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Algo sobre incompatibilidad ideológica

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El 11 de abril y el 16 de mayo pasados, la traductora española María José Furiópublicó en El Trujamán sendas columnas sobre algunos avatares del ejercicio de traducir profesionalmente. Pese a que originalmente se ofrecían separadas, aquí van juntas. Entendemos que son un mismo texto separado por cuestiones de tamaño en un medio donde el tamaño importa.

No hables de amor cuando quieres decir gratis 

Los traductores somos como los payasos del circo clásico: nadie ha de notar que las estamos pasando canutas ni demasiado bien. Una demostración de algún retazo de nuestras vidas debe servir para corroborar que somos —mujeres y hombres— dandies modernos: cuando nos apartamos del ordenador, nuestras vidas discurren entre congresos, concesiones de premios, cursos de especialización, estancias en el extranjero becadas por gobiernos cultísimos y paseos entre bouquinistas o por librerías con solera. Qué decepción se llevan tantos —editores y lectores— cuando descubren que no somos entidades místicas que se alimentan de la pura letra sino personas alcanzadas por la realidad. Y por eso, procuramos que no quede huella de nuestras tribulaciones en la traducción.

A lo mejor estamos traduciendo los avatares de un par de bobas que, disconformes con el mundo, van a terminar al cabo de 250 tediosas páginas de pueril pataleo punk estrellando un 4x4 contra un muro o contra una muchedumbre. Para que ese mensaje antisistema se venda bien es imprescindible, paradójicamente, que el sistema funcione sin contratiempos: alguien habrá fabricado el portentoso vehículo y lo habrá puesto a la venta en un concesionario, entre muchos habrán construido esas carreteras lisas para que las chicas díscolas decidan que se estrellan ellas y no las estrella el pésimo estado del pavimento, alguien habrá diseñado el sistema de semáforos y, por supuesto, toda la cadena editorial ha de ir como la seda; el traductor entregará a tiempo pactado la novela y esperará dócilmente la transferencia mientras el engranaje sigue su curso.

Si el resultado no está a la altura de las expectativas del editor, la culpa no será de la falta de concentración sino de la incompatibilidad ideológica: ¿cómo encontrar equivalente verosímil a la memez que relata esta novela? Luego, el corrector hará de su capa un sayo, con la aquiescencia del editor, y las dos protagonistas hablarán como si hubiesen mamado de la Sorbona o de la Complutense. Sin embargo, la jerga más o menos escatológica —que, no nos engañemos, constituye el señuelo ofrecido al lector— se conservará adaptada a la gama vigente en nuestro país (desde Argentina, lectores sagaces pondrán el grito en el cielo por la incongruencia general del sucedáneo: benditos argentinos).

En otro momento, bajo nubes de tribulación distintas, nos habrá caído en suerte traducir las memorias de un simpatiquísimo editor francés que, por su edad avanzada, no está en condiciones de ofrecer un texto tan pulido como los que han forjado su merecida reputación. Da lo mismo: los hechos relatados y su personalidad bastan para interesar a todo lector apasionado del siglo xx en Francia y del mundo de la edición en ese país. Que la traducción es un oficio mal pagado se comprueba precisamente con esta clase de textos, plagados de referencias a los títulos que conforman la biografía profesional del protagonista, además de las incontables referencias a hechos, personajes y lugares históricos; añádase que las repetidas denuncias que jalonaron el trabajo del editor —que contribuyó a modernizar el panorama literario por la vía de publicar a autores considerados pornográficos y abyectos— dan pie a juicios y a sentencias emitidas desde tribunales que han cambiado su ubicación y nombre entre la fecha de los acontecimientos y la de la publicación de las memorias. Si todo esto no fuese suficiente trabajo de pesquisa bibliográfica para el traductor, horas y más horas que no suelen facturarse aparte, la autobiografía incluye extensas citas de otros ensayos sobre la Liberación y la inmediata posguerra y hay que buscar la versión española para decidir, considerada la extensión del fragmento, si se transcribe o si se traduce de nuevo y ofrecemos la referencia bibliográfica en nota.

Enviada la traducción, releída tantas veces que ya nos parece leer húngaro, esperamos la próxima etapa de revisión de las correcciones. Al cabo de muchos meses, llegan noticias del mundo real. Y ahí se corrobora que la traducción no es un mundo para dandies.

Después de varios meses sin noticias del editor, llegó un correo suyo donde ponía énfasis en que la traducción había sido revisada con el libro delante. Chocaba el dato pues damos por seguro que es así como se corrige. Advertía algo sobre un código de colores —amarillo y verde— utilizado por la primera correctora, donde supuestamente solo lo subrayado debía revisarse. Enseguida se hizo evidente que debía leer de cabo a rabo la traducción o se publicaría una catástrofe firmada con mi nombre.

Días enteros se fueron en recomponer el desaguisado y cuando, tras varias llamadas urgentes, el editor devolvió la llamada, al saber del estropicio explicó que de la corrección —dividida en dos partes— se habían ocupado dos amigas que habían trabajado «por amor». Si el que lee estas líneas enarca las cejas será porque no está acostumbrado a la expresión  just for love —tampoco yo la conocía—, eufemismo adoptado aquí para decir gratis.

Por amor corrigieron y con triple salto mortal: sin el libro delante, sin saber francés, sin confiar en la gramática española. Y salió lo que salió, confiados en que la traductora era como esas madres que van, trapo en mano, repasando lo que ensucian sus retoños. Siguió lo que los franceses llaman un échange verbal muy tenso donde no se negoció nada porque nadie cedió. Apoyándome en el contrato y en la LPI, no acepté regalar cuarenta horas más. El editor parecía creer que si alguien puede trabajar just for love, seguramente habría mucho más amor suelto, así que por qué pagar tantas horas extra. El amor posee, como sabemos, una naturaleza sumamente elástica. En resumen, los problemas reales del traductor profesional, por duros que fuesen, le importaban un bledo al amoroso editor. Se lamentó de haber pagado ya la traducción, sugiriendo así que, de no haberlo hecho, en ese momento podría obtener, mediante ese turbio amor que era su marca, la revisión de la segunda parte.

¿Y qué justificaba tanto lamento? Empezando por lo mucho que la correctora se había entretenido cambiando todas las comillas latinas tradicionales por las tipográficas. El nombre de las instituciones y organismos franceses suele llevar la primera inicial en mayúscula y las siguientes en minúscula; mantenemos esta norma para nombres no traducidos, pero la correctora impuso la norma inglesa según la cual todas las iniciales van en mayúscula: hubo que rectificar. Algún absurdo como cambiar un sustantivo que no le gustaba y dejar tal cual el género del artículo y el adjetivo que lo acompañaban sin respetar una regla elemental de concordancia. Cambió adjetivos por otros que significan algo diferente y obligaban a la frase a decir algo que no había escrito el autor.

Hubo muchos momentos de desconcierto en que no lograba entender por qué subrayaba en amarillo preposiciones correctas, expresiones hechas del todo inocuas, adjetivos tópicos aquí y en el país vecino, de dónde surgían dudas que seguramente sólo ha tenido ella y que habría podido solventar discretamente de haber consultado Google o un buen diccionario enciclopédico. Planteaba interrogantes al lado de expresiones que, con el original delante, desaparecerían al comprobar que convenía simplemente reproducir lo que el autor dejó anotado. Por qué, si tanta era la duda, no proponía alternativas que ayudasen a comprender qué le molestaba de la frase. Abundaban las correcciones caprichosas o dejaba palabras señaladas en verde que quedaban como discutibles pese a que el propio autor dedicaba páginas a explicar el uso de tal palabra, como «indecible», entre otras. Detalle no baladí considerando que uno de los temas de estas memorias es cómo, tras años de batallar, ciertos términos y autores llegaron a ser aceptables en la alta cultura.

A esto se añade que se tacharan adjetivos o verbos sustituyéndolos por otros que no correspondían al significado original («no me detuve a pensarlo» se cambió por «a reflexionarlo»). Asimismo, al cambiar de lugar sintagmas o complementos, el enunciado español decía algo distinto de lo que decía el autor francés. Por supuesto, había un baile de comas de modo que desaparecían algunas imprescindibles y surgían otras que, en su nueva posición, alteraban el significado. Varias veces tuve que explicar en nota al margen de la página a qué se refería el autor, como si existiese una disociación entre leer y entender el progreso del tema tratado.

En suma, el juego de los colores solo servía para dar cuenta del paso de la correctora por la página. Cuando el estilo del autor es deslavazado, escrito a vuela pluma, y así ha funcionado en francés, si para el lector español se prefiere una versión más ensayística que periodística, siempre cabe pedir una muestra de traducción de un capítulo. Pero es ésta una decisión arriesgada ya que ese estilo coloquial puede equilibrar el cúmulo de datos, de anécdotas y valoraciones que, en tono de ensayo, resultarían farragosos y distorsionarían la personalidad del protagonista. En último término, no creo que pueda hacerse una edición acertada de texto sin conocer el idioma original.

La verdad en cifras de la industria editorial argentina

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La siguiente nota fue publicada, con firma de Silvina Friera, en el diario Página 12 del día de ayer. Da cuenta de las cifras reales de la edición argentina en un informe desarrollado por la consultora Promage para la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP). Casi como una metáfora se podría decir que ahí está todo, negro sobre blanco.

Caída en producción y optimismo actuado

Hay tres tipos de mentiras: mentiras, grandes mentiras y estadísticas”. Esta frase –que el escritor Mark Twain popularizó atribuyéndosela al primer ministro británico Benjamin Disraeli– viene a la mente cuando se analiza El Libro Blanco de la Industria Editorial, un informe desarrollado por tercer año consecutivo por la consultora Promage para la CAP (Cámara Argentina de Publicaciones), que nuclea a las grandes editoriales, importadoras y distribuidoras que representan alrededor del 70 por ciento del mercado editorial. En un año marcado por los tiempos electorales, los actores principales de la industria también están en campaña. O eso parece. La caída de la producción entre 2015 y 2016 fue de un 15 por ciento, tanto en títulos como en ejemplares: 14.700 y 12.480 títulos respectivamente, 55 millones de ejemplares contra 47 millones. Curiosamente, la diferencia entre la cantidad de ejemplares, 8 millones, difiere significativamente con las que suministró Martín Gremmelspacher, presidente de la Fundación El Libro, durante la inauguración de la 43° Feria del Libro, cuando señaló que de un año al otro se han dejado de producir 20.000.000 de ejemplares, o sea casi 55.000 ejemplares por día. Más allá de las suspicacias que genera que se manejen números tan distintos, hay un núcleo de coincidencia, al menos, en el descenso de la producción y ventas que, según la CAP, es de un 12 por ciento en el mercado privado, pero que si incluye al sector público –en 2016, el Estado no compró literatura infantil para aulas y bibliotecas– el descenso total asciende a un 25 por ciento en ejemplares.

El Estado ausente no es un detalle que a priori debería llamar la atención, excepto que la “ingenuidad política” en tiempos de la posverdad cunda en el sector editorial. La demanda pública pasó de 8.600.000 en 2015 a 600.000 en 2016, un desplome del 93 por ciento. Sorprende que en esta ocasión “El Libro Blanco” despliegue un anexo “optimista” para el primer trimestre de este año, donde hace hincapié que en marzo pasado hubo una recuperación de un 8 por ciento en la venta de libros. Aunque el informe señala que este año el Ministerio de Educación realizó una compra de libros de texto por 3,6 millones de textos escolares, no dice que ese monto está muy lejos de los 8,6 millones que se compraron en 2015, una caída superior al 40 por ciento. Hay editores que sin animarse a decir “esta boca es mía” desconfían de este “anexo”. Algo que alarma a una parte de la industria del libro es que el Estado preserva a rajatabla su política de no comprar libros infantiles, algo que lleva a ironizar a uno de los editores, que recuerda el lema de campaña de “pobreza cero” y lo aplica a la realidad actual: “libros infantiles cero”. México, Colombia y España, los principales competidores, tienen políticas públicas activas de protección de su industria editorial, a diferencia de la Argentina, que no la tiene.

La exportación del libro argentino, según el informe de la CAP, sigue en caída libre y está por la mitad de lo que se exportaba en 2011: 40,3 millones de pesos hace seis años contra los 20,3 millones en 2016. Juan Manuel Pampín de la editorial Corregidor, le dijo a Página 12, en el balance de la pasada Feria del Libro, que los precios en dólares de los libros argentinos son “espantosos” y “lo que se podría recuperar por exportación es imposible: un libro a 250 pesos, por ejemplo, es 15 o 16 dólares. Un dólar en origen son tres dólares en destino mínimo. O sea que un libro de 15 dólares, sale 45 dólares, lo que es inaccesible”. “El Libro Blanco” reconoce que “desarrollar los mercados externos del libro argentino es una tarea de mediano y largo plazo” y que una dificultad estructural tiene que ver con los altos costos del libro argentino a causa del peso del IVA en toda la cadena de costos de producción y de comercialización. La mayoría de las exportaciones del libro argentino no están destinadas a los principales mercados del libro en castellano, como México o España, a los que se les vende un 6,7 y un 2 por ciento respectivamente, sino a Chile, Perú, Uruguay y Bolivia, que juntos representan el 66 por ciento del total de exportaciones.

Durante los meses de junio y julio de 2016, la consultora Promage, por encargo de la CAP, realizó un estudio comparativo de costos de un libro tipo, impresión en offset, papel obra de 80 gramos, impresión a un color, tapa en cartulina a 4 colores y encuadernación rústica, en 3 rangos de cantidad de páginas (192, 384 y 640) y en 2 rangos de tirada (5.000 y 10.000 ejemplares). Se consultaron seis imprentas de la Argentina y otras tantas de España, México, Perú, Chile, Brasil y China. Imprimir afuera cuesta entre un 51 y un 66 por ciento menos que imprimir en el país. “Esta realidad se convierte en el problema mayor de la industria editorial argentina, que necesita mayor competitividad”, plantean en el informe. Lo novedoso del “Libro Blanco” es que ha incluido por primera vez a las editoriales independientes o pequeñas bajo el rótulo de editoriales emergentes, que son 146 y publican el 4 por ciento de los títulos registrados, un 1,5 por ciento de la producción total de ejemplares.

Una de lexicografía trasandina

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El 22 de mayo pasado, en el periódico chileno Las Últimas Noticias, el escritor y periodista trasandino Roberto Merino escribió la siguiente columna referida a usos de una palabra en la lengua castellana, con particular atención a lo que se hizo con ella en Chile. Suponemos que, al cabo de su lectura, seguramente habrá algún traductor extranjero que empiece a dar saltos y a tirarse de los cabellos.


No hay tu tía
  
En un titular de este mismo diario vi hace poco que se hablaba de “tías del aseo” para referirse a mujeres empleadas para la limpieza en un lugar. Esto significa que la expresión ya pasó a la normalidad, al uso común. Hace veinte años nos hubiéramos reído de semejante eufemismo: habría sonado forzado, siútico y, sobre todo, paternalista.

El problema con esta clase de expresiones es que ponen una insistencia afectiva en una realidad donde –a juzgar por los sueldos que se pagan y las condiciones de trabajo que se brindan– el afecto no aparece por ninguna parte.

Una vez me tocó escuchar la alocución de un sociólogo medio agitador, radical en sus propuestas, intransigente y desagradable. Reforzaba sus argumentos con cifras que desmentían las cifras oficiales. Llegado el momento de mencionar a las auxiliares y barredoras salió con la culposa paparrucha de “las tías del aseo”.

Acabo de enterarme de que la frase “no hay tu tía”, tan usada por Julio Cortázar, tiene más que ver con el óxido de zinc que con tías propiamente tales.

Tía es una palabra cálida, que al menos quiere expresar una cercanía entre la persona a quien le es dirigida y aquella que la enuncia. A veces, en las familias de antes, había una señora que, sin ser técnicamente tía, se ganaba la calificación por méritos equivalentes: antiguas complicidades, años de involucramiento familiar. Llegaban unas tres veces al año generando mucha circulación de tazas de té y de pan dulce y, eventualmente, pasteles. Se trataba de señoras muy compuestas en la vestimenta, en el peinado y en la manera de hablar, que a veces las hacía parecer las entrevistadas de un programa de radio.

En los años 70, si no recuerdo mal, los niños empezaron a decirles tíos a los padres de sus amigos. Yo, por la edad que tenía, quedé fuera de la novedad. Me fue imposible hacer la conversión lingüística necesaria para prosperar en esa modalidad de aproximación confianzuda. Decidí, en compensación, tutear a los padres de mis amigos, lo que me parecía mucho más natural.

La utilización más extravagante de la palabra “tío” se la escuché hace años a unas alumnas universitarias: buscaban al auxiliar que abre las puertas de las salas, cambia los tubos fluorescentes quemados y en general asiste ante las eventualidades que se generan en un piso lleno de gente y saturado de actividad. Este señor tenía nombre, de hecho todo el mundo sabía su nombre y su apellido, pero estas niñas se referían a él –con la desesperación del que busca a un salvador– como “el tío de los pasillos”.

Sin duda la tía más famosa de Chile ha sido Carlina Morales Padilla, la Tía Carlina, regenta del mitificado prostíbulo de Vivaceta. Por ahí le anda el Tío Valentín, el pianista de Pin-Pon (1).

Los antiguos viejos verdes solían andar con alguna joven treinta años menor que presentaban como “una sobrina”, y ellos quedaban, por tanto, automáticamente referidos como tíos, lo que le daba a la palabra un barniz libidinoso. El tío en este caso era el sátiro dispuesto a dar el salto sobre su presa erótica dejando ver en el apuro las patas de macho cabrío. Muy distintos eran los objetivos y la forma de operar de aquel otro anciano que todos conocen de sobra y que se hacía llamar Tío Permanente (2).


Notas del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
(1) Valentín Trujillo Sánchez(1933), también conocido como “Maestro Valentín o “Tío Valentín», es un pianista y arreglador chileno de música popular, que se ha destacado por su aparición en diversos programas de televisión, tales como Pin Pon.

(2) Tío Permanente es la denominación que se dio a sí mismo el ex militar nazi Paul Schäfer, fundador  en Chile, en 1961. de la grotesca y sanguinaria Colonia Dignidad, tristemente célebre como centro de detención y tortura en tiempos de ladictadura de Pinochet.

Judiciales: Flaubert y Baudelaire juzgados

Interpres toma carrera

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Los amigos de Interpres nos hacen llegar la presente invitación, que compartimos. En su mail nos decían:

"Los invitamos a nuestra próxima actividad, en la que Paula Pico Estrada reflexionará sobre la noción de traductor-autor en el ámbito de la producción editorial académica y analizará las ventajas y desventajas de este concepto desde el punto de vista de la editorial como desde el de los traductores."

Los datos están en el flyer y si no los ven, cómprense una lupa. 

El SPET, en junio, se dedica a estudiar a José Aricó

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En la próxima reunión del SPET, que tendrá lugar el jueves 8 de junio a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), nuestras invitadas Silvina Rotemberg y Sofía Ruiz se dedicarán a la tercera de las “Lecturas pendientes” propuestas en el marco del Ciclo I/2017: “La traducción como metáfora:  José Aricó como ‘traductor’ del marxismo".


Silvina Rotemberg es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeñacomo traductora y docente. Actualmente dicta clases de Lectocomprensión en alemán (UBA) y de Traducción general, Lingüística y Análisis del discurso (I.E.S. en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”, Departamento de Alemán). Para el ámbito editorial tradujo sobre todo textos de ciencias humanas, entre otros, de Karl Marx y de Gustav Fechner.

Sofía Ruiz es Profesora en Alemán por el I.E.S. en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”. Se desempeña como docente en el nivel medio y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Alemán-Lectocomprensión). Cursa la Maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural en el IDAES (UNSAM). En el ámbito de los Estudios de Traducción su interés se centra en las relaciones entre la traducción y el psicoanálisis. 

Lecturas sugeridas:

-Martín Cortés: Un nuevo marxismo para América Latina. José Aricó: traductor, editor, intelectual. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2015, pp. 15-52.

-Mariano Zarowsky: “Gramsci y la traducción: Génesis y alcances de una metáfora”, en Prismas. Revista de historia intelectual, Nº 17, 2013, pp. 49-66. (Disponible en línea).


La parte elegida del texto de Cortés ya está disponible en la fotocopiadora del IES en Lenguas Vivas (sótano).

Un libro sobre el dueño de Corregidor

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El 28 de mayo pasado, Ángel Berlanga publicó en Radar Libros, el suplemento de libros del diario Página 12, la nota que sigue a continuación a propósito de Manuel Pampín. Según la bajada, “A los catorce años llegó con una mano atrás y otra delante de España. Poco después empezaba a trabajar en el mundo de los libros, en distribuidoras, librerías y, finalmente, a comienzos de los años setenta, concretó el sueño de la editorial propia: Corregidor. Desde ese sello que hoy se renovó con nuevas colecciones y el trabajo de sus hijos, Manuel Pampín llevó a cabo una tarea cultural notable y vigorosa, que Jorge Lafforgue rescata en su libro Manuel Pampín: editor argentino, un recorrido por una historia de libros, autores y la vida de un hombre humilde que aprendió a leer”.

El señor Corregidor

Cuarenta y siete años de recorrido, un catálogo de unos tres mil títulos y surcos fundamentales en los caminos de la literatura, la historia, la cultura argentina: son algunas de las señales, de las marcas, de los trabajos que pueden leerse en una mirada sobre la editorial Corregidor. A consignar y analizar esas huellas, sus influencias, sus detalles, se ha abocado Jorge Lafforgue en Manuel Pampín: Editor argentino, un volumen caleidoscópico que da cuenta del quehacer y de lo hecho por este hombre nacido en Vilar Da Vella, A Coruña, en 1936, ya en plena Guerra Civil, un muchacho que a los 14 desembarcó en Retiro y se instaló en Lanús junto a su familia, que terminó la secundaria ya aquí y que de a poco fue metiéndose en el mundo del libro, primero como empleado en una distribuidora, luego como distribuidor y librero para, finalmente, montar el sello editorial que dirige desde sus orígenes, ahora con la impronta y el impulso de sus hijos. 

–En verdad no hay una fecha precisa de fundación, porque tampoco sé si puede haberla. A fines de los ‘60 ya tenía la idea fija; en 1970 firmo con Homero Alsina Thevenet el primer contrato de edición; en 1971 se publica el primer libro de Corregidor: Los caudillos de la Revolución de Mayo, de Rodolfo Puiggrós. Después edité casi toda la obra de Puiggrós. El viejo Puiggrós me regaló el medallón de la Universidad de Buenos Aires, de cuando lo habían nombrado rector, en el ‘73. 

Eso responde Pampín cuando Lafforgue le pregunta si existe alguna fecha simbólica de arranque. En Corregidor se editó toda la obra de Puiggrós, y la de Arturo Jauretche, y la de Macedonio Fernández, por citar de entrada a tres autores fundamentales. Durante varios años, apunta Lafforgue, la editorial “supo publicar por primera vez la poesía completa de siete de los mayores poetas argentinos del siglo XX”, autores que “tuvieron una producción fuerte en la segunda mitad del siglo pasado y se erigieron en los maestros de las nuevas generaciones: Enrique Molina, Alberto Girri, Edgar Bayley, Olga Orozco, Juan Gelman, Susana Thénon y Alejandra Pizarnik”. Para mediados de los ‘70 Corregidor tenía unos 120 títulos publicados, entre los que Lafforgue destaca, por ejemplo, los Cuentos completos de Juan Carlos Onetti y de Bernardo Kordon; la Historia del tango (coordinada por Juan Carlos Martini Real); Partitas de Leónidas Lamborghini y Hierba del cielo de Marco Denevi; Vida y extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, escritas por él mismo, con prólogo de James Joyce y traducción de Julio Cortázar. 

Anota Jorge Lafforgue que, si sus recuerdos son válidos, conoció a Manuel Pampín a fines de los ‘60. Por entonces Lafforgue era asesor literario de Losada y dirigía la colección Siglomundo, del Centro Editor de América Latina, y Pampín era uno de los principales distribuidores editoriales de Buenos Aires. El vínculo entre ambos fue el escritor Martini Real: se conocían por los vasos comunicantes de sus oficios y de los bares del Centro, algún almuerzo compartido. “A Pampín lo traté sobre todo en esa época –cuenta Lafforgue en un bar de Santa Fe y Scalabrini Ortiz–. Yo era amigo de Martini Real, que en ese momento también dirigía Latinoamericana, una revista que sacaba Corregidor (me insistió para que la co-dirigiera, pero no prosperó la cosa). Pero más allá de conocerlo, y de verlo como un tipo amable, no sabía mucho de su vida”. 

A Lafforgue lo convocó Aurelio Narvaja, de Colihue, con la idea de sacar el libro a fin del año pasado (el 22 de noviembre Pampín cumplió 80), y finalmente acordaron para publicarlo y presentarlo durante la última Feria. “Lo primero que hice fueron unos diálogos con él, cuatro o cinco charlas en el bar que se montó donde antes estaba la librería Gandhi –dice Lafforgue–. Fue una sorpresa para mí enterarme de que tuvo en Galicia una infancia muy humilde; puso mucho énfasis, en esas charlas, en contar que el único oficio que había tenido antes de venir fue el de pastor de cabras. El origen campesino; yo le pregunté si había conocido las grandes ciudades, allá, y no: recién conoció Vigo cuando se embarcó. Allá había hecho a medias la primaria”. 

Lafforgue articuló el libro en tres partes, con la idea de exceder el “merecido homenaje”. En la primera traza una puesta en contexto de Corregidor en el panorama de editoriales locales, con la idea de reflexionar “sobre la historia de una editorial argentina”, ejercicio que, a la vez, “es también un llamado de atención sobre una contribución en un sector clave de nuestra producción cultural, no por acotada menos decisiva: la industria editorial argentina y la correlativa configuración de una literatura nacional”. En ese contexto tallan, claro, la Guerra Civil Española, con el éxodo de intelectuales que recalaron en Buenos Aires e impulsaron el desarrollo del sector, y también la emigración de campesinos, producto de la miseria que derivó del franquismo: en esta oleada se inscribe Pampín. Una segunda parte despliega una larga entrevista con él, donde narra, por ejemplo, su infancia en Galicia, con los aprietes de la Guardia Civil (su familia era republicana); hay, en esta instancia, escenas extraordinarias, como cuando relata que a veces dormía en túneles secretos, o arriba de los árboles, porque no podía regresar a su casa. Pampín también cuenta de su llegada a Buenos Aires y de su adaptación, de su admiración temprana por Gardel, de sus primeros trabajos y sus caminos ascendentes por las empresas de distribución, por la cadena de librerías que montó, Premier. Y de cómo fue abriéndose paso la idea fija que derivó en Corregidor. La incidencia también de los bares: “Todas las mañanas yo concurría al café La Paz, aquí en la esquina de Corrientes y Montevideo –dice–. Siempre había personajes interesantes: por ejemplo Rogelio García Lupo. Con él tuve muy buena relación y gracias a él, cuando cae Salvador Allende, hago Chile en la hoguera, de Camilo Taufic”. “Un día decidí empezar a editar libros, y lo hice porque para mí era una pasión y sigue siendo una pasión –dice en otro tramo–. A pesar de la ignorancia que podía tener, yo cada vez que salía un libro disfrutaba. Interiormente, más allá de la venta. Un hijo nuevo. Así es la cosa. Además, yo casi siempre estaba pensando en los libros posibles de editar, estoy en estado de alerta permanente. Quizás en una conversación surge algo, una chispa, una pista; de pronto empiezo a anotar algo: palabras, ideas, temas que se me ocurren. Por otra parte, como mucha gente concurría al local de la librería, me iban llegando propuestas y yo las evaluaba; a veces consultando con gente que confiaba”. El recorrido abarca también los aprietes durante la dictadura, los sofocones con los vaivenes del país, y la última etapa, con sus hijos tomando la posta y desarrollando nuevas estéticas, y dando lugar a autores que empiezan a publicar, como Ariel Urquiza y Débora Mundani.

En la tercera parte del libro Lafforgue abordó el catálogo de Corregidor, tarea para la que convocó además a 22 colaboradores/especialistas que analizan distintas facetas. “Mirar eso con atención te impacta, porque la verdad es que hicieron mucho –dice Lafforgue, y se manda por una vertiente–. ‘Vereda Brasil’, por ejemplo, es importantísima, y no sólo por Clarece Lispector, también están ahí Oswald de Andrade y muchos otros: yo no registro en literatura española una colección tan amplia dedicada a la lengua brasileña”. Gonzalo Aguilar y Florencia Garramuño escriben en el libro sobre esta colección, iniciada, apuntan, en 2001, un año que “no era el más propicio para iniciar grandes proyectos editoriales” y que acudieron a Corregidor porque era una de las pocas editoriales que habían quedado en pie tras la crisis de los ‘90 y porque Pampín “tenía fama de ser un poco quijotesco y sin temor a causas que parecían perdidas”. Un repaso abreviado de los convocados por Lafforgue y sus abordajes: Elvio Gandolfo escribe sobre Alsina Thevenet; Norberto Galasso, que escribe sobre Jauretche y define a Pampín como “uno de los pocos editores nacionales para los cuales el libro no es meramente una mercancía sino un instrumento fundamental para gestar una patria”; Daniel Freidemberg se explaya sobre Gelman y Bayley; Cristina Piña, sobre Pizarnik; María Rosa Lojo describe la colección que dirige, Ediciones Académicas de Literatura Argentina. Tango, historia, teatro, deportes, cine, economía, política: Lafforgue resalta libros, consigna perfiles, pone en contexto, destaca singularidades, reproduce tapas emblemáticas.

Corregidor publicó en 1973 la primera novela de Osvaldo Soriano, Triste, solitario y final, y la de Alberto Laiseca, Su turno para morir (1976); en esa línea y de esos años también pueden mentarse libros de la primera etapa narrativa de Jorge Asís, Luis Gusmán (Cuerpo velado), Reina Roffé (Monte de Venus), Blas Matamoro (Olimpo) o Enrique Medina (Strip-Tease). Por esta última, ya publicada durante la dictadura y censurada, a Pampín los militares se lo llevaron encañonado una noche (el episodio no pasó a mayores, sobre todo si se compara con las historias siniestras de esos años). Cuando Lafforgue le pregunta por sus lecturas, Pampín alude a Chandler y a Goodis: “Fui un buen lector del policial norteamericano, pero también me gustaron algunos novelistas del policial clásico”, responde. “Yo creo que él fue haciendo con una gran intuición –sostiene Lafforgue–. Pasa que empezó a laburar inmediatamente, a los 15 años. Y enseguida conoció desde adentro los engranajes de esa parte que, desde una mirada medio intelectualosa o académica, es menospreciada: toda la parte de la comercialización, la producción del libro, importación y exportación. El tipo mamó eso, y después fue viendo: bueno, armó una boca de expendio directa, las librerías. Y luego se fascinó con la edición. Y también hay una cierta línea ideológica, que podría ir desde su familia republicana hasta el sesgo de lo que publica en historia o política. Si le preguntás, él suele relativizar, más bien: ‘No, Puiggrós era del barrio, nos encontrábamos…  –te dice–. A mí me interesaba la historia argentina, y su punto de vista me pareció…’ Es vago cómo lo pinta. Es un tipo que viene de un lado que no suele ser apreciado; yo sí, a esta altura del partido, aprecio que haya armado esto. Y que sus hijos estén consustanciados con seguir”.

“Yo tenía, tengo hacia los libros una cuestión sentimental; digamos que un vuelco hacia algo que te hace sentir bien –le cuenta Pampín a Lafforgue en uno de los tramos del diálogo, que aquí hará las veces de cierre–. Vos a veces podés publicar un libro que te gusta poco o muy poco por alguna razón o circunstancia, por algún conocido o por algo así. Tenés que hacerlo. Pero lo mejor es el libro que editás por placer y que te anima; no hace falta que sea un éxito. Te pongo un buen ejemplo: un día alguien me dijo que las obras de Macedonio las tenía un hijo, guardadas en bolsas y que no las quería tocar. En uno de los actos culturales a los que yo solía concurrir alguien me pasó el dato de que ese hijo tenía un libro de profecías y que lo trabajara por ese costado. Resultó ser un buen tipoy lo invité una, dos, varias veces a tomar un café y a conversar. Poco después de establecido el contacto salió Terror en el año dos mil, pero a la vez empezamos a publicar las obras de Macedonio Fernández. Por otro lado, se ha dicho que Corregidor forma parte del zurdaje. Y tal vez sea verdad; te confieso que no me ha molestado que dijeran eso. Porque no me he detenido tanto en pensar lo que me podía caer encima. Siempre apuntamos a lo nacional, siempre anduve por los mismos caminos. Me gustaba estar con tipos ‘vigilados’, como Homero Manzi o Rogelio García Lupo, como Haroldo Conti. En ese sentido no sé qué cosas cambiaría. Pero creo que en medio de todo el catálogo estuvo y está bastante equilibrado”.

Gran proyecto editorial chileno, hoy recordado

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A pesar de la verbosidad habitual, en la columna de Damián Tabarovsky publicada en el diario Perfil, el 28 de mayo pasado, se da cuenta de la publicación de un libro sobre la editorial chilena Nascimento, acaso uno de los más interesante proyectos editoriales trasandinos del siglo XX. Por eso vale la pena leerla.

Un proyecto loco y genial

La escena fue así, y casi que podría interpretarse como un pedido de disculpas (de paso aprovecho y serán dos): estaba caminando por un pasillo en la reciente Feria del Libro, apurado, tenía una cita en El Galeón a la que estaba llegando irremediablemente tarde. Doblé luego en ese pasillo y me encontré en medio de un gentío, vasos en mano, celebrando algo en algún stand, que agravaba aún más mi retraso. De repente, del medio de la masa obstaculizante,  apareció Guido Arroyo, poeta y editor de las buenas ediciones Alquimia, en Chile. Reparé entonces en que estaba en medio de un brindis ofrecido por el stand de aquel país. No tuve tiempo de explicarle a Guido que estaba apurado cuando él ya había sacado de su mochila un libro para regalarme, me dio alguna explicación sobre su contenido, yo respondí algo balbuceante, guardé el libro y me fui, de un modo bastante descortés. Aprovecho entonces esta ocasión que tan gentilmente me otorga el grupo Perfil (ahora que Perfil compró una radio, ya me siento dentro de un grupo: de aquí a poner y sacar ministros y jueces de la Corte Suprema como Clarín, sólo un paso) para pedirle disculpas a Guido. Y ya que estoy, también a Marcela Fuentealba, editora y crítica, con quien en octubre, en Santiago de Chile, me ocurrió una situación similar (saliendo yo de una librería de viejo en la calle Merced, apurado por llegar a una cita, siempre retrasado, casi me la llevé por delante, y apenas si mantuve conversación, con una descortesía que, lo juro, no me caracteriza).

Volviendo a Guido, apenas alcancé a escuchar algo sobre no sé qué editor chileno y seguí raudo a mi destino. Cuando llegué al café, mi cita arribó con media hora de retraso, tiempo ideal para sacar de la mochila el libro que me había regalado. Era Nascimento. El editor de los chilenos, de Felipe Reyes F. con prólogo de Roberto Merino, Ventana Abierta Editores, Santiago de Chile, 2014 (ahora que me doy cuenta, mezclé la anécdota de Guido con la de Marcela porque en aquella librería de viejo de Santiago yo había comprado una edición algo enmohecida de El chileno en Madrid, de Joaquín Edwards Bello, publicado precisamente por Nascimento). El libro de Reyes F. narra la historia de esa editorial, clave en la cultura chilena de la primera mitad del siglo XX (aunque continuó editando hasta principios de los 70), en la que publicaron, entre otros, Neruda, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Manuel Rojas, Nicanor Parra, Teresa Wilms Montt y Eduardo Barrios, quien funcionó de hecho como editor en las sombras o como recomendador de una gran influencia sobre Carlos George-Nascimento, editor y propietario de la casa. Primero librería, luego imprenta y finalmente editorial, Nascimento fue uno de esos proyectos locos y geniales que ocurrían en América Latina en esos años (la autodenominada edición independiente actual no le llega a los talones a proyectos como ese, o como aquí Santiago Rueda, editorial de la que sé que Lucas Petersen –autor de la gran biografía de la traducción de Ulises de Joyce por Salas Subirat– se haya investigando su historia).

El libro de Reyes F., estructurado a partir de minibiografías de los autores de Nascimento y su relación con la editorial, es una impecable descripción de la vida literaria y cultural chilena de esa época.

Una nueva edición de la feria de las editoriales que publican los libros que de veras leemos

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La poeta Carolina Esses publicó en el diario La Nación, del 28 de mayo pasado, la siguiente nota que anticipa el desarrollo de la sexta Feria de Editores, a realizarse en la ciudad de Buenos Aires, los días 9, 10 y 11 de junio, de 15 a 20 hs en Santos Dumont 4040.

Las editoriales independientes tienen su feria

En aquella primera edición de la Feria de Editores llovió sin parar. Las calles se anegaron y Víctor Malumián y Hernán López Winnie –editores de Godot y organizadores de la feria– lo tomaron como una mala señal: quizá no tuviese sentido embarcarse en proyectos de este tipo. Habían convocado a otras veinte editoriales amigas cuyos editores se miraban a través de un salón vacío, entre pilas de libros, mientras esperaban que llegara algo de público. Tímidamente apareció el primer lector, y después el segundo, hasta que el bar de FM La Tribu se llenó de gente. Con los años y las sucesivas ferias ese público no dejó de crecer. A tal punto que, el año pasado, en plena crisis del segmento editorial, 6000 personas se acercaron a conocer la oferta de pequeñas editoriales argentinas, Chile, México, Uruguay y Colombia.

Si pensamos en algún antecedente de esta feria, quizá la que los organizadores reconocen como más afín es La Furia del Libro, en Chile, que se desarrolla desde 2009. No sólo por cómo está pensada y armada, sino por que varios de sus integrantes participan de la Feria de Editores y varias editoriales argentinas lo hacen en La Furia. Este año, de las 300 editoriales independientes que Malumián y López Winnie tienen mapeadas, serán 140 las participantes (el año pasado fueron 85). También habrá 24 que vendrán del interior y 25 de América Latina y España. Y se sumará un día más a los dos habituales.

Esto no es una "contraferia"
"Creo que uno de los incentivos más interesantes para venir a visitar la feria es encontrar un montón de editoriales que quizá no tienen el recorrido comercial más eficaz, ya sea por el tamaño de la tirada, ya sea por problemas logísticos; y dejarse llevar por la charla con sus editores, conocer autores nuevos, escuchar recomendaciones", explica Malumián.

Lo fundamental sigue siendo lo mismo que en 2013: la presencia de los editores. Quien ofrece el libro es también quien decidió publicarlo, quien lo consideró tan valioso como para incorporarlo a su pequeño catálogo. Esto es algo que posiciona la feria no como una "contraferia" en relación con la tradicional Feria Internacional del Libro, sino como una propuesta diferente, mucho más acorde a los pequeños sellos que, incluso agrupados, no tienen demasiada visibilidad en la Feria Internacional.

Una de las editoriales que lleva varios años participando es Gourmet Musical. Nació en 2005 y publica exclusivamente libros de música. En su catálogo conviven títulos que exploran las canciones de Sandro, la Rusia de Mussorgsky y Rimsky Korsakov o la música en la obra Xul Solar. Leandro Donozo, su editor, participa de la feria desde su segunda edición. "Yo apunto a un lector al que le gusta un poco todo. Y ése es el público que encuentro en la feria. He ido a otras y no pasa lo mismo. Es gente que entiende nuestra propuesta, que se interesa por un catálogo diverso."

El público al que se refiere Donozo no es particularmente joven, vanguardista, académico o erudito. Se trata de lectores curiosos que intuyen que no todo está concentrado en las grandes editoriales, lectores reincidentes que saben que si determinada novela –poco cubierta por la prensa, por ejemplo, e inexistente en las mesas de novedades de las grandes cadenas– les gustó, es probable que el editor detrás de ese catálogo tenga alguna otra cosa interesante para ofrecer.

La propuesta es muy amplia. Habrá libros para niños, de cocina, ensayo, poesía, novela, crónica, diseño, cine. También charlas, una muestra de fotografía de Daniel Merle –40 años en 24 fotos, curada por Alejandra López–, e incluso, por primera vez, un pequeño salón de derechos pensado junto a Victoria Rodriguez Lacrouts, de la Fundación TyPA.

Parece lógico que, si buena parte de la literatura argentina –y del ensayo extranjero en traducción local– se está publicando en estos sellos, la feria sea un espacio de encuentro no sólo entre el lector y el editor, sino también entre editores. Para los autores, saber que sus libros pueden ser descubiertos por algún editor del exterior no es poca cosa.

Las charlas programadas reflejan cierto estado de la cuestión en la literatura argentina: el auge de los géneros –el policial, la ciencia ficción, el terror–, la vitalidad del ensayo, la figura del autor gráfico, el tema de la violencia de género y su relación con el Estado. Dice Malumián: "La propuesta cultural se arma en conjunto con diversos editores, se charla mucho la temática y la lista de escritores que podrían ser interesantes para llevarla adelante. Los escritores que nos gusta escuchar. Después de todo, lo que nos une fundamentalmente es que somos todos lectores. ¿Qué nos gustaría escuchar? ¿A quién nos gustaría escuchar?" Algunos de los escritores que participan este año son Sonia Budassi, Luis Chitarroni, Mariana Dimópulos y el ilustrador y guionista Max Aguirre. El cierre está a cargo de Luis Gusmán, en una entrevista abierta.

Por más éxito que tenga la feria –ésta o las que durante el año se llevan a cabo en Capital y en las provincias– se sabe que la mejor manera de vender libros es a través de los libreros. También es conocida la crisis que está viviendo el sector y que afecta desde la edición hasta la comercialización del libro. Por eso, quien visite la feria va a poder llevarse un catálogo –que como todo catálogo será, dice Malumián, necesariamente incompleto, pero se irá mejorando año a año– con más de doscientas librerías de capital y del interior del país donde conseguir estos mismos libros.

Algunos datos prácticos: la entrada es gratuita y si bien muchas editoriales cuentan con la posibilidad de pagar con tarjeta de crédito, conviene ir con efectivo. Hay libros para todos los gustos y de todos los precios.

"Si me preguntan por mi profesión, digo que soy traductora."

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El 26 de mayo pasado, Itziar Hernández Rodilla publicó la siguiente columna en El Trujamán. Si bien se refiere a España, sus observaciones valen para todo el mundo. Especialmente, para la Argentina, donde muchos colegas no reconocen a los del mismo gremio porque, dedicándose a otra especialidad en el mundo de la traducción, no poseen el ridículo “título habilitante”. Pobre gente, ¿no?

El Gremio

Cuando se publicó el Libro Blanco de las traducciones de libros en el ámbito digital, hubo una serie de desafortunados titulares en los que, sacando de contexto los datos en dicho libro expuestos, se afirmaba que solo el 9 % de los traductores podía vivir de su trabajo.

No voy a entrar en el hecho de que quizá sea cierto que solo ese porcentaje vive del trabajo, malviviendo a lo sumo el resto de los traductores de dedicación exclusiva, sea cual sea el campo al que se dediquen. Por un lado, porque no me gusta ser de las que desaniman al personal diciendo que todo es un desastre, sobre todo, cuando yo soy ejemplo vivo de que se puede vivir de traducir. Y, por otro, porque me interesa mucho más hablar de las reacciones del gremio que pude observar.

El comentario mayoritario entre los traductores a los que sigo en alguna de las redes sociales, traduzcan exclusivamente o no, fue: «No todos los traductores somos traductores literarios». A lo que, rápidamente, los traductores editoriales que no traducen literatura añadieron: «No todos los traductores editoriales somos literarios». Hubo quien añadió incluso: «De hecho, la mayoría de los traductores son no literarios».

Mucho se protestó sobre la generalización, cuando hay traducción audiovisual, de marketing, científico-técnica, jurídica, jurada, médica… Estas son solo algunas de las variedades que recuerdo. Da igual, en realidad, cuántas fuesen, el caso es que, al final, nadie estaba representado. Estoy convencida de que no somos el único gremio al que le pasa en España, desde luego, pero en el nuestro no hay nadie que responda a las estadísticas. Si nos descuidamos, ni el 9 % que respondió a la encuesta original estaba realmente formado de traductores que se dedican exclusivamente a traducir libros. Somos, desde luego, un gremio que no existe.

Yo no pertenezco a ese porcentaje, pero sí al 28 % de traductores que respondieron que, en aquel momento, se dedicaban de forma exclusiva a la traducción. Traduzco libros, es cierto, pero también localizo, hago traducción científico-técnica, jurídica, económica, administrativa, de marketing y un etcétera que no merece la pena desmenuzar aquí. Y, desde luego, aunque ahora compagino la actividad con otras, puedo decir que, hoy por hoy, sigo viviendo de traducir.

Si me preguntan por mi profesión, digo que soy traductora. No especifico. No creo que sea menos compañero un traductor audiovisual que uno jurado. Cuando ellos luchan por algo, siento la lucha como mía. En mi experiencia y según mi conocimiento, todas las especialidades se pagan peor que hace años. Hay más competencia, y es peor. Veo a compañeros decir que viven de la traducción trabajando todos los días hasta las tantas de la noche y sin fines de semana, y me pregunto cuándo, de hecho, viven. He visto a compañeros, excelentes profesionales, dejar de traducir (no, no se dedicaban a la editorial) porque no podían ni sobrevivir de ello. Y sé de algunos que dejaron de intentarlo incluso antes de empezar.

Y me duele cada comentario de: «Un momento, yo no soy uno de ellos». Se me parte el alma cuando un compañero de profesión (no, no la editorial) dice que los traductores editoriales viven mal de su trabajo porque aceptan condiciones infrahumanas, como si la mayoría de las veces aceptarlas fuese realmente una opción. Como si las demás especialidades estuviesen tan excelentemente pagadas que dedicarse a traducir libros fuese solo un terco capricho infantil.

Los periódicos erraron el tiro, es cierto, pero corroboraron aquella gran verdad española que dice: De los amigos me guarde Dios, que de los enemigos ya me guardaré yo.

¿Qué querrá decir todo esto en buen criollo?

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"La máxima casa de estudios se alista para ofrecer un total de 120 carreras; anuncian creación de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción", dice la bajada de la nota firmada por Ximena Mexía, el 25 de marzo pasado en el periódico mexicano Excelsior.

Traducción y Lingüística Aplicada, 
las nuevas carreras de la UNAM

El Consejo Universitario aprobó las carreras de Traducción y Lingüística Aplicada, que suman 120 carreras a las que ya ofrece la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Asimismo, se aprobó que el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (CELE) se convierta en la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción (ENALLT), donde serán impartidas ambas carreras, ante la necesidad de aprender otros idiomas producto de la migración académica y laboral a otros países.

El rector de la UNAM, Enrique Graue, destacó que el proyecto de creación de la nueva entidad universitaria se debe a que a nivel mundial se calcula que unos 200 millones de personas viven fuera de su país natal, y se prevé que esta cifra se quintuplicará en 30 años.

El Consejo Universitario destacó que ante la movilidad mundial, se hablan aproximadamente seis mil lenguas entre internacionales, regionales, nacionales y locales, y más de la mitad de la humanidad es bilingüe.

Por ello, la universidad asegura que es necesario formar estudiantes con destrezas personales, sociales, culturales, académicas y profesionales, con competencias en su lengua materna, pero también en otros idiomas, apoyadas en el uso de las tecnologías de información y comunicación.

La Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción continuará ofreciendo cursos en 18 lenguas y se mantendrá como centro de certificaciones internacionales de seis idiomas: alemán, chino, francés, inglés, italiano y portugués.


Hace unas horas murió Natu Poblet, librera y personaje de la cultura porteña

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La noticia fue publicada por varios medios hace apenas unas horas. En la bajada de la nota que le dedicó Clarín, se lee: “Tenía 79 años. Será velada esta noche en la Casa de la Cultura”.

Murió Natu Poblet, alma mater de Clásica y Moderna

Heredera de una tradición de lectores libreros, que había iniciado su abuelo Emilio y de la que también formaron parte su padre y su hermano, Natu Poblet convirtió la librería Clásica y Moderna en un espacio emblemático de la tradición cultural porteña. Será recordada como el alma mater del local con casi 80 años de historia ubicado en Callao y Paraguay, en el que convergían los escritores, los artistas, la música y la buena comida, y que ella comandaba tras la muerte de su hermano Paco.

Este mediodía, Poblet –que sufría osteoporosis– falleció tras un largo padecimiento que la obligó durante los últimos meses, a trasladarse en silla de ruedas y a espaciar su presencia en los eventos y presentaciones de los que, por décadas, había sido habitué. También le había dado pelea al cáncer.

Fue una figura querida y reconocida en el ambiente cultural y literario y su trabajo al frente de Clásica.

Natu tenía 79 años, había nacido justamente en esa zona (en Callao y Córdoba) y se recibió de arquitecta en la UBA, una profesión que ejerció hasta comienzo de los 80. Pero entonces –y a la muerte de su padre– decidió continuar la tradición familiar de la librería y junto a su hermano Paco la convirtieron en lo que es hasta nuestros días: un polo de referencia cultural, con sus encuentros, recitales, ciclos.

Acaso, recordaba el regalo de su padre, un libro sobre arquitectura francesa con la dedicatoria especial: "Para mi querida hija Natu, que seguirá la tradición de su abuelo y su padre".

"Mi librería es de autor, de lector. El que viene a verme sabe que yo sé lo que hay aquí, y yo recomiendo", contaba.

Su pasión por los libros venía tanto por tradición familiar como por sus recuerdos de la infancia. "Para mí, el libro es un objeto de placer. Y recomiendo los libros que me han gustado muchísimo", señalaba. Y podía citar entre ellos a "El Extranjero" de Camus o "Patrimonio" de Philiip Roth, por ejemplo.

Aquella relación con autores, editores y el mismo público que se acercaba a "Clásica..." la convirtió en personaje. En una completa interrelación. Ella contaba que "atender a mis amigos es lo que me hace sentir mejor persona. Ellos son lo más importante. Me considero acuario total, creativa, imaginativa. Y es el signo de la amistad".

Pero también señalaba que aprendía a leer "por los clientes". No se imaginaba una vida sin libros: "Ni puedo salir a al calle si en la cartera no tengo un libro. Me pasa de estar esperando en un banco, en el dentista, y tengo que tener algo para leer, es una adicción".

También condujo el programa "Leer es un placer" durante varios años en Radio Nacional. Y hace cuatro años fue condecorada en la Embajada de España en Buenos Aires, con la Orden de Isabel la Católica, por decisión del rey Juan Carlos de Borbón.


Será velada la casa de la Cultura (Av. de Mayo 575, CABA), a partir de las 21 hs. de este jueves.

"Idealismo acompañado de pasos concretos"

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Karl Dedecius
El pasado 6 de junio, el traductor cubano José Aníbal Campos publicó en El Trujamán la siguiente columna dedicada a Karl Dedecius, traductor del polaco y del ruso al alemán, a quien el autor considera “uno de los traductores europeos más importantes del pasado siglo”.

Karl Dedecius: las vidas de un traductor

El 26 de febrero de 2016 moría en Fráncfort del Meno uno de los grandes intelectuales europeos del siglo xx: Karl Dedecius. ¿He dicho «intelectual»? Pues debo precisar: quien falleció en Fráncfort es uno de los traductores europeos más importantes del pasado siglo.

Nacido y crecido en el seno de la comunidad de habla alemana de Łódź, a los dieciocho años Dedecius se vio arrastrado a una guerra que no era la suya y que vino a interrumpir el acariciado sueño de estudiar teatro. Fue en esa época cuando encontró en la traducción no solo un modo de sobrevivir en medio del horror, sino de renacer una y otra vez para convertirse en el gran divulgador de la literatura polaca en los países germanófonos.

El propio lema de su ciudad natal, Ex navicula navis (‘De una barca, un barco’), cuyo escudo de armas muestra tan solo una sencilla embarcación de remos, parece haberlo predestinado para el oficio de barquero al que dedicaría una de sus muchas vidas. Su impresionante obra como traductor y promotor la realizó, en su mayor parte, fuera de los horarios de oficina, en los más de veinte años que trabajó como empleado en una compañía de seguros en la metrópoli a orillas del Meno.

Cuando en los años cincuenta y sesenta nadie había oído hablar en Occidente de figuras como las de Stanisław Jerzy Lec, Zbigniew Herbert, Czesław Miłosz o Wisława Szymborska, Dedecius peregrinaba por las editoriales alemanas con sus propuestas de publicación de poetas y escritores polacos y rusos.

Siendo prisionero de los soviéticos —recuerda Dedecius en su destacable libro de memorias, Ein Europäer aus Lodz [‘Un europeo de Lodz’] (Suhrkamp 2006)— «encontré la medicina efectiva para mí: la traducción». Todo empezó con unos versos de Lérmontov: «Yo buscaba e indagaba intentando hallar paralelismos. Reflexionando sobre las heridas juveniles de Lérmontov, conseguía olvidar las propias. Con el tiempo, fui ganando fuerzas y aprendí de nuevo a erguirme y a caminar. Con la ayuda de esos versos extranjeros, con las muletas de la poesía».

Aparte de las decenas de publicaciones individuales, antologías y ensayos sobre literatura polaca (y eslava en general), son dos los grandes proyectos de Dedecius que resumen y definen su labor como mediador entre las culturas de habla alemana y la polaca: la Biblioteca Polaca de la editorial Suhrkamp (cincuenta volúmenes de obras literarias de distinto género y estilo a través de los cuales el lector obtiene un amplio panorama de la evolución cultural de Polonia desde la Edad Media hasta la actualidad) y el Instituto Polaco-Alemán, en el que, desde su fundación oficial en 1980 (y recalco lo de «oficial» porque en realidad ya Dedecius venía asumiendo en solitario desde los cincuenta, sin apoyos oficiales, la labor que luego encabezaría la nueva institución), se han formado centenares de traductores del polaco al alemán (o a la inversa), convirtiéndose en el centro de información y documentación por excelencia para miles de periodistas y polonistas alemanes y europeos.

Demasiado «idealista». Fue ese el descalificativo que Dedecius hubo de oír durante décadas cuando, en los sesenta y setenta, trató la creación de este instituto con varias personalidades de la vida pública. Pero el «idealismo», acompañado de pasos concretos, representado por un hombre con la tenacidad de Dedecius, puede arrojar resultados más que palpables.

En una época en que percibo, para mi pesar, ciertos peligrosos síntomas que apuntan a una pragmática «tecnocratificación» de la traducción de obras de valor cultural, vale la pena echar una ojeada a la biografía de este gran traductor europeo.

Una conferencia de Silvia Senz Bueno

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La catalana Silvia Senz Bueno es un montón de cosas: : Licenciada en Filología Hispánica y Máster en Formación Editorial ha impartido formación y docencia en corrección y gestión editorial de textos, traducción, estilo, composición tipográfica y ortotipográfica. Además, ha sido redactora de diversas editoriales: De Vecchi, Toray, Labor, Glénat, RBA, Grijalbo, Melusina, Obelisco, Planeta, Plaza & Janés, y traductora editorial de numerosos títulos. A su trabajo, y al de Montserrat Alberte, se deben los dos excelentes volúmenes de El dardo en la Academia (Barcelona: Melusina, 2011), donde, desde todas las ópticas posibles, se verifican y ejemplifican todos los chanchullos de la Real Academia Española es una obra de primer orden.

Aquí, quienes deseen verlo, podrán acceder al video de su conferencia "El control de calidad editorial como valor distintivo de la edición profesiona", dictada en el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz.

Acá está el vínculo: https://youtu.be/qGr3nR7JdCs


Ahora puede leerse "Mafalda" en guaraní

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El 31 de mayo pasado, el diario La Jornada, de México, publicó el siguiene suelto, sin firma, donde se da cuenta de la primera traducción de Mafalda al guaraní por la traductora paraguaya María Gloria Pereira (foto). 

Mafalda ya habla guaraní para los paraguayos

Asunción. El primer tomo traducido al idioma guaraní de la historieta Mafalda, creada por el famoso humorista argentino Joaquín Salvador Lavado –más conocido como Quino– se presentó oficialmente este martes en un acto realizado en la sede de la embajada argentina en Asunción.

Con gigantografías y fotos, la ya célebre tira fue traducida en su primero de 10 tomos por la experta María Gloria Pereira y será distribuida oficialmente al público durante la Feria Internacional del Libro el próximo 8 de junio, a un precio aproximado de 6 dólares.

"Mba'eichapa (¿Qué tal?)", exclama el personaje al anunciar su llegada a la lengua originaria de la región, hablada por el 80 por ciento de los habitantes de Paraguay y de varias provincias argentinas y estados brasileños fronterizos.

El embajador argentino, Eduardo Zuain, dijo en la presentación que "Mafalda es, mucho más que una tira cómica, un clásico que expresa un pensamiento, una visión del mundo".

"Es clásico porque sigue vigente aún cuando fue elaborado en los años 60 y 70", explicó.

En uno de los cuadros exhibidos en la presentación se pudo ver a Mafalda y su hermanito Guille con la expresión "Peyumikena" (Acérquense por favor).

Para el lanzamiento en la Feria de junio fue invitado el autor, Quino, informó la portavoz de la editorial local Servilibro, Vidalia Sánchez.

La edición se hizo posible con el respaldo del Programa Sur de Apoyo a las Traducciones de Argentina y organismos públicos locales como la Secretaría de Políticas Lingüísticas de Paraguay y la Academia de la Lengua Guaraní.

"Desde la embajada se ha impulsado esta iniciativa porque entendemos que su traducción al guaraní constituirá un singular y valioso aporte para la educación y para afianzar el posicionamiento de esta lengua entre niños, jóvenes y adultos", expresó el Ministerio de Educación.

La tira se ha publicado en 26 idiomas y según la traductora Pereira "hay cosas que Mafalda dice con más gracia en guaraní".


Ella se dispone ahora a traducir los nueve tomos restantes de la serie creada por Quino.

E. M. Forster de emergencia en el SPET

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E. M. Forster
En la próxima reunión del SPET, que tendrá lugar el miércoles 21 de junio a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), nuestra invitada Marina Alonso Gómez (Universidad de Málaga) presentará su proyecto de doctorado “Historia, análisis y recepción de las traducciones al español de A Passage to India de E. M. Forster”.
  
Nos escribe:

"El objetivo de esta tesis es analizar las traducciones en lengua española de una obra clásica de la literatura inglesa como es A passage to India, publicada en 1924 por E. M. Forster, dentro de su contexto editorial tanto en España como en los países hispanohablantes de América. La tesis implica el análisis lingüístico-textual de las traducciones propiamente dichas, así como el estudio de las circunstancias en las que se encargaron y realizaron y de su recepción tanto en España como en los países hispanohablantes de América. La comparación de las distintas traducciones y sus contextos tiene como objetivo determinar la trayectoria de la novela en el ámbito hispanoparlante desde su publicación hasta nuestros días y tratar de dilucidar los posibles motivos de dicha trayectoria"

Marina Alonso Gómez es licenciada en Biología y en Traducción e Interpretación y cuenta con un Máster en Traducción Especializada y un Máster en enseñanza de inglés. Actualmente es beneficiaria del programa de Formación del Profesorado Universitario del Ministerio de Educación y realiza su tesis doctoral en el Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Málaga, donde imparte clase dentro del Grado en Traducción e Interpretación.


Si tenés previsto solicitar un certificado de asistencia, por favor no te olvides de firmar después de la reunión en la lista disponible en Cooperadora.

Un debate que se impone y que debe darse

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La bajada de la nota que Luciano Sáliche publicó en Infobae el 14 de junio pasado dice: “La Feria de Editores concluyó su 6ª edición superando sus expectativas, con gran concurrencia del público. En paralelo, varios escritores iniciaron un debate en las redes sociales: ¿hay desigualdad en la relación entre editor y autor, aun dentro de las editoriales independientes? Opiniones cruzadas, discusión en marcha”.

Disparos al corazón de la edición independiente:
un debate sobre políticas culturales que faltan

Sábado de junio por la tarde. Hay sol, pero hace frío. A pocas cuadras de Chacarita, sobre la calle Santos Dumont, una cola larga de personas llega hasta la esquina. Se trata de la VI Feria de Editores, que duró todo el fin de semana pasado y agrupó a más de 140 editoriales pequeñas y medianas de Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Perú y Brasil. Pero detrás de esa fachada de abundancia, resistencia y organización hay una evidencia: nadie gana dinero en este rubro, o bien se gana muy poco. Hay una idea de amor al arte fuertemente instalada que hace que lo recaudado alcance apenas para sostener lo invertido, reproduciéndose así las condiciones de precariedad que, muchas veces, confunden la buena fe con la estafa. Sobre este asunto, en las redes sociales circularon algunos cuestionamientos que dieron pie al debate. Más allá de la desigualdad de calibre de las editoriales, ¿hay una desigualdad en la relación entre editor y autor, incluso dentro de las editoriales independientes? ¿Por qué no hay una regulación formal que establezca, como sí la hay en otras ramas del arte, condiciones y derechos para todas las partes?

Tres días antes de que comience la Feria, la primera piedra la lanzó Julián López. “Queridas editoriales independientes, ser independientes no habilita a manejos poco claros y abusivos. No se enojen, las quiero a todas, pero tenemos que hablar”, escribió en su cuenta de Facebook el autor de Una muchacha muy bella. Con esa sutil ironía desató una oleada de comentarios, por ejemplo, el de Claudia Piñeiro –autora de la recién salida Las maldiciones–, que aseguró que “de alguna manera habría que poner en valor que se debe pagar anticipo aunque seas una editorial independiente y se debe liquidar correctamente con periodicidad razonable en un país de alta inflación. ¿Por qué naturalizamos que al autor no se le pague o se le pague último pero a los otros involucrados en la producción de un libro sí? (…) Es como que le pidas a un empleado que espere a cobrar el sueldo porque antes tenés que pagar el alquiler. No me parece que la variable de ajuste sea el autor”. La discusión ya estaba en marcha.

“Creo que el pedido de pago de derechos a las editoriales pequeñas de parte de los autores es una hipocresía”. El que habla es Hernán Vanoli, autor de libros como Cataratas y Pinamar, y co-autor del reciente ¿Qué quiere la clase media? También es editor en Momofuku, editorial que estuvo en la Feria. Como muchos, observó el debate por las redes sociales con paciencia y pasividad. Ahora, en diálogo con Infobae, explica su posición: “Cuando un autor publica un libro tiene derecho a pedir un contrato, a firmarlo, y tiene herramientas para hacerlo cumplir, sea la editorial del tamaño que sea. Cuanto más pequeña es, más desprotegida se encuentra frente a los autores y a los reclamos. Por eso, si un escritor se queja de que una editorial pequeña no le paga, yo le preguntaría primero qué contrato firmó. Si no firmó contrato, ya estamos en el ámbito de la buena fe, y en las microculturas sin retribuciones simbólicas ni materiales de envergadura, como el de la edición mal llamada 'independiente', es obvio que la buena fe va a ser escasa, y que van a primar los abusos. Todos sabemos que Interzona paga mal y ha hecho firmar contratos irrisorios a los autores de Factotum, que la librería de Mansalva no paga las pequeñas editoriales, que la librería del Conti tampoco, etc.”.

“Con China Editora estamos dentro de las editoriales que no cobran a los autores por publicar sus libros. Eso significa que asumimos el riesgo económico de invertir en su obra. El mayor costo es el de la imprenta”, cuenta Caterina Gostiza, que además, con su editorial, forma un conglomerado llamado La Coop: una forma de colectivizar y aunar fuerzas. En diálogo con Infobae, explica los principales gastos y costos del proceso de publicación: “También está el costo de la distribución (20% del precio de venta al público), la librería (40%), el diseñador, el corrector, la prensa. En nuestro caso, salvo la impresión de los libros, hacemos todo nosotros. No tercerizamos nada. En parte porque nos interesa tener ese vínculo con las librerías y los periodistas, y también por una cuestión económica. Entonces, es mucha la inversión y alto el riesgo económico que se corre cuando uno decide incorporar un nuevo título al catálogo. Eso no quiere decir que el autor tenga que hacerse cargo de las decisiones de la editorial. Cuando un editor apuesta por un libro y un autor, es porque ya hizo las cuentas y decide hacer la inversión. Por lo tanto, la editorial se compromete también con el autor”.

Fernando Pérez Morales de la editorial Notanpuán tiene una posición equilibrista, podría decirse. “Es una discusión donde todas las partes tienen razón, los escritores quieren cobrar anticipo y que se les pague en tiempo y forma, los editores independientes en su gran mayoría no pueden pagar anticipos y doy fe que es así, en mi caso también es cierto que trabajo con autores jóvenes y con primeras novelas o primer libro de cuentos y en ese caso la apuesta tiene que ser compartida. El editor se la está jugando por un autor nuevo, desconocido y no es fácil instalar en el mercado a nuevos escritores. Tampoco ayuda que las multinacionales, apenas un nuevo autor de editorial independiente se instala, vengan a llevárselo con sus hermosos anticipos”, le dice a Infobae.

Damián Ríos, editor de Blatt & Ríos, también hizo su aporte en las redes: “No me parece un mal acuerdo recibir libros por regalías, sobre todo en editoriales pequeñas o micro (…) Y, como publicar en una editorial grande o gigantesca no me cambió para nada la vida, más bien al contrario, los libros desaparecieron de las mesas y de las librerías a los pocos meses, prefiero seguir publicando en editoriales chicas que me den libros y que se pongan el libro encima y lo muevan. Respecto de otras décadas, la situación para los autores ha mejorado mucho. Pregunten a cualquier escritor que haya publicado en los ochenta, por ejemplo, o en cualquier otra (…) Se trata de hacer un acuerdo de entrada. Si podés escribir un buen cuento o un buen poema, podés discutir un acuerdo verbal o escrito, y hacerlo cumplir. Si te estafan, vas a otra editorial o hacés otra cosa. Ahora, si el autor está desesperado por editar, claro, hay gente que se aprovecha. Yo creo que falta profesionalización de parte de las editoriales y también de parte de los autores (…) No se trata de buena voluntad: preguntás cuántos libros van a hacer, en cuántas librerías van a distribuir, cómo van a hacer con las regalías, si va a tener prensa; esos son los aspectos básicos de cualquier acuerdo. Lo que pasa es que es más lindo hablar de la tapa y de los lindos textos que de estas cosas. Pero hay que acordarse de que en una edición el texto más importante es el contrato.”

Repensar la desigualdad en todas sus formas
Quizás pocos usuarios sepan que, además de las fotos de gatitos, flyers de optimismo vacío y largos textos enojados en mayúsculas, Facebook también sirve para debatir. ¿Utilizar las redes sociales para generar una discusión que haga posible transformar la realidad? Así parece. “Si abres el paraguas y hablas derechamente de industria editorial, el 95% de los escritores estamos desprotegidos, porque en el mejor de los casos te sientas a negociar con una trasnacional que, claro, te paga, pero al mismo tiempo ante cualquier diferencia tiene abogados, contadores, un equipo de prensa que ningún escritor tiene. Pero no sólo eso en la industria, en el gran mercado eres un número más”, le espetó el escritor chileno Gonzalo León a López.

Selva Almada también fue tajante con su posición e insistió con la necesidad de debatir el asunto. “Me llamó la atención –escribió la autora de El viento que arrasa, Ladrilleros,Chicas muertas y El desapego es una manera de querernos debajo del post de López– cómo en los comentarios parecía que nadie sabía de qué hablabas cuando todos los que estamos cerca de la escritura y su circulación sabemos perfectamente de qué hay que hablar: de cómo bajo el aura de lo independiente no se firman contratos o se firman contratos leoninos que el autor no puede discutir; de cómo la mayoría de las editoriales independientes no pagan regalías a sus autores; de cómo los autores no saben cuántos de sus libros se venden ni dónde están distribuidos ni cuántos se mandan a prensa o se regalan o lo que sea… de cómo da la impresión de que los autores deberíamos estar agradecidos de que alguien nos edite y callarnos la boca porque con eso alcanza. Etcétera.”

Ese posteo y todo el submundo de comentarios que allí se originó fue apenas un comienzo. Gabriela Cabezón Cámara marcó su posición con un texto publicado en su página de Facebook: “Amamos a las editoriales medianas y pequeñas, yo no tengo ni una queja de la mediana con la que trabajé todos estos años, hablo de Eterna Cadencia, y soy fan de muchas pequeñas y micro editoriales. Pero chicos, ¿por qué piensan que pueden pagarle al imprentero y al autor no? Pregunto posta, sin ánimos de pelear sino de pensar un poco (…) No tiene por qué ser tabú, ¿verdad?, podemos hablar de todo. Y ver qué hacemos como colectivo. Hay tremenda crisis, es difícil para todos. Pongámonos de acuerdo y salgamos a pelearla.”

Por otro lado, los números de la economía literaria no cierran: se produjo una caída de la demanda privada de libros en un 12%. Este dato, otorgado por un estudio reciente de la Cámara Argentina del Libro, forma parte del interrogante que dejan abierto estos otros: las grandes editoriales representan apenas el 10%, sin embargo durante 2016 publicaron el 56% de los títulos. Esto habla, no sólo de una diferencia de producción que es necesario que todo el sector se ponga a repensar, también una situación desfavorable para los editores y autores de pocas tiradas.

Cómo nos relacionamos comercialmente
Las paradojas de nuestra época son varias. Entre ellas, la súper producción de un sector desigual. La Feria de Editores forma parte de una respuesta a este escenario complicado. ¿Cómo organizar todas estas ganas y voluntades sin que el Estado se ponga al frente de los reclamos y establezca políticas públicas? ¿Hay posibilidades de generar un sindicato de escritores y editores capaz de defender los derechos de los autores? “Debería existir un organismo serio que medie (pagos, diferencias, etc.) entre el autor y el editor. Simple. Si tenés una duda como autor, te acercás al lugar donde oficie el organismo y hacés todas las preguntas necesarias y, en caso de problemas, que tengan equipo legal a disposición. La posición del autor es débil aún frente a la editorial más pequeña del mundo”, comentó Luis Mey, autor de La pregunta de mi madre.

“Estoy de acuerdo en que es una discusión que hay que darla si o si. Una editorial independiente necesita unos 50 títulos para empezar a girar y lograr un punto de equilibrio; mientras tanto es ponerla y ponerla. Hoy la nueva literatura la encontrás en un 90% en las editoriales independientes y eso se debería valorar”, dice Pérez Morales; mientras que Gostisa comenta: “Es cierto que muchas editoriales pequeñas y medianas no pagan adelanto, no llevan las cuentas de cuántos libros venden, en dónde están sus libros, cuántos ejemplares fueron destinados a prensa, no pagan regalías, etc. Y por ser tan desorganizados no pueden brindarle esos datos al autor. Pero es al autor al que más hay que cuidar en este proceso. Si no valoramos su trabajo, si no le pagamos lo que le corresponde, ni le damos el detalle de dónde están sus libros, cómo se están vendiendo, no solo perdemos su confianza, y es muy probable que nunca más quiera publicar en nuestro sello, sino que además bajamos la calidad de nuestra editorial”.

¿Cuál es entonces el rol del editor en este sentido? Para Vanoli, que insiste en dejar de lado los planteos abstractos, “sí deberían existir mecanismos para que, si no pagan, tengan que suspender la venta de los libros cuyo contrato firmaron, eso me parece básico. También tendría que haber mecanismos de auditoría para las distribuidoras y para las librerías. También debería haber un gobierno con políticas culturales serias. Todo eso no existe. Por eso empezar haciendo hincapié en las miserias de los miserables me parece una forma conventillera e hipócrita de iniciar un debate. Y si además no se dan nombres, una forma cobarde y oportunista.”

En las redes sociales siguió la ebullición. Posteos, comentarios, declamaciones, respuestas, ironías. ¿Va hacia algún lado esta discusión? Julián López continuó asegurando que “tenemos que hablar del lugar de los autores, de la producción de escritura, de la circulación y de los modos (…) Pertenezco a la escena independiente con pasión y con conflicto, atravesado de preguntas, de inconsistencias, de todo lo que en general compartimos. Que el debate se abra, se haga costumbre y que nos fortalezca más allá de lo personal y en buenos términos”.

Es necesario que así sea. ¿Para qué serviría (justamente) la literatura si no es para pensar y debatir los modos, incluso los comerciales, en que nos relacionamos?









"Un modelo de neoesclavismo liberal que es la verdadera lacra de la cultura"

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Motivado por el artículo de Luciano Saliche (subido a este blog el viernes 16 de junio pasado), Andrés Ehrenhaus–que, a no olvidarlo, además de traductor es un excelente narrador, con varios libros publicados y mal distribuidos, que vale la pena conseguir– se dedica en esta entrada a reflexionar sobre los intereses superpuestos de editores, autores, traductores y correctores.

El tamaño de mis derechos

Vaya como preámbulo que, profesionalmente hablando, soy o me considero, en este orden, traductor, autor, editor, corrector y le da en el poste para que no sea librero. Hablo, en esta ocasión, como autor pero echando mano de la experiencia común acumulada en todos esos planos, a menudo interpuestos y solapados, del sector del libro. Podría extender mi argumento ontológico todavía más allá: puesto a ser cosas, soy también hijo de un minusculérrimo editor que, en los albores del misticismo sesentista, fundó (y fundió poco después) la editorial Mundonuevo. No digo esto para darme lustre sino porque creo que calzar o haber calzado los zapatos del otro siempre ayuda a entender por qué y para qué lado renguea(mos). De entrada –y sobre todo en lo que respecta al valor que se le otorga o supone a las obras– digamos que existe poca o ninguna divergencia entre los editores (ya se trate de grandes conglomerados, prósperas editoriales medianas o pequeños editores a pulmón) y libreros frente a la inefable variedad de opiniones del sector autoral, incluyendo aquí por supuesto a los traductores y al escalafón aún más desprotegido y diezmado de los correctores. La razón es simple: las editoriales y librerías son empresas ante todo y se inscriben claramente en la lógica del mercado, mientras que los autores y demás generadores de contenidos son en parte trabajadores intelectuales y en parte artistas, y su lógica es tan confusa y varipointa como la inestable proporción de esas partes.

De donde se desprende una evidencia. Si queremos que el debate acerca del valor real de las obras (es decir, el valor del trabajo –o, mejor, del trabajo intelectual + la mano de obra– de esos híbridos de obrero y artista que somos los autores) tenga una incidencia concreta en la conciencia de todos los actores de la industria del libro y se derive en una regulación (natural o legal, pero siempre coherente) que garantice la pervivencia de los generadores de contenidos, no solo tendremos que tratar de convencer a los empresarios y ofrecer argumentos sólidos que no escapen a su lógica económica sino también ­–y quizás antes– a los propios autores, que no saben bien a qué lógica adscribir. Cuando digo empresarios me refiero a todos pero, en especial, a los bienpensantes, a los editores y libreros vocacionales, a los que defienden, casi (o sin casi) a expensas de su propio bolsillo la cultura del libro y la lectura y, por consiguiente, la buena literatura.

Sin duda, lo primero que tiene que saber un autor es que desde el instante en que decide poner en circulación su obra la está convirtiendo, al menos en parte, en mercancía. No querer aceptar esto es, hoy por hoy, no ya un rasgo de inocencia sino de sinuosa ingenuidad. El editor y el librero lo saben pero no lo explicitan hasta el final y bajo presión. En su fuero íntimo, es decir, en su contabilidad diaria, lo tienen en cuenta desde el primer momento y calculan el impacto de esa parte mercantil de la obra en todo el proceso de su explotación. Porque, ¿cuál es el objetivo de una empresa? Ganar dinero. En el caso del editor, fabricando objetos para venderlos al mayor; en el caso del librero, vendiendo esos objetos al menudeo. Da igual que esos objetos sean libros, pilares simbólicos de la cultura universal: a la hora de hacer cuentas, tienen un costo y una plusvalía, y si no arrojan beneficios suficientes, la empresa se funde. ¿Y cuál es el objetivo del autor? Ah, amigos, eso es justamente lo que no está tan claro. ¿Quiere vivir de su trabajo como cualquier otro hijo de vecino o le basta con la sensación metafísica de que su obra trascenderá su muerte por inanición?

Porque ahí está la madre de dorrego. El autor trabaja duramente para conseguir que su obra reúna las condiciones mínimas necesarias para ser algo más que un texto plano y carente de interés literario. Pone horas de sudor en cada página, más horas de sudor que gramos de inspiración. Pero incluso aunque solo pusiera genio, aunque fuera un iluminado capaz de escribir como los dioses sin perlarse la frente demasiado, la escritura igual le llevaría tiempo y esfuerzo (intelectual, mental, integral, o como se le quiera llamar), un tiempo y un esfuerzo que para el editor, el distribuidor, el librero y también para el usuario o lector se contabilizan, de manera más diáfana cuando son propios y no ajenos, en dinero. ¿Por qué, entonces, ha de resultarle sucioese dinero al autor y solo al autor? ¿Qué kryptonita lleva dentro el dinero para que los supermanes de la literatura le teman tanto? Por un lado, la vergüenza o la culpa de desearlo. Al autor ese dinero quizás le de asco pero sin duda no solo lo anhela sino que le hace falta. Para vivir. O sea, para vivir de su trabajo. Como vive el taxista del taxi, el empleado del empleo, el profesor de la docencia. Por otro lado, el temor de que ese anhelo –y no la inspiración etérea– sea el verdadero motor de su arte. El autor teme que el interés económico sea la cadena que lo sujete al tártaro –o al mercado– y no el medio para comprar las herramientas con las que romper esa cadena. Lumpenizado se siente más libre. Prefiere morir de hambre que envenenado por la kryptonita. Es decir, seguirá poniendo su trabajo y su esfuerzo al servicio del enriquecimiento de otros antes que asumir su lugar real en la estructura económica a la que ni siquiera lumpenizándose podrá escapar.

Gracias a este dilema prefeudal del autor (el dinero es sucio, yo me debo al arte, etc.), el empresario puede aplicar su discurso neocapitalista con la eficacia de un trueno. El doble rasero moral no lo impone la industria cultural, ya viene de la mano de los propios lumpenizados, como un hijo bífido. El editor solo tiene que apretarle las tuercas: el negocio del libro es difícil, los márgenes son estrechos, apenas se gana nada, todo se lo lleva el distribuidor, o el librero, o los costos fijos, o los impuestos, yo me juego entero con cada apuesta nueva, si la editorial pierde perdemos todos y ustedes los autores los primeros, etc. El discurso encaja a la perfección en la nebulosa ética del autor, más aún si es novel y su primera obra le tiembla en las manos. Cada argumento del editor, que es un joven emprendedor lleno de sueños y buenas intenciones, reverdece la kryptonita y convence más aún al autor de que la industria editorial colapsaría si los autores tuvieran la osadía de querer cobrar por su trabajo. Gracias que alguien se lo publica. O sea, gracias. Gracias.

Pero apliquemos la lógica inversa. A esta altura estamos de acuerdo, imagino, en que una editorial, una librería, son empresas, negocios, y que su salud y pervivencia depende de los beneficios que extraigan de la actividad que desarrollan. Como el tamaño sí que importa y no es lo mismo un gran conglomerado editorial que un sello de una sola persona, digamos que una gran editrial es un negocio grande y una editorial pequeña es un pequeño negocio –o minúsculo, si se quiere. Con su minúscula contabilidad, su minúsculo trajín, su minúsculo rendimiento, pero negocio al fin. Ruinoso… tal vez. Pero negocio. Nadie ha obligado al minúsculo editor a dedicar su tiempo, esfuerzo y dinero al miserable e improductivo negocio de la edición.

El pequeño editor suele ser lo que se dice vocacional: siente el llamado del libro, quiere aportar algo nuevo a una industria cultural caduca y mezquina, tiene proyectos innovadores, ideas frescas, una concepción del negocio menos sujeta –quiere creer– a los beneficios inmediatos que al bien simbólico que su labor genera. Para eso necesita savia nueva, gente, autores que compartan su visión de la literatura, que estén dispuestos a apostar, como él, antes por proyectos culturalmente coherentes que por inversiones defensivas y seguras. Autores que entiendan de la enorme dificultad del negocio del libro, de la estrechez de los márgenes, etc., etc, y que entiendan que su minúsculo negocio vocacional e innovador no podría soportar el costo de tener que pagarles, pero que a cambio los tratará bien, como si fueran de la familia, como si el negocio fuera también de ellos, aunque no los beneficios, por supuesto, porque eso equivaldría a la ruina, etc., y nadie quiere que eso suceda, todos estamos juntos en este barco, etc., etc., y el arte y la cultura están en juego, sobre todo en estos tiempos de salvajismo neoliberal.

El autor acepta el reto encantado. ¿De qué vivirá mientras tanto? Eso es harina de otro costal. No puede agobiar al pobre pequeño, minúsculo incluso, editor vocacional con sus miserias personales. Rimémber: la kryptonita acecha, el dinero acaba con la inspiración. Vivirá… de instalar baños. Ahí no hay un futuro de gloria quizás pero al menos sí un presente de porotos en la olla. O eso cree él. Aprende el oficio (dedicándole tiempo y esfuerzo) y al tiempo consigue su primer cliente. Va a la casa. Es un departamento lindo pero modesto, decorado con buen gusto, lleno de libros y macetas con plantas de interior. Hasta hay uno o dos gatos. Sin embargo, lo que más le llama la atención al neoplomero obligado es la cantidad y, sobre todo, la calidad de los libros que ocupan paredes, rincones, repisas, mesas. El cliente es un tipo joven, simpático, agradable, educado, conversador. Le ofrece un té, o un café, o quizás un mate, y se ponen a charlar un poco de todo pero más que nada del baño, que es el motivo de la ocasión. El baño no está mal del todo, es chico pero funcional –o digamos que funciona– y lo más grave que tiene es que desentona con el estilo de la casa. Es un baño insípido, oscuro, triste incluso. Y el cliente quiera algo luminoso y de onda, dentro de lo que cabe. Así que se ponen más o menos de acuerdo en cuanto a los materiales (que no sean caros ni los mejores, le pide el cliente, pero dignos, modernos si cupiere) y los tiempos y ahí mismos, relajados y mateando, hacen números. Aproximados, pero números al fin y al cabo.

El presupuesto, que el neoplomero, sufrido y sufridor donde los haya (no en vano es autor, o lo era), apretó todo lo que pudo, provoca en el cliente una serie de muecas de contrariedad y fruncimientos de ceño. Hum, dice, esto para mí es demasiado. Entiendo que haya que pagar los materiales, el transporte, etc., porque de eso no se escapa nadie… Fijate, le dice en un repentino improntu de sinceramiento, yo estoy más o menos en la misma, entendés, yo también estoy atado a la cadena implacable de los costos tangibles, ahí no hay quien zafe, el papel, la imprenta, la luz, internet… porque yo soy editor, sabés, capaz que te diste cuenta por la cantidad de libros; pequeño, modestísimo, pero voy tirando como puedo, y entiendo que hay cosas del presupuesto que son inamovibles, pero otras, cómo te voy a decir, hay otras partidas o conceptos que son mucho más variables, flexibles, entendés, y vos lo sabés bien, porque ahí, en ese presupuesto a grosso modo que hiciste, está el margen que vos le sacás a tu laburo y, no sé, creo que es exagerado, máxime porque no entendiste, quizás, la idea, el planteo que hay detrás de todo esto, porque yo te estoy dando total libertad para que rehagas el baño a tu manera, para que actúes con total libertad, como si fueras un artista y no un simple plomero, un trabajador que asciende a un plano superior de creación y de libertad que, en cualquier otra casa, sería impensable, entendés, y acá, en cambio, podés dejar tu firma, que también te serviría de promoción, porque yo le diría a todos que el baño es obra tuya, que sos un crack, un genio, el leonardo de los plomeros y azulejistas, y eso a vos te conviene mucho más, en todos los planos, ojo: no solo para tu orgullo personal sino, a la larga, para tu negocio, que sacarme a mí unos mangos de más, cuando podríamos entendernos porque ya veo que vos sos un tipo sensible, la cacé de entrada, con vos se puede charlar, no como con los otros plomeros que vinieron y no entendieron nada, viste. Lo que te propongo es un poco como lo que yo hago con mis autores, los nóveles sobre todo, que entienden que hay que compartir el riesgo de la apuesta si todos queremos que esto flote y no se hunda, me entendés.

El neoplomero, que lo estuvo escuchando con atención, le da una última chupada al mate y se lo devuelve. Está frío y lavado, dice. Es interesante lo que contás, sigue, porque yo antes era autor, escribía relatos breves, novelas cortas, conseguí que me publicaran alguna cosa, sin pagarme, por supuesto. Ni adelanto ni regalías, nada. Todo con la mejor onda, eso sí. Pero guita, nada de nada. Por eso me hice plomero, azulejista, instalador de baños, de aire acondicionado, lo que sea. Y vos sos mi primer cliente. Pero el que no entendió nada sos vos. Si no podés pagarte un baño nuevo, bancate el que tenés. Nadie te lo va a hacer gratis, ni siquiera tu mejor amigo o tu papá. Y yo menos. Cuando puedas pagar todo, incluyendo mis horas de trabajo y mi formación, por ahí te lo hago. Y otra cosa: si no podés pagar el trabajo de tus autores, no pongas una editorial. Una editorial es una empresa y vos sos como empresario sos un desastre: querés sacar beneficios de un modelo de neoesclavismo liberal que es la verdadera lacra de la cultura. Sos capaz de agachar el lomo frente a las imposiciones de las multinacionales de la comunicación, que te meten doblado el precio del hardware, el software, la conexión, la electricidad, etc., sin siquiera darte cuenta de tu obsecuencia y no dudás en extraerle hasta la última gota de plusvalía al que te hace editor: el autor. Si no hubiera obras, ¿qué publicarías?

Se puede vivir sin literatura, así que se puede vivir perfectamente sin edición. Sin baño es más difícil, ¿cierto? Por eso tarde o temprano vas a acabar pagándole al plomero la factura y al autor, en cambio, vas a tratar de seguir recortándole el tamaño de sus derechos. Sobre todo si le tiene pánico a la kryptonita y acepta sin pestañear el doble discurso de la mercancía.

Tres editores hablan de sus políticas de traducción

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En la sesión de ayer, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires recibió a Víctor Malumián, Julia Ariza y Anne Gauthey para hablar de qué y cómo traducen las nuevas editoriales argentinas

A partir de 2001, cuando las empresas multinacionales ya no se hicieron cargo de editar y traducir libros en la Argentina, apareció un gran número de pequeñas editoriales que se cargaron sobre los hombros la responsabilidad de editar a los autores nacionales y traducir todo aquello que las “grandes editoriales” decidieron dejar de lado. A esa primera ola de pequeños sellos hoy consolidados, la sucedió otra entre la que se cuentan Godot, Fiordo y, más recientemente, Milena París, tres magníficos ejemplos de cómo la inteligencia y la imaginación pueden ponerse al servicio de la edición. 

La charla giró alrededor de las políticas de edición de cada editorial, su forma de distribución, el armado de sus catálogos y el tipo de trabajo que privilegian a la hora de traducir.

El video respectivo podrá consultarse pronto en este blog.

Víctor Malumián (Godot) es Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Junto a Hernán López Winne fundó en 2008 Ediciones Godot. En el 2012 generaron la Feria de Editores que ha recibido en su última edición más de 85 editoriales de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, México, Uruguay y Venezuela. En el 2016 publicó como coautor el libro Independientes ¿de qué? a través de Fondo de Cultura Económica México.




Julia Ariza (Fiordo) es Licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires. Ha sido becaria del Conicet y actualmente finaliza su doctorado en la UBA. En 2012 fundó junto a Salvador Cristofaro la editorial Fiordo, que ha publicado primeras traducciones al español de obras de autores como Marghanita Laski, Anthony Powell, Riikka Pelo y Shirley Jackson. 


Anne Gauthey (Milena París) es actriz, narradora y poeta. Es diplomada en la educación popular con la especialidad escritura-lectura-oralidad. En 2012 crea Milena Paris un proyecto literario escrito y oral que nace de su encuentro con el editor Matias Reck. Relaciona la edición con la creación artística. Empieza a editar libros en bilingüe y autores argentinos exiliados en Francia. En 2014 junto con Sol Gil crea la colección Extremcontemporaneo dedicada a los autores franceses publicados entre los años ochenta hasta ahora que designa la literatura actual en constante devenir como Annie Ernaux y François Bon. En 2016 edita a Pablo Nemirovsky traducido al francés con el editor Renaud Bouk.

Elecciones en CADRA: Julia al gobierno, los traductores al poder

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Por primera vez una traductora podría integrar la Comisión Directiva de CADRA (Centro de Administración de Derechos Reprográficos) si su postulación obtiene los votos necesarios en la próxima Asamblea General Ordinaria a realizarse el próximo 12 de julio, en la que se renovarán sus autoridades. 

CADRA es una asociación civil sin fines de lucro, integrada por autores y editores de Argentina, que reconoce al traductor como autor, sin distinción. Hasta ahora, la Comisión Directiva siempre estuvo integrada por editores y por autores en su condición de escritores, pero ésta sería la primera vez que podría integrarla una traductora.

Se trata de Julia Benseñor, traductora editorial egresada del INES en Lenguas Vivas, que se sumó a fines del año 2015 al grupo de colegas que vienen impulsando un proyecto de ley de derechos de los traductores y la mejora de sus condiciones contractuales y laborales.

Sin duda, CADRA ofrece un marco institucional interesante para abordar la problemática que afecta al sector de los traductores, ya que reúne en su seno a todos los actores involucrados.
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