El siguiente texto, firmado a título personal por el Administrador de este blog, pretende informar sobre una realidad que la mayor parte de los traductores argentinos conoce sólo a medias.
Asimismo, para evitar suspicacias, se deja aquí sentado que el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires no es una institución formal y, por lo tanto, no busca competir con la AATI ni con ninguna otra institución semejante. Con todo, tampoco acepta que le den gato por liebre.
Por qué la AATI no es lo que dice ser
ni lo que quisiéramos que fuera
ni lo que quisiéramos que fuera
La Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes (AATI) funciona desde el 27 de abril de 1982.
Según el Artículo 2 de su Estatuto, tiene como misiones representar y proteger los intereses de los traductores literarios, técnico-científicos e intérpretes; promover el perfeccionamiento profesional de dichos traductores e intérpretes, para elevar el nivel de la profesión en general; estimular la colaboración y el intercambio de conocimientos y de experiencias profesionales y establecer relaciones entre los miembros de la Asociación Argentina de Traductores e Intérpretes y otras asociaciones, instituciones y organizaciones, tanto nacionales como extranjeras, y contribuir a la difusión de las actividades de traducción e interpretación y promover el conocimiento y la apreciación de la profesión.
Ahora bien, según el Artículo 5 de ese mismo Estatuto, los traductores asociados a la AATI responden a diversas categorías, a saber:
a-Activos: se incluyen en la categoría de Miembros Activos las personas capaces que poseantítulo habilitante de traductor literario, técnico-científico o de intérprete. La admisión como Miembro Activo de la AATI estará sujeta a la aceptación de la Comisión Directiva.
b-Adherentes: a esta categoría pertenecen las personas que no están en condiciones de ser aceptadas como Miembros Activos, pero que por sus antecedentes puedan probar que ejercen o han ejercido la profesión de traductor o intérprete, según las condiciones estipuladas por el Reglamento Interno. La admisión como Miembro Adherente de la AATI estará sujeta a la aceptación de la Comisión Directiva.
c-Honorarios: a esta categoría pertenecen los traductores o intérpretes que, en atención a los servicios prestados a la Asociación o en virtud de determinadas condiciones personales, sean designados por la Asamblea a propuesta de la Comisión Directiva o a petición de los asociados por intermedio de la Comisión Directiva.
d-Vitalicios: a esta categoría pertenecen los Miembros Activos que alcancen una antigüedad ininterrumpida de 25 años en la Asociación.
Luego, según el Artículo 6 nos enteramos de que “Los Miembros Activos tienen los siguientes deberes y derechos: abonar las contribuciones ordinarias y extraordinarias que se establezcan; cumplir con las demás obligaciones que impongan este Estatuto, la reglamentación y las resoluciones de Asamblea y de la Comisión Directiva; participar con voz y voto en las Asambleas y ser elegidos para integrar los órganos sociales según lo estipulado en el artículo 15; gozar de todos los beneficios que otorga la entidad”. Asimismo, se nos informa que “Los Miembros Adherentes pagarán cuota social y tendrán derecho a voz pero no a voto y no podrán ser elegidos para integrar los órganos sociales, pero gozarán de todos los beneficios que otorga la entidad”. Finalmente, “Los Miembros Honorarios no pagarán ningún tipo de cuota o contribución. Tendrán derecho a voz pero no a voto y no podrán ser elegidos para integrar los órganos sociales, pero gozarán de todos los demás beneficios que otorga la entidad. d) Los Miembros Vitalicios tendrán todos los derechos de los Miembros Activos y no pagarán ningún tipo de cuota social o contribución”.
En otras palabras, la AATI tiene socios de primera, con voz y voto, y socios de segunda, con voz, pero sin voto. La frágil frontera, fijada por este mismo estatuto, es tener un título habilitante, lo cual probablemente sea necesario para un traductor público e incluso, exagerando, para uno científico-técnico, pero de ningún modo para un traductor literario.
Esta situación ha sido denunciada como poco democrática en numerosas ocasiones por muchos traductores fundamentalmente literarios, quienes, sin título, realizan la mayor parte de las traducciones a las que cualquier lector puede acceder en el mercado editorial argentino.
Tal vez corresponda aquí añadir con el debido énfasis que los traductores literarios no se forman una única vez para recibir un título, sino que, permanentemente, libro a libro, deben revisar su formación, nutriéndose de saberes que difícilmente contemple una única currícula por completa que ésta sea. Dicho de otro modo, la formación del traductor literario es necesaria y constante, pero no obligatoriamente académica. Todo buen traductor se forma traduciendo y no acumulando títulos.
Prueba de lo anterior es que, de hecho, menos del 25% de los traductores asociados a AATI se dedica a la traducción literaria y muchos menos todavía son parte activa del mercado editorial local.
En otras palabras, nadie consigue trabajo diciendo que es socio o socia de la AATI. A pesar de ello, la AATI se presenta en todo tipo de foros como la institución que nuclea a los traductores argentinos (algo que, como se lee, es claramente falso) y lleva adelante una singular política de apropiación con la excusa de la organización de cursos, seminarios, simposios y presentaciones vinculadas al mundo literario.
Todos los traductores literarios argentinos querríamos pertenecer a alguna institución que nos represente y en la que tuviéramos voz y voto, haciendo caso omiso de las titulaciones. Y sería un gusto que esa institución fuera la AATI, si alguna vez se convirtiera en esa institución democrática. Pero, a la fecha, y luego de muchos años de promesas, todavía no se ha democratizado.
Cuando se habla de esto con los integrantes de su Comisión Directiva, alegan una razón del todo nebulosa: hay que modificar los estatutos, pero para hacerlo hay que contar con el consenso necesario, lo cual implica que existe un núcleo duro dentro de la institución que no está dispuesto a ceder. Y parte del problema es que, en las votaciones, ese núcleo irreductible se presenta siempre y en conjunto; mientras que los socios más liberales se hacen presentes sólo de vez en cuando. En síntesis, parece que el cambio nunca es oportuno.
En la actualidad, esa Comisión Directiva está formada por gente honesta, inteligente y bien intencionada, pero temerosa de dios, que sigue pateando la pelota hacia adelante, lo cual a esta altura ya es un abuso de la paciencia ajena. Y ante cualquier requerimiento, se pretextan presupuestos de abogados y escribanos asesores que nunca llegan, asambleas hipotéticas que nunca se convocan porque no hay seguridad de ganarlas, y se vuelve a una perpetua foja cero, del todo inoperante.
Mientras tanto, la AATI juega a que representa a los traductores literarios (esos, que en su mayoría no son socios de la AATI o no tienen posibilidad de voto), se pone a aconsejar sobre tarifas y contratos, y opta por medidas cosméticas, como mostrarse activa en cuanto foro puedan, cooptando sólo superficialmente a los traductores literarios que circulan por afuera de la institución. También, se equivocan malamente estableciendo alianzas con ACEtt, de España, la institución que se ha mostrado del todo ineficaz en la defensa de sus socios contra la rapacidad de las editoriales y contra las prácticas deshonestas de algunos de sus asociados. El desconocimiento hace el resto y por eso la AATI puede arrogarse el lugar de preeminencia que cree tener. La realidad, para quien vea las cosas de cerca, es otra.
Jorge Fondebrider