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Traducciones censuradas durante el franquismo

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A nadie se le escapa que, por muy moderna que se presente la industria editorial española, muchas de las traducciones que incluso hoy circulan por la Península fueron realizadas durante el franquismo y, por lo tanto, arrastran la censura de esos largos años de oscurantismo.

Según se señala en la página de inicio, “TRACE (http://www.ehu.es/trace/colectivo.html) es un proyecto de investigación colectivo e interuniversitario sobre las Traducciones Censuradas que agrupa a investigadores de las universidades de León y País Vasco, Universidad de Cantabria y Miguel Hernández de Elche. I.P. Ibon Uribarri”.

El objetivo es simple: “Este proyecto de investigación abarca el estudio de la traducción y la censura de diferentes géneros textuales en diferentes combinaciones lingüísticas en España (1939-1985), tema que viene siendo rasgo definitorio del equipo de investigadores. Se inscribe en los Estudios Descriptivos de Traducción, que se completan con una visión más amplia de la censura basada en las ideas de Pierre Bourdieu. La investigación tiene una base empírica, que se sustancia en la catalogación electrónica de más de 13.000 traducciones (corpus ó catálogo). Esto permite el trabajo con corpus textuales amplios (corpus 1) que incluyen textos representativos seleccionados según criterios objetivos.

En los últimos años se está dando el paso hacia la digitalización y alineación de los corpus y el uso cada vez más intensivo de tecnologías de análisis textual. El análisis textual informatizado se complementa con la aplicación de conceptos de la lingüística textual y el análisis del discurso aplicado a la traducción. La combinación de estas herramientas conceptuales y técnicas permitirá; seguir profundizando en el conocimiento de la realidad lingüística y cultural de las traducciones censuradas y en el funcionamiento de la censura en la producción textual en general.”

A la fecha, los investigadores que integran el proyecto han publicado Traducción y censura en España(1939-1985). Estudios sobre corpus TRACE: cine, narrativa y teatro,  (http://www.ehu.es/argitalpenak/images/stories/libros_gratuitos_en_pdf/Humanidades/Traduccion%20y%20censura%20en%20Espana%20(1939-1985).pdf), con edición de Raquel Merino Álvarez.

Vale la pena darse una vuelta por la página. 



Spregelburd, Coelho y "todo el mundo"

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Además de haber traducido a Harold Pinter y a Sarah Kane, entre otros, Rafael Spregelburdes un excelente actor de teatro, cine y televisión, y un gran director teatral. Tal es así que su presencia, hoy en día, resulta insoslayable en pantallas y escenarios. Y eso quizás le juegue en contra a la hora de considerar que, por si fuera poco, en el reparto de virtudes le tocó también ser un extraordinario escritor que se aventura allí donde otros no van. Por caso, y a modo de brevísimo ejemplo, esta columna publicada en el diario Perfil, de Buenos Aires, el 26 de julio pasado.

Ulysses cambió su foto de perfil

Coelho anda gritando en los recreos que Joyce le hizo mucho daño a la literatura. Es recurrente que desde las mieles del éxito se descargue la furia (aunque cuesta imaginar a Coelho enfurecido) contra fantasmas indelebles embebidos en un prestigio al que semejantes disparates harán más publicidad que mella. Coelho ha dicho en realidad que “Joyce hizo mucho mal a la literatura porque nadie lo ha leído pero todo el mundo dice que lo ha leído”. Sí, el problema de Coelho no es con Joyce, sino con “todo el mundo”.

La opinión de un “internetual” (como el brasileño gusta definirse a sí mismo) no dejará rastro “intelectual” de esta disputa, magnificada por los medios sólo porque es divertida y hace que unos y otros riamos por lo bajo como Patán. Pero sugiero olvidar el motivo central para ir por rutas laterales, verdaderamente aceitosas. ¿Quién será “todo el mundo” para Coelho? ¡No creo haberme topado con nadie que mienta haber leído a Joyce! ¿Para darse ínfulas de qué? Pero en cambio, debo confesar con culpa que sí he hecho apestosamente lo contrario: suponer que Coelho es horrible sin haberlo leído jamás. En la misma semana de su declaración desembozada, me preguntaron en una entrevista con mil trampas qué autor me parecía horrible, y me pareció que quedaba bien si decía Coelho. Coelho debe ser horrible, tantos lectores no pueden sino estar equivocados. Hoy pienso –con horror– que mi problema, igual que el del pobre Coelho, rechoncho en sus creencias, es “todo el mundo”. O casi. Y que leer no es más que una lupa que hace evidente ese problema.




"Cualquiera se atreve a juzgar nuestra labor"

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Josefina Cornejopublicó el siguiente texto en El Trujamán del 28 de julio pasado.

¿Quién lo ha traducido?

Ayer, a las nueve de la tarde, puse el punto final, por fin, a un proyecto que me ha traído por la calle de la amargura estos tres últimos meses. Acabo de enviarlo a la editora. Está entregado, mi parte está hecha. Pero ahora me asalta otra preocupación. ¿Se venderá bien? ¿Gustará el libro? Mejor dicho, ¿gustará la traducción?

He traducido documentos privados de cierto personaje que no ha pasado a la historia por sus grandes hazañas en pos del progreso de la humanidad. Será recordado más bien como artífice, autor e impulsor de una de las mayores matanzas de las que fue testigo el siglo que dejamos atrás hace ya unos años. He vertido al español, pues, la cotidianidad familiar de tan infame figura. Y resulta que, más allá del valor histórico que puedan representar, puesto que se concibieron en los años de mayor terror y crueldad, tales escritos están repletos de faltas ortográficas, hacen gala de una pobre sintaxis, ignoran las reglas de puntuación y utilizan un alemán llano, muy llano, que solo de vez en cuando se adorna un poco. En fin, este señor, que pronunció discursos rimbombantes con una retórica en ocasiones un tanto complicada, en los que gustaba de referencias a grandes autores del pasado y en los que de continuo evocaba a sus ancestros, los dioses nórdicos y las raíces privilegiadas y exclusivas de su pueblo, en su vida privada resulta anodino y, pese a escribir mucho, descubrimos que no lo hacía muy bien. Sus cartas y diarios nos muestran a un tipo relajado que no hace gala de alardes literarios; no hay ninguna pretensión en ellos, como tampoco la hallaremos en la traducción. No es tarea del traductor corregir el texto, ¿cierto? Pero, ¿lo entenderá así el lector? ¿Escucharemos eso tan manido de «la traducción es muy mala»? ¿Se culpará a quien la firma de la mediocridad del material?

Observo desde hace un tiempo que cualquiera —sea lector asiduo, lector esporádico o alguien que apenas haya pasado las páginas de un libro— se atreve a juzgar nuestra labor sin más. «Qué pena cuando el libro está mal traducido», escuché hace unas semanas de boca de una persona que se precia de leída. ¡¿Cómo?! No creo que tenga la costumbre de leer la traducción al tiempo que la contrasta con el original. Sinceramente, lo dudo. Entre otras cosas, porque el comentario en cuestión lo hizo a propósito de una novela escrita en un idioma bastante alejado del nuestro y con el que guarda bien pocas similitudes: el húngaro.


Me viene a la memoria otra sutil observación de una compañera de mi clase de conversación —por esto de no perder el dominio oral tras tantos años de esfuerzo, trabajo y, admitámoslo, dinero—. Me preguntó que si traducía libros. He de admitir que aprecio, eso sí, cierta curiosidad en el otro cuando confiesas que te dedicas a la traducción. Asentí con la cabeza. «¡Qué interesante!», dijo uno de los presentes, quien también quiso saber si mi nombre aparecía impreso. «Sí, pero, bah, la única persona que lo busca es mi madre», reconocí. «Y yo, cuando el libro está mal traducido», afirmó otro de los que allí se encontraban. ¿Habrase visto semejante…? No, si ahora resulta que todo el mundo tiene nociones (¿someras?) de inglés, francés, alemán, y también de ruso, polaco o chino, o lo que se tercie. Y, por supuesto, no se me ocurre cuestionar el magistral manejo del español de estos lectores, ya sean asiduos, esporádicos o que apenas hayan pasado las páginas de un libro. Faltaría más.

¡Muy buenas noticias: ahora estamos en youtube!

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Como es sabido por todos quienes frecuentan este blog, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires se reúne físicamente una vez por mes en algunas de las dos sedes actuales del Centro Cultural de España. Las actividades que allí transcurren se graban y, hasta ahora, podían consultarse en la columna de la derecha de este blog, bajo la rúbrica "Reunión del Club de Traductores".

Ahora bien, a lo largo de estos seis años,  gracias a los buenos oficios del CCEBA, se utilizaba el espacio de ustream tv que la institución rentaba para difundir sus actividades y, entre ellas, las nuestras. Sin embargo, como los lectores habrán comprobado, las actividades permanecían disponibles por un lapso de unos tres meses y luego salían del stream

Para solucionar ese problema y hacer que las reuniones que realizamos, el CCEBA queden disponibles para todo el mundo y por tiempo indeterminado, se ha dispuesto subir todo ese material (¡sí, los seis años de reuniones!) a youtube, poniendo así on line todo lo que llevamos hecho para un público incluso más amplio.

De ese modo, los interesados podrán recurrir, de ahora en más, a este canal exclusivo: https://www.youtube.com/channel/UCHcdbt4-3M3d1uZl_p0tOYg 

Witold Gombrowicz recordado en Buenos Aires

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 Mientras la Biblioteca Nacional de Argentina prepara para el próximo jueves un encuentro alrededor de la figura del escritor polaco, en el que participarán más de sesenta críticos, psicoanalistas, dramaturgos, historiadores, sociólogos y periodistas, Pablo Gasparini, autor de El exilio procaz: Gombrowicz por la Argentina, publicó ayer la siguiente columna en el diario Página 12.

La lengua rejuvenecida

En Buenos Aires, Gombrowicz escribe en polaco y traduce al español y al francés. Es una apuesta triple que apunta a su patria, al territorio local de su exilio y a la república mundial de las letras. Se trata de una apuesta que se da en una dimensión bastante diferente a la de la publicación de sus primeros textos en Polonia, con tirajes pagados por su padre o, a medias, de su propio bolsillo. Imaginar cómo hubiera sido esta trayectoria literaria si no hubiera ocurrido la guerra es un atrevimiento ético o un ejercicio de ciencia ficción histórico-política. Lo cierto es que Gombrowicz se internacionaliza desde Argentina; un espacio que si bien le resultó hostil en sus círculos consagrados lo introdujo, por otro lado, a la tan latinoamericana experiencia de lo babélico, a la certeza de no poseer un único Nombre o Padre, a la falta de soberanía de un significado estable desde donde constituirse. Así, el polaco geba, por tomar un término clave, es también gueule y facha y aun, como se lo sugiere Manuel Gálvez en una carta, escracho.

Creo que éste es el punto donde su biografía pampeana, tan rica en datos y anécdotas sobre los percances materiales –Gombrowicz durmiendo en el piso de la sala de un amigo durante meses, almorzando en el funeral de un desconocido, cambiando de pensión por falta de pago– se encuentra con la condición de su propia lengua: la de la sobrevivencia. Traducir del Polaco al polaco, hacerlo sobrevivir, implica, tal como Benjamin lo insinúa en relación con la genealogía entre original y traducción, el desafío de la sobrevida, “que no merecería este nombre si ella propia no fuese mutación y renovación” o, podríamos decir nosotros, si ella misma, la sobrevida, no fuese rejuvenecimiento, ese devenir del que Gombrowicz confiesa sentirse afectado durante su exilio sudamericano. Escribir en polaco a extramuros de su sacra Comunidad implica, de hecho, reinventarse y reinventar esa lengua desde el resbaloso territorio donde los significados, espectralmente liberados de su pasado, ganan en movilidad lo que pierden en consenso. Hay en ese ofrecimiento a los otros con que Gombrowicz se entrega a la traducción –a la sociedad de voces del café Rex– el reconocimiento de una pérdida. Nunca, en estas traducciones, se trata de honrar y heredar el túmulo de la lengua polaca, más bien se trata de una actividad lúdica, festiva, donde la lengua, regada a Bols, es colaborativo pasaje de sentidos posibles.

Y si, por seguir con la célebre Facha, pensamos que este concepto además de sus semas de apariencia, convoca la velada manera en que un “indudable” macho argentino puede referirse, sin aparentes suspicacias, a la belleza o pinta de otro “indudable macho argentino”, podríamos arriesgar que es la subterránea fuerza sexual del lenguaje la que impulsa aquella (algo histriónica) desafiliación desacralizadora por la que la lengua de Gombrowicz logra rejuvenecerse y rejuvenecerlo. Otro furtivo lugar donde escritura y cuerpo, se dicen y se tocan.


Dos calzoncillos largos marca Hering

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Lectura y charla con Ariel Magnus a propósito de la traducción al alemán de su libro La abuela, que cuenta la dramática historia (y a la vez un desopilante viaje en el presente) de una inmigrante alemana sobreviviente de Auschwitz desde la mirada tierna y humorística del mayor de sus nietos. En alemán, el libro se publicó con el título Zwei lange Unterhosen der Marke Hering (Dos calzoncillos largos marca Hering).

Lectura breve en castellano y alemán.
Charla en castellano con el autor. 

Participan Ariel Magnus y Silvie Rundel (Die Zeit). Lee en alemán: Andrea Bélafi. Modera: Carla Imbrogno.

Jueves 7 de agosto a las 19 h
Biblioteca del Goethe-Institut: Av. Corrientes 343.
Entrada libre y gratuita.

Un libro de memorias “muy poco convencional” de una sobreviviente del Holocausto. Así se refirió el Jüdische Zeitung a La abuela, el libro de Ariel Magnus que Kiepenheuer & Witsch publicó en Alemania traducido por Silke Kleemann. La crítica alemana en general no escatimó elogios, pero ésta en particular resalta el espíritu del autor, que a modo de prólogo advierte: “Existe una vasta literatura de y sobre los sobrevivientes de los campos de exterminio nazis. Este libro no deriva de esa literatura ni tiene la intención de acrecentarla. La idea que lo rige no es la de reflexionar sobre el Holocausto ni la de contar para los anales la historia de una sobreviviente más. Su tema es una abuela y su nieto, en este caso mi abuela (que sobrevivió Auschwitz) y yo (que a veces reflexiono sobre asuntos que ignoro)”.

En su libro, Magnus reproduce en castellano –y dejando colarse expresiones en alemán y portugués– un reportaje en el que la abuela le cuenta caóticamente cómo siguió de manera voluntaria a su madre ciega a los campos de Theresienstadt y Auschwitz, para ser liberada de milagro en Bergen-Belsen y recalar vía Suecia en Porto Alegre, donde residió hasta su fallecimiento en 2013. La particularidad de esta crónica ha significado un desafío en materia de traducción a una lengua meta que está presente cultural-, histórica- y literalmente en el original mismo. En el libro en castellano de Magnus, las partes en las que habla la abuela son traducciones (del autor) del alemán y del portugués al castellano. La versión alemana del libro exigió volver a las fuentes: los casetes con las desordenadas grabaciones. El cambio de título fue una decisión editorial y retoma la imagen de un regalo incansable de la abuela a su nieto: una y otra vez, dos calzoncillos largos de la marca brasileño-alemana Hering.

Sobre la forma del relato, el escritor advierte que retratar a su abuela “no es solo contar su historia, sino ante todo reproducir su forma de contarla. Por eso los capítulos testimoniales reproducen con la mayor fidelidad posible su forma de hablar y de organizar o más bien de desorganizar la información. Aunque su discurso resulta algo confuso al principio, solo así se logra transmitir la voz de la abuela con la vitalidad que de alguna manera la salvó de una muerte segura”.


Pero no solo del pasado habla el libro. Ariel Magnus explica lo que lo mueve a hablar también del presente de una persona de la que se supone que solo interesa su pasado: “en primer lugar, la intuición literaria de que mi abuela es un personaje notable, y en segundo, la corazonada periodística de que la curiosa relación que todavía mantiene con el país de sus verdugos dice mucho de ese horrible pasado que ella preferiría olvidar y yo aquí busco reconstruir”.

Ni Buster Keaton ni los Hermanos Marx: José Salas Subirat, por Lucas Petersen

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Con el título "Salas Subirat: primer traductor del Ulises de James Joyce al castellano", Lucas Petersendio ayer una charla francamente desopilante en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Se refirió en ella a los orígenes de Salas Subirat, su paso por el grupo de Boedo, sus aventuras como vendedor de seguros, sus muchas teorizaciones sobre los seguros, las incursiones en los libros de autoayuda y, claro, la traducción de Joyce, con muchos vericuetos en el medio que planteó como piezas sueltas de un fantástico rompecabezas que incluye a Héctor Pedro Blomberg, César Tiempo, el editor Santiago Rueda y el cantante de boleros Mario Clavel.

Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Lucas Petersen es periodista cultural especializado en música e historia de la cultura, trabajó en varias emisoras radiales y colaboró, entre otras publicaciones, con la revista Ñ. Es docente de Historia en el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). Obtuvo una beca del Fondo Nacional de las Artes para investigar la vida de José Salas Subirat, primer traductor Ulises de James Joyce al castellano.

Hasta que se suba el video a youtube, puede vérselo aquí: http://www.ustream.tv/recorded/50989073

"Vivimos una época incierta y desdibujada"

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Ismael Attrache ha publicado la siguiente columna en El Trujamán deñ 30 de julio pasado. Vale la pena reproducirla.


Leer traducciones

Con frecuencia he comentado con varios colegas la perplejidad que me causan ciertas declaraciones de algunos traductores, que, cuando se les pregunta, aseguran que no suelen leer traducciones, que prefieren recurrir al original, especialmente cuando el texto está escrito en la lengua en que ellos trabajan. Más frecuente es todavía que los lectores de a pie (por llamarlos de alguna manera) lamenten verse obligados a recurrir a una traducción, cosa que, según ellos, les priva del sabor original, de la pureza, de la integridad de una obra que, por lo que se deduce de sus palabras, se ha visto corrompida, casi pisoteada.

Cuando empecé a traducir profesionalmente, hace quince años, también me obsesionaba esta idea de la integridad del texto original, esa noción, no sé si platónica o romántica, de que en algún lugar existía una obra incólume a la que yo debía aspirar. Esa idea, ahora mismo, casi me parecería ingenua si pudiera obviar la tensión innecesaria que causa a quien la alberga. Creo que también subyace en ella no sólo un cierto esnobismo, sino también una cierta tentación de trascendencia, de convertir nuestro oficio en una especie de coyunda sublime con las musas, en un pretexto para darse importancia, para adquirir un prestigio social que nos haga acreedores de la admiración de los demás. Motivos muy comprensibles, por otro lado, para entregarse a una profesión, pero que acaban entorpeciendo su desarrollo. 

Página traducida tras página traducida, se fue erosionando en mí esa idea de lo original, de lo intocable y de lo sublime; mi manera de ejercer la profesión fue saliendo del panteón de las cosas inmutables y grandiosas para irse situando, o más bien internando, en un terreno mucho más problemático pero también más interesante y más ambiguo: el de una exploración nunca concluida, el de una investigación a la que no se puede poner el punto final (nunca mejor dicho), sino cuya puntuación, por razonada y coherente que sea, siempre puede volver a revisarse. O discutirse.

Vuelvo a manifestar el asombro que me causa que un traductor, un lector, se vanaglorie de no leer traducciones. Porque al estudiar la obra de otros colegas, no sólo percibimos nuestras propias limitaciones y descubrimos soluciones nuevas a problemas que quizá habíamos dado por resueltos de un modo demasiado precipitado, sino que estamos haciendo otra cosa que tiene mucho que ver con todo lo que es literatura y lenguaje: estamos poniendo a prueba nuestro mundo interior, ése que hemos ido construyendo y amarrando a base de palabras; es decir, nos estamos abriendo a otras versiones, a las palabras del otro, a la deconstrucción de nuestros prejuicios y, quizá, al desarrollo de otras construcciones mentales nuevas y también perecederas. ¿Cuántos traductores, al consultarle una duda al autor al que traducen, han descubierto que éste no tenía la menor idea de por qué había puesto determinada palabra en cierto lugar? ¿Significa esto que existe un original inmutable? ¿Significa esto que sería más conveniente optar por lo ideal o por una incertidumbre consciente y razonada?

Creo que estas cuestiones reflejan posturas ideológicamente contrapuestas, por decirlo de algún modo, del ejercicio de la traducción y de la lectura. Quien prefiere leer únicamente lo que considera original se aferra a la seguridad ficticia de lo definitivo. Quien contempla el ejercicio de la lectura, de esa hiperlectura que es la traducción, como un proceso siempre inacabado en el que las voces de los demás desempeñan un papel crucial, en el que aportan un oxígeno imprescindible para que ese proceso siga teniendo sentido, se mudan a un lugar que resulta mucho más confuso pero también estimulante. Vivimos una época incierta y desdibujada en la que, con una frecuencia que de forma preocupante es cada vez mayor, unos y otros se lanzan con cierta desesperación a las seguridades de lo absoluto, a las fauces de eso que suele llamarse populismo. De forma modesta, página a página, quizá leer traducciones y enfrentarnos a las diversas construcciones de lo real pueda servir, en parte, para contener esa marea sucia.



Transformar un encargo en proposición activa

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“En este artículo se analiza una de las competencias fundamentales que tradicionalmente ha quedado excluida de las destrezas que se esperan de un buen traductor literario: la capacidad de convertirse en agente de su propio conocimiento de la cultura de la lengua extranjera desde la que traduce aún sorprende a muchos egresados de la titulación de Traducción e Interpretación, e incluso a algunos traductores. El cambio del papel pasivo al activo del traductor literario reside en el conocimiento del mercado editorial y de la propia literatura”. Así dice la bajada de la nota que nuestra querida Yolanda Morató publicó en La linterna del traductor (http://www.lalinternadeltraductor.org/n4/traductor-literario.html)

A vueltas con el traductor literario:
una reflexión sobre sus competencias

En la lengua inglesa la palabra agency tiene un doble significado. Por una parte, hace referencia a la consabida acepción que designa, como el término en español, una oficina, despacho o sucursal de una empresa en la que se gestionan asuntos del interés de unos determinados clientes. En una acepción formal del término, el inglés reconoce que hacer algo «by/through the agency of», de manera literal, por medio de la agencia de alguien o de algo, implica la intervención de una persona o cosa —el agente propiamente dicho— que tiene capacidad de obrar y causar efecto en el resultado. Dicho esto, la expresión inglesa bien puede aplicarse a la labor que desarrollan algunos traductores literarios cuando quieren introducir, y por tanto publicar, cierta obra de un autor en un país en el que se hable la lengua hacia la que traducen.

Esta agencia1 del traductor literario ha tenido lugar a lo largo de los siglos, cuando la figura del editor no estaba tan perfilada como en nuestros tiempos o simplemente no contaba con más competencias que las de sufragar y organizar la publicación en sí. Existen, por supuesto, casos singulares, como la edición de los poemas de Garcilaso de la Vegarealizada en 1580 por Fernando de Herrera, que constituye una edición crítica y filológica —con determinados desaciertos—, o la diferencia general entre las competencias del editor anglosajón y las de nuestros editores españoles, entre los que también podríamos señalar notables excepciones que no son pertinentes aquí.

La labor del traductor literario como descubridor, introductor y divulgador de autores no es, por tanto, nada nuevo, como tampoco lo es la confluencia de escritor y traductor en una misma persona. Recuérdese uno de los fragmentos de La novela de un literato, en la que Rafael Cansinos Assens reflexiona sobre el papel del traductor literario. Unos amigos del autor, Pepe y Manolo Molano (protagonistas de su novela póstuma Bohemia), le recomienden la traducción como vía de subsistencia que emplean muchos escritores; una realidad contraria, podría decirse, a la que vivimos hoy:

¿Por qué no traducía como Viriato y González-Blanco y tantos otros? Ahí tenía a Rafael Urbano y a Luis Terán, que se ganaban de ese modo la vida y además se hacían un nombre. ¡hasta Unamuno traducía para la España moderna!...
Yo torcía el gesto. eso de traducir, de verter al propio idioma los pensamientos ajenos, era algo secundario, servil. yo quería expresar los míos.
—Pero por algo hay que empezar. vea usted, Valle-Inclán mismo ha traducido  La Reliquia de Eça de Queiroz [.] una buena traducción tiene su mérito. los traductores —agregaba Manolo— han hecho un gran papel en la historia literaria2.

Bien es cierto que en el campo de la traducción literaria —al que por alguna razón muchos siguen llamando «no especializada» a pesar de que el lenguaje de la ficción es siempre, por fuerza, artificial y por tanto de lo más especializado— conviven aún varios clichés promovidos por el sector más conservador, o quizás sería más correcto decir por el más ajeno a la práctica de la traducción de textos literarios. El traductor de poesía debe ser poeta es de los peores estereotipos que se siguen propagando como un virus invisible. Me imagino a un poeta al que se le resistan los sonetos, o a otro a quien no le salga un endecasílabo que no resulte artificioso. Sería como poner a un saltador de trampolín a hacer saltos de obstáculos. Porque son todos saltos, ¿no es así? Igual de absurdas resultan esas afirmaciones que definen a la poesía como un todo o, aún peor, a la Literatura como un compartimento estanco.

Acabar con la imagen del traductor como el otro
Tradicionalmente hemos trazado una línea divisoria entre el original y su reproducción o, en términos foucaultianos, entre lo mismo y lo extraño. El traductor se convierte así, desde la óptica propia del poder, en el traidor del original, aquel que, en palabras de Cansinos Assens, «vierte al propio idioma los pensamientos ajenos». Como contrapartida, la Ley de Propiedad Intelectual (lpi) y sus posteriores refundiciones han garantizado un papel cada vez mayor en nuestro país a la figura del traductor, que ya es, desde hace décadas, autor. No obstante, al papel del traductor como lector —noción fundamental en los escritos de Gadamer— y de autor, hay que añadirle un creciente protagonismo de su función como agente.

La situación histórico-política de nuestro país posibilita ahora, además, que los traductores de estos últimos treinta años se conviertan en redescubridores de textos e imágenes culturales: por un lado, actualizan la labor que otros traductores llevaron a cabo hace más de medio siglo; por otro, rescatan fragmentos —que en ocasiones alcanzan páginas y páginas— que fueron suprimidos por las prácticas políticas de la censura y el empleo de la moral como excusa para eliminarlos. Mediante estas operaciones de rescate, los traductores no solo ponen a nuestra disposición nuevos textos o textos actualizados, sino que permiten reflexionar sobre antiguos conflictos existentes entre prácticas estéticas y políticas. El Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares atesora una cantidad ingente de material (los expedientes de censura literaria no tienen desperdicio) que permite reconstruir un mapa negado a la cultura de aquellos años. La traducción se convierte, por tanto, en la mayor posibilidad de acción y recuperación. Por eso, tanto los críticos literarios como los lectores deben exigir una actualización de las traducciones. No es fácil —las situaciones ideales siempre encierran tintes de utopía—, pero el traductor debe ir despojándose de la imagen de traidor, del otro, en definitiva, del culpable. Que existen malas traducciones en el mercado es una excusa muy gastada: también hay malas operaciones y malas construcciones, y nadie culpa a la Medicinay a la Arquitecturade traicionar sistemáticamente al ser humano. Tampoco debe olvidarse que una traducción que suene rara no es solo culpa del traductor sino también del revisor y, sobre todo, del editor. Si nadie compra hoy un coche con carrocería del siglo xxi y motor del xix. ¿Por qué sigue sucediendo con los libros?

¿Por dónde empezar?
En numerosos seminarios dedicados al gremio, los traductores intercambiamos información sobre cómo empezamos en nuestra profesión: algunos, por accidente, traduciendo algunos poemas en casa; otros, por insatisfacción, intentando mejorar algo que al leerlo no nos complació demasiado. Hay profesores, egresados de distintas Filologías, traductores con titulación pero con pocas horas de práctica literaria —al menos, si se comparan con el resto de las asignaturas en la carrera—, filósofos y gente que simplemente se puso manos a la obra, porque en la familia se hablaba la lengua de partida, o porque necesitaba ganar unas monedas.

No es de extrañar, por tanto, que muchos estudiantes —y algunos traductores afortunados— se muestren hoy sorprendidos ante la agencia del traductor literario que quiere hacer valer sus competencias sin mediación de la agencia tradicional. Si en muchos casos el escritor se ha puesto en contacto directo con el editor, ¿por qué no habría de hacerlo el traductor, si además es, por ley, también autor? No son pocos los estudiantes de las titulaciones de Traducción e Interpretación de nuestro país que se quedan estupefactos cuando, al contarles que deben contactar con los editores, ser ellos quienes den el primer paso, no comprenden una realidad que en el sector se llama, con cortesía, envíos no solicitados.

Las razones que justifican la ruptura de esta barrera invisible son muy claras y responden a lo que denomino la paradoja del sindicato soviético: para que te dieran trabajo tenías que estar afiliado al sindicato pero no te podías afiliar si no tenías trabajo; en otras palabras: es difícil encargarle una traducción literaria a alguien que no tiene nada publicado, pero es difícil publicar algo si no se está ya iniciado en este mundo.

Otra de las sorpresas en torno a la traducción literaria es el lugar que ocupa en los planes de estudio. En un artículo sobre las expectativas del cuerpo estudiantil, Arrés y Calvo observan que «los estudiantes de Traducción e Interpretación consideran, casi en exclusiva, el perfil literario o audiovisual (por afinidad con sus intereses o porque se trata de un perfil con mayor reconocimiento social)» dado que son perfiles profesionales «gancho» que se anuncian en las páginas web de las universidades españolas3. Si se analiza la estructura de las titulaciones españolas, se comprueba que, con la formación adquirida durante los años de licenciatura o grado, resulta improbable que los estudiantes obtengan la formación necesaria para ser traductores de obras literarias. Una gran mayoría de estos estudiantes afirman, además, que tienen una visión negativa o muy negativa del mercado de la traducción literaria, debida, principalmente, a lo que interpretan como un difícil acceso al mercado laboral y la escasa remuneración económica que esta labor conlleva si se compara con otras especialidades4.

El significado del no y qué no hacer
Los traductores literarios se encuentran hoy ante una doble realidad: por una parte, debido a la crisis, se han retirado gran parte de las subvenciones a las editoriales que servían, en palabras de editor, para «sufragar» las traducciones; por otro, el abaratamiento de costes de producción ha hecho que surjan nuevas editoriales, empresas pequeñas que no por ello descuidan la calidad, el trato al traductor y los resultados que se observan en las grandes firmas. Prueba de ello es que el Premio Nacional de Edición de 2008 se le otorgó al grupo Contexto, constituido por siete pequeñas editoriales entre las que están Libros del Asteroide, Global Rhythm e Impedimenta. Este tipo de sellos representan una nueva oportunidad para el traductor literario que no tiene acceso a las grandes editoriales, pero que cuenta con proyectos de traducción que pueden resultarles interesantes a los sellos independientes.

En los últimos meses han surgido diversos debates en torno a la aparición de un importante número de pequeñas editoriales. La agente literaria Carmen Balcells sembró algo de polémica cuando las comparó con las setas: «Ahora es la temporada. Brotan miles de ellas alegremente, por todos lados. Ahora hay que ver cuáles de ellas son transgénicas y cuáles no». A este comentario tan citado añadió Ignacio Echevarría su símil, por el que los pequeños sellos «vienen a ocuparse de la casquería de la industria», por más que se definan como lugares exquisitos; aunque también destacó Echevarría la habilidad de las microeditoriales para convertirse en «radares de lo que está por venir. posibilitando pequeños circuitos que se ajustan a la configuración cada vez más reticular de la nueva cultura»5.

Merece la pena, desde luego, probar suerte con distintas editoriales si conocemos una obra que nos parece «necesaria» entre la literatura publicada en español. Dice Antonio Rivero Taravillo, I Premio Andaluz de Traducción, que «un no suele suponer un sí perfeccionado», y no le falta razón. A cualquier tipo de negativa que recibamos le suele acompañar a menudo una posterior reflexión sobre qué puede haber fallado. Sin embargo, a pesar de que toda reflexión a posteriori siempre aportará algo interesante, conviene no descuidar precisamente todo lo contrario, los inicios. Conviene preparar un capítulo impoluto, o al menos, un texto cuidado en todas sus dimensiones, y que haya recibido varias revisiones por parte de, al menos, dos personas.

Recomiendo también el consejo de otro colega, el traductor Andrés Sánchez Pascual, Premio Nacional de Traducción y filósofo, que en una ocasión me dijo que no existen los problemas sin solución, sino los problemas mal planteados. Por eso, en no pocas ocasiones, que obtengamos un no quizás tenga más que ver con los planteamientos iniciales que con lo que aportamos en sí. Aunque parezca mentira, hay traductores que, cuando mandan su capítulo de prueba, pierden de vista el catálogo de las editoriales y quiénes las dirigen. Como sucede con el arte de regalar, lo que a uno le gusta no coincide necesariamente con los gustos de la persona a la que va dirigido el regalo. Cómo proceder queda, desde luego, a juicio de quien compra el regalo pero, por pura generosidad, siempre será mejor analizar los gustos del regalado. Dicho esto, entre el numeroso grupo de editoriales con el que contamos en España, habrá siempre catálogos donde nuestra traducción simplemente no encaje. Para ello, jamás deben perderse de vista ni las novedades editoriales ni los fondos de las editoriales a las que queramos dirigirnos.

El número, que podría llegar a ser el doble de acuerdo con los más de tres mil agentes editoriales privados, es impresionante, pero donde mejor se aprecia es en el hermoso «Mapa de metro editorial 2010», donde aparecen tantas paradas con nombres familiares que resulta fácil tomar conciencia del número de opciones y posibilidades que, como traductores, tenemos ante nosotros. Hay que armarse de paciencia —tampoco se trata de abusar del optimismo—, saber seleccionar y aprender de las líneas editoriales que nos resulten más interesantes.

¿Quedan obras literarias sin traducir? ¿Cómo ponerse manos a la obra?
En un país como España, donde los traductores se han dejado la piel y los ojos para poder subsistir (no hay que olvidar que para vivir de la traducción es necesario traducir muchas, muchas obras) parecería que el panorama literario guarda ya pocas sorpresas para el editor. Nada más lejos de la realidad. Como decía en un comienzo, el traductor es un agente literario y, como tal, debe estar preparado, no solo ya para «descubrir» nuevas obras sino para ejecutar toda una operación de marketing mediante la cual el editor se muestre de acuerdo con nosotros acerca de la necesidad de publicar la obra que le ofrecemos.

Existen hoy páginas interesantísimas con recursos para el traductor literario. Una de ellas es «Books of the Century», un análisis de la literatura publicada en lengua inglesa durante todo el siglo xx, año por año, realizado por Daniel Immerwahr, estudiante de doctorado en Historia en la Universidad de California (Berkeley). Immerwahr enumera los libros más vendidos durante todo el siglo xx, además de incluir una lista de obras que han recibido una importante atención por parte de la crítica de los países anglosajones. Ignoro la existencia de este tipo de recursos de información literaria en otras lenguas, pero el conocimiento de la cultura de la lengua desde la que se traduce es la mejor consejera sobre dónde y cómo averiguar qué autores son fundamentales, aunque hayan pasado desapercibidos en nuestro país.

Tampoco es recomendable perder de vista a los demás en el sentido más amplio. Tras las charlas y comunicaciones en los seminarios dedicados a la traducción, resulta frecuente encontrarse con estudiantes y con personas que ya se han licenciado, todo hay que decirlo, que han leído una obra y, por las razones que sean —desde la puntuación hasta el léxico pasando por las erratas—, consideran que el texto merece una segunda traducción. Quizás lleven razón; todos sabemos que todo texto es siempre, si no mejorable, ampliamente transformable en otro que parecerá más adecuando en el momento en que lo leemos. Pero los que trabajamos en esto sabemos que las traducciones suelen tener una vida media de cuarenta o cincuenta años (no solo en su vigencia lingüística sino en el propio mercado), y conviene recordar a quienes se inicien que cazar erratas e incongruencias de ediciones recientes puede resultar un pasatiempo curioso, pero con ello no rellenarán más que horas de conversación o las páginas de algún artículo. Es incuestionable que la reflexión sobre los éxitos y fracasos de un texto traducido nos ayuda a entender mejor los procedimientos que se emplean en un proceso tan complejo como la traducción. No obstante, no debe olvidarse que siempre es más fácil criticar un texto que escribirlo o que traducirlo.

Otro error frecuente consiste en tomarse las cosas a la tremenda: ponerse manos a la obra para contactar con un editor no significa traducir la obra entera. He conocido a quienes han emprendido una hazaña de estas características. Creo que con algunos poemas o un capítulo fundamental para la obra es más que suficiente. No importa cuánto tiempo se tenga entre las manos: la derrota que supone ver el texto que uno ha estado traduciendo publicado por otro es tremenda. Tampoco hay creerse Colón ni Américo Vespucio, por decirlo con algo de humor. Las editoriales suelen encargarles las obras de escritores conocidos a sus traductores de confianza, para eso sirve la experiencia. A quienes empiecen, con creerse que van en alguna carabela es más que suficiente, para eso sirven los entusiasmos del principiante: hay más tiempo para leer, para formarse —y por qué no, para equivocarse—, para jugar a ser descubridor sin haber visto tierra aún.

A las competencias que tradicionalmente se le han atribuido al traductor literario o de libros debemos añadir otra: la capacidad potencial de transformar el tradicional encargo en proposición activa. Así podremos beneficiarnos no solo de las distintas habilidades y destrezas que hemos aprendido de los maestros durante años, sino también del inmenso regalo que supone ver materializada una apuesta personal a la que llega tras el fascinante camino del autoaprendizaje. 

1 A partir de aquí, emplearé la palabra en cursiva, por hacer referencia a la segunda acepción inglesa del término y no al significado que el término posee en español.
2 Tomo 1, p. 159. Cansinos Assens se cansa, sin embargo, de las traducciones, que acaba recibiendo en forma de incesantes encargos de distintos editores. En el segundo tomo de sus memorias se lamenta: «un escritor no debería saber lenguas, ni francés, para que los editores ‘generosos’ no pudieran ofrecerle esta clase de compensaciones» (p. 294), un sentimiento de desencanto que reside en la visión que tiene de cada uno de estos ‘oficios’: «Uno no piensa que la literatura sea una cosa práctica ni un medio de vida. Para eso está el periodismo y la traducción» (p. 291). Véase La novela de un literato (Madrid: Alianza, 1982, tomo 1; Alianza, 1985, tomo 2; y Alianza, 1995, tomo 3).
3 Eugenia Arrés López y Elisa Calvo Encinas. «¿Por qué se estudia traducción e interpretación en España? Expectativas y retos de los futuros estudiantes de Traducción e Interpretación», en Entreculturas, nº 1, 2009, pp. 618; 623.
4 «La traducción literaria en los planes de estudio españoles. Percepciones y creencias de los nuevos estudiantes». Con la incorporación del grado, estoy trabajando en estos momentos en una nueva recogida de datos relacionada con las impresiones sobre la traducción literaria en el alumnado de los nuevos planes universitarios.»
5 Ignacio Echevarría, «Dj editores», El Cultural, 11 de junio de 2010, p. 35.


Inéditos de Virginia Woolf en castellano, que acaban de ser publicados

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Miguel Ángel Martínez-Cabeza acaba de traducir y publicar los ensayos incluidos en Atardecer en Sussex y otros escritos, que reúne trabajos inéditos en castellano de Virginia Woolf. Publicados por Abada Editores, de España, el 6 de agosto pasado, Juan Carlos Talavera dio cuenta de la obra en Excelsior, de México, y conversó con el traductor. 


La faceta más íntima y compacta de Virginia Woolf

CIUDAD DE MÉXICO, 6 de agosto.- Traducen y publican, por primera vez al español, 15 artículos y ensayos de la narradora inglesa Virginia Woolf (1882-1941) en el libro Atardecer en Sussex y otros escritos, donde aborda temas como la pintura y algunos viajes por España y Estados Unidos.

El volumen, publicado por Abada Editores, recién llega a México y, en entrevista con Excélsior, el traductor Miguel Ángel Martínez-Cabeza explica que éste ofrece un recorrido por la faceta más íntima de la narradora y ensayista, en la que se pueden apreciar los ejercicios de escritura más compacta que Woolf realizó a lo largo de su vida.

Atardecer en Sussex y otros escritos incluye 15 textos más, que habían permanecido dispersos, en los que Woolf escribe sobre música y sus viajes por Europa. “Aunque lo más importante es cómo Virginia Woolf mantiene su esencia como narradora y muestra la capacidad que tiene para trascender el momento; y es posible apreciar cómo la autora se aleja de la perspectiva académica para acercarse más al lector”, explica.

Vía telefónica desde España, el traductor considera que se debe resaltar que en estos textos existe una visión literaria, pero no evocadora de la autora, pues ella misma criticaba esa especie de “viajera sentimental”, pues aseguraba que es muy fácil tomar un elemento del paisaje, darle vueltas y hacerlo atractivo al lector. “Lo cierto es que ella no se detuvo a hacer eso”.

Sobre la idea de cómo nació este libro, Martínez-Cabeza comenta que el objetivo era compilar los 15 inéditos en español y reunirlos con otros 15 textos ya publicados, pero muy difíciles de encontrar, para así reunir esos otros temas de Woolf, como la pintura, la música y los lugares.

De los inéditos destaca “Prefacio a Pinturas recientes de Vanessa Bell”, quien era su hermana, “Exposición conmemorativa de Roger Fry”, “Norteamérica”, donde nunca ha estado, “El momento: una noche de verano” (póstumo); y otros que podrían ser ubicados entre los mejores que escribió, como “La Royal Academy”, “Dibujos y retratos”, “Extranjeros en Londres”, “El château y la vida en el campo”, “La casa de Lyme” y “Reflexiones de una puesta de Sol”.

Lo cierto es que a lo largo de esta compilación de escritos, que se ubican entre 1904 y 1947, se mantiene la esencia literaria de la escritora, “al mostrar un elemento común muy marcado: su posición cercana frente al lector. Recordemos que ella no tuvo formación universitaria, aunque no hizo otra cosa en su vida que leer y escribir”.

Así que la autora inglesa adoptó una perspectiva poco académica y esa idea la llevó a sus escritos sobre música y pintura. Y ella, que escribió con tanta fuerza, sensibilidad y con esa vena literaria, recrea en estos escritos imágenes muy interesantes, como en la Royal Academy, donde inventa una escena de teatro en la que participan los personajes de las pinturas, explica.

Una de las curiosidades del volumen es el pequeño artículo “A España”, donde se ve claramente que era muy poco viajera, pues sólo le gustaba montarse en tren por Inglaterra y pasear en la costa de Cornwall, donde vivió de niña. Entonces, al llegar a España… lo pasó fatal, desde su llegada en barco a Lisboa y el terrible viaje en tren, añade.

Otro elemento interesante en estos escritos de Woolf, señala Miguel Ángel Martínez, es que enfatiza lo que ella no quiere hacer en su escritura, y lo que no quiere era hacer ensayos de viaje donde utilizara el modelo que utilizaba Henry James, quien era amigo de la familia. Incluso hay otro texto, La viajera sentimental, donde Woolf dice que es muy fácil tomar un elemento del paisaje, darle vuelta y hacerlo atractivo al lector.

Así que éste es un volumen muy variado, que al mismo tiempo tiene ese elemento común, y esa visión de la viajera a quien no le gustaba hablar del viaje, indica. No olvides que Woolf fue una viajera con muy poca simpatía por el tema. Pero al mismo tiempo fue capaz de abordarlo con esa faceta literaria y totalmente contundente que se percibe en toda su literatura, agrega.

Otro texto muy evocador es el que da nombre al volumen “Atardecer en Sussex”..., donde se puede apreciar el  desdoblamiento que ella hace de sí misma. “Así que ella viaja en el coche y al mismo tiempo sucede un diálogo entre tres Virginia Woolf, donde aparece ella, ella misma y la otra Virginia, con esa visión de la perspectiva del que observa, asegura.

Es interesante que ese texto dé título al volumen. Primero por lo inglés y luego porque no crea una expectativa, que desde mi punto de vista sería confusa, el de presentar a la Virginiaviajera, concluye.


EXTRANJEROS EN LONDRES
(Fragmento del ensayo que habla sobre los distintos  tipos de viajeros)

Todo aquel que escribe algo, por poco que sea, escribe un diario de impresiones cuando viaja al extranjero. La escena es tan nueva, tan original, y está dispuesta con tanto encanto, como a propósito para ser contemplada y puesta por escrito, que los dedos se curvan alrededor de una pluma imaginaria y los labios pronuncian las palabras instintivamente. Sería agradable pensar que esta costumbre no es del todo banal; y la buena disposición con que leemos las impresiones sobre nosotros escritas por extranjeros da buenos motivos para la esperanza. No hace falta ser profundo,  comparar situaciones ni predecir el futuro para resultar interesante; todo lo que se requiere de uno es que mire de verdad y que describa tan cuidadosamente como sea posible. El don está casi obsoleto entre los nacionales de una edad respetable por la misma razón que raras veces encontramos a alguien de mediana edad capaz de describir la forma del cubo del carbón. Oxford Street, Kensington Gardens, Piccadilly —los meros nombres de estos lugares provocan tantos ecos, su vista se confunde tanto con una multitud de otras vistas, que un londinense que se sentara a describirlos podría terminar con un ensayo sobre el gobierno de los partidos o una disertación sobre la inmortalidad del alma—. Las impresiones de Huard y Rutari constituyen una lectura excelente porque tienen cierto distanciamiento; vemos nuestra superficie como si fuera en un espejo improvisado, y sin embargo la imagen refleja los colores de una serie de idiosincracias individuales y nacionales que la llenan en otro sentido de sugerencias para nosotros. La base de la representación es la misma en ambos casos. Todos los viajeros profieren exclamaciones por la extensión de Londres, su bullicio, sus multitudes, sus contradicciones. Al escucharlos uno podría pensar que París es un pueblecito pulcro o Berlín un centro de cultura provincial, como Leeds. Todos recorren sus calles perplejos y entusiasmados ante los incontables tipos de personas que fluyen a raudales por los estrechos canales, siempre en movimiento, siempre cambiantes y creando un alboroto continuado. Todos se maravillan con la destreza de los chicos de los periódicos y con la majestuosidad de los policías. Visitan la City, la Torre, Greenwich y se muestran sensibles, como sólo pueden hacer los extranjeros, a los encarcelamientos y ejecuciones que tuvieron lugar allí. «Êtes-vous bien sûr», le preguntó Huard al guardia de la Torre, «qu’aucun fantôme n’erre ici la nuit, traînant ses chaînes et murmurant ses plaintes?». «Completamente seguro, señor», le contestó el buen hombre; y la mayoría estaríamos de acuerdo con él. Citan los ensayos de Lamb que han leído y los  artículos del Spectator, recuerdan lo que el doctor Johnson decía sobre Charing Cross, e imaginan cuántos personajes distinguidos han caminado por donde pasamos ahora.


Autores de todo el mundo se unen para frenar el avance de la librería virtual.

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La noticia –seguramente un cable, porque no lleva firma– fue publicada por Ñ el 7 de agosto pasado. Se trata de una guerra entre hampones –Amazon y Hachette, pero podrían haber sido cualequieras otras distribuidora global y multinacional del libro– en la que los escritores quedan en el medio. Del lugar que le cabe a los traductores en esta pugna entre truhanes, mejor ni hablar.

Escritores unidos contra Amazon

Casi 900 autores de todo el mundo han firmado una carta protestando contra las tácticas de Amazon en sus agresivas negociaciones comerciales con la casa editorial Hachette, la cuarta más grande de los Estados Unidos. La lista incluye best-séllers y autores de prestigio y reconocimiento mundial como Paul Auster, Donna Tartt, John Grisham y Stephen King. El autor de thrillers tecnológicos, Douglas Preston, ha sido el creador de esta iniciativa.

A través de The Authors Guild, una organización estadounidense fundada en 1912 que milita por los derechos de autor, se publicó la carta que declara que –en el último mes– Amazon a) boicotea autores de Hachette; b) rehúsa aplicar descuentos a los títulos de Hachette; c) demora la entrega de títulos de Hachette por semanas.

La carta dice lo siguiente: “Como escritores, sentimos fuertemente que ningún vendedor debería bloquear la venta de libros o disuadir a clientes de comprar los títulos que desean. No es justo que Amazon, como parte de sus represalias, perjudique a un grupo de autores que no tienen parte en la disputa.” En su pulseada con Hachette, Amazon retruca que no hay motivos para que un libro electrónico cueste más de diez dólares. Lo justifica argumentando que un e-book no se imprime, no tiene gastos de distribución ni de depósito ni se corre el riesgo de hacer libros de más: una vez pagados los costos de edición, todo es ganancia. Para Douglas Preston: “Por mucho tiempo, Amazon ha estado abusando de su poder de una forma prepotente y creo que los autores están hartos. Nos sentimos traicionados porque ayudamos a Amazon a convertirse en una de las corporaciones más grandes del mundo. Lo apoyamos desde el comienzo, contribuimos con blogs gratis, reseñas no pagadas y todo tipo de tareas que Amazon nos pidió hacer sin recompensa.” Acerca de la protesta de los autores dijo: “Nunca en mi vida he visto a autores unirse como lo están haciendo en este caso.” Philip Jones, editor de Bookseller –una de las publicaciones más importantes sobre la industria editorial en los Estados Unidos– declaró: “Todo el mundo piensa que esta negociación va ser crucial para lo que viene. No sabremos cuáles sean los términos que se firmen cuándo eventualmente se pongan de acuerdo, pero eso será una línea dibujada en la arena con la cual todos tendremos que vivir.” Jones agregó: “Amazon es tan grande y tan dominante que esto tendrá un efecto global. Especialmente en el mercado de los libros electrónicos, en el cual si no estás siendo vendido o activamente promocionado por Amazon, estás muerto.” Ya ha habido disputas parecidas pero esta es la primera vez que se ha despertado la ira colectiva de los escritores. “Ser señalado como una empresa que es irrespetuosa hacia los autores no es nada bueno para Amazon.” dijo Jones.

Amazon ha intentado ganar terreno en la disputa ofreciendo darle el ciento por ciento de las regalías a los autores de Hachette mientras que dure la disputa, pero el sello editorial rechazó esta oferta.

Por su lado, Amazon dice que está luchando para ofrecer mejores precios a sus clientes. En una reciente entrevista con el Wall Street Journal, Russ Grandinetti, el vice presidente de contenidos de Kindle –el dispositivo de lectura electrónica de Amazon– afirmó: “Esta discusión es sobre los precios de los e-books. Los términos bajo los cuales establezcamos acuerdos comerciales determinarán el nivel de los precios que podremos ofrecer a nuestros clientes.” Nadie estima que la disputa Amazon-Hachette se resolverá pronto. Por su lado, Preston ha prometido seguir luchando por los derechos de autores.

Una gacetilloa de prensa

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Es sabido que, en Buenos Aires, desde el año pasado, la editorial El Hilo de Ariadna, dirigida por Leandro Pinkler y María Soledad Costantini, están publicando algo así como una Biblioteca Personal de J.M. Coetzee. Dicho de otro modo, tal parece ser que ellos le pagan a Coetzee para que éste les elija los títulos y les escriba un prólogo, y la editorial se encarga del resto. 

Se trata de una curiosa idea suntuosamente presentada, que cuenta, a la fecha, con títulos como La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne, La marquesa de O/Michael Kolhaas, de Heinrich von Kleist, Tres mujeres/Uniones, de Robert Musil, Madame Bovary, de Gustave Flaubert, El ayudante, de Robert Walser y se anuncian Watt, de Samuel Beckett, Roxana, de Daniel Defoe, El buen soldado, de Ford Madox Ford, Cuentos, de Franz Kafka, Las esferas del mandala, de Patrick White De todo esto nos enteramos leyendo la gacetilla de prensa que ahora anuncia la aparición de La muerte de Iván Ilich / Patrón y Peón / Hadji Murat, de Lev Tolstói, en traducción de nuestro viejo conocido Alejandro González, a quien felicitamos por la labor realizada. 

La gacetilla de prensa dice otras cosas, pero no vienen al caso.



Fealdades argentinas como formas de identidad (I)

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“Lenguaje político. Un diccionario recopila voces surgidas en democracia que interpretan experiencias y fenómenos de la historia reciente”, dice la bajada de la nota publicada por el periodista Fabián Bosoer en la revista Ñ del sábado 9 de agosto pasado.

Neopalabras para poder entender la Argentina

Cuánto de revelación y de recurrencia hay en el lenguaje político de los argentinos? ¿Nombramos fenómenos nuevos con categorías viejas o ensayamos nuevas palabras, neologismos o eufemismos, para revestir de novedad secuencias históricas que se reiteran, como variaciones o actos reflejos sobre las mismas temáticas y cuestiones, estímulos y respuestas?

¿Se ha enriquecido o empobrecido el discurso político en las últimas décadas? ¿Hay un lenguaje propio de la democracia, con sus modismos, semióticas y semánticas? ¿Qué nos dicen estas palabras acerca de los actos del habla que caracterizan al ámbito en el que se enuncia y despliega la construcción simbólica y material de la política, redes sociales y medios masivos mediante? ¿Son estos “decires” el resultado de una construcción social dialógica, que surge del debate y el diálogo entre diferentes voces?, ¿O representan una constelación de emisiones auto-referenciales que se reafirman en sus maneras de describir realidades?

Recordamos la tesis de Foucault en Las palabras y las cosas (1966) como premisa: cada momento de la historia posee ciertas condiciones subyacentes de verdad que constituyen una suerte de base material de toda subjetividad fundante; las condiciones del discurso cambian a lo largo del tiempo, de un período a otro. El lenguaje vale como signo de las cosas. Como expresión y agente de inscripción generacional y cultural de identidad social y de comunidades nacionales es, además, el ámbito donde es posible situar las disputas ideológicas, la creación de sentidos y la construcción de realidades. Los términos y las palabras conceptualizan segmentos de esa realidad y nos sirven para denominar objetos, individuos y procesos, permitiéndonos así aproximarnos al mundo.

El lenguaje político tiene, a su vez, sus propias reglas, lógicas, campos de gravitación y de acción; depende de quiénes lo utilizan, hacia quiénes se dirige y cuáles son sus condiciones de surgimiento y circulación. Dirigentes, funcionarios, periodistas, intelectuales, son portadores de emisiones y enunciados que nos permiten describir la dimensión discursiva de la democracia, sus universos de sentido, brújulas y hojas de ruta que orientan nuestras acciones y que las reproducen.

Sabemos lo que significó luchar por nuestro derecho básico a nombrar las realidades que vivimos y se nos escamoteaban –la palabra “desaparecidos” resume ese extremo de in-visibilización forzada: “que digan dónde están”, fue el reclamo. Tipificar conductas y procederes que no estaban contemplados en códigos y leyes, desplegar relatos que permitieran entender lo incomprensible fue tarea compleja de la transición. Luego tuvimos otros aprendizajes y distorsiones, como la de pretender que ciertas realidades existen sólo porque son nombradas –decir es hacer, prometer es realizar–, la práctica de instituir realidades retóricamente a la que es tan afecto el discurso político, con sus relatos justificatorios o apologéticos.

Nuestra historia política reciente estuvo signada por profundas crisis y transformaciones sociales, políticas y económicas, así como por permanencias y reincidencias, en cuyo desencadenamiento y desarrollo fueron centrales actores que incorporaron “repertorios de acción” y formas de decir que sedimentaron como sentido común de una época. En el Diccionario del léxico corriente de la política argentina (Editorial Universidad Nacional de General Sarmiento), Andreína Adelstein, lingüista, y Gabriel Vommaro, sociólogo, dieron cuenta de ello coordinando a un grupo de especialistas a quienes encargaron una selección de esas palabras tal como las utilizaron los actores políticos y como se fueron “naturalizando” entre los ciudadanos profanos de la política. Los 106 términos recogidos en este volúmen incluyen desde voces de larga tradición, como “mercados”, “neoliberalismo” o “populismo”, hasta términos técnicos popularizados, como “riesgo país”, “convertibilidad” o “default”, “puntero” o “piquete”, o vocablos que se cargaron de intensidad e intencionalidad, como “inseguridad”, “destituyente”, “saqueo” o el tan en boga “fondos buitre”. Palabras que constituyen señales de identidad para aquellos que las nombran, articulando así un discurso político cuyas piezas parecen haberse desmembrado con el desdibujamiento de las grandes tradiciones ideológicas.

Puede reconocerse, escribe Vommaro, que los significados del mundo son objeto de conflicto entre actores con desiguales capacidades de producirlos y difundirlos, y que el sentido común es siempre un acervo de significados en disputa, sometido a luchas por su conservación, revisión o redefinición. El lenguaje no es sólo un conjunto de recursos compartidos que hacen posible la mejor o peor inteligibilidad del mundo, sino también y sobre todo un campo de batalla por la definición de sus significados. La misma democracia, por ejemplo, empieza a conceptualizarse de otras maneras, sostiene Eduardo Rinesi: “ni como una utopía ni como una rutina ni como un espasmo, sino como un proceso continuo y progresivo de profundización, ampliación y universalización de derechos. De la democracia se va, entonces, a la democratización: de la idea de sistema a la de proceso. Y sobre todo: del vínculo entre democracia y libertad al vínculo entre democracia y derechos”.

Carlos Strasser, en su última obra La razón democrática y su experiencia (Prometeo) es más riguroso y escéptico respecto de las definiciones amplias y ambiciosas; el lenguaje, nos está diciendo, debe servir ante todo para precisar conceptos que nos permitan luego desarrollar hermenéuticas: democracia, por ejemplo, es una de las palabras más abusadas de nuestro tiempo, sostiene: “De lo que cabe hablar hoy es de un orden político que, en rigor, guarda un parecido remoto con el concepto de un gobierno del pueblo, incluso con el concepto reajustado al día, el cual remite por un lado, nada más –y nada menos– que a un estado constitucional de derecho en el que las autoridades son elegidas cada tanto por el voto popular, y por el otro a un régimen de gobierno que no está compuesto sólo por esa ‘democracia’ sino también por otro tipo de régimen político, con los que ella se entrelaza y cohabita, por ejemplo, con la tecnocracia, el corporatismo, la oligarquía o la partidocracia. Volvemos, pues, a la importancia de nombrar y significar el sentido de las palabras que utilizamos. Como señala Ivonne Bordelois en La palabra amenazada , “las lenguas no sólo se ‘emplean’ no son sólo valores de comunicación, expresión personal o uso colectivo: contienen la experiencia de los pueblos y nos la transmiten, pero sólo en la medida en que estemos dispuestos a reconocer su capacidad de poder hablarnos. La expresión ‘usar la lengua’ reduce la lengua a un instrumento cuando en realidad es un proceso que vastamente nos trasciende”.

Algunos ejemplos del Diccionario

Abuelas
Al igual que en el caso de Madres, en los usos coloquiales propios de los organismos de derechos humanos y de diversos grupos políticos y sociales afines a sus planteos se entremezclan en la mención a Abuelas connotaciones afectivas. En las notas periodísticas es, en cambio, más frecuente que se refiera a la agrupación por su nombre completo. (Luciano Alonso)
 
Corralito 
La expresión (...) alude a la imagen de una jaula cerrada mediante redes utilizada para el cuidado de niños que recién comienzan a dar sus primeros pasos. El paralelismo con este objeto es bien gráfico, ya que así como el corralito material no deja mover a los niños. (Damián Zorattini)

Destituyente 
La voz alude a una acción por la cual se despoja a una autoridad de su cargo (...) Sin embargo, en la Argentina el término adquirió nuevas connotaciones, que, de alguna manera, se impusieron sobre las anteriores, a partir de su uso en un documento emitido por un grupo de intelectuales el martes 13 de mayo de 2008 conocido como Carta abierta. Allí se fijaba la posición de los firmantes en el marco del conflicto entre el gobierno nacional de Cristina Fernández de Kirchner y las patronales agropecuarias. (Leonardo Eiff) 

Escrache 
Acción y el efecto de fotografiar, retratar o prontuariar a alguien (...) En la Argentina de mediados de los años noventa para designar un tipo particular de acción de protesta que llevaban adelante los organismos de derechos humanos para denunciar a personas que habían participado de la represión durante la dictadura militar. (Pablo Bonaldi) 

Piquete 
En la Argentinacontemporánea su uso se generalizó durante la década de 1990 para referirse al corte de rutas o calles como forma de protesta (...) En ese sentido, en nuestro país el piquete o los piquetes como forma de protesta social han quedado preponderantemente asociados a la organización y movilización de desocupados. (Sebastián Pereyra)


Fealdades argentinas como formas de identidad (II)

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Una ampliación de la nota publicada en el día de ayer, donde los autores de la obra le explican a María Luján Picabea, de Ñ, cómo recopilaron los términos y los riesgos que se corren ante el envejecimiento precoz de un trabajo complejo.

El glosario infinito

La discusión que damos aquí es sobre el lugar de las palabras en la política, y para ello nos inscribimos en la tradición teórico social, teórico política que dice que las palabras no son una añadidura, un agregado a una vida material independiente, sino que forman parte de la materialidad de la vida social y política, y son productivas, crean realidades”, resume el sociólogo e investigador Gabriel Vommaro y habla del  Diccionario del léxico corriente de la política argentina. Palabras en democracia (1983-2013) , producto de un proyecto interdisciplinario que coordinó junto a la lingüista Andreína Adelstein, con el apoyo de la Agencia Nacionalde Promoción Científica y Tecnológica y la Universidad NacionalGeneral Sarmiento (UNGS).

El proyecto, surgido en 2008, se agitó hacia el interior de un grupo de investigadores del Instituto de Desarrollo Humano de la Universidad, cuenta Adelstein, que integraba junto a Vommaro y Eduardo Rinesi, entre otros. Ellos comenzaron a interrogarse sobre frases y términos emblemáticos de las distintas etapas, desde el retorno a la democracia. “La idea era hacer un repertorio del modo en que el lenguaje político decía algo sobre el ciclo político argentino reciente”, comenta Vommaro y agrega que fue Adelstein y el equipo del área de ciencias del lenguaje quienes dieron una forma más esquemática a la idea, que se materializó, luego, en el diccionario.

“Lo primero que hicimos fue ver qué tipo de diccionario queríamos. Pensábamos que tenía que ser un diccionario no especializado sino para el gran público y que tuviera una doble mirada, la de la política y la del cambio lingüístico. Para ello señalamos ‘palabras testigo’, es decir, palabras que representaran momentos determinados del lapso, que clasificamos según los períodos presidenciales y a partir de áreas temáticas”, detalla Adelstein.

Aquellas palabras, que se convertirían luego en las 106 entradas fueron rastreadas, cuenta la lingüista, en entrevistas con especialistas: “Les consultábamos sobre las palabras más representativas de los últimos 30 años. Con ellas definidas, luego, íbamos a la prensa para buscar ejemplos y usos”. Una vez definido el corpus, el equipo –integrado por Adelstein, Victoria Boschiroli, Mariana Berri, Inés Kuguel y Julieta Straccia, de área de lingüística; Ricardo Aronskind, Sergio Morresi, María Elena Qués, Eduardo Rinesi y Gabriel Vommaro, del área política, con la colaboración de Susana Nothstein y Gabriela Krickeberg– convocó a más de sesenta autores para que redactaran las entradas, con los que trabajó en un intenso ida y vuelta para lograr homogeneizarlas. “Antropólogos, economistas, historiadores, politólogos y sociólogos aceptaron el desafío de describir en un espacio breve, y para un público no necesariamente experto en la materia, términos asociados a temas en los que ellos son, en la mayoría de los casos, reconocidos especialistas”, escriben los coordinadores en el prólogo.

De ese trabajo interdisciplinario, surgió un diccionario que, considera Adelstein, “arriba a una mirada lingüística del funcionamiento de las palabras y el rol que tienen en la política, en la conformación del léxico de un país”, y para ello se apeló– como bien dice en el prólogo– al léxico común del español de la Argentinareciente, en el marco del desarrollo histórico social. Por léxico común entendemos el conjunto de vocablos que un hablante comprende y usa”, en oposición al léxico especializado o científico.

El índice de entradas del Diccionario da cuenta de una nutrida y permanente creación colectiva, que desde 1983 hasta la actualidad ha tenido momentos de mayor ebullición que otros, pero ha mantenido alta su vitalidad. “La complejidad de la democracia argentina, los altibajos, las mutaciones recurrentes la hicieron muy rica en productividad de términos y de resemantización de términos clásicos. La productividad de la aparición de nuevos sujetos sociales, actores políticos, nuevas identidades políticas, actores vinculados con el mundo económico, palabras vinculadas con el impacto político, etiquetas de descalificación política de adversarios, etc. Hay una riqueza que no necesariamente tiene un sentido positivo pero sí en función de la vitalidad y de la intensidad de la política argentina”, cuenta Vommaro.

Para el sociólogo, sin embargo, hay períodos, o más bien coyunturas, que hacen necesario el nacimiento de nuevos términos y fogonean cierta creatividad en el uso del lenguaje: “Los contextos de crisis y conflictividad político social más alta son contextos particularmente productivos porque aparecen neologismos, nuevos términos. Recurrimos a la invención porque lo que está no nos alcanza para definir lo que pasa”, resume.

Lo que habla a las claras del “increíble dinamismo de la lengua”, según Adelstein: “Los diccionarios son viejos apenas salen”, comenta y acerca ejemplos recientes: “Nuestro diccionario quedó viejo con todo lo que está pasando ahora con palabras como ‘buitres’ y ‘default’ ”.

Es que los diferentes actores imponen nuevos conceptos o reactualizan permanentemente términos que más temprano que tarde son tomados por la calle: “Sin duda, los medios de comunicación son grandes productores de neologismos y nuevas palabras para describir la política, la economía y la vida social, simplemente porque necesitan condensar procesos en un término o una expresión. Pero no son los únicos. Hay palabras que crean los actores políticos y los actores sociales, hay instancias de negociación, pasa mucho en la definición de identidades políticas. Pasó, por ejemplo, con el caso de los piqueteros que primero rechazaron ese nombre y luego lo reivindicaron con cierto orgullo. La construcción de las palabras nos habla del modo en que conflictivamente le damos sentido a la realidad social, el modo en que nombramos el mundo político, económico, sus actores, sus conflictos, sus problemas”, explica el sociólogo.


Si te toca traducir "tinker" o "traveller", sonaste

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Carmen Torregrosa, del Centro de Traducción de los Órganos de la Unión Europea, publicó el siguiente artículo en Punto y Coma, el Boletín de los Traductores Españoles de las Instituciones de la Unión Europea, y aunque así presentado parece parte de un trabalenguas, trata sobre una cuestión bien concreta: una palabra que, como otras tantas, no tiene traducción posible.

Algunas consideraciones sobre los travellers irlandeses

 

Del Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia nos ha llegado una nota pidiéndonos que no traduzcamos la palabra Travellers cuando se refiere a un colectivo concreto (minoría étnica irlandesa), sino que la dejemos siempre en inglés.

Como seguramente más de uno se cuestionará lo bien fundado de tal decisión (pues de todos es sabido que el impulso natural del traductor es traducir), intentaremos aquí, en previsión de eventuales objeciones, rebatirlas con toda la proactividad que nuestra imaginación nos permita.

Los travellers son una minoría autóctona de Irlanda (aproximadamente el 0,5 % de la población nacional) con una cultura y forma de vida particulares, de las que el nomadismo es parte fundamental pero no exclusiva. Aunque con muchas afinidades socioculturales con los romà1, no les son asimilables: pertenecen, en efecto, a una etnia distinta, de origen controvertido (celta o anterior) pero en cualquier caso muy antiguo, hasta el punto de que muchos los consideran los irlandeses de mayor solera2.Están documentados en la verde Eire al menos desde el siglo XIII; en The Taming of the Shrew, Shakespeare nos presenta a un traveller y sus costumbres.

En la actualidad se calcula que existen unos 25.000 en Irlanda, a los que cabe sumar los de la diáspora: 15.000 travellers irlandeses viviendo en Gran Bretaña y unos 7.000 travellers de ascendencia irlandesa en los Estados Unidos (adonde emigraron azuzados por el hambre de la patata). Incluso en Australia y Canadá pueden encontrarse pequeños núcleos.

Hablan el shelta (también llamado gammon, sheldru o cant), una lengua con sustrato celta (especialmente el léxico) y una estructura sintáctica que presenta rasgos del inglés y del romaní. Sin embargo, la lengua tiende a perderse entre las nuevas generaciones, que cada vez más se expresan en inglés, aunque con un acento y unas expresiones muy peculiares y reconocibles.

Históricamente se han dedicado a la calderería, y por eso se les conoce también con el sobrenombre despectivo de tinkers (al que cabe añadir el de  knackers,  pikeys e incluso gypos). Son además, por lo que parece, excelentes tratantes de caballos (de hecho existe una raza muy apreciada conocida comoTinker horses).

Su forma de vida los emparenta, por tanto, con otras poblaciones itinerantes que están luchando por un reconocimiento de su cultura que les ayude a hacer frente al racismo al que, por unos u otros motivos, se han visto secularmente expuestos. Con la idea de que los principales interesados arrojaran luz sobre su identidad antropológica, histórica y política, el Consejo de Europa celebró en septiembre de 2003 un seminario (Cultural identities of Roma, Gypsies, Travellers and other related groups in Europe) al que asistieron representantes de todas estas comunidades. Parece que todavía no se han elaborado las conclusiones, entre las que debería encontrarse el apelativo con que tales colectivos desean que se los identifique. La cuestión es espinosa, pues algunos son partidarios de adoptar un nombre general (Romà) que les confiera el peso específico necesario para llevar a buen puerto sus reivindicaciones, mientras otros prefieren distinguirse del magma indiferenciado a que los ha confinado la mirada del otro: ya se sabe que todos los no grecorromanos son bárbaros mientras no se demuestre lo contrario3. En cualquier caso, para los fines que aquí nos ocupan, los travellers parecen decididos a enarbolar su diferencia frente al colectivo romaní, y a que se los llame por este nombre.

La pregunta es ahora qué hacemos con ello en español. Sin duda el primer reflejo del traductor es transformarlos en «itinerantes» o «nómadas», tal vez añadiéndoles el gentilicio «irlandeses» para borrar todo asomo de duda. Sin embargo, no hay que olvidar que en inglés existe tanto  itinerant  como nomad, que son en cierto modo hiperónimos en los que se incluyen estos viajeros por antonomasia.

O lo que es lo mismo: que no todos los travellers son Travellers, y traducir este último término por «nómadas» o «itinerantes» es reducir el concepto; además de que, en la práctica, puede prestarse a confusión (incluso adjetivándolo con «irlandeses»), como de hecho ha sucedido en más de una ocasión4.

No es este el lugar para andar buscándoles los semas a itinerantes, nómadas, trashumantes, buhoneros, titiriteros, vaqueiros de alzada o cómicos de la legua; sobre todo porque, a mi modesto entender, la cuestión es tan sencilla como que se trata de un gentilicio y como tal hay que traducirlo, dejando libre el hiperónimo para usos más generales5.

En cualquier caso, para estar segura de qué entiende un anglófono cuando decimos the Travellers, así, con la mayúscula o el artículo que dan al nombre común el empaque que requiere para convertirse en propio, yo hice un sencillo experimento, al alcance de cualquiera que tenga a mano un hispano-irlandés o similar. A saber: pregunté a bocajarro a mi cobaya qué entendía por Travellers. La respuesta fue inmediata: «gitanos». Independientemente de la aberración etimológica que supone emparentar a celtas y egipcios6, el experimento prueba, o al menos eso creo, que para un anglófono los Travellers no son unos nómadas cualquiera, sino estos tataranietos de los celtas con unos usos y costumbres y una problemática que se asemejan bastante a los de nuestros gitanos. Y, por supuesto, con su propio gentilicio (aunque, por razones obvias, sin el correspondiente topónimo).

¿Se traducen los nombres gentilicios? Para responder a esta pregunta remito al lector directamente al esclarecedor artículo sobre toponimia de Miquel Vidal en este mismo número, y especialmente al apartado «Los exotopónimos contraatacan». Sustituya el amable lector «topónimo» por «gentilicio» en todo el texto y entenderá por qué me parece de justicia conservar el «endogentilicio» (permítaseme el barbarismo). Y por qué, puestos a hispanizar, la única traducción plausible que se me ocurre es «trávelers» (y, la verdad, para este viaje...)7. Eso sí, incluso si dejamos a los Travellers tan en inglés como su madre los trajo al mundo, la minúscula parece de rigor, pues de todos es sabido que en español los gentilicios sustantivados son menos importantes que en inglés (the Irish, pero «los irlandeses»).

En realidad, creo que la raíz del problema está en la decisión, a mi juicio desafortunada, de bautizarse con un vocablo tan genérico y transparente en una lengua tan universal. Si se llamaran sápmi, sinti oboyash, a santo de qué íbamos a estar aquí buscándole tres pies al gato.

Con un poco de suerte, a lo mejor todavía se deciden a presentarse al mundo como Pavees («comerciantes», en shelta), el término con que de hecho se refieren a sí mismos8. A mí me parecería lo más sensato; y, sinceramente, se me escapan las razones que pueden inducirles a no hacerlo.

Pero incluso si no es el caso, no veo dónde está el problema de llamarles por el nombre que ellos mismos se impongan. Al pan, pan; y a los Travellers, travellers.


1 
Sobre la denominación en español de la etnia gitana, véase el siguiente artículo en la Plataforma del Parlamento Europeo:
http://www.europarl.europa.eu/transl_es/plataforma/pagina/toponim/toporoma.htm


2 
Son más afines, según parece, a los Jenisch centroeuropeos y a nuestros mercheros(despectivamente conocidos como quinquis por ser, como los travellers, quincalleros), de origen también incierto (no son gitanos ni payos) y cuya lengua no presenta parentesco conocido con ninguna. Recordemos que nuestro merchero más célebre es Eleuterio Sánchez, ex Lute.

3 
No estará de más recordar aquí que las palabras «bárbaro» y «beréber» comparten un mismo origen etimológico; las realidades que designan, en cambio, comparten bien poca cosa, como no sea la ignorancia del que así las nombró.

4 
Durante bastante tiempo, en el Consejo de Europa se tradujo Travellers al francés como Gens du voyage, que es en Francia una categoría administrativa, lo que, por lo visto, ha causado bastantes problemas. De hecho, la terminología utilizada es relativamente confusa, como puede comprobarse fácilmente echando un vistazo a sus documentos, y es precisamente esto lo que está intentando resolverse.
Por otro lado, la adjetivación «irlandeses» podría entenderse como una simple oposición a losScottish Travellers...

5 
Véase al respecto la siguiente declaración hecha en la Conferencia Mundial contra el Racismo de 2001 por la Unión Romaní española: «We absolutely reject the denomination nomads because of its generic as imprecise character. Incorporating the translation of this expression for the universal denomination of our people is not justified by the fact of the existence of a tiny minority of persons who call themselves travellers» (http://www.unionromani.org/notis/new2001-09-03.htm).

6 
Recordemos que la palabra «gitano» procede de «egiptano», origen que se le suponía, por defecto, a todo aquel que venía de Oriente.

7 
Huelga decir que de ninguna manera podemos traducirlos por «romà» o por «mercheros», pues eso sí sería mezclar churras con merinas.

8 
Aunque, para nombres bonitos, el que les dan en Australia, The Sundowners (porque levantan su campamento allí donde el sol se pone).




¿Qué Biblia leyó Muñoz Molina todos estos años?

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El 26 de julio pasado, Antonio Muñoz Molinacomentaba en Babelia, el modesto suplemento cultural del diario El País, de Madrid (que forma parte del grupo Prisa) la publicación de la Biblia traducida por Casiodoro de Reina (c1520-1594) por parte de la editorial Alfaguara (que forma parte del grupo Prisa, aunque todo indica que está en una transición antes de vaciarse del todo en Penguin Random House) y nos descubre una pólvora un tanto mojada por las inmisericordiosas aguas del tiempo. ¿Por qué? Porque el artículo no dice nunca que la Biblia oficial en castellano durante siglos fue ésta, de Casiodoro de Reina, revisada apenas poco después en 1602, por Cipriano de Valera (1532-1602). Esa versión se suele mencionar como “versión Reina-Valera”. Valera no ha alterado el valor literario de De Reina y se fijó más bien en todo lo que pudiera tener alguna ambigüedad desde el punto de vista doctrinario. Los llamados “libros deuterocanónicos” fueron colocados por Valera como epílogo en la primera edición. Esos libros se aceptan en la Biblia protestante, pero no en la católica. Es claro que De Reina se había hecho protestante, y fue pastor de la iglesia de Inglaterra, pero su herejía consistía –en cuanto a la traducción– en haber incluido los libros vetados por los católicos. Resumiendo, en modo alguno la traducción de De Reina constituye un libro “perdido”, “oculto” o que no fue leído. Es más, fue leído por miles de millones de personas a los largo de los siglos, porque es la Biblia que tradujo De Reina “revisada” por Valera. Esta nota, entonces, antes que informar sobre algo nuevo es más un aviso encubierto de la edición de Alfaguara. Que conste en actas.

La obra maestra escondida

 Imagino un idioma cuya literatura tiene un gran espacio en blanco en el centro: la obra maestra de la literatura en ese idioma permanece oculta durante siglos, olvidada o prohibida; el nombre de su autor no lo conocen más que dos o tres eruditos. El problema más grave no es la injusticia del desconocimiento, la falta de recompensa por un esfuerzo y un logro que fueron irrepetibles; más grave que la injusticia es la pérdida para ese idioma y para esa literatura, toda la fecundidad que no condujo a nada, todas las influencias que una obra así podía haber irradiado. Hay que pensar en qué habría sido la literatura en inglés, y hasta la misma lengua inglesa, sin la King James Bible, la traducción directa al inglés que se publicó en 1611. No habría habido Milton, ni William Blake, ni los suntuosos oratorios de Haendel, ni Moby-Dick, ni Walt Whitman, ni una parte de James Joyce, ni Faulkner, ni los Negro Spirituals, ni los discursos arrebatadores de Martin Luther King.

Una de las cimas literarias de la lengua española, la Biblia traducida en el siglo XVI, ha sido invisible o ha permanecido en los márgenes de nuestra cultura desde el momento mismo en que se publicó, y no ha podido ejercer ninguna influencia vivificadora; uno de nuestros más grandes escritores, su traductor, fue perseguido hasta el extremo de que su nombre fue borrado por completo de nuestra memoria colectiva. Fue raído, habría escrito él mismo, Casiodoro de Reina, con su sentido visceral del idioma, su capacidad para combinar la inmediatez y la riqueza de la lengua popular con las tensiones máximas de la voluntad poética, con la necesidad de enriquecer y ensanchar el idioma español para que cupiera en él nada menos que toda la Biblia, el Antiguo Testamento y el Nuevo, desde el Génesis al Apocalipsis. La Biblia King James se publicó en Inglaterra en 1611, con pleno apoyo de la Corona, y gracias al trabajo sostenido de un equipo de traductores (John Updike decía que era una de las dos únicas obras maestras escritas por un comité, junto al informe oficial sobre los atentados del 11 de septiembre). A la manera española, Casiodoro de Reina parece que hizo él solo la mayor parte de ese trabajo ingente, y además lo hizo no en la tranquilidad de un estudio, con tiempo y sosiego por delante y una biblioteca a mano, sino mientras huía de un sitio a otro, por la Europa de la Reforma, la Contrarreforma y las guerras de religión. Nuestra Biblia castellana se terminó de traducir cuarenta años antes que la inglesa, pero se publicó en Basilea, en 1569, y los pocos ejemplares que llegaron de contrabando a España cayeron en manos de la Inquisición y fueron quemados por ella, igual que fue quemado el hereje que los introdujo en el país, del que se sabe que se llamaba Juanillo y era jorobado.

Si a Casiodoro de Reina no lo quemó la Inquisición fue porque había escapado a Ginebra en 1559. Lo quemaron, desde luego, en efigie, en 1562, en Sevilla, en un auto de fe en el que ardió también el cadáver sacado de la sepultura de otro perseguido que había muerto antes de que lo atraparan. Quemaron cadáveres y muñecos de cartón, y quemaron a personas vivas, entre ellas una mujer que había albergado en su casa reuniones clandestinas de disidencia religiosa. Ordenaron derribar la casa de la mujer y sembraron de sal el solar para asegurarse de que no pudiera crecer ni la hierba. Casiodoro de Reina estuvo en Ginebra, en Inglaterra, en Amberes, en Fráncfort, en Basilea, en Estrasburgo. Traducía la Biblia, ejercía como pastor de comunidades de españoles refugiados y vivía del comercio de la seda. Había sido monje jerónimo en Sevilla, muy cercano a los círculos erasmistas en los que abundaban los judíos y moriscos conversos. De Ginebra se marchó porque lo repugnaba que los calvinistas fueran tan aficionados como los católicos a quemar disidentes. Menéndez Pelayo, que no tuvo más remedio que admirar su talento literario, procura también desacreditarlo en su Historia de los heterodoxos españoles: dice que era un morisco granadino, y que cuando se marchó de Inglaterra fue huyendo de una acusación de sodomía.

Casiodoro de Reina escribe en un castellano prodigioso que está en el punto intermedio entre Fernando de Rojas y Cervantes, con una efervescencia expresiva que solo tiene comparación con santa Teresa, san Juan de la Cruz y fray Luis de León. Es una lengua poseída por la misma capacidad de crudeza terrenal y altos vuelos literarios de La Celestina; un castellano mudéjar, empapado todavía de árabe y de hebreo, forzado en sus límites sintácticos para adaptarse a las cadencias y las repeticiones y las exageraciones de la lengua bíblica. Es una lengua de campesinos, de hortelanos, de trabajadores manuales, con una precisión magnífica en los nombres de las cosas naturales y los oficios; y también es una lengua todavía muy descarada, muy sensual, no sometida a la monotonía sofocante de la ortodoxia, a la esterilización dictada por el miedo, a la hipocresía de la conformidad. Es una lengua para ser recitada, entonada, cantada en voz alta; para expresar la furia tan desatadamente como el deseo erótico; y también las negruras de la pesadumbre y los extremos del dolor. Traducidos por Casiodoro de Reina, el libro de Job o el Eclesiastés son, sin la menor duda, dos de las obras máximas de la poesía y de la sabiduría en español. Y el Cantar de los Cantares tiene una caudalosa alegría erótica para la que no creo que exista comparación en nuestro idioma: yo solo la he encontrado en la Bella del Señor de Albert Cohen, no por casualidad un descendiente de judeoespañoles: “Tu estatura es semejante a la palma, y tus tetas a los racimos. Yo dije: yo subiré a la palma, asiré sus racimos, y tus tetas serán ahora como racimos de vid, y el olor de tus narices como de manzanas. Y tu paladar como el buen vino, que se entra a mi amado suavemente, y hace hablar los labios de los viejos”.

Por cualquier página que se abra, la recompensa es deslumbradora. Las plagas con que el vengativo Jehová castiga a los egipcios son más terribles en el castellano de Casiodoro de Reina: “… Y a la mañana siguiente el viento oriental trajo la langosta. Y subió la langosta sobre la tierra de Egipto y asentóse en todos los términos de Egipto, y cubrió la haz de toda la tierra y la tierra se oscureció, y comió toda la yerba de la tierra y todo el fruto de los árboles, que había dejado el granizo, que no quedó cosa verde en árboles ni en la yerba del campo por toda la tierra de Egipto”.

Esta Biblia la publicó Alfaguara íntegra en su colección de clásicos en 2001. J. AntonioGonzález Iglesias le dedicó una reseña excelente en estas páginas. Modernizada y hasta cierto punto simplificada es la misma que leen ahora mismo los protestantes de habla española. Que sea desconocida para casi todo el mundo es una de las calamidades de nuestra literatura, y de nuestro idioma. Como tanto de lo mejor que ha dado nuestro país, la Bibliade Casiodoro de Reina es un fruto de la heterodoxia y el destierro.

La Biblia del Oso. Traducción de Casiodoro de la Reina. Edicióndirigida por José María González Ruiz. Alfaguara. Madrid, 2001.


Una magnífica velada con Jan de Jager

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Jan de Jager ha vivido por más de una década en Rotterdam, donde ha desarrollado buena parte de su trabajo como traductor. Aprovechando su paso por Buenos Aires, se ha presentado el día de ayer en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires para ofrecer una charla titulada “El neerlandés, el afrikaans, las lenguas germánicas más cercanas y más lejanas”, un tema que ha sabido presentar de manera apasionante y con una gran claridad. Pero dada su labor con los Cantos de Ezra Pound, una parte de la charla se ha ocupado de los procedimientos para realizar esa traducción.

Quienes estén interesados (y es de desear que sean muchos), pueden consultar el video acá:
http://www.ustream.tv/user/cceba

Jan de Jager nació en Buenos Aires. Vivió y estudió en la Argentina, en los Países Bajos y en España. Es licenciado en letras porla Universidad de Buenos Aires (UBA) y ha realizado estudios de análisis del discurso y literatura neerlandesa en la Universidad de Amsterdam (UvA). Tiene también el título de Bachelor en traducción de la Escuela superior de traductores de La Haya. Se ha desempeñado como docente de idiomas, traductor independiente, y profesor del traductorado de la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad reside en Róterdam, y se desempeña como docente de neerlandés y de español en la escuela internacional de Róterdam (RISS) y como docente del traductorado neerlandés-español de la escuela de traductores de La Haya (HWN),c omo examinador del examen nacional de traductorado neerlandés-español y como profesor del ciclo de formación de docentes secundarios ICLON de la Universidad de Leiden.

Su obra literaria abarca los géneros de novela, cuento corto, poesía y teatro. Publicó Trío, Buenos Aires, 1997, Juego de Copias, Buenos Aires, 2002 y Casa de cambio vols. I, II y III, 2004-2007, la novela Noticias del setenta y cinco (Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2009), y Let u maar niet op de Rommel (De Blauwe Engel, Malinas, 2010; poesía en neerlandés). De su proyecto más reciente, Relámpagos, acaba de aparecer el vol. 1 por la editorial Viajera.

Ha traducido novelas, cuentos y poesía del inglés, neerlandés, afrikáans y francés. Sus traducciones más recientes han aparecido en las antologías Narrar Ámsterdam y Cincuenta poetas de Amsterdam. En agosto de 2013 apareció por Eloísa Cartonera su traducción de los primeros treinta  Cantos de Ezra Pound.


Otro castigo para los iraníes: ahora leen a Bukowski

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La curiosa noticia fue publicada ayer en el diario La Jornada, de México y es digna de formar parte de la ficción de Homeland, la serie con Claire Danes y Mandy Patinkin.

Publicarán poemas de amor de Bukowski en Irán

DPI- Teherán. Por primera vez se publicarán en Irán los poemas de amor del escritor de culto estadunidense Charles Bukowski, fallecido en 1994, según informó la editorial Sarzamin-e Ahurayi.

Las obras del excéntrico escritor serán traducidas al persa por el escritor Alireza Behnam. Los poemas, relatos y novelas del Bukowski son en gran parte autobiográficos y tratan sobre todo de sus experiencias con las prostitutas, el sexo y el alcohol.

Se desconoce por el momento si la traducción se distanciará mucho del original.

En Irán, los libros tienen que recibir el visto bueno de un gremio de control dependiente del Ministerio de Cultura y Guía Islámica, sobre todo si tienen contenido erótico. En esos casos el libro se prohíbe, se suprimen los pasajes controvertidos o se reescribe la obra. Además, las autoridades también pueden retirar el permiso aun cuando el libro ya haya sido publicado.

Un ejemplo de ello es la novela del colombiano Gabriel García Márquez Memorias de mis putas tristes. En el título, en lugar de "putas" se escribió "tesoros" y de este modo se pudo publicar. Sin embargo poco después el gremio consideró que el libro era amoral y que "fomentaba la prostitución".

La prohibición no hizo más que alentar el interés por la obra del premio Nobel colombiano ya fallecido y en el mercado negro se pagaba el doble de su precio por la novela.


Borges, Cortázar, Sábato, Bioy y otros, traducidos al ruso por Evguenia Lysenko

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El 4 de mayo de 2011 Elena Kaláshnikova publicó en Rusia hoy una entrevista realizada varios años antes con Evguenia Lysenko (1919-2004), traductora de español, polaco y francés. Allí se lee que, entre sus traducciones más notables se encuentran las novelas de los escritores del Siglo de Oro español: El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara, Oráculo manual y arte de prudencia y El Criticón de Baltasar Gracián,  y también, 62. Modelo para armar y El libro de Manuel de Julio Cortázar, Diario de la Guerra del Cerdo, de Adolfo Bioy Casares, los cuentos y ensayos de Jorge Luis Borges, La Colmena de Camilo José Cela, Sobre héroes y tumbas y Abbadón el exterminador de Ernesto Sábato.

El explosivo trabajo de extraer las traducciones
de Sábato, Borges y Cortázar

Evguenia Mijáilovna estudió en el colegio musical de Kíev, luego en el conservatorio, luego se casó y se mudó a Moscú. Durante la guerra, con su bebé y sus padres evacuó a los Urales. Luego de la guerra su esposo trabajó como profesor en la universidad. Con la música no resultó nada de provecho: tres años sin tocar, una criatura pequeña, una habitación, como resultado: ataque de nervios. De todos modos ingresó en la universidad, en la sección occidental de la facultad de filología en el grupo de alemán (antes de la guerra en las escuelas el alemán era el principal idioma de estudio). Luego se pasó al grupo francés, donde también estudió el español. En 1948 la aceptaron en el postgrado pero al poco tiempo comenzó la campaña de persecución contra los “cosmopolitas” y al marido de Evguenia Vasílievna,  excelente lector de conferencias, muy popular en la sección, lo pasaron a la facultad de periodismo. Consideraron que ejercía una “influencia perniciosa”.

Comenzó a escribir su tesis sobre “Declinación condicional en el idioma español”, pero no pudo defenderla. En 1951 arrestaron al marido y lo mandaron al campo de concentración. Con gran dificultad la futura referente del traductorado en la Unión Soviéticalogró ubicarse como traductora técnica en el Instituto del Carbón, en los suburbios de Moscú, en el laboratorio de trabajos de perforación y explosión. Los jefes estaban satisfechos: Evguenia traducía las revistas extranjeras y en dos años se convirtió en especialista en trabajos de perforación y explosión.

–¿Cómo comenzó a traducir la literatura en español?  
–Fue la excepcional hispanista Inna Terterián quien  me propuso traducir a Borges. Una vez nos encontramos con ella en el Museo de Arte Pictórico, me miró penetrantemente y me espetó: “Nos preparamos para publicar una recopilación de Borges. Me parece que es usted la indicada para ello. ¿Se anima?”. Con posterioridad fue B. Dubin quien me fue proponiendo continuar con la traducción de las obras de Borges. Hasta entonces había traducido a Fuentes, Benedetti, Onetti y otros latinoamericanos. De los españoles a Delibes, Cela…

–¿En su juventud tuvo usted obras extranjeras preferidas?
–En mi juventud no pensaba en traducciones. Me enfermaba con frecuencia, no iba a la escuela y por eso leía mucho, más que nada literatura rusa. Hace tiempo encontré una traducción de antes de la revolución del Quo Vadis? del polaco Senkevich. Luego lo hallé en la Biblioteca de Literatura Extranjera y lo dejé: era imposible de leer porque había envejecido. En su momento, en Panorama de librosse publicó una nota que yo incluso recorté: alguien se indignó porque en Belarús hasta el día de hoy editan Quo Vadis?, aunque su tirada total en la Unión Soviética llegó a los 4,5 millones de ejemplares y sólo en “series de descarte” la tirada fue de quinientos mil ejemplares. Ahora, los libros de Sábato se editan con una tirada de apenas 3.000 ó 5.000 ejemplares…

–¿Cuándo trabajó mejor: antes o después de la perestroika? 
–Antes eran varias las editoriales sólidas, que siempre proponían algo. Ahora están de moda Borges, Cortázar o Bioy, pero todo es algo menos seguro. Cierta vez me llamó el editor de Cristal de San Petersburgo, de la cual yo antes no sabía nada, y me propuso publicar mis traducciones de Borges, Cortázar y Bioy en libros separados. Hace poco me mandaron diez ejemplares de cada librito, una edición muy agradable.

–¿Nunca tradujo poesía? 
–Como obra propia no, a excepción de pequeños versos e incluso algunos sonetos que se encuentran en el texto. En las obras de Cortázar, por ejemplo, no es difícil traducir sus versos sin rima ni ritmo.

–¿Pasa con facilidad de un libro a otro? 
–Sí. Ha jugado un papel, seguramente, la música, ya que el ejecutante debe ingresar con facilidad en el estilo de un nuevo compositor. Yo me adapto con flexibilidad al escritor que me sea interesante. En 1989 editaron mi traducción de La sexta isla la novela del uruguayo-cubano Daniel Chavarría. No conocemos las demás obras de este autor. Es un policial interesante, estructurado en varios estilos: la voz del autor, la acción en el siglo XVI, el texto de los hombres de negocio contemporáneos. Aquí, como se estila en los policiales, por fragmentos de una anotación encuentran un tesoro en un buque hundido. Una tarea semejante: el paso de un estilo a otro, es para mí muy interesante.

–¿En la época soviética el editor descartaba de sus trabajos frases o incluso fragmentos enteros por razones ideológicas?
–En la editorial Ráduga (Arco Iris) de la novela de Cortázar 62. Modelo para armar desecharon el episodio que describe un amor de lesbianas. Pero esto ocurrió en 1985, hace mucho.

–¿Qué reacción a su traducción se quedó más grabada en su memoria?
–La bondadosa y excelente redactora Borisévich me llamó al día siguiente de recibir mi traducción y me dijo: “Cuando tomo su obra es como si me sumergiera en un cálido baño”. 

–¿Cómo toma ahora su trabajo? ¿Está satisfecha con él? 
–Algunos me gustan más, como 62. Modelo para armar. Es bastante optimista, hay muchos momentos lúdicos. En cambio el Libro de Manuel es menor aunque también es muy interesante y requiere del traductor trucos acrobáticos. Fue pensado como un espejo del actual estado de la sociedad y en el original fueron pegados recortes de diarios en distintos idiomas. Amo La Colmena, las cartas de Flaubert, algunas cosas de Borges, menos de Bioy. Pienso que mejor se me dieron las obras del Siglo de Oro español.

–¿No quisiera traducir todas las obras que se pueda de un autor? ¿Trabajar con autores y no con libros de diferentes escritores?
–No. Pero algunos redactores dividieron mis últimas traducciones en pequeños libritos. Aunque de Borges debo haber traducido en total catorce folios, lo que más tiene son obras breves.

–Sí, y sus últimas obras son apenas de algunos versos, resumen de novela o una novela como un encabezado propio.
–Borges dijo que no amaba y no comprendía las novelas, a excepción de Don Quijote. Hace poco me llamaron de Azbuk y me pidieron permiso para volver a editar la recopilación de Borges. “¿No se han saturado acaso de él?”, pregunto. “No”, me responde el redactor. El libro se llamará El Aleph, según el título de mi traducción.

–Aquí, como en la traducción de las novelas del “Siglo de Oro”, tuvo usted que utilizar un enfoque estilístico.
 –Sí. Preparé el trabajo de tesis sobre declinación condicional en un corte histórico, por eso conozco bien las novelas picarescas, de caballería, antiguas. Es una declinación muy artera, en español se la puede expresar por varias formas de verbo, en tanto que en ruso sólo por el giro “Si”. Pienso que de las novelas picarescas la que mejor me resultó fue El diablo cojuelo.

–¿En los textos traducidos encontró con frecuencia realidades desconocidas? 
–En la Santa Evita de Tomás Eloy Martínez y en Abaddón el exterminador de Ernesto Sábato me ayudó mucho una redactora nacida en la Argentina. Sábato es casi desconocido entre nosotros y es un escritor del nivel de Borges y Cortázar. Un editor de San Petersburgo no hace mucho me dijo: “Escriba una solicitud pero no le prometo nada. Sábato no está promocionado entre nosotros”. En lo fundamental él escribió ensayos, tiene sólo tres obras de ficción: un pequeño relato y dos novelas. Yo traduje las dos novelas: Sobre héroes y tumbasAbaddón el exterminador. En los casos difíciles, en la sala de información de la biblioteca de literatura extranjera utilizo enciclopedias en cuatro idiomas. Así encontré en un libro sobre judaísmo el apellido de un poeta a quien consideraba inglés.


Miguel Sáenz habla de Thomas Bernhard

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Bernhard hojeando un mal diario
Publicada en Cuarto Poder, el 14 de julio de 2012, la siguiente entrevista entre Elvira Huelbes y Miguel Sáenz trata fundamentalmente sobre Thomas Bernhard, pero también sobre varias cosas más, como se comprobará a continuación.

El amigo alemán y Thomas Bernhard, el duro

Una excusa perfecta me da alas para entrevistar a Miguel Sáenz –seguramente, el mejor traductor de literatura alemana- con el objeto de preguntarle sobre Thomas Bernhard: la editorial Cómplices acaba de publicar en español su traducción de Correspondencia, una selección de las cartas que el autor de Trastorno intercambió con su editor alemán, Sigfried Unseld, de quien hace poco declaró Sáenz que este libro  supone una revelación de la personalidad de uno de los grandes editores de la historia, aparte de tener más paciencia que el santo Job con el muy ególatra de Bernhard.

Leí hace mucho su libro El autor y su editor (Taurus, 1985) e incluso llegué a conocerlo fugazmente en Madrid, pero sólo al traducir ahora sus cartas y los informes de viajes de alimentaron luego su Chronik (1970-2000) me he dado cuenta de su verdadera talla”, dice Sáenz, que aporta lo que el propio Bernhard escribió en una de las cartas, de 1986: “Tarde, pero no demasiado tarde, reconocerán los alemanes, aun aplicando los más altos criterios, que nunca ha existido un editor más importante”. Lo que no le impidió mandarle a hacer puñetas cuando el pobre Unseld, ante las muestras de egolatría persistentes de su autor, le confesó que tiraba la toalla.

–Yo no sé cómo podía ser tan duro con su editor.
–Unseld fue su mejor crítico, creyó en él desde el principio. Le apoyó en todo momento y Bernhard, aunque se resistiera, le hizo casi siempre caso. Por eso es tristísimo que su último mensaje a Bernhard acabe con las palabras “no puedo más”. Bernhard le respondió: “Si como dice en su telegrama, no puede más, bórreme de su editorial y de su memoria”.

–¿Por qué remitió sus cinco libros autobiográficos a otro editor? ¿Le gustaba castigar al pobre Unseld, quizás?
–Saber por qué Bernhard hacía lo que hacía es una ciencia esotérica que Unseld nunca llegó a dominar. En mi opinión, le gustó la idea de que sus libros autobiográficos, tan salzburgueses, se publicaran en una editorial de Salzburgo, a la que cedió también otro libro: En las alturas. Sin embargo, creo que la verdadera razón fue que disponer de otra editorial potenciaba inmensamente su capacidad de negociación con la editorial Suhrkamp.

–El caso es que Bernhard se quejaba amargamente de que no le vendían sus novelas como él habría querido.
–Es cierto que en una carta de 1968, se queja de que según las liquidaciones de la editorial, en tres años sólo se han vendido 1.100 ejemplares de Trastorno. Y dice que es un escándalo. Unseld contraataca enviándole las cifras de ventas, no muy superiores, de los libros de Samuel Beckett, autor estrella de la casa. Hay una frase en la obra teatral  La fuerza de la costumbreque aparece un par de veces en la correspondencia: “Hasta los genios tienen manías de grandeza cuando se trata de dinero”.

–Muy expresiva la frase.
–Los libros de Bernhard no han sido nunca best sellers en ninguna parte. Y en Austria, menos. Me atrevería a decir que se le lee mucho más en la Argentina–donde su influencia en algunos escritores es clara y reconocida– que en Austria. También en México, Chile y Cuba. En cuanto a España, yo solía decir, sin mucha base científica, que tenía 2.000 lectores fieles. Creo que exageraba, porque en las liquidaciones anuales no pasan de 150 los ejemplares vendidos entre sus tres editoriales. A veces, se venden cuatro o cinco. Su teatro es otra historia diferente. La próspera “industria Bernhard”  que hoy existe se basa fundamentalmente en sus obras teatrales.

–El teatro es pasión también de otro compatriota, Peter Handke.
–Bernhard tuvo siempre verdadera pasión por el teatro, sobre todo por los buenos actores. Pero también una buena razón para dedicarse a él: el dinero. Pero su teatro está más próximo al de Beckett o Genet que al de Handke.

Miguel Sáenz me explica cómo han resuelto el problema de cumplir la voluntad de Bernhard quien dejó muy clara la prohibición de que se publicara inédito alguno suyo tras su muerte. La cosa es que la editorial considera que lo que el autor austriaco preparó con intención de publicar se escapa a esa prohibición. Y estas cartas con su editor están en ese grupo. Con el carácter que demostró el escritor en más de una ocasión, hosco, huidizo con los periodistas, bronco con los que le querían, mejor no arriesgarse a que salte de su tumba pidiendo explicaciones, si me perdonan la salida de tono.

Hay en los autores austriacos un fondo común de sentimientos encontrados hacia su país como seguramente no exista en otros nacionales. Tanto Bernhard como Handke, como la Nobel Elfriede Jelinek se amargan la existencia con el odio a Austria que se convierte en amor cuando vuelven la mirada a sus raíces, a sus mundos infantiles, esa patria verdadera de la que habla Rainer María Rilke, otro ilustre hijo del Imperio Austrohúngaro. Algo de esas contradicciones las cuenta bien el periodista Riedl Joachim en un libro, Viena infame y genial, que en España se publicó gracias al gran editor Mario Muchnik, en 1995.

–¿Qué tendrá Austria que causa esos sentimientos encontrados?
–Todo escritor austriaco que se estime mantiene una relación de amor-odio a su país. A los citados habría que agregar a Ingeborg Bachmann y otros no tan conocidos como Hans Lebert o Franz Innerhofer, además de a todos los judíos, cuya representante más destacada quizá sea hoy Ruth Klüger.

–Alguna sustancia emocionalmente tóxica debe de haber…
–Cuando hablamos de Austria pensamos en Viena, que no tiene nada que ver. Si quieres saber lo que es una infancia en la Austria profunda, lee sin falta Cuando llegue el momento de Josef Winkler, publicado por Galaxia Gutenberg en 2004. Winkler, fantástico escritor (premio Büchner en 2008) sigue hoy todavía completamente traumatizado a causa de su infancia en Kamering, un pueblo diminuto de Carintia donde casi todos se llaman Winkler. Si en España no ha tenido el éxito que se merece creo que es porque en sus libros hay demasiados muertos. En las obras de Bernhard la gente se suicida como si tal cosa; en los de Winkler, los personajes –generalmente hermanos y homosexuales– se suicidan por parejas, utilizando un mismo ronzal para ahorrar cuerda.

–Qué triste. ¿Qué impresión te causó cuando lo conociste?
–Nunca conocí a Bernhard. En diciembre de 1988, después del estreno de Heldenplatz, cuando él estaba  muy enfermo y harto de Austria y los austriacos se puso en contacto conmigo por teléfono. Concertamos una cita en Torremolinos, donde él pensaba pasar las Navidades, para el 10 de enero de 1989. Antes de esa fecha recibí un mensaje de la editorial en el que me decía que, por su mal estado de salud, Bernhard había tenido que ser trasladado, por su hermano Peter Fabjan, médico, a su casa de Gmunden. Bernhard murió allí el 12 de febrero de 1989 y nuestra cita jamás tuvo lugar.

–De hecho, escribiste una biografía suya que publicó Siruela, en 1996. Una inmersión en la vida dolorosa del escritor, imagino.
–Escribí su biografía porque Jacobo Fitz-James Stewart [anterior editor de Siruela], antes de que escribiera una línea, me dijo que me la publicaría. Thomas Bernhard fue un hombre básicamente enfermo toda la vida, pero la verdad es que, desde muy joven, tuvo mucha suerte. No son tantos los escritores que pueden alojarse en el Timeo, de Taormina; el Seteais, de Sintra o el Ritz, de Madrid.

–Es un escritor difícil de traducir?
–No es difícil de traducir. Sólo hay que confiar en el lector, que no es tonto y se da cuenta de que su estilo es muy especial. Por eso ha sido relativamente un fracaso en los países anglosajones, donde han querido normalizar su prosa, y un éxito en Francia, y sobre todo Italia, donde los traductores han sido mucho más respetuosos.

Como Miguel Sáenz no lo va a mencionar, lo diré yo. En España, el austriaco tuvo mucha suerte con su traductor, aunque quizá él nunca llegara a saberlo del todo. Hay traductores que, en efecto, han hecho más grandes a los autores en según qué países, como le ocurrió a Ismail Kadaré, con Ramón Sánchez  Lizarralde, en España, y Jusef Brioni, en Francia, ambos ahora desaparecidos.

–¿Por qué hay que leer a Bernhard y por dónde empezar?
–Porque es un gran escritor y, con Kafka, lo mejor que ha producido el siglo XX. El peligro no es su supuesta dificultad sino convertirse en adicto. Los cinco libros “autobiográficos” me parecen un buen comienzo. Y luego, quizá, Trastorno. A partir de ahí, uno se convierte en bernhardiano sin haberse dado cuenta.


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