A partir de hoy, y con la frecuencia que sea posible, este blog va a incorporar una nueva sección en la que los traductores puedan reflexionar sobre algún tema referido al oficio, a la lengua y sus usos, y al mundo editorial en general. Esta nueva serie de columnas de opinión se abre con el texto que sigue, firmado por el Administrador del blog. Tiene por objeto señalar el frecuente error de suponer que el Diccionario de la Real Academia es el único que tiene todas las definiciones y respuestas posibles, agotando de ese modo el léxico de la lengua castellana. Apunta igualmente a demostrar el error en el que se cae cuando se lo considera “autoridad” y la gravedad de incurrir en ese error cuando se tienen responsabilidades dentro del Estado.
No lean el diccionario
de la Real Academia Española
En un artículo de la lingüista española Elena Álvarez Mellado (Madrid, 1987) que, con el título “El mito de las palabras que no están en la RAE”, fue publicado en eldiario.es, se lee: “Nos han educado para creer que la RAE es el tao. De hecho, hablamos de El Diccionario como si solo hubiera uno, cuando existen multitud de ellos, algunos notablemente más explicativos o actualizados que el de la RAE. Pero la RAE es mucha institución y nos parece que de alguna manera el suyo es la fuente oficial, el oráculo de Delfos al que consultar para poner fin a las discusiones de sobremesa. El RAE seal of approval valida o condena definitivamente. Si una palabra no aparece en el diccionario de la RAE, será que está defectuosa por algo. Será que está mal.”
Álvarez Mellado continúa: “Nos han educado para creer que la RAE es el tao. De hecho, hablamos de El Diccionario como si sólo hubiera uno, cuando existen multitud de ellos, algunos notablemente más explicativos o actualizados que el de la RAE. Pero la RAE es mucha institución y nos parece que de alguna manera el suyo es la fuente oficial, el oráculo de Delfos al que consultar para poner fin a las discusiones de sobremesa. El RAE seal of approval valida o condena definitivamente. Si una palabra no aparece en el diccionario de la RAE, será que está defectuosa por algo. Será que está mal”. Y luego aclara: “Pero el caso es que la labor lexicográfica (esto es, el noble arte de hacer diccionarios) no funciona así. Las palabras no pertenecen a la RAE ni a los diccionarios, pertenecen a los hablantes. Los hablantes crean, producen, inventan palabras, y los diccionarios las recogen. Nunca al revés. Todas las palabras que aparecen hoy en el diccionario fueron acuñadas en algún momento y estuvieron fuera. Aun así, tenemos tan interiorizada la idea de que es el diccionario el que crea la lengua que decimos alegremente que una palabra no existe cuando no la encontramos en el diccionario”.
En este punto, Álvarez Mellado cita a Javier López Facal, Doctor en Filología Griega por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, quien es además el autor de La presunta autoridad de los diccionarios (2010). Allí se lee: “Si alguien va por el campo, ve una hierba, consulta un libro de botánica y no viene, no se le ocurre decir que esa hierba no existe, sino que esa hierba no está en su libro de botánica. Nadie puede decir a un hispanoparlante “esta palabra no existe”. Se puede decir que no está en el diccionario… pero la culpa no la tengo yo por usar la palabra sino el diccionario por no reflejar bien el léxico. Mucha gente cree que el diccionario de la RAE es como los mandamientos de la ley mosaica y que si los incumples vas al infierno’.”
Tal vez parezca excesivo, pero todo este largo preámbulo sirve para contextualizar la presunta idoneidad intelectual de la diputada Lilita Carrió, líder de la Coalición Cívica, quien el 8 de noviembre de 2017, trató a los diputados Margarita Stolbizer y Federico Masso, ambos de Libres del Sur y contrarios a su proyecto de donación de alimentos, de estúpidos. Frente a las críticas de las que fue objeto, twiteó lo siguiente: “Estúpido/da es una persona necia o falta de inteligencia. Lean el diccionario de la Real Academia Española. No es un insulto”. Y efectivamente ésa es la definición de ese diccionario al que la diputada Carrió alude como principio de autoridad.
El DRAE presenta la siguiente sinonimia para la palabra “estúpido”: “tonto, imbécil”. Ahora bien, cuando se busca la definición de “tonto” en el mismo diccionario uno encuentra diversas acepciones. Importan acá la primera y la tercera: “Dicho de una persona falta o escasa de entendimiento o de razón” y “Dicho de una persona que padece una deficiencia mental”. Y respecto de la palabra “imbécil” se lee claramente: “Tonto o falto de inteligencia”, sólo que acá, se añade que se trata de un insulto. Habría entonces algo así como una gradación que, de menor a mayor, comprendería las palabras “tonto”, “estúpido” e “imbécil” para designar a aquellos que son necios o faltos de inteligencia. Pero como las lenguas son sistemas que no se limitan a los signos ortográficos habría que agregar también otras posibilidades semánticas, así como la entonación que, convengamos, no es la misma cuando se tilda a alguien de “tonto”, de “estúpido” y de “imbécil”.
Si ejemplificáramos esto mismo con la mismísima diputada Carrió, bien podríamos decir que cuando supone que el DRAE es el non plus ultra de la lengua castellana es tonta. Pero cuando se plantea a sí misma como la última defensa de la moral republicana es estúpida. Ahora bien, cuando se niega a despenalizar la práctica del aborto y condenar a miles de mujeres a un verdadero calvario por el solo hecho de ser pobres es, cuanto menos, imbécil (y eso, con una calificación benévola). ¿Se ve la gradación que se esconde detrás de la sinonimia? Para ser del todo claro, al entender todos estos adjetivos, por cierto nada simpáticos, de manera uniforme y pasteurizada, la diputada Carrió demuestra ser tonta, si no estúpida o imbécil. Considerando su manejo de la lengua, si alguna vez por una remota casualidad lee estas palabras, no habrá motivo para que se sienta ofendida.