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Ana Cristina Cesar en castellano

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Ana Cristina Cesar (Rio de Janeiro, 1952-1983) fue una de las más importantes poetas brasileñas de la segunda mitad del siglo XX. Traductora, guionista y ensayista, representa a la llamada "generación del mimeógrafo", correspondiente a la década de 1970 de la poesía de su país. Traducida en su totalidad al castellano por las poetas argentinas Teresa Arijón y Bárbara Belloc, ambas escribieron sobre ella: "Inauguró un modo de escribir, leer y pensar la literatura que excedió, con la potencia y la imprevisibilidad de un rayo, las fronteras de su país, e incluso las de su lengua y su época. Sus certeras, sugestivas y hasta hoy casi secretas investigaciones sobre los temas centrales de la creación literaria se plasmaron en una serie de escritos cuya novedad y libertad les imprimen una vitalidad extraordinaria". El texto que se transcribe a continuación, escrito orginalmente en inglés alrededor de 1980, está incluido en El método documental, un volumen recientemente publicado por Editorial Manantial, que reúne diversos ensayos hasta ahora inéditos en castellano. Se reproduce con la debida autorización de las traductoras.

Traducir un poema corto

Este ensayo representa una tentativa de organizar y estructurar los estudios que presenté en los seminarios que cursé. Aunque contiene comentarios de traducciones conocidas por el público y de traducciones de mi autoría, su objetivo va más allá: tiene una intención teórica. No obstante, cuando intento plantear consideraciones generales sobre la traducción de poesía, siento que mi experiencia en ese campo es bastante reducida. También siento que a veces me pongo a devanear, y tal vez me voy por las ramas... Aquí está, entonces, el intento de estructuración de todos esos devaneos–si eso fuera posible.

En este ensayo pretendo analizar algunos problemas relacionados con la traducción del poema corto. A diferencia de la prosa literaria, de otros géneros y hasta incluso del poema largo, el poema corto puede ser definido como una forma particularmente condensada de arte escrito. En este punto, el ABC de Pound es una referencia necesaria. En líneas generales, el poema corto puede considerarse como la “forma más condensada que existe de expresión verbal”, pero no repetiré ese concepto. Lo que importa es verificar qué tipo de problemas enfrenta el traductor ante esa máxima condensación verbal. ¿Tal vez, al menos, podríamos intentar establecer algunos criterios de juicio o de evaluación de las traducciones de poemas cortos? Al hablar de condensación de la expresión, de inmediato me viene a la mente la palabra inflación, que representa la contrapartida de ese término. Es una palabra que ha sido, inevitablemente, tema de análisis teóricos o generales sobre la traducción. Cito a Steiner:

La mecánica de la traducción es algo fundamentalmente explicativo; explica (o mejor dicho explicita) y expresa gráficamente, de la mejor manera posible, la inherencia semántica del texto original. La explicación es agregativa; no solamente interpreta la unidad original sino que también debe crear, a ese fin, un contexto ilustrativo, un campo de ramificaciones actualizadas y perceptibles. Por todo esto, las traducciones son inflacionarias […]. En su forma original la traducción excede al original.

Concentración versus Inflación. Partiendo de esta primera oposición, podríamos llegar a un criterio básico para un approach a la traducción del poema corto. Sustancialmente, el poema corto puede ser abordado como la forma literaria más condensada que existe (reconozco los riesgos de esta generalización pero, por ahora, vamos a dejarlos de lado). Esencialmente, cualquier acto de traducción extrapola el texto original, explicita su inherencia semántica: en una palabra, dice mucho por miedo a decir muy poco. Por lo tanto, la mecánica creativa natural de la poesía se opone directamente a la mecánica creativa natural de la traducción. En principio, traducir un poema es como nadar contra la corriente. El primer criterio básico representa, por lo tanto, el resultado de ese conflicto, y como tal es un criterio negativo. Podríamos decir que, en un approach más correcto a la traducción del poema corto, la conciencia de esa tensión es permanente. Esa tensión entre condensación e inflación me hace avanzar. Es, a decir verdad, una tensión, y no una regla. Pero, como regla, podríamos decir que las mejores traducciones son aquellas que: 1) buscan reducir la tasa de inflación al mínimo; 2) intentan absorber el esfuerzo original de condensación del poema, y 3) buscan encontrar más equivalencias para ese esfuerzo específico que para el significado original.

Una de las formas de evitar la inflación es aplicar el principio de selección al que se refiere Pound en el ensayo sobre Cavalcanti y sobre la traducción de su “Donna mi Prega”: “Estamos preservando un valor de la obra italiana antigua, el cantabile, y perdiendo otro, que es el peso específico”.[1] Preservar y perder. Perder para preservar. Las decisiones complejas y el sacrificio de valores son, obviamente, los problemas prácticos más profundos que enfrenta el traductor. Una vez más, como regla, podríamos decir que el principio de selección debe medirse siempre contra el fondo de la dicotomía condensación/inflación. Algunos traductores son propensos a incluir abundantes notas de pie de página, que pueden subir, como rascacielos, hasta el margen superior de la página, como pide Nabokov. Ese tipo de persona puede incluso hacer un análisis especial de costo/beneficio, especificando debes y haberes en el balance literario de los poemas traducidos.

Ya es hora de referirnos a un caso concreto. Y para empezar, elegí un soneto. No discutiré aquí las interesantes observaciones históricas de Pound, cuando afirma que el soneto es un “peligro para la composición”, “el comienzo del divorcio entre palabras y música”.[2] Lo que importa es que el soneto es una forma de poesía particularmente condensada. Tiene una condensación casi artificial. Visualmente, en términos aritméticos, representa un modelo, una composición en miniatura, una técnica de condensación. Eso conlleva dificultades específicas para el traductor, dado que el soneto tiene un aura de perfección, un orden perfecto, que no puede ser quebrado, un desarrollo único y preciso, una secuencia ideal, por así decirlo. El soneto podría considerarse un punto de partida metodológico.

Elegí un soneto de Mallarmé: Salut. En cierta forma, la elección tiende a apartarme de mi tema principal, puesto que el soneto plantea muchas indagaciones sobre el tema mismo de la “modernidad” literaria. Por otra parte, creo que es una elección “natural”, que también es útil para delimitar mi territorio. Al reflexionar sobre las razones que me llevaron a elegir ese soneto empiezo a percibir que, ahora mismo, siento un interés especial por la traducción del poema corto moderno. También advierto que estoy escribiendo este ensayo más como un medio de delimitar mi propio territorio que como un ensayo teórico. La cuestión de la “modernidad” se vuelve así parte intrínseca del tema.

Salut es, intrínsecamente, un brindis a la salud de la modernidad. “Le blanc susi de notre toile” puede leerse como referencia directa a una nueva toma de conciencia: el poema tiene realidad en sí mismo: allí, en la página en blanco. En Mallarmé esa constatación se torna más fuerte que la idea referencial; esto es, la creencia en que la poesía expresa ideas respecto del mundo o de un tema determinado. Con el advenimiento de la perspectiva moderna, el mundo y el tema son puestos en cuestión – lo cual habla acerca de la literatura. Aparece, más claramente que nunca, el problema del lenguaje. ¿Cuáles son sus poderes? ¿El lenguaje puede expresar algo respecto del mundo y de mi propio ser? ¿El verso es virgen? ¿O no es nada? ¿O es pura espuma?

En Rimbaud y Mallarmé el lenguaje se da la espalda a sí mismo; deja de designar, deja de ser un símbolo de realidades externas, ya se trate de objetos concretos u objetos suprasensibles; tampoco designa nada de eso […]. Mallarmé es todavía más riguroso. Su obra (si es que esa es la palabra adecuada para esas señales registradas en páginas, vestigios de un viaje sin paralelo de exploración y de naufragio) va más allá de la crítica y la negación de la realidad: es la contracara del ser. La palabra es la contracara inversa de la realidad: no la nada, sino la Idea, el signo puro que dejó de apuntar hacia las cosas y que no es ni el ser ni el no ser.[3]

Así, la primera palabra de Salutnos recuerda inmediatamente que el signo puro navega hacia la nada.

Como sabemos, el poema Salut, que Mallarmé puso al comienzo de su compilación de poemas como una especie de introducción, puede leerse en tres niveles de significado o “isotopías”, estrechamente vinculados entre sí:
1) Como un brindis en un banquete. En 1893 Mallarmé fue invitado a hacer un brindis en una reunión de jóvenes escritores, lo cual dio como resultado ese “soneto de circunstancia” con imágenes llamativas y continuas: la copa, la espuma del champagne, en la cabecera de la mesa el autor del brindis saludando a los amigos, la embriaguez que produce el alcohol, el mantel blanco...
2) Como un viaje al mar: la espuma, las sirenas, el barco, los pasajeros en la popa o en la proa, las olas, el balanceo del barco, los truenos, las corrientes, el invierno, la soledad, los peñascos, la estrella, la vela blanca...
3) Por último, como una alusión a la propia poesía, en el contexto de una toma de conciencia moderna: la nada, el verso virgen que apenas designa la copa, contradicciones entre lo viejo y lo nuevo dentro de la escena literaria, la embriaguez de las palabras (?), de nuevo la soledad, la página en blanco y, evidentemente, el refrán “solitude récif étoile”. ¿Todo eso estará designando pura y exclusivamente la realidad del poema en la página escrita?

El inventario que acabo de hacer no es tan importante como la constatación de que los tres niveles de significado se mueven desde la esfera circunstancial hacia la construcción “teórica” o metalingüística de las metáforas. Y es que resulta imposible distinguirlos como capas distintas de significado, aun cuando podamos afirmar que el tercer nivel es el más importante de todos (¿el más abstracto?).

Existen puntos exactos de intersección donde los tres niveles metafóricos quedan perfectamente integrados, como en un juego de palabras cruzadas: una por una las palabras encajan, tal como ocurre en “écume” y “toile”. Tenemos la espuma del champagne, la espuma del mar y la espuma como poesía; tenemos el paño del mantel, el paño de la vela y el paño de la tela en blanco o de la página en blanco. Este ejemplo se ve reforzado por el hecho de que toile, en francés, puede significar tanto paño como tela, haciendo eco además a la palabra voile(vela).

¿Cómo debería proceder el traductor ante este triple juego metafórico? O bien: ¿qué hicieron los traductores con este poema? ¿Privilegiaron un determinado nivel? ¿Las diferentes elecciones conducen a interpretaciones diferentes? “Our canvas with its white care” es la traducción de Keith Bosley; C. F. MacIntyre dice “the white concern of our sail”; Robert Green Cohn, en una traducción didáctica que evita los riesgos de una traducción literaria, explica: “the white care of our (sail-) cloth”. Anthony Hartley simplifica hasta “our sail'’s white concern”. Y Augusto de Campos, en la traducción al portugués, registra: “um branco afà de nossa vela” (podría haber usado tela,  manteniendo el mismo ritmo y la misma métrica).

El primer y segundo versos del soneto actúan como refranes en sus estructuras paralelas: “Rien, cette écume, vierge vers// Solitude, récif, étoile”. Tres signos en una yuxtaposición pura, sin eslabones sintáticos explícitos: como tres estrellas solitarias anunciando la revolución sintáctica de Coup de Dés. Máxima condensación y economía. En cuanto al primer verso, parecería no presentar problemas al traductor. La traducción literal sirve, incluso aunque haya una pérdida inevitable y casi imperceptible de la fluidez melódica francesa. Debes y haberes. En seguida nos topamos con una solución singularmente “inflacionaria” de Keith Bosley, que impávido propone “upright to bear this greeting/ To solitude, reef or star”. Es un ejemplo significativo de explicación (excesiva) de un significado muy condensado, como dijimos antes. No solo tenemos tres signos yuxtapuestos, sino tres elementos de la cadena sintáctica bien entrelazados. Además de romper con un paralelismo importante, el traductor no pudo, por así decirlo, resistir la tentación de exhibir sus méritos interpretativos (Tentación nº[Unknown A1]  1). Lo mismo ocurre en los versos “telle loin ce noie une troupe/ De sirénes”, que MacIntyre traduce así: “Thus far away drowns a troop of sirens”. ¿Cuál será la función de la palabra thus en este verso, además de explicar y de hacer explícito un eslabón silencioso?

Así llegamos a otro tópico de la traducción del verso moderno: la peculiaridad de esa dificultad. El tema ya fue debatido por Steiner y Paz. Según Steiner, hasta el momento de la crisis modernista, el mayor “porcentaje de ‘dificultad’ en la literatura occidental era de naturaleza referencial. Y podía solucionarse recurriendo al contexto léxico y cultural”.[4] En un poema moderno la dificultad es otra, dado que “los significados de los enunciados no están orientados desde adentro hacia afuera, direccionados hacia un conjunto de alusión o de equivalencia léxica”.[5]Aunque las palabras sean simples, no pueden ser dilucidadas simplemente por la denotación. Octavio Paz también establece la misma distinción:

Góngora y Mallarmé, Donne y Rimbaud no pueden ser leídos de la misma manera. En Góngora las dificultades son externas: gramaticales, lingüísticas, mitológicas. Góngora no es oscuro, es complicado. Tiene una sintaxis fuera de lo común, hace alusiones mitológicas e históricas veladas, el significado de cada frase e incluso de cada palabra es ambiguo. Pero desde el emomento en que esos problemas difíciles e impertinentes se resuelven, el significado se vuelve claro. Lo mismo se aplica a Donne, poeta tan difícil como Góngora, que escribe en un estilo todavía más denso. Las dificultades que presenta la poesía de Donne son de carácter lingüístico, intelectual y teológico. Pero una vez que el lector encuentra la llave, el poema se abre como un tabernáculo...[6]

La poesía moderna, además, confronta al lector con otro tipo de dificultad que no se origina tanto en su complejidad (Rimbaud es mucho más simple que Góngora) como en el hecho de que, como el misticismo o el amor, exige una entrega total (y también una vigilancia total). Es una experiencia que implica la negación del mundo exterior (aunque esa negación pueda tener un carácter provisorio, como ocurre en la reflexión filosófica). Y es, a un mismo tiempo, la destrucción y la creación de palabras y significados, el reino del silencio; pero también es una búsqueda: palabras en busca de la Palabra.[7]

 Tengo que controlarme para no citar a Octavio Paz tan seguido. ¿Será una contradicción? ¿O esas dos definiciones de “dificultad” serán relevantes para el traductor? No creo que la traducción de un poema de Donne se desvele cual tabernáculo abierto una vez que los problemas externos hayan sido descifrados. De cierta forma, esas dificultades “externas” hacen que las posibilidades de traducción sean más limitadas. No se puede sobrepasar el mundo de un poema, con sus referencias y sus claves. Las soluciones poéticas deben estar confinadas dentro de los límites de un desciframiento exacto. Los límites son reforzados por rígidos patrones formales, que no pueden ser violentados.

La poesía moderna podría, por lo tanto, estar en busca de otra manera de traducir, tal vez de una relación más elástica o creativa con el potencial traductor o con la persona que reescribe el texto. Y el verso libre también puede reforzar esa posibilidad. Mis afirmaciones son de carácter bastante general, y no podré demostrarlas en este ensayo. Sin embargo, esta discusión me recuerda una experiencia personal que develó el problema de las diversas “dificultades” de la traducción frente a soluciones poéticas específicas. Fue cuando traduje casi simultáneamente el poema de Dylan Thomas “Do not go gently into that goodnight” y el poema de Sylvia Plath “Words”. Posteriormente me di cuenta de que los dos poemas tenían muchos elementos en común, pero en aquel momento la diversidad de la naturaleza de las dificultades encontradas se me hizo evidente. En líneas generales, podría decir que fue más “fácil” traducir a Sylvia Plath que a Dylan Thomas (o bien, que fue más posible encontrar mejores soluciones poéticas), aunque su poema presentaba muchas más “dificultades” que el de Thomas.

Los dos poemas hablan del destino, de algo que fue determinado, de una condena. El poema de Thomas convoca a los hombres a reaccionar contra ese hecho, y su tema principal es el del lenguaje versus la muerte. En él el lenguaje está más ligado a la emoción: los hombres bravuconean, se enfurecen, gritan, cantan, miran, usan palabras. Todo eso es un arma impotente contra la victoria de la muerte, y es una reacción final y sin sentido, que de todos modos habría que intentar como expresión de la grandeza y de la dignidad humanas. “The poet’s only recourse is to speak.”

En el poema de Plath, el lenguaje tiene un valor absoluto. La poeta encuentra las palabras en el camino. Las palabras son el otro lado de la realidad, ingobernables, ásperas. ¿Será por eso que no designan, que no colaboran con el autor ni lo obedecen? El lenguaje no está ligado a la emoción y tiene algo de mortífero. ¿No habrá en esta separación un elemento que hace sufrir? A diferencia de Mallarmé, Sylvia Plath constata que el lenguaje es “un signo puro que dejó de designar las cosas”, afirmación que sugiere una cierta clase de locura. Y, al final de cuentas, la modernidad sufre. No hay lugar para ningún tipo de brindis.

Octavio Paz afirma que “la actividad poética nace de la desesperación frente a la impotencia de la palabra y finaliza con el reconocimiento de la omnipotencia del silencio”.[8] Si estamos de acuerdo con esta idea, notaremos dos actitudes diferentes en Dylan Thomas y Sylvia Plath. Thomas hace que ese problema sea su tema, e intenta trascenderlo a través de alguna forma de creencia en el poder paradojal de las palabras. Sylvia Plath, por su parte, habla del nacimiento de esa desesperación. No hay en ella ninguna creencia: ni siquiera el reconocimiento de que el único recurso del poeta es hablar o suicidarse.

El poema de Dylan Thomas es, en cierto modo, una “obra abierta”: no nos obliga a afrontar las dificultades del desciframiento interno. Es un poema analítico y objetivo que discute un tema, divide el problema en ítems y desarrolla una cuestión; el significado no es tenido en cuenta. También tiene una esctructura marcada, repetitiva como una canción, compuesta de decasílabos, aliteraciones y rimas y ritmos regulares. Todo eso hizo que la traducción del poema presentara un grado mayor de dificultad. Fue difícil no ser literal, dado que la literalidad podía perjudicar la rima, la métrica y el ritmo. Tampoco podían ser reproducidos ciertos efectos importantes del texto original, debido al desarrollo riguroso de la estructura temática (y sintáctica). Fue imposible no mantener la integridad del razonamiento (es decir, la organización). Donald Davie afirma que “la forma literal es enemiga de la fidelidad” y que “la forma más libre es también la más fiel”. Si concordamos con estas afirmaciones podemos decir que traducir un poema, según ese criterio, significa ejercer un determinado tipo de libertad: mucho control y mucha tensión. Y, en cualquier momento, la inflación puede ganarle la partida a la condensación.

Contrariamente al de Dylan Thomas, el poema “Word” de Sylvia Plath puede considerarse una obra “cerrada” o hermética, que exige desciframiento interno. Su estructura es “abierta”, pero a pesar de eso el lector necesita develar el poema, que es sintético y denso. No es repetitivo, pero despliega asociaciones y conexiones implícitas. Puede observarse en él algo similar al movimiento de un juego de billar – o bien el eco de los golpes de las bolas. Es básicamente un poema de imágenes, y no de razonamiento. Sus imágenes son complejas y contradictorias, y pueden ser vistas como una construcción de oposiciones: acción/reacción, activo/pasivo, muerto/vivo, animado/inanimado, móvil/inmóvil, lenguaje/vida. Es, por cierto, un poema más moderno, dado que implica una crítica del significado, tal vez la destrucción del significado – pero no en el sentido metalingüístico.

Aunque aparentemente no tendría importancia, todo eso convergió para facilitar la traducción del poema o al menos para reproducir, en otra lengua, su condensación y economía. En este caso fue más fácil no ser “inflacionaria”. Por otro lado, pienso que mi traducción logró, sin pérdidas sustanciales, ser incluso más condensada que el texto original en algunos aspectos. Así: “Golpes/ de machado na madeira” es la traducción de “Axes/ after whose stroke the wood rings”. “Ecos que partem/ a galope” es la traducción de “Echoes travelling/ off from the centre like horses.” Como resultado, surge un poema en otra lengua y no “solamente” una traducción – que es, sin duda, el caso de “Não aceita conformado a noite mansa”. Este poema puede considerarse una buena traducción, aunque no sobreviviría sin el original. Sin embargo, a mi entender, “Words” sobrevive. El poema mismo, con su grado de dificultad moderna, abre camino a la traducción.

Salut

Rien, cette écume, vierge vers
À ne désigner que la coupe;
Telle loin se noie une troupe
De sirènes mainte à l’envers.

Nous naviguons, ô mes divers
Amis, moi déjà sur la poupe
Vous l’avant fastueux qui coupe
Le flot de foudres et d’hivers;

Une ivresse belle m’engage
Sans craindre même son tangage
De porter debout ce salut

Solitude, récif, étoile
À n’importe ce qui valut
Le blanc souci de notre toile.
                                    Stéphane Mallarmé

 Toast

Nothing, this foam, a virgin line of
poetry only to describe the cup; so
plunges far away a band of mermaids,
many a one head downwards.
O my various friends, we are sailing
with myself already on the poop, and
you as the sumptuous prow cutting
the tide of thunderbolts and winters;
a fine drunkenness compels me without
even fearing its pitching to give
this toast standing upright.
To whatsoever — loneliness, reef, or
star — was worth our sail´s white concern.

                                   Anthony Hartley, Mallarmé – prose translations. Penguin, 1965.

 Salut

Nothing, this foam, virgin verse
To designate naught but the cup;
Thus far-off drowns a troop
Of sirens many upside down.

We navigate. O my diverse
Friends, I already on the stern
You the festive prow that cuts
The wave of lightnings and winters;

A beautiful drunkenness incites me
Without fearing even its rocking
To carry erect this greeting (or toast, or health)

Solitude, reef, star
To whatever was worth (the effort of)
The white care of our (sail-) cloth.

                                   Robert Green Cohn, Towards the Poems of Mallarmé. Berkeley y Los Angeles, University of California Press, 1965.

 Salut

Nothing, this foam, virgin verse
denoting only the cup;
thus far away drowns a troop
of sirens many reversed.

We sail, O my diverse
friends, I by now on the poop
you the dashing prow that sunders
the surge of winters and thunders;

a lovely low prevails
in me ithout fear of the pitch
to offer upright this toast

Solitude, star, rock-coast
to that no matter which
worth the white concern of our sail.

                                   Stéphane Mallarmé, Selected Poems, traducción de C. F. MacIntyre. Berkeley y Los Angeles, University of California Press, 1957.


Salut

Nothing, this foam, virgin verse
Pointing out only the cup;
So far off a siren troop
Drowns, taking turns for the worse.

We sail, O my various
Friends, with me now on the poop
You the gorgeous bows that dip
Through the swell of storm and ice;

A fine feenzy in its clutch
Has me fearless of its pitch
Upright to bear this greeting

To solitude, reef or star
Whatever was meriting
Our canvas with ist white care.

                                   Keith Bosley, Mallarmé – The Poems. Penguin, 1979.

 Brinde

Nada, esta espuma, virgem verso
A não designar mais que a copa;
Ao longe se afoga uma tropa
De seréias vária ao inverso.

Navegamos, ó meus fraternos
Amigos, eu já sobre a popa
Vós a proa em pompa que topa
A onda de raios e de invernos;

Uma embriaguez me faz arauto.
Sem medo ao jogo do mar alto,
Para erguer, de pé, este brinde

Solitude, recife, estrela
A não importa o que há no fim de
Um branco afã de nossa vela.

                                   Trad. de Augusto de Campos

Do not go gentle into that good night

Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rage at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.
Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.
Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.
Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.
Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.
And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

                                               Dylan Thomas

Não aceita conformado a noite mansa

Não aceita conformado a noite mansa:
A idade deve arder e irar-se ao fim do dia;
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

Mesmo sabendo no final que a escuridão avança,
Pois seus gestos não forjaram raios, o homem sábio
Não aceita conformado a noite mansa.

O homem bom, à onda derradeira, gemendo
Que seus frágeis atos poderiam ter dançado na enseada,
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

O homem forte que cantou o sol em fuga
E aprendeu tarde que apenas lamentava seu passar
Não aceita conformado a noite mansa.

O homem grave, ao morrer, já cego vendo
Que olhos cegos poderiam ter brilhado na enseada,
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

E tu, meu pai, aí da altura triste,
Amaldiçoa-me, abençoa-me com tuas lágrimas ferozes.
Não aceita conformado a noite mansa.
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

                                               Trad. Ana Cristina Cesar

Não entres docilmente nesta noite mansa

Não entres docilmente nesta noite mansa:
A idade deve arder e irar-se ao fim do dia;
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

Mesmo sabendo no final que a justa escuridão avança,
Pois seus gestos não forjaram raios, o homem sábio
Não entra docilmente nesta noite mansa.

O homem bom, à onda derradeira, gemendo
Que seus frágeis atos poderiam ter brilhado e dançado na enseada,
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

O homem louco que reteu e cantou o sol em fuga,
E aprendeu, tão tarde, que apenas lamentava seu passar,
Não entra docilmente nesta noite mansa.

O homem grave, ao morrer, já cego vendo
Que olhos cegos poderiam brilhar como as estrelas e alegrar-se,
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

E tu, meu pai, aí da tua altura triste,
Amaldiçoa-me, abençoa-me, te peço, com tuas lágrimas ferozes.
Não entres docilmente nesta noite mansa.
Grita, grita contra a luz que está morrendo.

                                               Trad. Ana Cristina Cesar

 Words 

Axes
After whose stroke the wood rings,
And the echoes!
Echoes travelling
Off from the centre like horses.

The sap
Wells like tears, like the
Water striving
To re-establish its mirror
Over the rock

That drops and turns,
A white skull,
Eaten by weedy greens.
Years later I
Encounter them on the road

Words dry and riderless,
The indefatigable hoof-taps.
While
From the bottom of the pool, fixed stars
Govern a life.

                                   Sylvia Plath


 Palavras

Golpes
De machado na madeira,
E os ecos!
Ecos que partem
A galope.

A seiva
Jorra como pranto, como
Água lutando
Para repor seu espelho
Sobre a rocha

Que cai e rola,
Crânio branco
Comido pelas ervas.
Anos depois, na estrada,
Encontro

Essas palavras secas e sem rédeas,
Bater de cascos incansável.
Enquanto
Do fundo do poço, estrelas fixas
Decidem uma vida.

                                   Trad. [Unknown A2] Ana Cristina Cesar


Palavras

Golpes
De machado que fazem soar a madeira,
E os ecos!
Ecos partem
Do centro como cavalos.

A seiva
Jorra como pranto, como a
Água lutando
Para repor seu espelho
Sobre a rocha

Que cai e rola,
Crânio branco
Comido por ervas daninhas.
Anos depois as encontro
Na estrada

Palavras secas e sem rumo,
Infatigável bater de cascos.
Enquanto
Do fundo do poço, estrelas fixas
Governam uma vida.

                                   Trad. Ana Cristina Cesar



[1]    Ezra Pound, Literary Essays.
[2]    Idem.
[3]    Octavio Paz, Corriente alterna.
[4]    G. Steiner.
[5]    Idem, Ibidem.
[6]    O. Paz.
[7]    Idem, Ibidem.
[8]    Idem, Ibidem.






 [Unknown A1]Habría que unificar: nº


 [Unknown A2]Unificar: Trad. Ana Cristina Cesar.

"Escozor lingüístico y cultural"

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El 18 de julio pasado, la traductora y correctora Marina N. Méndez publicó en su blog Español (con virgulilla) (http://virgulilla.wordpress.com) el siguiente artículo de opinión a propósito de la reglamentación de ley de doblaje obligatorio al castellano neutro de Argentina. Lo reproducimos a continuación.

Castellano neutro de Argentina

El 17 de julio de 2013 se publicó en el Boletín Oficial de la República Argentinael Decreto 933, que sanciona el doblaje obligatorio al “castellano neutro” de Argentina para casi todo lo que se emita por televisión. Este decreto reglamenta la Ley N° 23316, del año 1988, que nunca se había puesto en vigencia.

La polémica sobre esta ley tiene intereses comerciales y culturales. Como no soy abogada ni legista, leo el decreto y las leyes relacionadas desde mi perspectiva de traductora y correctora de español. Todo bien con el impulso a la industria pero no basta con un loable fin, también hay que pensar en los medios para lograrlo. Primero, cito fragmentos de la nueva normativa vigente. Luego, señalaré algunos interrogantes sobre esta ley que me provocan escozor lingüístico y cultural. Por último, reseño los antecedentes del doblaje obligatorio en España promulgado por Franco en 1941.

LOS TEXTOS DE LA LEY
Todos los resaltados en el texto son míos.

Aquí el texto del artículo 1° del Decreto 933:

La programación que sea emitida a través de los servicios de radiodifusión televisiva contemplados por la Ley Nº 26.522, incluyendo los avisos publicitarios y los avances de programas, debe estar expresada, en el idioma oficial o en los idiomas de los Pueblos Originarios, con las excepciones previstas en el artículo 9° de dicha ley.

El artículo 3° establece que “Se considera como idioma oficial al castellano neutro según su uso corriente en la REPUBLICA (sic) ARGENTINA, pero garantizando su comprensión para todo el público de la Américahispanohablante.”

Asimismo, el Decreto 933 considera que la Ley23316 “reguló los porcentajes mínimos de doblaje que se deben realizar en el país, como medio razonable para la defensa de nuestra cultura e identidad nacional, circunstancia que se garantiza a través de la actividad desarrollada por actores y locutores que poseannuestras características fonéticas”.

El Decreto 933 se basa en las siguientes leyes:
Ley N.° 17741 de 1968 (texto ordenado 2001) de fomento de la actividad cinematográfica nacional. Esta ley establece en que el Director Nacional de Cine y Artes Audiovisuales deberá “disponer la obligatoriedad de procesar, doblar, subtitular y obtener copias en el país de películas extranjeras en la medida que lo considere necesario en función del mercado nacional”

La Ley N.° 23316, de 1986. Esta ley estableció en su artículo 1° la obligatoriedad del doblaje:

El doblaje para la televisación de películas y/o tapes de corto o largometraje, la presentación fraccionada de ellas con fines de propaganda, la publicidad, la prensa y las denominadas “series” que sean puestas en pantalla por dicho medio y en los porcentajes que fija esta ley, deberá ser realizado en idioma castellano neutro, según su uso corriente en nuestro país, pero comprensible para todo el público de la América hispano hablante.

El artículo 8° de la ley 23316 establece que “No podrá televisarse en ningún canal abierto o cerrado del país, materiales importados y/o doblados por empresas no registradas en el Instituto Nacional de Cinematografía”.

Y el artículo 11° dice:

Si un canal que se proponga estrenar un material doblado en el país, lo rechazara por considerar que el doblaje es deficiente, deberá comunicar esta decisión al Instituto Nacional de Cinematografía y éste procederá a un control de calidad mediante una comisión formada por un representante del canal en cuestión, uno del Instituto Nacional de Cinematografía y uno de la Asociación Argentina de Actores especializado en doblaje (interpretación, sincronismo, castellano neutro) si se tratara de ficción dramática -tal cual se especifica en el artículo 3º-, o uno del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica especializado en doblaje (interpretación, sincronismo, castellano neutro) -según lo establecido en el artículo 4º- si lo fuese de no ficción. En los casos en que el dictamen resultare desfavorable, deberá rehacerse el doblaje o reemplazárselo por otro de igual duración a los efectos de esta ley.

La Ley N.° 26522 del año 2009, conocida como Ley de Medios. El artículo 9 de esta ley estableció

Idioma. La programación que se emita a través de los servicios contemplados por esta ley, incluyendo los avisos publicitarios y los avances de programas, debe estar expresada en el idioma oficial o en los idiomas de los Pueblos Originarios21, con las siguientes excepciones:

a) Programas dirigidos a públicos ubicados fuera de las fronteras nacionales;

b) Programas destinados a la enseñanza de idiomas extranjeros;

c) Programas que se difundan en otro idioma y que sean simultáneamente traducidos o subtitulados;

d) Programación especial destinada a comunidades extranjeras habitantes o residentes en el país;

e) Programación originada en convenios de reciprocidad;

f) Las letras de las composiciones musicales, poéticas o literarias.

g) Las señales de alcance internacional que se reciban en el territorio nacional.

Ley N.° 26838 de 20013, que declaró “a toda actividad desarrollada por las diferentes ramas audiovisuales que se encontraran comprendidas en el artículo 57 de la Ley Nº 17.741 (t.o. 2001) y sus modificatorias como una actividad productiva de transformación asimilable a una actividad industrial”.

MIS INTERROGANTES
(Pueden omitirlos y seguir leyendo más abajo)

¿Qué entiende la normativa por castellano neutro?

¿Quienes redactaron la ley y sus reglamentaciones saben que el castellano neutro es una abstracción, es decir, una cierta convención que manejan los traductores (ya sea de texto o de material audiovisual) y que responde a un criterio comercial, no lingüístico?

¿El “castellano neutro de la República Argentina” no es una incoherencia lógica y conceptual?

¿Qué pasará con la diversidad fonética del castellano en Argentina? ¿El castellano rioplatense será la norma?

¿El doblaje respetará el voseo y el yeísmo, propio de la mayor parte de Argentina?

Si le quitamos al castellano /kɑsteɑnɔ/ de Argentina el voseo y la típica pronunciación africada de las letras <ll> y <y>, ¿se puede defender “nuestra cultura e identidad nacional” a través de “nuestras características fonéticas”, como dice el Decreto 933?

¿De qué manera la aplicación de esta ley protege los derechos de las personas sordas o con disminución auditiva? ¿No sería una buena idea que la ley estableciera la obligatoriedad de doblar a LSA (Lenguaje de Señas de Argentina) todo el material que se transmite por televisión?

¿Qué instituciones educativas argentinas garantizan la disponibilidad de profesionales del doblaje? 

Recordemos que los actores y locutores, que menciona la normativa, no necesariamente están capacitados para el doblaje.

El doblaje es un trabajo especializado que consta de dos fases: la traducción audiovisual y el doblaje propiamente dicho. La nueva normativa solo contempla la segunda fase, es decir, el audio. ¿Cómo será el proceso para contratar traductores especializados? Argentina cuenta con carreras de traducción de alto prestigio internacional, como la Universidad Nacional de Córdoba y la Universidad Nacionalde La Plata, y con Colegios de Traductores. Solo espero que los traductores contratados sean traductores. De esta manera se protegería la industria nacional.

¿Por qué no hay profesionales especializados en traducción y doblaje entre los miembros que integrarán la comisión de control de calidad (art. 11° de la Ley 23316)?

¿Quienes firmaron el decreto tendrán alguna idea de lo qué es la naturalización, la extranjerización, la internacionalización y la localización en el área de la traducción audiovisual?

FRANCO Y EL DOBLAJE OBLIGATORIO EN ESPAÑA

Queda prohibida la proyección cinematográfica en otro idioma que no sea el español, salvo autorización que concederá el Sindicato Nacional del Espectáculo, de acuerdo con el Ministerio de Industria y Comercio y siempre que las películas en cuestión hayan sido previamente dobladas. El doblaje deberá realizarse en estudios españoles que radiquen en territorio nacional y por personal español

En 1941 Franco promulgó la normativa que estableció el doblaje obligatorio en España. Mussolini ya había hecho lo mismo en Italia en 1938 con la Leyde Defensa del Idioma. Alemania y Francia también emularon  a Mussolini pero el doblaje obligatorio despareció. Hoy en Francia solo algunas películasextranjeras  han sido dobladas, el resto tiene subtítulos. Sobre el tema del doblaje obligatorio nos habla Diego Galán en un artículo publicado en el Centro Virtual Cervantes:

Otros historiadores, afines a cualquier disposición del Régimen de Franco, aplaudieron con entusiasmo la obligatoriedad del doblaje. [...] Pero el doblaje obligatorio no significó sólo el regalo del idioma a las películas extranjeras, ni el destrozo artístico que significa suprimir las voces originales de los intérpretes, sino un medio perverso para ampliar las largas garras de la censura.

Aunque el doblaje obligatorio desapareció en 1946, la práctica continuó y recién en la década del setenta se volvieron a ver películas subtituladas en España. En los últimos años la polémica resurgió cuando la Generalitat propuso el subtitulado y doblaje obligatorio en catalán (pueden leer la nota “Al cine, mejor sin política” del diario El País).

Recomiendo leer “El puñetero ceceo” y “El doblaje obligatorio” de Diego Galán.

P.S. Es irónico que en la página web del Boletín Oficial de la República Argentinahaya errores ortográficos como este:


 © Marina N. Menéndez y Español con virgulilla, 2008-2013. 

Para entender lo que es un mamporrero

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El 29 de abril de 2012, el narrador y ensayista colombiano Héctor Abad Faciolince publicó la siguiente columna de opinión en el diario El Espectador, de su país.

Traductores

Conozco oficios útiles que no son hermosos: cajero de banco (pasarse la vida contando plata ajena), embalsamador (tratar lo muerto para que no se pudra), matarife (descuartizar animales).

Por necesarias que sean estas profesiones, no me gustaría reencarnar en enterrador, en verdugo, en carnicero. Otros oficios, en cambio, tienen una dignidad estética que los hace bellos: panadera, cocinero, carpintero. Me dedicaría a ellos sin chistar, si tuviera otra vida. Pero entre los oficios bellos que existen, quizás el más hermoso que hay sea el de traductor.

Saber que no distingo ni una letra del alfabeto cirílico, que no entiendo uno solo de los miles de caracteres japoneses, saber que de las letras griegas apenas si distingo el alfa y la omega, no entender ni uno solo de los jeroglíficos egipcios y haber leído, sin embargo, el Libro de los Muertos, haberme conmovido con Tolstói, haber entendido a Basho, a Platón, y tener al menos una remota idea de sus ideas. Por esta sola magia los traductores merecerían muchos más homenajes que los sociólogos y los psicoanalistas, que los banqueros y los políticos. Pero no: rara vez se los celebra y rara vez se exalta su oficio.

Hay un solo oficio que me gusta más que el de traductor, tal vez porque es más descansado, menos duro y más irresponsable: el de lector. Pero si uno lo mira y lo piensa bien, el traductor no es otra cosa que un lector exacerbado, un lector excesivo, minucioso, obsesivo, preciso y necesario. Dijo una vez Antonio Muñoz Molina: “El traductor es el lector elevado al grado máximo, el que presta a un libro una atención que a veces ni siquiera el autor le ha dedicado”.

Pero fuera de buen lector, el traductor literario tiene que ser un gran escritor en la lengua de destino de sus traslados. Si no tiene los registros, las herramientas, los recursos léxicos, sintácticos y narrativos de su propia lengua, si no tiene esa escasa inteligencia que consiste en comprender (comprender en el más alto sentido de la palabra) fracasa como coautor, que es aquello en lo que en realidad se convierte cuando es bueno. Lo que no puede ser es un escritor tan lleno de estilo, tan dueño de una prosa idiosincrásica, que haga parecer como si fueran propios los libros ajenos que traduce. Gogol dijo que el “traductor ha de ser transparente como el cristal”. Lo que debe notarse son las características, las bondades, incluso a veces los defectos del texto original, las manías, los tics, los hallazgos... A veces, si el escritor está vivo y puede consultársele, el buen traductor nos salva muchas veces de nuestras tonterías, inexactitudes, errores y distracciones. Nos corrige y nos mejora. Dos grandes traductores presentes en la Feriadel Libro me han hecho ese favor: Anne McLean y Albert Bensoussan; esta nota quiere ser un amoroso reconocimiento a su trabajo.


Elke Wehr, una gran traductora al alemán, decía que todo el día todos nosotros estamos traduciendo. En este momento ustedes traducen las letras que están leyendo a un lenguaje mental, el mentalese, la muda lengua del pensamiento, que es lo que nos permite entendernos. Cuando uno no conoce una palabra y busca su definición, está traduciendo un sonido no a otra lengua, pero sí al pensamiento. Fíjense en esta antigua palabra castellana que designa un oficio: mamporrero. Es posible que muchos de ustedes no sepan lo que quiere decir. Bueno, de ahora en adelante la entenderán y quién quita que hasta un día la usen en la casa: el mamporrero es quien toma el miembro de un caballo y lo dirige a la vulva de la yegua para ayudar a que quede preñada: la idea, la acción, tiene su encanto (o su asco) y es compleja, pero queda resumida en una sola palabra muy expresiva. Traducir es eso: entender lo que es un mamporrero y guardarlo en la mente, y si son tan berracos, pasarlo con precisión y expresividad a una lengua distinta.

"A veces los intereses terrenales matizan la traducción"

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El 3 de mayo de 2012, Tulio Elí Chinchilla, columnistadel diario El espectador, de Colombia, y profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas (Universidad Pontificia Bolivariana), publicó la siguiente opinión.

Traducciones

Un desprevenido lector del Salmo 23 pasará por alto que uno de los versos de este poema de David ha sido traducido con tres significados bastante lejanos entre sí: el Señor... “repara mis fuerzas” (Biblia del Peregrino, por Luís Alonso Schökel); “recrea mi alma” (Nácar-Colunga); y “confortará mi alma” (Reina-Valera). Pero en la lengua original de tal texto (hebreo y caldeo-arameo), cada una de estas expresiones puede comportar una distinta visión de la trascendencia humana.

En el Padre Nuestro de la Misa actual pedimos perdonar “nuestras ofensas, como perdonamos a los que nos ofenden”; fórmula muy distinta a la del original griego (Mateo 6, 9-13) que decía: “perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, traducida inicialmente al latín como: et dimitte nobis débita nostra, sitcut et nos dimittímus debitóribus nostris, con su profundo mensaje de solidario desprendimiento económico.

No exagera Héctor Abad Faciolince cuando enaltece el arte de traducir como el más bello de los oficios (El Espectador, pasado 29 de abril). El traductor es un viajero que nos regala admirables tesoros, traídos de lejanas tierras o rescatados de profundos mares a los que jamás podríamos llegar. Pero encarna también una gran responsabilidad: el traductor nos vende tesoros creados por él mismo y nos hace adoradores de sus propios dioses. Es inevitable: nuestra fe está mediada por los traductores de textos sacros. Lutero partió la unidad ideológica de Europa con la traducción del Nuevo Testamento al idioma alemán y las guerras de religión fueron larvadas como guerras de traducciones.

El lector del Fausto en español jamás sabrá cuál de estas dos afirmaciones, radicalmente diversas, es la que realmente hace el bufón del Prólogo, si la de Aguilar: “de lo que ya está hecho, nada bueno puede sacarse; mas siempre agradece todo el mundo lo que está en vías de hacerse”; o la de Planeta: “con el hombre maduro no hay nada que hacer, pero el que está en gestación, siempre lo agradece”. En realidad hemos leído a dos autores inseparables: Goethe y su traductor. En el sublime verso de San Pablo (I Corintios 13), ¿qué será lo que hace de nuestra elocuencia algo más que simple retumbar de campana o reteñir de címbalo: la “caridad” (Nácar-Colunga) o el “amor” (Reina-Valera)?

A veces los intereses terrenales matizan la traducción. Así, la editorial Gedisa publicó Law’s Empire, de Ronald Dworkin, bajo el título vendedor de El imperio de la justicia (olvidando la distancia sideral entre ley y justicia). Pero, en ocasiones, tales mutaciones provienen de la intraducibilidad (ausencia de equivalentes) de ciertas expresiones foráneas. Traducir con el título La mujer justa, la novela de Márai, puede despistar al sugerir la idea de virtud ética, cuando, en realidad, tal obra alude a la “mujer apropiada” para alguien (así aparece en la versión castellana inicial, como expresión cercana a “la precisa”).

Hablar con rigor, pero sin miedo

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A pesar de los casi cuarenta años que lleva viviendo en España y de las muchas maneras de haberse involucrado en la vida española (y tener varios hijos de esa nacionalidad es apenas una de ellas), Andrés Ehrenhaus sigue siendo profundamente argentino. Y uno de los principales rasgos de esa condición –que mucho tiene de fatalidad– es su franca voluntad de reflexionar públicamente sobre aquellas cuestiones que sin duda merecen un debate frontal y no maledicencias solapadas en listas cerradas de acceso privado, cuando no eructos en algún pasillo académico. Por eso, tal vez habría que leer esta columna a la luz del ensayito del profesor Zaro colgado hace ya más de una semana y del intento de discutirlo por parte del Administrador de este blog.

De polémicas, discusiones, 
conversaciones, charlas, debates

Cada tanto, además de traducir los textos de otros, los (o algunos) traductores tratamos de traducir nuestros pensamientos. No es que nos salga mejor que a otros, por más traductores que seamos: ya se sabe lo traidor que es eso y lo doblemente traidor que es uno. Pero bueno, algo sale. Últimamente, lo que tratamos de traducir es lo que pensamos de un tema esencial, cual es la lengua de la traducción. Es esencial porque sin lengua no hay traducción, punto final. La habrá de partida pero si no la hay de llegada, apagá y vámonos, Cacho. Sin embargo, haberla hayla, como las meigas, cuya exclusividad gallega no las libra de pasar al acervo amplio de esa lengua a la que también pertenecen. Cuestión que, como la hay, cada cual la emplea como puede y algunos, digo, le damos vueltas tanto en concreto como en abstracto, preguntándonos si está bien tal cual es, si es de alguna manera, si debería ser o no ser de otra. Por ejemplo, pregunta práctica donde las haya: si yo traduzco para la industria vagamente española y soy venezolano, ¿debo dejarme llevar por la naturalidad y escribir que tal cosa es una (vulg.)“vaina” donde supongo que mi editor y sus vagamente españoles lectores esperan que escriba que es un (vulg.) “coñazo”? ¿Debo olvidarme del (vulg.) y escribir simplemente “molestia”, “engorro”? Etc.

Tales preguntas de superficie siempre siembran tempestades más profundas. Personalmente no creo que el problema sea en absoluto lexicológico, pero es lo más gráfico que tenemos a mano y lo que antes surge y más tarde se apaga en los mentideros y reuniones. Si surge, si uno se hace la pregunta, si hay distintas respuestas y ninguna regla que las uniformice, será porque la lengua de la traducción es un tema vivo. O sea, discutible. O sea, digno de conversación, de debate, de reflexión como mínimo. Usamos esa lengua cada día, es nuestra herramienta más preciada; más vale que la mantengamos en forma, afilada, engrasada, al día de revisiones y libre de taras que impidan su uso profesional. Bien. O no tan bien. Porque pasa una cosa curiosa. Pasa que pensamos y decimos muchas cosas acerca de esta herramienta pero no somos capaces de acabar de ponerla en discusión, de exponerla al debate, de conversar sobre ella sin pasar rápidamente a la charla y de ahí, en el mejor de los casos a la polémica. En mi barrio, ir a los bifes. Como Tweedledee y Tweedledum. He dicho en el mejor de los casos: en el peor, y el más habitual, y a eso iba, todo lo que se piense y diga o escriba, ya sea suelto o en paquete, va a parar a la mustia sombra del armario. Casi con vergüenza, como si hablar del tema fuera desnudar ante el mundo la orientación sexual de los traductores.

Fui al diccionario y miré. Polémica viene de Pólemos, un demonio griego de la guerra o las batallas, es decir, alguien que tiende a resolver las cosas a palos, a los bifes. Discusión, de dis-quatere, que es sacudir algo para o hasta separarlo. Debate, que viene de de-batere, implica un punto más de ansiedad: golpear algo para fraccionarlo. Conversación parece dejar un poco de lado la obsesión centrífuga y tender a la reunión de lo disperso. Charla dizque de charler, parlotear de oídas acerca de Charlemagne, de sus sedicentes hechos y hazañas. Veamos, pues, traductores, qué queremos hacer con el tema de la lengua de la traducción. Las opciones son variadas, pero hacer como que no está golpeando las endebles puertas del armario para salir de la penumbra rancia y respirar un poco de aire puro, ningunear su necesidad de revisión, mirar para otro lado cada vez que asoma no es una alternativa válida. Ya no. Hay que hablar. Abrir juego. Poner un poco de cuerpo. Dejar de nadar en la demagogia con el esfínter apretado y un flotador lleno de parches. Hablar con rigor pero sin miedo, sin miedo, sin miedo, como decía Marito Merlino. Hablar como traductores.

Cómo se ordena una biblioteca/discoteca (V)

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Luego de Eduardo Stupía, Luis Chitarroni, Sergio Renán y Diego Fischerman, el viernes 23 de agosto, a las 19 hs,.en la cuarta reunión del ciclo "Cómo se ordena una biblioteca/discoteca", la invitada es Diana Maffía, fundadora de la Biblioteca Feminaria.

Diana Maffía  es Doctora en Filosofía (Universidad de Buenos Aires), docente de la Facultad de Filosofía y Letras e investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA. Docente en la Maestría en Estudios de Género de la Universidad de Rosario, y en el Doctorado en Género de la Universidad de Córdoba. De 1998 a 2003 fue Ombudsman en Derechos Humanos y Equidad de Género en la Defensorídel Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. De 2004 a 2008 fue Directora Académica del Instituto Hannah Arendt de formación cultural y política. De 2007 a 2011 fue Legisladora de la Ciudad de Buenos Aires, donde presidió la Comisión Especial de Igualdad de Oportunidades (2007 a 2009) y la Comisión de Mujer e Infancia (2009 a 2011). En la actualidad es Consejera Académica del Consejo de la Magistratura y dirige el Observatorio de Equidad de Género en la Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Obtuvo numerosos premios, entre los que se destaca el Premio Dignidad, de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos. Sus últimos libros son Búsquedas de Sentido para una Nueva Política, en colaboración con Elisa Carrió (Paidós) y Sexualidades Migrantes, Género y Transgénero (Feminaria/Librería de Mujeres). Este año, inauguró el Centro Cultural Tierra Violeta (en Tacuarí 538, Ciudad de Buenos Aires), donde puso disposición pública la Biblioteca Feminaria, su biblioteca particular compuesta por 15.000 ejemplares de libros de mujeres del siglo XIX, XX y XXI, poesía, narrativa, ensayo, biografìas de mujeres argentinas y latinoamericanas, teoría de género, feminismos y estudios queer, derechos humanos, filosofìa política, epistemología, ética y epistemología feminista.

Poetas galeses en el CCEBA con inscripción previa

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El lunes 26 de agosto, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires recibirá a cuatro poetas galeses de paso por Buenos Aires, en el marco de la gira "Forgetting Chatwin/Olvidar a Chatwin", cuyo objeto es leer con poetas locales en las ciudades y pueblos fundados por galeses en la Patagonia argentina , así como lecturas y conferencias en Bariloche y Valdivia (Chile), acompañados por poetas argentinos y chilenos.

La actividad en el Centro Cultural de España (también auspiciada por el Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el Wales Literature Exchange, Wales Art Internation y el Gobierno de Gales) se plantea como un doble seminario sobre poesía galesa en galés y en inglés. Se señala que de manera excepcional, se requiere inscripción previa en www.cceba.org.ar/inscripcion).

Mererid Hopwood
La primera parte, a cargo de la poeta de lengua galesa Mererid Hopwood, tendrá lugar a las 16.30 hs.

Richard Gwyn








La segunda parte, a cargo del poeta de lengua inglesa Richard Gwyn tendrá lugar a las 18 hs.

Tiffany Atkinson









Culminadas esas instancias, a las 19.30 (aproximadamente) se propone una lectura trilingüe (galés-castellano e inglés-castellano), a la que, además de los nombrados, se suman las poetas Tiffany Atkinson y Karen Owen.

Karen Owen


Participarán además como lectoras las escritoras y traductoras Silvia Camerotto e Inés Garland y Jorge Fondebrider.










La lengua no fue creada por las academias ni por los gramáticos

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Tulio Castro (Culiacán, 1983) dirige la Revista Diez4 de periodismo narrativo contra toda circunstancia. Allí, el 28 de febrero de 2012, publicó la siguiente entrevista con Ricardo Socafundador de elcastellano.org  (http://www.elcastellano.org/)

El hombre que desafía al diccionario

Se llama Ricardo Soca, y es el hombre que desafía a la Real Academia Española. Empeñado durante años a analizar el castellano y a mostrar definiciones parciales del máximo diccionario, hoy acusa a España de querer colonizar Latinoamérica a través del lenguaje: «La Academia es una pequeña ruedita del engranaje geopolítico de España».

Soca dice que la RAE obedece a intereses económicos y no al cultivo de la lengua española. Y así comienza su diferencia con la Academia, que termina con lo que él llama, «mensajes amenazadores». El asunto no es sencillo. Debemos saber que Soca, editor de elcastellano.org, escribió el año pasado un artículo en el que publicó adelantos de la edición 23 del diccionario (que en aquel momento ya aparecían en el sitio de la RAE) donde comparaba prácticamente todo los cambios en las definiciones.

Cuando Soca hizo lo suyo, pensó que la definición de palabras castellanas que utilizan más de 450 millones de personas en el mundo debía ser compartida por sus hablantes.

Error. «Yo recibí mensajes amenazadores de la editorial Planeta, tal como está documentado mediante mensajes y grabaciones telefónicas, ‘en nombre de la Real Academia’, que nunca lo negó. Amigos vinculados con el director de la Academia, José María Blecua, me aseguraron que si yo pidiera autorización para usar los contenidos, sería concedida. El problema es que mi posición es, precisamente, que no debería ser necesario pedir autorización para usar, sin fines de lucro, los contenidos de la Academia».

—Usted ha dicho en entrevistas que si la Academia es financiada con el erario, debe poner sus contenidos con acceso para todos (al menos en su sitio de Internet), ¿a qué cree que obedezca este retaceo de contenidos? ¿Algo más allá de los intereses económicos de las editoriales con las que trabajan?
—No sé si habrá algo más que los intereses económicos de las editoriales. Basta recordar el tiempo que demoraron en poner en línea el Diccionario panhispánico de dudas, dando tiempo a que la versión en papel se vendiera. O el hecho vergonzoso de que una multinacional del ramo editorial (Grupo Planeta) pretenda dar órdenes a las colonias en nombre de la docta casa.

«Espero que no me acusen por difundir errores». Las ganas de España de dominar el lenguaje no son poca cosa cuando el periodista uruguayo señala que en «documentos del Estado español, que están disponibles en línea, según los cuales España debe promover la venta de sus productos apoyándose en el carácter globalizador de la lengua española. La Academiaes una pequeña ruedita del engranaje geopolítico de España, para poner sus empresas en primera línea en el lucrativo mercado hispanoamericano». «Existe un mito cuidadosamente cultivado, según el cual las academias serían necesarias para preservar la unidad de la lengua».

—He notado en su cuenta de Twitter que hace observaciones muy puntuales sobre los yerros de la RAE. Recuerdo, por ejemplo, uno donde cuestiona la definición de franquismo y además pregunta «¿miedo de la palabra dictadura?». Eso es adentrarse en terrenos pantanosos con la academia y con el propio gobierno derechista español, (ya ve usted cómo sentaron en el banquillo al juez Garzón). ¿A dónde piensa que puede llegar con esto y, sobretodo, cual es su objetivo?
—Bueno, espero que no me sienten en ningún banquillo por difundir los errores de la RAE, sobre todo cuando en mi país (Uruguay) no rigen las leyes del Reino. Simplemente no entiendo cómo un diccionario que pretende ser un modelo de lexicografía, que es casi lo mismo que decir de imparcialidad, se abstenga de definir el franquismo como una dictadura. Hasta hace unos años, definía el marxismo como «la doctrina de Carlos Marx y sus secuaces». Hace poco tiempo publiqué un artículo en el que analizo el empleo de definiciones vergonzosamente parciales, como la que califica como «pérfido» «el que falta a la fe [católica] que debe» o se define el «temor de Dios» como el «miedo reverencial y respetuoso que se debe tener a Dios». No es que no puedan decirlo, puesto que mucha lo cree así, pero en Lexicografía se exige que en esos casos se diga algo como «según la Iglesia católica» para que el diccionario no se comprometa con una creencia que no es de todos. Al final, hay hablantes de español que son ateos, agnósticos, judíos, musulmanes; no hay por qué imponer el catolicismo como inherente a la lengua castellana (…) Lo único que pretendo es desenmascarar para la mayor cantidad de gente posible la farsa que representa el hecho de que la Academia se presente como «mero notario de los hablantes», cuando se prevén para el próximo diccionario vocablos inventados, que no aparecen siquiera en su propio corpus. La Academia inventa, manipula, distorsiona. Es una entidad formada por una pequeña minoría de lingüistas y una gran mayoría de españoles (escritores, actores, músicos, médicos, economistas) que están allí para dar brillo a sus nombres, sin poder contribuir con nada, porque nada saben de lingüística, como reconoció en su discurso de ingreso la académica escritora Soledad Puértolas.

No es la primera vez que alguien mete en aprietos a la Academia ni la llama falsa. Padres de niños con autismo sostienen un pleito lingüístico contra el diccionario, por la definición actual de autismo pues la consideran ofensiva y falsa: «Síndrome infantil caracterizado por la incapacidad congénita de establecer contacto verbal y afectivo con las personas y por la necesidad de mantener absolutamente estable su entorno». La Academia ha salido a informar que se compromete a incluir una nueva definición del síntoma para el 2014, para quedar así: «trastorno del desarrollo que afecta a la comunicación y a la interacción social, caracterizado por patrones de comportamiento restringidos, repetitivos y estereotipados».

—Por último, ¿qué requiere la academia o cuál es su recomendación para la mejorar del lenguaje y su difusión?
—La lengua es un producto de una capacidad del cerebro humano que se llama «función del lenguaje». No la crearon las academias ni los gramáticos, que solo tratan de apropiarse de ella. El niño que a los tres o cuatro años ya domina la lengua no estudió ninguna gramática, pero ya conoce y aplica intuitivamente sus normas, sin necesidad de ninguna academia. Podemos decir que la lingüística es una ciencia natural, puesto que estudia un objeto que surge en la naturaleza, en la biología humana y en el hombre en sociedad. Existe un mito cuidadosamente cultivado, según el cual las academias serían necesarias para preservar la unidad de la lengua. Sin embargo, observemos la lengua inglesa, que jamás tuvo academias ni ningún instituto normativo y es la misma en Estados Unidos, el Reino Unido, la India, Sudáfrica o Australia, más allá de variantes que pueden compararse con las del castellano. La necesidad de una institución para mantener la unidad de la lengua es una mentira divulgada para ganar dinero. Lingüistas como José María Blecua o Víctor García de la Conchadeberían avergonzarse de prestarse a esas patrañas. Marco

El original de este artículo y las grabaciones aludidas pueden verse y escucharse en
http://diez4.com/diez4/?p=6846

Ricardo Soca entrevista a José Luis Moure

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Moure con bufanda y frío, junto a Soca en Montevideo
El ayer entrevistado Ricardo Soca hace hoy de entrevistador de José Luis Moure, el presidente de la Academia Argentina de Letras. El diálogo entre ambos tuvo lugar hace un par de meses en Montevideo, y fue publicado por elcastellano.org (http://www.elcastellano.org/ns/edicion/2013/julio/moure.html)

"Nos obligan a elegir los mejores hijos para el DRAE"

El nuevo presidente de la Academia Argentinade Letras (AAL), José Luis Moure, es un filólogo argentino que desarrolló su carrera docente superior en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde obtuvo su doctorado. Las áreas a las que ha consagrado sus mayores esfuerzos han sido la Dialectología Latinoamericana y la Historia de la Lengua, de la cual es profesor titular. En el portal de la UBApudimos saber que es autor de numerosos artículos de su especialidad. Editó la Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco de Francisco de Jerez. Es coautor del estudio introductorio de la edición de la Crónica del Rey Don Pedro de Castilla realizada por Germán Orduna, de cuya versión abreviada prepara la edición crítica, así como la Crónica de Enrique III (en colaboración con Jorge Ferro). Es autor del estudio introductorio, edición crítica y anotación de El detalle de la acción de Maipú, sainete en lengua gauchesca de autor anónimo de 1818, publicado por la Biblioteca Nacionalde la Argentina. 

Preside una academia que fue fundada en 1931 como «asociada», pero que desde el final del siglo pasado perdió esa nota de independencia para convertirse en «correspondiente» de la Real AcademiaEspañola, una decisión con la que parece no estar totalmente de acuerdo: Nunca tuve claro cuál era la diferencia específica que implicaba ser asociada pero, si en 1931 la Academia se crea y se dispone que sea asociada y no correspondiente, habrá tenido una significación simbólica de cierta independencia, siguiendo la actitud asumida tradicionalmente por la intelectualidad argentina de la generación de 1837 de distancia, de independencia frente a lo que la academia de Madrid pudiese disponer,expresó. 

Nosotros diremos que, por muchas razones, esa intelectualidad revolucionaria de 1837 y algunos de sus pensadores más importantes –pienso en Sarmiento, en Alberdi, en Juan María Gutiérrez– asumen una actitud de independencia, que quieren que no sea solamente política, como los hechos habían determinado, sino también cultural y lingüística. Esa creación en 1931, después de dos intentos previos de crear academias correspondientes de la española tiene que haber tenido un significado, simbólico al menos. Las razones por las cuales esto se interrumpe entre 1999 y 2000 –en el terreno simbólico– nunca las pude averiguar, a pesar de haber investigado en las actas. Solo sé que hubo una propuesta por parte de la RAE de que la Argentina pasase a ser correspondiente. Eso fue admitido por nuestra Academia; tengo que respetar esa decisión y suponer que respondió a algún tipo de explicaciones que se le hayan podido dar en ese momento, y que convencieron a los miembros. 

La pregunta de este reportero, tanto como la respuesta del filólogo, sugieren una asimetría en las relaciones de poder entre la tricentenaria casa madrileña y sus asociadas americanas. Le pregunté su opinión sobre el hecho de que el presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española(Asale) tenga que ser siempre, por sus estatutos, el director de la Real AcademiaEspañola, y que su tesorero tenga que ser designado, también por disposición estatutaria, entre los miembros de número de la entidad fundada en 1713 por Fernando IV. 

Aun admitiendo la notoria asimetría,Moure identifica algunas razones que explican esta situación: En esto yo siempre me veo en dificultades, porque por un lado, no dejo de reconocer que la Real AcademiaEspañola tiene una tradición fortísima, se ha convertido de hecho en la anfitriona de la Asociaciónde Academias, y tiene, como digo, una tradición lexicográfica importantísima para el conjunto de los países de habla hispana.

Alguna vez se ha dicho que el peor obstáculo para la expansión del español como lengua internacional es la pobreza que aflige a muchos de los hablantes donde es hablado. Moure reconoce que la RAE financia «buena parte» del funcionamiento de Asale, así como ofrece una sede para las reuniones y para la administración. Algunas academias no están en condiciones económicas ni cuentan con una tradición académica previa que permita convertirlas en centro de estas actividades. Por eso, es un hecho que tenemos que aceptar en cuanto no haya una propuesta mejor por parte de ese conjunto de academias que parecen haber admitido esto como natural. 

Insistiendo en el mismo tema, le comento que la sede oficial de Asale es en la calle Felipe IV, número 4 de Madrid, la misma de la Real AcademiaEspañola, que su página de internet está hospedada en el servidor de rae.net y el dominio (designación) en la red mundial –asale.org– no fue registrado en Bogotá, ni en Buenos Aires ni en México, sino en Madrid, a nombre de la gerente de la Real Academia.¿Qué comentario le merece esta situación? 

Es que funciona allí. De hecho, el trabajo conjunto se hace en el mismo lugar, los fondos bibliográficos son compartidos, es decir esto ha surgido allí, no podemos negarlo ni podemos negar que el conjunto de las academias ha tenido siempre con la Real Academia Española una relación estrecha, yo diría quizás excesivamente estrecha, porque no parecen haber actuado con simetría, respondió. 

El académico argentino explicó que todas las asimetrías institucionales encuentran su explicación en la historia y en las representaciones que se construyen sobre los hechos:España sigue ocupando un rol preponderante en el pensamiento lingüístico de estas naciones que hablan un idioma y que, más allá de los discursos, parecerían no encontrar todavía una manera de manifestar su absoluta independencia. Como tantas otras cosas, esto es la consecuencia dilatada de un desacompasado desarrollo de la historia con respecto a la aceptación de nuestras particularidades lingüísticas. Hoy día la ciencia lingüística no puede admitir la preponderancia de una variedad sobre ninguna de las otras, el concepto de pureza afortunadamente ha sido hace largo tiempo eliminado, pero queda lo que llamo este imaginario colectivo, alimentado por los años de la colonia, alimentado por la observación hecha de la península con respecto a la calidad cultural de las colonias y a las variedades lingüísticas consideradas siempre como un poco bárbaras, un poco marginales. De modo que habiendo cambiado la mentalidad hispánica, hoy habiéndose dado cuenta todos, porque no cabía otra posibilidad, de que nos encontramos simplemente compartiendo variedades de distinta naturaleza, perdura esa idea que da pábulo a que esta visión asimétrica perdure también. 

Moure enfoca las tareas de la Asociación Argentinadesde la perspectiva de un lingüista y, sobre todo, de un dialectólogo y de un estudioso de la historia de la lengua. 
Yo creo que la principal tarea de la Academia Argentinade Letras, que no debe delegar, es un estudio, un conocimiento tan completo como sea posible de la variedad argentina o bien de la variedad estandarizada de Buenos Aires. En ese sentido, la obra que yo creo que cumple más adecuadamente esto es el Diccionario del habla de los argentinos, un diccionario contrastivo, que se planteó desde el comienzo incluso desde algunos de los otros intentos de creación de academias previos, pero que se fue concretando y que cobró un renovadísimo ritmo en los últimos años. Seguimos trabajando en eso; existe para ello un material muy rico que se va incrementando a través de reuniones quincenales que hacemos los que integramos en este momento la comisión de argentinismos y que creo que es un muy buen diccionario contrastivo. 

No está conforme con el hecho de que la RAE sea la que decide qué argentinismos deben incorporarse al diccionario que se supone que es de todos, y se pregunta por qué no todas las palabras identificadas como pertenecientes a la variedad rioplatense son «admitidas» por la real casa madrileña: No tengo la respuesta para eso; es decir, nos obligan a elegir los mejores hijos para ir allá. De todo ese corpus de palabras claramente argentinas, claramente estudiadas como propias de este territorio, solamente algunas son admitidas, posiblemente en función de su vitalidad o de su mayor extensión diatópica, como para integrar ese repertorio léxico que hoy llamamos Diccionario de la Lengua Española, que teóricamente representa al conjunto de los países que hablan español. Hay ciertamente en ese diccionario una desproporción, que yo creo que no obedece a mala voluntad sino a la propia historia de la obra, que fue inicialmente un diccionario de autoridades, de la lengua de España, que era la que mejor se conocía, y al que después se fueron incorporando las palabras, los elementos léxicos propios de las propias naciones de América.

Moure advierte que los hablantes de las variantes peninsulares no son más del diez por ciento del total de hispanohablantes, por lo que desde el punto de vista numérico, proporcional, ese léxico americano tendría que tener una presencia mucho mayor en ese diccionario, lo cual lo haría inmanejable, o prácticamente inmanejable. 

El académico argentino señaló que el DRAE contiene regionalismos peninsulares que en muchos casos representan a comunidades muy pequeñas, mientras que faltan palabras de México o de Colombia que son utilizadas por millones de hablantes. No se ha encontrado todavía la manera de que exista una justicia mayor, una proporción más adecuada que represente a las variedades americanas. Pero eso tiene que ver con la historia del diccionario, que es muy difícil de modificar. Es un poco, hoy, un diccionario histórico, es un poco un diccionario de uso, un poco un diccionario del español general, es un poco un diccionario de regionalismos, y estos están representados de una manera muy poco proporcional.  

Cuando le planteo que los diccionarios contrastivos, como el uruguayo o el argentino suponen de alguna manera una sujeción a la norma peninsular, me explica que se trata de una cuestión metodológica, puesto que el otro camino posible –la confección de un diccionario integral, con palabras patrimoniales como mesa, zapato– es por ahora económicamente inviable para las academias asociadas (o correspondientes). Comentó que esa tarea ya la cumplió en la Argentina una editorial privada, que publicó el Diccionario integral del español de los argentinos y, en México, el lingüista Luis Fernando Lara, con su Diccionario del español usual en México.

Esto ya lo proclamaba el propio Borges en una de sus duras diatribas contra la Academia Argentinade Letras, que él naturalmente integraba. Y hoy se conoce porque aparece en la correspondencia que mantenía con Bioy. Y él reclamaba: ¿por qué tanto elevar palabras a la Real Academia para que allá se elijan cuáles quedan y no hacemos nosotros lo que nos corresponde, es decir, un buen diccionario del español culto que se habla en la Argentina, incluyendo después las particularidades? 


Aristóteles definía la política como «el arte de lo posible»; tal vez esto pudiera aplicarse también a la ciencia lexicográfica en los países americanos, donde el objeto y el método de estudio se enredan en un entramado de tradiciones históricas y de intereses políticos y económicos que poco tienen que ver con la ciencia. Moure intenta deslindar ambos campos: Nosotros somos países jóvenes y España es una nación secular, de modo que esa presencia y esa tradición lexicográfica y de estudio es muy antigua. Estos son realidades y hechos, digamos científicos y efectivos para hacer frente a los cuales no siempre los caminos son sencillos; otra cosa diferente son las políticas lingüísticas, que a veces pueden tener intereses de otro tipo, que no sean estrictamente los lingüísticos.

¿Cree que su llegada a la presidencia pueda imprimir un nuevo giro a la AAL?
En este punto soy un poco escéptico, prefiero serlo antes de mostrarme como revolucionario, eso ha sido una constante en toda mi vida y también es fruto de mi experiencia en los años que tengo. Una academia es siempre un cuerpo de pares, formado en el caso de la AAL por gente dedicada a la literatura, por gente dedicada a la lingüística, alguno dedicado a la ciencia exacta, por helenistas y no se puede pretender que todos piensen igual. Lo que me propongo hacer es llevar al terreno de la discusión dentro de la Academia algunos de los aspectos que hemos estado hablando acá, y tratar de dar mis razones, por las que yo creo que la AALdebería volver a poner el énfasis en su carácter de argentina. De otra manera, ¿qué sentido tendría que cada una de las academias tuviera en su nombre un adjetivo que hace referencia a un recorte geográfico o político si no puede mostrar lo que las caracteriza como nación? Todas estas academias fueron creadas como nacionales; se llaman nacionales, y eso significa que tienen que mirar hacia dentro en una proporción importante, sin perder de vista el hecho de que al menos todas decimos pertenecer a un universo cultural cuyo idioma es el castellano. Si es así, hay algo que nos une, y es el respeto por un estándar que consideramos común. Para que eso siga siendo así, y para que esas academias tengan sentido y no sean meras "repetidoras", como se dice en radiotelefonía, de una central, es imprescindible que tomen conciencia de su nación, que tomen conciencia de que tienen que dar respuesta a su propio país acerca de su función. Nosotros no tenemos otras [funciones] que no sean un estudio, una consideración particular de nuestra lengua y de la producción literaria escrita en esa lengua. Pero nos debemos entonces el respeto por esa lengua de cultura, esa lengua que nos aúna, que compartimos, que nos permite leernos los unos a los otros, y seguir diciendo que lo estamos haciendo en una lengua común. Pero para que siga siendo común no puede haber preeminencias de ningún tipo. Es importante, entonces, que si existen imaginarios que dicen lo contrario se vayan desmontando, sin guerras, sin hostilidades, con comprensión y con argumentos. De momento, la relación es asimétrica, el dinero, y mucho dinero, lo han puesto los españoles a través de estas empresas lingüísticas; lo siguen haciendo a través de la Real Academia, lo siguen haciendo a través de esta empresa de la Asociación de Academias con sede en Madrid, lo siguen haciendo a través del diccionario, con el cual nosotros trabajamos. Mientras esto no sea puesto al servicio de intereses menos cristalinos, bienvenido sea. Lo iremos modificando en la medida en que las naciones americanas tomen fuerza y piensen que pueden actuar exactamente en ese plano de igualdad. Hacia eso debemos caminar

Le comento el hecho de que en torno de la orientación de la RAE se mueven poderosos intereses económicos.
Ese es uno de los grandes temas que están planteados aquí y que sería bueno empezar a ventilar, empezar a debatir, para no convertirnos en clientes de ese proyecto sino en colaboradores reales de otras academias. Esos son los elementos que están por debajo de las políticas lingüísticas; cuando las políticas lingüísticas van más allá de los intereses lingüísticos que las lenguas mismas exigen, y tienen finalidades meramente económicas, estamos ante un hecho espurio, que no debe admitirse. Se debe explicar claramente, a la luz pública, para que se entienda que hay un proyecto económico y preguntarse a quién beneficia ese proyecto económico. España tiene pleno derecho de llevar adelante un proyecto económico y nosotros también tenemos derecho de tener los propios y, en algún caso, de tomar otros caminos si nos parece que ese proyecto económico entra en colisión con el nuestro.

Con frecuencia leemos o escuchamos llamados a la defensa de la lengua común contra la disgregación, contra el ingreso de vocablos de otras lenguas, en fin, contra fenómenos que han sido propios de todas las lenguas en todos los tiempos. Siempre les digo a mis alumnos de Dialectología o de Historia de la Lengua que sabemos que sabemos que las lenguas tienden inexorablemente a la diversificación, a la dialectalización. Eso siempre ha sido así. Los terrores con que a veces hoy se persigue a la opinión pública con respecto al peligro que hoy corre el idioma español, el peligro de la dialectalización o de las variedades es un miedo que no tiene fundamento. En la realidad, en el hoy, simplemente porque me parece un error conceptual o una medida estratégica el suponer que una lengua que tiene más de cuatrocientos millones de hablantes corre algún peligro. Para que ese peligro se advierta y para que sea necesario tomar medidas de defensa tiene que haber un ataque. Y esa situación no se da, por el contrario, lo que se está manifestando es un crecimiento casi exponencial de la presencia del español; no hay peligro alguno, ¿de qué nos estamos defendiendo? 

En el siglo XXI el lenguaje está enfrentando fenómenos que no tienen precedente en la historia humana: la alfabetización y la escolarización prácticamente universales, la revolución de las comunicaciones, que tenderían a frenar el cambio lingüístico, tal vez a hacerlo más lento, a hacer prevalecer la convergencia sobre la dialectalización. 
No hay ninguna duda de que va a haber dialectalización. En el pasado ella fue mucho más rápida por el aislamiento geográfica, por razones políticas. Hoy, en cambio, esa dialectalización se retrasa en la medida en que los medios de comunicación ponen en contacto toda estas variedades como nunca había sucedido antes, lo que nos permite acceder al conocimiento del vocabulario de naciones hermanas, lo que antes hubiera sido impensable. De modo que hoy tenemos razones para suponer que muchos de estos procesos de dialectalización van a retardarse. Lo que nos queda sí es defender el valor de esa variedad estándar, que es no ya geográfica sino que es de estilo, de registro, que implica una lengua de cultura, una lengua elaborada, que es la lengua que nuestro idioma ha venido desarrollando y que es lo que tenemos de absolutamente en común. Si hay algo en lo que nos hermanamos por completo es en ese español estándar, culto, que es el que se ve reflejado en las gramáticas, en la enseñanza, aquel en el que leemos, aquel a cuyo registro le prestamos una ortografía compartida. Ese es el único reaseguro que tenemos, por muchos años, probablemente por siglos, de la existencia de un idioma común. A las otras variedades, las variedades de la gente, las variedades de la calle, las variedades de los pueblos, las variedades regionales hay que dejarlas tranquilas. El pueblo sabe lo que hace con esas formas y también sabe que cuando necesita leer, cuando necesita escribir, cuando necesita dar clase o recibirla o transmitir información, lo va a hacer en esa variedad culta cuya supervivencia hará que la comunicación del mundo hispánico siga durando por mucho tiempo, concluyó. 




Perplejidades e incoherencias

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Que los latinoamericanos nos quejemos de las ínfulas y las burradas de la Real Academia entra en las generales de la ley. Que los españoles, poco a poco, hagan lo mismo, indica a) un muestra de salud y b) un claro síntoma de que la institución está meando largamente fuera del tarro. Con el monumental El dardo en la Academia. Esenciay vigencia de las academias de la lengua española, Silvia Senz Bueno y Monserrat Alberte ya lo pusieron en evidencia. Pero alegra saber que, de tanto en tanto, El Trujamán (vale decir, el Instituto Cervantes) publica columnas tan atinadas como la del traductor español David Paradela López, del 8 de agosto pasado. Ésta ha sido ampliada un día después en el blog Malpartiana, que él mismo administra: 

http://malapartiana.wordpress.com/2013/08/09/r-de-rae



Traducir a la letra: R de RAE

Vaya por delante que quien esto firma se declaró hace años insumiso a la nueva Ortografía de la Real AcademiaEspañola, lo cual tiene su gracia cuando se traduce para el mercado libresco, ya que el criterio ortográfico de cada editorial es el que prevalece en última instancia, por encima del de la RAE y, por supuesto, del de uno mismo. Vaya también por delante que no siendo mi terreno el de la norma lingüística, mis observaciones habrán de limitarse a los problemas recurrentes que nos han llevado a muchos profesionales a renunciar a la autoridad académica en general.

Porque la autoridad, en el sentido clásico, deriva no de la norma y la imposición, sino del crédito que quien la ostenta le merece al público general, y, para empezar, uno no puede dar crédito a una institución que aboga por la unidad panhispánica de la lengua pero divide su patrimonio léxico en dos obras muy distintas: el Diccionario de la lengua española y elDiccionario de americanismos (aunque «carente», éste último, «de propósito normativo»). ¿Debemos entender, pues, que los americanismos no son español? La «Guía del consultor» nos tranquiliza: el diccionario es «diferencial [sic] con respecto al español general». Así, debemos entender, por ejemplo, que bicicross es americanismo, mientras que bululú y perol(acepción segunda) son español general… aunque en tal caso ¿por qué elDRAE les añade la marca «Ven.»? Ah, y las definiciones de cantinflas, por si no lo sabían, son distintas en una y otra obra.

Centrándonos en el DRAE, uno no puede dar crédito a un diccionario que (con o sin razones, por descuido o por principio) no admite palabras de uso común, y no, no me refiero al vocabulario de las (ya no tan) nuevas tecnologías: la Academia puede anunciarnos a bombo y platillo que ya «se puede» decir blog, pero uno se pregunta ¿qué hacemos con setter (¿séter?), bóxer (el  perro)  intifada,  yakuza,  moussaka (¿musaca?)  o złoty? Es el mismo diccionario, que con su atávica aversión al extranjerismo parece querer condenarnos a escribir eternamente con cursivas palabras que ya son patrimonio del español y que difícilmente dejarán de serlo, comoapartheid, bungalow, curry o el famoso whisky (batik, en cambio, pueden ustedes escribirlo de redonda con total tranquilidad).

La aversión al extranjerismo léxico tiene su justa correspondencia con la aversión al extranjerismo ortográfico. El castizo criterio académico recomienda, verbigracia, escribir cuark en vez de quark. El razonamiento con que la nueva Ortografía sostiene su decisión es tal vez impecable desde el punto de vista normativo («la letra q solo tiene uso como elemento integrante del dígrafo qu para representar el fonema /k/ ante las vocales e, i»), pero contraviene el uso extendido en la «lengua culta y común de nuestros días», que se supone es su modelo. (El razonamiento, dicho sea de paso, aparece en la Ortografía, pero no se refleja en el diccionario; no, tampoco el de dudas).

Lo de la impecabilidad de los razonamientos depende a veces del punto de vista. El ejemplo de la supresión de la tilde en sólo y los pronombres demostrativos es paradigmático. La Academiacree que estas palabras no cumplen «requisito fundamental que justifica el uso de la tilde diacrítica, que es el de oponer palabras tónicas o acentuadas a palabras átonas o inacentuadas formalmente idénticas», y por eso opta por suprimirla. Los casos de duda «pueden resolverse casi siempre por el propio contexto»; los demás «son raros y rebuscados, y siempre pueden evitarse por otros medios, como el empleo de sinónimos […], una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento […] o un cambio en el orden de palabras». Dicho de otro modo: no dejen que la realidad estropee la perfección de la teoría.

Perplejidades e incoherencias como éstas —espigadas al azar a partir de la práctica diaria de la traducción— dan, creo, una ligera idea de por qué son tantos los profesionales de la lengua que utilizan las obras académicas poco más que para confirmar sus miedos («¡No, eso tampoco “puede” decirse!»), cerrarlas y no hacer mucho caso.

El SPET y la Divina Comedia, una vez más

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En 2008 Claudia Fernández de Greco presentó en el SPET su investigación “La Divina Comedia según Bartolomé Mitre: responsabilidad y libertad del traductor”. Nos alegra que en nuestro próximo encuentro, que tendrá lugar el jueves 29 de agosto a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), vuelva a disertar sobre su tema, esta vez ya en la fase final de la investigación: "Las traducciones argentinas de la Divina Comedia".

Claudia Fernández es Licenciada en Letras por la Universidad de Roma “La Sapienza”, donde se recibió con una tesis sobre el Infierno dantesco, Magister de la Universidad de Venecia  “Ca' Foscari”, con una tesis sobre la enseñanza de Dante a extranjeros, y doctoranda de la UBA, donde está terminando su tesis sobre las traducciones argentinas de la Comedia. Es docente de lengua y literatura italiana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en el Instituto Superior “Joaquín V. González” y en el Instituto Italiano de Cultura, donde dicta la Lectura Dantis en italiano.


Por favor, no se olviden: Esta vez la reunión es un jueves.

Richard Gwyn y Tiffany Atkinson en Buenos Aires

Seminario sobre poesía galesa en galés e inglés

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Con el auspicio de Wales Literature Exchange, el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Centro Cultural de España en Buenos Aires, el Club de Traductores Literarios dedicó el día de ayer a dos charlas sobre poesía galesa en galés e inglés, así como a una lectura trilingüe de la que participaron cuatro prestigiosos poetas de ese país.


La primera mesa, que se realizó a las 16.30 hs., contó con la participación de la poeta Mererid Hopwood, quien se refirió a la historia de la lengua galesa y sus particularidades, ofreciendo a la vez ejemplos de poesía antigua en galés. Por medio de estos mostró algunas de las características de la prosodia de esa lengua, tal como puede verse en
http://www.ustream.tv/recorded/37850631

Mererid Hopwood (Cardiff, 1964) estudió en las escuelas Bryntaf y Llanhari, para luego asistir a la Aberystwyth University.Alcabo de un período en el University College de Londres, obtuvo un doctorado en Literatura Alemana. Posteriormente, fue conferencista en el Swansea University College, y directora de la oficina del Oeste de Wales del Wales Arts Council, antes de convertirse en escritora y conferencista free lance. En 2011 ganó el Dinbych National Eisteddfod por su poema “Dadeni”, constituyéndose en la primera mujer en alcanzar ese logro. Es miembro del comité de Barddas, y trabaja incansablemente para popularizar la lengua galesa especialmente entre los jóvenes. Profesora de castellano en la Welsh Comprehensive School Bro Myrddin, de Carmarthen hasta enero de 2010, actualmente enseña en el Trinity College y es Miembro de la Welsh Academi. A la fecha, lleva publicados los siguientes volúmenes: Sarah Kirsch (1997), Singing in Chains: Listening to Welsh Verse (2004), Seren Lowri (2005), Plentyn (2005), Ar Bwys (2007) y O Ran (2008). 

El orador de la segunda mesa, que tuvo lugar a las 18 hs., fue el poeta Richard Gwyn, quien habló la poesía galesa en inglés, estableciendo un cuadro canónico con Dylan Thomas, R.S. Thomas y Davis Jones, entre otros autores. Los interesados pueden verlo en http://www.ustream.tv/recorded/37853389

Richard Gwyn (Pontypool, 1956) es un poeta, narrador, ensayista y traductor galés. Estudió antropología en la London School of Economics y vivió en la capital británica durante cinco años. Allí, abandonados sus estudios, trabajó como albañil, lechero, operador de sierras y ejecutivo de publicidad. Luego, en 1980, comenzaron diez años de vagabundeo alrededor del Mediterráneo, con períodos de trabajo como pescador y peón agrícola. Como resultado de esos viajes, estableció vínculos duraderos con gente, lugares lejanos y botes de madera. Su periplo terminó en 1989, con una hospitalización en Barcelona por un diagnóstico de neumonía. Vuelto a Gales, obtuvo un doctorado en Lingüística en la Cardiff University, especializándose en el discurso médico así como en la comunicación médico-paciente. En 1997, co-fundó el Health Communication Research Centre de la Cardiff University, cuyo programa coordinó hasta 2001. Desde entonces ha enseñado escritura creativa en la School of English, Communication and Philosophy de Cardiff. Es autor de tres plaquetas de poesía y de los volúmenes Walking on Bones (2000), Being in Water(2001) y Sad Giraffe Café (2010), así como de dos novelas. La primera de ellas,The Colour of a Dog Running Away (2005), ambientada en Barcelona, ha sido traducida a varias lenguas y recibido excelentes críticas. A ésta la siguió Deep Hanging Out (2007). Su memoir, The Vagabond’s Breakfast ganó el Wales Book of the Year 2012 para no ficción. Por ultimo, Gwyn es autor de dos estudios académicos sobre los discursos de la salud y la enfermedad y de muchos artículos y ensayos sobre el tema. Su labor periodística incluye frecuentes colaboraciones en el diario The Independent, fundamentalmente a propósito de literatura latinoamericana y española. Ha traducido cuentos de los argentinos Andrés Neuman e Inés Garland, así como a los poetas Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, Alejandra Pizarnik, Siomara España y Wendy Guerra. Asimismo, ha traducido y publicado A Complicated Mammal: Selected Poems of Joaquín O. Giannuzzi (2012). Entre otras lenguas, ha también traducido del catalán, lituano, eslovaco, griego y turco. Su propia poesía fue traducida a esos mismos idiomas y al ruso y georgiano. Para mayores datos puede consultarse suwebsite enwww.richardgwyn.com. Tiene un alter ego que administra el blog de Ricardo Blanco:www.richardgwyn.wordpress.com.

Lectura trilingüe de poesía galesa en galés e inglés

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La tercera parte del seminario sobre poesía galesa en galés e inglés, que tuvo lugar el lunes 26 de agosto pasado, consistió en una lectura trilingüe en la que participaron Tiffany Atkinson (traducida por la poeta Silvia Camerotto y la narradora Inés Garland) y Mererid Hopwood (cuyos poemas, fueron a su vez traducidos al castellano desde el  inglés por Inés Garland), todo lo cual puede verse y oírse en 


Tiffany Atkinson y Silvia Camerotto
Tiffany Atkinson (Berlín, 1972) es poeta y crítica literraria., y enseña Escritura Creativa y Estudios Literarios en la Universidad de Aberystwyths, en Gales. Su principal tema de investigación han asido las teorías sobre el cuerpo, la historia de la anatomía y la literatura contemporánea. Realiza frecuentes lecturas y talleres en el Reino Unido. Es, además, jurado en la Cardiff Academi International Poetry Competition. A la fecha ha publicado Kink and Particle (2006) y Catulla et al (2011). Ha editado The Body: A Reader (2004). Su poesía puede leerse también en Poetry International Web y en numerosas publicaciones colectivas; entre otras, Identity Parade: New British and Irish Poets (ed. Roddy Lumsden, 2010) y Women’s Work: Modern Women Poets Writing In English (ed. Amy Wack y Eva Salzman, 2009).

Inés Garland y Mererid Hopwood

Para cerrar leyeron la poeta Karen Owen (traducida por Marina Kohon y leída por Silvia Camerotto) y Richard Gwyn (traducido y leído por Jorge Fondebrider) como puede verse en  http://www.ustream.tv/recorded/37856919

Karen Owen (Bangor, 1974) es poeta y periodista. Creció en Pen-y-groes, donde todavía vive. Estudió en Ysgol Gynradd Pen-y-groes y en Ysgol Dyffryn Nantlle. Más tarde realizó estudios de Matemáticas Teóricas en la University of Wales Bangor, antes de dedicarse por entero al periodismo. Fue entonces cuando entró en la revista en lengua galesa Golwgcomo corresponsal en 1995, llegando al cargo de editora de la publicación en 2000, puesto que mantuvo por siete años. Luego de tres años como Productora de Programas Religiosos para la BBC Cymru en Bangor (2007-2010), volvió a la prensa gráfica, desempeñándose como periodista free lance para el periódico Y CymroPublicó dos volúmenes de poesía: Yn Fy Lle (In My Place) en 2006, y Siarad Trwy'i Het (Talking Through His Hat) en 2011. Además de viajar por Gales presentando su obra ha recibido la Winston Churchill 2011 Memorial Scholarship para viajar por Colombia, India, Ucrania y Sudáfrica estudiando las tradiciones poéticas locales. Su documental para televisión Cyfrinach Olaf Frida (Frida's Last Secret), basado en el asesinato de su bisabuela, fue emitido en S4C en julio de 2009.

Jorge Fondebrider, Richard Gwyn y Karen Owen

Un experimento, siempre entretenido, que se vuelve a hacer

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Daniel Hahn, escritor de no ficción, traductor de  José Luís PeixotoPhilippe Claudel, María Dueñas, José SaramagoEduardo HalfonGonçalo M. Tavares, entre otros, y director del British Centre for Literary Translation, .publicó publicó el 16 de agosto pasado,en el diario inglés The Guardian, el siguiente artículo, traducido al castellano por Julia Benseñor, sobre un experimento realizado con el lenguaje y los efectos del estilo. 


Una reseña de Multiples
12 cuentos en 18 idiomasescritos por 61 autores, 
editados por Adam Thirlwell

Muy a menudo se habla de traducción en términos de pérdida. ¿Qué  es lo que quedó afuera? ¿De qué manera la traducción es inferior al original? Multiples viene a traer un soplo de aire fresco al hacer lo contrario, ya que se pregunta ¿qué sobrevive en una traducción? Y más específicamente, ¿acaso algo del “estilo” –al que le asignamos una relación tan estrecha con la especificidad de la actividad lingüística– logra sobrevivir después de exprimírselo a una lengua e intentar trasladarlo a otra? El novelista Adam Thirlwell pergeñó un experimento para poner a prueba estos interrogantes. El resultado es este libro tan fascinante como imposible.

La propuesta en pocas palabras es la siguiente: hacer traducir una historia varias veces en serie (del ruso al francés, al inglés, al neerlandés, etc.) y, a medida que aumenta la distancia respecto del original, observar qué cambia y qué queda. Para tensar aún más la indemnidad del original, Thirlwell decidió convocar para la traducción a un grupo de novelistas. Muchos de ellos nunca antes habían traducido. Algunos tenían –y se nota– una comprensión apenas rudimentaria de la lengua fuente. A esto se suma el hecho de que es de esperar que los novelistas tengan su propio estilo (a diferencia de nosotros, los traductores, a quienes no se nos está permitido tenerlo), lo que generaría una lucha por evitar incorporar sus propias distorsiones estilísticas. ¿Cómo podría sobrevivir así un original?

El experimeto, al final del camino, abarcó doce cuentos, de Kharms a Kierkegaard, de Vila-Matas a Miyazawa, de Middleton a Kiš, cada uno traducido sucesivamente cuatro y hasta seis veces (por lo general, por vía del inglés en etapas alternadas), todo un entramado que puso en escena 18 idiomas y a 61 novelistas con/sin talento para traducir. Cada novelista recibía el original (“un texto en tránsito”) que debían traducir sin ver lo qué había pasado antes (“aguas arriba”) con ese texto. Todo el proyecto resulta inmenso, absurdamente ambicioso y placenteramente tonto. Pero también tiene su importancia si se lo observa detenidamente. El diablo, como todo traductor bien sabe, se esconde en los detalles.

Parte del placer de las traducciones en serie –y no en paralelo– proviene de detectar cierta ligera distorsión o imprecisión que se va mezclando o amplificando a medida que la serie avanza. Una historia libanesa escrita por Youssef Habchi El-Achkar transcurre en un escenario que Rawi Hage tradujo como un "coffee shop”. La traducción al francés de Tristán García es "le café", que no es lo mismo. En la versión al inglés de Joe Dunthorne, se convierte en un "cafe-bar". En la versión italiana de Francesco Pacifico, es "il bar". Así que ahora, al parecer, estamos en un bar. Que queda en Londres. Que no es en absoluto el lugar de donde partimos.

Toda traducción es un nuevo texto construido a partir de miles de pequeñísimas elecciones. Pero en Multiples, el lector no sabe quién es el responsable de esas elecciones. ¿Quién puede, después de todo, leer en 18 idiomas? Como angloparlante, puedo leer  la traducción al inglés hecha por  Zadie Smith de un cuento de Giuseppe Pontiggia, y la versión inglesa de Tash Aw, dos pasos más adelante, en la que a esa altura la historia ya no trascurre en la Toscanasino en Guangzhou y el pretérito se convirtió en presente, pero ¿cómo saber si esa nueva ambientación es atribuible a Aw o a Ma Jian, que fue quien hizo la versión al chino que está en medio de una y otra, si yo no leo chino? Un lector que entiende hebreo encontrará algunas cosas; un lector que entiende portugués, otras.

Algunos escritores se muestran más ansiosos que otros en no dejar sus huellas. J.M. Coetzee y A.S. Byatt se acercan bastante a lo que intentamos la mayoría de los traductores profesionales: contar una historia que sea idéntica a la original, solo que con otras palabras, sin interferencia visible del propio estilo. Sin embargo, el estilo propio es un hábito difícil de desarraigar. En la nota a su traducción, Byatt habla de un momento que estaba “demasiado lejos de cualquier frase que yo hubiera escrito ".

En cambio, otros escritores son, por supuesto, más delincuentes: perpetran deliberadamente versiones que no pretenden preservar o replicar al otro. Quienes están más interesados en mostrar sus propios destellos y floreos lingüísticos inevitablemente empañan el cuadro. Lawrence Norfolk y su villanella son muy seductores e inteligentes, pero sucumbir a sabiendas a la atracción de la infidelidad nos lleva a contar historias que, aunque individualmente sean interesantes (a veces no lo son), pierden sentido en el marco de este experimento porque hacen caso omiso a los vínculos con sus predecesores. (Algunos originales más intimidantes insisten, por supuesto, en una mayor fidelidad. "Yo no soy quién para meter mano en Kierkegaard", dice Jean-Christophe Valtat, que opta por ponerse un freno a sí mismo).

La traducción exige humildad estilística. Así es que el español usado en las traducciones de Javier Marías o Álvaro Enrigue no es exactamente el propio; no tiene su pulso o tono distintivo y habitual; en otras palabras, su estilo. En cambio, el cuento traducido por Florian Zeller es simplemente un cuento de Florian Zeller. A veces lo que faltó es empatía con el original, y así el escritor le inyecta algo nuevo. La oración de dos palabras de Zeller "Enterré vivant." es reexpresada por Wyatt Mason: "Buried alive, like a miner, in a mine, a deep, dark, dank, and –in all likelihood– Chilean mine".

No existe tal cosa como una traducción perfecta, y todos estos escritores han producido traducciones mediocres. ¿Eso significa que Multiplesconstituye un fracaso? Si es así, entonces fracasa de muchas maneras diferentes: los cuentos cambian, o resisten; los cambios son centrales o solo cosméticos; algunos sobreviven al proceso; otros se alejan por completo. Según una definición posible, cada uno de los cuentos traducidos es inadecuado, pero a la vez cada uno es una pieza clara de escritura que antes no existía. Para alguien interesado en la traducción –o quizá sea más pertinente decir “interesado en los efectos del estilo”–, cada fracaso es algo nuevo y fascinante que se gana.

¿Cambios profundos en el mundo editorial contemporáneo?

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Gustavo Valle mira como desconfiando
“Asfixiadas por un entorno editorial donde las trasnacionales imponen sus reglas de uso y abuso, perviven casas editoras que continúan una prestigiosa tradición: la edición independiente”: tal es la bajada del artículo que el escritor y periodista venezolano Gustavo Valle publicó en el diario Perfil el 18 de agosto pasado.

Vigencia de la editorial independiente

No es un secreto que los grandes sellos editoriales transnacionales se encuentran en una coyuntura compleja, asediados por múltiples variables que han impactado en sus negocios. La crisis financiera de 2008, la actual crisis en España y la particular crisis del libro como producto cultural colocan a los grandes grupos editoriales ante la necesidad de rever sus objetivos, achicar o eliminar áreas de interés, disminuir sus producciones y tirajes y, en algunos casos, como el del Grupo Editorial Norma, prescindir de sus colecciones de ficción y no ficción para adultos, de modo de concentrar esfuerzos en producciones más rentables como las de los libros de texto o de literatura infantil y juvenil. Para sobrevivir, muchos sellos han sido vendidos o negociados a grandes grupos que han dejado de ser exclusivamente empresas editoriales para convertirse en multimedios. La actual alianza entre Penguin y Random House es el último eslabón de este negocio en su etapa de cambios y desafíos.

Más allá de estas circunstancias, que inciden más en la reingeniería que en la literatura, los tiempos de los best sellers literarios y los millonarios tirajes, salvo escasas excepciones, parecen haber pasado. “Los grandes grupos transnacionales –opina Juan Casamayor, editor español del sello independiente Páginas de Espuma– están sufriendo la crisis económica coyuntural y, de telón de fondo, la crisis del paradigma del libro que viene rompiéndose desde hace una década”. En efecto, a la ya devaluada economía mundial se agrega la crisis del objeto libro como producto cultural en un mercado que no ha parado de diversificar sus opciones de entretenimiento. El libro está librando una gran batalla, en la que se incluyen mutaciones constantes o reacomodos para sobrevivir como propuesta cultural ante la avalancha de otros soportes tecnológicos o masivos. Adicionalmente, los grandes sellos, al ser grandes empresas, están sujetos a macroestructuras, exigencias organizativas o compromisos laborales que los hacen más pesados (quizá también más sólidos) y por tanto menos flexibles.

Ante el espacio inevitablemente cedido por estos grandes sellos, las pequeñas editoriales o editoriales autogestionadas o independientes o alternativas, o simplemente nuevas editoriales, han visto una gran oportunidad y en poco menos de una década vienen ocupando un espacio que años atrás era impensable. La editora argentina Viviana Paletta, radicada en España, piensa que “siempre es oportuno el ámbito editorial para proyectos alternativos a la edición generalizada, por abrir el campo, lograr la divulgación de otras voces y otras líneas estéticas, de reflexión, de búsqueda, quizá no masivas pero necesarias, incluso imprescindibles, para un mundo cultural que goce de buena salud”.

En Argentina es muy notorio el crecimiento de estos emprendimientos. Desde las más consolidadas, como Adriana Hidalgo, Eterna Cadencia, Entropía, Interzona, El Cuenco de Plata, Mansalva, Mardulce o Milena Caserola. U otras más chicas: Excursiones, Conejos, Fiordo, WuWei o El 8vo Loco. O incluso artesanales, como La Funesiana, La Vaca Mariposa y la pionera y de proyección continental Eloísa Cartonera. Las hay, pues, medianas, chicas, diminutas y artesanales. La diversidad es enorme y el número también. Sólo en el registro de 2012 de editoriales independientes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires aparecen 138 sellos independientes.

Pero algo muy similar está ocurriendo en España, en México, en Uruguay o en Venezuela. Cuando los grandes sellos tenían por principio acotar la distribución de sus libros según la región y cada sucursal operaba como un mercado completamente aislado, hoy no es raro ver en las mesas de novedades de Buenos Aires títulos del sello Hum de Montevideo, Sexto Piso y Almadía de México, Páginas de Espuma, Periférica, 451 Editores y Candaya de España o Puntocero de Venezuela. Lo mismo ocurre en ciudades como Madrid o Barcelona, donde muchos de estos sellos latinoamericanos viajan (como productos de exportación o en valijas de amigos), se distribuyen (a mediana y pequeña escala) y venden en las librerías de la península.

El lamentable desconocimiento de nuestras propias literaturas regionales está siendo poco a poco cubierto desde la periferia (también desde la web, cierto) a puro pulmón, por estos sellos emergentes. Por supuesto, no es un camino fácil y la oportunidad está acompañada de enormes dificultades. Julián Rodríguez, editor de la española Periférica, cree que “una editorial independiente puede sostenerse, aunque no sea del todo cierto, con el apoyo de unos pocos y fieles lectores. ¿Su debilidad? La falta (no en todos los casos) de un emporio financiero detrás”. A falta de esa solidez financiera, estos sellos se ven obligados a reducidos recursos humanos, que en muchos casos deben convertirse en auténticos pulpos para asumir los numerosos aspectos relativos a la producción. Pero “la principal debilidad –aporta Felipe Rosete, de la mexicana Sexto Piso– es el ensimismamiento de algunos proyectos en el discurso de que ‘no hay dinero’, de que ‘todo es muy difícil’. Vivir en ese discurso mata todo proyecto independiente. En enfrentar esas dificultades y saber sortearlas radica la gran valía de un proyecto editorial independiente. Y esa valía indudablemente es reconocida y retribuida por los lectores”.

La estrecha relación con los lectores quizá sea producto de la estrecha relación entre editor y autor. Por supuesto, hay excepciones, pero la editorial pequeña o independiente hace del vínculo con el autor uno de sus motores de trabajo. Esto no sólo se reduce a la relación personal sino al tratamiento del libro, y por tanto al producto literario que se ofrece al público. La editorial pequeña cuenta con el autor como un miembro activo de la producción editorial y no es infrecuente que éste acompañe de cerca, opine o incluso ofrezca soluciones a cada una de las etapas de producción.

Las nuevas tecnologías también han sido fundamentales para llevar a cabo las tareas de sustentación de los proyectos independientes; el trabajo de promoción a través de las redes sociales, las páginas web y blogs de apoyo, y la búsqueda de financiamiento colectivo a través de herramientas como crowfounding o crowsourcing. Esto, sin mencionar las políticas de coedición y cofinanciamiento para las que estas editoriales siempre están dispuestas. No es raro ver en los créditos de muchos de estos sellos el logo de alguna institución pública y también el testimonio de alianzas con programas de traducción o divulgación de la literatura de otros países.

Adicionalmente, se advierte un trato distinto de parte de los suplementos culturales de los diarios de mayor circulación. Hasta hace poco, era casi imposible que una editorial chica consiguiera ser reseñada en los grandes medios; sus desplazamientos parecían restringidos sólo a circuitos de su propia área de influencia. Todavía falta mucho, es cierto, pero cada vez es más frecuente que críticos y reseñistas se ocupen de libros cuyo tiraje y distribución aún son precarios. Esto prueba la inocultable presencia y prestigio ganado de parte de estos sellos en la conformación del universo cultural actual. En lo relativo a la literatura de ficción, pareciera que los sellos independientes atienden propuestas estéticas que corren al margen de los “tanques” literarios que suelen elevarse en las torres que coronan las entradas de las grandes librerías. Autores como los uruguayos Gustavo Espinosa o Ercole Lissardi y los mexicanos Yuri Herrera o Juan Villoro publican, si no toda, buena parte de su obra en sellos independientes.

Sería absurdo eludir que muchas grandes firmas publican sus libros en editoriales transnacionales. De otra forma, no llegarían a nuestras manos Vila-Matas, Doris Lessing, Pedro Lemebel o J.M. Coetzee. Además, algunos grandes sellos han comenzado a publicar autores emergentes. Al respecto, Felipe Rosete, advierte: “Creo que es infructuoso caer en discursos maniqueos que sacralizan lo independiente y demonizan todo lo que hacen los grandes grupos. Estos, a través de sus distintos sellos, siguen conservando a grandísimos escritores. El problema es que la buena literatura no es su prioridad y que se pierde entre todo lo demás. Quizá lo que pasa es que al publicar menos, al ser más cuidadosas y selectivas con su trabajo y con su catálogo, las independientes (algunas, no todas) tienen hoy más ‘prestigio’ que las otras. Es decir, hay más ‘respeto’ y ‘simpatía’ hacia ellas porque se sabe que las cosas se hacen asumiendo riesgos, con un criterio literario y en condiciones adversas. Pero eso no exime al editor independiente de resbalar y cometer errores”.

El respeto que se han ganado no es poco y quizás esté asociado con la creación de nuevos lectores y nuevas formas de lectura y no sólo de nuevos libros para lectores ya ganados. La apuesta de muchas pequeñas editoriales latinoamericanas tiene que ver con los modos de lectura y la manera en que se interviene, en definitiva, en la conformación (y modificación) de un canon. Hasta hace poco, era casi impensable que una editorial chica se llevase, por ejemplo, el premio al mejor libro del año, u ocupara importantes lugares en la preferencia de los lectores y sitios de legitimación. Sus trofeos eran, como mucho, el de publicar un libro de culto, esa especie de objeto que resiste al mercado y también lo trasciende. Ahora, el libro de culto ha ganado en visibilidad, y las editoriales pequeñas construyen sus propias redes de circulación y sus particulares maneras de participar en el mercado. Por supuesto, los enemigos económicos están a la orden del día: controles de cambio, políticas proteccionistas y trabas a la importación ralentizan su desarrollo.

Editoriales mexicanas independientes
Si bien el mundo editorial contemporáneo atraviesa cambios profundos potenciados por la crisis económica y el impacto de nuevas tecnologías, la realidad editorial es mucho menos catastrófica de lo que vociferan los publicistas y otros agoreros. El caso mexicano, con sus altas y bajas, demuestra que cuando hay imaginación, constancia y propuesta, la empresa editorial puede ser una aventura creativa de sensibilidad e inteligencia. PERFIL dialogó con cuatro editores que han levantado catálogos muy diversos cuya única constante es la calidad. Se trata de Rodrigo Fernández de Gortari (Vanilla Planifolia), Vivian Abenshushan (Tumbona Ediciones), Pablo Rojas (Surplus Ediciones) y Diego Rabasa (Sexto Piso).

Al respecto de su experiencia como editor de Vanilla Planifolia, una flamante editorial que viene construyendo una cámara de maravillas con literatura de Africa, Medio Oriente y Europa del Este, así como una vocación decidida por difundir libros de arte que tengan vínculos con México, Fenández de Gortari sostuvo que su “apuesta es diseminar de distintas maneras el total de ejemplares de cada título, con base en un algoritmo o una ecuación esóterica más bien borgeana”. Para Rabasa, cuyo proyecto impactó el rostro de la edición mexicana, ha sido “el electrocardiograma de un tipo con arritmia severa. Momentos increíbles y zonas oscuras; un crecimiento a base de golpes en la cara”. Para Abenshushan, que dirige un catálogo con lo más destacado de la literatura de vanguardia, ha sido un proceso “lleno de exaltación y entusiasmo intelectual, pero también otro de desgaste, difícil, siempre a contracorriente. Publicar lo que se nos viene en gana lo considero un triunfo, aunque económicamente sea un fracaso”. Para Pablo Rojas, con un catálogo de evidente sofisticación, ha sido “un aprendizaje constante y una experiencia colectiva” que se destaca por su heterogeneidad.

Por otro lado, sabiendo que la independencia por sí misma no es un criterio de calidad, se les preguntó su parecer al respecto del término “editorial independiente”, a lo que Abenshushan contestó que “¿la calidad no es acaso un valor del mercado? Me gusta pensar más en términos de heterodoxia, de irreverencia, de riesgo y radicalidad. Ponemos en circulación lo que el mercado niega o trata de volver invisible: lo que censura”, mientras que para Fernández de Gortari se trata de un término “impreciso, cuando no cínico y arrogante. Las editoriales que se autodenominan o son encasilladas bajo esta categoría por lo general no son independientes de los fondos del Estado ni de los recursos de la industria privada, y tampoco lo son, paradójicamente, de las tendencias y o corrientes literarias, filosóficas o artísticas”. Rojas sostiene que “es necesario trabajo y profesionalidad”; empero, la apuesta principal de la independencia está en su capacidad de apostar por nuevos valores y “no publicar a los consagrados”.

A la pregunta expresa sobre cuál es su criterio con respecto a las coediciones, Rabasa expresó que “buscan proponer libros de los que el Estado mexicano se pueda sentir orgulloso. Se trata de libros que nosotros haríamos de otra forma pero aprovechamos los subsidios que existen en el sector tratando que sean libros de calidad intachable y de aceptable circulación comercial”. Para De Gortari, “lo primero es invertir en la incubación de cada proyecto; luego, al buscar apoyos, patrocinios, créditos, intercambios y alianzas, mi criterio es recurrir a distintos sectores que tengan alguna cercanía conceptual. La idea es que los costos de producción recaigan en el mayor número posible de actores, lo cual permita blindar los contenidos”. En el caso de Tumbona, “publicamos algunas coediciones no sólo con el Estado sino también con universidades, fundaciones privadas y galerías. Por otro lado, ciertos libros de nuestro catálogo no soportarían, por su naturaleza iconoclasta o subversiva, la coedición con el Estado, como Literatura de izquierda, de Damián Tabarovsky, o Desobediencia civil, de Thoreau”.

Al respecto de lo que pueden esperar los lectores de sus catálogos, Rabasa responde: “Consistencia, homogeneidad, vocación de riesgo, expansión de nuestros límites de acción lectora: una resonancia si tienes un gusto afín al nuestro”. En Tumbona se encontrará, “no la literatura con sus convenciones, sus rituales, su conservadurismo, su sentido de propiedad intelectual intocable, sino una escritura otra, dialéctica, inconforme, sublevante”. Por su parte, Fenández de Gortari espera que sus propuestas “sean un ida y vuelta, simulando el lanzamiento de un boomerang o el golpeteo de una carambola”.
Entre los editores que admiran, se cuentan Díaz-Canedo y City Lights (Surplus Ediciones); Julián Rodríguez, Luis Solano, Diego Moreno y Matías Soja (Sexto piso); Jonathan Cape, Ramón Akal, Siegfried Unsel, Enrique Díaz Canedo y Franco Maria Ricci (Vanilla Planifolia); Sylvia Bleach, Ferlinghetti, Herralde, Adriana Hidalgo, Mardulce e Interzona (Tumbona Ediciones).

*Rafael Toriz.


Discurso de Miguel Sáenz en su entrada en la RAE (I)

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A ningún lector de este blog escapa lo que piensa su Administrador y el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires sobre la Real Academia Española. En más de una ocasión, desde aquí, hemos criticado sus ínfulas imperiales mal disfrazadas de panhispanismo, su obsoleta y desubicada voluntad de legislar sobre toda la lengua castellana, los muchos chanchullos en los que muchos de sus miembros pasados y presentes han incurrido, etc., etc., etc. Sin embargo, fuerza es decirlo, no todos los miembros de esa vetusta institución son censurales. Algunos, son respetabilísimos intelectuales a quienes, a la distancia, imaginamos un tanto incómodos por los aspectos más políticos y torpes de la institución, Otros, queremos creer, trabajan desde el seno de la misma para intentar cambiar las cosas. A estas dos últimas categorías pertenece  Miguel Sáenz, el primer traductor "puro" (vale decir, traductor que no es escritor en el sentido tradicional de la palabra) en ser admitido por la RAE y uno de los hombres más respetados a ambas márgenes del Atlántico, por su honestidad y bonhomía proverbiales. Por eso, y con los reparos que preceden, a lo largo de toda la semana se publicará en distintas partes, el discurso que leyó el día 23 de junio de este año, en recepción pública, con motivo de su ingreso a Real Academia, y que tuvo la enorme deferencia de enviarnos para darlo a conocer en este blog.

Servidumbre y grandezade la traducción (I)

SEÑOR DIRECTOR, SEÑORAS Y SEÑORES ACADÉMICOS:

Tal vez la primera experiencia de todo el que se incorpora a esta Real Academia Española sea el asombro, al conocer los nombres de quienes ocuparon antes el sillón, adornado con una letra mayúscula o minúscula, que por azar le ha correspondido. Al asombro sucede el espanto: ¿cómo estar a la altura de los que le precedieron? Afortunadamente, existe de antiguo la costumbre de que los nuevos miembros recuerden en su discurso de ingreso la figura de su antecesor o sus antecesores, lo que constituye un saludable ejercicio de humildad para el nuevo académico y una demostración pública de la continuidad de la Institución. En mi caso, el sillón (b) minúscula que se me ha asignado estuvo ocupado, desde 1996 hasta su fallecimiento en 2011, por el almirante D. Eliseo Álvarez-Arenas, y cumplo con el mayor agrado y respeto el deber que me incumbe, dedicándole mis primeras palabras.

***

Eliseo Álvarez-Arenas, como yo, nació en el norte de África: él en Ceuta, yo en Larache. Su padre, como el mío, fue general del Ejército de Tierra, pero ahí acaban las coincidencias. Él ingresó muy pronto, a los dieciocho años, en la Marina e hizo una brillante carrera que lo llevó desde el mando de la fragata “Cataluña”, de la que fue primer comandante, hasta, con el paso de los años, el de la Flota española y, al término de su vida militar, el alto puesto de Capitán General de la Zona Marítima del Cantábrico. Yo conocía, a rasgos generales, su trayectoria como marino, pero, salvo algún artículo publicado en la prensa diaria, desconocía por completo su obra de escritor y pensador. El hecho de sucederlo en la Academia ha hecho que remedie esa falta imperdonable y me ha permitido familiarizarme con su elocuente prosa, en la que con frecuencia resuenan ecos de Ortega y Gasset y que refleja en todo momento su inmensa
cultura.

Como dijo D. Pedro Laín Entralgo en su discurso de contestación al de ingreso de D. Eliseo Álvarez-Arenas en esta Real Academia, el tema constante del almirante fue el mar, desde dos puntos de vista: el de marino y el de español. Entre todos sus libros, el propio almirante valoraba especialmente su Idea de la guerra, y con razón, porque, como él decía, es “el más profesional, denso e importante”. Sin embargo, decía también que le gustaría que lo leyeran “los no profesionales de las armas”, porque comprender la guerra es la mejor manera de evitarla: “La guerra, simplemente, acontece –escribió–, y acontece por muchos motivos y de casi infinitas formas” (Álvarez-Arenas, 1984: pág. 24).

A pesar de ello, debo confesar mi preferencia por uno de sus primeros libros: El español ante el mar, de 1969. En él se manifiesta ya su clara posición ante España, se esboza la visión histórica y estratégica que desarrollará en obras posteriores y se manifiestan su talante y talento poéticos. Así, por ejemplo, cuando describe lo atlántico y lo mediterráneo: “Lo atlántico es bruma y viento duro, agua frecuente y ola larga y poderosa, masa acuosa cansada de recorrer el océano originada en remoto confín; lo mediterráneo es claridad y céfiro blando, lluvia escasa y onda estrecha y empenachada de espuma grácil y ligera, tiempo local de variación rápida” (Álvarez-Arenas, 1969: pág. 86).

Continuación en cierto modo de ese libro es, ya en la época madura del almirante, Del mar en la historia de España, una obra surgida como comentario y respuesta a la de D. Julián Marías, España inteligible (Julián Marías, 1993). Una vez más, D. Eliseo Álvarez-Arenas se lamenta de que, al menos desde la época de los Austrias, España haya vivido de espaldas al mar.

Hay también un Álvarez-Arenas periodista y divulgador, muy ameno, que es el que aparece en multitud de artículos publicados en la Revistade Marina y, sobre todo, en el diario El País. Su temática es variada y oportuna, al compás de los acontecimientos. A veces se muestra claramente orteguiano. Cito: “El cuerpo y el alma de la nación integran su yo. Pero la nación, como el ser humano en la filosofía de Ortega y Gasset, es su yo y su circunstancia. Toda nación debe decir, para comprenderse a sí misma, «yo, nación, soy yo y mi circunstancia», añadiendo, como nos enseñó el mismo Ortega, «y si no la salvo a ella no me salvo yo»” (12 de julio de 2002). Otras veces es casi quevedesco: “El futuro es lo real. El pasado fue; el presente no es sino fugacidad; el futuro es siempre. Tal vez por eso se pueda decir con lógica que «el tiempo es futuro»” (26 de agosto de 2000). En ocasiones es tajante, como en su artículo “El mar, necesidad radical” (8 de enero de 1985) o se muestra históricamente decepcionado: “Lo naval: en el 98... y hoy” (1.º de junio de 1998). Y también pone de relieve el acierto profético de Ortega: “En ese legado orteguiano –dice– hay mucho de profecía. Ésta es diversa y amplia, pero hay dos decires de Ortega que convienen ahora con más oportunidad que otros: «Europa ha sido siempre una pluralidad de naciones dirigida por una de ellas. Eso que ha sido Europa lo seguirá siendo todavía un largo, muy largo rato, bien que tomando esa plural convivencia alguna forma nueva». –Y añade el almirante–: “¿No dicen esas palabras de 1940, al hablar de Juan Luis Vives y su mundo, mucho de lo que está palpitando en Europa... ?” (“Ortega y Europa: ayer y hoy”, 27 de marzo de 1997).

Con todo, para conocer a D. Eliseo Álvarez-Arenas creo que el mejor texto es su “Canto al mar”, es decir, el discurso que leyó en esta casa el 4 de febrero de 1996. He dicho discurso pero el texto es exactamente lo que su título indica: un auténtico canto, un verdadero poema, no por lírico menos didáctico y profundo. En él recuerda el almirante que “Desde hace varios [siglos] el español ha distinguido siempre entre el mar y la mar, por más que no siempre lo haya hecho de igual forma y con sentido idéntico o por lo menos semejante...” (pág. 39). “El mar es lo inmenso, lo alejado, lo abstracto si se quiere, lo que verdaderamente es en lo cósmico y en lo telúrico, en lo bíblico y creacional, en lo teórico e ideal, [...]” (pág. 39). La mar es en cambio “lo relativamente reducido, lo dimensionado en física, lo cercano al hombre de mar que distingue entre el mar y la mar misma, [...]” (pág. 40). “Porque el mar es lo que es; la mar es eso en lo que se está” (pág. 41).

El almirante Álvarez-Arenas, como buen marino, sabía cuándo hablar del mar y cuándo de la mar. Rafael Alberti,Marinero en tierra, se dejaba guiar solo por su instinto poético: “El mar. La mar. / El mar. ¡Sólo la mar!” (Alberti, 1956: pág. 84). Y un excelente poeta malagueño nacido en la Selva Negra alemana, José F. A. Oliver, que escribe indistintamente en alemán, alemánico y castellano, quiso una vez remediar lo que se le antojaba una deficiencia grave de la lengua alemana: la falta de una palabra femenina para designar el mar. Por ello creó la palabraMeerin (die Meerin)que complementa al asexuadoMeer (das Meer). Y recordaba lo que le contaba su abuelo pescador: cuando los pescadores de Málaga volvían al amanecer con las redes repletas hablaban dela mar. Si volvían con las cestas vacías decían el mar. Lo cierto es que, para complicar las cosas, habría que recordar ahora que el idioma alemán tiene la palabra See, que es femenina cuando corresponde más o menos a la mar, pero masculina cuando designa un simple lago... Pero aunque en otras épocas se solía perder el tiempo discutiendo sobre el sexo de los ángeles, no creo que deba ocuparme ahora detenidamente del sexo de los mares.

No son precisamente expertos en términos náuticos lo que ha faltado en la Academia, que, como recordaba también Laín Entralgo, siempre ha contado con marinos de bien probada competencia. Y habría que mencionar asimismo a quienes, por otras razones, poseen sobrados conocimientos en la materia (pienso por ejemplo en D. Javier Marías, que ha dicho de su segunda traducción de El espejo del marde Joseph Conrad, un verdadero repertorio del más complejo vocabulario marinero, que considera ese libro –cito– “todavía más propio que cualquiera de mis novelas, cuentos o artículos, y además –huelga decirlo– infinitamente mejor que todos ellos, juntos o por separado y sin excepción” (Conrad, 2005: pág. 17).

***

 Curiosamente, el almirante Álvarez-Arenas comienza su último libro Desde el pensar al hacer (1997) con una expresión que no es náutica sino, al menos en su primera acepción, aeronáutica y que el diccionario de la Academia recoge: “Se trata ahora de rizar un extraño rizo”, dice D. Eliseo Álvarez-Arenas. La definición de “rizar el rizo” que da el diccionario es imaginativa pero quizá mejorable: “Hacer dar al avión en el aire una como vuelta de campana”. Aparece por primera vez en la edición del diccionario de 1925. Confieso que mi primera intención, al tratar de seleccionar un tema para este discurso, fue hablar del vocabulario aeronáutico. Durante más de treinta años he pertenecido al cuerpo jurídico del Ejército del Aire y mi afición a los aviones se remonta a mi infancia. En mi primer destino como Teniente Auditor en la Zona Aérea de Baleares aprendí a volar y también a respetar virtudes que hoy parecen extrañamente obsoletas, como la lealtad y el compañerismo. Leía sin pausa literatura aeronáutica y revistas de aviación, y mi vocabulario, que antes se basaba en dudosas traducciones de libros de Salgari, el capitán Luigi Motta o, lo que era peor, Bill Barnes, “el aventurero del aire”, se fue refinando. Parece evidente que no existe un lenguaje del aire que tenga la inmensa riqueza del lenguaje del mar. Sin embargo, parece evidente también que debería revisarse el diccionario de la Academiadesde el punto de vista aeronáutico, añadiendo términos o giros habituales y corrigiendo definiciones, pero esto es algo que no puedo hacer ahora. Por ello quisiera emplazarme a mí mismo para realizar un examen pausado de la terminología del vuelo, de los convenios aéreos, del transporte aeronáutico, del aeromodelismo y de los nuevos artefactos voladores, como parapentes, alas delta o aerodeslizadores, sin olvidar a los temibles drones, que probablemente acabarán siendo drones en español.

En cualquier caso, como mis agradecimientos son tantos que si los dejara para el final de mi discurso se convertirían en una retahíla insoportable, quiero desde ahora agradecer a mis compañeros del Ejército del Aire, jurídicos o no, todo lo que en su día me enseñaron y enviar un saludo cordial a los del actual Cuerpo Jurídico Militar de la Defensa, al que pertenecía cuando me retiré.


***

continúa en la próxima entrada

Discurso de Miguel Sáenz en su entrada en la RAE (II)

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José Ortega y Gasset,
Segunda parte del discurso de entrada en la RAE de Miguel Sáenz

Servidumbre y grandezade la traducción (II)

He hablado de las malas traducciones. La verdad es que también las malas traducciones tienen importantes efectos culturales, dando origen a sectas heréticas, escuelas filosóficas, corrientes psicoanalíticas o errores y malentendidos culturales casi insalvables. Sin embargo, habría que determinar qué se entiende pormalatraducción. Las traducciones españolas de los años cuarenta hechas por Guillermo López Hipkiss, por ejemplo, el traductor de los libros de Guillermo Brown, de Richmal Crompton (Crompton, 1939), quizá no resistieran hoy la crítica de ningún seminario universitario, pero parece claro que López Hipkiss fue un excelente mal traductor. Si se pregunta aún a narradores españoles que hoy rondan los sesenta cuáles han sido sus influencias más importantes, es muy posible que, después de rendir el obligado homenaje a Faulkner, Proust o Joyce, reconozcan paladinamente que López Hipkiss tuvo un gran influjo en su formación. Y es que Guillermo López Hipkiss, contra todo pronóstico, logró traducir y trasplantar al español el humor británico y acuñar un lenguaje castellano plenamente coherente y sumamente útil, aunque sin duda hoy olvidado. ¿Quién inventó, por ejemplo, exclamaciones como “¡repámpano!”, “¡recristo!” o, sobre todo, la inimitable “¡troncho!”?

Hora es ya, sin embargo, de explicar el título elegido para este discurso, que es el nada original de “Servidumbre y grandeza de la traducción”. Hay en él claras resonancias de la “Miseria y esplendor de la traducción” de José Ortega y Gasset, pero me gusta más el mío, porque la traducción es, en todas las acepciones de la palabra, una manera de servir y porque espero poder demostrar, antes de que mi discurso acabe, la certeza del conocido dicho, atribuido a José Saramago, de que, si los escritores hacen la literatura nacional, los traductores hacen la literatura universal. He preferido servidumbre y grandeza a otras expresiones más clásicas, como alabanza y menosprecio, elogio y vituperio, etc., porque no es mi intención apostrofar a la traducción ni caer en el ditirambo, sino hablar sencillamente de la actividad traductora tal como la he vivido y la vivo, y de los traductores que conozco y he conocido. “Servidumbre y grandeza”, no hace falta decirlo, se inspira en laServitude et grandeur militaires de Alfred de Vigny (antes se decía “Alfredo de Vigny”), que en 1835 escribió unas tristes memorias, más de otros que suyas, bien traducidas en 1939, por Alfonso Nadal, con el acertado título “Servidumbre y grandeza de las armas”.

***

En realidad, es difícil decir nada nuevo sobre la traducción. Se ha dicho de ella (sin distinguirla de la interpretación de lenguas) que es, con la prostitución, la profesión más antigua del mundo, aunque está peor pagada. E incluso ha habido quien ha afirmado que traducción y prostitución son una misma cosa, porque consisten en definitiva en hacer por dinero lo que se debiera hacer por amor.

No obstante, para acometer en serio el tema de la traducción habría que comenzar probablemente por la archicitada declaración de Jorge Luis Borges: “Ningún problema tan consustancial con las letras y su modesto misterio como el que propone una traducción” (Borges 1980: I, pág. 87). Y recordar acto seguido la prudente admonición de ese gran señor de la traducción que fue el mexicano Alfonso Reyes: “En punto a traducción es arriesgado hacer afirmaciones generales. Todo está en el balancín del gusto” (Reyes 1986: pág. 156). De todas formas es más fácil hablar mal de algo que bien y por eso, para empezar lanzando una andanada por debajo de la línea de flotación, nada mejor que invocar al terrible Thomas Bernhard, que en su obra de teatro El reformador del mundohace decir al protagonista:

Los traductores desfiguran los originale
Lo traducido solo llega al mercado como algo desfigur
Es el diletantismo
y la suciedad del traductor
lo que hace una traducción tan repugnante
Lo traducido da siempre asco

                                        (Bernhard, 2001: pág. 30) (1)

(1) Die Übersetzer entstellen die Originale / Das Übersetzte kommt immer nur als Verunstaltung auf den Markt / Es ist der Dilettantismus / und der Schmutz des Übersetzers / der eine Übersetzung so widerwärtig macht / Das Übersetzte ist Übersetzers / der eine Übersetzung so widerwärtig macht / Das Übersetzte ist immer ekelerregend [...] (Bernhard 1983: págs. 903 y 904).

En sus Conversaciones con Krista Fleischmann Bernhard había anticipado ya su opinión: “Un libro traducido es como un cadáver mutilado por un coche hasta quedar irreconocible. Se puede buscar los pedazos pero ya no sirve de nada. La verdad es que los traductores son algo horrible. Pobre gente que no recibe nada por su traducción, los honorarios más bajos, algo que clama al cielo, como suele decirse, y ellos hacen un trabajo horrible, así que en cierto modo todo se equilibra. Cuando se hace algo que no vale nada no se debe recibir nada por ello” (Bernhard 1998: pág. 124).

Ortega y Gasset, en su Miseria y esplendor de la traducción, presenta un panorama algo menos desolador.

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José Ortega y Gasset publica en “La Nación” de Buenos Aires en 1937, en forma de una serie de artículos, su justamente famoso ensayo Miseria y esplendor de la traducción (Ortega y Gasset, 1956).

No obstante, preciso es reconocer que en él habla más de la miseria que del esplendor. Dice Ortega: “La traducción no es un doble del texto original; no es, no debe querer ser la obra misma con léxico distinto. Yo diría: la traducción ni siquiera pertenece al mismo género literario que lo traducido. Convendría recalcar esto y afirmar que la traducción es un género literario aparte, distinto de los demás, con sus normas y fidelidades propias. Por la sencilla razón de que la traducción no es la obra, sino un camino hacia la obra”. (Ortega y Gasset, 1956: págs. 76/77 y 78/79).

“En el orden intelectual –añade Ortega– no cabe faena más humilde. Sin embargo, resulta ser exorbitante”. Y no deja en buen lugar a los traductores: “Escribir bien implica cierto radical denuedo. Ahora bien: el traductor suele ser un personaje apocado. Por timidez ha escogido tal ocupación, la mínima” (págs. 12/13).

El guatemalteco Augusto Monterroso, aunque en esa misma línea, será luego mucho más generoso: “Desde que por primera vez traté de traducir algo me convencí de que si con alguien hay que ser paciente y comprensivo es con los traductores, seres por lo general más bien melancólicos y dubitativos” (Monterroso 1985: pág. 90). Incluso, por pura simpatía, Monterroso llega a hacer afirmaciones que sabe perfectamente que son falsas, como “... ni el más torpe traductor logrará estropear del todo una página de Cervantes, de Dante o de Montaigne”. La experiencia demuestra, sin embargo, que hay traductores capaces de estropear cualquier cosa.

Curiosamente, las ideas de Ortega sobre la traducción se acercan a las que luego expondrá Nabokov, del que hablaré más adelante. Dice uno de los personajes que aparecen en la última parte del texto de Ortega: “Imagino, pues, una forma de traducción que sea fea, como lo es siempre la ciencia, que no pretenda garbo literario, que no sea fácil de leer, pero sí que sea muy clara, aunque esta claridad reclame gran copia de notas al pie de la página...” (Ortega y Gasset 1956: págs. 86/87).

Tal vez haya algo de justicia poética en el hecho de que al traducir al alemán un pasaje de Miseria y esplendor de la traducción (El pasaje es: “De ahí que cada pueblo cortase el volátil del mundo de modo diferente, hiciese una obra cisoria distinta, y por eso hay idiomas tan diversos con distinta gramática y distinto vocabulario o semantismo” (págs. 68/69), los traductores alemanes hayan tropezado siempre, al no entender que Ortega no se refería a lo fugitivo, lo volátil del mundo (“das Flüchtige der Welt”) sino que, sencillamente, estaba comparando el mundo con un pollo o un pavo y hablando de la forma de trincharlo de cada pueblo.

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Discurso de Miguel Sáenz en su entrada en la RAE (III)

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Tercera entrega del discurso de entrada de Miguel Sáenz a la Real Academia Española

Servidumbre y grandeza de la traducción (III)

En un discurso en el que pretendo hablar no solo de la servidumbre de la traducción sino también de su grandeza resulta imposible no aludir a la Escuela de Traductores de Toledo, para Don Gregorio Marañón una de las tres aportaciones esenciales de España a la historia de la Humanidad (las otras dos son el descubrimiento de América y el enriquecimiento de la mística universal (García Yebra, 1994: pág. 91)). Sin embargo, la verdad es que sabemos poco de los traductores (si es que ya se llamaban así) de esa famosísima escuela, de la que se ha dicho que no fue una verdadera escuela, ni estrictamente de traductores ni tampoco de Toledo (sino también de Ripoll, Tarazona, Tudela y otros lugares).

No es posible, sin embargo, despachar con un par de frases lo que fue la traducción en la España de los siglos XII y XIII, y resulta imprescindible remitirse al respecto a D. Valentín García Yebra, que en su libroEn torno a la traducción( García Yebra, 1983: págs. 307 y sigs.) describió cumplidamente el esplendor y eficacia de la traducción en esos tiempos.

A Toledo fueron a parar restos muy valiosos de la famosa biblioteca de Alhaken II, de 400.000 volúmenes, cuando, como dice D. Ramón Menéndez Pidal, las bibliotecas eclesiásticas de la Europa occidental “contaban sus libros por docenas o no pasaban de la centena” (Menéndez Pidal, 1954: pág. 726). Musulmanes, cristianos y judíos convirtieron a Toledo, como es sabido, en “el gran centro de transmisión de la cultura árabe a la Europa Occidentalcristiana” (García Yebra, 1983: pág. 310).

Por mi parte, quisiera mencionar al menos el nombre del arzobispo Raimundo, fundador de la escuela de estudios arábigos-latinos convertida luego en “Escuela de Traductores” y, aunque solo sea como homenaje al inolvidable personaje creado por D. Antonio Mingote Barrachina, más conocido por “Mingote”, al canónigo catedralicio Domingo Gonzalbo, también llamado “Gundisalvo”, que fue un gran impulsor de la Escuela. No puedo hacer ahora el elogio que merecería la labor posterior de Alfonso X (nacido en 1221), un monarca que no en balde ha pasado a la Historia con el sobrenombre de “el Sabio”.

En general, cuando se habla de la traducción como profesión, como oficio, se suele decir que el concepto de originalidad era muy distinto en otros siglos y que la defensa de la “originalidad” a todo precio es una herencia del romanticismo que todavía padecemos. Pero creo que no es cierto. Como señala también García Yebra enTraducción, historia y teoría, “la traducción en general y en particular de los grandes autores de Italia (Dante, Petrarca, Ariosto, Sannazaro, Tasso) floreció en España durante el Siglo de Oro con fuerza y esplendor semejantes a la pujanza y brillo de la literatura original” (García Yebra, 1994: pág. 151).

***

A lo largo del siglo XVII se va diferenciando al traductor del intérprete, y el término “traductor” (tradutor) aparece documentado en el Tesoro de la lengua castellanade Covarrubias (de 1611), en donde, bajo el lema “tradución”, se dice: “Si esto no se haze con primor y prudencia, sabiendo igualmente las dos lenguas, y trasladando en algunas partes, no conforme a la letra pero según el sentido, sería lo que dixo un hombre sabio y crítico, que aquello era verter, tomándolo en significación de derramar y echar a perder” (Covarrubias, 1993). Sin embargo, como ha observado D. Pedro Álvarez de Miranda, “traducir y traducción se documentan hacia 1442 en Juan de Mena” y ya en 1508 (un siglo antes de que Covarrubias compilara su Tesoro) Francisco de Ávila se había referido a fray Ambrosio Montesino como “traductor del Cartuxano”. Y en la célebre carta-prólogo de Garcilaso antepuesta a la traducción de El cortesanohecha por su amigo Juan Boscán, Garcilaso aseguraba (en 1534) haber sido este “muy fiel «tradutor» de Castiglione”. Es decir, “traductor no «se incorporó» al español en 1611, sino acaso –seamos prudentes– a principios del XVI, en convivencia con traduzidor, que está en Nebrija (y también antes, a mediados del XV), trasladador, etc.” (Álvarez de Miranda, 2010).

Ahora bien, ¿qué pensaba Cervantes, por ejemplo, de la traducción, de los traductores? ¿Como es posible que no conozcamos siquiera el nombre del supuestoautor de gran parte de la obra más famosa de la literatura española?

Los pasajes en que Cervantes habla de la traducción en el Quijote han sido mil veces analizados y comentados. Sin embargo, es un hecho que el “morisco aljamiado” de que habla el capítulo IX del Quijote no tiene nombre conocido... aunque es verdad que Cervantes no pretende que el lector crea que su libro es realmente una traducción y se limite a utilizar el manido recurso del “manuscrito encontrado”, habitual en los libros de caballerías.

La metáfora de los tapices del revés de que se habla luego en el capítulo LXII durante la visita a una imprenta en Barcelona no es de Cervantes. Aparece ya trece años antes de la publicación de la primera parte delQuijote, en laPrefación al Lector del Arte poética de Horacio traduzida de Latín en Españolpor Don Luis Zapata (Lisboa 1592) y hay quien dice que procede de Temístocles, a finales del siglo VI y primera mitad del V antes de Cristo. Pero da igual. Las palabras de Cervantes son muy claras: “Osaré yo jurar –dijo don Quijote– que no es vuesa merced conocido en el mundo, enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrinconados! ¡Qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua a otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles ni arguye ingenio, ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel”. En definitiva, Cervantes distingue entre la traducción, sobre todo del griego y el latín, que considera una noble ocupación del escritor, y la profesión del intérprete, trujamán, dragomán o faraute que hace su humilde oficio por dinero o, como en el caso delQuijote, por unas arrobas de pasas y unas fanegas de trigo. En realidad, Cervantes comparte plenamente las ideas de su época sobre la traducción.

De una época en la que, por cierto, casi todos los escritores, bien o mal, traducían. Ahora bien, como dice Ruiz Casanova en suAproximación a la historia de la traducción en España, la opinión común era que los traductores eran “para unos, corruptores de la lengua castellana y deturpadores de las obras que traducen, y para otros, ingenuos, dedicados a una tarea imposible” (Ruiz Casanova 2000: pág. 251). Es cierto que Cervantes salva a dos famosos traductores: el doctor Cristóbal Figueroa, traductor del Pastor fido de Battista Guarini y, sobre todo, Juan de Jáurigui (o Jáuregui), traductor del Aminta, de Torquato Tasso y, al parecer, buen amigo del propio Cervantes. En el capítulo II de El viaje al Parnaso, Cervantes le dedica un poema:

Y tú, DON JUAN DE JAUREGUI, que á tanto
El sabio curso de tu pluma aspira,
Que sobre las esferas le levanto:
Aunque Lucano por tu voz respira,
Déjale un rato y con piadosos ojos
A la necesidad de Apolo mira:
Que te están esperando mil despojos
De otros mil atrevidos, que procuran
Fértiles campos ser, siendo rastrojos.

                                       (Cervantes, 1841: pág. 283).

La traducción aparecerá otras veces en la obra literaria de Cervantes. No obstante, Michel Moner, de la Universidad de Grenoble, subraya que “la labor del traductor se venía desprestigiando en España. Como trabajo literario, se la consideraba ya como trabajo servil y de pocos méritos” (Moner, 1990: pág. 515). Y, por si fuera poco, afirma: “La problemática de la traducción queda estrechamente vinculada, en los textos cervantinos, con rasgos y conceptos más bien negativos, como el equívoco y la mentira, la falsificación y el plagio”. (Moner, 1990: pág. 524).

También José Ramón Trujillo, en su artículo “La traducción en Cervantes: lengua literaria y conciencia de autoría” (Trujillo, 2004: pág. 174), se refiere al “desprecio generalizado que sufría la traducción en el siglo de oro”, aunque admite que “resulta problemático hablar de traducción en la época como si se tratara de un término unívoco. Bajo esa voz encontramos tanto traslaciones, adaptaciones y versiones de obras o fragmentos, como imitaciones de temas, fórmulas y estructuras” (pág. 177).

El propio Boscán, modelo de traductores, se muestra escéptico. En la dedicatoria a doña Gerónima Palova de Almogávar de su traducción deIl Cortigianode Baltasar de Castiglione dice que siempre consideró “vanidad baxa y de hombres de pocas letras andar romanzando libros, que aun para hacerse bien, vale poco, cuanto más haciéndose tan mal que ya no hay cosa más lexos de lo que se traduce que lo que es traducido” (Alvar, 2009: pág. 157. Y casi un siglo más tarde (1521) Lope de Vega escribe enLa Filomena: “... plegue a Dios que yo llegue a tanta desdicha por necesidad, que traduzca libros de italiano a castellano; que para mi consideración es más delito que pasar caballos a Francia”. (García Yebra, 1994: pág. 202).

Parece, pues, evidente que los tiempos no valoraban demasiado la labor del traductor ni la traducción profesional. Menos mal que al final del episodio de la visita a la imprenta, Don Quijote dice: “Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traductor, porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen”.

Habrán de pasar siglos antes de que Goethe escriba, también en tono condescendiente pero con mayor justicia: “ Porque se diga lo que se diga de la insuficiencia de la traducción, esta es y sigue siendo una de las ocupaciones más importantes y más dignas del intercambio mundial”.(2)

(2) Denn was man auch von der Unzulänglichkeit des Übersetzens sagen mag, so ist und bleibt es doch eines der wichtigsten und würdigsten Geschäfte in dem allgemeinen. Weltverkehr. (Goethe, 1985: pág. 434).

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Discurso de Miguel Sáenz en su entrada en la RAE (IV)

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Vladimir Nabokov
Cuarta parte del discurso de Miguel Sáenz en su entrada a la Real Academia Española.

Servidumbre y grandeza de la traducción (IV)

Hora es ya, sin embargo, de decir algo a favor de la traducción o, al menos de una forma de traducción: la documental practicada en los organismos internacionales. Debo adelantar que, aunque mi contacto con las Naciones Unidas haya sido casi constante desde 1965, fecha en que, tras superar un examen, ingresé en ellas como funcionario, los datos que puedo ofrecer se basan, casi exclusivamente, en mi propia experiencia. Y pido perdón por tener que recurrir a mi biografía personal, lo que volverá a ocurrir a lo largo de este discurso.

La resolución 32 del primer período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1946, recordó que la Conferenciade San Francisco de 1945 había adoptado una resolución, según la cual el artículo de la Cartarelativo a la admisión de nuevos Miembros no se aplicaría a aquellos Estados “cuyos regímenes se hubieran instalado con el apoyo de las fuerzas armadas de países que lucharon contra las Naciones Unidas”.

El idioma español, sin embargo, no corrió nunca peligro de no ser admitido como idioma oficial de la Organización, dado que más del 30% de los países que asistieron a esa Conferencia eran de habla española (18 países, salvo error). Con todo, la realidad es que España no tuvo voz (aunque México se la prestara) durante algunos años.


Lo cual no quiere decir que exiliados españoles no participaran desde el primer momento en las actividades de la Organización, porque, como es sabido, la guerra civil española irradió hacia el exterior un número impresionante de republicanos, muchos de ellos de alto nivel intelectual. Debo destacar la importancia que ha tenido siempre, en la traducción al español en las Naciones Unidas, el exilio. Y no sólo el que fue consecuencia de la guerra civil española, sino también el exilio argentino, el uruguayo, el chileno, el exilio cubano... Y, si se añade a las Naciones Unidas en sentido estricto la constelación de organismos especializados pertenecientes a su (entre comillas) “familia de organizaciones”, la dispersión de los traductores de habla española por el mundo resulta asombrosa. 

Siempre me pareció extraordinaria, por ejemplo, la posibilidad de compartir despacho en las Naciones Unidas con un exembajador chileno, con un exdecano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Montevideo, con –José Ángel Valente– uno de los mejores poetas españoles del pasado siglo, con un novelista de talla universal como el argentino Julio Cortázar o con el poeta, también argentino, Juan Gelman, y también con diputados, magistrados, catedráticos o políticos de todos los países hispanonoamericanos.

Una consecuencia (y una dificultad) de la pluralidad de nacionalidades representadas en la sección de traducción española es que todos –traductores y revisores– tienen que aceptar que el español, el castellano, no es patrimonio exclusivo de ningún país. A partir de 1955 España entró en las Naciones Unidas como miembro de pleno derecho, por resolución 995 del décimo período de sesiones de la Asamblea General, y el número de traductores procedentes de España aumentó, pero, dado el grado de cohesión entre el español culto de todos los países de habla española, nunca hubo dificultades insalvables, y la sección española cumplió, y sigue cumpliendo, su segunda misión principal (la primera es facilitar el entendimiento entre los delegados), que es la de conservar y renovar el idioma español.

Además, en su afán diario por forjar un castellano culto, la Sección de Traducción ha tenido siempre muy claras dos cosas: para quién traduce y quién fija las normas de la lengua española. Son en definitiva los países Miembros (con mayúscula según la ortografía de la Organización) los que sancionan o aprueban la terminología, y muy especialmente en lo que se refiere a sus propios nombres. Si un buen día la Costa de Marfil decide llamarse en todos los idiomas Côte d’Ivoire, la Secciónno tiene nada que decir. Por otra parte, la Sección acata en principio todas las decisiones de la Real AcademiaEspañola, por ejemplo en materia de ortografía de esos nombres, pero solo, como se subrayaba recientemente en una nota terminológica emanada de la Organización, “a reserva de la opinión decisiva de los países interesados”.

Mi llegada a las Naciones Unidas tuvo para mí dos efectos importantes: en primer lugar, comprendí, no teórica sino prácticamente, que el español no era la lengua de España y los españoles sino la de 22 países y cientos de millones de personas. Y luego aprendí rigor (no se podía traducir cualquier cosa por simples preocupaciones estilísticas), respeto a los precedentes (sin perjuicio de poder proponer las innovaciones que estimase necesarias) y responsabilidad (las consecuencias de las resoluciones de la Asamblea General o, sobre todo, del Consejo de Seguridad podían ser muy graves en todos los órdenes).

El nivel de mis compañeros, no solo los veteranos sino también, muchas veces, los recién llegados, hacía que la Sección fuera para mí un lugar donde aprendía a diario a escribir español. Y muy pronto adopté como máxima el viejo proverbio castellano que citó en Valencia Antonio Machado en el Congreso Internacional de Escritores de 1937: “Nadie es más que nadie”... Aunque había pasado ya por un par de universidades españolas, las Naciones Unidas fueron para mí, en todos los sentidos “mis universidades” (para utilizar la expresión de Máximo Gorki). Y el antiguo Manual de instrucciones para los traductoresde la Organización recogía tres principios que, como guía, me siguen pareciendo plenamente válidos para cualquier tipo de traducción: “uniformidad terminológica, claridad sintáctica y concisión estilística”. Un día me di cuenta de que también aquellos documentos que traducía, muchas veces áridos, eran literatura.

¿Cuál sería la valoración del traductor de las Naciones Unidas en la escala que va de la servidumbre a la exaltación? Por un lado, se trata de un traductor excepcional, por el simple hecho de estar bien remunerado. Además sabe que trabaja para una causa noble. Sin embargo, la verdad es que dista mucho de ser un hombre libre: teóricamente al menos, todo su tiempo está al servicio del Secretario General de las Naciones Unidas y el anonimato de su tarea es absoluto, aunque puedan exigírsele por ella responsabilidades. Por otra parte, y por encima de sus propias convicciones, debe someterse, en cuestiones lingüísticas, a lo que decidan los delegados de los países de la Organización. Es decir, se trata de una profesión que tiene sus luces y sus sombras.

Sea como fuere, quiero expresar aquí y ahora mi agradecimiento sincero a mis colegas de las Naciones Unidas, que en Nueva York, Ginebra, Viena y en realidad en el mundo entero, me enseñaron todo lo que sé, poco o mucho, sobre traducción.

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En 1985 yo enseñaba “Teoría de la traducción” en el Instituto de Lenguas Modernas y Traductores de la Universidad Complutensede Madrid. Mi predecesor, que se jubiló entonces, fue D. Valentín García-Yebra y mi sucesor luego D. Javier Marías, lo que, unido a que el Instituto había sido creado y dirigido por D. Emilio Lorenzo, parece indicar que esa institución es una buena cantera de académicos.

El libro de cabecera de mis alumnos, todos ellos graduados universitarios, era laTeoría y práctica de la traducciónde García Yebra (García Yebra, 1982), y yo me dediqué también a enseñarles teoría... y sobre todo práctica de la traducción. El primer día de clase les cité la inmortal frase de Mefistófeles: “Gris, caro amigo, es toda teoría, / y verde el árbol dorado de la vida”(3), pero jamás volví a repetírsela.

(3)  “Grau, teurer Freund, ist alle Theorie, / Und grün des Lebens goldner Baum” (Goethe, 2010: versos 2038 y 2039, págs. 144 y 145).

En aquella época los estudios de traductología estaban casi en sus comienzos: Mounin, y Steiner eran imprescindibles, Vinay/Darbelnet también y pronto vino el deslumbramiento de L’épreuve de l’étrangerdel gran Antoine Berman (Berman, 1984).

En los años que siguieron, en realidad hasta hoy, las teorías se multiplicaron y las facultades de traducción e interpretación proliferaron en España. Se llegó a una especie de escolástica (“escolastismo” diría Miguel de Unamuno) en la que los traductólogos enseñaban fundamentalmente a aprendices de traductólogos. Y alguien hizo una parodia becqueriana:

No digáis que, agotado su tesoro, / de asuntos falta, enmudeció la lira. / Podrá no haber traductores, pero siempre / habrá traductología.

Hoy, después de estudiar mucha teoría y teorías de la traducción (excelente el libro de Anthony Pym, Exploring Translation Theories (Pym, 2010)) estoy convencido de que posiblemente nunca tendremos una teoría de la traducción que valga para todo y para todos. Creo que, muy benjaminianamente, cada nueva teoría complementa a las anteriores, iluminando nuevas facetas. Klaus Reichert ha sido más pesimista: “No hay ningún método de traducir, ninguna teoría. Toda teoría puede refutarse con otra: todo método vale solo para el ejemplo con que se quiere demostrar.” (Reichert, 2003: pág. 298).

Ahora bien, ¿qué significa la teoría para la independencia, para la afirmación del traductor y la traducción?

Hay dos autores que me gustaría traer ahora a colación: Benjamin y Nabokov. Walter Benjamin es quizá el teórico de la traducción más citado, muy especialmente por su obra La tarea del traductor. Paul De Man dijo una vez que “en la profesión no eres nadie a menos que hayas dicho algo sobre ese texto” (De Man, 1985). Aunque no se trate precisamente de una prosa diáfana, para Benjamin parece haber algo indudable: cada nueva versión de una obra en otra lengua provoca su supervivencia y la ilumina de una forma distinta. En definitiva, si su afirmación se completa con las teorías que expone en otros ensayos (como La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica (Benjamin, 2011), no resulta demasiado atrevido llegar a la conclusión de que, para él, una obra literaria es esa obra más sus traducciones a los distintos idiomas. Todas las versiones son equivalentes y ninguna de esas versiones (y ninguno de sus autores) es “superior” a los demás.

En cuanto a Vladimir Nabokov, hay que situarlo claramente en el bando de la servidumbre de la traducción. No es casual que escribiera un artículo titulado precisamente “The Servile Path”, la senda servil (Nabokov, 1959). Al menos en su traducción del Eugenio Oneguin de Pushkin, en la que tardó cinco o seis años, Nabokov rechaza todo lo que no sea la más pedestre fidelidad. Su trabajo es un trabajo de eslavista para eslavos, casi se podría decir de esclavista para esclavos. Como el mismo Nabokov confesó en una entrevista en 1962, “a la fidelidad de la transposición lo he sacrificado todo: elegancia, eufonía, claridad, buen gusto, uso moderno e incluso corrección gramatical”. Habla de “transposición” y no de traducción, pero su Eugenio Oneguinno es tampoco una transposición, sino, a lo largo de sus cuatro volúmenes, una especie de inmensa exégesis y explicación de la novela de Pushkin. No obstante, lo que importa es que, aunque pueda discutirse si el Oneguinde Nabokov es o no una verdadera traducción (un tipo de traducción absolutamente literal), parece evidente que no se trata de una copia, sino de un original acompañado por un aparato crítico desmesurado. Como dice Nabokov, su ideal eran las “notas copiosas, notas que se alcen como rascacielos hasta lo alto de las páginas, dejando solo el fulgor de una línea textual entre el comentario y la eternidad”. No está muy lejos de las tesis de Ortega y no resulta muy animador para un traductor que aspire a ganarse la vida con su oficio.

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En realidad, hay que recurrir a Borges para liberar al traductor de su condición de siervo... lo que puede tener consecuencias imprevisibles. Sin embargo, antes de hablar de Borges quisiera hacer una breve alusión a Suzanne Jill Levine, profesora de la Universidad de California y famosa traductora al inglés de literatura latinoamericana. Su libroThe Subversive Scribetiene un título provocativo (literalmente sería “La escriba subversiva”, aunque podría traducirse, de forma muy libre, como “La criada respondona”). El libro está dedicado, sobre todo, a la descripción de sus traducciones de y con Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy y Manuel Puig, autores no precisamente fáciles. A pesar del título, Levine reclama su condición de colaboradora y no de sirvienta. Su intención es hacer al traductor visible y comprensible, y ya en el prefacio del libro se pregunta “¿Qué es un traductor? ¿Erudito, lingüista, embaucador, traidor, conquistador o, simplemente, como ha insinuado Gregory Rabassa [otro famoso traductor norteamericano], un escritor tímido?”. Levine se contesta a sí misma diciendo que el traductor puede ser todos esos personajes, pero ella o él tiene que ser escritor (Levine, 2009: págs. i y ii).

En cuanto a Borges, más de un estudioso ha señalado que, en realidad, su obra entera gira en torno al problema de la traducción (Vidal Claramonte, 2005). Y Alan Pauls ha observado que “la obra de Borges abunda en esos personajes subalternos, un poco oscuros, que siguen como sombras el rastro de una obra o un personaje más luminoso. Traductores, exégetas, anotadores de textos sagrados, intérpretes, bibliotecarios, incluso laderos de guapos y cuchilleros: Borges define una verdaderaética de la subordinaciónen esa galería de criaturas anónimas, centinelas que custodian día y noche vidas, destinos y sentidos ajenos, condenados a una fidelidad esclava o, en el mejor de los casos, al milagro de una traición redentora” (Pauls 2004: pág. 105). Añade Pauls: “A lo largo de su carrera, el mismo Borges no desaprovechó ocasión para desempeñar ese papel. Los años multiplican sin cansarse las figuras del parásito: Borges traductor, anotador, prologuista, antólogo, comentarista, reseñador de libros...”. “Es uno de los axiomas básicos en los que descansa la política borgeana: original siempre es el otro”. “Forma de ficción parasitaria, la traducción es el gran modelo de la práctica borgeana” (pág. 111).

Las ideas, luminosas ideas, de Borges sobre la traducción se encuentran esparcidas por toda su obra, pero, sobre todo, en “Las dos maneras de traducir”, de 1926, “Las versiones homéricas”, de 1932 y “Los traductores de las 1001 noches”, de 1935. Mención aparte merece sin duda el “Pierre Menard, autor del Quijote”, para George Steiner “probablemente el más agudo y denso comentario que se haya dedicado al tema de la traducción” (Steiner, 1981: pág. 91) y, para Waisman, el mejor analista del Borges traductor, “probablemente el comentario más lúcido de Borges sobre las relaciones entre lectura, escritura y traducción” (Waisman, 2005: pág. 13).

La historia que relata ese ensayo es conocida: Pierre Menard, dice Borges, “No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino elQuijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original: no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes” (Borges,1979: I, pág. 334).

El ya citado Waisman dice que, “con demasiado frecuencia se juzga que la traducción «propiamente dicha» conduce a copias inferiores al original” (Waisman 2005: pág. 20). “Mediante una inversión que nos obliga a repensar los conceptos en juego, Borges desplaza el acento: sugiere que no hay «textos definitivos»; solo borradores y versiones”. (pág. 47). En “Las versiones homéricas”, Jorge Luis Borges deja caer su frase lapidaria: “El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio” (Borges, 1980: I, pág. 87).

Por otra parte, en su ensayo sobre “Los traductores de las 1001 noches”, la inmortal Alf Layla wa-Layla, Borges, al comparar las diversas versiones, no hace intento alguno de referirlas al original, del que parece considerarlas independientes. Cree que las traducciones no tienen por qué ser inferiores al original y en “Las versiones homéricas” habla de “la superstición de la inferioridad de las traducciones” (Borges 1980: I, pág. 88), sosteniendo que el mérito de una traducción no radica en la lealtad, sino en cómo usa el traductor la infidelidad creadora para reinscribir la obra en un contexto nuevo (Waisman, 2005: pág. 229).

Borges, en “Sobre el Vathek de William Beckford”, incluido en Otras inquisiciones, hace su afirmación más extrema: “El original es infiel a la traducción” (Borges, 1979: II, pág. 253). Ese libro, que “pronostica, siquiera de un modo rudimentario, los satánicos esplendores de Thomas de Quincey y de Poe, de Charles Baudelaire y de Huysmann”, Beckford lo escribió en francés en 1782, y Samuel Henley lo tradujo al inglés en 1785. El francés del siglo XVIII es menos apto que el inglés para comunicar los “indefinidos horrores” de la singularísima historia, y la traducción, según Borges, se convierte en el verdadero original.

Frances R. Aparicio señala que, en realidad, Jacques Derrida va más lejos aún que Borges, al afirmar que, si hay una deuda en la traducción, es la del autor del primer texto con sus eventuales traductores. “El original es el primer deudor, el primer demandante, quien comienza por echar en falta y llorar por la traducción” (Derrida, 1985: pág. 228). En cualquier caso, las tesis de Borges, por iluminadoras y geniales que sean, y aunque sirvan para dar al traductor muchas ideas sobre las que reflexionar y para liberarlo de complejos, son peligrosísimas cuando se trata de formar nuevos traductores. ¿Como animar a los alumnos a practicar la “infidelidad creadora”, cómo defender una “mala traducción” como equivalente, por lo menos, a una “buena”?

Tal vez las opiniones, mucho más reposadas y menos “subversivas” de Octavio Paz resulten más útiles en la práctica, aunque probablemente, sobre todo, en el ámbito de la poesía. En primer lugar, resulta curioso que Paz, que se mueve en un terreno poético, haya descrito las destrezas artísticas y lingüísticas del traductor de una forma metafórica, pero muy gráfica: “Pasión y casualidad pero también trabajo de carpintería, albañilería, relojería, jardinería, electricidad, plomería… en una palabra: industria verbal” (Paz, 1978: págs. 6 y 7).

Según la ya citada Frances R. Aparicio, para Paz el vigor de la traducción dentro del contexto de la literatura moderna se explica, en primer lugar, por la gradual desaparición del concepto de autor y autoría que comienza a tomar vigencia desde el movimiento simbolista (Aparicio, 1991: pág. 66). Paz estima que “es como si el que traduce se reencarnara en el primer autor, tratando de recrear su mundo interno para transponerlo al suyo propio, escuchando «la voz de la otredad» que es, a su vez, su propia voz” (Paz, 1974: pág. 207).

Para Paz, “cada traducción es, hasta cierto punto, una invención y así constituye un texto único” (Paz, 1971: pág. 9). ¿Es realmente la traducción un género literario, como afirmaba Ortega? ¿O más bien una función especializada de la literatura, como dice Octavio Paz, que llama a traducción y creación “o p eraciones gemelas” (Paz, 1971: pág. 14) y subraya la objetividad y el respeto hacia el texto original como uno de los ideales del traductor? La “veneración” del texto “exige” la fidelidad. Gracias a ese respeto por lo diferente, por el otro, la traducción cumple su tarea civilizadora. El traductor, al reconocer lo otro, “se obliga a reconocer que el mundo no termina en nosotros y que el hombre es los hombres” (Paz, 1975: pág. 162).

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continúa en la entrada de mañana



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