiar en lo que nos diga la editorial en cuestión. Al respecto es importante decir que implementar la tecnología necesaria para poder conocer en tiempo real cada vez que se efectúa la compra de un libro (en cualquiera de sus formatos) no es algo complicado. ¿Por qué no se hace? Supongo que por falta de voluntad.

Siguiente punto. Ser traductor literario, ¿pero de qué? Es imposible escapar a las tendencias del mercado del libro y del consumo de cultura y entretenimiento en general. Mientras que en España, por ejemplo, el 16% de los libros que se publican al año son traducciones, dentro de los cuales el 40% son títulos de literatura infantil, en Gran Bretaña todos los títulos traducidos que se publican al año suman apenas el 3% (8). ¿En México? Desafortunadamente no existe (o no encontré) esta información de manera puntual, pero los siguientes datos nos pueden servir para tener una idea aproximada del asunto.

Según información estadística de la Caniem (9), en el 2015 el 32% de facturación total fue de libros comprados por la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg); es decir, por el gobierno. Estos libros son de educación básica: 54 millones de ejemplares (54,438,422); y una facturación de 4 mil millones de pesos ($4,068, 722,075). En comparación, de los libros catalogados bajo el rubro “Ficción y temas afines” se vendieron 8 millones (7,855,423) de ejemplares y arrojaron una facturación de $685 millones de pesos ($685,305,099).

De acuerdo con el INEGI, en ese año se contabilizaron 119 millones y medio de habitantes en el país. Para el primer trimestre del 2017, el INEGI indica que la población de 15 años de edad o más sumó 91 millones y medio (10) ; es decir, que el promedio de compra de toda esta población no llega ni a un libro al año (0.08; y no hablo de lectura, sino de compra). Si tomamos en cuanta a la población económicamente activa, que es de 54.3 millones de personas, el panorama no es mucho mejor; en promedio, cada persona de este sector compró la décima parte de un libro de ficción al año (0.14). Por si fuera poco: en México se producen 0.6 libros al año por persona; y hay una librería por cada 15,500 habitantes (11). En promedio, cada familia mexicana destina el 0.19% del gasto en comprar libros (12).

No he querido hablar de índices de lectura porque es caer en una especulación total. Sin embargo, al hablar de facturación nos da igual si un solo señor leyó 8 millones de libros de ficción y temas similares en un año o no; lo que importa es que esas ventas debieron arrojar algún porcentaje a los autores y traductores literarios. Pero conocer cuál es ese porcentaje es prácticamente imposible porque no sabemos cuántos de esos títulos vendidos fueron traducciones al español ni cuántas de ellas fueron traducidas por mexicanos. Lo que sí sabemos es que prácticamente ninguno de esos traductores literarios recibió un solo peso de regalías porque los contratos de traducción en México no las contemplan.

El tema de fondo, me parece, no es sólo la falta de conciencia del papel que ocupan los traductores literarios en la difusión de la cultura en nuestro país y que justifica la actitud desoladora y la baja estima constante de los traductores literarios (cuyo número va en descenso). El problema tampoco se limita a los contratos leoninos, también está la falta de organización y solidaridad de los propios integrantes del gremio (no hay que olvidar que la mayoría de los traductores mexicanos afirman que el principal problema de los bajos ingresos en el oficio se debe a la competencia de los traductores que cobran menos) (13).

Además de continuar con una sólida formación de traductores literarios a través de los distintos diplomados, licenciaturas y posgrados que se ofrecen en México, necesitamos que haya más editoriales de verdad independientes en México. Y que las obras se traduzcan en condiciones dignas (contratos justos con remuneraciones justas), en las que participen sobre todo traductores profesionales, asociados o no, pero que no sean desleales al gremio al ofrecer sus servicios por debajo de la media.

Con respecto al mercado editorial, quiero compartirles más datos: en 2015, después de los libros de educación básica se vendieron 18.5 millones de ejemplares bajo el rubro de libros infantiles, juveniles y didácticos. Este es el mercado de mayor venta de libros en todoel país. La literatura infantil es un género que por sí solo justifica cualquier empresa editorial más allá de las ventas. Todo cambio social que comience en la infancia tiene muchísimas más probabilidades de permanecer.

Estoy convencido de que los maestros en las aulas de todos los niveles de educación, los padres de familia, los investigadores y el público en general estarán dispuestos a elegir y recomendar traducciones y ediciones mexicanas si estas cumplen con los requisitos que ellos esperan a precios accesibles (cosa nada difícil de conseguir sobre todo en ediciones digitales). Ediciones de obras que cuenten con una sólida justificación (i.e. que se pueda responder de manera clara por qué esta o aquella obra es pertinente en nuestro tiempo) y que sean traducidas con el rigor que se requiere, contribuirán al beneficio de todos los implicados en este proceso: desde los empleados de la casa editorial en cuestión hasta el lector solitario en el café (pasando por empleados de la industria del papel, diseñadores, librerías, etc.).

Y ya que estamos en esto, me gustaría decir que si a algo debiera apostarle el Estado en este proceso, no es al fomento de mantenidos de lujo a través de becas viciadas, premios, colegios y similares para artistas o supuestos académicos, sino a invertir en ciencia e investigación. Las publicaciones universitarias tienen que salir de las bodegas y librerías universitarias. El público es exiguo pero existe. Invertir en ferias de libro en el contexto actual, por ejemplo, es un disparate. No dudo que haya mucha gente bien intencionada en la organización de ferias como la FIL, pero difícilmente es un lugar para difundir la lectura y, ni se diga, la labor de los traductores mexicanos (literarios o no). Por hablar sólo del rubro de “Ficción y temas afines”, según la Caniem el 30% de estos libros se venden en librerías y sólo el 18% en ferias. Fortalecer una red de librerías y bibliotecas públicas es infinitamente mejor negocio y una mejor manera de crear cultura a largo plazo. No deja de sorprenderme que se venda más libros de literatura en el súper que en librerías (el 3,2% en librerías vs 5,5% en tiendas departamentales). Por otro lado, la literatura infantil y juvenil se vende principalmente en ferias y en el súper (14).

Trabajar hacia el mejoramiento de nuestra sociedad es apremiante; mientras los índices de criminalidad aumentan (llámense feminicidios, secuestros, asaltos o fraudes electorales), los de educación y de venta de libros van a la baja (15). Afirma Carlos Anaya, presidente de la Caniem: “el 66% de la producción se hace exclusivamente para ser distribuidos a través de un canal cerrado: las escuelas de educación básica. Esto implica que sólo la tercera parte de los materiales producidos llegan al consumo abierto; es decir, solamente 95 millones de ejemplares” (16) y añadió que desde 2013 desciende la facturación anual.

Con todo hay muchas razones para traducir literatura; a mí me parece que una de ellas es la misma por la que hay que escribir y leer literatura: porque a través de esta práctica aprendemos a conocernos, cuestionarnos, a cuestionar nuestro entorno y a obtener ideas sobre cómo actuar en consecuencia para mejorarlo.

Para terminar vuelvo a las preguntas que les planteé al inicio: 1) ¿para qué traducir literatura en México?, 2) ¿para quién?, y 3) ¿vale la pena dedicarse a la traducción literaria en México? Sé que no es fácil, pero espero que ya tengan algunas respuestas porque las necesitamos con urgencia





Notas

(1) Según el Estudio de encuesta sobre la traducción e interpretación en México (2017) hecha por la Fundación Italia Morayta 68.38% mujeres vs 31.62% de hombres. Hasta el día de ayer, en el portal de la AMETLI aparecían 50 miembros; 33 mujeres y 17 hombres (66% son mujeres).

(2) 42.81% residen en la CDMX; Jalisco 10.51% y Edomex 8.66% (EEITM).

(3) 50% licenciatura, 27% maestría y 3% doctorado

(4) 82.5% de los traductores no asociados no cuenta con ninguna cobertura; solo el 23% de los traductores obtienen la totalidad o casi de sus ingresos (de 91 al 100%) de esta actividad; el 11.85% (del 81 al 90%). 78.26% de los traductores obtienen sus ingresos por clientes directos (p. 34 esta última información no está muy clara).

(5) Datos ofrecidos por Carlos Fortea, director de ACEtt, en una entrevista realizada en el blog de traducción “En la luna de Babel” publicado el 20 de julio de 2017: https://enlalunadebabel.com/2017/07/20/entrevista-a-carlos-fortea-sobre-el-informe-del-valor-economico-de-la-traduccion-editorial/

(6) En España una cuartilla equivale a 2,100 caracteres con espacios. En México varía mucho más el conteo de caracteres que equivalen a una cuartilla, pero sirva esto de ejemplo: 1650 caracteres con espacios = 1 cuartilla. E.g.: una novelita de 123 cuartillas: A un traductor en España le pagarían $25,735 (90.3 cuartillas), en Alemania $36,571 y en México $17,100 (114 cuartillas).

(7) Tim Parks, “¿Derechos de autor para los traductores”, New York Review of Books, 28 de marzo de 2017, traducido por Julia Benseñor, tomado del Blog del Club de  Traductores Literarios de Buenos Aires: http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.mx/search?q=parks

(8) Luis Parejo, “El páramo de la traducción en España”, El Mundo, Madrid, 3 de marzo, 2017: http://www.elmundo.es/cultura/2017/03/11/58c3033022601d62688b45a7.html

(9) Datos que aparecen en el portal de la CANIEM: http://www.caniem.com/es/content/actividad-editorial

(10) Datos que aparecen en el portal del Instituto Nacional de Geografía y Estadística: http://www3.inegi.org.mx/sistemas/temas/default.aspx?s=est&c=25433&t=1

(11) En algunos estados la falta de librerías es alarmante. Hasta 2013, en Tabasco había 2.2 millones de habitantes y solo 6 librerías; en Tlaxcala 1 millon de habitantes y 4 librerías; en Nayarit un poco más de 1 millón de habitantes y solo 2 librerías. En la CDMX se concentra el 30% de puntos de venta de libros de todo el país (datos de la Caniem).

(12) Ver Jorge Cervantes, “Industria editorial, ¿negocio envuelto en la miseria?”, Forbes, 18 de agosto de 2014: https://www.forbes.com.mx/industria-editorial-un-negocio-envuelto-en-la-miseria/

(13) Con respecto a los bajos salarios del gremio: “la mayor parte de los traductores encuestados piensa que la competencia que cobra menos es el factor más importante. En segundo lugar, identificaron la falta de respeto por la profesión y la falta de conciencia” (p. 42).

(14) 26,8% en ferias; 14,1% tiendas de autoservicio y 6.7% en librerías.

(15) La producción de libros del sector privado cayó 5.2% en 2016 con respecto a 2015. La producción de libros para la Conaliteg cayó 8%. El 2016 fue el peor año en ventas desde 2012. En 2016, la industria editorial produjo 277.3 millones de ejemplares, de los cuales el sector privado aportó 137.6 millones. De estos, 42.5 millones fueron vendidos a la Conaliteg.

(16) Carlos Anaya, presidente de la CANIEM en Yanet Aguilar Sosa, “Decrece la producción y venta de libros en México”, El Universal, 28/11/2017 (edición digital):





Más reflexiones desde México

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Barbara Bertoni y Tomás Serrano Coronado, traductores de Italia y de México, respectivamente, luego de leer la ponencia de Gerardo Piña, publicada en este blog el viernes pasado, nos enviaron el siguiente texto a propósito del Laboratorio Trādūxit, de traducción literaria colectiva del italiano al castellano, del Instituto Italiano de Cultura Ciudad de México. Éste nació en 2015 y desde entonces ha sido coordinado “a cuatro manos” por ambos traductores..  En el laboratorio, con participantes presenciales y a distancia (España y Argentina), se traduce con miras a la publicación y respetando la variante lingüística de los participantes.

Al Laboratorio Trādūxit le interesa difundir la literatura italiana en los países de habla hispana y producir traducciones en las que los lectores de cada país se reconozcan. La más reciente traducción del Laboratorio Trādūxit, Cuerpo de Tiziano Scarpa,fue publicada en noviembre de este año por la editorial mexicana independiente Abismos. Los primeros diez capítulos, en cuatro variantes del español (México, Argentina, España y Cuba), pueden consultarse en el siguiente link: https://issuu.com/barbarabertoni/docs/cuerpo_-_tiziano_scarpa. También el Periódico de Poesía de la Universidad Nacional Autónoma de México publicó dos fragmentos de la traducción en el número de noviembre (N° 104): 
http://periodicodepoesia.unam.mx/index.php/4918.

El siguiente taller empezará el 9 de febrero de 2018 y las inscripciones ya están abiertas. Para más información escribir a: seminariotraduzione@gmail.com.

Una propuesta para favorecer la difusión de la literatura 
italiana en México y América Latina

Las traducciones de literatura italiana, casi siempre, nos llegan a México de otros países; de España y de Argentina, principalmente. Desde un punto de vista puramente económico, este hecho resulta conveniente y comprensible para los editores; no es así desde una perspectiva lingüística y cultural, desde la cual cuanto más oral es un texto, tanto más disfuncional resulta éste para el público de la misma lengua, pero de una variante distinta, pues, como se sabe, los actos de habla están determinados culturalmente. Si a esto añadimos que muchas de las traducciones hechas en España a lo largo del siglo XX fueron objeto de la censura franquista –y que hasta ahora se siguen reeditando así–, podemos imaginar la distancia que existe entre éstas y los originales en italiano.

Igualmente, son de sobra conocidas las políticas actuales de los grandes consorcios editoriales que le exigen al traductor un uso de una norma panhispánica que ellos mismos no conocen y llaman un “español neutro” que, supuestamente, resulte comprensible para todos los hablantes de español. Dicha política editorial tan impuesta en México sólo tiene como efecto, por un lado, que ningún lector se reconozca como destinatario de esas traducciones y que la ajenidad que va implícita en ellas se acentúe mucho más; y, por el otro, que estilo, tono y contenido de la traducción se difuminen. De allí entonces que nosotros propongamos traducir un texto literario para cada comunidad lingüística, es decir para cada variante del español. En el caso específico de Corpo, tradujimos al español de México y, gracias a nuestras participantes a distancia y aun amigo escritor, también al de Argentina, España y Cuba.

El Laboratorio Trādūxit logró derrumbar las fronteras geográficas gracias a internet, pero en lo que se refiere a las fronteras lingüísticas, en cambio, decidimos mantenerlas. Es decir que los participantes que nos siguen a distancia de otros países tienen la libertad de traducir a su propia variante, sin ningún tipo de imposición por nuestra parte (es decir por parte de los mexicanos, que son la mayoría). 

Las reflexiones de algunos traductólogos de renombre nos sirvieron de estímulo para emprender algunas iniciativas encaminadas a resistir a las políticas editoriales de sobra conocidas en México. Así, por ejemplo, Lawrence Venuti nos advierte sobre la necesidad de resistir a esa hegemonía occidental de pensar y ejercer la traducción cuyo riesgo mayor es la monoculturalización del mundo[1]. Para MariaTymoczko:

La traducción no surge en un espacio neutral: eso es cierto tanto si consideramos a los agentes de la traducción, a sus procesos o a sus productos. Todos tienen posiciones éticas, políticas e ideológicas […] Dado que los traductores se hallan entre los principales mediadores culturales, su trabajo tiene serias consecuencias geopolíticas que exigen una autoconciencia y un autoexamen éticos. […] los traductores deben mostrarse autorreflexivos sobre sus conceptos preteoréticos y sus prácticas traductivas, ya que, de lo contrario, la traducción en la época de la globalización sólo puede ser un instrumento de dominio y hegemonía.[2].

Igualmente importante es mencionar a Even-Zohar que, desde su teoría de los polisistemas,  nos muestra el papel fundamental que juega la traducción en los sistemas literarios de la cultura de llegada; una teoría que retoma André Lefevere, según el cual la traducción debe considerarse una reescritura de un texto original que refleja, independientemente de su función, una determinada ideología y una determinada poética, manipulando así la “imagen” de una obra literaria según el público destinatario. El control del que habla Lefevere se lleva a cabo a través de dos canales distintos: por un lado, existen los llamados “profesionales de la literatura”, es decir críticos, historiadores, profesores, escritores, que actúan en el interior del sistema mismo encargándose de cultura a nivel institucional y tratando de establecer las temáticas y las formas que la literatura debe asumir; por el otro, existe una “estructura patrocinadora” formada por personas, casas editoriales, instituciones culturales que intervienen y regulan el sistema desde el exterior, que disponen de los medios necesarios para influenciar las elecciones de los escritores y de los traductores, y, dado que se vinculan a la ideología política del país, tienen el poder de promover o de obstaculizar la producción, la traducción y la difusión de una determinada literatura. En consecuencia, continúa Lefevere, “ante estos sistemas de control –dirigidos a regular la producción original y a limitar el impacto de las traducciones en la literatura del país-, los autores y traductores tienen dos posibilidades: someterse a las directivas impartidas u oponerse al sistema mismo, introduciendo elementos poéticos o de contenido que no se adecuan a las disposiciones vigentes”[3].

Por otro lado, han influido en nuestraintención de oponernos al sistema los comentarios de los autores que hemos traducidoen anteriores ediciones del Laboratorio Trādūxit. Pino Cacuccinos compartió su beneplácito de verse traducido al español de México, puesto que el libro que tradujimos tenía a México como telón de fondo y muchos personajes eran mexicanos, le parece justo que sea así:

Queridas y queridos de la formidable “brigada” de traductores, estoy verdaderamente orgulloso de que hayan puesto tanta pasión en este trabajo, seguramente la mejor traducción para México de esta novela en la cual puse todo mi amor a México y también mi dolor por las tragedias de su historia pasada y presente.
Es una pena no estar con ustedes en esta ocasión, pero confío en que tendremos otras oportunidades, y entonces será una alegría estar juntos.
Gracias de corazón, que nunca es “demasiado”.[4]

Rosa Matteucci, por su parte publicó en su página personal de Facebook, a propósito de la presentación de Constelación familiar en el Instituto Italiano de Cultura Ciudad de México:

Ignoraba que en México, donde se habla un español con tantas diferencias dialectales y sentimentales, los mexicanos solamente podían leer a los autores extranjeros en español ibérico, lo cual, señores míos, es como si nosotros los italianos estuviéramos obligados a leer a Philip Roth o a Faulkner en dialecto genovés. ¡Qué vergüenza! La traducción de mi novela al español mexicano es un acto de justicia social e intelectual. ¡Arriba la revolución literaria![5]

Es por todo esto que redactamosun texto que enviamos a los autores que traducimos para que ellos, a su vez, lo hagan circular entre otros autores y así propiciar que se traduzcan y publiquen sus libros en América Latina:

COMUNICADO

Barbara Bertoni y Tomás Serrano, coordinadores del Laboratorio Trādūxit, laboratorio de traducción literaria colectiva del italiano al español de México, conjuntamente con los participantes, consideradas las políticas editoriales imperantes en México, nos permitimos compartir con ustedes las siguientes reflexiones:

1.        1- En México el mercado editorial es dominado por grandes consorcios editoriales que publican y distribuyen traducciones hechas en España o en un español supuestamente neutro.

2.     2-Paralelamente, en nuestro país existen pequeñas editoriales independientes que distribuyen traducciones pensadas sólo para lectores mexicanos y, puesto que el mercado es reducido y los tirajes no muy altos, sobreviven con muchas dificultades o gracias a pequeñas subvenciones gubernamentales.

3.        3- Si bien es cierto que existe un español estándar o panhispánico –el español de las ciencias-, en el caso de la literatura no basta para recrear toda una serie de actos de habla que obedecen a aspectos puramente socioculturales y que siguen criterios pragmáticos propios de cada comunidad hablante.

4.         4- Es nuestra convicción que, a fin de que los lectores mexicanos se reconozcan en las traducciones que leen y éstas no les resulten disfuncionales, las editoriales mexicanas deberían publicar únicamente traducciones a esta variante, diferente morfosintáctica y léxicamente de las otras variantes del español.

5.      5- Normalmente los escritores italianos tienen agentes italianos que trabajan de la mano con sus homólogos españoles. Estos últimos, por obvias razones económicas, prefieren vender los derechos mundiales de traducción al español a editoriales que, pese a que en sus tirajes consideran a los lectores de países latinoamericanos, no consideran el grado de recepción de sus traducciones más allá de España.
6.    
           6-  Por otro lado, puede también pasar que los derechos mundiales de traducción al español se vendan a editoriales españolas que no distribuyen en los países de América Latina. Estas políticas editoriales traen como consecuencia una difusión muy limitada, es decir sólo europea, de la literatura en lengua italiana porque impiden que ésta se traduzca a otras variantes del español y el libro se dé a conocer en América Latina.

   Con base en las consideraciones anteriores, con el propósito de combatir el papel hegemónico de los grandes consorcios editoriales y por el bien de escritores en lengua italiana, así como de traductores y lectores mexicanos, nos permitimos sugerirles cuanto sigue:

1.     1- Antes de firmar un contrato de cesión de derechos de traducción al español, aconsejamos a los escritores en lengua italiana, averiguar si la editorial tiene distribución en América Latina y, de no ser el caso, especificar que se están cediendo los derechos de traducción al español únicamente para el territorio donde distribuye la editorial.

2.       2-  Desconfiar de la funcionalidad de las traducciones a un español neutro cuyo único resultado es que ningún lector se reconozca en ellas, sobre todo si el texto traducido presenta un alto grado de oralidad.

3.     3- Apelamos al buen juicio de los escritores italianos y suizo-italianos para entender que las editoriales independientes de México y de muchos países de Hispanoamérica no pueden pagar adelantos importantes por cesión de derechos puesto que el tiraje y los precios de ventas no son comparables con los de los grandes grupos editoriales.

Por nuestra parte, para alcanzar los propósitos ya expuestos, nos comprometemos a servir de enlace entre editores independientes y autores; a hacer la máxima difusión de las obras traducidas con presentaciones, publicación de fragmentos en revistas, así como con ponencias en foros nacionales e internacionales; y a recurrir a colegas traductores de otros países latinoamericanos para adaptar los textos a su variante y buscar editores para su publicación.





[1] Venuti, Lawrence, The translator's invisibility. A history of translation, Abingdon, Routledge, 2008.
[2]Tymoczko, Maria, “Traducción, ética e ideología en la época de la globalización”, Transfer I: 1 (mayo 2006), pp. 4-34, 2006.
[3]Lefevere, André, Traducción, reescritura y manipulación del canon literario, trad. África Vidal y Román Álvarez, Salamanca, Colegio de España, 1997.
[4]Comunicación personal del autor, 1 de abril de 2016.
[5]Publicación de la autora en Facebook, 1 de diciembre de 2016.

“El Diccionario nunca se elaborará con criterios de corrección política”

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Los Neardenthales de la RAE parecen estar alcanzando la siguiente etapa evolutiva, aunque, convengamos, se saltaron al homo sapiens para convertirse en obispos preconciliares. Tal parece ser que, aconsejados por el clero, decidieron aceptar las conclusiones del Concilio de Trento y acordarles a las mujeres la posibilidad de que tengan alma. Quien lo dude que lea el siguiente artículo publicado por la escritora y periodista Patricia Kolesnicov, en la edición del diario Clarín del 22 de diciembre pasado.

Presidenta no pero sirvienta sí

La charla fue hace un tiempo y el caballero tenía argumentos gramaticales. “Presidente” –decía el señor– es como “cantante”. Y –decía– aunque parece un sustantivo es otro tipo de palabra, un participio presente, o lo quedó de los participios presentes del latín. Una palabra que señala a quien hace la acción: quien preside, quien canta. Justamente, no tiene género.“¿Vas a decir la cantanta?”

En la mesa corrió el silencio de la duda. Fue un instante y lo cortó la voz decidida de la escritora Claudia Piñeiro: “¿Y ‘sirvienta’ tampoco decís? ¿O ‘presidenta’ no pero ‘sirvienta’ sí”? Gol.

La respuesta de Piñeiro era efectiva y lo era porque, sin decirlo, cruzaba un argumento formal –la coherencia de ese sistema hermoso que es la lengua– con uno social: en la práctica, en nuestra vida urbana, en nuestra clase media, hay sirvientas, la lengua se acomodó a la realidad y la palabra “sirvientes” dejó de funcionar para nombrarlas a ellas solas.

Lo mismo se puede alegar para “presidenta” –que la Academia ya acepta– sólo que en una etapa anterior: todavía el idioma cruje, resiste: el participio no se terminó de volver sustantivo.

Pienso en esto porque ayer la Real Academia presentó su diccionario actualizado y algunas de las novedades pasan por cuestiones de género. “El Diccionario nunca se elaborará con criterios de corrección política”, dijo su director, Darío Villanueva, como si cupiera alguna sospecha. Sin embargo, la institución cambió –¡a esta altura!– la acepción de palabras como “jueza” y “embajadora”, a las que hasta ahora definía como las esposas de jueces y embajadores. No por corrección política sino por dar cuenta de la realidad: hay juezas. Como hay sirvientas.

Hace unas semanas, en la Feria del Libro de Guadalajara, una académica, Concepción Company, se preguntaba si el castellano es machista. Y tomaba el viejo tema de “los chicos y las chicas”. Con “chicos”, claro, alcanza para todos. Razonaba: “El masculino no refiere al sexo, refiere a una marca gramatical, se llama género no marcado, porque es indiferente al sexo”.

En mis épocas esto se decía así: “el neutro coincide con el masculino”. Claro que “chicos” abarca a todos pero ¡qué casualidad que así sea! Es que todavía el “humano por default”, es varón. Todavía los muñequitos con que se representa a las personas en las infografías son iguales a los de los baños... de varones. Todavía la publicidad se dirige a los varones (salvo que hable de cosas “de mujeres”, como un desinfectante para cuidar a los hijos). Y, lo que es mucho más importante: todavía ganamos, en conjunto, un 27 por ciento menos que los muchachos y es más difícil que alcancemos los cargos más altos en las empresas privadas (sólo el 20 por ciento, según un estudio que la consultora Mercer presentó el año pasado).

Ahora bien: si fue un estado del mundo el que construyó esta lengua, ¿cambiar las palabras no es agarrar el tema por los pies? ¿No hay que cambiar la vida y saber que la vida ya se llevará por delante las deficiencias del lenguaje?


Otra escritora, Gabriela Cabezón Cámara, me responde a esto. Le digo que decir “Lxs alumnxs” es imposible, que por favor, que la historia de la lengua también es algo que dice la lengua, que no se tapa el sol con una x en las vocales. Claro, me contesta. “Las palabras cuentan su historia y la x habla de una incomodidad, de una pelea, se trata de poner en cuestión el lenguaje y dejar huella de lo que se está haciendo”. Porque, salvo la muerte, no hay hechos consumados, siempre puede reabrir la pelea. En el lenguaje, también.

Un resumen del noveno año de actividades del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires

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En 2017 el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires cumplió su segundo año en la Biblioteca del Instituto Goethe, hemos sido muy bien tratados tanto por su director Uwe Mohr y por un excelente equipo, encabezado por Carla Imbrogno, curadora del programa de cultura, en el que también están Sofía Stubrin y Natalia Laube.

A lo largo del año han estado con nosotros el traductor irlandés Mark Harman, las editoras Jacoba Casier (Holanda) y Nazli Gurkas (Turquía),y la traductora francesa Marianne Millon, la abogadaMagdalena Iraizoz (presidente de CADRA), la investigadora argentina, radicada en Brasil, Silvia Cobelo, el investigador y traductor argentino Miguel Ángel Montezanti, el escritor y traductor galés Richard Gwyn y el escritor y traductor argentino, residente en Barcelona, Andrés Ehrenhaus (acompañados por los poetas argentinos Daniel Samoilovich, Marina Serrano, Teresa Arijón, Jorge Aulicino, Miguel Ángel Petrecca, Alejandro Crotto, Laura Wittner y el poeta mexicano Carlos López Beltrán),  los escritores y traductores Pedro Serrano(México) y Lori Saint Martin(Canadá), el poeta y traductor argentino Juan Arabia, y la escritora y traductora Sylvia Molloy, argentina residente en Nueva York.Todas sus intervenciones pueden verse recurriendo a los videos subidos a youtube o en la página ad hoc del Goethe Institut de la Argentina.

¡Chau 2017! ¡Y muy feliz 2018 desde Buenos Aires!

No insistan, nos fuimos al carajo

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