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Presentación de Lori Saint Martin en castellano

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La editorial Milena Paris & la Librería Norte
tienen el agrado de invitar a los lectores del blog del
Club de Traductores Literarios de Buenos Aires a la presentaciónde



Matemáticas íntimas, de la escritora canadiense 
Lori Saint-Martin
con traducción de Jorge Fondebrider


Primer libro de la colección Montmirail

Jueves 14 de septiembre 2017 a las 19hrs
en Librería Norte (Av. Gral. Las Heras 2225)

Charla - Lectura - Firma de ejemplares - Brindis

Pedro Serrano presentó, junto con Lori Saint-Martin, el centro de traducción de BANFF

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El Centro Internacional de Traducción Literaria de Banff (CITLB), en Canadá, ofrece a los traductores literarios una residencia de tres semanas en la que pueden trabajar en su proyecto en curso y, en algunos casos, junto con el autor al que están traduciendo. Es, asimismo, un sitio de intercambio internacional para consultar y estrechar vínculos con colegas traductores y autores. A todo ello se refirió Pedro Serrano, su actual director, en la charla brindada en el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, el pasado 13 de septiembre. Lo hizo acompañado de la escritora y traductora canadiense Lori Saint-Martín, asesora y tutora de traductores de la institución.

En los próximos días se subirá el correspondiente video.


Pedro Serrano nació en Quebec, en 1957, en el seno de una familia mexicana, es poeta, ensayista, profesor universitario y traductor. En la actualidad dirige el Periódico de Poesía, publicación on linede la UNAM, donde también enseña. Publicó los libros de poemas El miedo (1986), Ignorancia (1994), Turba (2005), Desplazamientos (2006, que reune poemas de los tres libros, anteriores), Nueces (2009). En 2000 publicó con Carlos López Beltrán La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas y No tire piedras a este letrero de Matthew Sweeney, Rey Juan, de William Shakespeare (2003). También en 2000 se estrenó en Francia y México la ópera Les marimbas del éxil, con libreto suyo y música de Luc Le Masne. La editorial chilena LOM acaba de publicar una voluminosa antología de la poesía mexicana realizada por Serrano y López Beltrán.

Lori St. Martin ha publicado una novela, dos volúmenes de cuentos y un libro de microficciones. Profesora de la Université du Québec en Montréal, ha traducido al francés más de 90 novelas, libros de cuentos y obras de no ficción de Margaret Atwood, Carol Shields, Mordecai Richler, Naomi Klein, Louise Penny, Maya Angelou, Gil Adamson, Miriam Toews, Alistair McLeod, Ann-Marie McDonald, David Homel, Neil Smith, Neil Bissondath y Lori Lansens, entre otros autores de habla inglesa. Del castellano ha traducido a Gustavo Nielsen, Leila Guerriero, María Jesús Álvarez, Marta Chicote, Alejandro Crotto y Sandro Barella. En 2004, 2006 y 2008 recibió el prestigioso Premio a la Traducción de la Québec Writers’ Federation. En 2000, 2007 y 2015 obtuvo el Governor General’s Award, máxima distinción literaria que otorga Canadá, por la traducción de dos obras de Ann-Marie MacDonald y una obra de Mordecai Richler, respectivamente.

"Traducir al francés era para mí una forma de provocación"

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Traductor francés del ruso, Paul Lequesne ha entrevistado recientemente a la traductora argentina Julia Azaretto, quien tradujo al francés a Pedro Mairal. La entrevista, así como la crítica a esa traducción –que se publicará en la entrada de mañana–, fueron incluidas en la publicación digital En attendant Nadeau, que amablemente traduce para este blog la traductora española María José Furió/Liu.

Una entrevista con Julia Azaretto

Julia Azaretto, la joven traductora de Supermarket Spring, de Pedro Mairal, estuvo el pasado mes de junio de paso en París. Aprovechamos entonces para preguntarle por su vida, su obra y sus íntimos desplazamientos entre el español y el francés. Ese día hablamos también de Julio Cortázar, del cerebro de los traductores y de las ediciones bilingües.  

¿Cuándo decidiste traducir Supermarket Spring al francés?
–Empecé la traducción de SupermarketSpring en 2006. Y este primer trabajo dio lugar a una publicación, con pseudónimo. Adopté el de Agnès Azar, ¡pues ni siquiera me atrevía a firmar con mi propio nombre! La reelaboré luego, en Arles, con la Fábrica de Traductores, ya que debía presentar un proyecto. Pero como no había firmado el texto ya publicado, hubo sospechas de que mi dossier era un plagio. La situación se complicaba: yo me encontraba a la vez entre dos idiomas y entre dos nombres. Pero en definitiva, la parte más significativa de la traducción la hice en Arles, en 2011, especialmente con Claude Bleton, que era uno de nuestros tutores. Luego lo dejé en reposo y lo recuperé cuando L’atelier du tilde aceptó publicar el texto.

Tengo entendido que empezaste a traducir al francés cuando llevabas seis años instalada en Francia, ¿es así?
–Sí, en 2006 hacía seis años. Al principio, no quería. Es raro, es cierto, que un traductor se arriesgue a traducir en un idioma distinto del suyo. ¿A quién puedo citar? ¿A Bernard Hoepffner en inglés? Pero no creo que viviera de ello. Silvia Baron Supervielle, Luba Jurgenson al ruso... Fue mi hermano mayor, que es compositor, quien me animó. Me habló de Beckett y de unos cuantos locos y grandes figuras de la literatura, y me dijo que también se trataba de eso, de intentarlo o de fracasar “mejor”. Ya sabes, Beckett dijo eso en Rumbo a peor: «Fracasa otra vez. Fracasa mejor».

¿El hecho de traducir del español hacia el francés cambia tu manera de traducir del francés al español?
–Sí, creo que sí. Pero no estoy segura de que sea el hecho de traducir hacia el francés. Creo que es, sobre todo, el haber hecho, en cierto momento de mi vida, esta elección, radical, de dejar mi país y mi idioma. Y encontrarme de pronto en un estado de alerta permanente. De descubrir, por ejemplo, que se puede soñar en un idioma extranjero sin hablarlo correctamente, al contrario de lo que habitualmente se cree. Se puede soñar en otro idioma sencillamente porque una pasa el tiempo pensando en ese otro idioma. Es esta experiencia, el hecho de poder romper muchos tópicos, en el sentido de doxa, lo que ha cambiado mi deseo, mi visión de la traducción.

Hay un cita de Cortázar, reproducida por Silvia Baron Supervielle en un texto poco conocido, El cambio de lengua para un escritor, que empieza diciendo «El jazz es mi patria» y continúa así: «el exiliado son dos personas en una sola. Y no hay un solo gran poema que no haya nacido de la desorientación». ¿Estás de acuerdo?
–¡Ah, qué bonito! ¡Me anima a releer a Cortázar! Pero no sé si estoy completamente de acuerdo. No, me gusta mucho la imagen, y hay una parte de verdad en lo que dice, pues está muy presente ese sentimiento de dilema, de fracasar en cierto momento en los dos idiomas, de fracasar o de tropezar constantemente, como un gran títere torpe. Pero al mismo tiempo, una particularidad de la condición de exiliado es que, pese a todo, uno sigue siendo la misma y única persona. El cerebro se ve de pronto moldeado por la llegada de este nuevo idioma, y moldeado de tal forma que la misma lengua materna no resulta indemne. Es una experiencia a la vez desconcertante y bastante embriagadora, pues va a la contra del tópico de la lengua materna como algo inmutable, como una adquisición definitiva. Y está claro que eso es falso, cosa que puede hacer que tiemble la tierra bajo tus pies cuando te das cuenta. Pero si somos un poco funámbulos es bastante bonito descubrir que la lengua materna también se transforma, aunque continúe anclada en nosotros de manera indefectible. Esto remite a algo más general que concierne a la vida: ¡no hay nada fijo, las experiencias nos transforman, y eso ocurre sin que nos demos cuenta!
La verdad, en cualquier caso, es que al principio traducir al francés era para mí una forma de provocación, de intentar que se tambaleen las certidumbres del otro. Quiero decir del francés, ¡lo extranjero para mí! Había también una voluntad muy fuerte de proponer en francés autores que me parecían importantes. Además, forzosamente tengo un oído para el idioma original que un francés no tiene. Estoy pensando, por ejemplo, en un poema de Mairal del que estábamos hablando, «Andante cantabile»: me di cuenta de que ningún francés con el que me crucé había comprendido de entrada, en su primera lectura, que Mairal estaba hablando de los pechos de las mujeres, ¡mientras que para mí era evidente!
Si hablas español, ni siquiera te lo preguntas. Desde el primer verso habla de «la forma del agua» y de «debajo del verano». Ahí ya piensas en la mujer encinta, en las curvas, aguzamos el oído. Y luego: «curvando con su paso el mediodía», es alguien con tantas redondeces que llega a curvar el mediodía. Y luego, un poco más abajo no queda ninguna duda: «una alegría en el temblor moreno». «Una alegría» tiene una connotación muy sexual en Argentina. Cuando dices de una mujer o de un hombre: «nunca una alegría», ¡quiere decir que tienen una vida sexual muy pobre!
Me parecía que algunas traducciones no reproducían la oralidad a la que soy muy sensible y, sobre todo, que yo oigo. Cuando lo oigo y veo que en francés se adopta un registro más elevado, se vuelve muy envarado cuando en español son expresiones muy habituales, no termina de convencerme. Pienso no, no es eso: estamos traduciendo más de lo que hemos leído. Estamos traduciendo una idea que tenemos del otro. ¡No quiero decir que eso no me ocurra nunca a mí!
Por eso me parece interesante trabajar entre varios. Las lecturas de unos y de otros pueden completarse y enriquecerse. El trabajo de traducir no debería ser solitario.

¿Te has fijado en que Contra las bestiasera la continuación de Supermarket Spring? «El último testigo de la hecatombe final, el que se come a los demás…»
–¡No, no lo había relacionado! Es cosa del azar. He llevado durante mucho tiempo el proyecto de Supermarket Spring, pero Contre les bêtes (Contra las bestias) fue un encargo. Me encantó traducirlo, pues era un reencuentro con el español. Ahora tengo ganas de que el texto sea publicado, difundido, que el espectáculo gire, pero no fui yo quien lo descubrió.

Pedro Mairal repite a menudo en sus entrevistas que desde el principio poseía un «bagaje formal importante» en poesía. Declara haber escrito muchos de los poemas de Tigre como los pájaros en endecasílabos y en heptasílabos. Cuando uno observa al detalle Supermarket Spring, se da cuenta de que a menudo vuelve a esos versos de once sílabas, al pentámetro de hecho, y a los versos de siete sílabas, pero que los disfraza, de algún modo, añadiendo una palabra, por ejemplo, para que el verso suene de manera menos exacta. ¿Lo has tenido en cuenta y, en tal caso, de qué manera?
–Cuando conocí a Pedro Mairal, en 2006, me dio a entender que era muy importante el ritmo, la métrica. Pero en esa época quizá yo no estaba en condiciones de entenderlo. Más adelante, en la Fábrica, resulta que Claude Bleton no abordaba el problema por ese lado, y sin embargo me parecía que siempre daba con la imagen justa, con el ritmo necesario, y entonces pensé que no lo necesitaba, a pesar de que el autor me había dado una información importante. Por lo tanto, no, no le presté una atención específica, no quise romper versos de 11 o de 7 sílabas. Presté más atención a la respiración, a la oralidad, es decir, a esa voz que oía, y por eso a veces soy más directa, más sintética.

Me parece que Pedro Mairal en Supermarket Spring buscaba otra forma, que no fuese rígida, aunque luego vuelva al soneto.
–Más que la búsqueda de una forma es el deseo de derribar un pedestal, una idea de la poesía. Entonces, sí, para eso se necesita pese a todo una forma, pues hay oralidad ahí, y Mairal no transcribe la forma de hablar de la gente, él la escribe. Pero esta alternancia de versos de 11 y 7 sílabas no sé si la ha elegido conscientemente, como el medio más seguro de restituir la oralidad del español.

¿No crees que más bien es una reminiscencia de la poesía clásica? No es algo que se observe sistemáticamente. Hay versos de cuatro, de cinco sílabas, y luego de pronto un grupo de endecasílabos, y se advierte que lo ha hecho adrede, o bien que el autor respira el idioma así.
 –No, yo he visto a Pedro contar las sílabas para que caiga justo. Luego, es juguetón, y es posible que haya querido romper la forma misma que él había creado.
Cuando leemos los Pornosonetos no reconocemos la forma del soneto, de tan cómodo como está. En los Pornosonetos lleva su proyecto más lejos todavía: la forma del soneto se hace invisible, cuando es muy restrictiva. Quizá su proyecto entero, su búsqueda de la forma consista precisamente en escamotearla.

¿Habrías traducido de forma diferente si los textos hubiesen estado página contra página?
–Si los textos hubiesen estado página contra página no habría querido que la traducción se publicase con este editor. Cuando tienes entre manos una edición bilingüe, o bien no entiendes nada de la lengua extranjera y solo miras la versión francesa, de manera que la versión original no te sirve estrictamente de nada y te estorba; o bien, y es el caso más frecuente entre los lectores de poesía, sientes cierta curiosidad, quieres leerla, tienes algunas nociones de español, puedes seguir, miras, pero en este caso incurres en una lectura híbrida, escolar, que mantiene la ilusión de la correspondencia unívoca entre los idiomas, y yo quería evitar eso.
Porque para mí es una trampa: cada lengua comporta un universo fantástico de sonoridades, de escritores (y por lo tanto, de voces en la lengua), de argots, de gestos, de maneras… En este sentido me parece que Cortázar tiene razón, el exiliado es una persona doble, porque no somos del todo el mismo según los idiomas que hablamos. Los idiomas aumentan nuestro ser, y eso me parece fascinante. La regla del juego cambia con la lengua. La edición bilingüe página contra página es muy interesante para proyectos muy concretos. Pero no es este el formato más apropiado en mi opinión para conseguir que el lector francés oiga el trabajo de Mairal sobre el habla de Argentina.

La poesía de Pedro Mairal traducida al francés

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Publicada en En attendant Nadeau, la siguiente reseña a Supermarket Spring, volumen traducido al francés por Julia Azaretto, lleva la firma del traductor francés Paul Lequesne y se ofrece, en traducción de la española María José Furió/LIU, como complemento de la entrevista subida en el día de ayer.

Traducir a Pedro Mairal

Pedro Mairal, mascarón de proa de la nueva ola literaria argentina, es también uno de los representantes más singulares de la poesía sudamericana contemporánea, que maneja con igual acierto el humor, la desesperación y el endecasílabo, como demuestra su recopilación Supermarket Spring, publicado elpasado marzo por L’atelier du tilde.

Se trata de un precioso libro, la cubierta –papel gris beige, de grano rayado, tinta naranja— muestra una composición de inspiración curiosamente constructivista, como un cartel o el rótulo de una tienda, que reúne en un bloque vacilante una puntualización útil: «poesía argentina contemporánea», el nombre del autor: Pedro Mairal, el título: SupermarketSpring, y una particularidad del libro: edición bilingüe.

El nombre de la traductora figura en la cubierta trasera, en caracteres minúsculos: «Julia Azaretto». La primera solapa ofrece, afortunadamente, más información sobre ella. Así averiguamos que también es argentina y que traduce tanto al español como al francés. Basta con hojear la obra para constatar que es doble –la versión francesa y la versión española están separadas por una hoja de color naranja sin numerar.

Pedro Mairal, que cuenta 47 años en la actualidad, no puede ser calificado de «joven escritor» comohace el editor en la misma solapa. Propulsado en 1998 a la escena literaria argentina por su primera novela, Una noche con Sabrina Love, laureado con la primera edición del premio Clarín, cuyo jurado contaba entre sus miembros a leyendas de la literatura sudamericana como Adolfo Bioy Casares, Guillermo Cabrera Infante y Augusto Roa Bastos, hoy es un autor célebre, traducido a once idiomas –desde el inglés al yoruba--, autor de una obra coherente, que abarca diversos géneros como la novela, la poesía y el periodismo, y que ha cosechado con cada título un éxito de librería.

Bloguero sumamente activo, coautor junto con el dibujante Juan Sáenz Valiente de una sorprendente serie de televisión, Impreso en Argentina, donde cada episodio, construido como una ficción, describe y analiza una obra fundamental de la literatura hispanohablante so pretexto de adaptarla al cómic, Pedro Mairal, como subraya Julia Azaretto en su ejemplar introducción, juega con los géneros, con las palabras y las situaciones con una facilidad desconcertante, para construir lo que a fin de cuentas son historias trágicas teñidas de un humor devastador, y cuentos fantásticos de tonos singularmente premonitorios.

Las cuatro novelas de Pedro Mairal publicadas a día de hoy (en Francia por las editoriales Rivages, y Buchet-Castel la última de ellas) parecen responderse unas a otras: a la inundación inaugural de Una noche con Sabrina Love y su cruel retrato de una Argentina arruinada por la crisis económica suceden en primer lugar el desierto invasor de La intemperie, que, con unos años de antelación a la instauración del Estado Islámico, relata la inexorable regresión del mundo civilizado hasta la más atroz barbarie; luego el río de Salvatierra, objeto de un fresco inmenso, puzzle en sesenta cuadros y una pieza ausente, río que el protagonista de La Uruguaya se arriesga a cruzar en busca de un amor imposible y de una importante suma de dinero que debería permitirle saldar sus deudas y escribir un nuevo libro.

El río y los sesenta cuadros reaparecen en un quinto libro del autor, de un género algo diferente ya que se trata de una novela en sesenta sonetos, y otras tantas ilustraciones maravillosas: El gran Surubí. Este libro, al contrario de los otros, no tiene final feliz.

Las novelas de Pedro Mairal son novelas de formación en un mundo en deformación. Novelas de formación en diferentes épocas de la vida, desde la adolescencia a la vejez, de la búsqueda de sí mismo a través de universos en vía de descomposición avanzada. Sus héroes salen vivos pero no indemnes. El Daniel de Sabrina Love recibe una paliza, la heroína de La intemperie pierde una pierna, aunque el destino más doloroso es sin duda el del novelista de La uruguaya, víctima de una castración, ciertamente simbólica pero infinitamente dolorosa, bajo la mirada de la joven de la que está enamorado. 

El autor disfruta de este desmenuzamiento del mundo. Una noche con Sabrina Lovearranca con un ejercicio de estilo en forma de zapping discursivo; La intemperie lo hace con una descripción minuciosa de la confección de una trenza. De manera que sus historias parecen siempre como la paciencia cosechando fragmentos desperdigados, una cosecha durante la cual los personajes se componen o recomponen, mejor o peor, teniendo como arma esencial el lenguaje.

La presencia del río, de la frontera, bien se extienda o se desvanezca, es esencial: «La narrativa es como una cancha de fútbol sin límite. Y la clave es siempre encontrar ese borde, el límite que marque lo que entra y lo que no».

Si El gran Surubí no tiene final feliz es porque su acción se desarrolla sobre el propio río, sobre la frontera donde todo, forzosamente, resulta difuso. También porque escapa al género novelesco para adentrarse en el campo poético, y porque la poesía de Pedro Mairal no pretende recomponer la realidad sino tal vez, sencillamente, dar cuenta de ella.

Fue por la puerta de la poesía como el escritor entró en la literatura, después de pasar por el taller de escritura de Félix della Paolera, amigo de Borges, poeta, traductor y periodista, al que presenta como «su maestro y su gurú». Este prologaba en 1996 su primera colección, Tigre como los pájaros, con estas palabras: «Basta con leer estos poemas que, sin necesidad de guías ni mediadores, evidencian: una lírica original; confianza en el ritmo como esencia de la versificación; desdén por la solemnidad y la tendencia al patetismo; celebración, a veces lúdica, de la vida, del amor, del diurno ensueño rural y de la ensimismada soledad del hombre urbano».

Desde entonces Pedro Mairal no ha dejado de cruzar esta puerta en ambos sentidos. Primero, en 1998, después del éxito inesperado de su primera novela: «Es verdad, ya no era un pendejo, tenía 28 años, pero estaba muy crudo para todo eso. Fue tal el nivel de exposición que me refugié en la poesía, y después muy de a poco volví a los cuentos» – y el resultado de este retiro fue la publicación en 2003 de Supermarket Spring (Consumidor final, el título original de la recopilación en español). Siguieron tres libros extraordinarios: Pornosonetos, publicados con el pseudónimo de Ramón Paz, y El gran Surubí, como si el autor después de cada éxito en novela necesitase volver a su primer amor.

Después del desmenuzamiento, de la dispersión en medio de los cuales se construyen sus historias, la poesía parece entonces para Pedro Mairal una cuestión de recentramiento, de recogimiento, de concentración. La forma exigente del soneto a la que recurre de manera casi exclusiva en los últimos años, obedeciendo a una métrica implacable (el endecasílabo, o sobre todo el pentámetro más clásico, heredado de la Edad de Oro y más concretamente de Quevedo), sería para él la manera de reordenar y de consolidar el universo que de otro lado disfruta dinamitando, la manera de acotar el campo infinito de la narración. «Los sonetos me pusieron un borde, me permitieron no tener que explicarlo todo», dice.

A primera vista, no parece que Supermarket Spring obedezca al mismo rigor formal. Pero es porque los poemas que lo componen son el espejo de una realidad extraordinariamente agitada: la de la crisis que sacudió Argentina a principios de este siglo y cuyas consecuencias el país continúa padeciendo. «Vivimos en un surrealismo violento que solo la poesía puede digerir», decía entonces el autor.

El libro reúne dos recopilaciones de importancia equivalente, escritas en fechas diferentes: Todos los días (1997-1999) y Consumidor final(2000-2002).

Como reubicación, el poema que abre la recopilación se coloca ahí: «Los ojos reencontrados/ al fondo de la taza, / los bolsillos, / los platos, la vergüenza». Está dedicado al despertar de la «gente llena de sueño, de silencio,/ con miedo a despertar la historia mal dormida, / gente usando el idioma como un cuchillo oscuro, / un cuchillo gastado, pelando una manzana». Es el despertar del poeta, minúsculo y solo en la ciudad inmensa. Pero es también el primer momento de su activación progresiva.

Y esta idea incita a reconsiderar la portada del libro, los colores del cartel, cuyos diferentes bloques de texto podrían leerse en definitiva como el plano esquemático de una ciudad: cuatro barrios ordenados alrededor de una calle central: el título, extendido como una cinta, como un río.

Enseguida descubrimos que, de página en página, el autor parece redactar la crónica inestable de un amor frágil, con sus accidentes, sus rupturas, su reanudarse. De un encuentro en una biblioteca («Celos clásicos») a una especie de reconciliación muda (En las buenas) construida como un plano secuencia, lento trávelling sobre los relieves de una comida, un limón cortado, una rueda de bicicleta, un árbol, un fuego que se apaga, un gato con una mirada cargada de reproche.

Entre ambos habremos pasado por las crisis («Ella es así»: «la cosa es que ella llora con coraje, / con dientes, con espasmos, / ella vive llorando en las ventanas»), los trayectos por los suburbios («Ruta nacional»: «La gran velocidad / es una lentitud de balsa que se fuga / con música y tristeza.»), el tedio de la vida cotidiana («Preguntas a Piazzolla»: «¿Cómo alzar en el aire de un acorde / el peso de las seis pasadas ya,  / la fuga de la gente volviéndose a su casa? […] El libro de tu fuelle se abre lento / y se vuelve a cerrar / sin responderme»).

Todo ello entreverado de rayos de luz muy intensa y alegre, como en «Andante cantabile», gozosa celebración de los senos de las mujeres que termina con un alejandrino perfecto: «Verlas pasar, nomás, y deslumbrarse, / quedarse para siempre cantando en este mundo». No hay, sin embargo, nada intimista en esta historia. Constantemente, un simple gesto esbozado enseguida es sustituido en una red de correspondencias espaciales y temporales: cuando una mujer se inclina o se anuda un pañuelo alrededor de la cabeza, el gesto se convierte en una oración a un dios inmutable.

El libro prosigue ampliando esta relación entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande. «Al principio de la recopilación, escribe acertadamente Julia Azaretto en su presentación, la mirada del poeta se posa en su vida cotidiana, luego abre el foco hasta incluir el escenario de un país trastornado. La poesía desciende a la plaza pública

Y es verdad que la poesía está en la calle. Se muestra donde no se la espera, no es ni eslogan ni canción, sino en el corazón de la trivialidad cotidiana, en la mirada de un cliente fija en una pantalla de televisión por encima del mostrador de un banco. Desciende a la plaza pública, pero desciende también de la planta doce de un edificio, tomando el ascensor.

Desde el primer poema («Un durazno»), el tono está dado: un simple durazno comprado en el supermercado brinda al autor la oportunidad de describir en cincuenta versos el conjunto del sistema agrícola argentino, sistema mortífero que solo produce sueño: «y a pesar de la química, de la distancia muerta, […] / me encontré allá en el fondo de su sueño amarillo / con esa flor primera que perfumaba el viento

En «Fauna embalsamada» el poeta plantea explícitamente el problema: «¿esto es un poema?  / ¿estar a oscuras sin dormir/ puede ser un poema? / ¿si no hay nada[…] /  puede haberun poema?». Y termina: «cambio sistema solar/  por dos palabras ciertas / que consigan decir toda mi sombra».

Y va de uno a otro sin cesar, del triste suceso a la contemplación del universo, del anónimo ciudadano a los animales misteriosos o gigantescos que aún habitan los mares, del niño por nacer, Jonás en el vientre materno, a las ballenas del Gran Sur. Al hilo de la lectura, sin embargo, el tono se hace más travieso, la lengua más familiar, y la constatación más homicida, desvelando al consumador por debajo del consumidor: «en el supermercado la cajera / con su uniforme rojo me pregunta  / ¿consumidor final? / yo contesto que sí / y pienso ese soy yo».

Terminamos la lectura de Supermarket Spring, y pese a todo el mismo libro queda por descubrir, esta vez en español, por poco que entendamos algo el idioma. La misma composición, texto en cursiva, como si no fuese más que cita, notas al final del libro confirmando y explicando la belleza de lo que acabamos de leer. Y por poco curioso y juguetón que sea el lector, aún le espera una tercera lectura: la de esta página de color naranja que separa los dos textos, y que el editor no ha logrado numerar.

No lo ha logrado porque era una página demasiado extensa, demasiado densa: representa todo el trabajo de traducción, encierra el misterio entero de cientos de horas de duda, de reflexión, de elecciones imposibles y de conteo inconsciente de sílabas. Entretenerse en esta página es intentar reconstruir el camino que va de un texto al otro: es esforzarse en medir la distancia, es aceptar plantearse preguntas para las que no necesariamente encontraremos respuesta.

Por una vez, es fácil calcular la distancia entre las versiones francesa y española: mide exactamente 46 páginas. Mide un libro entero. Porque no se traduce una recopilación de poemas igual que se traduce un poema, no se traduce un libro como se traduce una página. Nos quedaríamos sin aliento. Aunque, precisamente mirando con más atención, observamos un detalle que sele había escapado al ojo pero que se impone tan pronto empezamos a leer en voz alta, porque nos gustaría oír si el francés de la traductora suena como el español de Pedro Mairal: estos poemas se leen de un tirón, a menudo consisten en una sola frase, e incluso cuando hay un punto no está ahí para que la voz calle, sino más bien para que otra voz la interrumpa.

Los poemas de Supermarket Spring brotan naturalmente: como los senos de las mujeres que deslumbran al paseante, tienen la forma del agua. Este descubrimiento hidrológico permite franquear de una vez la página naranja y observar el extraordinario y minucioso trabajo de traducción que resume: comprender por qué, después de haber brotado a borbotones la frase se anima y toma un ritmo de cascada, convierte series de diez y luego once sílabas coléricas, testarudas, o erupción del alejandrino..

Porque Pedro Mairal, siempre en busca de nuevas formas, ha adoptado para esta recopilación la forma primigenia de la respiración.



Pedro Mairal, Supermarket Spring. Traducido del español (Argentina) por Julia Azaretto. Edición bilingüe. L’atelier du tilde, col. «Lolita Valdez», 110 págs., 16 €  

III Coloquio de Traducción y Literatura en la Universidad Austral de Chile, Valdivia

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Una vez más, la bellísima ciudad de Valdivia, esta vez hundida en la bruma del fin del invierno, fue el escenario de actividades académicas vinculadas a la traducción.

Organizado por Amalia Ortiz de Zárate Fernández, Directora de la Escuela de Pedagogía en Comunicación en Lengua Inglesa de la Universidad Austral de Chile, los días 7 y 8 de septiembre pasados, tuvo lugar un III Coloquio de Traducción y Literatura, en el ámbito de la Universidad Austral de Chile..

Las reuniones tuvieron lugar en el campus de la Isla Teja, los días 7 y 8 de septiembre pasados, centrándose en tres ejes: la traducción de la poesía de Shakespeare, la  traducción de Madame Bovary, de Gustave Flaubert, y la traducción de la Divina Comedia, de Dante Alighieri. A todo ello se sumó la presentación de la antología The Other Tiger, compendio de poesía latinoamericana reciente, traducida al inglés por Richard Gwyn.

El programa completo se detalla a continuación.Se informa asimismo que las ponencias y participaciones estarán disponibles a la brevedad en youtube.

PROGRAMA


Jueves - 7 sept – Auditorio Edificio E. Huerta
9:50 -11:20
Presentación Coloquio (Amalia Ortiz de Zárate)
Conferencia –Andrés Ehrenhaus (traductor): "Traducir la poesía de Shakespeare".
Presenta y modera: Amalia Ortiz de Zárate

12:00 – 13:00
Mesa Redonda – "Traducir literatura desde y hacia la lengua madre",
Mesa: Richard Gwyn, Jorge Aulicino, Jorge Fondebrider, Pedro Araya
Presenta y modera: Carlos López Beltrán

15:50 – 16:50
Presentación y conversación: "Antología de poesía latinoamericana al inglés The Other Tigerde Richard Gwyn (traductor)"
Presenta y modera Marina Serrano

17:00-18:00
Lectura de poemas: poetas incluidos en la antología. 
Damsi Figueroa, Jorge Aulicino, Pedro Serrano
Lectura de los poemas en su traducción al inglés: alumnos de la Escuela de Pedagogía en Inglés:

18:00 Librería Q’Leo.
Lectura de poemas: otros poetas incluidos en la antología. 
Marina Serrano, Jorge Fondebrider, Carlos López Beltrán, Jaime Pino, Richard Gwyn.
Lectura de los poemas en su traducción al inglés: alumnos de la Escuela de Pedagogía en Inglés:
Conversación abierta entre el público y los escritores y participantes del Coloquio.

Viernes – 8 sept -Auditorio Edificio E. Huerta
9:50 -11:20
Exposición y diálogo: "Las anotaciones en la traducción de Madame Bovary", con Jorge Fondebrider (traductor) – Presenta y dialoga: Luis Bocaz.

12:00 – 13.:00
Exposición y diálogo: "La traducción de la Divina Comedia", con Jorge Aulicino (traductor) Presenta y dialoga: Roberto Matamala.



Algunos de los participantes del III Coloquio de Traducción y Literatura: de izquierda a derecha, Andrés Ehrenhaus, Pedro Serrano, Marina Serrano, Jorge Fondebrider, Damsi Figueroa, Jorge Aulicino, Verónica Zondek y Richard Gwyn. 

En septiembre el SPET baila samba

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En el marco de las Cuartas Jornadas Internacionales sobre formación e investigación en lenguas y traducción “Lenguas en el cruce de fronteras: políticas, prácticas y saberes” el SPETinvita al panel “Adaptaciones intersemióticas de Don Quijote en el carnaval brasileño”

28/09/2017, 18:00 – 19:00, IES en Lenguas Vivas “J.R. Fernández” (Carlos Pellegrini 1515), salón de conferencias

Participantes: 
Silvia Cobelo (GREAT / Universidad de San Pablo),
Marcela Suárez (FFyL, UBA/ CONICET)
Presentación y moderación: Griselda Mársico / Uwe Schoor 

Este panel especial del Seminario Permanente de Estudios de Traducción (SPET) propone un diálogo entre la investigadora Silvia Cobelo, del Grupo de Estudio de Adaptación y Traducción (GREAT) con sede en la USP, y la docente e investigadora argentina Marcela Suárez, especialista en letras clásicas cuyos estudios giran en torno a la traducción actual de la comedia latina.

En primer lugar Silvia Cobelo hará una exposición de su proyecto, para luego dialogar con Marcela Suárez sobre diversos aspectos de la investigación.

Resumen del proyecto
Considerado una de las primeras festividades conocidas de la humanidad, el Carnaval se originó como un festival de la agricultura y se extendió con el Imperio Romano, convirtiéndose en un acto de despedida a los placeres carnales que termina el Miércoles de Ceniza. Esta celebración llegó a la colonia de Portugal, Brasil, donde se agregaron dos capas más: la cultura africana y la nativa brasileña. En la obra de Miguel de Cervantes, por su parte, diversos estudios reconocen la presencia del Carnaval en la elaboración de ciertos personajes y episodios. El caballero andante y su gordo escudero podrían ser un símbolo de la Cuaresma y el Carnaval, figuras icónicas fácilmente identificables desde la primera edición.

Esta presentación expone los primeros datos sobre una investigación de las adaptaciones intersemióticas de Don Quijote que han sido realizadas por dos escuelas de samba para los desfiles de carnaval 2010 y 2016. El propósito del análisis, que amplía los límites de los Estudios Semióticos y de Traducción/Adaptación para este tipo muy específico de adaptación, cercano a la ópera y el cine, es entender cómo el Carnaval, el símbolo mayor de la cultura brasileña, se apropió del gran libro cervantino para su espectáculo por excelencia: Los desfiles de las Escuelas de Samba.

Silvia Cobelo
Traductora literaria (inglés y español) y guionista graduada por la UCLA, se especializó en traducciones y adaptaciones de las obras de Cervantes, con una investigación de maestría y un doctorado [FFLCH-USP] sobre la recepción de Don Quijote en Brasil. Actualmente investiga las adaptaciones intersemióticas del Quijote para el Carnaval (tema de su pos-doctorado), además de películas, obras de teatro y otros elementos semióticos. Investigadora senior en tres grupos de investigación del CNPq: GREAT (Grupo de Estudio de Adaptación y Traducción), liderado por el Dr. John Milton (USP); Estudios y Traducciones del Teatro Español Clásico y Contemporáneo, dirigido por el Dr. Miguel Ángel Zamorano Heras (UFRJ) y Cervantes: poética, retórica y formas discursivas en España de los siglos XVI y XVII, encabezado por la Dra. María Augusta da Costa Vieira (USP). Miembro activo de asociaciones españolas/cervantistas y Estudios de Traducción/ Adaptación, participa en los principales eventos y publicaciones dentro de esos campos.

Marcela A. Suárez es Doctora en Letras con orientación en Lenguas Clásicas (Universidad de Buenos Aires). Se desempeña como Profesora Titular Regular de Lengua y Cultura Latinas del departamento de Lenguas y Literaturas Clásicas (Facultad  de Filosofía y Letras, UBA). Es investigadora independiente del CONICET. Ha dirigido proyectos de  investigación interdisciplinarios en torno de la palliata plautina. Desde hace varios años dirige proyectos dedicados a la traducción de la obra de Plauto y Terencio y al estudio del humor performativo en las comedias terencianas. Asimismo, se ha dedicado a la tarea de rescatar documentos y textos latinos pertenecientes al período colonial. Cuenta con múltiples publicaciones nacionales e internacionales en las siguientes áreas: Literatura latina, Literatura jesuítica y Tradición Clásica en América.

Si tiene previsto solicitar un certificado de asistencia, por favor no se olvide de firmar después de la reunión en la lista disponible en Cooperadora.


"La broma se materializa en contante y sonante"

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Fernando Alfón acaba de enviar al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, la siguiente reseña en la que se ocupa de Nuestra expresión (2017), el reciente volumen seleccionado, prologado y anotado de José Luis Moure (foto; ver otra reseña, esta vez de Oscar Conde, en la entrada de este blog del 17 de agosto pasado).

Lengua y emancipación III 

La legendaria Editorial Universitaria de Buenos Aires publicó este añouna antología de textos en torno a la identidad de la lengua de los argentinos, Nuestra expresión (2017), seleccionada, prologada y anotada por José Luis Moure, actual presidente de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española. Por el carácter polémico de casi todos los textos que recoge, el libro se inscribe en una vastísima tradición querellante que arranca con Juan Cruz Varela en 1828 y tuvo su auge un siglo más tarde, el mismo año en que Borges publicó El idioma de los argentinos. Sorprende entonces que, en el cordial prólogo que Moure le acomoda, enfatice que «nada podría ser más ajeno a la intención de este libro que revivir animosidades y enconos anacrónicos».

A esos enconos y animosidades —forma reductora de aludir una sociología crítica del lenguaje— ya les había compuesto un epitafio el filólogo platense Arturo Costa Álvarez en Nuestra lengua (1922), un volumen precursor de Nuestra expresión. La razón, ahora, por la que Moure los considera anacrónicos —sigo siempre en el «Prólogo»— es que «Argentina ha superado doscientos años de vida independiente y no necesita reexaminar su condición de tal». ¿Qué nos quiso decir con esto de que ya no necesitamos reexaminar nuestra independencia? ¿Que declarada, allá por 1816, ya podemos despreocuparnos de ella? ¿Que es inútil seguir pensando la lengua como un terreno de disputas? ¿Que libros como los que él ahora publica son, en el fondo, anacrónicos? Quizá nos quiso decir algo más modesto: que podemos despreocuparnos por las tropelías de la Real Academia Española, porque ya escarmentó.¿Estamos nosotros, entonces, como Juan María Gutiérrez al rechazar el diploma de correspondiente, recelosos de una amenaza perimida; renegando contra una Real agiornada, que solo quiere echarnos una mano?

Si seguimos la última edición del Diccionario de la lengua española, un colombiano no se enterará que en Buenos Aires tenemos abrochadoras, aguinaldos y pochoclos; que un mazo también es la baraja; un micro, un bondi; y que también acá un zurdo, además, es alguien de ideas políticas de izquierda. Tampoco un chileno se enterará que en México el borracho del barrio es el teropocho;el haragán, el baquetón; o que apá no es solo una interjección «para estimular al caballo», sino la simple forma popular de decir papá. Ahora bien, todos sabremos,desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, qué significa mileurista, aunque jamás la hayamos pronunciado. ¿Porqué este jovencito neologismo ya está estampado en un diccionario «panhispánico», burlándose del purgatorio donde envejecen centenares de voces americanas? Pues por la sencilla razón de que mileurista fue pronunciado en España. Luego cayó simpático a los académicos, que ganan por sus servicios lexicográficos un poco más que mil euros al mes.

Son picardías, lo sé, con las que se entretiene el Pleno durante las sesiones de los jueves; pero traslade usted, lector, este inofensivo pecadillo al mercado de la traducción, a la enseñanza del español en el mundo, al negocio de las comunicaciones. Ahí la broma se materializa en contante y sonante. La hegemonía que ostenta la Real para dictar la norma se traduce en una situación de privilegio para la industria cultural española que tenga a la lengua como su mayor mercancía. El Diccionario es el mascarón de proa de un enorme barco cuya tripulación son las empresas ibéricas. El Instituto Cervantes, que ha demostrado habilidad con los números y los mapas: ¿ha estudiado empíricamente el factor de aislamiento lingüístico que implica el dominio de la Real sobre las naciones americanas?Es imposible que un libro editado en Colombia llegue a Argentina o Uruguay;o uno,traducido en Paraguay o Bolivia, llegue a Venezuela. Lo que tienen en común todos estos países, es que están inundados de libros traducidos, prologados, anotados y editados en España. La «unidad de la lengua» es el eslogan en el que se festeja la desunión que se acrecienta con cada españolada. Una es elDiccionario de americanismos, que«traduce al español» las voces corrientes de este lado del Atlántico. Otra es la Asociación de Academias de la Lengua Española, cuya casi totalidad son americanas, pero radicó su máximo órgano de gobierno en la calle Felipe IV, número 4, de Madrid, justo el mismo domicilio de la sede oficial de la RAE. Nos toman por virreinatos, pero el amable nombre bajo el cual lo administran se llama panhispanismo.

Moure tiene razón al sugerir que nuestra querella soberanista ya lleva casi dos siglos y nos tiene a todos muy fatigados. También entretenidos, porque en medio de las hostilidades se gestó una nueva acepción para el verbo raer: «hacer pasar por universal lo local y viceversa». Si la Real le acomodara a su obra paradigmática el justísimo nombre de Diccionario de la lengua española de España, dejaría de raer y ya estaríamos en mejores condiciones para no necesitar reexaminar nuestra independencia. América dejó de raer cuando presentó el Diccionario del español de México (DEM), el Diccionario integral del español de Argentina (DIEA), el Diccionario del español del Uruguay (DEU). Ninguno de estos repertorios se esconde detrás de ninguna totalidad, para venderse urbi et orbi; les basta con servir a sus compatriotas. Ninguno de ellos pone en peligro la unidad de la lengua, ni agita enconos ni animosidades. Son atisbos de lexicografía soberana para entendernos un poco mejor, cuanto menos, al interior de cada nación. Son los demorados frutos de la querella que recopila, profusa y acertadamente, Nuestra expresión. Prueba del valor de la antología es la joya que agrega al final, el ensayo-pregunta del poeta Enrique Banchs, en torno a unas «Averiguaciones sobre la autoridad en el idioma».


Los piratas del Perla Negra fijan encuentro en Córdoba con la armada Brancaleone

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El año que viene va a haber un nuevo Congreso de la Lengua. La Argentina será sede, por segunda vez, y tendremos el consabido desfile de personajones, a jetones de toda laya y a los notables locales de la ciudad de Córdoba, llenándose la boca con el supuesto logro, por el cual el país deberá desenbolsar una importante cantidad de dinero. Según señala Silvia Friera en su crónica para el diario Página 12 del 23 de septiembre pasado, “En un acto quizá demasiado solemne, funcionarios argentinos y españoles presentaron en el Museo Nacional de Arte Decorativo la octava edición, a realizarse del 27 al 30 de marzo de 2019”.

Encuentro en Córdoba

La lengua que hablan más de 500 millones de personas en el mundo será la gran protagonista. El largo camino al VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), del 27 al 30 de marzo de 2019 en Córdoba, comenzó con una presentación demasiado solemne en el Museo Nacional de Arte Decorativo. “Un bodrio”, se atrevió a definir alguien. Siempre hay un incorrecto –o un provocador de perfil bajo– agazapado entre especialistas con cabelleras postizas. El lema de la próxima edición, que convocará a escritores, académicos, expertos y profesionales de todo el mundo, será “América y el futuro del español. Cultura y educación, tecnología y emprendimiento”. La promesa de que habrá un especial énfasis de la presencia de la “calle” quedó flotando como un deseo que tendrá que sortear varios obstáculos. “El CILE es un gran festival de la lengua”, dijo Darío Villanueva, director de la Real Academia Española, acompañado por el director del Instituto Cervantes, Juan Manuel Bonet.

El VIII Congreso –que contará con la presencia de los reyes de España en la inauguración– continuará la línea de los celebrados en Zacatecas (México, 1997), Valladolid (España, 2001), Rosario (2004), Cartagena de Indias (Colombia, 2007), el “virtual” Valparaíso (Chile, 2010, que no se efectuó in situ por el terremoto), Ciudad de Panamá (2013) y San Juan (Puerto Rico, 2016). “Los congresos no son de especialistas, sino que está presente la calle”, afirmó Bonet y agregó que les importa subrayar en cada encuentro el diálogo del territorio con España. Las figuras que lo permitieron en la pasada edición fueron los poetas Juan Ramón Jiménez y Luis Salinas, que estuvieron exiliados en Puerto Rico. El titular del Cervantes precisó que a pocos kilómetros de Córdoba vivió el músico Manuel de Falla (1876–1946), quien formará parte del programa del CILE 2019 con “una gran evocación musical”; y otro exiliado español al que se le rendirá tributo es Juan Larrea, poeta de la “Generación del 27” que murió en Córdoba en 1980. Bonet recordó la situación minoritaria de los hablantes nacidos en España: “Los españoles somos el 10 por ciento de los hispanoblantes”.

“Tengo la sensación de que debo ser solemne y al mismo tiempo informal”, confesó Pablo Avelluto, ministro de Cultura de la Nación. A confesión de parte, relevo de prueba. “La magnitud del Congreso para los millones de hispanohablantes es de una trascendencia imposible de medir”, aseguró el ministro de Cultura y subrayó que es “un honor” que el país sea sede de este encuentro por segunda vez. “La lengua nos une y nos da una de las pocas identidades globales que tenemos. El verdadero tesoro no está en el Banco Central; está en nuestra lengua”, concluyó Avelluto. José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras, afirmó que el CILE permitirá “poner en vidriera la realidad de una provincia y de un país” y aclaró que nuestra lengua es “un patrimonio vivo compartido por 23 naciones”. El ministro de Turismo de la Nación, Gustavo Santos, de inconfundible acento cordobés, fue la excepción a la regla de la solemnidad. “No puedo olvidarme que en Córdoba nació el primer poeta argentino, Luis José de Tejeda, aquel que allá por finales del siglo XVII tuvo que huir a La Calera, perseguido por casi todos los maridos de la época”, comentó, en alusión a la vida amorosa “tormentosa” del poeta, y mencionó también al escritor cordobés Arturo Capdevila (1889-1967); a Juan Larrea, exiliado español que editó la revista Aula Vallejo; el paso por su provincia natal de Pablo Neruda y Rafael Alberti; y la Córdoba de la revista Hortensia, donde apareció Roberto Fontanarrosa, “que deslumbró en el Congreso de Rosario” con su elogio de las malas palabras. El ministro de Turismo terminó parafraseando un breve poema del chileno Gonzalo Rojas: “Que la palabra sea un aire, un aire, un aire, no para respirarlo sino para vivirlo”. Elena Pérez, decana de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de Córdoba, señaló que en el libro ¿Qué significa hablar? Pierre Bourdieu dice que los rituales “nos ponen en los umbrales de iniciación de los caminos”. “Parados en esos umbrales, podemos ver, si levantamos la mirada, lo que vendrá. Esperamos estar a la altura de las circunstancias”, concluyó la decana.

Convocatoria para las becas del CNL

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Mateo Schapire (foto), adjunto para la promoción y difusión del libro francés, del Institut Français d’Argentine, como todos los años, hace llegar la siguiente información sobre becas  del Centre National du Livre de Francia.

Estimados traductores

Se encuentra abierta la convocatoria del Centre National du Livre de Francia (CNL) para becas de estadía destinadas a traductores experimentados en literatura o ciencias humanas y sociales. Estas becas permiten llevar a cabo proyectos de traducción de obras francesas. Antes de presentarse, el candidato deberá ya contar con un contrato de traducción con una editorial de lengua española.

Más información en:
y al final del formulario adjunto.
https://mail.google.com/mail/u/0/#search/mateo/15ea0892d991f145?projector=1

Para la convocatoria a la sesión de febrero, las personas interesadas pueden dejar su dossier completo (formulario adjunto más documentos solicitados) hasta el martes 17 de octubre inclusive en el Institut Français d’Argentine (Basavilbaso 1253), a nombre de Bureau du Livre – Mateo Schapire. Nosotros se lo transmitiremos al CNL.
Los horarios de recepción son de 9 a 13 h y de 14 a 17 h.


10 traductoras eligen a sus traductoras favoritas

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Alison Flood tuvo la interesante idea de entrevistar a 10 traductoras sobre sus traducciones favoritas hechas por otras mujeres. En la bajada del artículo, publicado en el diario británico The Guardian, del 31 de agosto pasado, se lee: “Para conmemorar el mes de la Mujer Traductora, algunas de sus principales exponentes celebran a sus colegas y escritoras favoritas”. La versión que aquí se ofrece fue especialmente traducida para este blog por Julia Benseñor.

En sus propias palabras:
10 traductoras hablan 
sobre qué las inspira en su trabajo

Alison Anderson
Para mí, la traductora más sobresaliente de todos los tiempos es Constance Garnett. Tradujo a todos los grandes novelistas rusos de fines del siglo XIX a principios del XX. Incluso conoció a Leon Tolstoi en su casa. Seguramente tiene sus detractores, y gran parte de su trabajo ha sido retraducido, pero creo que muchos lectores no son siquiera conscientes de la inmensa deuda cultural que tenemos con ella por haber traído a Occidente la riqueza de la literatura rusa.
Entre las traductoras contemporáneas, yo nominaría a Susan Bernofsky, que traduce del alemán. Quedé impactada por la belleza de su traducción de Visitation de Jenny Erpenbeck, tan bella o más que la novela original. Sencillamente sublime. Ambas recibieron el Premio a la ficción extranjera independiente en 2015 por la notable novela TheEnd of Days.

• Alison Anderson ha traducido recientemente Madame Bovary of the Suburbs, de Sophie Divry (MacLehose).

Susan Bernofsky
Leí a la traductora Margaret Jull Costa primero en la obra de José Saramago,pero después me enamoré de su trabajo cuando leí sus traducciones de Eça de Queirós, el escritor portugués del siglo XIX, incluida su obra maestra The Maias, una increíble saga familiar en la prosa más exuberante y rica que jamás haya leído. Jull Costa tiene tan afinado el oído a los ritmos de la escritura de cierta época, que uno recibe ese despliegue de elegancia, lirismo y dignidad sin el mínimo vestigio de pomposidad que se cuela tan fácilmente en las traducciones. Su versión de Saramago es una obra maestra, en un tono completamente distinto, ya que una escritura mucho más contemporánea. Ahora estoy entusiasmada porque acaba de hacer una nueva traducción del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, con una selección mucho más completa de los textos fragmentarios de Pessoa.

• La traducción más reciente de Susan Bernofsky es Memoir of a Polar Bear de Yoko Tawada (Norton).

Sarah Death
Mi colega Barbara J Haveland, traductora escocesa del noruego y danés, tiene una vasta experiencia y una finísima sensibilidad. Siento particular admiración por sus traducciones de las novelas de la noruega Linn Ullmann, hija de Liv Ullmann e Ingmar Bergman. Después de haber traducido yo misma una de las novelas de Ullmann, sé muy bien el desafío que puede llegar a ser.

• La traducción más reciente de Sarah Death es el diario de Astrid Lindgren en tiempos de guerra, A World Gone Mad (Pushkin).

Katy Derbyshire
La traducción de The Story of My Teeth de Valeria Luiselli hecha por Christina MacSweeney es tan alegre y efervescente como el libro original, que trata sobre un legendario subastador que llega a vender sus propios dientes, entre otras cosas. Pero lo que realmente es digno de destacar es un capítulo que se llama “Chronologic” que MacSweeney agrega para ayudar a los lectores no mexicanos a entender el libro. Además de ser tan divertido como la novela, muestra un enfoque sumamente innovador sobre el rol del traductor como puente entre culturas.

• Katy Derbyshire tradujo recientemente One Day a Year,de Christa Wolf (Seagull).

Maureen Freely
Yo elijo a Antonia Lloyd-Jones, no sólo por la maravillosa fluidez de su prosa, sino porque fue a través de sus traducciones (siempre tan bien elegidas) que logré comprender cuán rica era la literatura polaca. La primera de las traducciones de Lloyd-Jones que se cruzó en mi camino fue Mercedes-Benz,  de Pawel Huelle. Fue el libro que elegí para A Good Read en Radio 4 hace un año. Antonia acababa de regresar a Inglaterra después de un largo período afuera. Estaba por salir de su departamento dejando la radio 4 encendida para burlar a cualquier ladrón, cuando oyó que alguien en la radio mencionaba su nombre. Al principio, pensó que estaba imaginando cosas. Me escribió una postal y pronto nos hicimos muy amigas.

• Maureen Freely tradujo recientemente Madonna in a Fur Coat, de Sabahattin Ali junto con Alexander Dawe (Penguin).

Margaret Jull Costa
Sophia de Mello Breyner Andresen es tal vez la poeta más conocida de Portugal después de Pessoa. Escribía poesía, cuentos y literatura infantil. Su poesía ha sido traducida por Ruth Fainlight, Richard Zenithy, más recientemente (en una cotraducción) por Colin Rorrison y por  mí. Fue una acérrima opositora del régimen de Salazar, pero aunque parte de su poesía es política, se centra principalmente en su infancia y su juventud, en su conexión profunda con la naturaleza y, sobre todo, con el mar. La novelista y cuentista brasileña Clarice Lispector es otra autora original, también traducida por varios traductores, pero empezaría con su primera novela, escrita cuando sólo tenía 23 años: Near to the Wild Heart (New Directions, 2012) y traducida por Alison Entrekin, que capta en forma brillante los pensamientos atolondrados de Joana, una protagonista bastante amoral.

• La traducción de Entre eternidades de Javier Marías hecha por Margaret Jull Costa será publicada en noviembre.

Deborah Smith
Sophie Lewis es una de las traductoras actuales más finas que traducen del francés y se especializa en la escritura de mujeres, en la compleja e innovadora fusión de ideas, estilos y formas,muchas veces contrarrestada por la experiencia sensual y sexual de andar por el mundo como mujer. Su traducción más reciente es de Blue Self-Portrait, de Noémi Lefebvre, que logra mantener en inglés la prosa del fluir de la conciencia con delicada belleza y el patrón intrincado de un fino encaje. La pequeña editorial Les Fugitives también se especializa en traducciones hechas por mujeres.

• La traducción de Deborah Smith de The Vegeterian, la novela de Han Kang (Portobello), ganó el premio internacional Man Booker.

Lucy North
La novela The Nakano Thrift  Shop,de Hiromi Kawakami, traducida por Allison Markin Powell, describe a una comunidad de personajes bastante poco convencionales que trabajan en una tienda de segunda mano en un suburbio del oeste de Tokio. Es una pintura ligera e ingeniosa a partir de intercambios casuales que se van cargando de significado –una conversación sobre pisapapeles, por ejemplo, se carga sutilmente de melancolía sexual–, encuentros hilarantes y momentos en que emerge la belleza de los objetos mundanos. Powell capta magistralmente la delicadeza y el ritmo lento de la prosa de Kawakami, de una manera que el humor, el misterio y la atmósfera suenan absolutamente genuinos.

• Lucy North acaba de traducer Record of a Night Too Brief, de Hiromi Kawakami (Pushkin).

Lulu Norman
Muchas veces trabajo en colaboración con Ros Schwartz y periódicamente revisamos nuestros respectivos trabajos, así que sería fácil darla por sentado. Además, una persona tan activa en el mundo de la traducción, que ha alentado a tantos traductores en forma personal y que ha movido montañas al servicio de la traducción, suele volar curiosamente por debajo del radar, lo que por supuesto encaja perfectamente con un trabajo que mucho depende del grado en que uno es capaz de desaparecer.
Pero con su descubrimiento de Translation as Transhumance, de Mireille Gansel se produce uno de esos raros momentos en que las habilidades, inquietudes y mentalidades de dos escritoras se unen para producir algo realmente especial, que yo aspiro a que alcance gran visibilidad. Ros ha encontrado su par en una escritora, que también es una traductora consumada, cuyos libros tratan sobre el lenguaje ysu amor a él, lo que, por supuesto, le permite mostrar sus fortalezas: su precisión  y paciencia, la forma en que va construyendo una voz, su oído para el ritmo y la musicalidad y –quizás ni hace falta decirlo– cuánto le importa.
El libro habla de la traducción como acto social y político y, por ende, sobre lo que significa ser un ser humano y “la convicción de que ninguna palabra que hable delo humano es intraducible”.

• Lulu Norman es la traductora, junto con Ros Schwartz, de About My Mother, de Tahar Ben Jelloun (Telegram).

Bela Shayevich
Mi colega Ainsley Morse ha tenido una larga relación e intercambio como poeta y traductora con la poeta Dina Gatina. También tradujo a otras poetas contemporáneas que escriben en ruso, la más reciente, Lida Yusupova.
Otro proyecto que emprendió fue editar y traducir Found Life, de Linor Goralik. Se trata de un proyecto complejo porque es una iniciativa de la Columbia University Press, una de las tantas editoriales anglófonas que aceptan dinero del gobierno ruso para financiar publicaciones rusas a través de una organización intermedia llamada Read Russia. Ainsley donó todos sus honorarios a Memorial, una organización de derechos civiles sin fines de lucro en Rusia. Goralik es una poeta y periodista opositora y feminista. No conozco ninguna otra traductora rusa que haya tomado una posición tan contundente.

• Bela Shayevich acaba de traducir Second-Hand Time,de Svetlana Alexievich (Fitzcarraldo). Sus proyectos editoriales incluyen los alegatos finales en el juicio a las integrantes de Pussy Riot.

¿Los tiempos están cambiando?

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El 24 de septiembre pasado, el poeta y escritor Osvaldo Aguirre publicó la siguiente nota en el suplemento de cultura del diario Perfil.Según se lee en su bajada, “El traductor pasó, al menos en Argentina, de un lugar subalterno a uno preponderante. Aunque algunos creen que aún queda mucho por conseguir, lo cierto es que éste dejó de ser un trabajador en las canteras del mundo editorial. Las versiones icónicas de muchas de las mejores obras de los mejores escritores del siglo XX sirven de trampolín criterioso para emprender con entusiasmo la tarea en pleno siglo XXI”.

Los traductores visibles

Desde hace un tiempo se reúnen, activan por sus derechos, reclaman una ley que proteja su actividad de editores inescrupulosos. Tienen blogs y desarrollan plataformas donde publican sus trabajos y los de sus pares. Sus nombres, antes relegados a un cuerpo menor en la página de los créditos, como le ocurría al personaje de Rodolfo Walsh en el cuento Nota al pie, ahora se distinguen claramente en la portada de los libros. La academia les consagra una disciplina específica de estudios. Los traductores, por fin, dejaron de ser invisibles.

“La visibilidad reciente de los traductores tiene que ver con la progresiva profesionalización de los traductores literarios: contratos, subsidios estatales para la traducción, derechos de autor sobre la traducción, asociaciones profesionales, premios nacionales e internacionales, estudios universitarios de traducción. En cualquier caso, una profesionalidad bastante más tardía que la de los escritores y mucho más inestable”, dice Marietta Gargatagli (Paraná, 1948), profesora en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona y una de las grandes referentes en los estudios sobre la cuestión en lengua castellana.

No obstante, agrega Gargatagli, la invisibilidad del traductor persiste como condición estética y problema teórico. “Una buena traducción debe cumplir el pacto de ficción que propone todo texto traducido: debemos leerlo como si fuera el original. Más allá de cualquier consideración, a esto aspira el buen lector de buena literatura”, dice.

Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956), creador del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, comienza por plantear su desconfianza ante los estudios literarios. “La academia argentina, a través del tiempo, ha dado numerosas muestras de insensibilidad y no pocas de franca imbecilidad –dispara–. Para muchos académicos la literatura argentina es sólo la novela. La poesía, el ensayo y la literatura dramática son, en líneas generales, olvidos permanentes”. Tampoco cree que la situación de los traductores haya cambiado tanto: “Ser traductor visible es una cuestión de suerte: de publicar el texto adecuado, en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Existen muchísimos traductores francamente brillantes que nunca son ni fueron visibles. La única novedad importante es que sí, efectivamente, hoy en día los traductores dejamos de estar aislados”.

La reciente reedición de La constelación del Sur, el ensayo de Patricia Willson, repone una obra insoslayable sobre la traducción en la literatura argentina del siglo XX. Entre 2004, cuando el libro apareció por primera vez, y la actualidad, la traducción pasó a ocupar un lugar distinto en la cultura nacional. “Estábamos saliendo de la crisis de 2001 –recuerda Willson (Buenos Aires, 1958)–. Si se consultan los datos de la Cámara Argentina del Libro, se advierte que hubo entonces una curva ascendente de publicaciones, a partir de un piso muy bajo, con un aumento concomitante en el número de traducciones que entrañó la incorporación de nuevos traductores al sector del libro. La aparición de editoriales independientes que traducen es un dato muy importante en este contexto. Paralelamente, se produce la institucionalización de la disciplina específica, la traductología”.

Para Gargatagli, después de 2001 las nuevas editoriales independientes fueron el lugar donde revivieron “las lenguas con entonaciones argentinas”. En la primera década del siglo surgieron maestrías de traducción en Argentina, México, Chile, Colombia y Uruguay. “Una de las finalidades de la aparición de posgrados era darle visibilidad a la práctica traductora e, indirectamente, promover la mejora de la condición laboral de los traductores –dice Willson–. Esto, desde luego, es más difícil de lograr que la institucionalización de la disciplina, porque hay intereses económicos de por medio”.

Traducciones ejemplares. 
La historia de la literatura argentina podría contarse a través de las traducciones que incorporó. Una versión muy incompleta podría incluir las traducciones de Jorge Luis Borges de Las palmeras salvajes, de William Faulkner; las de José Bianco, como Malone muere, de Beckett, o G., de John Berger, un año después de su publicación en inglés; las obras completas de Poe trasladadas por Julio Cortázar, Moby Dick y Lolita en versiones de Enrique Pezzoni, la poesía de François Villon por Rubén Reches, y Graham Greene y Albert Camus por Victoria Ocampo.

Jorge Fondebrider mejora esa posible historia: “Las traducciones de poesía francesa de Raúl Gustavo Aguirre son ejemplares. Por caso, no conozco ninguna versión mejor de Mallarmé que las que él hizo. Otro traductor admirable es Lysandro Galtier, que nos dio un Oskar Vladislas de Lubicz Milosz excepcional. J.R. Wilcock hizo magníficas versiones de T.S. Eliot, y también de Jack Kerouac. Es lo primero que me viene a la memoria. O el Durrell del Cuarteto de Alejandría, que tradujo Aurora Bernárdez”.

La traducción en la Argentina suele evocar una edad dorada en que la industria editorial tenía una posición de liderazgo en la producción en lengua española. “Ligados a determinados proyectos editoriales, aparecieron traductores que entendían la traducción de manera bastante diversa. Cuando traducimos experimentamos el antagonismo entre la restitución de la letra o la del sentido”, dice Willson. En Las dos maneras de traducir (1926), Borges vio sendas concepciones de la literatura: “Los literales son románticos, personalistas, creen en el genio creador y desconfían de la traducibilidad total. Los perifrásticos o libres, por el contrario, son clásicos, creen en la obra, más allá del sujeto que la produjo. Victoria Ocampo y Bianco encarnan esta estructura de disenso que está presente en toda práctica de la traducción y, en ese sentido, son prototípicos”.

Gargatagli destaca “la existencia de una industria editorial argentina” como elemento central en el desarrollo de las traducciones durante el siglo XX. “Borges y Bioy Casares, y Bianco, aunque de otro modo, tradujeron, inventaron el género fantástico, crearon el canon de lo policial-literario y participaron o fomentaron los debates sobre la traducción que estuvieron presentes muy enfáticamente en los debates sobre literatura de la Argentina. Actuaban dentro del sistema editorial pero al margen, lo que describe cómo era ese sistema. Algo de esto sigue vivo en las editoriales independientes de la Argentina”.

Las traducciones provocan efectos de sentido en la recepción de las obras que pueden pasar inadvertidos. En La constelación del Sur, Willson señala que la introducción de Faulkner a la literatura latinoamericana, traducción mediante de Borges, no se produjo a través de lo más logrado de su obra. “Cuando se traducen textos estrictamente contemporáneos es difícil estar seguro de que lo que se traduce por primera vez terminará siendo, con el tiempo, lo mejor del escritor –dice la ensayista–. A veces, el detonante para una primera traducción es la obtención del Premio Nobel. Hay ejemplos recientes más que elocuentes: Pamuk es uno de ellos”.

El nombre del traductor es determinante. “Las primeras traducciones, sobre todo cuando son realizadas por alguien del peso de Borges, dejan una marca importante en la cultura receptora –agrega Willson–. Por ejemplo, no sé si The Turn of the Screw es el mejor libro de Henry James, pero sí sé que Otra vuelta de tuerca, la versión de José Bianco, para muchos argentinos e hispanoamericanos es ‘la’ novela de James. De ahí que sea tan interesante pensar los fenómenos de retraducción: ¿contra qué tradiciones de lectura están funcionando?”.

En el caso de Faulkner, “las cosas son más complicadas, porque antes de la traducción de Borges de The Wild Palms, el poeta cubano Lino Novás Calvo ya había traducido Sanctuary, versión que hoy cuenta con varias ediciones pero que, en el momento en que Borges emprende su versión, era prácticamente inhallable en el Río de la Plata. Además, en aquel momento (1939), había dos ediciones en inglés de The Wild Palms, una estadounidense de Random House y otra inglesa de Chatto & Windus; Borges se basó en esta última, que está censurada, no es idéntica a la de Random House”.

Apto para cincuenta lenguas.
Después del golpe de 1976, dice Marietta Gargatagli, “de esa riqueza interminable, como la llamaría Edgar Bailey, sólo sobrevivió la poesía. Las reflexiones más profundas sobre tradición, traducción y lengua literaria, la sobredeterminación característica de la literatura argentina: leer, traducir, escribir, debatir, la búsqueda de horizontes lejanos, nuevos o poco frecuentados, la relectura de los clásicos, la revisión de los modernos, ocurrieron en el escenario de la poesía”. En buena medida por la acción de “editores argentinos de memoria inolvidable como José Luis Mangieri, que contribuyeron a la continuidad de una forma de traducir: haciendo literatura”.

En la narrativa, el panorama fue muy distinto. “La hegemonía comercial de las editoriales peninsulares que tienen ahora los derechos de autor de todos los autores argentinos –con muy pocas excepciones, como César Aira– modificó radicalmente la relación traducción/escritura”, dice Gargatagli, doctorada con una tesis sobre Borges y la traducción, coautora con Nora Catelli de El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traducción en España y América (1998) y habitual colaboradora de El Trujamán, la revista de traducción del Centro Virtual Cervantes. “Se traduce lo que proponen esos conglomerados, se lee siguiendo las recomendaciones de esos mismos conglomerados y se escribe pensando en una consagración que tiene sede en España y sólo será vanamente comercial”, subraya. El resultado, “una prosa castellana internacional, aburridísima y apta para la traducción en cincuenta lenguas que fomenta ahora la industria editorial”.

Para Willson, entre las consecuencias de la concentración editorial “hay una que es válida para muchos empleos en la actualidad: uno no sabe a ciencia cierta para quién está trabajando. Este efecto parece ser de orden meramente subjetivo, pero no es así; algunos lo ponen, entre otros factores, en la cuenta del actual capitalismo con baja presión salarial”. El salario del gerente general, decía el escritor y editor André Schiffrin, “es lo primero que la ganancia en la producción de libros tiene que amortizar”.

Hay que hacer cuentas. “Habría que revisar el cálculo según el cual el costo de la traducción tiene un peso del 30% al 40% en el costo total de un libro –dice Willson–. Las editoriales independientes son la contraparte de este fenómeno. Es cierto que con la tecnología actual y la tercerización de las tareas relacionadas con la importación literaria es posible producir libros traducidos con una estructura ínfima”. Jorge Fondebrider lo asigna a las cuentas pendientes: “Los editores tienen que estar más informados –muchos ni siquiera saben que existen los derechos de los traductores– y comprender que sin nosotros no pueden hacer los libros que después les dan prestigio y, eventualmente, ventas”.

Marietta Gargatagli apunta a la internalización de las empresas que fomentan históricamente los gobiernos de España. “En América hay cerca de 180 filiales de editoriales españolas y sigue siendo el destino privilegiado de las exportaciones de libros. La internalización del escritor trata de establecer una homología con esa voracidad que despoja a todo de su sentido. Se subvencionan traducciones porque se obtienen beneficios secundarios. Para la editorial, para el idioma mismo que se ha convertido también en un negocio, para otros negocios. Nada para la literatura”, dice.

Para Willson, “el papel del verdadero editor, en la editorial independiente y en el trust editorial, es o debería ser descubrir ese texto que, traducido, encontrará nuevos lectores, franqueando las fronteras lingüísticas. De ahí que una forma de entender la traducción sea como práctica capaz de crear continuidad allí donde lo social se muestra discontinuo”. Un lugar donde siempre habrá un traductor.

Recuadros:

Fuera de estado
La ley de traducción autoral todavía es una cuestión pendiente. El proyecto elaborado por el grupo Ley de Traducción Autoral se presentó dos veces en la Cámara de Diputados de la Nación y las dos veces perdió estado parlamentario. Sin embargo, los impulsores de la iniciativa lo presentarán nuevamente el año próximo, en una versión con leves modificaciones. Mientras tanto, participan en la plataforma www.justicia2020.gob.ar, donde se reúnen opiniones para reformar la Ley de Propiedad Intelectual vigente, promulgada en 1933 (Ley 11.723) y se reúnen  con editores “para ir generando conciencia y lograr instalar buenas prácticas”. También realizan un censo de traductores que se desempeñan en el campo editorial. “Uno de los problemas que tenemos es que, por la naturaleza de nuestra profesión, trabajamos un poco aislados, en distintos ámbitos (ficción, no ficción), distintos idiomas, distintas provincias, etcétera, y eso dificulta cualquier organización que intentemos”, señala la traductora Julia Benseñor. A los fines de promover el proyecto se lanzó un Frente de Apoyo que reúne toda la información disponible en el sitio http://leytraduccionautoral.wixsite.com/traduccionautoral.

Traducciones al sur
Creado en 2009, el Programa Sur de apoyo a las traducciones otorga subsidios a editores argentinos que publiquen autores argentinos. En 2016 la continuidad del programa pareció en duda, aunque las nuevas autoridades de la Cancillería y el director de Asuntos Culturales, Mauricio Wainrot, reafirmaron que continúa de acuerdo con el reglamento original. Las solicitudes son evaluadas por un Comité de Traducciones que integran el director de Asuntos Culturales, el director de la Biblioteca Nacional, dos académicos, un crítico literario y un miembro de la Fundación El Libro y que se reúne dos veces al año.

En julio, el comité aprobó la traducción de 93 obras. Entre ellas se encuentran Historia de Roque Rey, de Ricardo Romero; Héroes, machos y patriotas, de Pablo Alabarces; Betina sin aparecer, de Daniel Tarnopolsky; Emilia, de Claudio Tolcachir y Las nubes, de Juan José Saer (al italiano); Agosto, de Romina Paula; Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez y Villa del Parque, de Jorge Consiglio (al inglés); Las constelaciones oscuras, de Pola Oloixarac; Enemigos afuera, de Mori Ponsowy y El vuelo, de Horacio Verbitsky (al alemán); Una suerte pequeña, de Claudia Piñeiro (al azerí y al polaco); Las chanchas, de Félix Bruzzone; El pasado, de Alan Pauls, y Partes de inteligencia, de Jorge Asís (al macedonio), Ema la cautiva, de César Aira (al búlgaro); Un hombre llamado Lobo, de Oliverio Coelho; La mano del pintor, de María Luque y Verdades y saberes del marxismo, de Elías Palti (al francés); Tener un patito es útil, de Isol (al griego); Mafalda, de Quino (al guaraní); La uruguaya, de Pedro Mairal, y El comienzo de la primavera, de Patricio Pron (al holandés); Distancia de rescate, de Samantha Schweblin (al serbio); Seis problemas para don Isidro Parodi, de Borges y Bioy Casares (al georgiano); La fiesta del hierro, de Roberto Arlt (al ucraniano), y La mujer de Isla Negra, de María Fasce (al croata).

“El Programa Sur ha funcionado muy bien porque contó con el apoyo político correspondiente y tuvo un gestor de lujo en la figura de Diego Lorenzo, uno de los funcionarios públicos más eficientes que me ha tocado conocer. Ahora bien, es perfectible. Hasta ahora, acaso por un deseo del gobierno anterior, de neto corte populista, se ha buscado cantidad. Ahora sería conveniente pensar en términos de calidad”, sostiene Jorge Fondebrider.



La necesidad de decir cómo fueron las cosas

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Para quien no lo sepa, Andrés Ehrenhaus ha sido un motor imprescindible en el impulso del proyecto de Ley de Traducción Autoral del que, en numerosas ocasiones, este blog se ha ocupado. Los hechos demuestran que ahora, tal vez por un exceso de oportunismo de alguno de los “compañeros”, ese esfuerzo parece haberse estancado, lo cual constituye una verdadera tragedia. Para dejar en claro su posición, Ehrenhaus nos ha enviado el siguiente texto que, entendemos, ofrece motivos de reflexión.
  
A quien pueda interesar: los puntos sobre las eses

Sépase: en mayo de 2017 decidí dar un paso al costado y dejar de pertenecer al frente de apoyo al proyecto de Ley de Traducción Autoral, una estructura creada algunos meses atrás con el fin de ampliar la plataforma de soporte de esa propuesta reivindicativa. Cuando tomé mi decisión, la anuncié en el ámbito del frente, exponiendo, quizá de manera un tanto apresurada y torpe, mis razones en el grupo de Facebook que se utilizaba hasta entonces (ignoro si aún es así) como medio interno de comunicación, discusión e información. No obstante, y a raíz de algunos comentarios que me han llegado de miembros del propio frente o de otras personas afines al proyecto de ley y en vista de que nuestra memoria histórica es más corta que la de Dory en Buscando a Nemo, tal vez haya llegado el momento, pasados algunos meses ya, de hacer explícitos y públicos los motivos de mi decisión en un medio abierto como éste y evitar así mayores malentendidos.  Seré todo lo breve y claro que mi elocuencia lo permita.

Desde que emprendimos en abril de 2013, junto a otros tres compañeros traductores, la dantesca quijotada de enmendar la Ley 11.723 (el reglamento argentino de Propiedad Intelectual, en vigor desde 1933) primero y, después, la de promover la aprobación de una ley específica que proporcionara un marco sensato y justo al ejercicio de la traducción editorial en Argentina, uno de los aspectos que más me interesaron y absorbieron fue la necesidad de reconocer y describir en el cuerpo mismo de la ley el estado real de la profesión y los profesionales implicados, para así poder regular su actividad desde una perspectiva objetiva y no idealizada o excluyente. A grandes rasgos, hay dos maneras de legislar: observando el fenómeno tal cual es y proponiendo normas ajustadas a esa realidad o forzarlo a ajustarse a supuestos y condiciones ideales, incluso si son lejanas a su naturaleza. Entre una y otra, la diferencia funcional es notable.

Se trataba, pues, de hacer frente a las reivindicaciones genuinas de un sector activo y productivo, de larga tradición en la expresión cultural del país y más significativo para la industria editorial de lo que a menudo preferimos suponer. En una actividad como la traducción editorial, histórica y conceptualmente ligada a la creación literaria, la heterogeneidad del medio profesional y laboral es una de las características primordiales: quienes ejercen, a tiempo completo (los menos, por no decir los minimísimos), parcial o esporádico la traducción de libros en Argentina provienen de las más variadas procedencias. Paradójicamente, quienes más traducen hoy por hoy (puesto que el corte ha de hacerse siempre desde el presente) suelen contar con una formación amplia, sí, pero ecléctica y no necesariamente ligada a una titulación específica. Así, pues, no solo algunos de nuestros mejores traductores sino también algunos de los más prolíficos carecen de un título oficial que los acredite como tales. Su título es su trabajo. Su autoridad es su obra. Su prestigio y aceptación son públicos antes que académicos.

En consonancia con esta insoslayable realidad, los proyectos propuestos (el primero con vigencia parlamentaria entre 2013 y 2015; el segundo, entre 2015 y 2016) ofrecían, en su artículo 2º, la definición más objetivamente descriptiva (y, en consecuencia, la más inclusiva e incluyente) de la figura del traductor: aquel que realiza“la traducción de obras literarias, de ciencias sociales y humanas, científicas y técnicas sujetas a propiedad intelectual, cualquiera sea su formación profesional”. Huelga decir que esta definición ponderada, reflejo de una realidad fácilmente comprobable, generó una gran controversia y puso en guardia a varios sectores aledaños a la traducción editorial propiamente dicha. Esas reacciones y las sucesivas polémicas y confrontaciones, algunas más públicas y constructivas que otras, están recogidas en este exhaustivo artículo(“Dígame Licenciado…”, Laura Fólica, El Taco en la Brea nº 5,UNL). Fui siempre de la opinión de que esas batallas dialécticas nos habían enriquecido y fortalecido. Por dos motivos esenciales: por un lado sirvieron para trazar un mapa más claro del campo específico de competencia de la ley, ya que la frase urticante (“cualquiera sea su formación profesional”) permitió discernir claramente entre partidarios de regular una realidad laboral en franco desamparo legal y partidarios de mantener el status quo imperante o, en su defecto, de fiscalizar el campo profesional mediante instancias académicas o colegiales; por el otro, y en vista del resultado de los debates, generó mayor cohesión entre los primeros, que éramos, además, quienes veníamos militando esa causa desde el principio.

No obstante, a partir de la pérdida de vigencia del segundo proyecto, resurgió en el seno del frente, con cierta fuerza y bastante consenso, todo hay que decirlo, la propuesta de renunciar a la frase urticante como demostración de buena voluntad y no beligerancia para con los sectores que se habían opuesto y se seguían oponiendo a ella (a pesar de que una ley de traducción autoral no se insmiscuía directamente en sus intereses profesionales) con mayor virulencia. Cuando intenté oponerme a esa pérdida de valor intrínseco del proyecto con diversos argumentos que no voy a exponer aquí para no abonar al lector al aburrimiento, se me dijo públicamente en el grupo de FB del frente que mi insistencia era un capricho que retardaba la marcha de un proceso en el que yo mismo llevaba invertidos cinco años y una incalculable cantidad de esfuerzo, ilusión y horas de trabajo robadas a mi actividad principal, cual es la de traducir. Reconozco que no me dolió tanto esa poco feliz y banal acusación como el hecho de que ningún frentista saliera públicamente en mi defensa, de modo que tomé el silencio colectivo por acuerdo tácito y renuncié a seguir retardando con mis caprichos el devenir de un proyecto mucho más importante que mis convicciones personales.

Desde entonces, he pensado unas cuantas veces en la decisión tomada y en la deriva que fueron tomando las cosas. No me arrepiento de haberme apartado. En primer lugar, porque sé que habría seguido insistiendo en que cortarle al articulado de la ley precisamente ese apéndice crucial equivalía a pincharla con un alfiler simbólico para que se fuera desinflando de a poco; mucha gente había apoyado esa definición como para pegarnos un tiro en el pie y renunciar a ella con el único objeto de contentar a los de afuera. En segundo lugar, porque en mi idea de un frente abierto de colegas no entra en modo alguno, ni siquiera en sueños o en broma, la denostación pública ad hominem. Y, en tercer lugar, porque nadie es imprescindible en ningún caso y mucho menos yo. Dejar el frente es, pues, una decisión política, una decisión política consciente y entusiasta, además de inquebrantable. Lo cual no obsta para que desee que el proyecto nuevo que eventualmente impulse el frente o cualquier otra instancia llegue a feliz término. Espero, eso sí, que salgamos favorecidos de ello tanto los traductores titulados como los no titulados –de hoy y de mañana. De no ser así, el dolor ya pasaría a ser triple.

Roger Chartier por dos (I)

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Roger Chartier  (Lyon, Francia, 1945) es director de estudios en L‘ École des Hautes Estudes en Sciences Sociales de París y profesor invitado de la Universidad de Pennsylvania. Su trabajo se ha centrado en la Historia de la Edad Moderna Europea y el estudio de las prácticas de escritura y lectura, en los modos de producción de lo escrito y en la apropiación de significados por parte de los lectores en diferentes épocas. 
Entre sus títulos más destacados se encuentran El mundo como representaciónEscuchar a los muertos con los ojosEl presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escritoLa mano del autor y el espíritu del impresor. Frecuente visitante de la Argentina, en la oportunidad llegó invitado por Centro Franco Argentino de la Universidad de Buenos Aires. Y, como cada vez que viene Chartier a la Argentina, constituye un verdadero festín para los periodistas culturales. Así, de las varias entrevistas realizadas durante su estadía, este blog elige dos, que serán publicadas en días subsiguientes. La primera, con firma de Natalia Gelósfue publicada por el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 24 de septiembre.


"Proteger las huellas del pasado en el presente es político"


Sobre la mesa están esos objetos que viajan con él: el peluche algo maltrecho por los viajes y los años, y el diccionario que recuerda la década de 1980, cuando fue a España a realizar un curso de verano y se reencontró con el idioma que había estudiado de chico. Roger Chartier es un referente de la historia de la lectura y de la investigación en edición, y vino al país invitado por el Instituto Francés. Algunas de sus muchas obras son La historia o la lectura del tiempo y Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. La Universidad Nacional de Rosario le otorgó hace unos días el título de doctor honoris causa. Es director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Ehess) y da clases en varias universidades de prestigio, como las de Montreal, Yale, Berkeley y Harvard.

Descansa sus manos sobre los apuntes de la charla que preparó para dar en la Alianza Francesa y sobre un libro bien cuidado que lo acompaña para la ocasión: Vidas imaginarias, de Marcel Schwob. Cuenta que le sirve para pensar en la literatura y la historia en relación con el pasado.

–¿Cómo lee? ¿Marca los libros?
–Tengo un respeto excesivo por la composición tipográfica. Los puedo subrayar o indicar, pero no los escribo. Hoy, cuando estamos frente al mundo digital, las prácticas de escribir y leer se entrecruzan. En inglés ya está la palabra reater (to read y to write). Yo prefiero escribir sobre papeles o al final hago un índice personal, con páginas que me parecen sintomáticas; algo que se hacía desde el siglo XVI. En cierta tradición, el libro era un objeto que tenía su identidad, que se debía respetar, encuadernar, cuidar. Eso va en contra de otra práctica del siglo XVI, que consistía en una técnica de lectura que se apoderaba del texto: se hacía una mención en el margen del tema, de la frase o del párrafo y luego eso se pasaba a un cuaderno personal para hacer un nuevo uso del texto. Se llamaba "la técnica de los lugares comunes". Hoy eso es algo que se debe evitar, pero en el Renacimiento los lugares comunes se debían identificar porque eran una verdad universal.

–Una de las charlas que dio en la Argentina gira en torno a los modos en los que se construye hoy la historia y cómo se ubica ahí la literatura. ¿Qué pasa con ese cruce en la actualidad?
–Los historiadores han descubierto, tal vez con tristeza, que no tienen el monopolio sobre la presencia del pasado en el presente; que hay otras formas que son más poderosas que los libros de los historiadores en general. Por un lado, la memoria, la de los individuos, o la memoria institucionalizada de monumentos y lugares y, por el otro lado, la literatura, el cine y la televisión, que dan una presencia del pasado desde la ficción y tienen una fuerza particular. La pregunta para los historiadores es qué papel deben tener en relación con esas otras formas de presencia del pasado que no corresponden necesariamente a los criterios de la investigación científica.

–¿Es una cuestión de legitimidad?
–Los historiadores afirman que la producción en torno del pasado, verídica y controlada, debería ser dominante porque da una presencia de realidad. Hemos visto que muchas veces a través de la historia de la literatura de ficción, las novelas reivindican una relación con el pasado más comprometida y enérgica que los textos inertes de los historiadores. Puede ser una forma de competencia, como ocurre con la memoria, que muchas veces reivindica una relación con el pasado más comprometida, más vinculada con historias colectivas, que el texto histórico. Es una configuración que puede abrir una reflexión sobre el lugar particular de cada una de estas formas de presencia del pasado. En los países de América Latina hay situaciones que adquieren una fuerza muy particular.

–¿Cuáles serían?
–Cito a Alejandro Katz: "Una sociedad fuera de la historia es también una sociedad que está fuera de la política, que ha perdido la política como el recurso fundamental para la resolución de los conflictos". Los años setenta y ochenta han dejado una huella que no puede desaparecer. Inclusive si algunas veces existe la intención de intentarlo. Me parece que aquí está el núcleo. Hay una voluntad ideológica de reescribir una historia que se fundamenta sobre datos que aseguran un saber más adecuado del pasado tal como fue. Es una tensión que existe de manera fuerte, por ejemplo, en las columnas de muchos periodistas que intentan reconstruir una historia de esos años en la cual no se hace hincapié en la dictadura como tal sino en la condición histórica, explicando esta situación. La mayoría de los historiadores afirman, en contra de muchos periodistas, que hay una especificidad irreductible de la tiranía y la crueldad de la dictadura. Por un lado, hay una condena moral de lo que pasó; por otro, la tentación de reescribir esa historia para hacer menos violenta a la dictadura, tratando de entenderla como respuesta a los movimientos revolucionarios. Es una ilustración perfecta de esa disputa de ese pasado todavía presente y de cómo debemos considerarlo.

–¿Ocurre algo comparable en Francia?
–Sí. En Francia el equivalente sería la manera de incorporar a la historia nacional el período de Vichy, el período de colaboración. Allí se llegó al punto extremo de la negación del Holocausto. La manera de reincorporar esta historia depende de la configuración política de cada país luego de la caída de la dictadura.

–Si en el mundo digital el libro pierde cierta rigidez, ¿el modo de pensar la historia puede adquirir rasgos similares?
–Eso se puede responder pensando en las dos identidades del libro, como objeto material y como discurso. Como objeto material, la apuesta es que con la digitalización de los textos hay una tentación de olvidar los libros que han llegado a emitir estos textos en el pasado. Una ambivalencia. El texto digital es un extraordinario recurso, por un lado, para leer textos que no se podría encontrar de otra forma, pero esa moneda tiene su revés: se lee en un dispositivo que no tiene nada que ver con las formas en las cuales los lectores del pasado han leído estos textos y los pensadores han escrito. Si la tentación de la digitalización lleva a la destrucción de los objetos impresos, se produce una pérdida del pasado en el presente. Hay bibliotecas que, porque tenían el microfilm como sustituto, han pensado que podían dejar lo material. La biblioteca es el lugar en el que se puede mantener el vínculo con el pasado, con la obra en su forma material, con las lecturas a través del tiempo.
¿Cómo puede pensarse eso en términos políticos?
Pensar la protección de estas huellas del pasado en el presente supone decisiones políticas. Políticas de bibliotecas públicas, que pueden ser las defensoras de los libros de hoy; políticas para defender la edición. Y esto se vincula con la segunda definición del libro, la de los discursos: la obra que llamamos libro. Para mí hay una tensión esencial, porque la lectura frente a la pantalla es fragmentada, segmentada, hipertextual y la concepción de los textos va a adquirir una identidad segmentada. El fragmento se autonomiza y la relación con el objeto desaparece. Ahí hay una segunda forma de ruptura con el pasado, que pensaba una obra como totalidad. Nadie estaba obligado a leer todas las páginas, pero la forma impresa del libro o el diario implican una percepción de una totalidad. Cuando estamos frente a la realidad digital, el fragmento no se refiere a ella. Sin la necesidad o el deseo de entrar en la totalidad, el concepto de libro obra podría perderse. Es una posibilidad magnífica para inventar una nueva forma de cultura escrita, pero la pérdida con la relación del pasado aparece cuando eso se aplica a una novela del siglo XVII o un diario del día de hoy. La biblioteca, la librería mantienen la presencia de esos objetos. Hay dos maneras de leer. Ambas tienen su necesidad, pero son muy diferentes. La clásica está vinculada al concepto de espacio y el lector viaja. La lógica del mundo digital pasa por la temática: una palabra, un tema. Se entra directamente en la unidad textual de la que se quiere apoderar. No es tanto un viaje o, si lo es, es un viaje hipertextual.

–¿Cómo se va resolviendo esa tensión?
–Cada técnica tiene sentido a través de sus usos, ya lo mostró Benjamin. No hay un inexorable determinismo. Por un lado, hay discursos que intentan convencer de que se debe preservar una relación con el pasado como entendimiento de nuestras propias herencias y a la vez se debe pensar el provecho de que por primera vez conviven tres formas de escritura: manuscrita, tipográfica y digital. Frente a esto, existen prácticas inmediatas que se hacen sin pensar, que hacemos todos en cada momento del día. Ahí la tendencia fundamental es la digitalización de las relaciones sociales. Se ha transformado nuestra relación con las administraciones, con el mercado, entre los individuos: las redes sociales implican usos inmediatos y la redefinición de las categorías más tradicionales de amistad, identidad, privacidad. Yo no creo que se deba menospreciar eso. Esto no pasó con la invención de la imprenta. El mundo entero puede volverse digital. Me parece una pregunta para la cual nadie tiene una respuesta.

–¿Dónde se empieza a buscar esa respuesta?
–Tal vez entre las generaciones que entraron al mundo digital a partir de una experiencia previa en el mundo impreso y manuscrito, que pueden tener conciencia de que son universos diferentes, o en la famosa generación de los nativos digitales que ya han entrado en el mundo de la cultura escrita a partir de la experiencia inmediata de lo digital, y que están menos atravesados por una definición desde la diferencia.

–¿Cuáles fueron las profecías no cumplidas del mundo digital?
–Que paradójicamente no se han movilizado los recursos digitales con la fuerza que podrían tener. Si se piensa en obras, el mundo digital puede proponer posibilidades de invención absolutamente fuertes, multimedia, que podrían explotar en nuevas formas de ficción. Esto hasta ahora es experimental.

–¿Por qué cree que no termina de explotar ese universo de posibilidades narrativas?
–El mundo digital permite textos abiertos, móviles, maleables y que reconocen la participación del lector en el proceso creativo hasta la desaparición de la identidad autoral, pero el mundo electrónico se piensa a través del mundo impreso. Hay una diferencia morfológica pero hay una voluntad de imponer los mismos criterios: nombre de autor, propiedad literaria, que inmoviliza textos móviles, que le impide al lector entrar en la obra porque, sino, ¿cómo se justificaría la propiedad del autor? Se utiliza al libro electrónico dentro de las categorías heredadas y se menosprecia su capacidad de inventiva.

–En algún momento habló de los lectores virtuosos. ¿Quiénes serían?
–Cuando a la gente le preguntan sobre su vida como lector hay dos relatos. Uno es el de los virtuosos, la gente que nació en un mundo donde los libros eran omnipresentes y no recuerdan cuándo empezaron a leer porque leyeron desde siempre. En ese relato se acumulan los libros citados y la escuela no desempeña un papel particular. Es más, las lecturas escolares les parecen impuestas, aburridas y desde ahí se construye la descripción de las lecturas robadas, excitantes, prohibidas.

–¿Cuál sería el otro modelo de lector?
–No me gusta hablar de mí, pero yo sería más este segundo modelo: gente que nace en un mundo donde hay pocos libros, donde hay textos impresos que no son libros: diarios y revistas. La narrativa se transforma completamente porque el acceso al libro es una conquista y la escuela desempeña un papel esencial porque es el lugar donde hay libros, menciones de obras, y desde ese momento las experiencias de lectura más intensas no son contra o antes de las lecturas escolares sino que derivan de la escuela. En este caso, los libros deseados de una manera u otra se vinculan con la escuela. Estos lectores han conquistado la relación con la biblioteca, con los libros, con lo escrito a partir de una experiencia anterior en la cual los libros no eran objetos comunes. Esas dos narrativas remiten a condiciones sociales diferentes que son traducibles en una sociedad de la lectura. Podríamos hablar de herederos y conquistadores.

Roger Chartier por dos (II)

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Alejandra Varela realizó la segunda entrevista con Roger Chartier. Lo entrevistó para el diario Clarín, según puede leerse en el siguiente texto, aparecido el 29 de septiembre pasado.

¿Existe el manuscrito en el mundo digital?

El libro era considerado como una criatura humana en la España del Siglo de Oro, dotado de una materialidad y un alma. Si esta idea tuviera alguna permanencia en la actualidad, Roger Chartier la encontraría en el lector, como el ser capaz de darle existencia a un texto. Porque la lectura no es para el historiador francés una zona mansa, él se pregunta por los modos de acercarse a un escrito que ya no existe, de “escuchar a los muertos con los ojos”, como señala el título de uno de sus libros. Entonces en la memoria aparece el registro de una práctica que cambia todo el tiempo y opera como el dato de una época.

En la dupla compuesta por un personaje enfermo por la lectura como era el Quijote y en su amigo Sancho, analfabeto, que capturaba los textos de la lectura en voz alta, encuentra Chartier la síntesis entre un hombre que se vuelve autor al apropiarse de una forma de leer que lo obliga a la aventura, y otro que hace de la lectura una práctica posible en la comunidad, donde la oralidad facilitaba una escritura socializada.

El autor que vino a la Argentina invitado por el Centro Franco Argentino de la Universidad de Buenos Aires entiende que el lector es quien une los caminos inmensos, cruzados y disímiles de un libro, que se sostienen en él como una experiencia irrepetible.

En Escribir las prácticas usted piensa el concepto de representación y recurre a una imagen de Blas Pascal cuando mencionaba el ornamento de jueces y médicos como modo de crear una noción de saber en los otros, del mismo modo que el rey construía una imagen de sí mismo para remitir a esa violencia primera que estaba ausente. ¿Cómo pensar la representación hoy con una cultura de la videopolítica, ligada a la imposición de una imagen de sí mismo por parte del poder?
–En esta imagen de Pascal la idea es que la representación representa algo inexistente, un vacío. No representa materialmente el saber de los médicos ni de los jueces, sino que este saber no existe y que la representación solamente es una trampa. Lo opone a los soldados que no se disfrazan de esta manera porque la evidencia de la fuerza brutal es inmediata. El otro sentido, que retoma Pierre Bourdieu, es que un individuo o una clase social está definido por condiciones objetivas, recursos sociales y por lo que quiere que se reciba de su condición en el intercambio con los otros. Bourdieu recurría a la sociología de Erving Goffman que consideraba cada situación social como teatral, en la cual hay un intercambio entre lo que uno dice y lo que el otro cree, entre lo que se quiere hacer reconocer y lo que se reconoce por parte del otro. Me parece que el concepto permite asociar las representaciones mentales –que son como categorías de percepción, de clasificación del mundo social– y las representaciones en el sentido de Pascal como “lo que se muestra” a través del vestir, del hablar. Los comportamientos más conscientes, las representaciones como exhibición, son tanto organizados, conscientemente producidos por los individuos y, al mismo tiempo, totalmente inconscientes. Lo interesante es que esta identidad social o política que se da a mostrar, a creer, se delega en los representantes. La fuerza cognitiva de la noción de representación está en la vinculación entre lo mental, lo exhibido y lo delegado.

–Esto se une a la noción de creencia, que estaría más ligada a la percepción que al contenido. Un mecanismo que permanece en las formas políticas actuales.
–La creencia es un elemento del funcionamiento de la dominación simbólica que repite y reproduce una relación social donde las víctimas aceptan como legítimos los criterios que aseguran esta dominación. Lo esencial en la creencia es hacer aparecer como natural lo que es socialmente construido, hasta el momento en que se fisura esta creencia y permite espacios nuevos de comportamiento y de pensamiento. Sería la figura de la perpetuación de un mecanismo de dominación simbólica que supone la alienación, en el sentido de una aspiración que es explícita, contraria a los intereses de los individuos. El engaño de sí mismo, a través del reconocimiento o de la creencia de la legitimidad de diferencias sociales y de formas de dominación. Si se piensa en la dominación colonial, la forma de dominación económica de los países desarrollados en relación con los otros es una nueva versión de esta dominación en su definición más tradicional. En el terreno político la creencia en los mecanismos de la democracia es el fundamento de las sociedades modernas. En este caso, es la democracia misma la que parece como un engaño.

–En relación con la lectura, en su obra aparecen similitudes entre el manuscrito anterior a la invención de la imprenta y el texto digital. En ambos casos se puede escribir sobre el texto original en un registro similar. En el papiro se daba una lectura miscelánea como puede ocurrir hoy en la pantalla. ¿Podríamos pensar el texto digital como un nuevo manuscrito?
–Mi opinión es sí y no. Tal vez el no es más fuerte que el sí. La aparición de la literatura en el siglo XVIII supone una individualización del autor cuya obra debe ser original y debe considerarse siempre idéntica a sí misma, incluso si se modifica su forma de publicación, porque es la condición para establecer una propiedad. El mundo digital potencialmente permite una creación colectiva. En esta movilidad es posible que desaparezca el concepto de propiedad y se discutan las concepciones de originalidad. En las novelas del siglo XVII en Francia, en la Inglaterra de Shakespeare, había una práctica muy fuerte de la escritura en colaboración. La idea era manifestar cierta inventiva dentro de la imitación, lo que explica que las historias no son originales, son reempleadas en los lugares comunes que hoy se consideran como lo que se debe evitar en los discursos. En esa época eran las formas que se debían reutilizar porque tenían una dimensión de verdad universal. El propietario de la obra era el librero o el editor, no el autor. En el mundo anterior al XVIII, podemos encontrar características que definen una parte pero no la totalidad del mundo digital porque, cuando se habla de una edición digital, se trata de imponer las categorías de textos que son definidos por el copyright. Se pierden las potencialidades subversivas de las experimentaciones de nuevos objetos simbólicos que cruzan sonidos, música, imágenes y textos, que dan al lector un lugar donde puede volverse un coautor. El mundo manuscrito puede reforzar esta comparación porque en este caso la movilidad de los textos de una copia a otra puede ser considerada como más fuerte que la movilidad de los textos de una edición a otra. Pero en el libro impreso hay una asociación indestructible entre una obra particular y un objeto específico y esto tiene muchas consecuencias. La primera es que los objetos de leer no son generalmente los objetos de escribir: se puede escribir en un libro pero el libro no está a la espera de la escritura de su lector. La totalidad, la identidad que define una obra se da inmediatamente a partir de la forma material y, si se fragmentaba, que era una práctica de lectura fuerte en el tiempo del humanismo, se extraía a partir de la percepción de una totalidad que obligaba a ubicar el fragmento en su momento porque aparecía en una argumentación. Todo eso no existe en el mundo digital porque las pantallas no están vinculadas con un texto particular, porque son a la vez objeto de escritura y de lectura. Los que piensan, y creo que tienen razón, que el mundo digital introduce posibilidades inauditas, lo hacen destruyendo estas categorías y pueden imaginar un mundo en el cual la palabra “fragmento” perdería su sentido porque supone una totalidad. Aquí la idea es de unidades autónomas.

–Immanuel Kant manifestaba que el sueño de la ilustración era que cualquier persona pudiera hacer un uso público y crítico de la lectura y escritura. La experiencia digital abre esta posibilidad aunque los resultados no siempre responden a este objetivo.
–En el mundo digital se han multiplicado las formas del compartir las lecturas, sea a partir del intercambio y circulación de las notas o bien en el soporte de las redes sociales con la posibilidad de escribir leyendo. Para compartir una lectura en el mundo impreso se debe estar en el mismo lugar. A partir de este momento, el concepto de comunidad se transforma. Pienso que un aspecto un poco escondido del mundo digital es la redefinición de la noción de amistad e identidad con los mismos conceptos pero con nuevos sentidos. La identidad puede ser multiplicada, exhibida, escondida más fácilmente y con un impacto mucho más fuerte que en la escritura tradicional. Una definición más tradicional supone que los individuos, en el mismo espacio, intercambian algo de lo político de la ciudad antigua que era la forma de sociabilidad alrededor del libro. Esto no es equivalente en la comunicación electrónica. La fuerza particular del encuentro con el otro, la posibilidad de una forma de pensamiento colectivo, era el principio de la ciudad griega. No debemos pensar que hay una equivalencia. El mundo digital tiene lógica propia y cuando se empieza a pensar que es una nueva forma de lo que existía antes, estamos frente a lo que considero un error que puede contribuir a la desaparición de las librerías, de las ediciones impresas de los diarios y revistas, a la destrucción de las colecciones en las bibliotecas porque existen en la forma digital. A un mundo en el cual la comunicación se fundamente sobre la soledad y el aislamiento. La lección general es que se debería borrar la idea de equivalencia. Se puede ayudar a los individuos a pensar que existe el riesgo de perder algo o de dar una radical transformación a las categorías. No es una cuestión de nostalgia. Con el libro como objeto, el concepto de libro es inmediatamente visible y esto no le pasa a los nuevos lectores.

En el Teatro Municipal General "San Martín", se acaba de estrenar "Bajo el bosque de leche", de Dylan Thomas, en traducción de Ingrid Pelicori

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Con versión escénica de Mariano Stolkiner y Gustavo García Mendy, sobre una nueva esplendida traducción, realizada por Ingrid Pelicori, acaba de estrenarse en el Teatro Municipal "General San Martín", la pieza Bajo el bosque de leche (Under the Milkwood), del poeta galés Dylan Thomas.

El elenco está compuesto por Ingrid Pelicori, Luis Campos, Belén Pasqualini, Iván Espeche, Alejandra Perlusky, Ariel Staltari, Picky Paino y Abril Piterbarg. A ellos se suman los músicos Gustavo García Mendy, Martín Keledjian y Miguel Rausch.

Las funciones se ofrecerán de miércoles a domingos a las 20 hs.

NOTA:
Las funciones del viernes 6 y el sábado 7 de octubre tendrán lugar en el marco del FIBA (consultar horarios en la programación del Festival).

El sábado 7 de octubre se realizará la última función, ya que el teatro será sede del FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires). Posteriormente, las funciones se reanudarán el sábado 28 de octubre, hasta el 17 de diciembre.

Platea $140.- Miércoles y jueves (día popular): $70.-







Dylan Thomas en castellano: "Una empresa temeraria. Acosada de peligros"

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Ingrid Pelicori es una de las más sólidas e inteligentes actrices argentinas de la actualidad. No sólo elige bien sus proyectos, sino que lo hace sin permitirse concesiones. Por lo tanto, no es de extrañarse que haya participado en la ambiciosa puesta de Under Milk Wood (Bajo el bosque de leche), pieza para voces que el poeta galés Dylan Thomas estrenó personalmente el 14 de mayo de 1953, a pocos meses de su muerte, en 1953. Desde entonces, la pieza tuvo varias resurrecciones radofónicas, hasta llegar a la adaptación cinematográfica de Andrew Sinclair, de 1972, con un lujoso elenco encabezado por Peter O’Toole, Richard Burton y Elizabeth Taylor. En la Argentina, la pieza –juzgada como “intraducible”, como buena parte de la obra de Thomas– fue traducida por Victoria Ocampo y Féliz Della Paolera y publicada por la editorial Sur en 1959 (hay una versión española titulada Bajo el bosque lácteo que la editorial Fontamara, de Barcelona, publicó en 1979y que difunta DVD, volvió a publicar en 1999, en traducción introducción y notas de Ramón Andrés). Llevada varias veces al teatro, hay ahora una nueva versión, actualmente en artel, debia a Pelicori. Consciente de la dificultad del texto, ella escribió las siguientes líneas para la revsita del Teatro Municipal "General San Martín". Las reproducimos con su autorización. 

Traducir a Dylan Thomas

Traducir a Dylan Thomas es una empresa temeraria, y condenada en buena medida al fracaso. Si alguna dosis de éxito es posible, esta deriva de la capacidad de decidir con buen tino qué sacrificar. Y qué no.

Para mí, lo primero que no se podía resignar era la comprensión. Por supuesto que intentando no reducir la complejidad de la obra, ni su carácter poético. Dylan Thomas escribió alguna vez: “me gustan las cosas que son difíciles de escribir y difíciles de comprender, me gusta redimir los contrarios con imágenes secretas”. Pero también, cuando en ocasiones fue tildado de “oscuro e incomprensible”, negó los cargos y afirmó que “cada línea pretende ser comprendida”.

En este trabajo de traducción de Under Milk Wood, tuve siempre presente que se trataba de una versión para la oralidad, para ser dicha en un espectáculo teatral a representarse hoy y acá, frente a un espectador que se sienta en su butaca y escucha el texto una sola vez. Entonces, ningún juego de la lengua, ningún intento de asimilar procedimientos podía hacerse a expensas de lo inteligible. Desde ya es imposible traducirlo literalmente: los juegos de palabras, las torsiones sintácticas, las asociaciones basadas en los sonidos, la formación de palabras, los dobles y triples sentidos, además de las referencias culturales galesas, resultarían incomprensibles. Ser fiel, en el sentido de ser literal, iría contra el mismo sentido.

De modo que el primer objetivo fue que la traducción resultara comprensible. Pero también que el lenguaje no sonara envejecido. Y que pudiera “entrar” en la boca del actor, y resonar en su cuerpo y en su afectividad. Por estas razones no podíamos tomar traducciones anteriores. El traductor no tiene más remedio que traducir con su propio lenguaje y su propio criterio de belleza, que indefectiblemente se transforma con el tiempo. Se ha dicho ya que las traducciones suelen envejecer. (Walter Benjamin escribió: “La mejor traducción está destinada a diluirse una y otra vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de esta evolución). Podría ocurrir que la traducción exacta de ciertas palabras o frases hoy nos sonara arcaica.  Y no se haría justicia a un poeta tan innovador - que significó una ruptura en la manera de escribir poesía- con una traducción que tuviera un sabor anticuado.

Dylan Thomas ha dicho “Quería escribir poesía porque me había enamorado de las palabras”. Por cierto un amor correspondido y feliz. Con las palabras él crea mundos, hace música, juega irónicamente, dispara múltiples sentidos, penetra en los corazones. En Under Milk Wood, un trabajo de madurez amasado durante diez años, el lenguaje es riquísimo, muy sonoro, con asociaciones e imágenes sumamente originales, y con una fuerte unión del significado y la sonoridad. Él dijo en su manifiesto poético: “No son las palabras las que expresan lo que quiero expresar: las palabras son las únicas que encuentro que se acercan para expresar solo la mitad”. En su obra, el ritmo y la musicalidad de las palabras, son parte del sentido, del contenido. Hay algo más que se dice en esas sonoridades. Algo queda palpitando allí. Algo misterioso a veces. Algo gracioso en otros casos. Una mirada irónica. O un tono sentimental. Algo que acompaña y termina de construir el sentido. La peculiar mirada de Dylan Thomas también se cuenta en ese impulso, esa música, esa respiración, esos ritmos. En aquello que es más que comunicación.

El desafío de la traducción fue intentar encontrar o crear alguna equivalencia de esos procedimientos en nuestra lengua. A pérdida, desde ya. En primer término por la grandeza incomparable del poeta. Se ha dicho que traducir es decir de otro modo. Y la genialidad de Dylan Thomas consiste en decir a su modo. Por otra parte, el idioma castellano carece de la flexibilidad y la liviandad del inglés. Las palabras en nuestra lengua son largas, pesadas, con muchas vocales, de modo que los efectos rítmicos se vuelven demasiado evidentes, las rimas son más previsibles, más duras, los juegos de palabras resultan más forzados, y los neologismos suenan afectados.

Entonces, lo que me propuse fue imaginar el efecto que se buscaba en el original a partir de estos procedimientos, y procurar generar algo semejante. Oír la intención. (Meschonnic ha dicho: “Más que lo que dice un texto es lo que hace lo que hay que traducir”).

En este sentido me pareció fundamental atender en la versión castellana al tratamiento sonoro, es decir producir cierta musicalidad, a partir de ritmos, de rimas y aliteraciones, pero de un modo sutil, para que no perdiera la liviandad que tienen en inglés esos procedimientos. Aunque sin resignar el tratamiento lúdico de los sonidos. En esta musicalidad se despliega el hálito poético de la obra. Pero también el humor, que tiene un rol muy importante, y que se juega no solo en el contenido, sino también en la composición de los sonidos.

Diría entonces que lo que quise no sacrificar fue el carácter poético, la musicalidad, el procedimiento lúdico y el humor.  Procurando que el lenguaje contribuyera a crear los sucesivos climas y tonos tan cambiantes de la obra, desde el lirismo a la ironía, desde el humor más desenfadado a la más delicada sensibilidad, desde el fondo sexual que atraviesa toda la obra, a la sutil y profunda emoción existencial.

El método de trabajo incluyó por supuesto leer otras traducciones, trabajar con el diccionario, pedir ayuda para las zonas más oscuras y, sobre todo, leer los otros textos de Dylan Thomas para poder captar su particular visión del mundo. Y luego intentar ser fiel a la actitud que impregna su obra.

Sí, traducir a Dylan Thomas es una empresa temeraria. Acosada de peligros. Pero también llena de la felicidad de sumergirse una y otra vez en sus palabras, dejarse atravesar por sus imágenes, sus sonidos, y convivir con esa profundísima belleza. Para después intentar despertar algún eco, retener algo de su ley y, en el mejor de los casos, poder compartir su secreto.


Las editoriales Independientes llegan a Mendoza

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Raúl Andrés Cuello un joven y emprendedor poeta mendocino (que es también enólogo/biotecnólogo) ha tenido la buena idea de organizar el encuentro que se detalla a continuación.

Feria de Editoriales Independientes y Autogestivas

En el marco de la Feria del Libro de Mendoza, se llevará a cabo la feria de Editoriales Independientes y Autogestivas. La misma cuenta con el apoyo de la Secretaría de Cultura de la provincia y tiene como objetivo acercar al público al fenómeno creciente de las editoriales independientes, sellos que están sabiendo leer los signos del presente, con propuestas rupturistas y con libros de gran calidad material y de contenido.

Se ha propuesto para dicho evento un ciclo de charlas-debate con referentes del sector en las jornadas que van del viernes 6 al domingo 8 de Octubre.

La primera jornada, cuyo leitmotiv es “La traducción en el marco de las editoriales independientes”, contará con la participación del escritor y traductor Jorge Fondebrider.

En la jornada del sábado se dialogará acerca de los errores más comunes al momento de abordar un proyecto editorial y contará con la participación de Víctor Malumián, uno de los editores de la editorial Godot.

Por último y para cerrar el círculo, el día domingo Emilio García de El Cuenco de Plata, disertará sobre aspectos asociados a la comercialización y distribución de las editoriales independientes en el panorama de edición actual.

La entrada es libre y gratuita y el horario de cita es a las 20hs para las tres jornadas.

Asimismo y en simultáneo tendremos en el Stand 6 a Julia Enríquez (Danke), Daiana Henderson (Neutrinos), Juan Crasci (Añosluz) y Nicolás Ruíz (Kala), editores de diversos puntos del país que van a estar presentando sus libros.


¡Los esperamos a todos!

Ay, la grandísima cultura

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El 29 de septiembre pasado, en su columna del diario Perfil, Rafael Spregelburd se refirió una pieza teatral que vio en Francia y que, en muchos aspectos, se toca con la traducción. Es, entonces, una buena manera de empezar una nueva semana.

Mirar como loco

Sólo puedo alegar en mi favor que el espectáculo es raro. Pero todo era un poco raro, incluso antes. El jet lag, el idioma, el vuelo, la despedida previa, la búsqueda infame de wi-fi, el tranvía normando que se paga sólo con tarjeta y que por algún motivo no acepta la mía, en fin, estoy a expensas de todo. Así que cuando comienza la obra no me doy cuenta de que la espectadora que se sienta al lado mío está loca de atar.

Los actores nos reparten vino, la obra empieza así. Algunos lo beben. A mí no me gusta el vino y no sé para qué sirve. Primer gran error de la noche. La espectadora insiste, con una persistencia molesta, en que comparta su copa. Yo me niego en francés de alguna manera que juzgo educada pero a lo mejor le dije: “El orto trina aquí por Baco”, ya que el francés está hecho de pedacitos irreconocibles de otras palabras que quieren decir cualquier cosa, siempre diferente de lo que uno dice, y “decente” y “descenso” suenan 95% idénticas y –si bien deben provenir de una misma raíz que las ata para siempre– ahora ya deberían estar desatadas y el francés bien podría desplegar alguna técnica cartesiana para diferenciar las cosas simples. Pero no.

Así que si bien no bebo, ella insiste en que me quede con su copa medio llena. Y cada diez minutos me dice algo en francés o en un inglés selenita que ella cree que yo entenderé mejor. Es evidente que es parte de la obra. Yo me hago el que me concentro; actúo de espectador. Pero me sale pésimo. No entiendo a los actores en francés y a los italianos y portugueses apenas a gatas. Luego me enteraré –ya muy tarde– de que el texto ha sido construido por los pícaros directores de Transquinquennal como un espeso cadáver exquisito intercultural. Como la experiencia de L’Ecole des Maîtres es diferente cada año, el colectivo belga (al que conozco bien y quiero con locura) ha decidido experimentar con el fracaso: hacen todo lo que está destinado a fracasar en el teatro. La pseudoceremonia religiosa para el escándalo del devoto (que va poco al teatro), el desnudo artístico o no (la diferencia ya no existe), la violencia entre actores (para ver si el público los frena), la aceptación del desacuerdo (el público es interpelado). La propuesta es inquietante porque se matiza con noticias “reales” (entre ellas, una fiesta millonaria de Macron en Las Vegas para financiar su campaña entre empresarios) y yo celebro que en vez de presentar “energía joven” los directores hayan preferido presentar “joven intelecto”, pero las cosas se tornarán aún más inquietantes porque mi nueva amiga, la del vino, alza la mano para hablar. Les dice a los actores cosas lindas, por ejemplo, que le gustaría poder llorar, acompañarlos en la melancolía, pero que no puede porque lo que hacen es demasiado abstracto. Lo dice en un francés que es de otra parte y, negra como la noche, es tan extranjera como yo, o muchísimo más; sospecho que bajó de la alta luna nueva hace media hora. Todo lo que les dice es tan cierto que doy por descontado que se trata de una actriz mezclada entre el público. Es otro de los clichés del viejo nuevo teatro. Así que decido no obstaculizar nada y la miro en silencio cuando me habla. Los espectadores nos miran. Ella me pregunta si vine en auto. Muevo la cabeza de un lado al otro; en todos los planetas eso es no. Ah, qué bueno, porque quiere saber qué tranvía la devolverá a su casa. Yo no lo sé y mi tranvía no acepta tarjeta argentina. Ella no entiende cuál de todos los idiomas hablo. Yo tampoco. Me habla sin parar y me pregunta si ya terminó a cada rato. Cuando al fin ocurre, espero que salude junto a sus colegas. Su actuación me pareció obvia, exagerada. Pero no sube al escenario.  Recupera la copa de mi mano y sus dedos, nigérrimos, tocan los míos y la copa. Me dice un nombre que no entiendo, me agradece con un apretón de manos por haberla acompañado en el teatro. No está ni triste ni contenta. Ha ido a ver una obra y ahora toca volver a alguna parte.

El mundo se destruye. No era teatro. No había plan. Sus textos no habían sido escritos. Y allí estaba yo, presente, para no entender nada.

Nuestra capacidad de mirar está formada y deformada por la grandísima cultura.


La James Joyce Foundation y Looren asociados

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Florence Widmer, de la Uebersetzerhaus Looren nos envía la siguiente información que atañe, fundamentalmente, a los traductores de la obra de James Joyce.

Joyce Scholarship and Looren Residency 2018

Dear translators and association members,

The Zurich James Joyce Foundation and Translation House Looren would like to inform you that the application deadline for a Joyce Scholarship and Looren Residency 2018 has been extended to October 30th, 2017. Translators with an ongoing translation of a Joyce text are invited to apply, all target languages are eligible. The Scholarship/Residency includes a one-month stay at Looren to work at the Zurich James Joyce Foundation.

For more information and details, please refer to the call for applications attached to this email, or visit our websites 
www.looren.net and www.joycefoundation.ch.

with best regards,

Florence Widmer
Translation House Looren
CH-8342 Wernetshausen
+41 (0)43 843 12 43

Call for applications:

Roland Barthes traducido por Matías Battistón

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La editorial Godot, de Buenos Aires, acaba de publicar, en traducción de Matías Battistón, Un mensaje sin código, recopilación de los textos completos de Roland Barthes, en la revista Communications.

El volumen incluye cinco artículos hasta ahora inéditos en castellano: J. Marcus Steiff, Les Études de motivation (reseña, 1961); La civilización de la imagen (reseña, 1961); La vedette: ¿encuestas al público? (1963); La civiltà dell’immagine (reseña, 1964) y Presentación (1964)

Como se señala en el sitio de Godot, “Roland Barthes nació el 12 de noviembre de 1915 en Cherburgo, Francia. Un año después, su padre falleció en un combate naval. En Roland Barthes por Roland Barthes define su infancia: “Ni padre que matar, ni familia que odiar, ni medio que rechazar: ¡gran frustración edipiana!”. El pequeño Barthes recibió una pensión por parte del Estado para costear sus estudios. En 1939, se licenció en Letras Clásicas y cuatro años después en Gramática y Filología. A los 19 años sufrió un primer ataque tuberculoso. Obligado a descansar, se recluyó en los Pirineos. La tuberculosis lo acecharía el resto de su vida.A los 45 años fue nombrado Jefe de trabajos de la sexta sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios en Ciencias Económicas y Sociales. Tan solo dos años después asumió como director de estudios de Sociología de los signos, los símbolos y las representaciones. Durante dieciocho años llevó adelante su cargo hasta ser electo por el Collège de France para presidir la cátedra de Semiología Literaria. Murió en la primavera de 1980, a los 64 años, luego de ser atropellado por una camioneta de lavandería en la calle les Écoles, frente al Collège de France, donde dictaba clases”.



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