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Channel: Club de Traductores Literarios de Buenos Aires
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"¿Por qué necesitamos traducir una y otra vez los mismos libros?"

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Traductor él mismo, el escritor y periodista Pablo Gianera publicó, en el diario La Nación del 15 de junio pasado, la siguiente columna motivada, probablemente, por la particularidad del premio Man Brooker, que se otorga tanto a un escritor como a su traductor al inglés.

El oficio más invisible

El premio de literatura Man Booker International, cuyo fallo se conoció ayer, tiene una particularidad: además de premiar a un autor, premia a su traductor al inglés. El premio es, por lo tanto, compartido en partes iguales. Es un verdadero acto de justicia con los lectores que, por lo general, dado que no podemos conocer todas las lenguas vivas y muertas, leemos las palabras que eligió el traductor y no las del autor. Ya sabemos que, bíblicamente, después de Babel vino Pentecostés, y la confusión de las lenguas quedó revertida en plena comprensión.

El santo patrono de la traducción es San Jerónimo, traductor de la Biblia al latín. Es famosa una epístola que el santo redactó en el año 395 en la que se defiende de acusaciones según las cuales habría traducido de manera deficiente un texto oficial. Esa defensa incluye una definición, una profesión de fe de la traducción que no le resultará extraña a ningún traductor: "Porque yo no solamente confieso, sino que proclamo en alta voz que, aparte de las Sagradas Escrituras, en que aun el orden de las palabras encierra
misterio, en la traducción de los griegos no expreso palabra d e palabra, sino sentido de sentido..."

Hace años escuché al poeta argentino Fabián Casas decir que para él la traducción era bastante parecida al cover de una canción. Personalmente, prefiero ver las cosas con una perspectiva un poco menos pop, aunque querría retener de su definición la idea de una versión. El texto original (la Divina Comedia, el Fausto de Goethe, el Fedro de Platón, el que ustedes prefieran) permanece invariable: fue escrito de una vez y para siempre. Pero esa misma condición inmodificable puede dar lugar a una cantidad indefinida de versiones (de sentido, según San Jerónimo) en una misma lengua.

¿Por qué necesitamos traducir una y otra vez los mismos libros? Bueno, una primera respuesta, muy superficial, es que porque los lectores no somos los mismos, y si bien el libro no cambia, cambia la manera de leerlo. La lectura es histórica. Considerada de esta manera, la traducción es una instantánea del estado de un texto en la historia. Necesitamos nuevas traducciones porque nuestra lengua cambia y cambia la manera en que un libro (el punto fijo) es leído.

"Hablamos de máquinas de traducir", cuenta Adolfo Bioy Casares en sus diarios sobre Borges. "No creo que existan", dice Borges. "¿Quién las inventó? ¿Otra máquina?" Las máquinas de traducir existen desde hace mucho. Un amigo hizo una vez un poema con el siguiente procedimiento: escribió el poema en castellano, lo sometió a una traducción automática al inglés (todo era primitivo, no estaba el Google Translate) y luego tradujo el poema del inglés nuevamente al castellano. Por supuesto, el resultado no fue el poema inicial. El experimento era desopilante, pero tenía un punto cierto: no hay verdad en la traducción, porque traducir es interpretar, del mismo modo que un pianista clásico puede interpretar una sonata de Beethoven. Del librito Sobre la traducción, de Paul Ricoeur es oportuna la tercera parte, "Un «pasaje»: traducir lo intraducible", justamente porque allí se refiere al problema del sentido, definido como algo inmaterial que se hace carne en la letra. Eso es también la interpretación.

La traducción es también el oficio más inmaterial, el más invisible, de todos, acaso el más refinado. El traductor trabaja para la gloria de alguien, otro, que no es él. Traducir es pagar una deuda afectiva. Me acuerdo de un escritor amigo que me dijo una vez que traducía para compensar los libros que él mismo escribía. Ahí también había una deuda. Lo que uno escribe hay que pagarlo traduciendo los libros de quienes son de veras buenos en el oficio (o el arte) de escribir. Si para algo sigo traduciendo, aunque sea de tanto en tanto, es para cumplir con esa obligación intelectual.


Con lugares comunes, incorrecciones políticas y errores, Juan Cruz presenta a Aurora Bernárdez

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“Un libro recopila textos de la mujer de Cortázar, junto a una larga entrevista con el músico y cineasta Philippe Fénelon. A la sombra del escritor, nunca publicó su obra”: así dice el copete de la nota que publicó en el pasquín El País, de Madrid, el pasado 15 de junio. el español Juan Cruz, un tipo dedicado a comentar chismes de la farándula literaria, que siempre se ocupa de relatarnos sus estados de ánimo (como si nos fueran a interesar) cuando se encuentra con tal o cual, informándonos de paso que trata por su nombre de pila o apodo al objeto de su artículo, para que sepamos que los conoce en la intimidad. Puede que para la lógica de consumo editorial haga falta gente así: petimetres que se dan aires y que viajan con salero de una feria literaria a otra como si tuvieran alguna importancia. Pero lo que no corresponde es que cometan errores u omisiones, como le han hecho saber al coso éste los lectores que comentaron su nota on line. Préstese especial atención a la eterna confusión entre los gentilicios “porteño” y “bonaerense”, algo en que no debería incurrir alguien que viene todos los años a Buenos Aires, y, sobre todo, al inteligente comentario de Paco Morillo. Algún día, Aurora Bernárdez también escapará de la estupidez.

Aurora Bernárdez escapa del silencio

Aurora Bernárdez (Buenos Aires, 1920-París, 2014) era como de papel, frágil, y era de una potencia increíble, dotada de una memoria implacable. Ese fue su espíritu de traductora: ni una palabra ni un dato fuera de lugar. Ella decía que estaba hecha “de papel”, pero era también de hierro. Descendiente de emigrantes gallegos, en 1952 conoció a Julio Cortázar, un joven larguirucho de aspecto adolescente con el que hablaba de libros y de gente en el London bonaerense. Se casaron un año más tarde y se separaron en 1968, pero regresó a su lado y hasta su último suspiro vivió junto a él.

Aurora Bernárdez acompañó a Julio Cortázar en excursiones profesionales –eran traductores de la ONU– por todo el mundo y fue su musa. No fue La Maga de Rayuela; La Maga, en realidad, parece que fue mucha gente. Pero sí fue, por ejemplo, la mujer que le dijo en la India que hay escaleras que solo sirven para bajar, y esa ocurrencia dio de sí el relato Instrucciones para subir una escalera, incluido en Historias de cronopios y de famas. En 1968, ella volvió a Buenos Aires, pero regresó pronto a París, su centro del mundo. Volvió junto al escritor cuando este cayó enfermo y se quedó solo –había muerto el último amor del autor de Rayuela, la escritora y fotógrafa Carol Dunlop–. Lo acompañó en ese dolor final. Era 1984. Luego se convirtió en su albacea.

Aurora nunca habló en público, ni de Cortázar ni de nada que sintiera que era secreto. Acudía a homenajes al escritor bonaerense –como el que se celebró para relanzar su obra en la Fundación March de Madrid en 1993– y permanecía silenciosa, como una efigie. En privado, era un torrente de memoria y datos. Hizo una excepción a aquel silencio público: mantuvo una larga conversación con su amigo Philippe Fénelon, músico y cineasta, su amigo desde principios de los años ochenta.

La casa de París
Ella conocía el trabajo de Fénelon. La admiración por lo que este había hecho, en el cine y en la música, la llevaron a ponerse ante la cámara para una charla insólita que se realizó entre 2004 y 2005 y que ahora forma el núcleo de El libro de Aurora, que publica Alfaguara, editado por Fénelon y por Julia Saltzmann, la editora argentina que durante años ha sido la responsable de la edición de las obras de Cortázar.

El cineasta encontró suficiente material que ahora junta en la casa parisiense de Aurora, la misma en la que Cortázar escribió Rayuela. Ahí había, también, “una especie de diario que ella había empezado en los años cincuenta; estaba escrito en distintos cuadernos, algunos de escritura casi inexistente porque ella había utilizado unos lápices verdes que se fueron difuminando con el paso del tiempo”.

Esa casa, histórica también por haber sido vivienda de Rayuela, sufrió un gran desorden, dice Fénelon, en la década previa a la muerte de Aurora, en 2014 en París. “Y fue muy complicado recomponer las decenas de versiones que había sobre un mismo texto”.

Al final, ha recuperado para El libro de Aurora esos escritos descompuestos, las poesías –“que no están nada mal”– y los diarios, algunos de los cuales se refieren a vivencias con Cortázar o a discusiones que suscitaba la personalidad del autor.

“Escribía sus sueños, sus lecturas y sus agendas diarias”. Destruyó agendas anteriores al año 1979. ¿Por qué? “Por la misma razón por la que destruyó las cartas de Julio cuando se separaron: eran 60 cartas. Luego se arrepintió”.

Al final, volvieron juntos en circunstancias dramáticas para Cortázar. “En realidad, nunca hubo una separación oficial; ella regresó a Buenos Aires y se reinstaló con una relación previa, que siguió sin funcionar. Y volvió. Como trabajaba en la Unesco, como Julio, se seguían viendo”, señala Fénelon.

Tras una conversación en la que ella está con Octavio Paz y otras personas relacionadas con la cultura, se habla de la personalidad de Cortázar, Aurora anota: “Las virtudes personales de Julio, bien conocidas por quienes lo estimaban e ignoradas por los demás, no son lo importante: lo que cuenta es la obra. En lo otro hay más posibilidades de duda. E incluso, ¿quién puede meterse a decir, con certeza, cómo era un hombre? En el caso de Julio, sus actos fueron a veces contradictorios: muchos de ellos te sorprenderían. No es el caso de convertirlo en paradigma. Le hubiera repelido. De lo que hay que hablar es de la obra. Para lo demás: silencio”.

Ella no quería hablar de todo lo que había pasado en su relación. Imagino que fue muy triste para los dos, seguro. Se liaron con problemas de los que ella no quería hablar.

El libro de Aurora es lo más lejos que ha estado esa mujer tan privada y tan hacia adentro de mostrarse también como una mujer para afuera.

Algunos comentarios a la nota de Juan Cruz

Adalberto Carbos Agozino:
La confiteria o bar "La London" donde escribía Cortazar se ubica en la esquina de las calles Av de Mayo y Perú. En el centro de la ciudad de Buenos Aires, a 500 metros de la Casa Rosada, sede del Gobieno Nacional. Por lo tanto, no es bonaerense sino "porteña". Los bonaerenses son los nacidos o residentes de la Provincia de Buenos Aires. Los nacidos o residentes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires reciben el nombre de "porteños". Gracias.

Edgar Allan:
¿No quedamos en que ya no había "mujeres de"...? Se puede hablar de Aurora Bernárdez como traductora, y los que nos interese ya sabemos que era esposa de Cortázar, y muy buena esposa por cierto, pero a ver si se aclaran ustedes con ustedes mismos.

Guillermo de Ockhan:
Todos los que leíamos a Calvino en español conocíamos y valorábamos el trabajo de Bernardez.

Paco Morillo:
Otra vez el rollo políticamente correcto de "gran mujer tapada por gran hombre". Ni J.C. tapó a nadie, ni A. B. era una desconocida. Fue una traductora muy buena y prestigiosa, y sus traducciones son su obra. Si no publicó literatura propia fue porque no le dio la gana. Es más, aunque no fuera conocida por sus traducciones, si hubiese querido publicar cosas suyas, lo habría tenido muy fácil, precisamente por estar casada con J. C.

Rasi Nari:
Los españoles siempre tendremos que agradecerle a Aurora sus maravillosas traducciones en una época oscura de nuestro país en la que el acceso a los idiomas extranjeros por parte de la mayoría de la población era problemático y a determinados autores solo los podíamos leer en aquellas ediciones argentinas de Losada que luego fue adaptando y publicando Alianza. Mi mayor respeto y admiración para esta verdadera dama de la literatura.

Nicolás Bianchi:
"El País" sigue, sistemáticamente y sin acusar recibo, confundiendo 'bonaerense' (gentilicio de la PROVINCIA de Buenos Aires) con 'porteño' (lo propio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)....dos entidades territorial, política y jurídicamente distintas. Además de que Cortázar nació en Bélgica, un detalle menor en este caso...




Convocatoria de la Casa de Traductores Looren

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Esto veía desde su ventana el Administrador de este blog el año pasado en Looren





Estimadas y estimados colegas, amigas y amigos de la Casa de Traductores Looren:

La Casa de Traductores Looren y el Ministerio de Cultura la República Argentina, con el apoyo de la fundación Avina Stiftung y el auspicio de la Embajada de Suiza en Argentina, convocan a 2 (dos) becas de residencia en la Casa de Traductores Looren(Suiza) para traductores literarios profesionales de nacionalidad argentina.

Cada beca contempla una estadía de un mes en la Casa de Traductores Looren, en Suiza, del 22 de enero al 21 de febrero de 2018 (las fechas son ligeramente flexibles), pasaje ida y vuelta y un subsidio de 1500 francos suizos. Las becas se dirigen a traductores literarios profesionales argentinos que estén traduciendo una obra literaria de cualquier idioma al español y que cuenten con un contrato editorial para la traducción.

La convocatoria estará abierta del 3 de julio al 31 de agosto de 2017.
La selección  se realizará de común acuerdo entre el Ministerio de Cultura de la Nación y la Casa de Traductores Looren. Se tomarán en cuenta, entre otros, los siguientes aspectos: el proyecto de traducción presentado, la trayectoria del postulante, su lugar de residencia y la valoración de la estancia en el exterior para su formación, desarrollo profesional y/o para una posible actividad de transferencia una vez de regreso en Argentina (charla, taller, participación en actividades de networking, capacitación profesional de traductores, etc.)


Agradecemos su ayuda en la difusión de esta convocatoria y saludamos cordialmente,

Carla Imbrogno
Coordinadora Looren América Latina
Übersetzerhaus Looren / Casa de Traductores Looren
Wernetshausen, Suiza

La omisión de los traductores le resta seriedad a la editorial de la Universidad Diego Portales

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Una parte del prestigio de la Universidad Diego Portales tiene que ver con su editorial. Pese a las muchas críticas que recibe la editorial de esta casa de estudios chilena por apostar siempre sobre seguro, por rozar el snobismo en la elección de los títulos contemporáneos, por los precios de los libros, etc., el tiempo va revelando un catálogo muchas veces interesante (cfr. http://ediciones.udp.cl/catalogo.pdf), al que vale la pena consultar. 

Con todo, al hacerlo, uno descubre que el nombre de los traductores brilla por su ausencia. Así, por caso, nos enteramos de la existencia entre las novedades de Biografías selectas, de Thomas de Quincey, o de Vidas de Spinoza, de Jean Colerus, Jean Maximilien Lucas y Pierre Bayle, pero nada sabemos de quiénes tradujeron esos libros que no existen en castellano porque así lo haya decidido ningún espíritu santo, sino porque hubo un traductor que pasó muchas horas de su vida, detrás de un escritorio, traduciéndolos. Omitir su nombre en un catálogo no es un detalle menor: habla de la mentalidad de quien edita y le resta seriedad al emprendimiento.

Un espléndido Seferis publicado en Chile

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Y hablando de editoriales chilenas, corresponde destacar la labor que está llevando adelante Tajamar Editores. A los volúmenes clásicos que ha ido integrando a su catálogo –una nueva edición de los Ensayos literarios, de Ezra Pound, traducidos por Tal Pinto y Julia J. de Latino; otra, de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, en traducción de Óscar Luis Molina, etc.–, suma ahora un fundamental Seferis íntegro, que reúne la totalidad de la obra del poeta griego Giorgos Seferis (1900-1971), Premio Nóbel de Literatura en 1963.

La traducción del volumen estuvo a cargo de Miguel Castillo Didier, a quien también se debe el magnífico volumen que Tajamar Editores publicó años atrás dedicado a la obra completa de Constantino Kavafis.

De cómo hace Tabarovsky para llegar a Sergio Sant'Anna

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Chismoso y digresivo como de costumbre, Damián Tabarovsky publicó la siguiente columna en el diario Perfil, del 11 de junio pasado. Trata sobre la traducción de dos autores brasileños, aunque se centra en uno de ellos: Sergio Sant’Anna (foto). O no tanto. Aunque, vaya uno a saber, ¿no?

Un autor traducido

El otro día, M.C. me pidió, con cordialidad y delicadeza, que dejara de escribir sobre política en esta columna. Implícito, se le notaba un cierto “no entendés nada” o “te estás equivocando”, que probablemente sea cierto. Hecho curioso, ya que más de una vez le sugerí lo mismo a S.B. Curioso para mí, digo, encontrarme ahora en esa situación. No obstante, he tomado al pie de la letra el consejo de mi amiga, y les ahorraré a mis hipotéticos lectores, al menos por hoy, mis digresiones sobre tal candente actualidad. Dispuesto entonces a cambiar de tema (cambiar de tema es un arte como todo lo demás, y yo lo hago particularmente bien) recuerdo pues una anécdota que me contó un entonces joven editor, que recibía en la calle República Arabe Siria. A poco de entrar en la editorial, pensó en traducir a, según él –opinión con la que coincido–, los dos mejores escritores brasileños contemporáneos, ambos ya muertos, pero entonces aún inéditos en castellano: Sergio Sant’Anna y João Gilberto Noll.

Les escribió a los dos, pero con la mala suerte (mala suerte para él: buena para los escritores) de que ya habían sido contratados por otras editoriales argentinas (los contratos ya habían sido firmados pero los libros aún no habían sido publicados, por eso el joven editor pensó que esos autores estaban disponibles). Entonces el editor pegó un volantazo y decidió publicar la recién salida primera novela de un joven autor brasileño que le gustó mucho, Daniel Galera (la novela se llama Manos de caballo), antes de que la obra de Galera pasara luego a ser publicada en castellano por un megaholding transnacional.

Volviendo a la anécdota, Noll encontró editorial en Adriana Hidalgo, donde publicó cinco libros. Y Sergio Sant’Anna en Beatriz Viterbo, donde publicó dos. Noll tuvo entre nosotros una gran recepción crítica, se volvió un autor imprescindible para la mejor crítica literaria. A Sant’Anna también le fue bien, aunque tal vez algo menos, más allá de que sus libros fueron traducidos por César Aira, algo poco usual (no el hecho de que Aira tradujera –actividad a la que se dedicó por décadas– sino que lo hiciera del portugués, a un colega contemporáneo, y no por encargo profesional –por dinero– sino como intervención literaria). No obstante, Sant’Anna tiene de todas maneras sus fieles lectores. Y seguramente tendrá más si algún día se distribuye en Argentina El vuelo de madrugada, magnífico libro de relatos, publicado en Chile por la buena editorial Hueders, traducido por Ariel Magnus (en la reciente Feria del Libro vi que se lo metían en la mochila a un editor ya casi veterano, en alguna actividad seguramente ilícita de compraventa de la que prefiero no enterarme).

En El vuelo de madrugada, Sant’Anna logra hacer bien eso que en general hace daño a la literatura: ser virtuoso. El estilo de Sant’Anna lo es, pero en su caso, en sus cambios de registro de cuento a cuento, o incluso en los cambios de ritmo interno de cada párrafo, en ese eclecticismo que caracteriza su obra, sale victorioso. Sant’Anna puede pasar de una narración acerca de la vacilación sexual, escrita en un tono casi clásico (como en Un error de cálculo), a la metaficción (como en el par Un cuento abstracto/Un cuento oscuro), de un estilo a otro bien distante, y siempre ser fiel a sí mismo: único.

"Manuel de la Escalera siempre vivió de su trabajo de traductor. Incluso, increíblemente, desde la cárcel, desde las cárceles"

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Aníbal Malvar publicó el 23 de junio pasado, en Público, de España, la siguiente nota sobre Manuel de la Escalera, un traductor nacido en México, detenido por los franquistas y condenado a muerte, que pasó 23 años traduciendo en las cárceles de Franco y que murió a los 99 años, al cabo de una vida llena de alternativas.

El escritor que tradujo Tarzán
en una cárcel franquista

Los que lo conocieron lo recuerdan como un tipo tranquilo, apacible... “El mejor ser humano que he conocido”, dice Ramón Akal, su más reciente editor. Será cierto si coincide todo el mundo. Manuel de la Escalera (1895-1994) forjó su placidez existencial sobre una biografía ciertamente tormentosa: nacido en México casi por accidente, después criado en Santander, fue presidiario, escritor, traductor, escultor y cineasta. Estudió de adolescente Bellas Artes en México DF mientras Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata hacían la revolución; trató a Picasso en los felices 20 parisinos; aprendió el oficio del cine en los míticos estudios de la Paramount en Joinville-le-Pont, donde rodó sus películas Carlos Gardel; durante la Guerra Civil española, recorrió el frente cántabro proyectando películas para los milicianos y rodando documentales bélicos como oficial a las órdenes del Estado Mayor republicano; fue detenido por los franquistas en el 39 y recorrió las cárceles de Alcalá de Henares, El Dueso, Burgos y algunas más como condenado a muerte; en prisión, escribió clandestinamente un libro que relata la vida de los sentenciados a pena capital, manuscrito que logró evadir de forma prodigiosa para que un amigo lo mantuviera 17 años oculto en la caja fuerte de un banco; tras serle conmutada la condena por cadena perpetua, salió de la cárcel en 1962, pero la publicación en México y bajo pseudónimo de sus memorias carcelarias le obligó huir de la policía político-social y exiliarse al país azteca en 1996... La monocorde biografía de cualquier hombre plácido y tranquilo, ya se apuntó arriba. Murió a los 99 años en la cama de una residencia de ancianos de Santander, traduciendo hasta el final para completar su magra pensión y pagarse los cuidados.

Salió estos días a las librerías la novela memorialista de Manuel de la Escalera Mamá Grande y su tiempo, en la que un viejo revolucionario español caligrafía su infancia y adolescencia. “Esta autobiografía no llegó a consumarse. Iniciada en la clandestinidad, los trabajos del parto siguieron durante varios años en varias cárceles, hasta que llegó un momento en el que el aborto se impuso”, escribe Escalera en el colofón de este texto que acaba de publicar Akal. Esta Mamá Grande no había sido reeditada desde que en 1980 la distribuyera una pequeña firma santanderina. Como toda la obra de Escalera, amarillea en la marginalidad.

El editor Ramón Akal está empeñado en desempeñársela al olvido. Escalera fue su amigo y traductor en los años 70, al poco de regresar el ex condenado definitivamente a España. Fruto de su colaboración es la primera obra de John Berger editada en España: Ascensión y caída de Picasso (Ed. Akal, 1973). “Hizo una traducción que para mí aun es la canónica. De hecho, ese mito de que pasó dificultades al volver a España o en su vejez no es tan cierto, creo yo, aunque durante los últimos años perdimos el contacto. Tenía un montón de encargos de las mejores editoriales. Era uno de los traductores españoles mejor considerados”, recuerda Akal. “Además, colaboraba habitualmente con revistas y periódicos, Papeles de sor ArmadánsTriunfoInformaciones...”, añade.

Manuel de la Escalera siempre vivió de su trabajo de traductor. Incluso, increíblemente, desde la cárcel, desde las cárceles: Alcalá de Henares, Burgos, El Dueso. “En la cárcel de Alcalá de Henares, Manuel de la Escalera escribió un diario impresionante y de una alta calidad literaria y humana”, aseguró hace años Marcos Ana tras leer Muerte después de Reyes, que Akal recuperó en 2015. Es quizá la obra cumbre de Escalera. Un libro escrito a escondidas de sus carceleros, sacado de prisión clandestinamente y custodiado durante casi dos décadas en la caja fuerte de un banco.

Siguiendo su periplo carcelario, Escalera conoció y selló amistad en el Dueso con otro condenado a muerte, un tal Antonio Buero Vallejo. El dramaturgo calificó así el libro carcelario de su compañero de celda cuando lo leyó muchos años después: “De cuantos libros he podido al fin leer de aquellas tremendas experiencias del dolor hispano, el tuyo es, sin menoscabo de su punzante veracidad, la más admirable conversión en bella y honda literatura, merecedora de perduración, de las terribles vicisitudes padecidas por nuestro pueblo cuando quiso edificar una España liberada de la agresión republicana”.

Y en la cárcel fue también donde el editor Josep Janés (el abuelo de Plaza&Janés) le encargó su primera traducción profesional: el Tarzán del escritor norteamericano de pulp Edgar Rice Burroughs, pater intelectual del hombre de la selva. Más tarde, el editor le iría asignando traducciones menos cuadrúpedas: Katherine Mansfield, Saroyan, Sommerset Maugham, Joyce… Antes de enviar sus manuscritos a la imprenta, estos eran supervisados por los capellanes de las distintas penitenciarías. Aunque se sabe que algún que otro libro tradujo y sacó de forma clandestina, sin pasar por la censura del capellán.

Próximamente, Akal sacará a las librerías el volumen Cuentos de nubes, aparecido en 1981 y que trae a un Escalera que vive la transición española, según escribe Álvaro del Amo en la contracubierta, “con una sabiduría de santo plácido, de elegante socarrón. Porque mirar al cielo tiene, nos advierte, sus peligros”.


José Aníbal Campos propone un rompecabezas

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El traductor cubano José Aníbal Campos propone en su última columna de El Trujamán (22 de junio pasado), un rompecabezas que no resuelve. Es perfectamente lícito imaginárselo en su casa de Viena (o en alguna de las múltiples casas de traductores que elige para terminar sus trabajos), atuzándose el bigote e imaginándonos presas del desconcierto.

De contextos

 Una querida colega tiene un modo muy particular de aludir a la necesidad de examinar en detalle cada caso cuando abordamos una traducción de tipo literario. Con su gracia habitual, a toda pregunta algo ambigua sobre significados, suele responder: «Dame, dame contexto».

De los ejercicios que aplico con frecuencia al trabajar con aspirantes a traductores hay uno que gira en torno a una frase leída una vez, mientras estaba de tránsito en algún lugar de Alemania. La frase (el eslogan de una agencia turística) ocupaba todo el flanco de un autocar turístico: Weil jeder ein Ziel hat…

Yo estaba a las puertas de una estación de trenes. No hacía un viaje de trabajo; me aprestaba a visitar a una amiga y, de paso, tomarme unos días libres. Pero como entre las perversiones de este oficio está el llevar al traductor consigo a todas partes, de inmediato me puse a sopesar variantes para aquella frase ambivalente (no tan ambigua, en efecto, en el contexto en que la leí, pero sí lo suficiente como para crear un buen ejercicio a partir de ella).

La frase, de apariencia sencilla, puede usarse en contextos tan variables, que –como se ha demostrado en esos seminarios– uno puede estar horas y horas dando vueltas a un número infinito de variantes. De ahí su valor como ejercicio para entrenar el juicio crítico y desconfiar de los diccionarios generalistas bilingües a la hora de optar por una de las distintas acepciones que puede tener una palabra.

La traducción que muchos alumnos me ofrecen, casi automáticamente, es: «Porque todo el mundo tiene un objetivo…». Fuera de contexto, no puede decirse que la solución sea incorrecta, pero si pensamos que se trata de una agencia de viajes, podría resultar algo problemática, así que estimulo a los alumnos a buscar otras variables.

«Porque todo el mundo tiene una meta…» (solución que se acerca más al contexto del viaje), o: «Porque todos tienen un destino…» (otra variante que acabamos descartando por ese retintín filosófico o trascendental que encaja menos con el caso concreto de un viaje de placer), si bien uno de los problemas que plantea la frase es que, en el contexto específico de una agencia de viajes «en Alemania», todos esos significados (objetivo, meta, destino) están implícitos en el eslogan publicitario.

En lo personal, la solución que más me ha gustado de todas me la dio una vez un alumno latinoamericano: «Porque todos quieren llegar a alguna parte…». Me gusta esta solución (aun cuando en español se me haga demasiado larga para un eslogan publicitario en el flanco de un autobús), porque añade un matiz de seguridad que incluso el original deja abierto, pero que viene muy bien al motivo del viaje. Lleva implícito, asimismo, un aspecto de largo arraigo en la mentalidad alemana: el Fernweh, el maravilloso Hinausweh de Matthias Claudius (la añoranza de viajar a sitios exóticos, lejanos).

Los debates se dilatan, y debo admitir que esas prolongadas sesiones cuentan entre las más enriquecedoras del trabajo. Imaginamos otros escenarios posibles: la misma frase a las puertas –digamos– de una Universidad, como eslogan de una campaña electoral, como lema en la entrada de una clínica de desintoxicación.

El tiempo se nos va en esos bizantinismos obligados en nuestra profesión. Y luego, cuando el seminario va llegando a su fin, quizás hasta con el perverso fin de contagiar a los alumnos con mi propio mal, les digo: «Y ahora imaginemos que encontramos esa misma frase en una novela en la que un personaje, el dueño de una funeraria, la ha elegido como consigna de su negocio».

Y ahí se los dejo.

Dos puntos de vista sobre el libro en la Argentina

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Foto: Patricio Pidal / AFV

Lo que sigue es una entrevista de Daniel Gigena con Patricia Piccolini–directora de la carrera de Edición de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.– y Alejandro Dujovne–Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, además de ser uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición–, que se publicó en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 27 de junio pasado.

Claroscuros en la industria editorial

Los dos investigan el mundo editorial local, además de evaluar, desde dos frentes complementarios, las implicancias sociales de un sector asociado al desarrollo de la cultura argentina como pocos. Desde 2015, Piccolini dirige la carrera de Edición, la que más inscriptos tiene en los últimos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La carrera reúne, según cuenta, a un grupo heterogéneo de adolescentes recién salidos de la escuela secundaria con graduados de otras carreras y adultos que quieren iniciar un trabajo vinculado con el mundo de los libros. Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet, Dujovne es uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición. En 2014 publicó Una historia del libro judío. La cultura judía argentina a través de sus editores, libreros, traductores, imprentas y bibliotecas (Siglo XXI), su primer libro. Ambos conversaron con La Nación sobre el universo editorial argentino, un sector activo aun en tiempos de recesión. Al respecto, ofrecieron estrategias para pensar la crisis y posibles vías de salida con el apoyo del Estado, las universidades y los editores de sellos independientes.

LN: -¿Cómo observan el panorama de la industria editorial actualmente en la Argentina?
PP: -Hay que tener dos perspectivas: una de corto plazo, la de la foto, y otra de largo plazo, más amplia. Los números del informe que hizo la Cámara Argentina de Publicaciones muestran en el último año una retracción del 15 al 20% en la producción de libros y en la venta, acompañando una retracción general del consumo. En cuanto al largo plazo, me parece interesante la enorme vitalidad de la actividad editorial argentina, medida en la cantidad de editoriales nuevas y apuestas diferentes que hay todos los años. Y también lo tengo que medir desde donde estoy, que es la carrera de Edición, haciendo hincapié en la cantidad de alumnos nuevos que hay todos los años. Me parece que es un presente con dificultades pero con signos alentadores.

AD: -Desde el punto de vista del mercado global, en efecto, hay una coyuntura mala, pero creo que excede un poco la retracción del consumo, porque hay políticas de gobierno que han afectado particularmente la producción de libros. Hay que pensarlo por segmentos. En lo que podemos llamar, en términos muy genéricos, "editoriales independientes", hay una enorme heterogeneidad y la realidad es muy distinta. Hay editoriales que han tenido un gran nivel de profesionalización en los últimos años y manejan muy bien todos los aspectos de la producción y la comercialización; en esos casos, los editores viven de la editorial. Hay otras que, en términos de distribución, de catálogos o de cantidad de ejemplares publicados, todavía están en un proceso de desarrollo.

LN: -¿Las políticas estatales son una de las causas de la retracción del mercado del libro?
AD: -Creo que hay dos medidas particulares que el Gobierno ha tomado y ha dejado de tomar. Una es la apertura de importaciones, que para mí es un problema: podría haberse hecho de una forma más ponderada, pero fue irrestricta. En efecto, hubo una invasión de saldos españoles, libros a muy bajo precio, que sacan lugar a las editoriales locales. El otro punto, que afecta directamente a las pequeñas y medianas editoriales, es la baja de compras por parte del Ministerio de Educación. Conabip sigue haciéndolo muy bien, pero el Ministerio no compra.

PP: -Hay que diferenciar tipos de importaciones. A la importación de libros es muy difícil oponerse porque ofrece variedad. Después habrá que ver si lo que llega son saldos que no son tan buenos o cosas interesantes. Yo celebro que podamos tener aquí libros importados. Además, porque no se puede pretender exportar si se tiene una política de cierre. La otra cosa tiene que ver con las importaciones industriales, es decir, libros importados pero de editoriales nacionales, que por razones de costo o por cuestiones de calidad se hacen afuera. Lo que me parece más preocupante, y es lo que necesita más tiempo, es la posibilidad de tener nuevos mercados para el libro argentino, mercados que en algún momento tuvimos. Nosotros exportamos muy poco y sobre todo a los dos mercados más importantes: México y España. Me parece que hay que hacer un trabajo, que lleva tiempo, para abrir esos mercados.

AD: -Creo que se pasa de una cosa a la otra directamente, sin hacer un trabajo con el mercado. No hay mucha información para hacer un análisis. Existe actualmente pero es limitada, y eso te condiciona indefectiblemente sobre la decisión política que puedas tomar. A un mes de la llegada del nuevo gobierno, en enero de 2016, se tomó la medida de abrir las importaciones. Eso demuestra que no hubo un análisis del mercado para entender cómo se tiene que establecer una medida. Lo que sí se logró fue el Exporta Simple, que es un modo que facilita la escala de exportación propia de las editoriales, sobre todo de las pequeñas y medianas. En la línea que planteaba Patricia, hay un trabajo más fuerte que hacer sobre el mercado. En términos de volumen de exportación, la Argentina ha bajado; en términos de calidad, sigue exportando bien.

LN: -¿No creen que también debería haber una preocupación por recuperar el mercado interno? En épocas recesivas hay una desproporción entre la producción de libros y las compras.
PP: -Parece que en la Feria del Libro este año funcionaron bien las ventas, según la gente de la CAP. Y fue muy importante el público juvenil, que se está generando con interés en géneros específicos que antes no existían para ese rango de edad, de 14 a 18 años, y con los fenómenos asociados como youtubers y booktubers. Me parece interesante, más allá de que mucha gente señala que literariamente esos libros no son tan valiosos, porque es una entrada a la lectura. Creo que es un fenómeno que habría que mirar con atención. Supongo que tiene que ver con políticas de incentivación de la lectura desde la escuela. Esas políticas pedagógicas, no necesariamente de gobiernos específicos, existen. Hay además una resignificación del rol de los bibliotecarios: antes eran custodios de los libros y ahora son mediadores de lectura. A la larga, todas estas cosas dan resultado.

AD: - Habitualmente estamos acostumbrados a poner como parámetro para entender los problemas de la edición argentina a la propia edición argentina. Pero hay problemas estructurales que tienen que ver con la concentración geográfica. Hay competencias de lectura muy diferenciadas en función de la región, no solamente socioeconómica sino espacial, y ahí se ve ausencia del Estado porque no hay políticas públicas de lectura ni siquiera a nivel nacional. No están en la agenda de nadie. Hay una ecuación bastante básica: la oferta genera demanda. A menor cantidad de librerías, menos lee la gente. Otro problema es que las librerías son el eslabón más débil de la cadena de comercialización y producción. Creo que por la situación económica estamos en mucho riesgo con las librerías. Hay una superpoblación en Buenos Aires, que no está mal, pero el problema es que no existe una política de expansión.

PP: -En la ciudad de Buenos tenemos 350 librerías, 400 en la provincia de Buenos Aires, mientras que el Noroeste tiene 85 y el Noreste, 75. Son cifras de la CAP.

LN: - ¿Qué queremos decir cuando hablamos de profesionalización?
PP: -Para hacer libros y para que éstos lleguen, se necesita cierto conocimiento del mercado y de las herramientas para manejarse en él: comercialización, cómo trabajar con las librerías, cómo controlar la producción y cantidad de ejemplares. También se necesita conocimiento para que los libros sean de buena calidad (selección de autores, diseño). Antes, en las editoriales uno podía ir aprendiendo todas estas cosas pero prácticamente en la actualidad eso ha desaparecido. Hoy, no todas las editoriales grandes son buenas escuelas de edición. La actividad editorial en la Argentina también es despareja y no está totalmente profesionalizada. La diversidad es la norma, pero para hacer buenos libros se necesita conocimiento, no solamente tener buen gusto literario.

AD: -Coincido y creo que ligado a eso la experiencia de la participación en ferias internacionales ha sido y es fundamental. Primero, por la presencia del libro argentino en otros mercados. Las ferias siguen siendo el gran lugar de organización y circulación de libros. Ahí las editoriales universitarias han estado y también han empezado a participar las "independientes". En cuanto a medidas políticas inteligentes, el Programa Sur de traducciones se continuó y parece que va a ser una política de Estado. Se van a dar por año ciento cincuenta títulos y el acumulado ya lleva más de mil.

LN: - ¿Fue tan revolucionaria la revolución digital en el mundo del libro?
AD: - Lo que hizo fue bajar la barrera de acceso al mercado. También creó la ilusión de que cualquiera puede editar. Un ejemplo: quiero armar una editorial en Jujuy; puedo hacerlo, pero tengo el problema de cómo voy a distribuir los libros o promocionarlos. Ése es uno de los grandes problemas en el mercado editorial: la distribución. Salvo las más grandes, que lo tienen resuelto, es la queja más recurrente. Si en Buenos Aires existe ese problema, si te alejás en términos logísticos y de escala deja de ser negocio para las principales distribuidoras. La ilusión de posibilidad se encuentra con obstáculos del mercado editorial que implican algo más que lo digital, implican política y estrategia.

PP: -Con respecto a otros países de habla hispana tenemos un menor consumo de libros digitales, en paralelo con una mayor conectividad: la cantidad de celular por habitante acá es mucho mayor que en España.

AD: - La revolución digital no fue el apocalipsis que se imaginó. Hay algo de la materialidad del libro que no fue afectada. Amazon está abriendo librerías. Es un gran enemigo, no para el lector, sino para el ecosistema del libro. Lo que pone en riesgo es el sistema de producción de valor del libro, ligado a las librerías. En la Argentina eso está un poco más protegido porque la ley del precio fijo sienta un piso muy importante para sostener un mercado del libro diverso e impide mayor concentración en el mercado de las librerías. Eso tiene repercusión sobre las editoriales porque, mientras más concentradas son las librerías, más precisan de best sellers.

LN: -¿Qué significa que una editorial debe "trabajar con los autores"?
PP: -Todavía tenemos una idea platónica de que un libro es una novela. El editor recibe originales de autor, descubre un autor en ese original y lo publica. O no lo considera y al final termina siendo un best seller, como pasó con Harry Potter. En realidad todo es más diverso. Primero porque hay distintos géneros, porque no todos los autores son escritores y porque cada vez más los libros se hacen a pedido. Vos conocés a un profesor e investigador que es interesante, le preguntás si tiene un libro en camino, le pedís que haga una propuesta y así se va trabajando. Eso también es trabajar con el autor: trabajar con el libro cuando todavía no es un libro. Los buenos editores universitarios en Estados Unidos o Inglaterra son los que van a los congresos, leen los libros, están al tanto de qué se publica, cuáles son los temas, quiénes son los referentes en determinado tema. Ese trabajo nosotros todavía lo tenemos muy en pañales. Es un cambio fundamental: el editor que no está a la espera, sino el editor que va a buscar en el sentido más legítimo.

LN: -¿Cómo imaginan el futuro del libro en la Argentina?
AD: - Creo que hoy puede ser mucho mejor de lo que es, en todo sentido, con una mejor articulación entre el sector privado y el Estado. El Estado requiere ser más inteligente de lo que es. No creo que hoy el Ministerio de Cultura esté pensando en políticas públicas para el libro, si bien hay gente capaz. Falta información. La que tenemos es demasiado global y genérica y eso es un déficit. Hay que entender la industria editorial como un mercado que produce riqueza, que tiene una incidencia en el desarrollo cultural del país y en el que el Estado tiene que estar presente.

PP: -Soy bastante optimista con respecto al futuro de la industria editorial más allá de las dificultades específicas. Tal vez porque estoy en contacto con gente que comienza con estas editoriales más chicas o con los desarrollos de las editoriales universitarias. Veo mucha potencialidad. Me gustaría una industria editorial más profesionalizada, que abarque géneros más diversos y que aproveche el potencial de investigadores y profesionales bien formados que tenemos en la Argentina para hacer libros interesantes y con una mayor integración entre el contenido del libro y su comercialización.

LN: -¿Afecta mucho la presencia de los grandes grupos en el mercado editorial argentino?
PP: -Esa presencia se da en todos los países en donde existe un desarrollo editorial significativo. Es un proceso, para decirlo en forma simple, hijo de la globalización y de las formas que adoptó la comercialización del libro en las últimas décadas. Luego, no tiene ningún sentido pensar en los grandes grupos como monstruos a los que hay que combatir. Los grandes grupos amplían el trabajo gráfico local, generan empleo genuino y privado, y, como siempre buscan los títulos y autores de tiradas masivas, dejan un espacio muy importante para el surgimiento y desarrollo de otros sellos editoriales. También habría que señalar que sin la existencia de grandes grupos no podrían prosperar las iniciativas que requieren grandes inversiones, como las de libros escolares. El costado negativo se da, sobre todo, en las posibilidades de exhibición. Los editores suelen señalar que el 50% de la superficie de exhibición de las librerías está en manos de los grandes grupos. Finalmente, no hay que olvidar que en la Argentina la actividad editorial tiene una gran vitalidad. Es un escenario muy rico y diverso.

AD: -Es bastante común escuchar que grandes y pequeñas editoriales pueden convivir y desarrollarse, pues apuntan a públicos diferentes que eventualmente se solapan. Desde mi punto de vista esto es sólo parcialmente cierto. Hay determinado margen en el que las pequeñas pueden crecer, y en este sentido no se pueden atribuir a la concentración editorial todas las limitaciones que encuentran para su desarrollo. Pero la contradicción existe y ejerce todo su peso en el plano de la visibilidad y la venta. La clase de títulos que venden los sellos más comerciales de los grupos concentrados son importantes para las librerías. Eso permite a los grandes grupos tener mayor poder de negociación de espacio en las vidrieras y mesas de las librerías, mayor poder para que las librerías reciban la totalidad de las novedades y reimpresiones mensuales, y mayor capacidad para negociar los descuentos otorgados. Las editoriales más pequeñas se ven desfavorecidas en todos estos niveles. La bibliodiversidad, esa idea tan repetida en el último tiempo, sólo se logra con más y mejores editoriales. Publicar muchos libros no garantiza la bibliodiversidad. Éstos, además, deben ser diferentes entre sí. Mucho de lo mismo, es decir, libros hechos a medida para el consumo masivo, no implica bibliodiversidad. Si ése es uno de los objetivos de una política pública, es preciso fortalecer el desarrollo de las editoriales pequeñas y medianas, que, por otra parte, bien encauzadas tienen un enorme potencial exportador.





Acerca de los límites del lenguaje

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Guillermo Piro, en su columna del diario Perfil, del 25 de junio pasado, comenta un libro debido a la británica Ella Frances Sanders (foto), “escritora  e ilustradora que, felizmente, no puede elegir entre las palabras y las imágenes” (según se define en su sitio web: http://ellafrancessanders.com/), autora de Lost in Translation: An Illustrated Compendium of Untranslatable Words (cuya traducción recientemente acaba de ser distribuida en la Argentina) y de The Illustrated Book of Sayings: Curious Expressions from Around the World.

Decir casi lo mismo es tan complicado

La expresión anglófona lost in translation indica los matices del significado necesariamente perdidos en el paso de una lengua a otra. Una traductora, escritora e ilustradora llamada Ella Frances Sanders tuvo la simple idea de catalogar algunas –las más enigmáticas, las más misteriosas y las más impredecibles– de aquellas expresiones, sin importar de qué lengua proceden y con la única condición de que sean lo suficientemente extrañas. El libro se llama así, Lost in Translation, originalmente fue publicado en 2014 pero recién acaba aparecer en la Argentina bajo el sello El Zorro Rojo. El libro afronta a su modo, que siempre es un poco improbable, cincuenta palabras intraducibles. La explicación de cada término se corresponde con la ilustración, y entre las dos se consigue comunicar lo intraducible. Esta simple tarea abre un importante interrogante acerca de los límites del lenguaje y el poder de las imágenes a la hora de superarlos. Ciertas palabras –no importa si son adjetivos, sustantivos o verbos–, al no tener un término correspondiente unívoco en otra lengua, hacen que la traducción se convierta en algo equivalente a trepar una montaña embarrada. Y la razón es, en la mayoría de los casos, que lo que la palabra designa no tiene equivalente. Por ejemplo, ¿cómo explicar el significado del sustantivo sueco tretar y evitar la fosilización de la conversación sin llevar al interlocutor a la exasperación? Y sin embargo Sanders lo explica con simpatía, brevedad y resignación: es la tercera taza de café. A un concepto puede incluso adjudicarse un juicio de valor distinto; al parecer, para los holandeses, comportarse como un avestruz, que entierra la cabeza en la arena (mito urbano de improbable comprobación, pero bueno, entendemos de qué estamos hablando) es una actitud reprobable (a mí, en cambio, me parece una reacción admirable y digna de imitar) y por lo tanto merece un nombre que la defina: struisvogelpolitiek, “política del avestruz”. Muchas veces durante el proceso de traducción se pierde el sentido. Los japoneses, a diferencia de los occidentales, tienen en tan alta estima el hecho de tener la mente en blanco que le dieron un nombre a eso: boketto. Decir “tocino de la pena” no tiene el menor sentido, hasta que se nos explica que la palabra alemana kummerspeck alude a esas emociones que nos tragamos en grandes cantidades, como explica Sanders: “Desafortunadamente, estamos diseñados para encontrar consuelo en lo comestible y funciona, al menos hasta que un mes después pasamos por delante de una superficie reflectante”. La superficie reflectante es el espejo.

"Capacidad de comprender sistemas muy complejos, y de resolver con solvencia en lo concreto"

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El 29 de junio pasado, con la agudeza que suele exhibir cuando reflexiona, la escritora y traductora María José Furiópublicó la siguiente columna en El Trujamán. Allí se refirió al escándalo oportunamente desatado cuando la publicación de Finnegans Wake, de James Joyce, en versión del traductor argentino Marcelo Zabaloy. Si bien ya hemos dado espacio a esa polémica en este blog, recordamos que además de Zabaloy, participaron de la discusión el escritor español Eduardo Lago–parte interesada, como se verá–, Matías Serra Bradford y Román García Azcárate.

El crítico que pidió al traductor una cuerda para ahorcarlo
y recibió una tirita de papel

En 2016 se ha publicado una versión en español de Argentina del Finnegans Wake (1939), de James Joyce, obra del traductor originario de Bahía Blanca Marcelo Zabaloy, quien ya tradujo y publicó el Ulises. Varios aspectos se sumaban para convertir esta traducción, «la primera completa en español», en un acontecimiento y provocar un debate o varios, aprovechando no solo la inclinación iconoclasta de los argentinos sino también el carácter outsider del traductor. Éste no es un profesional en el sentido en que habitualmente usamos este adjetivo: Zabaloy (1957) trabajó durante décadas en un sector ajeno al ámbito intelectual –creí entender que en complejos tendidos de cableado informático para empresas y como entrenador de rugby–; llegó a la traducción por una mezcla de entusiasmo por el original de Joyce –cuando en 2004 su esposa le regaló el Ulises–, pasión descifradora –recurre a bibliografía experta para desentrañar sus dudas– y temeridad. Los pormenores de su andadura están recogidos en los sucesivos posts publicados en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Me interesa subrayar la dificultad de la crítica de traducción literaria, no solo cuando el idioma y su producción literaria son minoritarios, también cuando el original es difícil o, en el caso de Joyce, icónico. Los galones de obra maestra no se regalan; tampoco se otorgan a los don nadie, a los intrusos, a los parvenus, a los aventureros de cualquier arte. Y la traducción de obras maestras no puede ser cosa de cualquiera. Se olvida a menudo que es la crítica literaria, de obras traducidas o de obras originales, lo que tampoco puede abandonarse en manos de cualquiera, porque lo fundamental siempre es el rigor.

Este es el intríngulis del debate que emergió durante unas semanas de julio –mientras los españoles andábamos sonámbulos por el calor– en varias publicaciones argentinas, al que se sumaron algunos profesionales extranjeros, que se reunieron en el blog citado.

El aspecto significativo de la versión de Zabaloy es, según aplauden unos y critican otros, la radical opción «regionalista», con alusiones a personajes y circunstancias contemporáneas de Argentina como deliberada equivalencia del original joyceano, con juegos de palabras que no podrá comprender el lector de fuera del país. No lleva notas y, además, no la presenta un prólogo con firma de renombre susceptible de tranquilizar sobre la seriedad del empeño al lector interesado. Para aumentar el drama del atrevimiento, el editor que revisara «línea por línea» la versión del Ulises de Zabaloy falleció en el curso de la revisión del Finnegans, de modo que ésta se presenta sin los avales de cordura que tópicamente atribuimos a la presencia de un editor, correctores y otros colegas expertos.

En el transcurso de los rituales de presentación al público, se solicitó la opinión del escritor y traductor español Eduardo Lago, quien se mostró reticente sobre el resultado y discurrió sobre la profusión de referencias a la realidad argentina, incomprensibles para la mayoría de los ajenos a ella. Su reticencia y la críptica manifestación de respeto intelectual a Zabaloy me resultaron enigmáticas y, escarbando en Google, descubrí que Lago coordina actualmente la traducción de una nueva versión del Ulises, subvencionada por un ilustre organismo cultural mexicano. Es parte interesada en el negocio de las versiones de Joyce, y su enfoque aglutina típicos rasgos de seriedad academicista.

Ahora bien, el momento cumbre lo proporcionó Matías Serra Bradford, escritor y traductor, en una reseña crítica publicada en el diario Clarín. En pocas líneas se cargó los años de trabajo de Zabaloy utilizando como arma varias de las soluciones que éste ofrecía al peliagudo original. Poco después llegó una respuesta del traductor desvelando la mala fe con que había actuado el articulista. En resumen: entre la publicación del Finnegans y la de la reseña no mediaba tiempo suficiente para leer a fondo el libro, por lo que difícilmente pudo formarse una idea precisa de la calidad y el acierto generales.

Zabaloy publicó el intercambio de correos y cómo Serra Bradford utilizó los ejemplos que le brindó para usarlos de cuerda para ahorcarlo. El traductor no tenía en su agenda morir ese día ni de esa manera y dejó al desnudo la mala fe del crítico. A éste no le quedaba otra que justificar su tropelía y lo hizo encadenando sofismas, golpes en el pecho –«la ingenuidad propia es incapaz de proyectar el alcance del candor ajeno»– y lugares comunes: no había tiempo de leerlo completo persiguiendo los chistes encerrados ahí por un «bromista de ocasión» y, más, el Finnegans es en sí interminable. No obstante, ya en las primeras páginas encontró «cuestiones básicas» que lo «alejaron» de la nueva versión, que, dicho sea de paso, es intraducible…: imposible es también reproducir la musicalidad del original; no se puede leer una traducción pensando en el original para entender algo. Otro profesional encajó muy sagazmente la trayectoria profesional de Zabaloy en su empeño autodidacta de traducir a Joyce: posee la «capacidad de comprender sistemas muy complejos, y de resolver con solvencia en lo concreto».

Del ir y venir de artículos me interesó la posibilidad bien aprovechada de debatir, incluso cuando interviene la mala fe, que brinda Internet –esta polémica difícilmente sería rentable para una publicación especializada de pago–, medio que favorece la intervención de comentaristas extranjeros, como el de los traductores que a pie de post celebraban la iniciativa de Zabaloy en su particular versión –«completa, valerosa, valiosa y entregada: exigente consigo misma»–, subrayando su cercanía al espíritu de Joyce en la libertad de adaptar a la propia cultura una obra experimental «escrita en un extraño idioma políglota que puede incluir palabras en inglés, polaco, serbocroata e incluso persa, entre otras lenguas».

La atinada reflexión de Román García Azcárate, traductor y colaborador del suplemento Ñ, cerró la polémica, que había permitido «reflexionar sobre cuestiones centrales de la traducción literaria en general», esto es: «las eventuales fronteras entre el autor original y el intérprete, los derechos individuales y los comunes a ambos, la cercanía a la literalidady la transposición de lo intangible, las exigencias a menudo contrapuestas que plantean la fidelidad incondicional y la buena literatura».


Imperativos negativos que matan, o no

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Ya hemos dicho, en más de una oportunidad, que el dramaturgo, actor y director teatral Rafael Spregelburd es un tipo de genio. Lo que sigue es su columna del1 de julio pasado en el diario Perfil, de Buenos Aires.

Elogio de la redundancia

El francés me ha resultado siempre una lengua inacabada, con sus monosílabos y sus premoniciones de lo que el otro va a querer decir. Es imposible cambiar súbitamente de contexto en francés sin dar avisos de otro tipo, ya que la lengua no alcanza para avisar. El francés pronuncia idéntico “hasta mañana” y “a dos manos” (à demain y à deux mains), pero se toma el trabajo de escribirlo diferente. ¿Para qué? Mi espanto ante lo mal armado que está el francés no es más que un capricho de venganza: me niego a aprenderlo porque nadie (ni los franceses) resulta capaz de explicar sus reglas. Sin embargo, sí aprendí el inglés, donde pasa lo mismo y no me importa tanto.

De hecho, el inglés se ha estirado tanto que puede resultar mortal. Un diario italiano me recuerda un caso ejemplar. En 2015 una muchacha holandesa saltó al vacío en un viaducto en Santander porque su instructor de bunjee jumping le dijo en su inglés precámbrico No jump, y ella entendió –como mi celular– lo más cercano a lo correcto: Now jump. Del inglés la gente conoce más o menos sus palabras pero desestima su levísima gramática. Un imperativo es un indicativo, un sustantivo o un adjetivo, llegado el caso. El instructor está acusado de asesinato no por haber pronunciado mal una palabra sino por desconocer un imperativo negativo: Don’t jump.

Los hispanohablantes gozamos de una redundancia sensacional. Lo que se dice en castellano está reforzado tres o cuatro veces por todos lados; los verbos le pertenecen a una persona y no a las otras; los artículos blindan la información que ya está en el género y el número de adjetivos y sustantivos; las vocales son abiertas y no hay sitios intermedios entre ellas. Lo que perdemos en ligereza lo ganamos en claridad y podemos cambiar de contexto sin avisar al oyente y también evitar saltar de un puente si la cuerda no está atada. No obstante, el accidente ocurrió en la propia España.

Tal vez no la mató el lenguaje, sino el deporte extremo. U otra cosa.

Una noticia de mierda para empezar la semana

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Publicado sin firma en Página 12 del pasado viernes 7 de julio, el suelto da cuenta del proceso de acumulación de sellos que viene efectuando Penguin Random House, que, junto con el Grupo Planeta, compone la dupla de claros villanos del mundo editorial de la lengua castellana. Luego, a pesar de lo que diga el sonriente Markus Dohle (foto), consejero delegado de PRH, el grupo, al menos en España, está despidiendo empleados, lo cual es curiosa forma de “dar la bienvenida” a alguien.

La era de las editoriales-mamushka

Todos los caminos del mundo de la edición conducen a la concentración de la concentración, como mamushkas que albergan hasta 40 sellos editoriales. ¿Habrá un límite a esta vertiginosa expansión o el “orden” editorial continuará en movimiento, respondiendo a una especie de “lógica darwinista” que consiste en fagocitar sellos pequeños, medianos y grandes? Penguin Random House (PRH) anunció que finalizó el proceso por la adquisición de los sellos de Ediciones B, antes propiedad del Grupo Zeta, que compró por 40 millones de euros en marzo. PRH, que alcanza una posición en el mercado similar a la del grupo Planeta, su principal competidor, publicará más de 1700 títulos al año y tendrá en sus catálogos a más de 8.500 autores en español y traducciones al español y catalán de obras de ficción y no ficción para público infantil, juvenil y adulto, en formato en tapa dura, rústica, de bolsillo y digital, tanto ebooks como audiolibros.

En el plantel de PRH hay varios premios Nobel de Literatura como Alice Munro, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, José Saramago, Doris Lessing, J. M. Coetzee, Orhan Pamuk, V. S. Naipaul, Günter Grass, William Faulkner, Ernest Hemingway, Elfriede Jelinek, Herta Müller y Svetlana Alexiévich; premios Cervantes como Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes, Juan Marsé y Rafael Sánchez Ferlosio; autores españoles como Javier Marías, Javier Cercas, José María Merino, Rosa Montero, Ray Loriga y Arturo Pérez–Reverte; el reciente ganador del Premio Man Booker, el israelí David Grossman; escritores en lengua inglesa como Joyce Carol Oates, Chuck Palahniuk, Stephen King, Salman Rushdie, David Foster Wallace y Philip Roth; y latinoamericanos como Julio Cortázar, Roberto Bolaño, Laura Restrepo, Jorge Volpi, Tomás Eloy Martínez, Juan Gabriel Vásquez, Santiago Roncagliolo, Rodrigo Fresán y Samanta Schweblin, entre otros de un listado que parece infinito. A estos nombres se unirán los que se incorporan de los sellos de Ediciones B como Sarah Lark, John Katzenbach, Patricia Cornwell, P.D.James, Anne Rice, David Baldacci, Deepak Chopra y Bernardo Stamateas.

“En Penguin Random House nos complace dar la bienvenida a los empleados y los autores de Ediciones B a nuestro grupo editorial para celebrar la creatividad y el éxito que siempre han acompañado a ambas empresas”, dijo Markus Dohle, consejero delegado de PRH. “Con esta adquisición, ampliaremos la proyección de Penguin Random House Grupo Editorial y consolidaremos nuestra posición como líderes mundiales en el sector de las publicaciones generales en lengua española”. Los sellos editoriales de Penguin Random House Grupo Editorial serán: Aguilar, Alamah, Alfaguara, Altea, Arena, Beascoa, Bruguera, Caballo de Troya, Cisne, Cliper, Collins, Companhia das letras, Conecta, Debate, Debolsillo, Ediciones B, B de Books, B de Bolsillo, EnClave, Flash, Grijalbo, Literatura Random House, Lumen, Montena, Nova, Nube de tinta, Objetiva, Penguin Clásicos, Plaza & Janés, RAE, Reservoir Books, Rosa dels vents, Sudamericana, Suma de Letras, Taurus y Vergara. La última gran adquisición de PRH fue la compra de los sellos de ediciones generales del grupo editorial Santillana, la empresa que pertenecía al grupo Prisa, por 72 millones de euros en marzo de 2014, que implicó la incorporación de los sellos Aguilar, Alfaguara, Punto de Lectura, Suma de Letras y Taurus.

La traductora Julia Benseñor se postula para integrar el directorio de CADRA

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Queridos colegas:

Les escribo a quienes estén asociados a CADRA para contarles que este miércoles a las 18:30 es la Asamblea anual en la que se elegirán a los nuevos miembros del Consejo Directivo tanto de editores como autores.

Magdalena Iraizoz, directora de la institución, invitó a los traductores a que nos presentáramos por primera vez en nuestra condición de autores y desde allí generar actividades en el marco de CADRA que permitan acercar a editores y autores para ayudar a que comprendan la naturaleza de nuestro trabajo y las condiciones en que lo desarrollamos.

Decidí recoger el guante y me postulé porque pienso que hasta tanto se pueda sancionar una ley de traducción podemos llevar a cabo acciones que poco a poco lleven a mejorar las prácticas vigentes y, con mucho viento a favor, modificar los usos y costumbres.

Si están de acuerdo con la iniciativa los invito a comunicarse conmigo al mail juliabensenor@gmail.com para que, en el caso de querer votarme, pueda suministrarles el formulario correspondiente, que funciona como poder para votar. Sólo deberán firmarlo e indicar su número de DNI. Pero aclaro: quienes deseen votar tienen que estar asociados a CADRA. Si no, el voto no cuenta.

Un saludo muy cordial,

Julia

PD: Perdón por el aviso tan sobre la fecha. Claramente es la campaña política más breve de la historia.

Algunas observaciones basadas en la experiencia y dos reflexiones antipáticas

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1) Se traduce un texto difícil, se busca remedarlo de la mejor manera posible. Aparentemente, se logra. Todo el mundo dice que se lee bien, que no suena a traducido. Luego, alguien, en un diario o revista, habla sobre el estilo del autor en cuestión, como si no hubiese mediado nadie entre el original y el texto en castellano. El traductor fue borrado por completo. Su trabajo es del todo invisible. De hecho, su nombre ni siquiera está en la cubierta del libro.

2) El texto difícil viene precedido por un prólogo, especialmente encargado por el editor. El traductor, ahora devenido prologuista, encuentra una serie de datos que nunca antes habían sido difundidos. Son frutos de su propia investigación. Firma esos datos con su nombre, sin olvidar poner cuáles son las fuentes de donde los obtuvo. Luego, se hace la reseña del libro y ésta reproduce puntualmente todo lo que dice el prólogo, pero no menciona que esos datos fueron puestos al alcance de todos por el prologuista que, recuérdese, es el mismo traductor. A los que escriben la reseña no se les mueve un pelo. De hecho, buena parte de los lectores los considera "gente culta".

3) Se estrena un espectáculo en el cual el traductor ha trabajado durante muchos meses. El resultado es correcto, incluso digno, y para la mayoría de los espectadores, la única referencia posible de un original desconocido. Los críticos van a ver el espectáculo, elogian al director, elogian a los intérpretes. Hablan del texto como si éste hubiese sido escrito originalmente en castellano. Nadie menciona que la materia sobre la que ellos trabajaron es un texto traducido de un original en otro idioma. Mucho menos se menciona el nombre de quien tradujo.

Los traductores viven de su trabajo y la única herramienta con la que cuentan para seguir trabajando es el módico prestigio que puedan alcanzar gracias a su esfuerzo. Si los "críticos" –para llamar de algún modo a esa cáfila que comenta contratapas en los suplementos literarios– no se dan cuenta de que un texto traducido es el fruto del trabajo de alguien, tal vez valdría la pena hacer algo más para sensibilizarlos. Por caso, enseñarles a leer.  

Mientras tanto, hay colegas que padecen états d'âme y se rasgan las vestiduras discutiendo sobre la necesidad de la invisibilización del traductor. Es posible que vivan de otra cosa. O tal vez se casaron bien.    


Otra noticia de mierda para promediar la semana

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Thomas Rabe (al centro) y miembros de su banda. Nótese en la izquierda la
expresión satisfecha, como para enfrentar el futuro, de Markus Dohle


Ayer, 12 de julio, Silvia Friera publicó en Página 12 un suelto a propósito de lo que está ocurriendo en Penguin Random House. Los lectores que quieran corroborar cuánta gente se queda sin trabajo pueden leer esta nota, en sintonía con la publicada el lunes 10, donde se desmentía a Markus Dohle, consejero delegado de la empresa, quien afirmaba que, con la anexión de Ediciones B al grupo, no iba a haber despedidos.

Más cambios en la industria editorial

Los movimientos sísmicos se propagan concéntricamente. Hay terremoto cuando esas vibraciones llegan a la superficie. Los desplazamientos al interior de la principal empresa editorial del mundo, que vende anualmente unos 800 millones de libros, no afectarán la autonomía de las 250 casas editoriales, distribuidas en cinco continentes, que publican más de 15.000 títulos nuevos cada año y facturan 3.400 millones de dólares. Los números, a simple vista, impactan por su magnitud. Hace una semana, Penguin Random House (PRH) finalizó la adquisición de los sellos de Ediciones B, antes propiedad del Grupo Zeta, que compró por 40 millones de euros en marzo. El grupo de comunicación alemán Bertelsmann anunció ayer que aumentó su participación del 53 al 75 por ciento en el grupo editorial PRH. El grupo británico Pearson, que controlaba el 47 por ciento del grupo, ha reducido su participación al 25 por ciento. La sorpresa “en la escala de Richter” la constituye el hecho de que Pearson había declarado, a principio de este año, que analizaba ceder la totalidad de su participación en esta empresa creada el 1° de julio de 2013, tras la fusión de Random House (Bertelsmann) y Penguin (Pearson).

El valor total de Penguin Random House, para esta operación, se fijó en 3.550 millones de dólares. Pearson informó que la venta de su participación, combinada con una recapitalización de esta editora, le daría un ingreso medio de 968 millones de dólares. En abril de 2018 cobrará 66 millones adicionales. Pearson, que sigue a pie juntillas el libreto neoliberal, esgrimió que sus cuentas no cierran por las dificultades de su actividad educativa de alto valor agregado en Estados Unidos. “Ajustar” es el verbo que mejor conjugan en todos los modos y tiempos. En enero de 2016 suprimió 4.000 puestos de trabajo para hacer frente a la desaceleración de la demanda. La empresa británica había reorientado sus actividades hacia el sector educativo luego de la venta en 2015 del diario Financial Times y de su participación en The Economist.

“La de Penguin Random House es una historia exitosa. Hemos completado la integración en poco tiempo; el grupo es el número uno por excelencia en todo el mundo en el sector de las editoriales”, declaró Thomas Rabe, presidente de Bertelsmann. “El negocio de los libros forma parte de la identidad de Bertelsmann desde hace más de 180 años. La transacción es muy atractiva desde el punto de vista económico, dado que la participación en beneficios de los accionistas de Bertelsmann aumentará en más de 60 millones de euros”, agregó Rabe. El grupo alemán se asegura con la mayoría del 75 por ciento más derechos de gobierno en Penguin Random House, que tendrá que nombrar al presidente del consejo de administración próximamente. Markus Dohle, miembro del comité ejecutivo de Bertelsmann y consejero delegado de Penguin Random House desde la fusión, seguirá dirigiendo la empresa. “Todo lo que Bertelsmann y Pearson han negociado y decidido es el símbolo de continuidad y estabilidad para Penguin Random House; por eso es también la mejor solución posible para autores, socios, editores y todos los empleados”, planteó Dohle.

PRH, que publicará los libros de Michelle y Barack Obama, ha editado la saga Game of Thrones (Juego de tronos) de George R.R. Martin y muchos otros best sellers como Cincuenta sombras de Grey de E.L.James y El código Da Vinci de Dan Brown. En el plantel hay 70 premios Nobel de Literatura, entre los que se destacan Alice Munro, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, José Saramago, Doris Lessing, J.M.Coetzee, Orhan Pamuk, V.S.Naipaul, Gunter Grass, William Faulkner, Ernest Hemingway, Elfriede Jelinek, Herta Müller y Svetlana Alexiévich.

Síganla, no los va a defraudar...

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Julia, antes de la elección de CADRA
cuando todavía viajaba en colectivo.

Finalmente, la elección para elegir la nueva junta directiva de CADRA tuvo lugar y triunfo el bien. Así que, gracias a los traductores asociados que la votaron, Julia Benseñor es la primera traductora en ocupar un cargo dentro de la institución.

El breve discurso que envió cumplimentado el trámite es éste:

"Les agradezco el apoyo. Aprovecho para decirles, sobre todo a los que no me conocen, que me postulé con el compromiso de representar a los traductores y para aprovechar ese espacio integrado por editores y autores para visibilizar nuestra tarea y generar iniciativas que lleven al reconocimiento y a la mejora de  nuestras condiciones de trabajo."

En síntesis, de eso se trata: de trabajar conjuntamente para visibilizar nuestra tarea e intentar hacerles comprender fundamentalmente a los editores, mayoría en CADRA, la dificultad de nuestra labor, la necesidad de reglas claras, tarifas adecuadas a la realidad y el debido respeto que merecemos. Ojalá Julia pueda llevar a ese foro estas reivindicaciones.

Como nota al pie, vale la pena decir que sorprende que, a la fecha, sean tan pocos los traductores asociados a esta institución, encargada de recolectar los derechos reprográficos de las obras que producimos. Sobre todo, cuando estar asociado (trámite mínimo en verdad) redunda en que todos los años se nos pague religiosamente un porcentaje de lo recaudado, sin que tengamos que hacer prácticamente nada.


"La lengua no es solo un medio de comunicación."

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El pasado 26 de junio, la agencia TELAM subió a su portal la siguiente entrevista sin firma, con la filósofa y traductora francesa Barbara Cassin, por entonces de visita en Buenos Aires.

Hay que erradicar la creencia 
de que hay lenguas mejores que otras

Barbara Cassin (Parí­s, 1947), una de las principales pensadoras francesas contemporáneas, se mueve en una escena heterodoxa que bucea en las raíces de la filosofía antigua para pensar conflictos del mundo contemporáneo: así lo hizo por ejemplo en Googleame (2008), un texto que analiza las relaciones entre las corporaciones, los estados y las democracias a la luz de las configuraciones planteadas por el famoso motor de búsqueda fundado en 1998 por Larry Page y Sergey Brin.

Discípula del filósofo alemán Martin Heidegger y en la actualidad directora del Centro León Robin que depende de la Universidad de la Sorbona, esta doctora en Filosofía y Letras ha escrito también textos como El efecto sofístico y Nuestros griegos y sus modernos, en los que trabaja la influencia de la sofística en la historia del pensamiento, el psicoanálisis, la polí­tica o la literatura.

Cassin llegó en estos días a Buenos Aires invitada por el Instituto Francés en la Argentina para participar de la presentación del libro Un pasado criminal–una colección de ensayos sobre la memoria colectiva– y para disertar en La Noche de la Filosofía, con una ponencia centrada en la traducción, otro de sus focos temáticos. En diálogo con Télam, la filósofa francesa se refirió a su texto “Decir la verdad, producir la reconciliación, fallar en la reparación”, incluido en la compilación del politólogo argentino Lucas Martin, que pone en diálogo el proceso que inició en 1995 la sociedad sudafricana para saldar cuentas con el régimen del apartheid con los juicios a las Juntas Militares llevados adelante en la Argentina para juzgar a los responsables de la última dictadura militar.

–El libro Un pasado criminal se abre con un ensayo suyo en el que revisa el proceso que llevó adelante el estado sudafricano para dejar atrás los traumas que generó el apartheid ¿Cómo evalúa este proceso que privilegió el esclarecimiento de los crímenes de Estado por sobre el castigo a sus responsables?
–La Comisión para la Verdad y Reconciliación fue un invento extraordinario que llevó adelante el estado sudafricano en un momento particular donde no había vencedores ni vencidos. Esta instancia fue elegida para evitar un tribunal como el de Nuremberg, porque si se hubiese dado un proceso similar al de esa ciudad alemana de seguro hubiera ocurrido un baño de sangre: las fuerzas del orden eran bóers, es decir, pertenecían a un gobierno que nunca había sido elegido por elecciones libres. Si estas fuerzas intuían que iban a ser condenadas, otra clase de proceso hubiera sido imposible. El propósito de la Comisión fue articular la verdad para la reconciliación y recoger los pedidos de amnistía. Para que un acto sea amnistiable se necesitan tres condiciones: que haya sido cometido en un lapso del tiempo definido –el tiempo del apharteid–, que esté ligado a un hecho político y que sea enteramente revelado. Esta última condición fue genial porque obligó a los perpetradores a decir la verdad para ser amnistiados. Si hubiese habido una justicia punitiva, en cambio, estos hombres hubiesen escondido para siempre lo que hicieron. Por otro lado, esta instancia estuvo encadenada con el accionar de la Comisión de Reparación, que decidía en cada caso cómo retribuir la pérdida de un padre, un hijo, etcétera. Ninguna reparación es digna de ese nombre pero hubo una tentativa interesante de hacerle pagar a las empresas y a las instituciones el daño provocado.

–¿Qué relación se puede establecer entre el modelo aplicado en Sudáfrica y los criterios que guiaron el Juicio a las Juntas de la dictadura militar argentina?
–Argentina y Sudáfrica afrontaron de manera distinta la relación con su pasado. En definitiva, fueron contextos diferentes los que hicieron optar por modelos distintos, uno con más énfasis en la justicia y el otro en la verdad. En el caso sudafricano, la consigna fue toda la verdad a cambio de la libertad. Se pensó en una justicia transicional antes que en una justicia punitiva. En la Argentina, en cambio, el juzgamiento a los militares que cometieron delitos durante la dictadura se realizó en el marco de un proceso judicial normal. Por lo tanto, los perpretradores de esos crímenes hicieron todo lo posible por ocultar esos crímenes. Como el procedimiento no fue hecho para que la verdad sea dicha sino para impartir justicia, la verdad quedó finalmente relegada. Más tarde se podría haber pensado en castigos más laxos a cambio de un mayor nivel de confesión, pero igual no hubiera tenido el mismo efecto de verdad.

–Usted ha acuñado el concepto de globish, que designa el proceso de homogenización en los usos de los lenguajes nativos producto de su relación con el buscador Google. ¿Cuáles son sus alcances y en qué medida su masificación puede generar a futuro una depredación de las identidades culturales?
–El concepto de globish surge en mi libro Los intraducibles. Lo escribí porque empecé a percibir en Europa la aparición de dos enemigos: por un lado precisamente el globish, es decir, la homogeneización a través de una no lengua, mejor dicho, de una lengua de nadie, que se puede percibir como un producto del capitalismo. Si uno mira sus efectos, el globish sirve para ordenar y producir jerarquías. Creo que no es descabellado pensar en la amenaza de un lenguaje único de la comunicación. Contra ese riesgo, creo que todos deberíamos manejar una segunda lengua además de la materna. El globish es un lenguaje de servicio pero no una lengua para la transmisión de una cultura. Está basado en el inglés pero no debe confundirse con él. El segundo peligro que detecto es el del nacionalismo ontológico. A la manera de Heidegger, el peligro de arraigar una lengua a una nación, a una raza. Hay que erradicar la tendencia a creer que hay lenguas mejores que otras, más aptas para decir el ser. Esto se entronca con lo que decía antes: la lengua no es solo un medio de comunicación. Produce cultura. Por eso creo que es necesario complejizar la relación entre lengua y nación. Y eso no se logra ni con el globishni con el arraigo en una lengua.

–¿Por qué a diferencia del mito babélico de la disparidad de lenguas como disparador para la incomunicación usted cree que merece reinvidicarse la diversidad de idiomas y dialectos?
–Se necesita de la diversidad de lenguas, como parte de la diversidad de los ciudadanos. Las palabras tienen historias que nos permiten una mejor comprensión de lo que significan y cómo podemos utilizarlas. Cada palabra es el resultado de una historia y una serie de representaciones, pero solo adquiere su significado, que designa una cosa y no otra, en su diferencia con otras palabras de la misma lengua.


La edición, "unas gotitas de Walter Benjamin", etc.

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Damián Tabarovsky publicó la siguiente columna en el diario Perfil, el 2 de julio pasado. En ella se refiere a una nota que Daniel Gigena les hizo a Patricia Piccoliniy Alejandro Dujovne en el diario La Nación  el 27 de junio de este año y que fue subida a este blog el 4 de julio que pasó. Parece todo muy difícil, pero si lo piensan un poco, verán que no. Y vale la pena leer ambas notas en secuencia.


Una nota en el diario

¿Cuándo fue que la edición se puso de moda? No lo sé. Sé, en cambio, que la carrera de Edición es la que más inscriptos ha tenido en los últimos años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Lo sé por un muy buen artículo de Daniel Gigena, aparecido el domingo pasado en Ideas de La Nación. Es una entrevista conjunta a Patricia Piccolini, directora de esa Carrera, y a Alejandro Dujovne, investigador del Conicet, uno de los coordinadores del Núcleo de Estudios sobre Historia y Sociología del Libro y la Edición. La sola presencia de esa nota en un medio masivo puede ser pensada como un síntoma: el de la posibilidad creciente y bienvenida de pensar la edición como un objeto relevante, en el cruce de la cultura, la ideología, la política y la economía, es decir, en el corazón de la episteme de una época. Pocas cosas me interesarían más que leer una buena historia de la edición argentina en ese registro (también de otros países latinoamericanos, como México). Es tal vez éste un momento incipiente, pero la aparición de esta preocupación no deja de interesarme sobremanera. Hubo un tiempo (¿cuánto hace?, ¿veinte años?, ¿treinta?) en que la carrera de Comunicación Social de la UBA se debatía entre un perfil, predominante en esa época, más bien técnico (básicamente: formar empleados para la comunicación de masas, a los que se les daba de paso unas gotitas de Walter Benjamin), y uno más intelectual, más crítico (posición que entonces no llegó a prosperar por múltiples razones, entre ellas por la baja erudición del plantel docente que defendía esta postura, cuya mayoría también había consumido sólo unas gotitas de Walter Benjamin). Con el paso de los años, por razones que me exceden, la situación parece haber cambiado. Hablo con la impunidad que me da la lejanía. Pero precisamente desde esa lejanía puedo observar dos rasgos muy interesantes. Por un lado, una evidente vocación política de muchos de los cuadros surgidos de allí (pienso en la importancia que tuvo esa carrera en la redacción y el debate de la Ley de Servicios Audiovisuales, ley que fue dada de baja de manera tan esperable como oprobiosa por Macri) y en la aparición de egresados que se suman al mundo cultural, mucho más allá de la comunicación en sentido estricto (conozco editores, escritores, directores de cine, etc., egresados de allí). Quizás a los estudios sobre edición les toque lo mismo, y poco a poco se vaya abandonando una mirada técnica y, en el mismo horizonte que el Núcleo de Estudios…, pueda surgir una generación que comience a pensar la edición de manera crítica, como un prisma que permite ver el estado de la cultura en un momento dado.

Entre tanto, en la nota, Dujovne vuelve una y otra vez, con absoluta razón, sobre el histórico déficit de políticas públicas sobre el tema (que incluye, desde el vamos, la promoción de la lectura). No se trata sólo de la clásica demanda (por cierto justa) de los (pequeños) editores ante la ausencia de subsidios y subvenciones a la edición, ni tampoco de la también justa percepción de que el ajuste brutal llevado a cabo por Macri, en alianza con la inmensa mayoría de la clase política, pone en riesgo el mercado editorial (¡muéstrenme un país con un universo editorial activo sin un mercado interno con capacidad de consumo!), sino también de intentar pensar críticamente los efectos socioculturales de esa situación.

Un Quijote brasileño

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La historia de una muy exitosa traducción del portugués al castellano de Don Quijote, el libro escrito por Miguel de Cervantes y publicado en Madrid en 1605/1615, que fue adaptado para el público infantil en 1936 por el famoso editor/escritor/traductor brasileño Monteiro Lobato y publicado con el título Dom Quijote das Crianças fue el tema de la reunión de ayer del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires

Gracias a Silvia Cobelo, nos enteramos de que la obra que ya había llegado a varios países de habla portuguesa, fue traducida en Buenos Aires en 1937 por Benjamin de Garay (editorial Claridad). Luego, en 1944 hubo otra traducción, Don Quijote de los niños, firmada por el hasta hoy desconocido(a) M.J. de Sosa, en una edición que integró una colección infantil (26 libros) de Americalee y después, por Losada, en la esa versión que conquistó Argentina y toda América Hispana. Actualmente la editora Losada está republicando esa misma colección infantil, con las traducciones originales, pero con nuevas ilustraciones.

Próximamente podrá verse el video de esta charla.


Silvia Cobeloes traductora literaria (portugués, inglés y castellano) y guionista graduada por la UCLA. Nacida en Buenos Aires y radicada en San Pablo desde 1966, se especializó en traducciones y adaptaciones de las obras de Cervantes, con investigación de maestría y doctorado [FFLCH-USP] sobre la recepción de Don Quijote en Brasil. Actualmente investiga las adaptaciones intersemióticas para el Carnaval, además de películas, obras de teatro y otros elementos semióticos. Investigadora senior en tres grupos de investigación del CNPq: GREAT (Grupo de Estudio de Adaptación y Traducción) liderado por el Dr. John Milton (USP); Estudios y Traducciones del Teatro Español Clásico y Contemporáneo dirigido por el Dr. Miguel Ángel Zamorano Heras (UFRJ) y Cervantes: poética, retórica y formas discursivas en España de los siglos XVI y XVII, encabezado por la Dra. María Augusta da Costa Vieira (USP). Miembro activo de asociaciones españolas/cervantistas y Estudios de Traducción/Adaptación, participa en los principales eventos y publicaciones dentro de esos campos. Sus trabajos han sido incluidos en diversos libros. Ha producido de guiones originales, además de crónicas, cuentos y novelas.
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