En primer lugar, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires les agradece muy especialmente a todos los participantes de esta encuesta que, en principio, fue enviada a muchos más traductores de poesía que los que están aquí representados.
La encuesta se desarrolló desde el 22 de marzo hasta el 9 de abril y participaron en ella 41 traductores de distintas lenguas, correspondientes a 11 países (Argentina, Canadá, Chile, España, Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda, México, Portugal, Rusia y Uruguay), quienes, por experiencia y formación abarcan un campo que va desde los altamente profesionalizados a los que hacen sus primeras armas en la traducción. Se comprenderá entonces la diversidad de condiciones de trabajo y, claro, puntos de vista. Con todo, hay algunas conclusiones que, a fuerza de coincidencia en las respuestas, pueden considerarse.
En la mayoría de los casos, los traductores son también poetas (aunque ésa no es una condición sine qua non) y por ello, sin importar su procedencia, vinculan su propia labor creativa con el interés que les despierta la traducción, en muchos casos como una prolongación de la propia escritura.
Luego, a diferencia de los traductores de narrativa, la mayoría señala la necesidad de estar interesados en el texto original para poder traducirlo. Dicho de otro modo, los traductores de poesía eligen lo que traducen. Hay, por lo tanto, un sano respeto que plantea límites precisos sobre lo que cada cual cree que puede hacer y lo que no. Esa actitud, en líneas generales, es menos frecuente en los traductores de prosa narrativa.
Otro rasgo que acaso sólo pueda entenderse en relación con el lugar que se le otorga a la poesía en el contexto de la literatura, es que si la poesía no se vende, otro tanto ocurre con las traducciones de poesía. Sin embargo, por curioso que parezca, las traducciones de poesía –al menos en los países que efectivamente la traducen– se venden más que los libros originales. Luego, de ningún modo debería ser automática la idea de que la poesía está "fuera del mercado" porque, de hecho, los libros de poesía se venden conjuntamente con todos los demás en las librerías que, vale la pena recordarlo, son locales comerciales.
Esta serie de malentendidos conduce a muchos traductores a pensar que su trabajo no debe recibir compensación porque "ya bastante esfuerzo hacen los editores comprando los derechos y publicando como para que encima tengan que pagar las traducciones". Llegados a este punto habría que establecer una diferencia entre quienes trabajan para editoriales grandes y aquéllos que traducen para pequeñas editoriales de circulación limitada, para revistas o para publicar sus traducciones en la web, porque una cosa es elegir trabajar gratis y otra es estar obligado a hacerlo.
Del mismo modo, una cosa es que un editor solicite expresamente alguna colaboración al traductor para así bajar eventuales costos editoriales y otra muy distintas, eliminar toda consideración y no pagar nada o casi nada.
Todos sabemos que no es lo mismo publicar una edición voluminosa, con una tirada de 3.000 ejemplares y distribución en todo el ámbito de la lengua, que un libro de unas pocas páginas, en una tirada de 100 ejemplares, distribuidos a pulmón por los propios interesados. Así, muchos editores (no todos, claro) consideran distintas tarifas y condiciones al vender los derechos de traducción de un autor consagrado a los grandes sellos y otras tarifas y condiciones al venderles a los pequeños. Tal vez esa diferencia también debería estar presente en las tarifas de traducción, lo cual, en líneas generales, no es el caso.
La mayoría de los traductores encuestados puso en segundo plano todas estas cuestiones. Algunos se atuvieron al discurso de los editores, invariablemente preocupados por las condiciones del mercado "que es el que fija los precios".
También, la mayoría de los traductores encuestados dijo no saber cómo hacer para que estas condiciones mejoren. Más grave aún, una gran mayoría desconoce la existencia de ayudas a la traducción como las que ofrecen muchos de los países civilizados del mundo (Estados Unidos y Gran Bretaña no parecen entrar en esta categoría ya que no existen las ayudas). Hay incluso quien supone que esas ayudas deben quedar en manos del editor, cuando TODOS LOS PROGRAMAS señalan que son exclusivamente para el traductor, correspondiéndole al editor el papel de mero intermediario.
Lo increíble es que esas ayudas se anuncian permanentemente en todas partes. Sin ir más lejos, en este mismo blog, en la columna de la derecha.
Para concluir, se invita a los traductores participantes en esta encuesta y al público en general a sumar sus propios comentarios a estas rápidas conclusiones.
Jorge Fondebrider