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La RAE ahora también se ocupa de pospelotudeces

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La RAE, siempre atenta al habla de los locutores, ha decidido aceptar un neologismo traducido directamente del inglés para su inclusión en el “nuevo” diccionario virtual. Eso cuenta el siguiente suelto sin firma, publicado en el diario El Espectador, de Colombia, el pasado 29 de junio.

La RAE incluirá en su diccionario la palabra "posverdad"

La "posverdad", una palabra que se ha popularizado no solo en el país con el proceso de paz entre el Gobierno y las Farc sino también internacionalmente con la era de Donald Trump, será incluida en el diccionario de la Real Academia Española en diciembre, según lo anunció este jueves su director, Darío Villanueva.

"Aparecerá a finales de año como neologismo en la primera actualización de nuestro Diccionario de la lengua española, ofrecido gratuitamente en la red", indicó Villanueva citado en un comunicado.
Posverdad refiere "a toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público", explicó el comunicado.

El término es una traducción de la expresión inglesa "post-truth", que fue elegida como palabra del año por el diccionario Oxford en noviembre pasado, ante la popularización de su uso en el contexto de la votación del Brexit y las elecciones que ganó Donald Trump en Estados Unidos.

En una conferencia sobre "Verdad, ficción, posverdad", Villanueva indicó que este último término, "interesante a la vez que preocupante", tiene antecedentes políticos y literarios, por "el potencial (...) que la Retórica tiene para hacer locutivamente real lo imaginario, o simplemente lo falso".

El creciente uso de la palabra es una señal de que en la actualidad "lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva", agregó.

"La escisión en nuestro país, como en el tuyo, es tal que los que leen ficción o poesía internacional son en altísimo porcentaje los que votan por quedarse en la UE o los que votan contra Trump"

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Daniel Hahn

CR (Conversational Reading) es el blog que Scott Esposito –co-autor of The End of Oulipo?(Zero Books, 2013 ) y frecuente colaborador literario de numerosos diarios y revistas estadounidenseslleva desde 2004. En su entrada correspondiente al 23 de junio pasado hay una conversación entre él y el escritor y traductor británico Daniel Hahn, ganador del International Dublin Literary Award, quien decidió donar parte del dinero ganado con el premio para crear TA New Translation Award, un premio para traductores y editores nóveles. Sobre eso y otros temas trata lo que sigue, que se ofrece aquí en traducción de Julia Benseñor.

El traductor Daniel Hahn ganó el International Dublin Literary Award y decidió donarlo para crear 
el TA New Translation Award

A principios de esta semana, el escritor angoleño José Eduardo Agualusa recibió el International Dublin Literary Award por su novela A General Theory of Oblivion[traducida por Edhasa como Teoría General del Olvido]. Daniel Hahn, como traductor de este libro al inglés,también recibió el premio, de modo que la suma de €100,000 fue dividida entre autor y traductor, que recibieron €75,000/€25,000, respectivamente.

Daniel de inmediato tomó la decisión de donar la mitad de su parte para instaurar un nuevo premio a la traducción, el TA First Translation Prize, que otorgará £2,000 a un traductor novel y a su editor.

Me contacté con Daniel para que me explicara más sobre el nuevo premio, la razón por la que donaba parte de que había obtenido y para conocer su opinión acerca de qué podían hacer los traductores para insertarse en el mercado laboral. A continuación, la conversación que mantuvimos.

En las palabras que pronunciaste cuando anunciaste tu intención de donar la mitad del premio International Dublin Literary Award con el fin de crear un nuevo premio para traductores novatos, dijiste que la traducción “sigue siendo difícil para quienes quieren empezar”. ¿Cuáles son algunas de las dificultades que existen a la hora de insertarse en el mercado laboral y cómo contribuye este premio a resolverlas?
–En este momento, hay más gente que quiere traducir que el trabajo que existe para mantenernos a todos tan activos como quisiéramos (problema que retomaré después). Esto significa que hay competencia (lo cual no está mal), pero también sucede que a las editoriales –que comprensiblemente le tienen aversión al riesgo– les es relativamente más fácil quedarse con los pocos traductores que ya conocen que abrir el juego, salvo en muy raras situaciones. Por supuesto que eso me conviene en el plano personal, pero termina siendo problemático, y una de las razones es que,por lo general, es a través de los nuevos traductores que nos enteramos sobrenuevos escritores, que nos abrimos a nuevos idiomas, etc.
En la lista de traductores preseleccionados para el Dublin Award había otra candidata que, como yo, acompañaba al autor con el que había debutado como traductora (mi primer autor fue Agualusa), y otros dos traductores brillantes en los albores de sus carreras. Así que espero que el premio permita recordarlesa los editores las posibilidades que se abren cuando se decide trabajar con quienes recién empiezan y, por supuesto, ayudar con reconocimiento a los traductoresy que eso les haga más fácil no sólo ingresar a esta profesión sino quedarse: a un traductor novato que gana un premio tal vez le resulte más fácilfirmar un segundo o tercer contrato.

–¿Creés que con más premios se fortalece el lugar que ocupan las traducciones en el campo literario del Reino Unido?Qué otras cosas, además de premios, se necesitan para darle mayor presencia a la literatura traducida y convertirla en una fuerza más vital dentro del mundo literario del Reino Unido?
–Es raro, pero no creo que el problema sea que falten premios. Tenemos tantos, tantos premios. Premio a obra publicada, a obra inédita, de poesía y de prosa y también premios a libros infantiles, premios a obras escritas en una amplia gama de lenguas diferentes, etc., etc. Tener demasiados premios puede ser tan complicado como tener muy pocos. (La mayoría, para que realmente funcionen, dependen de la publicidad y del reconocimiento, y esos recursos son limitados). Pero los premios destinados estratégicamente a ayudar a resolver un problema en particular, o a rectificar determinado desequilibrio, sin duda pueden ayudar, aunque sólo sea por un tiempo. Creo que la literatura traducida en el Reino Unido viene ganando ya mucha vitalidad en estos días y, sí, es verdad que hay algunos premios que han contribuido a que así sea, pero los que más ayudan son (como el Dublin Award) aquellos que no premian la “calidad traductora” de un libro. Por una parte, nos beneficia que la traducción, su práctica, sea más visible, se discuta y se entienda más, pero también nos beneficiamos por estar en el mainstream.

–También comentaste que estás “tan seco como el próximo traductor”, toda una caracterización de la realidadeconómica de esta profesión y que seguramente no despertaría demasiado disenso. Pero también sos uno de los traductores que más trabaja, estás entre los más buscados, de modo que me da curiosidad escuchar tu opinión sobre cómo podría hacer un traductor para vivir de su profesión (o al menos para que esta pasión no derive en bancarrota). ¿Qué consejo le darías a los que recién se inician?
–Yo no creo que la traducción literaria te lleve necesariamente a vivir una vida de penurias.Mis honorarios varían, pero en promedio cobro entre £95 / $140 cada mil  palabras. Y creo que está bien, en general. No hace falta que diga que algunos libros son más difíciles que otros y que los honorarios no varían al punto de reflejar esa diferencia, lo que significa que tengo que asegurarme de traducir algo fácil (es decir rápido) para compensar los librosdifíciles, o sea, más lentos. Tampoco tengo problemas con eso. (Si trabajás por £95 cada mil palabras y te empecinás en traducir sólo ese tipo de libro que requiere que avances a paso de tortuga haciendo sólo cuatrocientas palabras por día, entonces sí estás en problemas). Me gustaría que los honorarios variaran más según los desafíos de cada libro (lo que es absolutamente improbable que ocurra), pero aun así no creo que nuestros honorarios por millar sean tan terribles. Tengo otros trabajos también y, sin embargo, pago el alquiler con mis traducciones. Sí, sé que no todos trabajan con las tarifas que trabajo yo, pero muchos, incluso muchos que recién se inician, cobran lo mismo que yo).
La principal dificultad es, como dije antes, que no hay suficiente trabajo para todoslos que quieren trabajar. Si podés traducir cuatro o cinco libros de una extensión normal por año, podés vivir de eso, sin lujos, pero podés llevar una vida razonable. Sólo que no hay suficientes libros para todos los que quieren trabajar como traductores. Y ahí sí se complica llegar a fin de mes cuando no tenés otras fuentes de ingreso.
La buena noticia, en cambio, es que la traducción es totalmente compatible con otro trabajo. Si recién debutás como traductor (¡bravo!), no esperes tener un flujo constante de trabajo desde el principio, es decir, traducir cuatro o cinco libros al año siempre. Un díavas a lograr ese primer contrato que te llenará de emoción; luego vas a tener que esperar hasta que aparezca el segundo o tercer contrato y quizás todavía más para obtener el cuarto, de modo que necesitarás llenar esos blancos con otro trabajo rentado. Esotambién está bien. Es difícil pensar en  una profesión en la que sólo te ocupes de la mejor parte desde el  preciso instante en que te iniciás.

Con tus logros como traductor, sos claramente un referente de la profesión en muchos sentidos. Por eso creo que es importante que hayas elegido devolverle de manera tan visible a la profesión lo que ella te dio a lo largo de tu carrera laboral. En tu opinión, quienes trabajamos en esto los traductores, las editoriales, los editores, escritores, periodistas, críticos, etc.–,¿tenemos un compromiso de retribuirle algo a nuestra profesión?
–Mmm, yo no me atrevería a decir que la gente debe retribuir algo, sobre todo no diría que esa retribución tenga que hacerse mediante dinero. (Algo que sí me preocupócuando pensé en este nuevo premio era siotros traductores se sentiríanpresionados o incómodos en el caso de ganarlo y eligieran no devolver nada...) Todos atravesamos distintas circunstancias: yo no nado en dinero, pero soy consciente de que puedo vivir de lo que hago de año a año y no tengo a nadie a cargo, así que dar un poco del dinero que me llega sin que lo espere no es gran cosa ni representa demasiado sacrificio. Si hay otros que están en condiciones de hacer una devolución, genial; pero si no, no me corresponde juzgar.
Pero si bien no quiero pronunciarme sobre si tenemos que devolver algo a la comunidad, sí celebro precisamente el hecho de que tantos elijan hacerlo. Las personas que traducen libros y publican traducciones y abogan por la literatura internacional conforman la tribu más solidaria, optimista y generosa de la que he formado parte alguna vez. Cada persona que conozco hace mucho más de lo que debe por lo que le pagan; todos están motivados por un sentido de comunidad, de cumplir una misión o de trabajar por el bien común. Cada traductor experimentado que conocí dedica tiempo para ayudar a los colegas que vienen detrás. (Cuando armé el programa de tutorías hace seis años, en parte fue porque la tutoría detraductores ya estaba ocurriendo todos los días de la semana, sólo que de manera informal, impredecible y no rentada…) Muchos de mis amigos más cercanos son traductores o personas que trabajan en el mundo de la traducción y nos hemos hecho amigos no por traducir juntos, sino porque participamos en algún proyecto solidario o en algún comité de becas, organizamos un evento para la comunidad, armamos un plan, charlamos ideas para un nuevo proyecto –no por el dinero, sino como aporte “al bien general”, si querés ponerle un nombre–, ofreciendo nuestro tiempo o conocimiento o solidaridad o lo que se pueda. Mi contribución con este nuevo premio también depende de que otras personas estén dispuestas a promocionarlo,a participar como jurados,a organizar un evento para el momento de la entrega y a ayudar a reclutar sponsors. Sé que va a ser un trabajo de equipo, como son todas estas cosas. Yo sólo di el primer paso.

–Este premio está destinado a los traductores y a los editores, que suelen ser el eslabón más ignorado dentro del mundo de las publicaciones. ¿Por qué incluiste a los editores? ¿Cuál es el rol del editor y su responsabilidad a la hora detraducir y ofreceral mercado nuevas obras maravillosas?
–Los editores son fundamentales para acercar nuestro trabajo al mercado, en las formas más obvias. Los traductores pueden aconsejar o recomendar o ayudar a armar un proyecto para publicar un nuevo libro, pero es el editor el que toma la decisión final y/o convence a los equipos de venta y hace que el libro sortee los obstáculos que cada casa editora impone para llegar hasta ese momento en que se decide encargar la traducción.En el caso de un escritor novel, los obstáculos son obviamentemás grandes todavía. Por otra parte, se necesita cierto coraje para encargar la traducción a un traductor sin trayectoria previa (aunque sea la persona que ayudó a descubrir/adquirir el libro en primer lugar). Además, lleva tiempo la magia de hacer que un buen manuscrito sea aún mejor. Hasta los traductores noveles más seguros necesitan de alguna guía; los muy buenosson incluso mejores con un buen trabajo de edición y aprendenen el proceso –como nos pasa a todos, por muy experimentados y arrogantes que nos hayamos vuelto–, pero el papel fundamental que cumple el editor es casi siempre invisible (mucho más invisible que el nuestro, aunque nos quejemos más), que sólo se nota cuando algo sale mal. Espero que el premio TA nos ayude a recordar –también a nosotros, los traductores– los beneficios que pueden resultar de esta colaboración vital.

¿Cómo ves las perspectivas de la traducción en el Reino Unido? Me refiero al aumento de la xenofobia, el inminente Brexit, para no mencionar los recortes presupuestarios permanentes y el lento crecimiento económico en el Reino Unido? ¿Cómo le está yendo a esta literatura (en gran parte) esotérica escrita por extranjeros y qué esperás que suceda en los próximos años?
–Creo que vamos directo a una catástrofe de varios tipos –en lo político y lo social– de la cual el Brexit es tanto síntoma como causa. Creo que es un desastre. El tema me abruma, me avergüenza y me asusta, alternativamente.
Sin embargo, una cosa que no me produce es miedo por el futuro de la literatura traducida. Creo que el mundo editorial en general se verá afectado (las exportaciones mejoran cuando nuestra moneda pierde valor, pero una economía lenta es un problema en general: el comercio minorista sufre, el financiamiento y apoyo a actividades culturales se contrae) y otras áreas auxiliares también van a sufrir (habrá menor cobertura crítica en los medios de prensa porque reducen la cantidad de páginas, etc.), pero no creo que la publicaciónde obras extranjeras vaya a pasarlapeor que el resto. No creo que la literatura traducida sea “esotérica”, para usar tu palabra, que creo que es buena. Y la escisión en nuestro país, como en el tuyo, es tal que los que leen ficción o poesía internacional son en altísimo porcentaje los que votan por quedarse en la UE o los que votan contra Trump. No creo que las millones de personas que leyeron o leen a Krasnahorkai ahora por culpa del Brexit vayan a cambiar de repente sus hábitos y pasen a leer sólo novelas británicas y el Daily Mail; pero sí me preocupa el Brexit como síntoma: ¿nos está marcando una tendencia culturalmente proteccionista, menos generosa, menos curiosa de la sociedad a la que pertenezco? ¿Hay algo que nosotros, quenos ocupamos día a día de facilitar el intercambio cultural, tengamos que hacer al respecto?

–¿Por qué sos traductor? ¿Qué te aportó ese mundo a tu vida y por qué la gente tendría que leer traducciones?
–En la cena del Dublin Award describí el proceso que me llevó a ser traductor, cuando Daniela de Groote y Gary Pulsiferme encargaron que tradujera mi primera novela, una de Agualusa. No tenía intenciones de ser traductor antes de que me empujaran a ese debut, pero resultó una tarea divertida y algo que podía hacer, más o menos bien. Me convertí en traductor gracias a ellos.
Pero también hablé sobre la comunidad extraordinaria a la que vos y yo pertenecemos, ese grupo solidario, generoso y dinámico que te mencioné antes.Si Daniela y Gary yAgualusa son las razones por las que me volví traductor, ésta es la comunidad a la que elijopertenecer y en la que quiero quedarme. Disfruto el trabajo en sí y creo que soy bastante bueno (aunque no tan bueno todo el tiempo, como me gustaría) y sí, también digo, sin vergüenza, que lo hago por la paga, pero sobre todo por la gente que me rodea, que comparte esta misión bastante rara pero totalmente cautivante.
Pero me perturbaun poco tu última pregunta: “¿por qué la gente tendría que leer traducciones?” En general, creo que la respuesta a tu pregunta no es distinta de la respuesta a la pregunta de por qué la gente debería leer. El carácter de traducido no le confiere a ningún libro poderes especiales.

–¿Qué proyectos tenés entre manos?
–Acabo de terminar de traducir el primer libro de una inmensa trilogía de ciencia ficción para jóvenes escrita por Victor Dixen, así que pronto me embarcaré en el segundo libro y luego en el tercero. Cuando haya terminado con los tres –tengo 1100 páginas por delante–, empezaré con mi tercer libro de Eduardo Halfon (en una cotraducción con Lisa Dillman) que tengo que entregar en octubre y acabo de firmar para el sexto de Agualusa para el invierno. Ésos son los próximos libros que tengo en mi línea de montaje. Después están todos los libros que hice recientemente, pero que todavía no salieron a la luz porque están en diferentes etapas de su cocción: una novela de Michel Laub para Harvill Secker, una novela de José Luís Peixoto (co-traducida con Robin Patterson) para un editor portugués, una novela portuguesa para Oneworld, una de Carola Saavedra para Riverhead y tres libros de ilustraciones para niños. No sé si no me olvido de algo más. Después tengo trabajos que no son de traducción, ya que la traducción es una tarea part-time en mi caso y hay tantas otras cosas que quiero hacer. Entre las traducciones y esas otras cosas, tengo unos cincuenta libros traducidos en mi recorrido laboral; sin embargo, siento que recién estoy empezando…

Eso: Independientes, ¿de qué?

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Damián Tabarovsky, en su columna del diario Perfil de ayer, vuelve a ocuparse de la edición independiente. Lo hace a partir de Independientes, ¿de qué?, un volumen de entrevistas de Hernán López Winne y Víctor Malumian con editores de 28 editoriales de latinoamericanas.

La zona independiente

El otro día un amigo me decía que si la edición independiente hubiera tenido un buen gerente de marketing, ahora se hablaría de “Nueva edición argentina”, del mismo modo en que en los 2000 se habló de “Nuevo cine argentino”. No sé cuánto de verdad hay en el chiste, pero en cambio sí sé que la edición independiente, en buena medida surgida después de la crisis del 2001, es de lo más interesante que ocurrió culturalmente entre nosotros, y ha publicado también la mayoría de los libros más interesantes de estos años. Por supuesto, antes del 2001 estaban las solitarias Beatriz Viterbo y Paradiso, y luego Adriana Hidalgo, cuyos catálogos siguen siendo excelentes. Pero después del 2001 surgieron un gran grupo de editoriales pequeñas, que bajo la estela de las editoriales antes nombradas, lograron conciliar dos variables antes raramente conciliadas: riesgo estético y rigor profesional.

Al mismo tiempo, este auge de la edición independiente obviamente va más allá de Argentina, en sincronía con Chile, México, Uruguay, Colombia, Perú, e incluso España. La edición independiente es un fenómeno cada vez más desarrollado, a la espera de que haya, en torno a ella, una mayor presencia de estudios y masa crítica. En esa dirección, me alegro de la llegada a las librerías de Independientes, ¿de qué?, de Hernán López Winne y Víctor Malumian (FCE, 2016), ellos mismos editores de la buena y dinámica editorial Godot.

Sobre la base de entrevistas a 28 editores de editoriales independientes latinoamericanas, el libro puede leerse como un gran informe sobre el estado de situación de la cuestión. Es decir, al mismo tiempo que da cabida a toda una serie de aspectos técnicos pensados para un público profesional, integrado por estudiantes de edición, futuros o recientes editores, investigadores académicos, periodistas culturales, editores de grandes grupos multinacionales próximamente despedidos luego de alguna nueva multifusión ahora en busca de nuevos proyectos, e interesados por alguna razón en la edición; es a la vez un muestrario general de la cada vez mayor centralidad cultural y económica de la edición independiente.  

No es fácil definir qué es una editorial independiente, y López Winne y Malumian lo resuelven de un modo muy agudo: “Nos parece interesante pensar lo independiente como una zona dentro del campo de la edición. Lo independiente como una zona, en lugar de una categoría, nos permite abandonar lo binario (…) hay editoriales que en un momento dado de su evolución pueden estar dentro de esa zona del campo y en su devenir alejarse”.

Como suele sucederme, temas que en un libro aparecen como secundarios o laterales, a mí me resultan centrales (cualquiera de estos días voy a empezar a sentirme raro). Por ejemplo, el que más de una editorial independiente, en más de un país, esté formada por editores que, habiendo pasado por alguna carrera humanística, crearon la editorial como expresión de cierto disgusto frente al campo académico y a la burocracia institucional. O también, en especial en el caso argentino, que el libro se centre, con la excepción de Luis Chitarroni de La Bestia Equilátera, en las editoriales independientes más recientes, varias de ellas de menos de cinco años de existencia. No deja de ser seductora y optimista la elección por la extrema contemporaneidad.

En negro sobre blanco, las cosas en su lugar

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La traductora Laura Fólica, actualmente en Barcelona, publicó en El Taco en la Brea N°5, revista de la Universidad Nacional del Litoral, el siguiente artículo sobre el problema que plantea la definición de “traductor” para lograr consenso entre las distintas partes que trabajan sobre el proyecto de ley de traducción autoral en la Argentina. Con absoluta claridad, la autora desnuda los malentendidos y las mezquindades que demoran algo que necesitamos ya todos los traductores. 


Dígame Licenciado... Un punto de vista sobre los puntos de vista en torno de la definición de "traductor" en el proyecto de ley de traducción autoral en la Argentina

En septiembre de 2013, un grupo de traductores argentinos presentó al Congreso de la Nación un proyecto de ley para la protección de los traductores que realizan una «traducción autoral», es decir, una obra derivada de otra obra sujeta a derechos de autor.

La idea no es nueva. La defensa de la autoría del traductor ya está presente desde fines del siglo XIX en marcos legales internacionales como el Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas de 1886, ampliado, luego, en la Recomendación de Nairobi sobre la protección jurídica de los Traductores y las Traducciones de 1976. En el espacio europeo actual, las recomendaciones de la Plataforma Europea para la Traducción Literaria (2011) y el código de buenas prácticas del Consejo Europeo de Asociaciones de Traductores Literarios (2011) apuntan en la misma dirección. Además, muchas leyes nacionales sobre propiedad intelectual definen al traductor como autor; en el ámbito del castellano, esto ocurre en Bolivia, Colombia, Costa Rica, Educador, España, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Venezuela.[1] En Argentina, nuestra vieja aunque pionera ley de propiedad intelectual Nº 11.723, de 1933, protege a los autores de obra tanto en sus derechos morales (o subjetivos) como patrimoniales (o pecuniarios); lo mismo sucede con los traductores, cuyos derechos son reconocidos en el artículo 4º, inciso c: «son titulares del derecho de propiedad intelectual (...) los que con permiso del autor la traducen, refunden, adaptan, modifican, o transportan sobre la nueva obra intelectual resultante». Sin embargo, en el artículo 38 se señala una excepción, que el mercado editorial ha transformado en norma, al menos en lo que respecta a traducciones: «el titular conserva su derecho de propiedad intelectual, salvo que lo renunciare por el contrato de edición».

Gracias a esta excepción, la renuncia por tiempo indeterminado de los derechos patrimoniales de los traductores es frecuente en los contratos de adhesión que el traductor suele firmar con las editoriales. Aquí y ahora se aceptan cesiones para todo el ámbito de la lengua y por los tiempos de los tiempos; con cláusulas que indican que «el traductor cede al editor, en exclusividad, para todo el mundo y por tiempo indeterminado, todos los derechos que le corresponden sobre su traducción de la obra».[2]Otros editores limitan un poco sus aspiraciones señalando, primero, el enajenamiento de los derechos patrimoniales y, luego, como «contraparte», el reconocimiento del nombre del traductor como un derecho moral inalienable:

A cambio de la suma recibida de acuerdo con la cláusula X, el traductor cede totalmente al editor la titularidad de los derechos patrimoniales que le correspondan respecto de la totalidad de su traducción (...). En contraparte, el editor se compromete a consignar en la página cuatro (vuelta de portadilla) de la edición el nombre completo del traductor.

¿Acaso la negación de un derecho puede ser compensando con el reconocimiento de otro? Así pues, lo que la ley expulsó por la puerta en el artículo 4, ingresa por la ventana de las prácticas cotidianas amparadas en el artículo 38. De este modo, el traductor de libros, con su firma de cesión de los derechos patrimoniales, niega la relación que tiene con su obra luego de haber sido remunerado en el momento de producción; se vuelve un progenitor cuyo apellido se transmite al vástago siempre que se mantenga a distancia prudencial por el resto de los días.

Ante este panorama, un grupo de traductores (compuesto por formadores, investigadores y traductores profesionales) elaboraron un proyecto de ley que, en lugar de tratar de modificar una amplia ley de propiedad intelectual, tarea engorrosa por la multiplicidad de actores que afecta, se acota a un ámbito específico —a semejanza de otros proyectos de leyes singulares de trabajadores culturales como los actores, los ilustradores o los bailarines de danza, etc.—, y propone un modelo de contrato con cláusulas claras sobre los derechos morales y patrimoniales del traductor (ámbito y plazo de autorización de uso, pago por adelanto de derechos, etc.), así como medidas de fomento y visibilización de la profesión.[3] El proyecto de 2013 caducó transcurridos los dos años de plazo previsto sin tratamiento parlamentario y se volvió a presentar en 2015 con modificaciones que fueron fruto del debate sostenido en esos años (expediente 4852-D-2015). Contó con el aval de diez diputados de distintos partidos políticos y unas 1750 adhesiones de personalidades, estudiantes y trabajadores de la cultura, nacionales y extranjeros, así como de diversas editoriales pequeñas y medianas y de colectivos como la Federación Internacional de Traductores, la Asociación de Traductores Literarios de Canadá, el Consejo Europeo de Asociaciones de Traductores Literarios, el Consejo Directivo de Filosofía y Letras de la UBA, la Sociedad Argentina de Escritores, etcétera.

Como traductora literaria, integré el grupo del segundo proyecto; por lo tanto mi parti pris es evidente. Ahora bien, no creo que este hecho impugne mi punto de vista sobre la cuestión, ya que en estas páginas no busco hacer una defensa acalorada de su letra ni apelar a las vías del conmover o del convencer para levantar adhesiones. Por el contrario, la cercanía con el proyecto me ha movido, no a polemizar, sino a tratar de comprender por qué se generaron fuerzas opositoras dentro del propio campo de los traductores; reacción más inesperada que el previsto rechazo por parte de cámaras editoriales, que ven en el reclamo laboral de un sector subalterno la ruina de la industria editorial del país todo.

Tal y como señalaban Pierre Bourdieu (1984:72), el «privilegio del sociólogo» (y por extensión del analista en Ciencias Sociales, entre las que podríamos ubicar los Estudios de Traducción) es estar presente como «objetivador participante», esto es, no ocultarse tras una supuesta objetividad que no haría más que reproducir la doxa en un análisis espontáneo, sino participar a partir de una interrogación, primero, de su propio punto de vista, para luego pasar a los otros puntos de vistas parciales que están en juego.

Así pues, primero lo primero: ¿cuál es mi posición en el campo de la traducción? Me dedico a la traducción literaria profesional (trabajo para la industria editorial y audiovisual) y académica (doy clases e investigo sobre traducción) desde 2005. Me gradué en Ciencias de la Comunicación (UBA) y traducción (IES en Lenguas Vivas «J. R. Fernández») y me especialicé en literaturas comparadas y traducción literaria (en una maestría y un doctorado en la Universitat Pompeu Fabra). Este perfil me ubicaría dentro de cierta heterodoxia, ya que no me dedico a «tiempo completo» a ninguna de las actividades que realizo y, por lo tanto, ocupo más bien una posición marginal tanto en el mercado de trabajo como, sobre todo, en la academia, la cual no suele puntuar muy alto las traducciones de libros como parte del trabajo intelectual de sus miembros. Practico y pienso la traducción. Por eso, colaborar con un proyecto de ley sobre la protección de los derechos de los traductores en Argentina me interpeló como «traductora que investiga» y a la vez como «investigadora que traduce». Desde aquí miro.

Y me pregunto. Me propongo, entonces, interrogar los puntos de vista sobre la figura del traductor que están en pugna en torno al proyecto de Ley de Derechos de los Traductores y Fomento de la Traducción (LDTyFT). Acudiendo a la sociología de los bienes simbólicos de Bourdieu como herramienta de análisis, el objetivo es desarmar la homogeneidad aparente en la idea de «profesión» y situar a los traductores como agentes dentro del campo de la traducción en Argentina, es decir, dentro de un espacio estructurado jerárquicamente, con un sector dominante y otro dominado, dinamizado por luchas para la apropiación de ciertos capitales. A partir de las tomas de posición respecto del proyecto LDTyFT, se podrá indagar en la posición que ocupan los distintos agentes y en sus disposiciones o habitus.

En su inicio, el proyecto LDTyFT define los términos a los que referirá en su texto («traducción», «traductores», «usuarios»). Así, en el artículo 2, indica que, «a los efectos de la presente ley», se entiende por «traductores»: «a las personas físicas que realizan la traducción de obras literarias, de ciencias sociales y humanas, científicas y técnicas sujetas a propiedad intelectual, cualquiera sea su formación profesional».[4]Este artículo —y especialmente la aclaración final «cualquiera sea su formación»— despertó el rechazo de algunos sectores de profesores y graduados en traducción, dejando claro que la lucha de poder radica en quién se halla capacitado para establecer qué es lo legítimo en el terreno de las denominaciones. De ahí que revisar las definiciones propuestas por cada sector sea útil para advertir que estas son construcciones sociales, a pesar de que luego se naturalicen por quienes se sienten representados en ellas.

Los opositores defienden una definición a partir de un numerus clausus, limitado y homogéneo: ya sea por la titulación (es traductor el «traductor diplomado»), ya sea por la matrícula de graduados (es traductor el «traductor matriculado»). Esta estrategia restrictiva es sostenida por dos colectivos que ocupan una posición fuertemente institucionalizada (el primero de docentes, el segundo de graduados colegiados o federados), pero que también se ve reforzada por la parte dominada, los pretendientes o recién llegados al juego, es decir, algunos estudiantes que adhieren a sus críticas, validando la illusio de que «pertenecer tendrásus privilegios». Estudiemos en detalle la estrategia del numerus clausus en estos dos ámbitos de una trayectoria traductora: el formativo y el graduado.

El primer opositor a este artículo de la LDTyFT fue un grupo de formadoras de nivel superior que se reunieron en el Segundo Ateneo de Traductología, en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata en agosto de 2014. Fruto de este encuentro, elaboraron una carta (Cagnolati y otros) que sumó 300 firmas de adhesión y que presentaron el 3 de noviembre de 2013 al Congreso para adjuntar al expediente del proyecto de ley. Esta carta fue a su vez respondida por otra redactada por docentes de traducción del IES en Lenguas Vivas «J. R. Fernández» (Álvarez y otros) y que contó con 114 firmas de adhesión, junto con otra carta similar de docentes egresados y estudiantes de Córdoba (Lobo y otros) agrupados en Síntesis–FIL (18/10/14), y que tuvo la adhesión de 28 firmas. Por último, los redactores tanto del proyecto como de las respectivas cartas pudieron verse cara a cara en una mesa de diálogo (24/04/15) convocada por el Seminario Permanente de Estudios de Traducción del IES en Lenguas Vivas, co–coordinado con el centro de estudiantes de la misma institución (Mársico y otros).[5]

Los formadores opositores (que están, a su vez, graduados en traducción en instituciones universitarias nacionales y extranjeras) leen en la proposición «cualquiera sea su formación» del artículo 2, una clara «desvalorización de la formación de los traductores»: «la figura del traductor diplomado no debería ser ignorada porque funciona como garantía de excelencia» —señalan— y proponen una reformulación del artículo. En su propuesta, refieren sólo al traductor diplomado, pero contemplando excepciones para aquellas personas que por una cuestión generacional no se hubieran podido formar en carreras de traducción (dado que estas se desarrollaron mayormente durante los años setenta y ochenta en el país) o para los traductores de «lenguas huérfanas» (ruso, griego, chino, etc.) que aún no cuentan con carreras específicas, y cuyas dotes traductoras podrían ser evaluadas por un comité de traductores diplomados convocados por el Ministerio de Educación. Aquí la enmienda propuesta y elevada al Congreso por este grupo: son traductores las «personas físicas que realizan la traducción de obras literarias, de ciencias sociales y humanas, científicas y técnicas sujetas a propiedad intelectual compuesta por derechos de autor con título habilitante de Traductor/a (universitario o terciario) o formación acreditada equivalente» (en cursiva se destaca el cambio propuesto).

Según esta enmienda, el campo se dividiría entre los traductores diplomados o acreditados por méritos equivalentes frente a los «traductores» no diplomados (comillas en el original), «quienes trabajan para editoriales de manera informal». Los primeros garantizarían la «excelencia» de la profesión, los segundos la «desvalorización» de la misma.

Analicemos esta construcción. En primer lugar, en este razonamiento, la formación es equiparada a la titulación, o sea, a una acción pedagógica certificada por una institución de enseñanza. La titulación acredita, entonces, la posesión de un determinado capital escolar. Siguiendo a Bourdieu en su estudio del sistema educativo en La reproducción (1970), la «excelencia» de este capital escolar adquirido no sería más que una naturalización de un arbitrario cultural, esto es, del aprendizaje de una selección que los formadores imponen como «cultura legítima» y sobre el que los estudiantes se dejan examinar, dando muestras de «buena voluntad cultural». Así, los estudiantes que adecuan sus esperanzas subjetivas a las expectativas que se tienen de ellos conciben su trayectoria futura como una sucesión de títulos por adquirir.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando este capital escolar acumulado vía múltiples titulaciones (terciario, licenciatura, maestrías, etc.) no garantiza la reconversión en capital económico en el mercado, por caso, en un puesto laboral en el ámbito editorial? Los poseedores de títulos advierten que sus diplomas se devalúan y que necesitan cada vez más títulos para mantener su misma posición real. Pero, en lugar de luchar por una reconversión económica acorde, se concentran en adquirir más capital escolar.

¿Cómo se justifica esta acción? Se puede leer un esbozo de respuesta en la carta del grupo de formadores opositores al proyecto de LDTyFT. Este se muestra convencido de que la devaluación de las titulaciones de traducción provendría del intrusismo de los autodidactas, es decir, de aquellos que carecen de título habilitante pero que trabajan en el mercado editorial. El efecto de la titulación permitiría ennoblecer a quienes la poseen (la «nobleza del título») y estigmatizar o «excepcionalizar», en cambio, a quienes no la detentan. Así pues, «los poseedores de títulos de nobleza cultural están separados por una diferencia innata de los simples plebeyos de la cultura, que están irremediablemente devaluados al estatus dos veces devaluado de autodidacta y de “ejecutante de una función”» (Bourdieu 1979:21).

Pero, ¿son los que carecen de una titulación específica quienes fomentan esta depreciación de los diplomas? Aplicando la pura lógica de oferta y demanda, la propia inflación de títulos (que claramente los formadores opositores apoyan como signo de «profesionalización» de la carrera de traducción: «el gran pilar del profesionalismo es la formación», declaran en la mesa de diálogo) es lo que determina una devaluación de los mismos; la oferta crece, el producto se deprecia. El irrefrenable aumento de titulaciones conforma una suerte de «burbuja diplomada»; estas ya no apuntan a que el capital escolar se reconvierta en el mercado en un puesto real (o sea, más capital económico), sino que funcionan más bien como «papel moneda académico» (141), que permite seguir acumulando más volumen del mismo tipo de capital escolar. Ante esta situación, el comportamiento de los agentes en el sistema educativo es explicado por Bourdieu como un «efecto de alodoxia», es decir, los agentes cometen un error de percepción o apreciación de su posición al querer sostener la illusio del juego: «La alodoxia que el sistema fomenta de mil maneras es lo que hace que los relegados ayuden a su propia relegación al sobrestimar las vías en las que se internan, al sobrevalorar sus titulaciones y al concederse unas posibilidades que en realidad les son negadas, pero también que hacen que no acepten realmente la verdad objetiva de su posición y de sus titulaciones» (155).

El enmascaramiento de la devaluación es posible porque se recurre a una esencialización de la titulación: la definición del proyecto de LDTyFT que, a los efectos de la ley, se presenta como una descripción fenomenológica de una situación laboral de los traductores autorales es leída por los formadores opositores de forma existencial: la existencia es considerada una manifestación de una esencia. Así, los agentes titulados viven su identidad escolar como identidad social e incluso como identidad personal; de ahí también se entiende el interés en parapetarse en un numerus clausus que asegure una homogeneidad protectora respecto de heterodoxas identidades traductoras que amenazarían su ser más íntimo. Dicha esencialización, propia del habitusde los formadores opositores, acarrea como consecuencia que, frente a la imposibilidad de reconversión económica del capital escolar, los poseedores de títulos rehúsen vender su fuerza de trabajo al precio que se les ofrece (141). En ese sentido, una de las redactoras de la carta opositora, Ana María Gentile, en la mesa de diálogo, señaló que los traductores formados suelen afirmar respecto de la traducción editorial: «uy yo tanto que me capacité; no voy a ir a trabajar por dos pesos». En cambio, hallan un restablecimiento simbólico en su mundo cercano a través de la mistificación de su posición, alentado tanto por la propia persona como por grupos afines (pares, alumnos, familiares, etc.).

Esta mistificación de los poseedores de títulos devaluados acaba, mal que les pese, haciéndole el juego al mercado editorial, que no hará nada por cambiar las condiciones laborales —al menos hasta que una ley no obligue a los editores a respetar las buenas prácticas a las que a veces adhieren sabiendo que carecen de valor legal (Kalinowski:50)—. Incluso, si se aceptase la enmienda en el artículo 2, las editoriales podrían limitarse a contratar a traductores sin título habilitante para así evitar pagar derechos de autor, ya que sólo los titulados podrían tener ese derecho. A través de los mecanismos de compensación simbólica y de la adquisición de más capital escolar se enmascara la discontinuidad entre estudio y trabajo y se desanima una lucha real por las condiciones laborales. De ahí que creamos necesario que ocurra «un brusco desenganche de las oportunidades objetivas con respecto a las esperanzas subjetivas» (Bourdieu 1979:165) para lograr, por fin, un cambio en las representaciones.

En este punto, la demanda de los sectores dominados, que dejan de aceptar la imposición naturalizada de los sectores dominantes, resulta clave. Esto es lo que ocurrió con la polémica sobre el proyecto de LDTyFT en la Universidad de Córdoba. Un grupo de estudiantes (Agrupación Independiente de Estudiantes de Lenguas), docentes y egresados/as de Lenguas (Síntesis FL) se preguntaron, en su carta de apoyo al proyecto de ley, si acumular una sucesión de titulaciones alcanzaba para dar el salto al mercado laboral. La polémica sobre el artículo 2 les concernía especialmente porque, con el mismo espíritu del artículo, el claustro estudiantil de la Facultad de Lenguas había presentado en septiembre de 2014 un proyecto denominado «Programa de Acompañamiento Profesional para Egresados/as Noveles de la Facultad de Lenguas», que apuntaba a que el flamante egresado y futuro trabajador pudiera tener un acompañamiento de un profesional idóneo, con una antigüedad probada de más de diez años en el ejercicio de la profesión, más allá de que este último tuviera o no título específico. Este Programa buscaba reparar el escaso contacto que durante la carrera se entablaba con las editoriales de Córdoba y el desconocimiento del ámbito editorial por parte de los docentes que formaban a los estudiantes (Seia). El Programa fue criticado, sobre todo, por docentes integrantes del Colegio de Traductores y de la Federación Argentina de Traductores (FAT), que opusieron clara resistencia para que el proyecto siguiera adelante.

Asimismo, en la mesa de diálogo, los estudiantes y egresados señalaron los límites a la circulación de las cartas de apoyo en las listas de distribución, marcando una diferencia entre la carta opositora, que circuló a nivel institucional mucho más fácil que la de los estudiantes:

la nota de ustedes [en referencia a la carta de los docentes de La Plata] tuvo 300 adhesiones y que no siguieron divulgándola, si no, tendría muchas más. Y sí, tuvo muchas más adhesiones pero también, por ejemplo, a nosotros esa nota nos llegó desde la información general de la Facultad de Lenguas, o sea, por una vía oficial, se distribuyó muchísimo más entre los claustros. Y la nota que nosotros escribimos con nuestra posición nunca fue enviada, por más que insistimos y la mandamos a través de esta información general a la Facultad de Lenguas, con lo cual mucha gente no tuvo acceso a nuestra nota. O sea que la cuestión de las adhesiones es discutible porque hay un desequilibrio evidente entre quién tiene el acceso a la divulgación de sus posiciones y quiénes no.(Declaraciones de Natalia Lobo en Mársico y otros)

Estas manifestaciones en apoyo al proyecto de LDTyFT por parte del sector menos poderoso del campo de la traducción, son, no obstante, cruciales para romper con la «ilusión de que les basta esperar para obtener lo que en realidad no obtendrán más que a través de sus luchas» (Bourdieu 1979:163).

El segundo grupo de oposición estuvo conformado por graduados colegiados o federados, sobre todo, por la Federación Argentina de Traductores (FAT) y el Colegio de Traductores Públicos de la Ciudad de Buenos Aires (CTPCBA). Veamos sus tomas de posición.

Al enterarse del proyecto de ley, la FAT, integrada por Colegios, Consejos Profesionales creados por ley o asociaciones autorizadas, envió una carta de queja a la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes (AATI), porque dos de los miembros de su actual junta directiva son redactores del proyecto. Luego, hicieron pública su oposición en la I Jornada de Traducción para traductores del siglo XXI de Córdoba (octubre de 2014) en el panel «Marco legal y debates actuales», con la participación de Víctor Sajoza, docente de la Universidad de Córdoba, miembro del Colegio de Traductores Públicos de Córdoba (CTPC) y de la FAT. En este panel, volvió a quedar patente que la oposición se centraba en la proposición «cualquiera sea su formación». Por un lado, los opositores expresaron la preocupación que, en el futuro, alguien pudiera ampararse en esta Ley para «solicitar una matrícula» sin haber realizado los estudios y/o pruebas correspondientes. Por otro lado, se alarmaron por el desprestigio que sufrirían los títulos que se otorgan en el país; dado que —en los dichos de una docente presente— se abriría una «caja de Pandora» de aprobarse una ley que dijera que es traductor quien traduce. Estas intervenciones fueron respondidas, en el mismo panel, por los redactores del proyecto y adherentes señalando, sobre todo, el carácter realista, inclusivo y reparador de la definición de «traductores» en el proyecto de ley.[6] Por último, ante la invitación a integrar la mesa de diálogo junto con los formadores opositores, la FAT no respondió las reiteradas convocatorias.

El otro grupo que se manifestó en contra fue el CTPCBA. Ante la presentación del segundo proyecto de ley en el Congreso en septiembre de 2015, el CTPCBA convocó de inmediato una reunión para frenar el proyecto, tal como deja ver el flyer con el ícono de la mano roja, firme y en alto que representa un «no pasar». En el texto de la convocatoria, el Consejo Directivo describe el proyecto como elaborado por «algunas personas que se dedican a la traducción», perífrasis que vuelve a presentar como enemigo la figura del «autodidacta» ejecutante. La crítica apunta al artículo 2 y a la defensa de la titulación habilitante: «No podemos aceptar que se reconozca como profesional de nuestra labor a quien no tiene título habilitante, como no lo admitiría la sociedad en ninguna otra profesión. Entendemos que, de aprobarse este proyecto de ley, se está abriendo la puerta para debilitar la figura del traductor y de la traducción en general en nuestro país». El CTPCBA reconoce haber elevado su queja a varios legisladores y convoca a la reunión abierta «debido a la importancia que seguramente le dan todos los matriculados a este tema».

En estas citas de la convocatoria a la reunión, vemos reproducirse la definición del traductor no como el que ejerce la profesión sino como el que posee un título habilitante, pero en este caso, se añade un plus: la importancia (económica, legal y simbólica) de la matrícula entre los traductores públicos y, por lo tanto, una confusión de ámbitos profesionales de incumbencia. Los Colegios fueron creados por la ley 20.305 de 1973, que regula la traducción pblica, y que  traduccipoyoa AT e colegio que registre a los profesionales, rarios: <>>>> tema".e dedican a la traduccipoyoa AT eública en Argentina, al ser una profesión que atañe el bien general de la población, como otras como medicina, derecho, etc. En esta ley se plantea la creación de un Colegio que cumpla las funciones de registro y control de los traductores públicos, quienes están obligados a pagar una matrícula para su ejercicio profesional; actualmente el CTPCBA cuenta con 8500 matriculados.

Ahora bien, muchos traductores públicos matriculados se dedican también a otro tipo de traducción, ya sea técnico–científica o literaria. Por ejemplo, en la página web del Colegio, vemos que existen tres comisiones temáticas: Audiovisual, Cultura y Ciencia y Técnica, que organizan cursos presenciales y a distancia, actos y conferencias sobre estas áreas. También existe una Comisión de traductores noveles, categoría que definen como aquellos traductores que cuentan «con menos de cinco años de matrícula».

En estos ejemplos, advertimos un desplazamiento y ampliación del área de incumbencia de la matrícula, como permiso de ejercicio, hacia otras categorías o ámbitos que no la requieren. Es decir, un traductor público necesita estar matriculado para traducir documentos legales (por Ley 20.305); en cambio, esta misma matrícula no le es requerida ni lo coloca en una posición de ventaja para traducir documentos literarios, científico–técnicos o audiovisuales y menos aun para considerarse un traductor novel o experimentado según los años de matriculación.

Al operar este desplazamiento del sentido, los Colegios argentinos (tanto el CTPCBA como casi todos los colegios provinciales nucleados por la FAT), que cuentan con una base enorme de socios cautivos y, por lo tanto, de recursos económicos, se apropian de la designación de «traductor» (a secas) como única identidad posible de la profesión, tal y como nos deja ver la sigla de la FAT (Federación Argentina de Traductores). Del nombre pasan a la existencia, ya que también extienden su modo de actuar en su subcampo de especialidad (la traducción pública) hacia otros subcampos, como el literario o audiovisual. Y en ellos aplican sus criterios legales (la posesión de matrícula para ejercer la profesión) desconociendo completamente cómo se desarrollan las trayectorias en estos espacios específicos. Se daría nuevamente aquí un efecto de alodoxia: los agentes matriculados sólo perciben y conciben su práctica profesional como la única válida aun en campos que operan con otra lógica.

Ahora bien, la traducción autoral funciona más próxima a la lógica del campo artístico, ya que está más ligada a la creación que a la validación de la verdad de un documento oficial. La trayectoria de un traductor autoral se acerca más a la de un escritor.

Soy traductor profesional desde hace más de treinta años. He trabajado para muchas de las editoriales más importantes de Argentina y España (Losada, Anagrama, Tusquets, Edhasa, Planeta, Norma y otras) y traducido del inglés, francés y portugués más de 120 libros de narrativa, ensayo y poesía, desde William Shakespeare hasta autores de narrativa más contemporánea. He escrito ensayos sobre la tarea del traductor y he sido honrado con premios.

Esta nota biográfica es la del escritor Marcelo Cohen (2015), en una carta que hizo pública el 19 de octubre de 2015, a la diputada Nora Bedano (firmante del proyecto LDTyFT) para que no atendiera las modificaciones pedidas por los Colegios sobre la obligatoriedad del título habilitante. Cohen se pone como ejemplo de un colectivo de traductores que cuentan con una innegable formación intelectual (con estudios en el ámbito de las Letras o las Humanidades, desarrollo de una escritura propia o formación en el ámbito editorial):

Mi caso no sería el único, ni mucho menos. Decenas de nuestros mejores traductores, reconocidos en el mundo y por los lectores, carecen de título específico —aunque muchos tienen otros títulos, y desde luego una sólida formación—. Aparte del perjuicio y las aflicciones que conllevaría para ellos, la calidad de nuestra producción editorial de textos traducidos sufriría una merma incalculable.

Justamente en el campo creador, según analiza Gisèle Sapiro (46–48), el desarrollo profesional del oficio de escritor está débilmente reglamentado y cuenta con una multiplicidad de instancias de legitimación que contribuyen a la definición de la literatura (premios, publicación en editoriales prestigiadas, reseñas en prensa cultural, etc.); es decir, no existe una única instancia legitimadora como podría ser una matrícula o un título habilitante.

Asimismo y producto de la cercanía con el oficio de escritor, respecto del habitus del traductor autoral, éste suele definirse como un sujeto solitario que se rige más bien por el principio del «interés por el desinterés» propio del campo artístico, tal y como analizan las investigadoras Isabelle Kalinowski (47–54) y Rakefet Sela-Sheffy (1–26). A partir de entrevistas en profundidad, estas investigadoras concluyen que, regido por un imaginario artístico, el traductor literario acaba aceptando condiciones laborales muy precarias, que serían denunciadas por explotación en otras profesiones. Por un lado, Kalinowski señala que la vocación al trabajo de los traductores literarios se adecua fatalmente a la vocación al rédito de quienes encargan el trabajo. Parafraseando a Bourdieu, el estigma se vuelve emblema, la precariedad laboral es vivida como condición de posibilidad de una libertad ascética. Por otro lado, Sela-Sheffy focaliza en el carácter ambiguo de este subcampo, ya que, como profesión, su organización y militancia es débil (hay atomización de grupos y asociaciones, carecen de un código deontológico, etc.) y, como oficio artístico, resulta una ocupación intelectual carente de glamour, es decir, con poco valor simbólico si se compara con la de escritor.

Para concluir, luego del desarrollo de las distintas decisiones, posiciones y disposiciones de los agentes interpelados en el debate sobre la definición de la figura del traductor, creo haber dado muestras de que el proyecto de LDTyFT ha contribuido sobradamente a dar dinamismo al campo de la traducción en Argentina, a cuestionar la estrategia del numerus clausus que tratan de imponer los sectores dominantes de la profesión y a advertir los efectos de alodoxia presentes en las definiciones de «traductor» propuestas por los dos grupos contrarios, que, por un lado, hace que los opositores formadores vean en la reproducción de títulos una garantía de formación y no una devaluación de los mismos y que, por otro, lleva a los opositores colegiados a desplazar su modus operandi a un campo que se dinamiza con otra lógica económica, legal y simbólica. Asimismo, permite reflexionar sobre el habitusdel traductor autoral, rompiendo con ciertas inercias de percepción y pensamiento y llamando a la acción organizativa para mejorar sus condicionales laborales. De promulgarse algún día, Argentina tendrá un marco legal que proteja los derechos laborales de un colectivo plural de traductores, todos formados (con o sin titulación habilitante) y, sobre todo, poseedores de un cuerpo que se mueve, alimenta y reflexiona.

Notas




[1] Para un mayor desarrollo sobre el marco legal, véase la fundamentación al proyecto de ley Derechos de los Traductores y Fomento de la Traducción (Consigli y otros).
[2] Esta y la siguiente cita han sido extraídas de contratos efectivamente firmados con editoriales argentinas o con sede local. Por confidencialidad, mantenemos el anonimato de los firmantes.
[3] Para una lectura de las dos versiones del proyecto, véanse los expedientes 6534-D-2013 y 4852-D-2015 (Consigli y otros 2013, 2015).
[4] El primer proyecto (6534-D-2013) añadía a «sujetas a propiedad intelectual» la proposición «compuesta por derechos de autor», que se eliminó en su segundo versión por ser redundante y no especificativa.
[5] Las citas textuales aparecen entrecomillas y fueron extraídas tanto de las cartas como de las actas de reunión, que pueden consultarse en el Blog del Frente de Apoyo al proyecto de LDTyFT, sección «Exposiciones».
[6] Véanse los informes elaborados por Mársico y Síntesis FL.

Bibliografía

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Julia Benseñor habla al país

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A una semana de haber sido elegida vocal de CADRA, Julia Benseñor, traductora, madre y argentina, da su primer discurso por youtube (al que el lector podrá acceder, pegando el vínculo en Google):



https://www.youtube.com/watch?v=2BOxK4hQbWw&feature=youtu.be

Ay, seguramente, vendrán muchos más.





Sobre la muerte de Norman Thomas di Giovanni

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El 5 de marzo de este año, con firma del escritor y periodista Andrew Graham Yooll, Radar Libros, el suplemento de libros del diario Página 12, recordaba, con menos demora que este blog, la muerte de Norman Thomas di Giovanni, uno de los más conspicuos traductores de Jorge Luis Borges.


El mismo, el otro

Norman Thomas di Giovanni va ser recordado por sus amigos porteños por su ingenio y por la brusquedad con que encaraba cada tarea. También tiene que ser recordado por su brillante entrenamiento literario, su enorme calidad como traductor y su capacidad de pasar del modo abrasivo en el trabajo a su calidez como amigo. Di Giovanni era generoso, muchas veces en exceso, y parecía querer ayudar al mundo entero. Fue una esponja de atención y afecto para todos los que se le amigaron y hasta para muchos que sólo lo conocieron. Y sin embargo, Di Giovanni probablemente querría ser recordado solamente como el mejor traductor que tuvo Jorge Luis Borges. 

Se murió el 15 de febrero, después de alcanzar la respetable edad de 83 años el tres de octubre del año pasado. Murió durmiendo en el hospital de Bournemouth, en el sur de Inglaterra. Llevaba un tiempo enfermo con problemas renales y del corazón, y le costaba caminar en parte por una operación de la rodilla que no había funcionado del todo bien. 

Di Giovanni nació en Newton, Massachusetts, en 1933, y fue bautizado en honor al líder del Partido Socialista de Estados Unidos, el ministro presbiteriano Norman Thomas. En 1955, se graduó en el Colegio de Antioquía, la universidad de humanidades, con la que siguió unido por muchas décadas a través de su excelente e histórica revista literaria, la Antioch Review.

A poco de graduarse, Di Giovanni comenzó a trabajar con el poeta español Jorge Guillén (1893-1984), que estaba en Harvard encargado de las Clases Eliot Norton del semestre 1957-1958. Di Giovanni tradujo y editó en inglés cincuenta poemas de Guillén, trabajando con un equipo de traductores. Ese fue el comienzo de una carrera como editor erudito, inflexible y también paciente y amable con sus autores. Era divertido verlo trabajar, tratando de enfocar el papel –más tarde la pantalla– pero listo a distraerse con la primera mujer que le pasara cerca.

Diez años después, en 1967, Di Giovanni conoció a Borges, que justamente tenía la cátedra de poesía Charles Eliot Norton en Harvard, y le propuso trabajar en una edición bilingüe de su poesía a la manera de la que había producido con Guillén. Borges se tomó su tiempo y no le propuso trabajar juntos hasta volver a Buenos Aires. Las primeras traducciones fueron publicadas en la revista New Yorker y aparecieron como libro en Selected Poems 1923-1967, con las versiones en inglés y castellano en páginas enfrentadas. Di Giovanni, su esposa y sus hijos Derek y Tom pasaron dos años viviendo en Argentina.

Mi diario, The Buenos Aires Herald, se benefició directa y tempranamente de esta relación literaria, que muchos entre nosotros comparaban con la de Boswell y el doctor Johnson (el chisme fue enterrado por Adolfo Bioy Casares en su monumental Borges). Entre las primeras obras traducidas estuvo el Libro de los Seres Imaginarios, en 1970. El Heraldpublicó una selección de textos, ilustrados por un joven Hermenegildo Sábat, que reeditamos con permiso de María Kodama en 2006.

Otro chisme divertido es que Borges dijo en una entrevista colectiva en el Massachusetts Institute of Technology en abril de 1980 que Di Giovanni andaba diciendo por ahí que sus traducciones eran mejores que el texto original. Es curioso, pero recuerdo escuchar a Borges, y no a Di Giovanni, diciendo que algunos de sus poemas sonaban mejor en inglés que en castellano. Lo más probable es que Di Giovanni citara de memoria a Borges y Borges a Di Giovanni, y ambos se equivocaran.

En 1971, Di Giovanni y su familia dejaron Buenos Aires rumbo a Londres. Sentían que Argentina estaba entrando en un estado de caos. Se divorció y luego, con su segunda mujer Susan Ashe, formó una prolífica sociedad de traductores que produjo muchos libros. Entre ellos está la antología de historias breves argentinas, Hand-inHand Beside the Tracks, publicado por Constable en 1992.

Tras la muerte de Borges en 1986, la relación de Di Giovanni con Kodama se deterioró, con varias discusiones legales y chispazos personales.

Los libros de Di Giovanni incluyen Celeste Goes Dancing and Other Stories, publicado por Constable en 1989, y The Lessons of the Master: On Borges and his Work, publicado por Continuum en 2003.  También publicó en 1976 la novela Novecento, basada en el guión de la película de Bernardo Bertolucci.

Dejó tres libros listos que van a ser publicados este año, uno una novela escrita hace tiempo, otro una autobiografía sobre sus años juveniles en Boston, y el tercero una colección de piezas breves sobre la Boston de los años treinta y cuarenta. 

Fue una vida rica y productiva, y su estilo y encanto van a ser recordados por los que lo conocimos y trabajamos con él.

Un antología de Pasolini por Jorge Aulicino

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Nada personales una antología no bilingüe de la poesía de Pier Paolo Pasolini, publicada por Ediciones en Danza, en Buenos Aires.

A pesar de que no lleva su nombre en tapa, la selección, las versiones, el prólogo y las notas son de Jorge Aulicino. 

En la sección Notas sobre esta edición, Aulicino aclara: "Los poemas se agruparon en tres partes. La primera la constituye "Las cenizas de Gramsci", poeba del libro homónimo (1957), uno de los primeros publicados por Pasolini. La segunda parte reúne poemas de Transhumanar y organizar (1971), el último libro del autor. El poema "La tos del obrero", incluido en esta sección, forma parte del llamado Apéndice a "Transhumar y organizar", no comprendido en la edición que el poeta publicó en vida. Ambas son obras centrales en la épica pasoliniana, a juicio del antólogo. En la tercera parte se agruparon otros poemas políticos de Pasolini, que casi no escribió ninguno que no lo fuera".

Más abajo, Aulicino señala la edición que siguió y la forma en que se presentan las notas. 

La obra de un anarquista español en el Uruguay

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Benito Milla
El pasado 28 de julio, en un artículo de Fernando Aínsa, publicado en El Cultural, el excelente suplemento del diario El País, de Montevideo, se recuerda a Benito Milla. La bajada dice: “Se cumplen 30 años del fallecimiento del editor y poeta español que eligió Uruguay para despejar ideas y malentendidos.
La vida por los sueños

En una mesa improvisada sobre dos caballetes en la céntrica plaza Libertad de Montevideo, Benito Milla (1918–1987), un exiliado anarquista español, vende libros a fines de la década de los cuarenta del pasado siglo y, poco a poco, va ganando una clientela que aprecia sus consejos y su eficacia para obtener títulos no siempre distribuidos en Uruguay.

Parco de palabras, se sabrá –sin embargo– que fue integrante de la Columna Durruti durante la Guerra Civil Española, Secretario de la Juventud Libertaria de Cataluña y, al final de la guerra, cruzó los Pirineos con su esposa Fina y vivió en las duras condiciones del refugiado en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, en campos que en realidad eran de concentración. Allí nacería su hijo Leonardo (Marsella, 1941) y el destino del Uruguay –esa renombrada “Suiza de América”, democrática y solidaria con la España republicana derrotada– aparecería en su horizonte.

A partir de ese humilde comienzo, Benito Milla desarrolló una tenaz e intensa trayectoria como librero (Librería Alfa desde 1954), editor (Editorial Alfa, 1958) y director de las revistas Deslinde (1956-1961) y Temas (1965-1968) marcadas con una filosofía originalmente libertaria y, poco a poco, abierta a un humanismo antibelicista y siempre antifranquista. Allí se congregaron los escritores más representativos del Uruguay de entonces (la generación del 45) y los jóvenes emergentes de los 60.

Ángel Rama
El primer libro editado por Alfa fue un clásico uruguayo, Ismael de Eduardo Acevedo Díaz. Luego se abrieron dos colecciones, una dirigida por el propio Milla (“Carabela”) y otra por Ángel Rama (“Letras de hoy”), donde se publicaron La casa inundada (1960) de Felisberto Hernández, La cara de la desgracia (1960) de Juan Carlos Onetti, Hombres y caballos de Mario Arregui, Cordelia de Carlos Martínez Moreno. También Montevideanos (1959) y La tregua (1960) de Mario Benedetti, dos obras que lo convirtieron en best-seller. Otro título exitoso de Alfa sería Los días siguientes (1962), primera novela de Eduardo Galeano, donde se ficcionaliza un episodio real que había conmocionado a Montevideo.

Los escritores inmersos en la “línea creciente entre tensión y exigencia” –como fueran caracterizados en esos años por Mercedes Ramírez–formalizan apuestas que se tradujeron en la publicación de revistas (Puente, 1963; Aquí poesía, 1962–1966; Los Huevos del Plata, 1965–1969; Maldoror, 1967–1987; Prólogo, 1968); páginas culturales en diarios (La MañanaÉpocaHechos), semanarios como Marcha y en editoriales que florecieron con un novedoso rigor profesional y una estimulante competitividad, alimentando una producción autosuficiente y cerrada al principio sobre el país. Entre otras, Asir, Banda Oriental, Arca y la propia Alfa, una editorial que, en el centro del proceso nacional y latinoamericano, no olvida su origen y publica novelas de españoles exiliados como Ernesto Contreras y José Carmona Blanco, o ensayos fundamentales como la historia del anarquismo español de José Peirats.

DESLINDAR UN ÁMBITO CULTURAL
Alrededor de la librería Alfa y luego de la editorial –situada en el emblemático local de la calle Ciudadela 1389 de Montevideo, a escasos metros de la Plaza Independencia–, Milla funda con Carmona, otro anarquista exiliado en Uruguay, la revista Deslinde en la que da cabida a las nuevas promociones poéticas no solo uruguayas (Juan Cunha, Nelson Marra y Saúl Ibargoyen Islas, entre otros), sino latinoamericanas y españolas. Siguiendo la propuesta de Alfonso Reyes de “deslindar” un ámbito cultural tan comprometido como independiente, los dieciséis números de Deslinde publicados entre 1956 y 1961 ofrecen una clara apertura al mundo y una naciente conciencia latinoamericana. Con el formato de un periódico, proponen una clara defensa de la libertad del escritor y el análisis crítico de la literatura española y uruguaya. Colaboran en Deslinde Albert Camus, Octavio Paz, Ernesto Sábato, Juan Goytisolo y entre los uruguayos Mario Arregui, Ángel Rama y Hugo García Robles, musicólogo de sorprendente y erudita sensibilidad, y futuro secretario de redacción de Temas.

Washington Lockhart
Temas se publica en un contexto cultural que hereda la polarizada visión de la creación y la crítica de dos revistas de la década anterior. Por un lado Asir (1948–1959), de la que se editaron treinta y nueve números, dirigida por Washington Lockhart, un fino ensayista guiado por la búsqueda del ser nacional por una vía más emocional que racional, y que busca lograr la trascendencia a partir del arraigo (en su caso la ciudad de Mercedes en el litoral uruguayo). En su rechazo de la gran ciudad, en el elogio del campo y del suburbio donde se refugia la nostalgia del emigrado rural, Asir rezuma una cierta melancolía que se apoya sin ambages en la tradición literaria clásica y española. Ese espíritu existencial se prolonga cuatro años después en los seis números de Cuadernos de Mercedes (1963–1965), dirigida por el mismo Lockhart. En 1969 publica en la editorial Alfa El Uruguay de veras, una reunión de ensayos que pretenden indagar en un “ser” nacional más allá de los tópicos que se le adjudican.

Emir Rodríguez Monegal
En el otro extremo está la revista Número (1949–1958), cuyo redactor responsable, el crítico Emir Rodríguez Monegal, anuncia en el primer número que se trata de “enfocar los problemas del arte y el pensamiento contemporáneo”, realizando “un planteo que trascienda lo meramente literario o filosófico y atienda al suceso de la hora”, alternando “la producción nacional y extranjera con deliberada prescindencia de nacionalismos”.

En Número publican, entre otros, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, José Ferrater Mora, Pedro Salinas, Borges y Jorge Guillén. Algunos números monográficos, como el dedicado a la Generación del 900, marcan un antes y un después en la crítica uruguaya. Interrumpida en 1958, Número reaparece en 1963, siempre bajo la dirección de Rodríguez Monegal, aunque ahora el editor es Benito Milla, experiencia que –tras cuatro números– posibilita la aparición de Temas bajo su entera responsabilidad.

CONFRONTACIÓN Y DIÁLOGO
En abril de 1965 se publica el primer número de Temas con un “propósito” explícito de Milla: “contribuir a la expresión de las preocupaciones culturales en el ámbito sudamericano”, propiciando “el acercamiento y la comunicación entre los intelectuales de la zona en un intento de diálogo y discusión que tienda a resaltar y esclarecer realidades comunes”. Con un sentido premonitorio de lo que sucederá en años sucesivos anuncia que: "La actitud de la revista será de confrontación en una hora del mundo en la que el desgaste de los esquemas ideológicos se hace cada vez más evidente, los acontecimientos son más fluidos y complejos y no bastan para definirlos los lugares comunes, los slogans ni los absolutos apriorísticos con que se disfrazan todos los dogmas (Temas 1–2)".

Para que no quedaran dudas de su vocación independiente se insiste en la apertura cultural al margen de “la cuadrícula cerrada de los partidos, los grupos y las camarillas”. En resumen –se concluye– la publicación de Temas no obedece a un programa sino a un movimiento concebido en una dirección: la de vivir en una comunidad abierta.

La postura ajena a “grupos, organizaciones o partidos” y la apertura temática de los dos primeros números, provoca críticas y reacciones en un medio polarizado, especialmente a partir de la revolución cubana de 1959. Por ello, en el editorial del número 3, se reafirma la “indeclinable vocación de confrontación y diálogo”, ya que “dialogar y confrontar supone implícitamente la presencia de los otros, no como enemigos, sino como interlocutores”. Se insiste en la afirmación que había provocado la mayor parte de las críticas: el desgaste de los esquemas ideológicos y la mutación profunda de ideologías como el marxismo, lo que ha llevado a hablar de “los marxismos”, de positivos contactos entre socialistas, cristianos, socialdemócratas y “terceristas”(la llamada “tercera posición” que tuvo en Uruguay una gran difusión, especialmente a través de la prédica del semanario Marcha). En resumen: “Nadie que no esté aquejado de dogmatismo agudo aspira a permanecer ajeno al movimiento más interesante y positivo de esta época: el de la comunicación cultural”.

Es una difícil “comunicación cultural” a la que se aspira en medio de la guerra fría. Temas no puede escapar a las confrontaciones que se viven. A fines de 1965 se produce la condena de los escritores soviéticos Andréi Siniavsky y Yuli Daniel. Los comunistas italianos, embarcados en el revisionismo de Berlingher, la consideran “el problema más amplio de las relaciones entre la sociedad soviética y sus intelectuales, entre la política y la cultura”. Para Louis Aragon, comunista militante, el asunto es más grave: la sentencia del tribunal soviético prefigura a los ojos de los observadores occidentales lo que será la justicia en los países donde triunfe el comunismo. Un editorial de Temas (5-3) recuerda bajo el título “Moral y política” que “callar ante la injusticia, donde quiera que se produzca, y en este caso ante la bárbara condena a los escritores soviéticos, es una manera de preparar un porvenir sombrío, asintiendo voluntariamente ante la iniquidad y fomentándola con la aquiescencia o el silencio”.

Al cumplirse el primer año de vida literaria, Temas publica el que será su último editorial, donde reivindica que “el movimiento de la cultura es profundamente libertario” y que la libertad no es “un prejuicio burgués” como se proclama en otras tribunas de la izquierda uruguaya. “Creemos, contra ellos –afirma– que hay que defenderla y ensancharla, incesante tarea del espíritu verdaderamente revolucionario, en la que seguiremos participando a nuestra medida y sin descanso. Por eso, esta revista seguirá adscrita al movimiento de apertura cultural, de desmilitarización ideológica, que es a nuestro entender el más positivo de esta hora del mundo, mal que les pese a los nostálgicos epígonos de la guerra fría”.

Desde ese momento y hasta el último número (No. 16), en junio de 1968, Temas evitará las polémicas abiertas, haciendo de los ensayos que publica el mejor argumento de su prédica. En algún caso propicia “Fuegos cruzados” entre autores, por ejemplo cuando Günter Grass, Konstantin Simonov y Uwe Johnson discuten sobre si “¿es posible el diálogo cultural Este–Oeste?”, o Alberto Moravia y Alain Robbe-Grillet debaten sobre si hay una “¿crisis de la novela o crisis de novelistas?”.

ARTÍCULOS QUE MARCAN UNA ÉPOCA
Desde el primer número de Temas, la presencia de Rodríguez Monegal asegura una cierta identificación con el que fuera el espíritu de las dos épocas de Número, pero también con la apertura a otras literaturas y el olfato crítico que practicara en la sección literaria del semanario Marcha que dirigió (1944–1959) y posteriormente en los 25 números de Mundo Nuevo que fundó en París (1966–1868), hasta el estallido de la polémica sobre el financiamiento de la publicación por parte del Congreso por la Libertad de la Cultura.

Rodríguez Monegal revela al público uruguayo un autor clave: João Guimarães Rosa, a quien se consideraba en Brasil “el mayor novelista vivo” y cuya obra era prácticamente desconocida en el resto de América Latina. El cuento “Ninguno, ninguna” ilustra con su peculiar sintaxis la novedosa perspectiva que inaugura Guimarães. Acompaña a Rodríguez Monegal en el primer número otro colaborador de Número, Mario Benedetti, con seis poemas.

Al mismo tiempo Temas se abre internacionalmente con un sugestivo ensayo de Hans M. Enzensberger –“Sobre la Teoría de la traición”– y otro –“Por encima de la refriega”– del tan reconocido como olvidado crítico italiano Elemire Zolla. En ese mismo primer número, un tema que será de creciente actualidad –“el compromiso del escritor latinoamericano”– es abordado por Hiber Conteris. “En este momento presente de América Latina se ha producido algo así como un desbordamiento, una invasión de los hechos sociales y políticos que están afectando a todos los órdenes de la vida; y de esta invasión no se han librado el arte ni la literatura” (Temas 1-19). El escritor latinoamericano “vive un momento privilegiado”, pero al mismo tiempo –añade Conteris– no se puede evitar que “el compromiso advierta la transitoriedad de nuestra hora y las formas híbridas o espurias de nuestra literatura”. En números subsiguientes, Conteris reitera esas preocupaciones, especialmente en el artículo “Evolución de las ideologías modernas en América Latina”.

La problemática del continente ya está instalada en la revista. En el segundo número de Temas se publica “Imagen y perspectivas de la narrativa latinoamericana actual”, donde se concreta una las ideas más difundidas y citadas de Augusto Roa Bastos: "Para que exista una literatura, además del valor estético de sus obras, es necesario un centro de cohesión interior, una visión coherente y unitaria sobre el conjunto de la realidad. De esta coherencia interior procede la posibilidad de comunicación interhumana de una literatura en un momento determinado, pero también el sentido de continuidad histórica a través de sus variaciones posibles" (Temas 2-4).

Es esa “cohesión interior”, esa “temperatura histórica”, lo que Roa llama “foco de energía colectiva que se condensa en una particular visión de la vida y del mundo”, la que define –a su juicio– la literatura latinoamericana contemporánea. En esa misma línea de preocupaciones el filósofo mexicano Leopoldo Zea escribe sobre la “integración de la cultura latinoamericana a la cultura universal” (12/1967).

La acelerada irrupción de América Latina en la literatura, la cultura y la política mundial no olvidan la situación española. “España, 1936” de Octavio Paz se contrapone a “Visión actual de España” de Jean Bloch-Michel, un largo y completo panorama sobre la realidad interior de la España franquista y sus perspectivas inmediatas.

A partir del número 4, la lista de colaboradores se amplía: Luce Fabbri, destacada figura del pensamiento anarquista; Robert Oppenheimer, activo militante del desarme nuclear; Juan Goytisolo, representante de la nueva literatura española; el semiólogo Umberto Eco, abordando “el informalismo como obra abierta”, anticipo de su influyente Obra abierta; Arnold Toynbee con unas “Miradas al mundo actual”; Mario Vargas Llosa adelantando un capítulo de La casa verde; Susan Sontag, Héctor A.Murena, Antonio Ferrés y tantos otros (se pueden citar a más de cien colaboradores), al igual que los críticos franceses Alain Bosquet y Pierre Emmanuel, los argentinos Rodolfo Alonso y César Fernández Moreno, y el venezolano Guillermo Sucre.

Un mérito de Milla es haber promovido y potenciado a creadores y críticos uruguayos. Tal es el caso de Alejandro Paternain, Graciela Mántaras, Nelson Marra y quien firma este artículo a partir del número 8 (agosto de 1966). Jorge Ruffinelli con un ensayo sobre la obra de Cesare Pavese, desde Lavorare stanca (Trabajar cansa) a La luna y las fogatas, anuncia la perspicacia crítica que pondrá luego al servicio de la literatura nacional. Sorprende en enero de 1967 (Temas, 10) con cuatro poemas.

Atento a la producción nacional, el mismo Milla realiza una selección de siete poetas jóvenes: Walter de Camilli, Enrique Elissalde, Iván Kmaid, Nelson Marra, Esteban Otero, Roberto Maertens y Leonardo Milla. La revista acogerá además a otros poetas emergentes como Jorge Medina Vidal, Alejandro Paternain, Milton Schinca y Saúl Ibargoyen Islas.

EL LUGAR PRIVILEGIADO DE LA POESÍA
La poesía contemporánea ocupa un lugar destacado en sus páginas. La de lengua española con Claribel Alegría, Alejandra Pizarnik, Octavio Paz, Homero Aridjis, Carlos Barral, José Ángel Valente, Juan Liscano, o Carlos Germán Belli, del que la editorial Alfa publicará la obra poética completa (hasta 1967) en El pie sobre el cuello.

Una útil selección de poetas portugueses actuales y otras de argentinos, peruanos (a cargo de José Miguel Oviedo) y alemanes seleccionados y traducidos por el que años después será fundador y director de la editorial Iberoamericana, Klaus Dieter Vervuert, van pautando la vocación universalista de la revista. Por su parte, el crítico argentino Juan Carlos Curutchet, especializado en literatura española contemporánea, presenta una selección de poesía que se revelará con el tiempo tan premonitoria como acertada: José Agustín Goytisolo, Carlos Barral, Ángel González, Félix Grande, José Caballero Bonald, José Ángel Valente y Jaime Gil de Biedma.

La sinergia entre la revista Temas y la editorial Alfa se manifiesta en los adelantos de libros, como Los prados de la conciencia de Carlos Martínez Moreno e Introducción a la novela española de posguerra (1966) de Juan Carlos Curutchet.

La inicial militancia libertaria de Milla fue cediendo con los años hacia un humanismo que se reconocía en Albert Camus, Roger Munier, Nathaniel Tarn, Jean Bloch-Michel y Pierre Emmanuel, autores –todos ellos– a los que publicó en las revistas Deslinde y Temas

“Don Benito” –como lo llamábamos con tanto afecto como respeto los que fuimos sus colaboradores– hablaba de “diálogo” y de tender “puentes” entre América y Europa, lo que parecían utopías en una sociedad que se agriaba y cuyos muros se laceraban a ojos vistas. En 1964 sostenía que había que “reconocer a los otros, no como enemigos, sino como interlocutores”, usando una terminología novedosa –alteridad y otredad– puesta al servicio de un imposible idealismo.

Pero Milla adivinaba, además, lo que después resultó evidente: la mutación ideológica de nuestro tiempo, el fin del maniqueísmo impuesto por la guerra fría. Milla hablaba de “los diferentes marxismos” –lo que parecía una herejía para los marxistas ortodoxos uruguayos–, del pluralismo cultural, del nacionalismo emergente en el seno de los grandes bloques y, sobre todo, de cómo evitar en un país de rica tradición democrática como el Uruguay los errores que habían conducido a los horrores de la Guerra Civil Española.

Sus palabras sonaban extrañas en Uruguay, embarcado como estaba en un proceso de confrontación política y social sin precedentes en su historia. En esos años, la antinomia española iba cediendo a su inevitable prolongación americana. Democracia contra dictadura, liberación contra dependencia, progreso contra reacción, revolución versus contra-revolución, pasaron a ser las palabras mágicas con que en la euforia de los años sesenta se pretendía conjurar la historia del continente. Nuevos “vientos del pueblo” llevaban y arrastraban, esparcían el corazón y aventaban la garganta, al decir del poeta Miguel Hernández.

Cuando las condiciones del diálogo se hicieron difíciles en Uruguay, Milla se fue en 1967 a Venezuela. Allí fundó Monte Avila Editores, donde, con más recursos y en otra dimensión internacional, reiteró su fe en un hombre de raíz universal, más allá de clases sociales y contingencias históricas. Fundaría luego Tiempo Nuevo y, a la muerte de Franco, regresó a España para retomar en Barcelona la existente editorial Laia y refundar Alfa. Poco después moriría de un cáncer a los 69 años.

Milla dejó inéditos numerosos poemas, atendiendo a una vocación de la que pocos sabían su secreto. Su fiel y discreto colaborador de siempre en Montevideo, Caracas y Barcelona, Hugo García Robles, reunió algunos en Itaca (1989). En esos versos depurados y sobrios, tras su vida errante, Milla refleja el amor que, por sobre cualquier otro lugar, sintió por el Uruguay.

En Itaca algunos versos reflejan que sabía de su fin próximo: “Pensar es lo que más me duele –nos dice el poeta– y más pensar en lo vivido. Sentir todo el estrago de la edad como un muro expuesto a la intemperie y a la lluvia. Asistir indefenso a la insidiosa herida de cada grieta abierta sin remedio. Morir cada día un poco cambiando la vida por los sueños”. Al recordar ahora la trayectoria de Milla, es evidente que cambió desde muy joven la vida por los sueños, y esos sueños siguen vigentes a treinta años de su muerte.

La España precámbrica, ahora subtitulada

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El 28 de febrero de 2014, un artículo del diario catalán La Vanguardia presentaba al grupo Flos Mariae en los siguientes términos:

“Barcelona, (Redacción).- Siete hermanas están triunfando en la red con sus canciones para difundir la fe. El grupo se llama Flos Mariae y lo han creado para cumplir una promesa que hicieron a la Virgen y a Jesús, según explican en su página web. Su madre tenía un tumor maligno y prometieron que si sanaba crearían el grupo para evangelizar.

Algunas de las hermanas Bellido Durán (Alba, María, Flor, Estel, Victoria, Patricia y Montserrat) prometieron a la Virgen, a Jesús, que si su madre, María Durán de Bellido (la fundadora de Catholicos Online), sanaba del tumor maligno, harían un grupo musical para venerar a la Virgen María y propagar la fe cristiana católica, y María Durán de Bellido prometió a la Virgen que las ayudaría a conseguir hacer este grupo musical, para Gloria de Dios. María Durán de Bellido pasó muy bien la operación y se curó, por eso aquí tenéis la promesa cumplida", explican en su página.

La productora Flos Dei Productions se define como una ‘productora Católica Apostólica y Romana’. Su primer CD, grabado en enero, tiene 21 canciones y cada semana se publica una nueva. Por ahora, hay doce en Youtube. Flos Mariae tiene vocación internacional. "En cada CD, la mayoría de las canciones son en español. Puede haber algún tema en latín, en inglés y en catalán (que es su lengua materna, que hablan y que tanto aman) subtitulado al español", explican.

Hay quien se pregunta si estos vídeos son como el de 'Amo a Laura' de la MTV de hace años y son grabados con tónica humorística para viralizarse, pero no es así. Van en serio.”

Ahora bien, se ve que la Virgen María, luego de pensar que había solucionado el problema, en una de ésas vio alguno de los videos y se arrepintió porque, de acuerdo con un comunicado emitido por las chicas el 25 de septiembre de 2015 nos enteramos de esta luctuosa noticia: “María Durán de Bellido, fue sanada del cáncer por voluntad de Dios, Jesús e intercesión de la Virgen María, en 2012. Un año y unos meses después de su curación, nuestra querida madre tuvo una recidiva; ha fallecido el día 23 de septiembre de 2015, por insuficiencia cardíaca, en el centro hospitalario donde estaba ingresada”.

A esta altura, el lector podría muy bien preguntarse, qué tiene todo esto que ver con el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. La respuesta es simple: ahora los videos del grupo son bilingües, de modo que ya no se están solamente dirigidos a los más de 400 millones de hispanohablantes, sino también a los millones de personas que sobre la Tierra hablan o leen en inglés. Así que, como se dice en Chicago, “¡güelcom, frens!”

Éste es el video:  https://www.youtube.com/watch?v=-FuahHiMk68 

Aclaramos a los lectores que, más allá de los efectos especiales (que podrían afectar a quienes no estén advertidos), a partir del minuto 3.50, aproximadamente, el video se pone endiabladamente salvaje.

Asimismo, para quienes prefieran escucharlas en inglés y subtituladas en castellano (aunque en este caso habría que decir "español"), se ofrece la siguiente novedad:

https://mail.google.com/mail/u/0/#inbox/15d98a325966524c?projector=1

Un problema con el que hay que lidiar (I)

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Alejandro González reflexiona en la siguiente columna (primera de tres, que le publicó El Trujamán) sobre el voseo en la traducción, tema muy presente, sobre todo entre los jóvenes traductores argentinos. Este artículo, al que seguirán mañana y pasado los otros dos, fue publicado el pasado 10 de mayo.


Sobre el voseo en traducción (I)

Del célebre diálogo entre Iván Karamázov y el diablo:

Escucháse levantó de pronto Iván Fiódorovich. Me siento como en un delirio… eso es, en un delirio… mentí todo lo que quieras, ¡me da igual! No me pondrás frenético como la otra vez. Solo siento algo de vergüenza... Quiero caminar por la habitación... A veces no te veo y ni siquiera oigo tu voz, como la otra vez, pero siempre adivino los disparates que soltás, ¡porque soy yo, yo mismo quien habla, y no vos! Lo único que no sé es si la otra vez te vi en sueños o despierto. Mojaré una toalla y me la pondré sobre la cabeza, y a lo mejor desaparecés. […]
Me gusta que directamente nos hayamos tratado de vos dijo el visitante.
Imbécil rió Iván, ¿qué, te iba a tratar de usted? Ahora estoy alegre, solo me duele la sien… y aquí arriba… Pero, por favor, no te pongás a filosofar como la otra vez. Si no podés marcharte, inventá algo alegre. Contá chismes, ya que sos un parásito, contá chismes. ¡Qué tenaz esta pesadilla! Pero no te temo. Te venceré. ¡No me encerrarán en un manicomio!
C’est charmant eso de “parásito”. Y en efecto ese es mi aspecto. ¿Qué soy en la tierra sino un parásito? Por cierto, te escucho y en parte me asombro: a fe mía que ya empezás a tomarme un poquito por un ser real, y no solo por un producto de tu fantasía, como porfiabas la otra vez…
¡Ni por un instante te tomo por una verdad real! gritó Iván hasta con cierta ira. ¡Sos una mentira, sos mi enfermedad, sos un fantasma!”

Todo indica que aún deberá pasar cierto tiempo hasta que los lectores argentinos y de otras áreas voseantes de América Latina leamos así este fragmento[1].

Los que traducimos para editoriales argentinas ya sabemos casi “por defecto” que la segunda persona del singular que deberemos emplear en nuestras traducciones será el “tú”. Lo sabemos incluso a tal punto que solo en contadas ocasiones dicho criterio se hace explícito en el diálogo con el editor. La razón, a primera vista, parece obvia: este último quiere ejercer su legítimo derecho a ganar dinero con sus libros y a colocarlos en otros mercados, donde el “voseo” sería resistido. Por el mismo motivo, el uso del “ustedes” para la segunda del plural es otro criterio tácito; el “vosotros” solo se utiliza en la península, y además al oído latinoamericano suena ya anticuado, forzado, “bíblico” o, en el mejor y más neutro de los casos, simplemente eso, peninsular.En breve: con alguna excepción, un libro con “tú” (sin “vos”) y con “ustedes” (sin “vosotros”) caminará bien en cualquier país de habla hispana (los habitantes de zonas voseantes aceptaremos sin más el “tú” y en España difícilmente los lectores huyan espantados al no encontrar el “vosotros”).

Sin embargo, la cuestión no se agota en la mera estrategia comercial de las editoriales. En Argentina, zona voseante por excelencia, los lectores, al parecer, también nos mostramos reacios a admitir el voseo en literatura traducida, en especial si se trata de obras clásicas. Algo suena mal, algo molesta si los personajes de Flaubert, Henry James, Thomas Mann o Mijaíl Bulgákov se tratan de “vos”, con los correspondientes cambios en las formas verbales. Es interesante plantearse qué motiva ese recelo. ¿Acaso el voseo sigue ocupando en nuestro subconsciente un sitio asociado con lo “no normativo”, con el habla “no sancionada”, con un registro coloquial por oposición a uno escrito, académico, “culto”? ¿O será el simple peso e inercia de la costumbre, y bastaría tan solo que una generación de voseantes leyera a los clásicos con “vos” para subsanar el asunto?

Lejos de juzgar este fenómeno como algo bueno o malo, le dedicaré unas reflexiones en el próximo trujamán.





[1]Muy interesante y a propósito: el corrector automático de Word me subraya en rojo todos los verbos que se ajustan al “vos” como segunda persona del singular.

Un problema con el que hay que lidiar (II)

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Segunda columna de Alejandro González sobre el tema del voseo, esta vez publicada en El Trujamán el 5 de junio pasado.

Sobre el voseo en traducción (2)

Preguntaba en mi último trujamán si quizás, en los pliegues de nuestro argentino inconsciente colectivo, el uso del voseo no seguirá siendo visto como algo no normativo. En 1925 Borges escandalizó con la traducción de un pequeño fragmento del Ulises en el que introdujo el voseo; en el contexto de la disputa por una «lengua nacional», aquel gesto era de una audacia sin precedentes.1 Sin embargo, el propio Borges no regresó jamás al voseo en su labor posterior como traductor. Cortázar hizo gala del voseo en su narrativa, pero no en sus traducciones. Sabemos que apenas en 1982 (¿coletazo de la Guerra de Malvinas?) la Academia Argentina de Letras «bendijo» el uso del voseo, «siempre y cuando se conserve dentro de los límites que impone el buen gusto, esto es, huir tanto de la afectación cuanto del vulgarismo».2 Así pues, la tradición no le juega a favor a esta forma.

Hoy pareciera haber una línea divisoria en el uso del voseo en literatura: los escritores argentinos pueden —y deben— vosear, de lo contrario suenan raros; una historia narrada por una joven de, pongamos, treinta y cuatro años, que transcurre en Buenos Aires, con personajes netamente porteños, no funciona con el «tú». Por su parte, una obra traducida, ambientada en Roma, Estambul o Helsinki, y poblada de personajes autóctonos, pide el «tú». (Digo «en literatura», pero no sé si no cabría decir lo mismo respecto al cine; una película con Ricardo Darín haciendo de «chanta» porteño no se sostendría si hablara de «tú», pero sería interesante ver qué ocurriría —porque entiendo que casi nunca ocurre— si en Argentina se doblara o subtitulara con voseo: ¿los espectadores sentiríamos algo extraño si oyéramos o leyéramos a Robert De Niro diciendo: «Poné el dinero sobre la mesa, agarrá la bolsa y andate»?).3

En un taller de traducción del que estoy a cargo se presentó la siguiente situación: trabajando sobre un cuento ruso de finales del siglo xix una alumna usó el «vos» y otra el «tú», sin ninguna instrucción ni recomendación previas. Los argumentos en cada caso son más que atendibles; por el voseo: «si así es como hablamos», «es lo más natural», «me sale así», «me suena raro el tú»; por el tuteo: «me suena más literario», «el vos me hace ruido, no queda bien, es muy coloquial», etc.Esto en un ejercicio de traducción, no en una negociación con una editorial, lo que abona mi hipótesis de que detrás de este fenómeno hay algo más que una mera cuestión comercial.

Bien mirados, estos argumentos, al igual que los que señala Juan Sasturain para el mundo del doblaje en el cine, parecieran atañer a la función mimética del arte. Si este debe «reflejar» o «reproducir» la realidad, entonces dos franceses tomando una copa de vino en Marsella no pueden tratarse de «vos» como lo harían dos argentinos tomando mate en La Rambla de Mar del Plata, ya que sería algo inverosímil (tan inverosímil, claro, como que lo hicieran de «tú» cual dos limeños bebiendo pisco de cara al Pacífico). Ahora bien, si se acepta que el arte crea una realidad, que es un discurso dotado de esa facultad, es decir, si no le pidiéramos que fuera fidedigno, sino que nos remontara a otros mundos posibles, también tendríamos un problema: el «vos» acercaría peligrosamente aquel mundo ficcional a nuestro mundo cotidiano (el «usted», por algún conjuro, no lo hace).

Como vemos, no se trata de argumentos, sino de efectos, emociones y convenciones.

De eso irá la siguiente entrega.

Notas:
·          (1) Para un valioso análisis, puede consultarse «Borges y la traducción de las últimas páginas del Ulysses de Joyce», de Dora Battistón, Carmen Trouvé y Aldo Reda. 
·          (2) Puede consultarse aquí el artículo «El voseo en la Argentina», publicado en el Boletín de la Academia Argentina de Letras de 1982 (pp. 290-295), y seguir la argumentación que se ofrece para su aceptación. 

·         (3) A juzgar por los pocos casos en los que se intentó, la reacción fue justamente adversa 

Un problema con el que hay que lidiar (III)

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Tercera entrega de las reflexiones de Alejandro González sobre el problema de voseo en la traducción. La siguiente columna fue publicada en El Trujamán el 28 de junio pasado.

Sobre el voseo en traducción (III)

El uso del voseo en la literatura argentina estuvo ligado, claro, a la conformación de una identidad lingüística y literaria. Como señaló Ernesto Sábato en El escritor y sus fantasmas (1964):

El joven escritor de Buenos Aires se encuentra, apenas comienza a escribir, con un gran problema vinculado a todo esto que acabo de examinar; algo mucho más importante que el mero problema de nuestra propia modalidad lexicográfica (tema que ni siquiera merece ser discutido): el problema del voseo. El voseo está hecho sangre y carne en nuestro pueblo, y no sólo en las capas inferiores de la sociedad […], sino en la casi totalidad de nuestro pueblo. ¿Cómo no emplearlo en nuestras novelas o en nuestro teatro? El autor de ficciones no debe sacrificar jamás la verdad profunda de su circunstancia, y el lenguaje que debe emplear es el lenguaje en que su gente ha nacido, ha sufrido, ha gritado en momentos de desesperación o de muerte, ha dicho las palabras supremas de amistad o de amor, ha mezclado con sus risas o sus lágrimas, con sus desventuras y sus esperanzas.

En traducción, sin embargo, y por lo que uno colige cuando conversa con editores, el no uso de este pronombre personal está naturalizado; una minoría, no obstante, lo problematiza y lo siente como una concesión, como un sacrificio impuesto por las reglas del mercado y la costumbre. Hay unos pocos, por cierto, que sí emprenden traducciones voseantes.

¿Es una pérdida o una ganancia que los argentinos leamos traducciones con «tú»?

Si de lo que se trata es de afirmar el «ser nacional», el «tú» debería ser visto como una sumisión a formas ajenas, como un lastre dictado por una tradición de la que convendría deshacerse.

Si, como decíamos en el anterior trujamán, al arte le pedimos fidelidad a lo «real», entonces el «vos» debería ser la forma escogida, ya que «así es como hablamos» y el «tú» suena artificial y afectado en la comunicación cotidiana.

Ahora bien, el problema es que esa «realidad» excede los intercambios cotidianos o, para decirlo con más pompa, está constituida por «juegos de lenguaje» (Wittgenstein). En esa realidad en la que vive el lector argentino, los personajes de novelas europeas se tratan de «tú», no de «vos», y esa es la expectativa cuando se lee un libro o se mira una película. Aquí lo «inverosímil» queda invertido: lo normal/real es la convención del arte y no el habla de la calle. Vale decir, el argentino que se encuentra con una novia una hora antes del comienzo de una película hablará con ella, por supuesto, de «vos»; mirarán juntos una película con «tú» y luego la comentarán hablando entre ellos de «vos». Es un continuum de realidad, de juegos de lenguaje; lo disruptivo sería que la novia lo tratara de «tú» o que Schwarzenegger dijera: «¡Eh, vos, vení acá!». Por tanto, la realidad lingüística de los argentinos incluye dos pronombres para la segunda persona del singular allí donde la mayoría de los hispanohablantes cuenta con uno. Por caso: para el lector español o venezolano, Raskólnikov y Sonia Marmeládova hablan entre sí como lo harían dos compatriotas, con un muy natural «tú»; para los argentinos, hablan en una lengua «otra», ficcional, literaria. Podría pensarse que el «tú», en nuestras tierras, contribuye a acentuar el efecto de extrañamiento propio del buen arte.

Llegados aquí, esta especificidad de la lengua de traducción —que no de la literaria— nos permitiría plantear una pregunta de mayor calado: ¿es cierto que Argentina es un país estrictamente voseante? ¿El uso pasivo del «tú» en literatura y cine no vendría a socavar esa idea?

Un blog de poesía que vale la pena volver a visitar

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Despacio, pero sin pausa, la poeta Silvia Camerotto continúa traduciendo el Paterson, de William Carlos Williams, cuyas secciones pueden leerse tanto en Otra iglesia es imposible, el blog de Jorge Aulicino, así como en De sibilas y pitias (http://desibilasypitias.blogspot.com.ar/), el propio blog de la traductora.

Y vale la pena volver a llamar la atención sobre este último, donde el lector, además de versiones de poetas hoy clásicos, como Emily Dickinson, T.S. Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens, Carl Sandburg, Edta St. Vincent Millay, Dylan Thomas y el mismo Williams, podrá toparse con textos de Elizabeth Bishop, Sam Shepard, Mark Strand, Charles Wright, Tiffany Atkinson y muchos otros autores indispensables, traducidos por Camerotto.

Sobre la necesidad de las antologías que ofrecen la obra de los traductores de poesía al castellano

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Casi todos los países serios de tanto en tanto se deciden a poner orden en sus papeles y, de ese modo, trazan un mapa de lo que hubo y lo que hay, dejando entrever qué es lo que todavía no está y debe haber. En el campo de la traducción, gracias a los trabajos exegéticos, es posible trazar mapas que permiten visualizar qué se tradujo, cuándo y, eventualmente, sacar conclusiones sobre las razones de una época para haber traducido algo, muchas veces directamente conectado con las necesidades de una cultura determinada en un momento de su historia. 

De todas las especies literarias, la poesía cuenta con las ventajas de la brevedad y la ubicuidad, pero, asimismo, por ambas causas, tiende a desperdigarse: no sólo se publica en forma de libros, sino también en revistas y periódicos, muchos de los cuales tienen una vida azarosa y efímera. Y lo que ocurre con la poesía escrita en la lengua de un país también sucede con la poesía traducida. 

En 1965, cuando la Argentina era un país bastante más serio que en la actualidad, Lyzandro Z. D. Galtier (1901-1985), poeta y gran traductor de O.W. de Lubicz Milosz, publicó en Ediciones Culturales Argentinas –una hoy impensable editorial del Estado los hoy inhallables tres tomos de La traducción literaria, tres tomos dedicados a hacer un balance sobre toda la poesía extranjera traducida por argentinos y de toda la poesía argentina traducida por extranjeros. La obra es encomiable, pero ya está reclamando una urgente actualización.

Luego, en 1975, el Fondo de Cultura Económica, de México, publicó El surco y la brasa, un volumen compilado por Marco Antonio Montes de Oca y su esposa Ana Luisa Vega, antología que abarca 58 años de traducción de poesía en México y la labor de 38 traductores. Ese volumen fue continuado en Traslaciones: poetas traductores 1939-1959 (también en el FCE), esta vez compilado por la poeta Tedy López Mills, que actualiza la labor de los antólogos anteriores, arrancando donde estos dejaron.

Por su parte, el extraordinario poeta chileno Jorge Teillier (1935-1996), poco antes de morir, le entregó a la Editorial Universitaria una Poesía universal traducida por poetas chilenos (1996), que incluye textos que van desde Horacio, traducido por Eduardo de la Barra en 1899, a Derek Walcott, traducido por Verónica Zondek en 1993. 

Una reciente visita del Administrador de este blog a la Feria Internacional del Libro de Bogotá le permitió descubrir Traductores de poesía en Colombia, una exhaustiva investigación y selección de Jaime García Maffla y Rubén Sierra Mejía, que abarca 828 páginas y lleva el sello de la Alcaldía Mayor de Bogotá y que fue publicada en la colección Poesía Casa Silva en 1999. 

Con la excepción hecha a los dos libros mexicanos, está claro que, en líneas generales, estos libros no circulan de un país a otro, lo cual plantea una serie de cuestiones interesantes: ¿existen sus equivalentes en el marco de otras poesías de lengua castellana? ¿No valdría la pena hacer un estudio comparativo para ver qué se tradujo en cada provincia de la lengua? ¿No sería de alguna utilidad comparar cómo procedieron los poetas traductores de cada país para resolver la traducción de los mismos autores y, muchas veces, de los mismos poemas? ¿Cuáles fueron las modas de traducción en cada período? Por supuesto que las preguntas podrían multiplicarse. Se esperan las respuestas.




"Para ser yo, he de centrarme en Pound"

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Que la inteligencia de María José Furió está presente en cada una de sus columnas de El Trujamán no es secreto para nadie. Los únicos que no la ven son los que generalmente no ven nada, o prefieren no ver nada que no sea en su propio provecho. Aquí, en ésta, publicada en un ya lejano 7 de enero de 2012, esta excelente narradora, ensayista y traductora española nos habla de otra forma de traducir, como se leerá a continuación.


El espía, de Justo Navarro. Ezra Pound y sus heterónimos

La biografía del poeta norteamericano Ezra Pound está marcada por el estigma de su fascinación y apoyo al fascismo mussoliniano, de sus manifestaciones antisemitas y un aura de enloquecida genialidad, de tal modo que su figura es, en parte, tabú. Suele salvarse el escollo separando cuidadosamente su obra poética de sus extravíos políticos. Por qué, habiendo sido detenido y acusado de traicionar a su país, no fue Pound ejecutado es el detalle intrigante y detonador de El espía. Justo Navarro fabula con la posibilidad de que el poeta de Rapallo fuese un agente doble y que sus extravagantes alocuciones a través de la radio italiana en tiempo de guerra contuviesen mensajes cifrados para los aliados. Unos mensajes que traían de cabeza a los nazis, incapaces de obtener ninguna certeza tras aplicarles todas las claves de interpretación de códigos secretos disponibles. Las peroratas del poeta americano eran intraducibles al idioma convencional del contraespionaje.

Sin embargo, como no se trata de una típica novela de espías, Navarro rompe el hilo de la narración y, reconstruyéndola por fragmentos de fuerte densidad poética, presenta a Pound en facetas que confirman y refutan esa supuesta condición suya de espía, de loco, de traidor, de leal ciudadano.

Hay lectores de la novela que echan de menos alusiones concretas a su poesía, a los Cantos. Echan de menos la biografía redentora. Les parece que el gran poeta queda empequeñecido al dejarlo solo en su incomprensible extravío fascista, sin entender cómo la novela alegoriza el presente, a través de esa adicción grotesca de Pound al micrófono, a su voz surcando el espacio para hablar a desconocidos, para condicionar su opinión. Los avances tecnológicos de la época, la radio y el cine, medios de masas que fascinaron por igual a Hitler, a Mussolini y a Pound, equivalen a la revolución digital del final del siglo xx.

Ezra Pound resurge de pronto en el panorama literario español porque, relata J. N., cayó en la cuenta, cuando el autor de Gialla Neve Carlo Trenti le hace saber cierta coincidencia entre su estancia en Pisa y la del poeta, que había mucho de Pound en él. En definitiva, el Ezra Pound de  El espía es una versión de J. N., su narrador. Un heterónimo de circunstancias. Penando el mal de amores de un divorcio repentino, mientras concluye la traducción de nada menos que Los pesares del joven Werther, y antes de recoger otro policíaco de Trenti, J. N. descubre «en el modo de escribir de Pound una mente próxima a la mía, no diría yo triturada, invadida por multitud de palabras e imágenes sin cohesión, desligadas, sino sólo coherente con el estilo de mi mundo mental, verbal y visual, electrónico, digital: ráfagas de informaciones rápidas, rotas y confusas, por teléfono y otros tipos de pantallas y teclados». Y son estos ingredientes los que aparecen versionados y adaptados a la trama de la Italia de Mussolini, Truman, Hitler, con sus adeptos y sus espías y agentes dobles, confidentes, etc.

J. N. se traduce a sí mismo en el personaje Pound. No quiere decir «Yo soy Pound» a sesenta años de distancia, sino: para ser yo, el que soy después de mi matrimonio roto, he de centrarme en Pound. Leer al poeta lo salva de un estado de irrealidad, fantasmal, provocado por la soledad excesiva. El Pound de Navarro es un avatar de un estado de ánimo. «La forma de escribir de Pound coincidía con la forma de mi conciencia en aquel momento», escribe J. N. La novela es la traducción de esa conciencia del narrador, por eso no puede dar una biografía literal, canónica, y también por eso los personajes que informan a J. N. sobre el poeta de Rapallo se someten a las necesidades de la trama, y no necesitamos creer que sean reales.



Rafael Spregelburd en el Teatro de la Ribera

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Tres finales se llama la última pieza en cartel de Rafael Spregelburd,  que tendrá funciones los días 12, 19 y 20 de agosto en el Teatro de la Ribera (Av. Don Pedro de Mendoza 1875), en el barrio de La Boca.

En ella, el autor de Bizarra, relexiona sobre qué es el arte y cómo funcionan las lenguas, discutiendo asimismo su posibilidad de comunicar. Lo hace con el virtuosismo que acostumbra tener y que lo convierte en uno de los mejores dramaturgos de la escena argentina.

Se trata de una pieza en tres cuadros, el segundo de los cuales resulta desopilante porque la acción, si es que así puede llamársela, transcurre en una línea de traductores simultáneos a las más diversas lenguas (inglés excluido), que van conformando un galimatías francamente extraordinario.

Además del propio Spregelburd, quien también dirige, integran el elenco Andrea Garrote, Alberto Suárez, Sofía Brihet, Mónica Raiola, Pablo Seijo, Débora Dejtiar, Lalo Rotavería, Luciana Acuña y Matthieu Perpoint. Cantan Cecilia Arellano e Isol. Los músicos en escena son Mariano Irschick (clave y dirección), Cecilia luna (primer violín), Valentina Guirigay (segundo violín), Raquel Giuliani (vbiola) Ignacio Caamaño (violoncello) y Sebatián Strauchler (tiorba). 

Para venta de entradas anticipada, www.complejoteatral.gob.ar

"Ellos me ignoran y yo me divierto ignorándolos"

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Zabaloy y su traducción, con la estatua de Joyce en St. Stephen's Green


Por alguna razón, que ya linda con la coquetería,  Marcelo Zabaloy, el traductor argentino de Ulises y de la versión completa de Finnegans Wake se la pasa diciendo que es un outsider y que los traductores profesionales lo ignoran, razón que, a su vez, lo lleva a ignorarlos. Lo cierto es que, desde 2015 a la  fecha, aparece directa o indirectamente en 16 entradas distintas de este blog –muchísimo más que ningún otro traductor, fue invitado a presentar su versión del Ulises en la Biblioteca Nacional, en el marco de la celebración que hizo el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires por los 70 años de la aparición de la primera edición en castellano –la de Salas Subirat– y fue presentado a Laszlo Erdelyi, director del suplemento de cultura del diario El País, de Montevideo, quien le dedicó nada menos que un número entero, tapa incluida y caricatura de Ombú, el mejor dibujante y caricaturista del Uruguay. Convengamos que o ésta es una manera muy extraña de ser "ignorado" o Zabaloy espera algo más que no queda del todo claro, sobre todo, porque, contrariamente a lo que él supone, ya recibió una enorme atención y su labor, una gran cobertura así como múltiples elogios (más algunas críticas, como no podía ser de otra manera). Así planteadas las cosas, volvemos a publicar una nueva entrevista –otra más con el traductor de Bahía Blanca, está vez a cargo de Julián Doyle. Salió publicada en el último número de The Southern Cross, el periódico de la comunidad irlandesa argentina, y se reproduce acá por gentileza del autor y de Guillermo MacLoughlin, director del periódico.

“Los presos dicen que leen la Biblia para ser mejores. Deberían leer Ulises

Espíritu amateur. Provocador sin provocar. Toda una vida reparando computadoras y haciendo los tendidos de cables de redes de datos. Toda una vida leyendo como hobby. Bahía Blanca. “No tengo pose de escritor ni de traductor. Si a mí me gusta una palabra, la pongo”. Una traducción del Finnegans Wake, un libro aún más desafiante que el Ulises, con diez revisiones antes de entregar el texto definitivo. “Te podrás imaginar cómo me ha quedado el cerebro. No hay argumento, no hay una historia que puedas relatar, es una misma historia contada una infinita cantidad de veces. Y en una línea, donde hay diez palabras, cuatro de ellas no existen. No están en los diccionarios. Estás obligado a crear neologismos”.

El autor de la traducción al castellano rioplatense de dos de las obras fundamentales de James Joyce, tiene seis hijos, anda por los 60 años, una vida made in Bahía Blanca, ex jugador de rugby, y se autodefine como un buscavidas.

A 72 años de la primera traducción al español del Ulises, realizada por el argentino J. Salas Subirat, que también era alguien excéntrico del mundo literario: su mundo era el de la venta de seguros. Gracias al reciente libro de Lucas Petersen sobre la vida de Salas Subirat se supo mucho más sobre una figura ignota e ignorada por el ambiente de los libros. Algo similar le ocurre a Zabaloy, aunque con algunas diferencias de escala. “En el año 1961 yo tenía cinco años. No era habitual que los chicos estudiaran inglés, pero a mi no me costaba, me gustó, se me hizo como un caramelo”.

Recuerda el momento en que, una vez terminada la traducción, su señora le preguntó por qué no buscaba editor. “Yo no sabía, porque por ahí algo te da mucho placer hacerlo y para otro es una porquería. Además estaba muy deprimido. Entonces un domingo a la mañana empecé a escribir por emaila las editoriales que encontré en una lista. Adjuntaba el capítulo 15, Circe, el que transcurre en el burdel a medianoche, para mostrar que la cosa iba en serio. Escribí a todas las editoriales en Argentina, México, España. Pero nada. Ni una respuesta. La Asociación James Joyce de Bahía Blanca no pareció interesarse en absoluto; la editorial Ediuns, de la Universidad Nacional del Sur, dijo que no tenía gente para evaluarlo y que si quería podía editarla a mi exclusivo cargo, sin revisar el texto; los diarios y revistas literarias argentinas tampoco se interesaron.

Pero en febrero de 2010, seis meses después, recibió una llamada en Bahía Blanca. “¿El señor Zabaloy? Buenos días, le habla Edgardo Russo”. Trabajaron juntos hasta el 2012, capítulo tras capítulo. “Mientras tanto, como yo necesitaba mi droga, me puse a traducir el Finnegans Wake. En el 2012 tenía el 70% hecho”.

El irlandés Declan Kiberd, autor de la introducción al Ulises más vendida del mundo anglosajón (el de Penguin Classics) contó que Joyce amaría esto, “porque él escribió el Ulises pensando en gente como Zabaloy. Lo hizo para porteros, para guardas de tren, personas con oficios comunes o trabajos mecánicos. Él con el Ulises estaba celebrando a la gente común, a la mujer común. Es realmente un privilegio que el Ulises esté siendo traducido por gente que no proviene del mundo literario. Casi todo el libro se nutre del discurso y el habla común de la gente de la calle”. 

Si Dublín desapareciera de la faz de la tierra, podría reconstruirse entera a partir de las páginas de mi novela, se jactó James Joyce. Hay solo cuatro traducciones del Ulises al español: dos argentinas y dos españolas. La primera de Salas Subirat, la segunda del español José María Valverde (1976), la tercera de los españoles García Tortosa y Venegas (1999), y la última de Zabaloy (2015).  “La primera lectura del Ulises me llevó seis meses, o algo así, porque leía despacio, en la cama con el diccionario en la panza, y eso requiere paciencia. Desde el primer párrafo me sentí perplejo y cautivado. El famoso monólogo de Molly Bloom me llevó un mes o un poco más”.

Para el Ulises, Zabaloy se rodeó de un equipo de expertos, comenzando por su editor, el ya fallecido Edgardo Russo, a los que se sumarían los especialistas Teresa Arijón, Anne Gatschet y Eugenio Conchez, en la traducción y revisión del texto y la redacción de las sumamente pertinentes notas explicativas; se agrega, al final, una tabla comparativa entre las ediciones inglesas, y una francesa, consultadas, pensada sobre todo para los especialistas, y una lista de personajes, útil, ésta sí, para el lector perdido en la selva joyceana. Desde todo punto de vista, una edición cuidada y confiable.

En cuanto a Finnegans Wake Joyce lo publicó en 1939, diecisiete años después de la primera edición del Ulises y dos años antes de su muerte en 1941. La novela, una gigantesca epifanía, arranca con la historia de Finnegan, un albañil que se cae de un andamio y resucita (o se despierta) gracias a unas gotas de whiskey para reencarnarse en el personaje central de la obra: H.C. Earwicker. “En distintos momentos incorpora oraciones e incluso párrafos enteros en 70 idiomas”. Aunque hay traducciones parciales, como la de Víctor Pozanco, de 1993, o la de Francisco García Tortosa, de 1992, esta es la primera traducción al español íntegra del libro.

A 650 kilómetros de Buenos Aires, Zabaloy responde los mails de TSC:

–¿Cómo es la vida en Bahía Blanca, cómo es tu vida en Bahía Blanca, la ciudad cambió mucho en estos años?
–Nací y viví acá toda la vida. Trabajo con uno de  mis hijos en su agencia de viajes un poco en casa y un poco en  la oficina. Los martes voy a la Unión de Rugby y el jueves cocino en el club para la subcomisión.  Los sábados voy a ver a la Primera y a veces  los infantiles o los juveniles. En los ratos libres traduzco algo que me guste, sin encargos por lo general. No quiero trabajar de  traductor. Soy un aficionado. Los traductores son maltratados por las editoriales y yo no tengo ningún interés en dejarme maltratar. Traduje este año El atentado de Sarajevo (Georges Perec) para El Cuenco de Plata pero solo porque adoro a Perec.

–¿Cambió mucho tu estilo de vida después del Ulises, fue un antes y un después para vos?
–Después de leer y traducir el Ulises cambian muchas cosas en el interior de una persona pero no me cambió el estilo de vida.  Tuve la necesidad de seguir con algo que le diera sentido al tiempo libre. Y empecé a leer y traducir Finnegans Wake.
–¿Cómo te sentís cuando leés en las entrevistas que te hicieron cosas como: “No es escritor ni traductor profesional. Ni siquiera es profesor de literatura.”?
–Tienen razón. La figura del outsider no me molesta. Y es genuina. Toco de oído y ni siquiera soy un profesor de literatura. Leo desde que tengo memoria. Escribo y no publico porque el pudor me frena. Traduzco porque me apasiona hacerlo.

–Me pasa seguido encontrar traducciones al español  de libros que me interesan y no poder leerlos por tanto español madrileño presente en el texto. Se complica aún más cuando se trata de ficción.
–Lo que me interesa por lo general lo leo en inglés o en francés. Gracias a Dios, Vladimir Nabokov se auto-tradujo (su hijo y él). Cada lechón en  su teta. Los españoles se mofan de  los argentinos y viceversa. No me da la talla para criticar a nadie.

–¿Cómo fue tu infancia, tu familia viene de la inmigración o no hay conexión con ese tipo de historias de puerto y campo?
–Mi infancia son recuerdos de un patio en calle Alsina y un huerto claro donde madura un limonero. Mis abuelos maternos eran hijos de vascos y franceses escapados del hambre. Nada original. Mis abuelos paternos, uno nieto de alguien impreciso de Aquitania o el país vasco francés y otra nieta de suecos. Es decir, producto netamente argentino. Pero sí, claro, todos inmigrantes. Mi vieja nació en Coronel Pringles y vivió en el campo hasta que se casó. Hice la primaria y la secundaria en escuelas públicas y después estudié dos años de abogacía en la UCA. En 1976 murió mi viejo y volví a casa. Después me casé.

–Dijiste en varias notas que en Ulises está prácticamente todo, que es un libro que te hace mejor persona sin ser de autoayuda.
–Es cierto que está todo. Los presos dicen que leen la Biblia para ser mejores. Deberían leer Ulises. El tiempo no se siente. Es posible que se acelere y acorte penas. De  todo tipo. En todos los sentidos de la palabra pena. Y en todos los sentidos de la palabra tipo.

La cuestión dela infidelidad está muy presente en Ulises y más que nunca en la sociedad actual con sus redes sociales, etc. ¿Cuál es tu visión de este punto en la historia de Joyce y también en paralelo con nuestra sociedad?
–La carta que Bloom recibe en su casilla de correo de parte de una tal Martha Crawford está dirigida a Henry Flower, su apodo. La trampa matrimonial se ajusta a los tiempos que corren. De las palomas mensajeras a la carta con lápiz labial en beso al incitante mensaje de Whatsapp, la esencia no ha cambiado. Hay una urgencia que apaciguar y por el medio más discreto. La tecnología que se inventó para la guerra termina usándose para  los amores clandestinos. A Bloom, víctima y victimario, no le pareció  tan terrible. A Molly, menos. A Joyce, menos que menos. No voy a llevarles la contra.

–¿Para quien nunca leyó nada de Joyce, le conviene arrancar por Ulises o por algo menos extenso?
–Describo mi experiencia. Primero leí un cuento de Dublineses, “Counterparts”, que me encantó. Muchos años después leí todo Dubliners, una maravilla. Después vino  el retrato del artista adolescente. Y mucho después Ulises.

–¿Encontraste un método para trabajar? En una nota decías que le dedicabas diez horas por día de lunes a lunes!
–Es cierto. Encontrar el método quiere decir encontrarle el gusto a la cosa.  Ver que es posible. Que hay un modo de  escribir una frase complicada en otro idioma  y escribirla en castellano sin quitarle la complicación original. Y que quede linda. Que sea agradable de oír. Y entonces cuando leía en voz alta lo escrito y me gustaba había encontrado el método.

Y también es cierto que le dediqué a las correcciones de Ulises entre diez y doce horas diarias durante un año. Leíamos por Skype con Edgardo Russo y  nos reíamos como locos. Fue un placer exquisito y lamento muchísimo que se hayan terminado dos cosas: la vida de Edgardo y la traducción del Ulises.

Es difícil de creer que algún tipo haga esto por nada. Pero no era por nada. Era para que el Ulises se publicara y para ese entonces ya tenía un contrato con El Cuenco. No podría haberse hecho de otra forma. Por otra parte en 2012 ya había decidido retirarme del trabajo de cableados. Había sufrido dos infartos y mi hijo me propuso que lo ayudara con su agencia. Tenía tiempo y la subsistencia asegurada.

A Finnegans Wake le dediqué mucho más tiempo. De los siete años que me llevó traducirlo, cuatro fueron a tiempo completo. Salvo los días que estuve de viaje, el resto los pasé traduciendo, de la mañana a la noche incluso sábados y domingos. La ayuda de  Eugenio Conchez en Ulises y sobre todo en Finnegans Wake trasciende lo humano. Eugenio es una maravilla de persona. Un fulano irrepetible. No hay quien le llegue a los talones en el arte de revisar. Es implacable.

–“Juro por lo más sagrado que jamás espié ninguna de las traducciones al castellano”. No me queda claro si aún hoy no has leído ninguna edición al castellano de Ulises o quisiste decir que en el momento de traducirlo no las tuviste en cuenta?
–No leí ninguna traducción al castellano del Ulises, ni antes, ni durante, ni después de traducirlo. Sí leí y  tuve siempre delante la traducción al francés de Auguste Morel y Valéry Larbaud.

–Salas subirat:“Una obra difícil de entender en inglés tenía forzosamente que desanimar a los traductores. Pero traducir es el modo más atento de leer, y el deseo de leer atentamente es responsable de la presente versión”.
–Nada más cierto. Sin saber nada de Salas Subirat y sin tener la más mínima  intención de traducir el Ulises y que alguien lo publicara hice lo que él hizo. Empecé  traducir para entenderlo mejor.

–¿Cuál fue el principal obstáculo que te encontraste a la hora de traducir Ulises?
–Las primeras hojas de Oxen of  the Sun, una génesis de la literatura inglesa.

–El traductor Matias Battiston decía que tuvo que viajar a Dublin para poder terminar su libro sobre James Stephens, caminar por las calles que nombraba el libro, por los lugares, etc. Como una forma de pesquisar detalles circunstanciales y biográficos que quería incluir.
–Había terminado la primera lectura de Ulisescuando fui a Irlanda por primera vez. Apenas estuve un día caminando por Dublín. Después fui varias veces más pero siempre con grupos así que no tuve mucho tiempo libre. Estuve en Sandycove, en la Torre Martello, etc. Me sirvió  todo lo que había leído antes y durante la traducción. Las visitas a Dublín me provocaron nostalgia de cosas jamás vividas.

–En relación a Finnegans Wake, cómo fue la gestación del libro, tuvo la mística que has contado acerca de tu aproximación a Ulises o lo tomaste más como un “encargo”?
–No hubo ni podría haber habido encargo alguno. ¿Quién encargaría algo así a un outsider? Finnegans Wake, su traducción a lo largo de siete años y sus doce lecturas en voz alta, solo en mi biblioteca, han dejado una huella y en Bahía Blanca hay quienes lo notan y cruzan de vereda cuando me ven. Con Finnegans Wake encontré el método y me hice amigo de Hervé Michel. Este genio ignorado fue mi guía.Y los muchísimo ensayos y libros que leí mientras traducía. Me pasé un mes entero en la BNF en Paris leyendo todo lo que pude sobre la gestación de FW. Esto fue sin beca, por supuesto. Así le encontré la vuelta. Todo fue un goce sublime.

–Hay algo que sobrevuela en todas las notas que leí sobre vos, que es el nivel de corporativimo de los traductores profesionales y de la literatura argentina vista como un ambiente cerrado o sesgado.
–Está bien que así sea. Los literatos y los académicos hacen lo suyo. Cuidan la quinta. No tengo ningún reproche. Son, para mí, mundos ignotos. Ellos me ignoran y yo me divierto ignorándolos. A mí no me da la talla para mito. Salas Subirat fue un héroe absoluto. Me avergüenza que me comparen con él. No tiene sentido. Más allá del honor que me hacen.

–¿Mantuviste contacto con alguien de la comunidad irlandesa en Bahía Blanca?
–La Asociación James Joyce de Bahía Blanca me invitó el año pasado a dar una charla en un salón enorme de la Municipalidad. Ellos pusieron mucho entusiasmo en la difusión. Una bella soprano cantó “Love's old sweetsong”. Lo pasamos muy lindo aun con poca gente. 

–Por último, que enseñanzas te dejó el rugby, crees que sirvieron para darte fuerza a la hora de cambiar de rumbo en un momento de tu vida?
–Soy dirigente del club El Nacional y de la Union de Rugby del Sur. El rugby me dio casi todas las oportunidades que tuve para ir acomodándome en la vida. Por el rugby mantuve vivo mi interés por los idiomas del rugby, el francés y el inglés. Por el rugby conocí muchos países. Sin dudas ambas traducciones son producto directo del rugby.





Anne Carson, otra vez

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En una entrada de este blog, correspondiente al 15 de noviembre de 2015, se destacaba la enorme visibilidad que estaba teniendo la poeta canadiense Anne Carson, quien, para entonces, ya había sido muy traducida al castellano. Se anunciaba, asimismo, en ese breve informe, que la poeta chilena Verónica Zondek estaba preparando su traducción de Rec Doc para la editorial mexicana Trilce. Unos meses después, el 21 de mayo de 2016, Aldo Perán (para quien el nombre de los traductores no existe) publicaba la siguiente nota en el periódico La Tercera, de Chile, donde se habla de Eros el dulce-amargo el primer libro en llegar a Chile “de la autora canadiense que amplió las fronteras de la poesía contemporánea y quien ha despertado un reciente interés por difundir en castellano su premiada obra”. En el artículo en cuestión, donde –reiteramos– no hay nombres de traductores, se mencionaba asimismo la finalización del trabajo de Zondek y se cerraba la nota con una breve entrevista a Carson. Rec Doc ya salió, lo cual plantea una buena excusa para volver a ese artículo.

Anne Carson, la belleza de ser poeta

Cuando era tan solo una niña, llegó a sus manos un libro que tenía por título Vidas de santos. Su madre leía versiones abreviadas de clásicos literarios en el Reader’s Digest y su padre tenía predilección por los libros de historia. En una casa abarrotada de libros, esa colección de breves biografías le fascinó tanto que terminó por comerse algunas de sus páginas. Luego, cuando estaba en la secundaria, se interesó por el latín y el griego antiguo. Finalizó los estudios universitarios y Anne Carson comenzó a ser lo que en la actualidad la ha transformado en objeto de admiración -pero también de resentimiento- entre críticos, autores y lectores: una escritora insondable de gran talento.

Nacida en 1950 en Toronto, el centro financiero de Canadá, Anne Carson es hija de una dueña de casa y de un funcionario del Toronto Dominion Bank. Debido al cargo de su padre, y al sistema bancario canadiense, su infancia transcurrió en distintas ciudades de la región de Ontario. Luego, en los 70, ingresó a Clásicas –el estudio de la Grecia antigua y de la civilización romana– en la Universidad de Toronto, para proseguir sus estudios en la prestigiosa universidad escocesa de St. Andrews. A comienzos de los 80 retornó a Canadá para escribir su tesis doctoral, que centró en la obra de la poeta griega Safo. Su investigación finalizó en 1986 con la publicación de su tesis, un estudio interdisciplinario –con un estilo deudor de Ronald Barthes y de la French Theory– sobre la indagación del concepto griego de Eros.

Eros el dulce-amargo, la primera publicación de Carson, acaba de llegar a librerías chilenas en una cuidada traducción. Publicado en Argentina por Fiordo Editorial, este ensayo nos presenta la agudeza intelectual de la escritora canadiense para presentar los orígenes y condiciones en las que surgió el concepto de lo erótico, cuando Safo descubrió que la experiencia de Eros le parecía dolorosa y placentera al mismo tiempo. El eros como falta, como deseo, pero también como electricidad estática y como condición sólo posible para quienes pudieran acceder entonces a la capacidad de leer y de escribir, en una sociedad gobernada por la oralidad. El problema de lo erótico (el amor es una cuestión de control ¿Qué significa controlar a otro ser humano? ¿Controlarse a uno mismo? ¿Perder el control?) está ampliamente documentado e interrelacionado históricamente, y permite al lector ampliar no tan solo su conocimiento de la cultura griega.

Este no es el único libro de Carson que circula en librerías. A principios de 2000, la única publicación de Carson disponible en castellano era La belleza del marido: un ensayo narrativo en 29 tangos (Lumen, 2003). Sin embargo, el panorama ha cambiado, y para mejor. Se han sumado en los últimos años las traducciones de Hombres en sus horas libres (Pre-Textos, 2007), Decreación (Vaso Roto, 2014), la versión chilena de El ensayo de cristal (Cuadro de Tiza, 2015) y recientemente se acaba de publicar en España su libro más célebre: Autobiografía de Rojo (Pre-Textos, 2016). Además, la poeta chilena Verónica Zondek, entregó hace unas semanas a una editorial mexicana su traducción de Rec Doc, una secuela de Autobiografía de Rojo. Este año también se publicará en Chile la traducción de Irony por el sello Alquimia Ediciones. El interés por la obra de Carson se ha transformado, durante el último tiempo, en un asunto de interés editorial a nivel iberoamericano.

¿Por qué tanto interés en torno a su trabajo? ¿Qué hace que una mujer que reescribe mitos griegos y aborda la experiencia mística de Safo y Simone Weil, que cita a Emily Brontë en sus poemas, también a Freud, San Agustín y a Artaud, tenga cada vez más lectores? ¿Será acaso su modo de construir imágenes poéticas? ¿Que sus libros sean una especie montaje incomparable? Es cada vez más común leer en publicaciones extranjeras que es una posible candidata al Premio Nobel. Ya ha sido distinguida con la beca Guggenheim y la prestigiosa beca MacArthur. Fue, además, la primera mujer en obtener el T. S. Eliot Prize for Poetry, entre otros destacados galardones por su obra y por su oficio como traductora. Sucede que además de ser profesora universitaria, Carson es traductora de los clásicos griegos, poeta, ensayista y ha realizado lecturas con performances en NYU. Hace unos meses publicó un texto de ficción en The New Yorker, donde publican regularmente algunos de sus poemas.

Reacia a dar entrevistas, Anne Carson se niega a hablar de su vida y de su trabajo, producto de un obsesivo cuidado por su privacidad, a pesar de que trabaje una y otra vez con sus propios asuntos familiares –la demencia senil de su padre, la muerte de su hermano, el quiebre matrimonial y posterior separación de su primer matrimonio–. Es por eso que ha dado muy pocas entrevistas a lo largo de su trayectoria. Sin embargo, respondió vía e-mail un par de preguntas para La Tercera, en lo que es su primera reacción al interés por su trabajo en lengua española.

–Desde la publicación de Eros el dulce-amargo ha trabajado continuamente en torno a la cultura griega. Como poeta, ¿qué posibilidades le ofrece el griego clásico?
–Para mí, el griego clásico es un lenguaje que no tiene fondo, en el cual puedes viajar hasta las profundidades de las palabras por siempre.

–Safo entendió a Eros –lo dulce-amargo– como una experiencia que cruza la historia de la literatura. ¿Cuánto ha cambiado nuestra visión de lo erótico en relación al pasado?
–No ha cambiado demasiado. Eros sigue siendo sinónimo de ausencia. Sin embargo, pienso que existe una nueva tolerancia para la actividad erótica, entendida como un avance en el amplio espectro de deseos, avance que no se limita a una sola elección de género, o método, o clase de devoción para la actividad erótica propiamente tal.

–A propósito del interés por traducir su obra en lengua española, ¿tiene interés por la obra de algún escritor o poeta latinoamericano?
–Admiro el trabajo de María Luisa Bombal, Heberto Padilla, Rosario Castellanos y Clarice Lispector.

Miguel Wald vuelve al ruedo y nosotros, contentos

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"Nunca tuve un diario íntimo. Nunca escribí un diario de viaje. Nunca fui capitán de una nave, aunque me habría gustado ser el capitán Kirk, el del Enterprise. Mientras tanto, y para ir haciendo tiempo (¿se puede hacer el tiempo, o acaso solo se lo deshace?), voy a ir escribiendo textos para un blog. Algún día voy a tener uno." Esto dice el traductor Miguel Wald en la presentación de su blog, que, inactivo desde el año pasado, vuelve a la carga. Lo hace con una columna subida el 4 de agosto pasado, que, con el título "Otra vez con el idioma" plantea reflexiones como ésta: "Los idiomas son convenciones entre hablantes (no entre teóricos ni entre expertos) y sirven para comunicarse (Steiner dice que en realidá sirven más bien para ocultarse, pero de eso podemos hablar otro día). Si los hablantes convienen (acuerdan) usar tal o cual palabra, tal o cual preposición, tal o cual construcción, y se entienden bien usando esa palabra, preposición o construcción, pues esa será la forma correcta, porque es la que acordaron, explícita o implícitamente, como tal. ¿Para qué sirve tener otra forma a la que llamar correcta? ¿La realidad va por un lado y la corrección por otro? ¿Qué sentido tiene eso?".

Quienes deseen saber más pueden dirigirse a 
http://algundiavuatenerunblo.blogspot.com.ar/


Otra versión de Eliot, esta vez española

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Publicada en la edición del 4 de agosto pasado de El Cultural, el suplemento del diario El País, de Montevideo, la siguiente reseña de Juan de Marsilio se ocupa de la reciente traducción de André Jaume de varios poemas de T. S. Eliot.






El sabor de los frutos tardíos

Las reediciones de los clásicos los acercan a nuevas generaciones lectoras. Mejor aún si la reedición aporta un abordaje crítico claro, riguroso y nuevo. Objetivos que Andreu Jaume, responsable de la traducción, introducción y notas de esta edición bilingüe logra con creces.

Thomas Stearns Eliot nació en Saint Louis, Missouri, en 1888. Estudió en Harvard y en 1914 se trasladó al Reino Unido, donde completaría una brillante carrera como poeta, crítico literario y dramaturgo, que lo llevaría al Premio Nobel en 1948. En 1915 contrajo matrimonio con Vivienne Haigh-Wood, de quien se separó en 1933 debido a serios trastornos mentales de ella. Vivió el fracaso matrimonial con culpa y tristeza, como recuerda Frank Morley, su compañero en la editorial Faber & Faber: “Hay veces en que un hombre puede sentirse como si se hubiera caído a pedazos y al mismo tiempo verse a sí mismo de pie en las calles escrutando los restos y preguntándose qué tipo de máquina saldrá si puede volver a juntarlos. Fue catorce años después, hablando de sus propios sentimientos, cuando Tom utilizó esa figura retórica”. Los Cuatro Cuartetos son la bitácora de la recomposición moral del autor del largo poema “La tierra baldía”.

En 1927 Eliot se hizo ciudadano británico y se convirtió a la High Church (Alta Iglesia), corriente del anglicanismo cuya liturgia se parece más a la de la Iglesia Católica. Esto implicaba desandar lo andado por su linaje: en el siglo XVII sus ancestros, protestantes extremos, habían viajado a América para alejarse de una Inglaterra que juzgaban contaminada de “papismo”. Este regreso y conversión son claves en el segundo cuarteto, “East Coker”, la localidad de origen de los Eliot, y en el cuarto, “Little Gidding”, en el que se hace un paralelo entre la Segunda Guerra Mundial y los conflictos civiles y religiosos ingleses del siglo XVII, en tiempos del Rey Carlos I y Oliverio Cromwell.

El poeta se casó en 1957 con Valerie Fletcher, su secretaria en Faber & Faber. Sus restos esperan juntos la resurrección en la St. Michael and All Angels’ Church, de East Coker.

EL CONTEXTO
Salvo por “Burnt Norton”, publicado en la sección de inéditos de los Collected Poems, de 1936, cuando buena parte de la opinión literaria inglesa daba por concluida la carrera poética de Eliot, los siguientes tres cuartetos fueron compuestos y publicados entre 1940 y 1942, es decir, en lo más arduo de la Segunda Guerra Mundial. Esto puede apreciarse de manera especial en el segundo movimiento de “Little Gidding”, el último de los cuartetos, ambientado en una noche de bombardeo en Londres (durante la Batalla de Inglaterra, Eliot sirvió como guardián de incendios, lo que lo obligó a largas noches en vela fuera de los refugios). Se cruzan en estos poemas las angustias y las esperanzas personales de Eliot, incluidos el fracaso de su matrimonio con Vivienne Haigh-Wood y su conversión al anglicanismo. También la guerra, entendida como una crisis de los mejores valores de Occidente e incluso de la Humanidad (Jaume es certero al señalar la influencia en estos poemas de los estudios de filosofía oriental, que Eliot había hecho en Harvard, lo que le permite proponer guías de abordaje de estos textos a quienes no compartan la fe cristiana del poeta).

En música, el cuarteto de cuerdas es una composición en cinco movimientos para conjunto de dos violines, viola y cello. Eliot se inspiró en los últimos cuartetos de Beethoven, como se lee en carta de 1931 al poeta Stephen Spender: “Me encanta saber que has estado con el Beethoven tardío. Tengo en el gramófono el ‘Cuarteto en la menor’ y me parece que su estudio es inagotable. Hay una especie de celestial o al menos más que humana alegría en algunas de sus cosas últimas que uno imagina para sí mismo como el fruto de la reconciliación y el alivio tras un sufrimiento inmenso; me gustaría hacer algo semejante en verso antes de morir”.

Estos poemas, divididos todos en cinco movimientos, se basan en la idea musical del ritornello, es decir, en la repetición, modificada y por ello desarrollada y profundizada de un tema. Llevan cada uno el nombre de un lugar visitado por el poeta. Salvo por “The Dry Salvages”, que da título al tercer cuarteto, y es un conjunto de tres promontorios en las costas de nueva Inglaterra en las que Eliot veraneaba de niño con su familia, los demás sitios están en Inglaterra. Esto es una clave de la personalidad poética de Eliot: asumirse británico no lo llevó a negar su origen norteamericano.

La clave de estos poemas es la búsqueda del “punto cero del tiempo”, es decir, de esos momentos en los que se tiene una intuición de algo estable y verdadero más allá del tiempo en fuga. Esta idea de un anclaje sólido, que niega la destrucción causada por el tiempo, puede verse en el motivo recurrente de “East Coker”, que comienza afirmando “En mi comienzo está mi fin” y concluye “En mi fin está mi comienzo”. O también, en el mismo poema, cuando muestra que quienes un día bailaron alegres al casarse y luego murieron siguen allí, nutriendo lo viviente: “De dos en dos, conjunción necesaria,/ tomados de la mano o el brazo/ de concordia augurio. Dan vueltas y vueltas al fuego,/ cruzando las llamas o formando círculos,/ salvajes y serios o salvajes y alegres,/ alzan pies duros con zapatos pobres,/ pies de tierra, pies calizos que se alzan con agreste júbilo,/ la alegría de los que llevan tiempo bajo tierra/ nutriendo la cosecha.”

Este volumen contiene también dos textos teatrales previos a la composición de los Cuartetos  los coros de La Roca y Asesinato en la catedral— lo que es uno de los mayores aciertos críticos de Jaume. La tesis del editor es que en esos trabajos para teatro halló Eliot el lenguaje adecuado para comunicar sus preocupaciones y angustias existenciales y metafísicas. Lo había ya intentado en el largo poema “Miércoles de ceniza” (1930). Pero el darse cuenta de que en el texto teatral confluyen las voces de los personajes, sea que dialoguen o monologuen y a través de esas voces la del autor, de modo tal que el público escucha algo que no le están diciendo de modo directo le dio la clave para el armado de estos poemas, por momentos teatrales, en los que varias voces se entrecruzan. Jaume es prolijo en este rastreo.

PARA POETAS Y TRADUCTORES 
Ya en la introducción, pero más aún en las notas, Jaume es generoso en citas de la correspondencia de Eliot en las que el poeta explica las dificultades técnicas que hubo de enfrentar en la composición de estos textos, así como también de las opciones que fue descartando en el proceso. Obrando de modo coherente, el traductor muestra con generosidad su propio proceso de traducción, y las ganancias y pérdidas en cada opción, tratando de conservar en lo posible, sin traicionarlos, el sentido y sobre todo la sonoridad de los originales ingleses. Y este aspecto, acaso poco interesante para un lector común, es valiosísimo para quienes se acerquen a este volumen desde la condición de poetas y/o traductores.

Como de costumbre, la editorial Lumen presenta un volumen de elegante diseño, bella tipografía y carente de erratas, mérito este último no pequeño, en estos tiempos de creciente descuido editorial.
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