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Guillermo Piro, en su columna semanal del diario Perfil, publicó el pasado 4 de diciembre la siguiente reflexión sobre las razones por las que los libros físicos no van a desaparecer.
Las fotos que ilustran esta entrada son todas del fotógrafo británico Simon Brown.
El peso imposible de la belleza
Además de las que los viejos libros cuentan en sus páginas, los libros viejos tienen sus propias historias. Simon Brown es un fotógrafo londinense que retrata esos libros. Uno de sus trabajos se titula “The Weight of Knowledge” (El peso del conocimiento); la serie se está exponiendo por ahí desde hace años, pero recién ahora di con algunas fotografías en la web. Al parecer el hijo adolescente del fotógrafo se encontraba sumergido en el estudio por un examen para el General Certificate of Secondary Education (GCSE), una serie de pruebas que los estudiantes británicos tienen que rendir a los 16 años. Brown tuvo una idea para levantarle el ánimo: apiló algunos libros sobre un banco y sacó una foto. “Llamé a la foto “El peso imposible del conocimiento”, aludiendo a lo difícil que puede resultar aprender”, explicó Brown; “mi hijo tiene un carácter complicado y dijo que la ocurrencia había sido buena”.
Después de ese episodio, Brown se puso a fotografiar otros libros que fuesen especiales, que tuvieran alguna carga histórica, y cuyo aspecto exterior lo diera a entender. Algunos de estos libros provienen de su biblioteca, otros los encontró mientras viajaba por Gran Bretaña, Irlanda y Francia, ocupado en otros proyectos. La foto “Libros salvados del fuego”, por ejemplo, la sacó mientras estaba haciendo fotografías en un castillo francés para el libro Romantic French Homes. “Otra fotografía la saqué en una gran casa de campo inglesa. Estaba en la biblioteca y tomé un montón de libros sin prestar mucha atención, los acomodé, saqué la foto y los volví a acomodar como estaban”, dijo. “Lo que no había entendido era que algunos de esos libros eran del siglo XVI y XVII y tenían un valor inestimable. Hubiese podido meterme en problemas de haber roto uno”.

Nada me aburre más que la gente que se pone a enumerar los placeres del papel: subrayar con lápiz, las dedicatorias escritas a mano, el gesto de pasar las páginas, el olor, etc. Me suena como si alguien dijera que es mejor hablar con un teléfono fijo para poder enrollarse el cable en forma de resorte entre los dedos. Los libros no desaparecerán porque sencillamente son bellos. Y los libros electrónicos son feos. Muy feos. Lo que salva a los libros es el peso imposible de la belleza.